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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 1315-9518

Revista de Ciencias Sociales v.15 n.3 Marcaibo sep. 2009

 

El advenimiento de un nuevo cientista social

Seoane C., Javier B. *

* Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela). Jefe de Departamento de Teoría Social de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela. Venezuela.

Resumen

Este ensayo tiene por objeto dar cuenta de las transformaciones que acontecen en la práctica profesional del cientista social tras la emergencia del paradigma epistemológico «postpositivista». Para ello, se establecen metodológicamente tres tipos ideales de perfil ético-profesional (especialista, misional y dialógico) con el fin de establecer comparaciones entre ellos y apreciar la singularidad de los cambios señalados y sus implicaciones prácticas. Se concluye relacionando el perfil dialógico con una reformulada teoría crítica de la sociedad.

Palabras clave: Postpositivismo, perfiles ético-profesionales de cientista social, ciencia social dialógica, teoría crítica dialógica.

The coming of new social scientist

Abstract

This essay aims to give an account of the changes that are taking place in the professional practice of social scientist after the emergence of «postpositivist» epistemological paradigm. To that end, it sets methodologically three professionals-ethical ideal profiles (specialist, missionary and dialogic) in order to make comparisons between them and appreciate the uniqueness of the changes noted and their practical implications. It concludes by linking dialogic profile with a reformulated critical theory.

Key words: Postpositivism, profiles professionals-ethical of social scientist, dialogical social science, critical theory.

Recibido: 08-08-02 · Aceptado: 09-03-11

1. El cientista social en la mira

El campo de las ciencias sociales nunca ha dejado de mostrar una peculiar sensibilidad sobre el problema de la identidad profesional. De seguro ello responde a que sus estudios y todos sus productos, mal que bien, están directamente imbricados con cuestiones políticas y éticas. Esta razón, la vinculación con la organización de la vida humana, coadyuva de modo relevante a que las ciencias sociales desde sus mismos orígenes no hayan cesado de reflexionar sobre sí mismas. Si, como bien han señalado Ágnes Heller (en Heller y Fehér, 1994) y Salvador Giner (2003), estas disciplinas resultan autoconciencia crítica de la modernidad, entonces ellas no pueden dejar de plantearse la relación de sus aportes con su realidad contextual. Así, la concepción científica sostenida institucionalmente y sus consecuencias prácticas constituyen un núcleo problemático cuya omisión levanta suspicacias sobre los intereses ocultos beneficiados por la misma. Justo en este punto, en este plantearse concepciones y aportes, se muestran los perfiles ético-políticos del profesional de la sociología, de la economía, de la politología, de la etnología, entre otras disciplinas sociales.

La honestidad intelectual obliga a partir del plural, a partir del hecho de que caben distintos perfiles profesionales en las ciencias sociales, siendo el caso de que los mismos no dejan de competir entre sí para tornarse más persuasivos, para legitimarse. En los últimos tiempos se visualiza una lucha por la hegemonía del campo entre tres perfiles típicos ideales (1) de profesional. Para los fines de este trabajo, los mismos se califican como especialista, misional y dialógico. Seguidamente se presenta sinópticamente cada uno.

1.1. Cientista social especialista

Hay una larga tradición en el campo de las ciencias sociales –en la sociología se remonta al propio Comte– que ha apuntado a la misión de constituir un saber especializado, dotado de un lenguaje científico-técnico apartado del lenguaje vulgar, y que se ha procurado legitimar por la obtención y posesión de un arsenal de conocimientos valiosos y distantes del lego, de la mujer y del hombre de la calle.

El lego, se dice en el marco de este discurso, no accede a este saber porque carece de las herramientas teórico-metodológicas especializadas que le permitan comprender el complicado, y en principio oculto, entramado de lo social manifestado en instituciones y acciones. Sin lugar a dudas, todos aquellos primeros esfuerzos de Durkheim en Las reglas del método sociológico, esfuerzos orientados a legitimar el campo sociológico combatiendo las prenociones y prejuicios del lego, marchan en esta dirección de concebir al cientista social como especialista. A continuación se consideran cuatro rasgos característicos del tipo ideal del cientista especialista:

a) Se trata de un cientista constituido sobre una ética de la neutralidad axiológica en el conocimiento. En tal sentido, rechaza tener compromisos con actores y fuerzas sociales concretas, pues su compromiso es con su propio saber, con sus técnicas y con las solicitudes de su cliente en tal materia.

b) Sostiene una clara separación entre ciencia pura y ciencia aplicada, así como entre el científico y el técnico. El primero, el científico, se orienta por la investigación de cara a la producción teórica de la disciplina; el segundo se concibe como una especie de «ingeniero social» orientado a prácticas de corte terapéutico para introducir cambios institucionales puntuales que coadyuven en «el mejoramiento funcional» de la sociedad.

