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Educere
versión impresa ISSN 1316-4910
La Revista Venezolana de Educación (Educere) v.9 n.29 Meridad jun. 2005
La educación superior en América Latina ante los desafíos de la globalización
Eleazar Narváez
Universidad Central de Venezuela Escuela de Educación Caracas - Venezuela ednb10@cantv.net
Resumen
Viejos y nuevos desafíos enfrenta la Educación Superior en América Latina. Además de los problemas no resueltos de la modernidad, debemos atender otros planteados por la dinámica de los acontecimientos propios de la globalización. Sin embargo, para aprehender el sentido del propósito de poner a tono la Educación Superior con los desafíos del tiempo presente, es indispensable que tengamos claridad acerca de qué estamos hablando cuando utilizamos la palabra globalización, y de los rasgos dominantes del contexto en el cual ocurren los movimientos del fenómeno al cual alude dicho concepto. Esto es muy importante para entender cómo en la región se ha producido el debilitamiento de la Educación Superior pública; las nuevas relaciones entre la Educación Superior, el mundo laboral y la sociedad; la relativización y enriquecimiento de la cultura de los sujetos y las nuevas exigencias al currículo y a las formas de enseñar y de aprender.
Palabras clave: educación superior, América Latina, globalización, sociedad global, tecnologías de la información y comunicación
Higher education in Latin America facing the challenges of globalization
Abstract
Higher Education in Latin America is facing old and new challenges. As well as the unresolved problems of modernity, we must concentrate on other problems that have arisen through the dynamics proper to globalization. Nonetheless, to grasp the sense of purpose of making Higher Education fit for the challenges of the present time, it is necessary that we are clear with regard to what we are talking about when we use the word globalization. And the dominant features of the context in which the actions of the phenomenon alluded to by this concept take place. This is very important to understand how the weakening of public Higher Education has come about in the region; the new relationships among Higher Education, the working world and society; the relativization and enrichment of the culture of the people involved; and the new demands of the curriculum and the ways of teaching and learning.
Key words: higher education, Latin America, globalization, global society, information technologies and communication.
Fecha de recepción: 03-12-04 Fecha de aceptación: 21-01-05
Rasgos generales
Hoy, una vez más, en distintos países del mundo se plantea la urgente necesidad de transformar la educación en atención a las exigencias del tiempo que ahora vivimos. En diferentes rincones del planeta constatamos el reclamo de que las instituciones educativas, y la Educación Superior en particular, deben ponerse en sintonía con lo que está sucediendo más allá de los límites de los espacios donde desarrollan sus actividades. En algunas ocasiones ese llamado aparece ligado básicamente al reconocimiento de viejos problemas no resueltos, mientras que en otras, surge como producto de la concienciación de nuevos desafíos a los que debe enfrentarse la Educación Superior en general, sin descartar la preocupación por enfrentar determinados retos de tiempos pasados que no dejan de estar presentes en nuestras sociedades. En ambos casos se evidencia, desde luego, un descontento, una insatisfacción y un deseo de cambiar y mejorar lo que se hace en materia educativa a escala mundial, aun cuando es menester no perder de vista las importantes diferenciaciones que tales ópticas comportan en el abordaje de este asunto.
Ciertamente la reforma o transformación de la Educación Superior que se plantea en diferentes contextos nacionales y regionales aparece motivada muchas veces por la necesidad de resolver cuestiones que durante muchos años no habían podido abordarse o atenderse satisfactoriamente. En el caso particular de la situación actual de la Educación Superior latinoamericana, caracterizada por su diversidad, es preciso tener en consideración, además de tensiones acumuladas desde hace varios años, varios retos emergentes que la dinámica de la sociedad global ha producido. Esto se comprende mejor cuando se lee en un informe del Programa de las Naciones Unidas, lo siguiente:
(…) América Latina y el Caribe entran al siglo XXI con problemas del siglo XX; así que nuestros sistemas educativos tienen ahora que responder a una doble exigencia. Por un lado, acabar de cumplir la vieja promesa de la modernidad: una escuela efectivamente universal y efectivamente educadora. Y, por otro lado, preparar nuestras sociedades para el desafío pluralista de la postmodernidad y para su integración exitosa a la “aldea global” caracterizada por industrias y procesos productivos cuyos insumos críticos son la información y el talento creador (1998: Pág. XXV)
Si bien se cree que los problemas educativos reviven cada cierto tiempo, y se tiene la sensación de que no se hace más que dar vueltas alrededor del mismo lugar cuando se les somete a examen, tenemos la obligación de señalar que no nos está permitido exagerar. Aun cuando no podemos dejar de admitir que siempre estaremos expuestos a tropezar con varias dificultades no vencidas de muchos años atrás, es muy importante que no perdamos la perspectiva y evitemos cerrar los ojos a las particularidades de las exigencias que el tiempo presente le plantea a la Educación Superior en América Latina; pues tenemos allí, enfrente de nosotros y con nosotros, en nuestras propias vidas, una multitud de hechos y tendencias que revelan una realidad emergente, que nos colocan ante nuevos horizontes y conmueven y retan nuestras maneras de ser, sentir, pensar y fabular en materia educativa, en una época en la cual, por cierto, como lo expresa Ianni (1997), se aceleran los ritmos de las transformaciones sociales, se acentúan los desencuentros entre lo contemporáneo y lo no contemporáneo y aumentan los desacuerdos entre las más diversas esferas de la vida socio-cultural, al igual que de las condiciones económicas y sociales.
