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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 1315-9518

Revista de Ciencias Sociales v.15 n.3 Marcaibo sep. 2009

 

La espiral del mestizaje

Cervantes, Guillermo*

* Candidato a doctor dentro del programa de Doctorado de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez; y profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Mexico. E-mail: gcervantes@uach.mx - zxxvii@msn.com 

Resumen

El presente ensayo explora el papel jugado por el mestizaje como instrumento para forjar una identidad nacional en México; donde lo indígena convive y se fusiona con lo europeo, en la persecución y construcción de algo entendido propiamente como mexicano. Partiendo desde la época colonial en la Nueva España, abordaremos el papel concedido al indígena mexicano y su lenta inclusión en la sociedad mediante la adopción de prácticas consideradas como occidentales y civilizadas en detrimento de sus prácticas indígenas tradicionales, consideradas primitivas y atrasadas, como medio de asimilación. Fenómeno que más tarde habría de proponer al mestizo como estereotipo de la identidad nacional mexicana durante el siglo XIX; y que culminaría en su consolidación a principios del siglo XX. Así mismo se aborda la percepción del mestizaje como medio de civilización en la idiosincrasia del mexicano y del méxico-americano para culminar con una evolución de la constante búsqueda de lo occidental, esta vez mediante la asimilación al modo de vida estadounidense, como continuación del proceso civilizatorio entendido como mestizaje.

Palabras clave: Mestizaje, identidad, nacionalismo, indígenas, mestizos, eugenesia, méxico-americanos.

The spiral of racial mixing

Abstract

This essay explores the role played by racial mixing as an instrument to forge a national identify in Mexico, where what is indigenous coexists and fuses with the European in the pursuit and construction of something understood as purely Mexican. Starting with the colonial epoch in New Spain, this study approaches the role conceded to Mexican indigenous peoples and their slow inclusion in society through the adoption of practices considered western and civilized in detriment to the traditional indigenous practices, considered primitive and backward, as a means of assimilation; a phenomenon that later would have to propose the mestizo as a stereotype of Mexican national identity during the nineteenth century; and that would culminate in its consolidation at the beginnings of the twentieth century. Likewise, the perception of racial mixing is approached as a means for civilization in the idiosyncrasy of the Mexican and the Mexican-American to culminate with an evolution of the constant search for what is western, this time through assimilating the US way of life, as a continuation of the civilizing process understood as racial mixing.

Key words: Racial mixing, identity, nationalism, indigenous, mestizos, eugenics, Mexican-Americans.

Recibido: 08-10-16 · Aceptado: 09-04-02

Introducción: el comienzo

Haciendo un recuento acerca de la construcción de una identidad nacional en México, a partir del siglo XIX; nos encontramos con el intento por incluir a la numerosa población indígena. En un esfuerzo por movilizar a los diferentes estratos sociales que no pertenecían a la clase privilegiada de los criollos se buscó la solución en una idea de “América” como tierra natal común. Se rescataron símbolos y tradiciones americanas que sobreponer a la europeas, y de este modo distinguir a los nacidos en el nuevo continente de aquellos venidos de ultramar: el águila devorando a la serpiente, las monumentales construcciones prehispánicas, los volcanes, la plata; símbolos que pudieran ser ligados directamente al continente americano, símbolos de la tierra; y símbolos de un catolicismo mexicano, tales como la virgen de Guadalupe (Lomnitz, 1993: 182-183).

A pesar de lo anterior, el sistema en boga durante la primera mitad del siglo XIX aseguraba que las viejas elites conservaran las ventajas que se tenían desde tiempos coloniales; si bien las castas habían sido abolidas, prevalecía una discriminación con base en recursos económicos: solo aquellos con rentas anuales mayores o iguales a cantidades determinadas podrían votar o aspirar a diferentes puestos de elección popular, a mayor el caudal poseído por un individuo, mas alto el rango al que podía aspirar. Este sistema fortalecía una discriminación racial, ya que la gran mayoría de los indígenas y las personas morenas por lo general eran pobres (Lomnitz, 1993:184).