c) Su concepción del saber resulta de naturaleza procedimental en cuanto que el acento disciplinario se coloca sobre los métodos y las técnicas de investigación, generalmente con la ambición de obtener control de variables y predicciones. De este modo, en el plano epistemológico generalmente parte de la representación positivista de las ciencias naturales, especialmente de la física matemática moderna.

d) Finalmente, y en estrecha relación con el punto inmediatamente anterior, el esquema epistémico cartesiano –clara separación entre sujeto y objeto y reducción de éste último a sus partes más simples– de este perfil impulsa actitudes fragmentarias y cosificadoras (2) de lo social. La búsqueda cognoscitiva es de naturaleza nomotética y la relación profesional con el objeto de estudio se instituye por una concepción de la jerarquía de los saberes. La autoridad del saber recae sobre el autoproclamado interlocutor legítimo, es decir, sobre el cientista social.

1.2. Cientista social misional

El discurso del cientista misional ha servido de insumo para el diseño de planes de estudio en ciencias sociales «comprometidos ideológicamente». A diferencia del especialista, el misional suele rechazar hasta el propio calificativo de «profesional» prefiriendo en muchas ocasiones el de «intelectual» –«intelectual orgánico», diría Gramsci–, «laico comprometido» u otro que exprese mejor lo que considera su deber. Sin embargo, para los fines de esta exposición permítase seguirlo calificando de «profesional».

Corrientemente, como el profesional especialista, el misional también se define como portador de un saber que muchas veces se oculta al lego, sólo que por razones diferentes. Esto es, si el lego desconoce el valioso saber no es porque carezca de información, teorías y entrenamiento, sino porque algún tipo de intereses dominantes le velan ese tipo de saber o porque alguna situación aberrante lo limita para su comprensión. En consecuencia, el cientista misional se siente «llamado» a concienciar a las mentes necesitadas, siendo precisamente esa su encomienda o misión evangelizadora. De acuerdo con ello, el cientista misional se afirma en su vocación y convicciones (3). Cuatro de sus rasgos más característicos son:

a) Su ética profesional está marcada por el «compromiso con...». Por ello, rechaza el ideal prístino de la neutralidad axiológica. El saber no se defiende como fin en sí mismo, sino como medio para la realización o redención de la humanidad negada.

b) Impugna la separación entre ciencia y técnica o entre ciencia y práctica, pues una conlleva necesariamente a la otra. Su práctica se orienta en términos redentores.

c) Su concepción del saber se estructura en un lenguaje explícitamente ético y político. El eje disciplinario ronda la relación entre teoría y praxis, siendo su actitud teórico-metodológica más sintética que analítica y, sobre todo, crítica. Su modelo epistemológico apunta, en este vector, más bien hacia la interdisciplinariedad y transdisciplinariedad, si bien bajo la hegemonía, muchas veces dogmática, de una teoría única.

d) Igualmente, el cientista misional impugna la tradición cartesiana, reclamando una orientación humanística y redentora. Su búsqueda cognoscitiva se define idiográfica y comprensiva. Su relación con el objeto de estudio suele marcarse por actitudes dicotómicas reducibles no pocas veces a una lucha entre fuerzas benévolas y malignas u opositoras, o entre dominadores y emancipadores.

1.3. Cientista social dialógico

Los dos tipos precedentes de profesional están anclados en tradiciones de larga data. Sin embargo, en los últimos decenios vienen emergiendo una nueva conciencia, sensibilidad y práctica profesionales en el campo de las ciencias sociales, aparece de este modo un nuevo cientista social. Se trata de una emergencia deudora de los cambios acontecidos en las sociedades occidentales contemporáneas, entre los que ciertamente caben mencionar las paulatinas presiones por una mayor democratización de todas las esferas sociales: movimientos antirracistas, feministas, gays, contraculturales, etc.; el surgimiento de una cultura posmoderna; y, el paso en el debate teórico-filosófico de un paradigma centrado en la conciencia a un paradigma centrado en la intersubjetividad (Habermas, 1999). Por ello, el título de este trabajo hace honor a una reconocida obra de Daniel Bell, porque sostiene que estos cambios epistemológicos, éticos y políticos tienen como claro contexto el advenimiento de una sociedad postindustrial y posmoderna.

