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Revista Venezolana de Estudios de la Mujer

versión impresa ISSN 1316-3701

Revista Venezolana de Estudios de la Mujer v.15 n.35 Caracas dic. 2010

 

Mar adentro. Minúsculo homenaje a rosa ciancio

Gioconda Espina

En abril de 2010 anunciamos por la red que Rosa Ciancio había muerto. Pocas horas después, en la funeraria, oímos por segunda vez a Alba Carosio decir que Rosa era la mujer que, en su opinión, mejor escribía. Lo decía no porque la hubiera leído sino por haberla oído en un encuentro feminista realizado en Maracaibo, el primero de todos entonces, en 1979. Conversando con Gladys Parentelli, la compañera por décadas de Rosa Ciancio, pensamos en proponerle a Alba la publicación de algunos de sus textos con una o dos notas que la presentaran a los lectores de la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela, que dirige Alba como directora del CEM de la UCV.

En julio llegué a la casa de Rosa y Gladys y, en pocas horas entre sus cosas, pude conocer lo que había dejado perfectamente organizado: los libros de la biblioteca en la sala, cuatro o cinco blogs escritos a mano en italiano y francés, dos tesauros por ella realizados o, más bien, coordinados, en Caracas y en Milán; la fotocopia de unos poemas escritos en italiano en Cerdeña, Italia, y en Curiapo, Venezuela; y la colección completa y empastada por Gladys, de la revista Clave, donde Rosa escribió regularmente «Mar adentro», una columna sobre asuntos cotidianos, TV, libros y películas, escritas con humor y una posición explícitamente feminista. En «Mar adentro» leemos a Rosa sobre Jesús feminista, los hombres con toallas en los hombros sin niños y mujeres con niños que van y vienen a la playa en los autobuses que se agarraban en el Nuevo Circo, los libros dirigidos a niños, la que llama educación para la muerte y la educación sexual, los «uterólogos» y las «amamantadoras», los crímenes pasionales, cómo se desperdician las proteínas, los piropos, etc. También sobre la doble moral que se escandaliza por los amoríos extramatrimoniales de un ministro de la Thatcher, sobre presentación sistemática del gay como personaje cómico de los programas de TV, sin excluir al entonces canal del Estado y sobre María Callas, Santa Teresa del Ávila, etc. Aquí estamos reproduciendo algunas entregas de indudable actualidad.

La revista Clave, editada por el Ministerio de Información y Turismo y el Consejo Nacional de la Cultura, fue dirigida el tiempo que duró –desde 1981 a 1984– por Teresa Alvarenga, gran amiga de Rosa, quien en la funeraria comenzó a responder mis preguntas sobre la que creo yo que fue la mejor obra de Rosa: la obra de asistencia social a los más pobres de los lugares en los que vivió, como enfermera y religiosa. A Teresa, una periodista con la que estudié Letras en la UCV en tiempos de renovación universitaria (finales de los 60), le debo ahora la precisión acerca de la naturaleza de aquella obra que suponía yo era una orden o congregación religiosa. Por no saber hasta ahora de qué había sido parte Rosa es que siempre creí que era una monja que, como se dice, «había colgado los hábitos».

CASI UNA MONJA

Rosa, nació en Parma el 10-8-1934 y quedó huérfana de padre a los 9 años (días antes de morir decía que quería irse ya con su papá). Del año 54 al 58 estudió enfermería en Bruselas, pero desde 1954 comenzó a asistir a las clases de catequesis en la parroquia belga por un boletín supo de un grupo misionero de mujeres sin hábito pero que, como las monjas, igual hacían voto de pobreza, celibato y servicio a los más desposeídos. Al graduarse de enfermera y ya como parte de la organización Auxiliares Femeninas Internacionales, AFI, hizo pasantías en Bélgica, Francia y —desde el año 60 hasta 1965—en Bassir, Siria. El árabe lo había comenzado a estudiar en Líbano el año 60, por eso es que en sus libros encontramos la fecha de adquisición en números árabes. El padre Juan Cardón –con el apoyo del Obispo de Caracas, Henríquez— solicitó que AFI enviaran auxiliares a Caracas, pasaron cuatro años antes de que llegaran Luisa Moruzzi y Carolina Codetta que ya venían de Bruselas, Canadá, Chicago y Evanston en EEUU. Aquí se les unió Teresa Alvarenga, que asistía en la Parroquia de la UCV a «reuniones de reflexión y acción sobre el apostolado de avanzada» (T. Alvarenga, 18-72010). Más tarde llegó Teresa Corso y en 1968 llegó Rosa Ciancio de Roma (allá la conoció Gladys), donde había estado trabajando (1965- 66) con estudiantes universitarios.