El liberalismo, expresado a través de las leyes de reforma; sin hacer distinciones en cuanto a raza o condición social, otorgó igualdad a los habitantes de la joven república mexicana. Sin duda un primer paso muy importante y sumamente significativo en la vida de la naciente República Mexicana, ya que se dejaba atrás un sistema de segregación: las famosas castas y su complicado sistema de clasificación racial. Sin embargo, al establecer dicha igualdad ante la ley, y al negarse a reconocer diferencias entre los ciudadanos con base en raza o condición social, el sistema político mexicano fue incapaz de poder hacer algo por aquellos grupos menos favorecidos, especialmente los pueblos indígenas: al otorgarles un status de igualdad ante la ley los situó en una posición desventajosa, desde la cual difícilmente podrían competir con las clases más favorecidas.

Desde tiempos coloniales, el indígena ocupo una posición inferior en el sistema de castas; inferior, pero al mismo tiempo redimible. El medio para obtener dicha redención era despojar al indígena de sus prácticas culturales, entendidas como la causa de los vicios en su carácter; y el medio era la europeización, la occidentalización; es decir, la sustitución de una cultura indígena por una cultura europea (Bonfil, 2000:85). Si el indígena adoptaba las costumbres, y posteriormente la ideología y cosmovisión occidental, podría entonces ser considerado como redimido. El mestizaje fue el vehículo que hispanizaba al indio. Las clases sociales superiores buscaban una identificación cada vez mayor con Europa, ya que esto se entendía como un mayor grado de civilización; en la época de Don Porfirio el ideal europeo fue Francia, y la ideología percibida como portadora de la civilización fue el positivismo, tan defendido en México por José Yves Limantour y el grupo conocido como los científicos.

En la idiosincrasia popular, la europeización también significaba mayor status y la posibilidad de una mejor calidad de vida: el indígena sabia que el pasar por mestizo podía otorgarle ciertas ventajas sobre los demás indígenas; de igual forma, el mestizo sabia que al hacerse pasar por criollo tendría oportunidades favorables sobre los demás mestizos. El blanqueamiento, es decir la posibilidad de trepar en la escalera social a través del mestizaje, era considerado entonces como el único método para ‘mejorar la especie’, entendido como un mestizaje no únicamente biológico, sino principalmente como un mestizaje cultural; ya que no es primordialmente la raza sino la cultura del indígena lo que provoca su hundimiento socioeconómico  (Gamio, 1987 [1935]: 34; Basave, 2002:128).

A partir de la revolución mexicana, el estado rompe con el liberalismo propuesto por Juárez; y comienza a tomar un papel más comprometido con los diferentes grupos nacionales específicos tales como los indígenas, los campesinos y los obreros. Se abandona parcialmente el darwinismo social y se coquetea con la noción de la igualdad entre las razas y la validez de todas las culturas según las enseñanzas de Franz Boas, aun cuando esto fuera exclusivamente en referencia a la cultura indígena y no pretendiera la inclusión de otros grupos, quienes seguían siendo blanco de prácticas racistas (1); un exponente de esta ideología fue Gamio (1987 [1935]), quien rescata el indigenismo y lo enfrenta contra lo europeo, particularmente lo español, como representante directo en México de Europa.

En la búsqueda de un antepasado común, que unifique al pueblo mexicano, que sea un factor de cohesión y le otorgue una identidad; lo español parece empezar a convertirse en lo ‘ajeno’ y lo indígena en lo ‘propio’ (Basave, 2002:122) , a pesar del esfuerzo de José Vasconcelos y otros hispanistas por conciliar lo indígena con lo hispano. Lo indígena es idealizado, adquiere un cariz romántico, lleno de virtudes; sin embargo dichas virtudes son estimadas como propias del indígena ‘de antes’, y no pueden ser encontradas en el indígena de hoy, tan lleno de vicios y deficiencias de carácter (Basave, 2002; Vasconcelos, 2001[1925]; Bonfil, 2000:85,88).