En este sentido, el cientista dialógico se presenta más como mediador entre actores sociales en conflicto que como militante de una causa o un especialista. Su «misión», su «causa» y su «especialidad» consisten en facilitar el diálogo y ser un operador en el establecimiento de acuerdos entre partes. De esta manera, en este marco profesional no hay inclinación por llamar lego al no profesional, sino considerar a éste como alguien que tiene algo que decir y que tiene todo el derecho de decirlo y de participar en las decisiones a tomarse. Quizás por ello, el radio de acción del profesional dialógico se ubica generalmente entre las organizaciones no gubernamentales y no dependientes de grandes empresas privadas. Se presentan a continuación cuatro rasgos resaltantes:

a) El cientista social dialógico no se monta sobre el ideal de la neutralidad axiológica como tampoco sobre la convicción de compromisos misionales. Su orientación axiológica apunta hacia las éticas del discurso y de la acción comunicativa, hacia aquellos intentos prácticos por establecer y facilitar un diálogo lo menos asimétrico posible entre actores implicados e interesados en la resolución de conflictos y la definición de determinadas estrategias y políticas a seguir en un contexto dado. Si se quiere, bien se podría decir que este tipo de profesional está impregnado de un ethos democrático abierto a la diversidad y reconocimiento de la otredad. Para este cientista, el saber tampoco resulta un fin en sí mismo, sino un medio en la creación de acuerdos y sentidos sociales.

b) Para este tipo profesional, tanto como para el misional, los saberes científicos, como cualquier saber que se precie de tal, resultan indisociables de la práctica, pero tal indisociabilidad obedece a una visión muy diferente. Mientras que para el misional la práctica ha de estar en función de una convicción, de alguna especie de verdad revelada, para el cientista dialógico el saber está en función de corroer los prejuicios que levantan los obstáculos al diálogo y el acuerdo.

c) Como el cientista misional, el dialógico pone a girar su eje disciplinario en torno a la relación entre teoría y práctica, y se centra más en actitudes sintéticas y críticas que analíticas. Como aquel, el cientista dialógico se inclina hacia las nuevas lógicas de la interdisciplinariedad y transdisciplinariedad y da la bienvenida al hecho de la pluriparadigmaticidad y a la concepción de complejidad (E. Morin) de las ciencias sociales, mas rechaza cualquier cierre dogmático.

d) Finalmente, al igual que el misional el profesional dialógico impugna categóricamente la epistemología de la tradición cartesiana. Empero, una vez más, a diferencia de aquel no lo hace en función de una ética redentora sino de negarse a cosificar al otro y poder abrir las puertas a su comprensión (Verstehen) (4), el diálogo y el entendimiento. Por ello, su orientación cognoscitiva busca ser incluyente y rechaza posiciones dicotómicas acerca del bien y del mal. En pocas palabras, este tipo de cientista no concibe su saber separado de la acción social.

2. Epistemología, ética y perfil profesional del cientista social

Los tres perfiles ético-profesionales del cientista social precedentes tienen, como se ha asomado, claros compromisos epistemológicos. Seguidamente se visualizarán concisamente estos compromisos para, luego, ofrecer una apuesta desde una teoría crítica de la sociedad reformulada en términos dialógicos.

El especialista con frecuencia tiene su anclaje en un tronco epistémico que afirma que el conocimiento de lo real, si es un conocimiento depurado de los prejuicios de la subjetividad, resulta neutro con relación a los juicios de valor. Es decir, lo real nada dice acerca de qué decisiones tomar en materia ética, estética, religiosa o política. Max Weber (1967), buen lector de Nietzsche, resulta un excelente exponente de esta visión epistémica, como también las propuestas del positivismo lógico generadas desde el Círculo de Viena. Sin embargo, hay excepciones, especialmente en el positivismo decimonónico que, aún defendiendo la concepción del especialista, introduce tras bastidores una filosofía de la historia (Comte, Spencer) o aprecia que hay lógicas evolucionistas sociales que permiten al científico discernir entre fenómenos sociales normales y fenómenos patológicos (Durkheim, 1998).

Para el profesional especialista, la producción de conocimientos ha de circunscribirse a parcelas reducidas de lo real, dada la imposibilidad del sujeto de aprehender la totalidad, categoría esta última que sólo puede considerarse en términos regulativos –tal como se desprende de la gnoseología kantiana. La práctica del saber ha de resultar lo más ascética posible para obtener un saber no contaminado. Por ello, la disciplina metodológica, que pone al sujeto y sus simpatías dentro de una camisa de fuerza, resulta fundamental. En el fondo, y como ya se dijo, este perfil de cientista consagra el divorcio cartesiano entre sujeto y objeto, entre teoría y hechos, supeditando el primer polo al segundo por medio del método que, en última instancia, determinará lo cognoscible.

El resultado esperado en la práctica del especialista consiste en un saber neutro y seguro de sí mismo, que no se hace responsable por las decisiones que, en su visión, corresponde tomar al político. En el caso de las ciencias sociales, ello da lugar a una visión cosificadora del objeto que, como objeto social, resulta un sujeto.