Llegó Rosa a Caracas, precisa Gladys, el 18 de octubre de 1968 y al año siguiente ya estaba en Curiapo. Del 70 al 72 estuvo organizando en el Hospital de Niños de Caracas la Acción Voluntaria de Hospitales, conformada por esas que llamamos «damas azules». Del 72 al 77 trabajó en FIPAN en los programas de educación sexual (la directora era Teresa Albánez); el 78 trabajó en CESAP (con Rosa Paredes y otras), del 78 al 79 trabajó en la Fundación del Niño con Blanquita Pérez en el programa de Hogares de Cuidados Diarios, un programa auspiciado por UNICEF. El 79 volvió a FIPAN un año y de 1980 hasta 1984 trabajó –por primera vez—en el Banco de Libro. Entonces, dice Gladys con tristeza, se le metió en la cabeza que «los elefantes van a morir al lugar de donde salieron» y se fue a Italia (1985-88). En Milán organizó con Piera Codognotto y Adriana Perrotta, el tesauro sobre el movimiento de liberación de la mujer de Italia, el cual se publicó en el boletín No. 6 de la revista Linguaggiodonne. Gozaba de muy buena salud ese elefante, así que el año 88 regresó a Caracas donde estuvo trabajando, por segunda vez, en el Banco del Libro, hasta el 2006, cuando puso la renuncia porque estaba perdiendo la memoria y, recordando ahora su excusa para irse a Italia tres años, perder la memoria es algo que un elefante no puede permitirse. En 1991, trabajando en el Banco del Libro, fue la Jefa de la Oficina del Tesauro sobre literatura infantil venezolana, cuyo autor fue Alberto Villalón.

Después de la renuncia, Rosa se metió en su casa a leer la prensa diaria y a escribir en esos blogs cuyo contenido desconocemos todavía, a salir cada vez menos y a hacer lo mínimo sola, como si estuviera en clausura: desayuno con cereales, nueces y pasas; yogures, café y jugos en el día. Luego vino el comienzo de senilidad que obligó a Gladys a ingresarla en la primera casa hogar, de la cual la sacó pronto porque la dopaban y hasta le daban la comida en la boca, con lo cual perdió la autonomía que tanto defendió en la vida. En la segunda casa hogar todo iba mejor, pero se cayó y debieron operarla para ponerle una prótesis que se infectó. Todo lo que siguió fue un horror conocido por mucha gente que me ha seguido hasta aquí. Cualquiera que hubiera hablado media hora con Rosa, sabría que a ella tal horror le resultaría más insoportable que al resto de los mortales y que, claramente y con toda razón, nuestra enfermera quería y sabía cómo salir, así que se quitaba los tubos y no abría la boca para recibir alimentos. Todo se fue complicando en su organismo y así murió de infarto el 30 de abril de 2010. En su velorio había un ambiente de reunión social: sólo estaban sus íntimos y, a diversas horas, feministas venezolanas que supieron la noticia por la red. Era como que todos sus amigos estuvierámos pensando que Rosa se merecía ese descanso final, después del combate en la Sanatrix y el Hospital Militar. Todos hablábamos como si ella estuviera sentada entre nosotros, como si estuviéramos de visita. La ironía que marcaba su verbo no la abandonó hasta el final: por ejemplo que la infección causada en una clínica privada se la quitaran en un hospital militar del gobierno que detestaba y que el carro fúnebre no pudiera avanzar hasta el cementerio porque era primero de mayo y la «marea roja» progubernamental iba en la misma dirección del carro. Cosas que le hubieran causado más de una sonrisa y algunas líneas.