1. Quod me nutrit me destruit

Lo mestizo termina por consolidarse en México y adquiere el carácter de raza nacional, sin embargo, el español (y lo español) parece recobrar, de una forma más virulenta que antes, el papel hacia él atribuido durante la guerra de independencia: el español es el “otro”, mientras que lo auténticamente mexicano es el producto de la tierra americana y de su influencia beneficiosa, especialmente si esta América es entendida como precolombina. El pasado premoderno (étnico) es así explorado y comienzan a formarse los mitos sobre los cuales habrían de descansar las bases del nacionalismo mexicano.

A través del papel atribuido al indígena precolombino se satisface la recurrencia de un ideal-tipo ancestral; y de un pasado étnico que se manifiesta en el presente (la longue durée). Las grandes civilizaciones mesoamericanas (aun cuando son diferentes entre sí) son el punto de partida para la construcción de la nación mexicana (ethnie). Estas comunidades étnicas, otorgan el linaje ficticio, histórico y subjetivo a la vez; también proveen una ‘patria’ específica a la cual asociar ‘lo mexicano’. En palabras de Anthony Smith: “Todo individuo y toda familia están conectados con la ethnie o nación mediante la descendencia y el recuerdo de sus ancestros” (Smith, 1998:67).

El pasado colonialista es rechazado, y el redescubrimiento del pasado vernáculo proporciona el cimiento del proyecto de nación posrevolucionario: A los mitos extraídos del pasado mesoamericano, por medio de una “movilización vernácula,” se han ido añadiendo nuevos. a través del sistema educativo nacional, en México, se olvida a personajes que podrían debilitar el proyecto de nación y se construyen héroes en aquellas figuras que lo fortalecen; se idealizan próceres; quienes se transforman de personajes sobresalientes, lentamente, en figuras legendarias; la repetición, generación tras generación, del mismo discurso histórico oficial, particularmente debido al programa educativo diseñado por la Secretaria de Educación Pública (Gutiérrez, 1999:73-81), otorga a finalmente a los héroes un aura sobrehumana, representativa de lo que debe ser el carácter nacional ideal (arquetipos exempla virtutis) (Gutiérrez, 1998:85; Smith, 1998:71-73).

Sin embargo, el discurso de ‘el indígena actual’ como icono de atraso sigue fijo en el imaginario de la comunidad; la idea de nación mexicana se funda en el antepasado mesoamericano, pero se consolida en la figura del mestizo; rescatando las virtudes del indígena ‘antiguo’ y rechazando los vicios del indígena ‘moderno’; el mestizo es concebido como descendiente del indio virtuoso, pero diferente al indio ha sido corrompido a través del paso del tiempo, aun cuando el estereotipo de este último está siempre presente (tal vez como pariente incomodo) y sea un constante recordatorio de un subdesarrollo todavía vigente. A final de cuentas, la idea de ‘mejorar la especie’ a través de la occidentalización sigue viva; y parecería que lo mestizo significa la pugna constante por un ‘blanqueamiento’ cultural; aun cuando se trate de un blanqueamiento sui generis, ya que permite que la modernidad fluya hacia la cultura tradicional y la cubra, pero no la desaparezca, lo mestizo permite a una cultura menos moderna y menos desarrollada (en este caso la mexicana) conservar el valor moderno de la dignidad al negarse a aceptar, al menos como copia al carbón, una asimilación total de una cultura considerada más moderna y con un grado de desarrollo superior (Taylor, 2000).

El mestizaje se convierte entonces en una cuestión dialéctica, dinámica y en permanente movimiento; incorporando nuevos elementos y restando vigencia a otros; siempre bajo la premisa de una búsqueda constante por alcanzar un mayor grado de desarrollo los papeles pueden invertirse, y así como el mestizo puede rechazar al mismo indio que le hace ser mestizo, el mexicano podrá llegar a negar mucho o poco del México que lleva dentro (negación, al fin y al cabo). Este fenómeno puede observarse cuando entran en contacto dos culturas con niveles de desarrollo muy disímiles, en concreto podemos referirnos a la relación entre México y los Estados Unidos.