Precisamente contra esta cosificación de lo humano se levantó críticamente en más de una oportunidad el profesional misional. Para éste el saber no puede considerarse ascética ni neutralmente sino como medio para la emancipación, terrenal o no, del ser humano. Generalmente su marco epistemológico está cargado de una metafísica dura en el sentido de que en lo real se va desentrañando un sentido que apunta a la liberación humana. Las filosofías de la historia derivadas de la Ilustración (Hegel, Marx, Comte) o teorías con un diáfano matiz de verdad teológica, revelada, son expresiones de esta matriz. Este cientista social se considera a sí mismo portador de una verdad histórica, lo que lo marca por una fuerte convicción de que tiene la misión de ayudar a que se termine de reconocer e, incluso, de realizar en el mundo. Que esa verdad se materialice en la Historia o en la Ciudad de Dios supone la redención de la humanidad y ello justifica su acción.

Ambos perfiles profesionales aplicados a las disciplinas sociales están comprometidos con epistemologías autoritarias. El primero, el especialista, porque se legitima a sí mismo como portador de un saber especial al que el lego no tiene acceso por carecer de método. Sólo algunos, entrenados para dicho fin, acceden a ese saber que el otro no sabe y al que debe plegarse si quiere obtener éxito en los objetivos propuestos. Ésta ha sido la forma tradicional de legitimarse las profesiones y su estatus social, desde el “médico brujo” hasta el presente. Aquí, en lugar del diálogo se impone la información. En términos habermasianos, la actitud del profesional con relación a su objeto (sujeto) de saber pretende ser la de una tercera persona (Habermas, 2002), la de un observador distante –actitud imposible en ciencia social según el sociólogo y filósofo alemán.

El cientista misional resulta autoritario en un sentido diferente: procura divulgar, imponer y realizar en el mundo una verdad redentora. Ella no ha sido la forma tradicional de legitimar las profesiones modernas, pero en determinados contextos políticos se ha impuesto a la hora de diseñar planes de estudio en el marco de las ciencias sociales. Por ejemplo, en los llamados socialismos reales o en muchas Escuelas de América Latina que, arrastradas por el influjo de la revolución cubana, institucionalizaron programas marxistas con una clara vocación de formar cuadros políticos, toda vez que lo político y lo científico resulta inseparable para este perfil. No es de extrañar tampoco que dichos programas marxistas se hayan conjugado perfectamente con las metodologías positivistas, tal como lo conseguimos en los manuales de la Academia de Ciencias de la extinta Unión Soviética.

El cambio de estas posturas autoritarias a una de corte dialógico emerge con fuerza desde mediados del siglo XX. La epistemología de Ludwig Wittgenstein resultó emblemática al respecto. Su centro de reflexión giró alrededor del lenguaje. En su primera etapa, la del Tractatus, como intento de construir un lenguaje depurado, lógico descriptivo, sin contaminación metafísica. Intento que impulsó al neopositivismo en Viena durante las primeras décadas del siglo. Pero después, a partir de los años cuarenta, con las Investigaciones Filosóficas, emerge otro Wittgenstein, uno que se desdice de gran parte de su intento primero y que, con su tesis de los juegos de lenguaje, da apertura a la revolución copernicana que supone la epistemología postpositivista (5). Si el positivismo y las corrientes próximas a éste –como el racionalismo crítico de Popper– afirmaban que los lenguajes teóricos eran negados o no por los hechos, el postpositivismo afirmará que no hay hechos sin lenguaje teórico previo que los constituya. En consecuencia, los hechos no niegan ni confirman una teoría, a menos que aparezca una triangulación con una segunda teoría que, según unos determinados criterios, resulte mejor que la anterior. Pero con ello, lo que tenemos, en principio, es una confrontación entre dos lenguajes teóricos compitiendo entre sí para dar cuenta de un hecho X, tal como procuramos esquematizar en la siguiente figura:

Ante los hechos hay, entonces, un mercado de teorías con sus propias hechuras, esto es, con sus propias formas de construir lingüísticamente esos hechos; con lo cual, aparece una inquietante duda sobre si se trata en el fondo del mismo hecho X cuando al menos dos teorías tratan de dar cuenta del mismo. Mas este dilema no se abordara aquí. Baste decir, por el momento, que los hechos admiten diferentes construcciones, que algunas de ellas no resuelven determinados problemas planteados mientras que otras sí. En todo caso, la epistemología postpositivista, al afirmar la primacía de la teoría sobre los hechos se abre a la cuestión hermenéutica, esto es, a la cuestión de que sobre lo real siempre caben diversas interpretaciones legítimas, con lo que se quiebra el autoritarismo veritativo del positivismo o del marxismo, de los fundamentos epistémicos de los perfiles profesionales especialista y misional. Y con ello emerge también un nuevo perfil de cientista social, el que hemos denominado dialógico.