EL EVANGELIO SEGÚN JOSÉ

Entre sus cosas encontramos dos tarjetas dirigidas a Rosa de dos autores a quienes ella escribió en su momento: Marguerite Yourcenar, de quien había escrito varios artículos que no encontré en la visita a su casa (tampoco encontré los textos que Alba oyó en Maracaibo) y de José Saramago, a quien conmovió por su carta a propósito del Evangelio según Jesucristo. De esa carta sólo conoceremos lo que Saramago recogió el 18 de mayo en su Diario 1 de l993 (ver Cuadernos de Lanzarote, Alfaguara): «Rebuznan los Laras, los Lopes y los Cavacos del Gobierno de Portugal, cocean los asambleístas socialdemócratas de Mafra, y una mujer de Venezuela me escribe esta conmovedora carta: ´Gracias por el pan de sus palabras. Acabo de terminar su Evangelio, que a pesar de ser según Jesucristo prefiero llamarlo según José. ¿Cómo, con cuáles palabras, una mujer lectora de toda su obra traducida puede tratar de agradecerle cada una de sus palabras? Sería como agradecer la dulce miel a las abejas y el aceite y el vino y las estrellas. Imposible. Nos regale todavía sus palabras, nos lleve todavía un poco de vida; ignoro si su fatiga tendrá una recompensa, pero… esta luna, como un pan hecho de luz (frase del Evangelio de Saramago) queda para siempre» (pp.60-61)

Al día siguiente supo Saramago y así lo registró en su diario que al escritor más importante de Polonia (a este sí lo nombra: A. Sczcipiorski) le había gustado muchísimo el Evangelio; entonces, Saramago imagina una posibilidad que a Rosa quizás le hubiera gustado, al menos un tiempo breve: «lo que más me gustaría hacer a esta altura de la vida (es) reunir en un solo lugar, sin diferencia de países, de razas, de credos y de lenguas, a todos cuantos me leen y pasar el resto de mis días conversando con ellos» (Ibid: 61).

Rosa Ciancio con Argelia Laya Foto: Gladys Parentelli

Rosa Ciancio, al fondo María del Mar Alvarez y Gioconda Espina Foto: Gladys Parentelli

Rosa Ciancio: camino de perfección, 300 años de censura; columna libros y autores, Clave n° 20, 03-10-1982, p. 7

En la noche del 4 al 5 de octubre de 1582 moría Teresa de Cepeda y Ahumada. En aquella misma fecha se producía la reforma del Calendario por parte del papa Gregorio XIII, suprimiendo, repentinamente, diez días, causa que conmemoremos la muerte de Teresa el 15 de octubre; este año la cristiandad conmemora el cuarto centenario de ésta.

Hemos esperado ansiosamente alguna celebración en nuestro país de tan señalada fecha, nada se ha hecho todavía, a pesar que en muchos países, y no solo en los de habla hispana, la celebración ha asumido visos de acontecimiento mundial.

Nacida en 1515, en Ávila, se la conoce como santa Teresa de Jesús; en algunos países, para diferenciarla de la otra Teresa, la de Lisieux, se la denomina santa Teresa la Grande.

Grande e inmensa debe haber sido para que la mismísima Iglesia la reconociera santificándola y, después, proclamándola ¡Doctora de la Iglesia! Nuestra Santa es conocida por su inmenso y cuán esforzado trabajo de reforma de la Orden del Carmelo, la cual, entre nos, estaba un tanto relajadita en su tiempo. En la citada Orden, profesó, vivió y se santificó. Se acercó a Dios y a los deleites y sufrimientos que este acercamiento procura en forma muy especial, hasta entrar a hacer parte de la tolda, un tanto misteriosa, de los místicos. El varón y la mujer comunes no entendemos muy bien lo que es ser místico, tener visiones, desprenderse del suelo, entrar en la comprensión de las cosas inefables e incomprensibles para los simples humanos. Sin embargo, el misticismo de Teresa, que se percibe al leer sus obras, nos parece grandioso, profundo y, nos atreveríamos a decir, muy humano.