2. El Norte y los “nuevos indios”

El mestizaje permite incorporar rasgos modernos a un pasado común; durante la colonia y durante el siglo XIX, los rasgos civilizadores fueron buscados en Europa y en los Estados Unidos. Lentamente, los Estados Unidos comenzaron a desplazar a Europa (por la vecindad geográfica). El vecino del norte y su gran desarrollo tecnológico y económico representan un modelo a seguir para la nación mexicana; el estilo de vida ‘americano’ transfiere sus valores a la identidad mexicana, en mayor o menor medida, y esta comienza a adoptarlos como propios. Vila (2000) identifica en los estados fronterizos del norte de la República Mexicana, particularmente en las ciudades fronterizas, un discurso que puede ser entendido como una extensión del mestizaje cultural, esta vez apuntando a los EEUU, y no a España: los habitantes de la región fronteriza se identifican a sí mismos como mas occidentales, mas ‘blancos’ y menos indígenas que los habitantes del sur de la república; sin referirse concretamente al tono de la piel, sino mas bien a la influencia que ejercen los Estados Unidos sobre la vida de los habitantes de la frontera y la adopción de hábitos y costumbres estadounidenses por parte de los fronterizos.

Según el estudio de Vila (2000), aquellos que se identifican a sí mismos como nativos en Ciudad Juárez, Chihuahua, México; tienden a asociar a aquellos habitantes procedentes del sur con criminales, holgazanes, personas poco ambiciosas, rudos, arrogantes, pobres. Al mismo tiempo que encuentran en los sureños las causas de muchos de los males que aquejan a la ciudad (Vila, 2000:32-44). Mientras que en el discurso producido por el imaginario colectivo de quienes se consideran norteños y fronterizos, el ‘fronterizo’ es trabajador, abierto, amable, frugal, democrático, moderno; en pocas palabras más civilizado (Vila, 2000:32, 36, 43).

Un factor importante en este mayor grado de civilización que ostenta el norteño frente al sureño es precisamente la proximidad geográfica con los Estados Unidos; con lo que esto conlleva: el acceso a bienes de consumo y tecnología a un menor costo, la facilidad de hacer negocios, de estudiar, vivir y hasta trabajar en el vecino país (Vila, 2000:25-29). Mediante esta interacción, producto de una proximidad a la que los habitantes del sur no tienen acceso, el norteño absorbe una mayor dosis de desarrollo.

Para el norteño algunos símbolos nacionales no tienen el mismo peso emocional que tendrían en el sur; para un campesino en Chihuahua una imagen del Popocatépetl no dirá gran cosa, sin embargo la mención de Francisco Villa, y el papel por este personaje desempeñado en el curso que la vida nacional tomo a partir de la revolución mexicana, podrá servir como vinculo entre el pasado histórico del Estado de Chihuahua con el resto de la República Mexicana.

Si la proximidad geográfica del “desarrollo’, encarnado en los Estados Unidos, es percibida como una influencia civilizatoria por los habitantes de las ciudades fronterizas; el hecho de estar inmerso en la cultura estadounidense juega un papel aun más profundo en el proceso de mestizaje y blanqueamiento cultural en el imaginario colectivo de muchos México-americanos. Sin embargo, los habitantes de origen mexicano en EEUU, ya sea que se identifiquen como chicanos o como México-americanos, por el hecho de encontrarse en un país diferente donde impera una cultura muy diferente a la mexicana, interactúan de manera permanente con una sociedad que les recuerda constantemente su mexicanidad; en un contexto donde el ser mexicano está asociado con rasgos culturales negativos: corrupción, subdesarrollo, pobreza, holgazanería, poca ambición y renuencia a recibir una educación (Vila, 2000:86,105; Elizondo, 2000:29-31; Vélez 1997:183).

En el imaginario del inmigrante mexicano (o del descendiente del inmigrante) EEUU representa, además de la posibilidad de un empleo mejor remunerado y la esperanza de mejores condiciones materiales de vida, la oportunidad de continuar con un proceso de mestizaje occidentalizador que parece encontrarse estancado en México. Como el indígena que a través del mestizaje dejo de ser indígena para convertirse en mexicano (“ser mestizo es no ser indio”, Bonfil, 2000:92), mexicano (mestizo) entendido como la unión de lo indio con lo europeo; ahora algunos mexicanos encuentran en EEUU la posibilidad de redimir los vicios atribuidos a su pueblo mediante la adopción de valores característicos de la sociedad estadounidense.