La legitimidad del profesional dialógico no vendrá dada por ser portador de un saber especial completamente desconocido al lego, ni por ser portador de un saber verdadero que clama por realizarse para liberar a la humanidad, sino que vendrá dada por una voluntad de escucha (Ricoeur) de diferentes voces (interpretaciones) que tienen algo que decir sobre los hechos de la vida social. Ahora bien, valga una interrogación ético-política, ¿qué hacer con esa capacidad de escucha? La respuesta dentro del postpositivismo no resulta unívoca. Las tendencias más radicales tienden a «estetizar» la cuestión al reducir la discusión ética y epistémica a metarrelatos (Lyotard) impugnados como formas de dominación. Las corrientes pragmatistas, por el contrario, y ante la imposibilidad de tener criterios sólidos del carácter veritativo de una teoría dada, consideran que el lugar de elección ha de ser ético puesto que no hay teorías adoptadas sin consecuencias prácticas (cf., especialmente, R. Rorty).

3. Apuesta por una teoría crítica renovada

En los últimos años he propuesto una serie de líneas gruesas para delinear una teoría crítica de la sociedad en una clave dialógica y con voluntad democratizadora (Seoane, 2001; 2005). Con ello, he procurado contribuir a ofrecer una respuesta a la pregunta del párrafo precedente. La inspiración original se encuentra en la teoría crítica de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Marcuse y Adorno). Para estos pensadores sólo cabe hablar de teoría como intento de mejorar la vida humana. De otro modo, el esfuerzo carecería de sentido. En tal dirección, unas ciencias sociales críticas deben abocarse a proporcionar los criterios más viables y menos dolorosos posibles para, dados los recursos existentes, aminorar al máximo el sufrimiento de los excluidos.

El problema con la teoría crítica frankfurtiana original ha consistido, a mi entender, en su carácter maximalista en materia ético-política. Para ella, el cambio parcial era falso porque la totalidad determina a las partes. Comprometida en sus inicios con un marxismo heterodoxo, lukacsiano y korschiano, se volvió políticamente estéril al, por un lado, proclamar la necesidad de una acción transformadora radical pero, por el otro, declarar la inviabilidad contemporánea de tal accionar (Horkheimer y Adorno, 1969) –y hasta de su inconveniencia por la peligrosidad de perderse las pocas conquistas democráticas logradas.

Los mismos cambios conducentes al postpositivismo reclaman reconsiderar la teoría crítica en forma más modesta, al menos en los tiempos que corren. Uno de los problemas centrales de aquella teoría frankfurtiana de primera generación estribaba en que se reclamaba el cambio total: se trataba de un “Gran Rechazo” (Marcuse) en función de construir “lo enteramente otro” (Horkheimer). En otras palabras, era una teoría crítica de cambios máximos impulsados por una idea de felicidad, aunque fuese encubierta bajo la óptica de una dialéctica negativa. La teoría crítica actual debe incorporar las corrientes ético-políticas democráticas que se han venido desarrollando en las últimas décadas con los planteamientos de Habermas, Apel, Rawls, Cortina, Savater, Davidson, Rorty, por sólo citar unos pocos. Son éticas que se orientan hacia principios de justicia y no a máximos de felicidad. Reconocen precisamente que sobre estos últimos hay muchas concepciones diversas, más o menos subjetivas, que pueden coexistir siempre y cuando se logren unos principios concertados de justicia que regulen las relaciones sociales y que coadyuven en la lucha contra los totalitarismos. En efecto, mientras la felicidad puede llegar a ser una elección completamente personal, la justicia implica siempre una relación que no puede reducirse a una sola persona. La justicia es, en sí misma, una cuestión social; insoslayable para una teoría crítica de la sociedad. En contraste, las concepciones de felicidad están más comprometidas con el ámbito de lo privado, siendo el caso de que en una sociedad democrática debe dársele la bienvenida a su diversidad.

De esta manera, una teoría crítica de la sociedad en clave dialógica buscará proporcionar saberes que impulsen acciones democratizadoras de los diferentes espacios societales. Instituciones como la empresa, los medios de comunicación social, las escuelas y universidades, las dependencias gubernamentales, etc.; conforman sitios privilegiados para la acción democratizadora. En especial, en las instituciones de educación formal se requiere de una mayor concienciación de las implicaciones éticas de los discursos epistemológicos hegemónicos, de aquellos discursos que se imponen en el diseño de las políticas públicas y que suponen formas autoritarias de relación entre los organismos ejecutantes y la población objeto de las mismas. En función de esto último se han presentando estas líneas.