Decíamos, entonces, que dedicó gran parte de su vida a fundar y reformar Conventos de Carmelitas, a tener visiones que la volvieron sospechosa a los ojos de los Santos Inquisidores (quienes andaban con la oreja parada en aquellos tiempos tenebrosos) y a escribir su obra literaria, lo cual, en cierto sentido, hizo mandada, visto que, al parecer, no le gustaba hacerlo.

Su obra está repleta de llanezas y espontaneidad, nada en ella hay de la pedantería tan propia a los libros de teología y afines. Al leerla una se siente, poco a poco, embargada por el contenido y el estilo de esta mujer que no gustaba de escribir, ni quisiera continuar largamente la faena. Entre estas obras se destacan El libro de las fundaciones, ejemplo a imitar por todo el gremio periodístico por su agilidad, ironía sutil y exquisita belleza. Si bien la joya máxima de su obra, según los expertos, es La morada interior, a nosotras nos encanta Camino de perfección, algo didáctico pero sin pedantería y de claridad inigualable. En esta última obra se presenta algo de supremo interés, a nuestro entender naturalmente. En una de sus páginas, Teresa demuestra unas ideas feministas tan imperiosas e inesperadas para aquella época que, si hoy a nosotras nos asombran deben de haber provocado un principio de infarto en la gente de aquel entonces. ¡Y así fue! La página en cuestión dio origen a una historia de censura casi increíble y absolutamente dramática.

Teresa escribía, hacia 1566, las líneas siguientes:

Señor de mi alma, cuando andábades por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y mas fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre en cuyos méritos merecemos –y por tener su hábito– lo que desmerecimos por nuestras culpas ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas y incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni os osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habiades de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones ¡no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa! Sí, que algún día a de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera, que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres.

¿Qué fue lo que hizo el primer censor, obviamente un eclesiástico, de su obra manuscrita? Sin más ni más tachó con un inmenso borrón su escrito y lo tachó sin explicación alguna ¡al fuego! Posteriormente la santa fue obligada a reescribir todo el libro pero lo borrado, borrado estaba, se perdió y nunca llegó a sus destinatarias ¡las monjas que Teresa tenía que instruir!

Pasaron siglos y nadie sabía nada de lo que Teresa había escrito acerca de un tema tan delicado, hasta que el texto incriminado vio la luz a pesar de los pesares. Al editarse a comienzos del siglo XX, en facsímil fotolitográfico, el texto autógrafo de Camino de perfección, compareció la imponente tachadura ¿qué es eso? Debió de preguntarse el editor, quien procedió, por medio de las técnicas de impresión de aquel entonces, a restablecer el contenido del pasaje censurado. En vano trató el censor eliminar in aeternum el pensamiento de Teresa, allí está vivito y coleando.

Estos avatares nos revelan, como si necesidad tuviéramos, un nuevo elemento a añadir al fresco histórico constituido por la obra de ocultamiento del pensamiento y la obra de las mujeres, bajo todos los cielos y a lo largo de toda la historia.

Al conmemorar el próximo 15 de octubre, los 400 años de la muerte gloriosa de santa Teresa de Jesús, reconocemos la obra de una de las más ilustres mujeres de la historia de la humanidad, quien además de reformadora, mística y escritora conocía extraordinariamente bien la situación de las mujeres de su época, y quien debe de estar sonriendo, allá arriba, de los borrones, censuras, miedos y sobre todo de los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones.

Nota final: Todo parecido con la realidad actual es puramente circunstancial.

Rosa Ciancio: ¡Crimen pasional! Columna mar adentro, Clave n° 24, 20-02-1983, p. 12

Una lee una noticia de prensa presentada así: pureta celosa mata a su joven amante ¡por fin un sabroso drama pasionalsangriento con toque gerontológico! La vieja persona en cuestión, desdentada, artrítica y casi calva, cegada por los celos de una lejanísima juventud, mata, digo: mata, deshace, tritura, aniquila a un Adonis en la flor de la edad, hermoso como para cortar la respiración.

Pobre cuerpo herido, allí está, joven, lindo y encantador, hecho papilla por una vieja bruja, prima hermana de las pilotos de escobas.