De alguna manera, parecen resurgir los mitos del glorioso indio de antes y el envilecido indio actual, solo que esta vez el México-americano le da un giro particular: en retrospectiva atribuye valores y virtudes al mexicano de antes, que lentamente han sido perdidos y abandonados por el mexicano actual. En el discurso de algunos México-americanos, entrevistados en la investigación de Vila, el México de hoy no es aquel México noble del que emigraron sus antepasados, sino un México en decadencia (Vila, 2000:111).

De la misma forma en que el mestizo no podía despegarse de lo indio y representarse como europeo; el México-americano no puede despegarse de lo mexicano y representarse como simple americano (estadounidense). Imposible dentro de una sociedad que impide a los inmigrantes mexicanos y a sus descendientes que olviden sus orígenes, mediante un discurso y una perpetuación estereotípica profundamente arraigada en los medios de comunicación (como ejemplo el traficante latino de las películas, el inmigrante como usurpador de trabajos y derechos correspondientes a los nativos; parasito del sistema). Como comunidad, los México-americanos y los chicanos deben forjarse una identidad; recurren a mitos, recuerdos y arquetipos para fortalecer dicha identidad (Smith, 1998:63). Mitos, recuerdos y arquetipos que únicamente pueden encontrar en México, cuna y territorio de sus antepasados comunes; la constante exposición ante el anglo como el ‘otro,’ como encarnación de aquello que no se es (una otredad con base en la exclusión que el anglo hace del mexa, una otredad de la que se quisiera una participación) hace que el méxico-americano y el chicano conciban los símbolos mexicanos de una manera más efusiva, elocuente (tal vez desesperada) y se aferren a ellos como si fuesen los pilares sobre los que descansa toda su identidad en un país ajeno. Reflejo de esta exteriorización de símbolos son las manifestaciones artísticas.

Las manifestaciones artísticas, más allá de su valor estético o de su merito creativo; reflejan la idiosincrasia de su autor; delatan, de manera accidental o intencional, las aspiraciones y valores tanto del autor como de la comunidad con la que este se identifica, dejando ver creencias, actitudes, leyendas, mitos. El arte Chicano recrea muchos de los mitos sobre los que descansa la identidad nacional mexicana, pero no solo eso, sino que los fortalece y enriquece de una manera peculiar: soslayando la herencia española (2); se hace un énfasis en el factor indígena de la mexicanidad, recurriendo a personajes y arquetipos prehispánicos, rescatando y enarbolando la bandera de “Aztlán”, aquel lugar mítico, origen de los primeros mexicas, cuya localización geográfica aun es incierta (tal vez es precisamente esta incertidumbre acerca de la localización de Aztlán, lo que facilita su aceptación como tierra prometida), origen común del antiguo pueblo mexicano y por extensión, origen común del antepasado imaginario de los chicanos como comunidad (Padilla, 1989; Anzaldúa, 1987:1). Además de los arquetipos prehispánicos, el arte chicano recurre a iconos de la cultura popular mexicana: Pedro Infante, Jorge Negrete; adopta héroes de la guerra de independencia y de la revolución mexicana, reproduce símbolos mexicanos como la virgen de Guadalupe, el sombrero de charro o variaciones del escudo nacional; al mismo tiempo que crea sus propios héroes en las figuras de personajes México-americanos, como César Chávez, o como Joaquín Murrieta (3) (Leal, 1997:159-165).

3. Conclusión

La construcción de identidad nacional es dinámica, se construye con el tiempo: abandona algunos mitos y construye nuevos. En México, el mexicano como mestizo se consolida como un común denominador que en mayor o menor medida une a los habitantes de la república mexicana y forma parte del presente, al menos para la gran mayoría de la población.