Si, para cerrar esta parte, se conjuga, 1) la demanda ética de la primera teoría crítica frankfurtiana, demanda que se expresa en que el sentido del quehacer de la teoría consiste en el mejoramiento de la vida humana; 2) la demanda de las corrientes éticas dialógicas de concentrarse en cuestiones de justicia más que de felicidad de cara a una mayor democratización social; y, 3) las propuestas postpositivistas que quiebran los autoritarismos y pretensiones totalitarias epistemológicas que servían de plataforma a lo que en este trabajo se ha llamado los perfiles ético profesionales especialista y misional de cientista social; concluiremos, entonces, que la teoría crítica dialógica apuesta, a la hora de pensar en diseñar programas para la formación de científicos sociales, por un perfil orientado por un ethos democrático y democratizador, con una clara «vigilancia epistemológica» (Bourdieu) sobre sus compromisos metateóricos (especialmente los ontológicos y antropofilosóficos) y, por coinsiguiente, por una discusión ética explícita sobre las concepciones de ciencia y sus consecuencias prácticas.

4. Para terminar

En este trabajo se ha buscado relacionar el cientista social que adviene con los cambios epistemológicos del último medio siglo, un cientista social definido en términos dialógicos, con una reformulación de la teoría crítica que, a mi juicio, también se reclama a partir de los mismos cambios. Se trata de una ciencia social con una definida «voluntad de escucha» hacia otros saberes académicos o no. Saberes transidos por lo pluriparadigmático, lo interdisciplinario, lo transdisciplinario y lo complejo. Se trata, sobre todo, de constituir una ciencia en diálogo franco con los objetos de su práctica profesional, que siempre son sujetos humanos en situaciones humanas, dotados de su propia sabiduría, sujetos que, como señala Habermas, Heller o Rorty, por sólo nombrar tres, son quienes pueden corregir los saberes del propio cientista social. Sujetos que, a la hora de diseñar y aplicarse políticas públicas que los afectarán, deben jugar papeles protagónicos en una toma de decisiones que sea el producto de una comunicación lo menos asimétrica posible. Esto último marca su actitud crítica.

Sin duda, esta transformación del perfil profesional en la ciencia social no es un simple buen deseo de este ensayo. Cada vez son más los cientistas sociales asociados con el trabajo de las organizaciones no gubernamentales. No son académicos, ni funcionarios del Estado como tampoco de la empresa capitalista. Su oficio (¿profesión?) se centra en la comunicación con las comunidades con las que trabajan en conjunto, resultando no pocas veces intermediarios entre esas comunidades y el Estado o la empresa. Su ejercicio permanente consiste en la «voluntad de escucha» y en el diálogo convincente y persuasivo. Su accionar es, en otras palabras, dialógico. Se trata de cientistas que son muestra palpable del advenimiento de una nueva identidad profesional, con una mayor vocación democrática y democratizadora. La esperanza crítica quiere que esa nueva identidad se imponga legítimamente en el Estado y en la empresa capitalista, si bien en estas últimas instancias son muchas las fuerzas que conspiran en contra. Empero, para que ello se logre se precisa, y no con menos intensidad, un cambio sustantivo en el propio mundo académico que forma al cientista: la universidad y otros centros de investigación. Se reclama que lo que ocurre en la práctica de muchos profesionales y en el debate académico elitista mundial sobre las nuevas epistemologías y las repercusiones éticas de las mismas se incorpore en los curricula de nuestras carreras de ciencias sociales, enfatizando la reflexión sobre los supuestos, muchas veces autoritarios, de las concepciones hegemónicas de ciencia y sus formas de encarar la investigación y la formulación de acciones públicas. Ello implica, a mi entender, impulsar curricula más flexibles, que permitan mayor movilidad estudiantil y profesoral entre los diferentes campos del saber, que den apertura a los cursantes a la diversidad de rutas académicas a seguir, que se vinculen directamente con las problemáticas del entorno y cómo las mismas resultan percibidas y definidas por sus actores implicados, que no rehúya, en pocas palabras, la reflexión metateórica a partir de un eje transversal ético-político democrático y democratizador.

En este trabajo se ha apostado, en síntesis, por una ética profesional dialógica que aspira a no agotarse en el mero diálogo sino que marcha animada por una acción democratizadora responsable, una ética que impugna cualquier intento de concentración de los poderes, sean políticos, económicos, cognoscitivos o de cualquier otra naturaleza. Una ética que emerge en las últimas décadas a partir de reformulaciones en el marco de las filosofías de la ciencia, de la moral y de la política contemporáneas y que condiciona un nuevo perfil profesional del cientista social, un perfil que en buena medida se comienza a materializar en las propias prácticas profesionales y que demanda importantes transformaciones de los entornos académicos que los forman.