Una, después de haberse imaginado todo eso, sigue la lectura de la noticia trágica: la asesina tiene 51 años, naturalmente cavila una ¿a qué lindo mozo se le ocurre tener amores con una tipa de esa edad? Y continúa la lectura, la víctima, el cisne herido de muerte ¡tiene 47 años! Vuelve una a leer, cuarenta y siete ¡son 47 raspados! El latin lover hecho picadillo solo tiene cuatro años menos que la arpía acuchilladora, pero, debe haber un error. No lo hay: pureta celosa mata a su joven amante. Obviamente el periodista que relata el hecho es varón. Solo a un Adonis, de no sabemos cuántas lunas, se le ocurre tildar de joven amante a un señor que se acerca peligrosamente a la recta final de los cincuenta.

Solo alguien muy convencido de que macho es macho tenga la edad que tenga, puede tildar de joven amante a un tipo listo ya para entrar en la infinita y anónima lista de los que no llegan a tiempo, o llegan demasiado temprano, y tildar, por añadidura, a una mujer de 51 años de pureta. Como que nuestros inefables contadores de noticias más o menos sangrientas, nunca se han paseado por las páginas de la pareja Masters y Johnson, los mismitos que han medido con lupa las actividades sexuales de varones y mujeres de 18 a 80 años.

Se dice por allí que el machismo cavernícola, ignorante y tristemente deprimente, está en vías de extinción. Al leer la prensa cotidiana, semanal, mensual, al ver los programas de televisión, al oír los de las emisoras radiales, la realidad no parece apoyar tan esperanzadora opinión. Y lo que es peor, es la casi completa ausencia de reacción a tal sarta de inenarrables estupideces. Todos estamos como hibernados, aceptamos cualquier tipo de planteamiento como si los medios de comunicación estuvieran hablando de E. T. y no de nosotros y de nuestra, todavía, por mucho tiempo, patológicamente machista sociedad.

Rosa Ciancio: Jesús feminista, columna mar adentro, Clave n° 4, 18-10-1981, p. 19

A raíz del proyecto de Reforma del Código Civil, proyecto que, como tantos otros del mismo tenor, yace hibernado en alguna de las numerosas gavetas del Congreso Nacional, se oyeron un sin fin de voces sabias, rigurosas y documentadas, que se oponían al fatídico documento. Unas arrancaban en vivo y en directo de los lugares donde acontecieron los hechos contenidos en el libro del Génesis, otras surgían directamente del patio trasero de la cueva de la familia Cro-Magnon; no faltaron las voces más cercanas: las medioevales y las bizantinas. Las más actuales proclamaban el profundo pensamiento de uno de los tantos emperadores de Prusia que decía, más o menos, que la mujer es el ser de las tres K: Kuche-Kinder- Kiche.

Entre todas, una nos embargó y suscitó nuestra más profunda, tierna y decidida emoción. Se trata del editorial de una revista de cristianos progresistas, de Julio 1981, que solo últimamente tuvimos la oportunidad de leer. El feminismo tiene que hacerse bandera de los cristianos y de la Iglesia, afirma el editorial en cuestión, reconociendo después que los cristianos venezolanos hemos sido muy poco feministas. ¡Dios es grande y la revista de cristianos progresistas es su profeta! En efecto, la sorprendente invitación a volvernos toditos unos cristianos feministas hoy, después de mil novecientos ochenta años de cristianismo, evidencia un estado de prisa absolutamente digno de atención. Atención por parte de esas feministas profetisas del desastre, que se la pasan insinuando que la Iglesia ha marginado y oprimido y continúa marginando y oprimiendo a las mujeres.

Pero la asombrosa invitación a ponernos todos en emergencia pro-feminista no termina aquí, el editorial nos revela un tubazo que hubiera hecho la alegría de cualquier comunicador social: Jesucristo fue un decidido feminista. Obviamente no luchó en favor de la liberalización del aborto o en favor de la reforma de un Código Civil, pero de que fue feminista lo fue. Reconocerlo después de casi veinte siglos de cristianismo no está mal. Imaginamos que el poco espacio reservado al contundente planteamiento no permitió al editorialista ahondar un poquito más acerca de las misteriosas razones que permitieron a la Iglesia de Jesucristo continuar, impávida, a lo largo de tantos siglos, ignorando a quien había sido creada a imagen de Dios, es decir a la mujer.