Para los mexicanos que han decidido establecerse de manera permanente en los Estados Unidos y para sus descendientes el mestizaje cultural no ha terminado. Parece estar en proceso de formación una comunidad étnica, que reconoce para sí un origen común: México. Al mismo tiempo que conserva tradiciones y costumbres mexicanas adopta costumbres y tradiciones propias de los Estados unidos; algunas veces mezclándolas y creando tradiciones nuevas, distintivas de la comunidad mexicana en EEUU (Anzaldúa, 1987). Tomemos el ejemplo del idioma, clásico símbolo de identidad nacional: entre la comunidad México americana, el uso del español parece ser cada vez menos importante y parece limitarse a ciertos enclaves geográficos dentro de las ciudades o a la intimidad del hogar. Los México americanos de tercera y cuarta generación, en adelante, difícilmente pueden hablar español; eso sí, hablan un inglés perfecto al que adornan de vez en cuando mezclándolo con palabras castellanas. Inclusive los académicos y estudiosos chicanos tienen grandes dificultades para expresarse en español y el grueso de su obra se encuentra escrita y publicada en inglés. Contra lo anterior habrá quien pueda argüir el éxito de la programación televisiva en habla hispana, sin embargo la audiencia principal de tal programación son los inmigrantes relativamente recientes -sus números siempre crecientes- y de primera generación (provenientes de toda América latina, no necesariamente de México). Parece ser que el desfile del 5 de Mayo es más importante para la comunidad México americana que la conservación del español como lengua materna; posiblemente tal vez debido a que un uso constante del español automáticamente segrega y diferencia al México-americano del estadounidense de habla inglesa, mientras que el desfile del 5 de Mayo es una manifestación anual de mexicanidad. Recordemos que el empleo de español fue considerado como factor de atraso durante años en California y el Suroeste de los EEUU, una creencia que aun parece permear en el imaginario de muchas personas.

Los México-americanos y los chicanos ven en México su origen étnico, sin embargo no sienten su mexicanidad de la misma forma que los habitantes de México. Para los México-americanos y los chicanos México parece empezar a formar parte del pasado, mismo si es un pasado muy reciente: han adoptado voluntariamente valores y tradiciones un tanto diferentes a las del México actual, como ejemplo podemos mencionar el sistema político, el sistema judicial, el sistema económico, una ética laboral diferente. Se naturalizan como ciudadanos americanos, sienten admiración y veneración por los padres fundadores de los Estados Unidos y les agradecen el haber sentado las bases de las instituciones que hoy dirigen a ese país; sienten como propios a los héroes de los anglosajones, se enrolan en el ejército y dan la vida por su nueva patria (aún cuando al mismo tiempo expresan una lealtad hacia México, al parecer una lealtad mas teórica que practica), dan a sus hijos nombres ingleses; tratan de formar parte del país en el que ahora viven, mientras que al mismo tiempo tratan de conservar las tradiciones y costumbres de sus padres y abuelos, refrescadas y recordadas por una ola al parecer inagotable de inmigrantes mexicanos, tanto legales como ilegales. Son mexicanos y americanos al mismo tiempo. Mexicanos, sí; pero mexicanos diferentes a los mexicanos de México. En Estados Unidos han encontrado una alternativa para redimir al mexicano mediante su ‘ameri- canización’, continuando de esta manera con la occidentalización que a través de Europa comenzara siglos atrás.

El mexicano que emigra a los EEUU no únicamente puede tener una gran necesidad económica en un principio, sino que también identifica a ese país con un mejor futuro, un mejor nivel de vida; y no se refiere de manera exclusiva a las condiciones materiales, sino a las ventajas que se estiman implícitas dentro de la cultura estadounidense: igualdad de oportunidades, democracia, premios y recompensas con base en el merito y el esfuerzo; reconocimiento del trabajo arduo, etc. Mientras que en México se deja atrás corrupción, clientelismo, inseguridad, desequilibrio en la aplicación de las leyes, compadrazgos, tráfico de influencias, burocracia, nepotismo; en fin: atraso y subdesarrollo. En la balanza mental, el proyecto que hoy en día ofrece México es deficiente comparado con la concepción que de los EEUU tiene el migrante (por no mencionar a sus descendientes, quienes suelen tener una visión más negativa). En el imaginario del migrante EEUU ofrece lo que México no puede dar, entonces el migrante voluntariamente se acerca a un sistema que percibe lleno de oportunidades, aun cuando sea adoptivo, y se aleja -e implícitamente rechaza- de otro sistema, que aunque propio no ha podido satisfacer sus necesidades.