Notas

1. Estos perfiles remiten a la metodología weberiana de los tipos ideales. En los términos de Weber, “Constituye este (el tipo ideal) un cuadro conceptual que no es la realidad histórica, al menos no la «verdadera», y que mucho menos está destinado a servir como esquema bajo el cual debiera subsumirse la realidad como espécimen, sino que, en cambio, tiene el significado de un concepto límite puramente ideal, respecto del cual la realidad es medida y comparada a fin de esclarecer determinados elementos significativos de su contenido empírico. Tales conceptos son formaciones en las cuales, por aplicación de la categoría de posibilidad objetiva, construimos conexiones a las que nuestra fantasía, disciplinada y orientada en vista de la realidad, juzga adecuadas” (Weber, 1973: 82. El paréntesis es mío). Además, “(...) su construcción tiene siempre, dentro de las investigaciones empíricas, el único fin de «comparar» con él la realidad empírica, de establecer su contraste o su divergencia respecto de él, o su aproximación relativa, a fin de poder, de este modo, describirla, comprenderla y explicarla por la vía de la imputación causal, con los conceptos comprensivos más unívocos que sea posible” (Ibid: 264). De este modo, cuando en el marco de este trabajo se trata de perfiles típico ideales ético-políticos del profesional de las ciencias sociales se hace referencia a conceptos sobre las implicaciones prácticas de las concepciones de ciencia asumidas, especialmente, en las instituciones formadoras de estos profesionales. No obstante, con ajuste al sentido weberiano del tipo ideal, cabe señalar que éste difícilmente se encuentre en estado puro en la “realidad”. Más bien, lo real suele participar en mayor o menor medidas en varios tipos ideales. Lo que interesa destacar, en todo caso, son las rasgos predominantes de lo real en relación con un concepto típico ideal en un momento y lugar determinados.

2. Dice Lukács en 1923: “Por la especialización del rendimiento del trabajo se pierde todo cuadro del conjunto. Y como a pesar de ello es imposible que se extinga la necesidad de una captación, gnoseológica al menos, del todo, se producen la impresión y el reproche de que sea la ciencia misma, que trabaja del modo descrito para la producción, o sea, quedándose también presa en la inmediatez, la que destruye y fragmenta la totalidad de la realidad, perdiendo con su especialización la visión del todo” (Lukács, 1969: 112). El marxista húngaro se desdijo después de esta obra, mas sostuvo este tipo de crítica en trabajos posteriores: “Al convertirse, exactamente lo mismo que la economía, etc., en una ciencia concreta rigurosamente especializada, se le plantean a la sociología, como a las demás ciencias sociales específicas, problemas condicionados por la división capitalista del trabajo” (Lukács, 1976: 472). Esa especialización conlleva una reificación del método que constituye el objeto de estudio a su imagen y semejanza, convirtiendo los productos de la ciencia en un lecho de Procusto. Heidegger alerta bien sobre ese peligro: “El método no es una pieza de la indumentaria de la ciencia entre otras, sino la instancia fundamental a partir de la cual se determina lo que puede llegar a ser objeto y cómo puede llegar a serlo” (1985: 83).

3. Se quiere hacer referencia aquí a la enriquecedora reflexión de Max Weber con relación a las éticas de la convicción y de la responsabilidad, entendidas desde el esquema metodológico de los tipos ideales. Al respecto, un reconocido intérprete del teórico afirma: “El partidario de la primera (ética de las convicciones) es el hombre de principios, de pureza intransigente, animado únicamente por el sentimiento de la obligación hacia lo que considera su deber, sin tener en cuenta las consecuencias que puede acarrear la realización de su ideal. (…) Se trata, por lo tanto, de una moral incondicional, del todo o nada; por esta razón cuando choca con una resistencia decidida, da por lo general media vuelta y cae en el milenarismo, ya achacando su impotencia a la estupidez humana, o apelando a la violencia con el pretexto de poner fin a toda violencia” (Freund, 1986: 31. El paréntesis es mío). En cambio, “El partidario de la ética de la responsabilidad, por el contrario, tiene en cuenta lo posible, valora los medios más apropiados para alcanzar el fin, consciente de la misión a realizar y de su responsabilidad con respecto a los demás, así como de las consecuencias que pueden originarse.” (Ibidem).