El poco espacio, por el contrario, obligó al editorialista a pegar un brinco que, desde Jesús feminista, gracias a un tijeretazo majestuoso de diecinueve siglos, llega a Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Vaticano II, Puebla y su santidad Juan Pablo II, afirmando que estos papas y acontecimientos claves han reafirmado la justicia y la importancia de este movimiento mundial de promoción de la mujer. Hecho este que, en honor de la verdad, ha pasado desapercibido para la mayoría las mujeres.

Sin embargo, reconocemos la tardía, pero no por esto menos válida, buena voluntad del editorialista y nos sentimos obligadas a pedir humildemente disculpas si el feminismo que existe ese cargado de ambigüedades y no el que quisiéramos que fuese, es el único hasta ahora que las pobres mujeres que somos, hermanas de Eva en fin, hemos logrado inventar.

Haremos mejor en el futuro, siempre y cuando logremos deshacernos de algunas cositas dichas por allí hace tan poco tiempo como: La mujer no es sino un ser ocasional e incompleto, la cabeza de la mujer es el hombre, Tomás de Aquino.

Rosa Ciancio: Los uterólogos, columna mar adentro, Clave n° 10, 31-01-1982, p. 21

El lenguaje oral y escrito que se usa para referirse a la obra de las mujeres que han cubierto o cubren cargos políticos en estas últimas décadas, ameritaría un análisis todavía por hacer. Hasta cuando estas mujeres detentan el poder se las tolera como fenómenos ineluctables de la naturaleza y de la locura humana, pero una vez que dejan, violentamente o no, su lugar de mando ¡la fiesta se arma! Y se arma, sobre todo, por aquellas cuyo pasado está manchado con actuaciones tan poco conformes con los roles tradicionales de las mujeres. Isabel de Perón y Jang Quing son emblemáticas en este aspecto. Actrices las dos, esposas de presidentes las dos, corruptas las dos, con bandas de uno o cuatro a cuestas las dos. ¡A una la encierran durante años, a la otra casi la ejecutan! Todas las noticias de prensa relacionadas con ellas nunca olvidan la etiqueta de ex actriz. Decir de un actual gobernante ex actor no suena igual en absoluto, hasta suena a hazaña espectacular, mientras que para las mujeres lo de ex actriz suena exactamente a lo que usted está pensando.

Acabamos de leer un libro fascinante acerca de Leonor de Aquitania* de quien el Pequeño Larousse nos informa que fue Reina de Francia e Inglaterra por sus matrimonios con Luis VII Enrique II, y madre de Ricardo Corazón de León. Punto y basta. Sus ochenta y pico de años de intensa actividad política, sepultados bajo las espléndidas etiquetas de esposa y madre. Sin embargo Leonor fue muchísimo más. Ella también si no fue actriz como lo entendemos hoy, mucho se acercó a las artes. Tuvo papel fundamental en el surgimiento del arte de los trovadores en su Aquitania natal, fue poetisa y mecenas, fomentó el arte exquisito de lo que se ha venido llamando el amor cortés. Sus hazañas políticas y diplomáticas permitieron la fusión entre el Norte y el Mediodía de Francia y entre ésta e Inglaterra. Y sin embargo, Leonor o, mejor dicho, las partículas de historia que han llegado hasta nosotros, en estos siete siglos que la separan de nuestra actualidad, además de esposa y madre, la presentan como un tenebroso personaje mezcla de Mesalina y sospechosa protectora de poetas, intrigante y lujuriosa, que solo se salvó gracias a sus alianzas matrimoniales.

Una vez más la obra de ocultamiento y desvalijamiento histórico ha dado sus frutos. Se borra la vida y actuaciones de una mujer poderosa y se nos la presenta bajo una luz ambigua y hasta inmoral.