Los habitantes de la República Mexicana pasan a formar parte de los antepasados comunes (Acuña, 1970:14), junto con los indígenas, de los México-americanos y los chicanos. Como si estuviera en marcha un proceso de separación; en el que adquiere identidad y se comienza a solidificar una comunidad de origen étnico mexicano, pero diferente a la mexicana, dentro de los EEUU. Incluso para los mexicanos de México, aquellos que han decidido emigrar a los EEUU comienzan a formar parte de un grupo diferente, y están considerados como mexicanos de segunda clase, como mexicanos que en parte han vendido su cultura para no pertenecer de una manera definitiva a ninguno de los dos países: son desertores, son “pochos,” son “agringados” (Bustamante, 2002: 17); en el imaginario popular: “Ni son de aquí, ni son de allᔠ“No pueden aprender inglés, pero ya olvidaron el español,” fenómeno ha llegado a ser expresado en canciones populares, como las de los Tigres del Norte por ejemplo (4). Satisfaciendo los requisitos de antepasados comunes, un territorio de origen común (aún cuando no sea ese el territorio que actualmente habitan), mitos, símbolos y recuerdos comunes. Al mismo tiempo que a través de la prensa y libros de texto encuentran los medios para fortalecerlos y difundirlos (5).

Para millones de mexicanos Vasconcelos parece tener un poco de razón: el mestizaje cultural que habría de formar una nueva raza, superior y definitiva si se encuentra al norte de la República Mexicana y la redención del indígena no ha terminado. México y lo que en México se ofrece parece no ser suficiente, el proyecto de civilización parece haberse estancado, para algunos es necesario volver la vista hacia los EEUU. Sin embargo el mayor reto es renovar desde adentro; y el mayor compromiso del mestizo mexicano es consigo mismo.

Notas

1. Parcialmente, porque un racismo científico y la creencia en la existencia de razas inferiores en México seguía vigente; si bien no afectaba a los indígenas (gracias a la mestizofilia tan en boga en el periodo inmediato a la revolución mexicana) si afectaba de una forma directa y perjudicial a otros grupos y culturas, como ejemplo los inmigrantes chinos que durante el Maximato fueron blanco de leyes que prohibían el matrimonio interracial, con base en la creencia de que la incorporación de rasgos chinos a la ‘raza’ nacional únicamente se podría traducir en la degeneración de esta última.

2. El rechazo a la herencia española comenzó en México y se fortaleció en EEUU. El conquistador hispánico es víctima de una leyenda negra profundamente arraigada en el imaginario popular en los Estados Unidos: Sanguinarios y brutales criminales españoles viajaban a América con la finalidad de exterminar culturas y despojarlas de su oro; mientras que los pacíficos y amantes de la libertad ingleses se asentaban en este continente con la finalidad de establecerse y forjar una nueva vida prospera, lejos de las intrigas e intolerancias de Europa. El aceptar lo español como herencia del chicano, tal vez incrementaría el rechazo del anglo hacia el hispano: “¿Tu eres hijo del codicioso español, y además te sientes orgulloso?”

3. César Chávez es el líder campesino californiano en cuyo honor hay un día feriado en los Estados Unidos; sin embargo la figura de Murrieta, aquel mexicano dispuesto a enfrentar al invasor anglosajón y defender a sus compatriotas californianos en 1853, ha adquirido proporciones míticas; y es hoy tenido como una especie de Robin Hood por la comunidad chicana.

4. “…Mis hijos no hablan conmigo, otro idioma han aprendido y olvidado el español…piensan como americanos, niegan que son mexicanos, aunque tengan mi color…” Fragmento de “La jaula de oro,” canción que relata los problemas de un inmigrante indocumentado mexicano en los EEUU. Los “Tigres del Norte” detentan los derechos de autor.

5. Ver como ejemplo el libro de Ángel Vigil (1998) “Una Linda Raza”.

Bibliografía citada

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