4. El método positivista, afirma Dilthey, puede explicar (Erklären) pero no puede comprender (Verstehen). Explicar supone establecer desde una causalidad efectiva la relación regular entre dos fenómenos. Explicar es siempre dar cuenta causalmente. Comprender es un conocer cuya orientación apunta a la singularidad productora de la interioridad humana (Maceiras y Trebolle, 1990: 41-43), a la captación del sentido de un ser (humano) ajeno que se ha objetivado en una obra, a la respuesta a preguntas tales cómo ¿qué significa? ¿Qué ha querido decir? ¿A quién va dirigido y por qué? ¿Cómo se relaciona esto con aquello? La comprensión se vuelve así un método de investigación requerido por las ciencias sociales, método que tiene incluso un claro anclaje ontológico social toda vez que la vida en sociedad supone como condición necesaria la comprensión del otro desde la que se constituye la comunicación (Gadamer, Ricoeur, Habermas, Heller, entre otros). Una vez más con Weber hay que decir que las disciplinas sociales también tienen una «sed causal», al igual que las naturales, si bien las primeras exigen comprensión: “Podemos suponer, incluso, que se logre de algún modo la más rigurosa demostración empírico-estadística del hecho de que en una determinada situación todos los hombres que están implicados en ella hayan reaccionado invariablemente del mismo modo y en el mismo grado, y que continuarán reaccionando así cada vez que dicha situación sea recreada, en sentido experimental, hasta el punto de que la reacción puede ser «calculada» en el sentido más literal del término. Pues bien, esto, en sí mismo, no hace avanzar un solo paso la «interpretación», puesto que el haberlo demostrado, de por sí, no nos pone aún en situación de poder «comprender» (verstehen) (sic) el «porqué» ocurre esta reacción y por qué siempre es del mismo tipo. Y no estaremos en situación de poder comprenderlo (verstehen) (sic) mientras que no se nos dé la posibilidad de «reconstruir» «internamente» sus motivaciones en nuestra imaginación: sin ello la demostración empírico-estadística de la regularidad de la reacción, por muy amplia que se la pueda concebir, no conseguirá satisfacer los criterios a los que hace referencia la cualidad del conocimiento que nosotros esperamos de la historia y de las «ciencias» del «espíritu» que están, en este aspecto, ligadas a ella” (Weber, 1992: 83-84). En otras palabras, “En síntesis, nosotros no comprendemos el comportamiento de las células, o de los cuerpos o los elementos químicos. Lo que hacemos, a juicio de Weber, es captarlos funcionalmente, determinándolos con ayuda de las leyes a las que están sometidos. Para esto, a la vista de este objetivo, empleamos la «explicación causal observadora». Como en la historia y demás ciencias de la acción tenemos que comprender la conducta de los individuos partícipes, se impone la necesidad de intentar la «explicación causal interpretativa»” (Gil, 1997: 74). Resta, para cerrar ésta ya larga nota, que Habermas (1999) aprecia que el concepto de “comprensión” tan propio de las ciencias sociales se constituye en modelo ético-político para una racionalidad comunicativa orientada al entendimiento bajo criterios democratizadores. Así, el concepto de “comprensión” resulta inseparable de consideraciones epistemológicas, metodológicas, ontológicas, éticas y políticas.

5. Seguidamente se precisa un poco el uso del término “postpositivismo”. Los cambios epistemológicos que acontecen especialmente desde 1945 han tratado de bautizarse con diferentes nombres: en Venezuela Martínez Míguelez habla de «nuevas epistemologías», otros prefieren hablar de «postempirismo» y otros de «postpositivismo». Este trabajo opta por el último nombre porque parece resultar poco más preciso que los dos primeros para lo que aquí se quiere tratar con relación a perfiles éticos vinculados con epistemologías emergentes desde el rechazo a varias de las tesis neopositivistas, con énfasis en la de la existencia de un lenguaje privilegiado (fisicalista) para dar cuenta del mundo positivo. El prefijo post se debe entender como crítica a ese positivismo. Cabe mencionar que el mismo quiere significar que no agrupa una corriente o escuela de pensamiento definido, con una identidad bien delimitada (Phillips y Burbules, 2000: 25-26). Por el contrario, el postpositivismo reúne una serie de corrientes, pensadores y obras de una gran amplitud y no siempre conciliables entre sí salvo por una serie de principios mínimos pero lo suficientemente claves como para constituir una concepción sobre la ciencia. De esta manera, el postpositivismo arranca del principio negativo de que no hay lenguaje privilegiado acerca de lo real, que no existe un «mundo lingüístico» que pueda confrontarse directamente con un «mundo no lingüístico»; que, en última instancia, no hay hechos sin teorías ni datos sin una conciencia que, como la definiera Franz Brentano, resulta siempre intencional. En consecuencia, cabe afirmar que el postpositivismo reconoce que hay más de un lenguaje que puede dar cuenta legítimamente del mundo.

Referencias bibliográficas

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