¡Algunos historiadores llegaron a atribuirle unas aventuras, nada menos que con el famoso Saladino! En verdad, hablando de mujeres los cronistas e historiadores sufren un fenómeno alucinatorio absolutamente digno de ser estudiado. Se nos ocurre una frase de un eminente médico del siglo XIX que, sin sonrojarse, escribía: Parece como si el Señor para crear el sexo femenino hubiese cogido un útero y entorno a él, hubiese construido un cuerpo de mujer. ¡Cuánta razón tenía el Profesor Halbrook en cuestión! Al leer, todavía hoy, ciertas noticias o al oír ciertos eminentes planteamientos acerca de las mujeres que ejercen cargos de alta política (y de la otra también) la impresión es la misma: se piensa en útero y se tejen telarañas entorno a él. Sintiéndolo mucho por los uterólogos antiguos y modernos, ya estamos aprendiendo, las mujeres, a limpiar las telarañas ¿no es este un menester tipicamente femenino?

* Pernoud, Régine: Aliénor d’Aquitaine; Ed. Albin Michel, Paris, 1981, 300 p.

Rosa Ciancio: El prestidigitador. IV encuentro feminista nacional de Venezuela, Pozo de Rosas, estado Miranda, 28 de abril al 1° de mayo de 1989. Caracas, abril de 1989

Se plantea un somero análisis de la Encíclica papal acerca del papel de la mujer en el plan de Dios. Es, por lo tanto, un documento que trata sobre nosotras y sobre nuestra dignidad, el cual emana de una institución, la Iglesia Católica Romana, que a lo largo de casi dos mil años ha dictado nuestro comportamiento y, por ende, ha ejercido un poder real sobre las mujeres.

Diré, de entrada, que hago parte de las miles y miles de mujeres que se han venido distanciando, poco a poco, de la iglesia de Roma a raíz del tratamiento que esta institución, fundada por Jesucristo el más dulce de los hombres, ha venido dando a la mujer, que constituimos la inmensa mayoría de quienes en Él creen, quienes a Él han apostado sus vidas y quienes de Él recibimos fuerza, valor y ternura.

La lectura de la Carta Apostólica Mulieres Dignitatem1 nos muestra, una vez más, el malentendido profundo en el cual hemos vivido durante casi dos mil años. Es imposible en esta breve nota, entrar en un análisis completo del texto, otras se han encargado y se encargarán de hacerlo, me limitaré a enfatizar algunos elementos que me parecen fundamentales para la comprensión del momento histórico que las mujeres vivimos.

Por primera vez, la iglesia de Roma se ocupa de las mujeres de forma tan extensa y con el deseo, suponemos, de ayudarnos a tomar conciencia de quiénes somos y qué lugar tenemos en el plan de salvación de Dios.

Quien se ocupa de hacernos llegar ese mensaje es, una vez más, un hombre. Que sea papa es un detalle secundario, es un hombre que, con su visión masculina de la mujer, le dice quién es. Es impresionante, a lo largo de la lectura, el conjunto de citas sobre las cuales el papa apoya su disertación ¿De quiénes son? Una vez más: de hombres, desde los profetas antiguos hasta los últimos papas, pasando por uno u otro apóstol; ni una sola palabra de mujer en todo el largo texto; se habla de alguien que, a lo largo de la historia, no ha dicho una sola palabra. Y si no la ha dicho o si no se quiere tener ni siquiera la elegancia de buscar las pocas palabras que ha logrado decir, eso demuestra algo. De ese silencio inmenso sólo emergen las palabras de María, Madre de Dios, las pocas que los cuatro Evangelios nos han trasmitido. Y con las de María, las de Eva, en los albores de la humanidad y una u otra palabra de María Magdalena, de la Adúltera y de la Samaritana, todas mujeres de armas tomar. Parecería que después de la compilación de los Evangelios las mujeres se han callado acatando el mandato de Pablo. Y, en ese silencio de la protagonista estelar de la Carta Apostólica, el papa teje el elogio de la muda por excelencia.

El elogio, con el cual este papa de Roma nos abruma, nos llena de desconcierto. Tanta generosidad nos parece, de inmediato, sospechosa y, más aún, viniendo del jefe de una institución que nunca se ha preocupado de este ser silencioso llamado mujer. Quizá como un amante que habla de su amor a su amada con la finalidad de obtener de ella lo que se ha propuesto, percibimos en este texto algo de artificial (por algo somos mujeres). La larga historia de las mujeres, llena de humillaciones y rabia, historia que dura todavía en todas partes del mundo, nos ha vuelto particularmente atentas a los elogios excesivos, éstos, en efecto, casi siempre preceden pedidos que nos humillan y llenan de rabia. El texto del papa no escapa a esto: nuestra dignidad es grande, es casi superior a la del varón pero... pero, siempre y cuando nos quedemos quietas y acatemos los llamados del Vaticano, sus enseñanzas y sus deseos. Llamadas, enseñanzas y deseos, que provienen de varones: papa, obispos, curas. En el fondo nuestra vocación no cambia en las palabras del papa: madres a todo precio, de quien sea y como sea, vírgenes si podemos, cuidadoras de los hombres como siempre ha sido, y aquí, el papa, en su candorosa inocencia de lo que es la vida para la mujer, saca de su saco de regalos algo de memorable: ... es fuerte la mujer por el hecho de que Dios le confía al hombre, siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en las que pueda encontrarse.

Esta paterna solicitud para con los seres de sexo masculino nos llena de asombro: no importa el millón de mujeres que cada año mueren en el mundo a consecuencia de los malos tratos por parte de sus confiados; no importan las otras miles y miles que mueren de aborto, muchas veces por la falta de responsabilidad y solidaridad de los mismos confiados; no importa tampoco el horror de la vida de millones de mujeres sometidas como esclavas a sus confiados; todo esto hace parte de: ... las condiciones de discriminación social en las cuales pueden encontrarse, y acerca de las cuales la iglesia de Roma se lava, olímpicamente, las manos.

Si tanta dignidad tenemos, si en el plan de Dios, según la interpretación del papa, tan maravillosas parecemos, si, en, pocas palabras, tan geniales somos ¿Cómo explicar, entonces, nuestra situación en el seno mismo de esta institución que nos sitúa casi a la mismísima derecha de Dios? ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa? ¿Dónde están las teólogas tomadas en cuenta por las autoridades vaticanas? ¿Dónde las mujeres sacerdote? ¿Dónde las mujeres obispas? Si tan dignas somos, si tan cerca del corazón de Dios y del papa estamos. Servir quiere decir reinar (cita de cita que nos manda el papa) pero, y aquí está el problema, durante casi dos mil años que tiene el cristianismo sobre la Tierra, misteriosamente, quienes han servido han sido siempre las mismas y quienes han reinado han sido siempre los mismos.

Por último, y para no cansar al lector/ lectora, citamos un elemento que nos deja enormemente perplejas: el papa habla de femineidad a lo largo y ancho de su Carta, parece ser experto en femineidad pero, en ningún momento, logramos entender siquiera lo que se entiende, en la sagrada teología de la sagrada romana iglesia, por femineidad. El agujero negro que otro hombre destacó como enigma y que se refiere a ésta, y estamos hablando de Freud, el papa lo llena con una cantidad enorme de palabras que pre tenden explicar lo que solamente no sotras las mujeres, las no-consultadas, sabemos. Freud tuvo la humildad de escribir: Si queréis saber más sobre la femineidad podéis consultar a vuestra propia experiencia de la vida, o preguntar a los poetas, o esperar a que la ciencia pueda procurarnos informes más profundos y más coherentes. El papa no tiene esta humildad ¡él sabe! Sabíamos, conocíamos la arrogancia, muchas la hemos vivido en carne propia, pero nunca hubiéramos esperado encontrarla en una Carta dirigida a nosotras. Se habrán topado ustedes, por lo menos una vez, con el arte maravilloso del prestidigitador, él saca conejos, palomas, pañuelos o flores de un sombrero y nosotras los vemos y luego, zac, nos enseña el sombrero !vacío!

1 Carta Apostólica Mulieres Dignitatem de Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la dignidad y la vocación de la mujer en ocasión del Año Mariano; Ed. Trípode, Caracas, 1988, Colección Documentos Ponti