En fin, no basta que dirijamos la mirada al pasado y al presente para repensar la Educación Superior sobre la base de un balance de nuestros éxitos y de nuestros fracasos en lo que dejamos de hacer y hemos hecho. Es imprescindible que nos situemos dentro de las coordenadas del mundo en que hoy vivimos, el cual se ha metaforizado de distintos modos, entre ellos, por ejemplo, como una aldea global o como un mundo en red.
Si estamos de acuerdo en eso –sin descuidar los retos particulares de cada país de la región- de sintonizar inteligentemente la transformación de la Educación Superior con las exigencias de la globalización; ello supone necesariamente, como lo expresa García Canclini y otros (1996:10), que tengamos que “…revisar nociones clásicas de la teoría social y de las prácticas políticas y culturales, así como producir nuevos conceptos y modelos de análisis”, en respuesta a los desafíos empíricos, metodológicos, históricos y teóricos de la sociedad global. Implica que optemos por una narrativa para ese nuevo panorama, vale decir, que elijamos, como lo dice Gimeno Sacristán (2001a: 12), unas formas de entender y querer que sea el progreso en educación que estén identificadas con el “…paisaje de nuestros propósitos en el horizonte de nuestras ansias de progreso para mejorar la sociedad, la cultura y a los sujetos, indicándonos los cauces por los que debemos procurar que transcurran las prácticas”.
A esto debemos darle toda la importancia que se merece, ya que la dinámica de los acontecimientos propios de la globalización, en conjunción con el influjo de otros fenómenos interrelacionados con la misma, han hecho claramente visible la desestabilización de ciertos discursos y paradigmas que durante muchos años proporcionaron los argumentos fundamentales para valorar la educación como algo relevante, al igual que las orientaciones básicas a las que tanto ésta como las instituciones de Educación Superior en particular estaban o debían estar subordinadas. Tal desestabilización –y aquí me permito usar una expresión de Lanz (2004: 5)– “...toca el fondo identitario más caro a la idea de ‘educación’ con la cual funcionó la Modernidad en todos estos siglos”.
De allí la necesidad crucial de contribuir a dar argumentos para producir un discurso utópico en unas circunstancias en las cuales se manifiesta, una vez más, que nuestra Educación Superior está en una crisis que no se caracteriza precisamente por ser lo que era antes y no se circunscribe a un determinado país o a un grupo de países con uno u otro nivel de desarrollo; pues, podemos sostener –utilizando las palabras de Tedesco (1995)– que hoy, a diferencia de otros momentos históricos, la Educación Superior latinoamericana se evidencia en crisis en diversos contextos nacionales, entre otras razones, porque no sabemos qué finalidades debe cumplir y en qué dirección debe orientar sus acciones.
Esta situación, en la cual se asume que debemos “…darnos los medios de reconstruir nuestra capacidad de manejar las mutaciones en curso y determinar las opciones posibles allí donde hoy sentimos la tentación de no ver más que un progreso indefinido o un laberinto sin salida” (Touraine, 2000: 22-23), nos obliga, evidentemente, a dedicarle mayor atención a la dimensión teleológica de nuestra Educación Superior en la sociedad global. Nos dice que tanto la esencia de ser de la educación, el “para qué” sirve la misma, como los fundamentos y expectativas a los que ha respondido, son hoy objeto de un severo cuestionamiento. Y lo más grave aún, en esta controversia se siente que no existe un proyecto claro para la Educación Superior, especialmente en lo concerniente al sentido formativo de la escolaridad. Por consiguiente, se impone el desafío de generar y darle aliento a nuevas narrativas de la Educación Superior que, en el marco de un determinado proyecto educativo basado en una noción de progreso contrapuesta a la de la modernidad, iluminen los retos fundamentales de nuestras instituciones en una sociedad acosada por múltiples presiones contradictorias de cambio, y reivindiquen el valor de la Educación Superior para algo muy importante que apunta Gimeno Sacristán (2001a: 19): “…la creación de las raíces antropológicas más genuinas que constituyen la naturaleza humana desde las que ésta absorbe sustancia nutritiva para crearse y gracias a las cuales se sostiene”. En esta perspectiva, siguiendo al autor antes mencionado, hay por lo menos dos cuestiones clave del mundo globalizado, estrechamente relacionadas, que un proyecto de esa naturaleza debe responder: La primera, cómo rescatar y fortalecer en la Educación Superior la preocupación por los vínculos sociales sobre los cuales elaboramos nuestra subjetivación e individuación, de tal manera de sentar las bases para hacer gobernable o educable la sociabilidad; la segunda, cómo recuperar el lugar central de la cultura en la Educación Superior en un escenario mundial tan cambiante y donde se hace sentir el juego de fuerzas contradictorias que empujan al mismo tiempo a la homogeneización y a la diferenciación cultural.
El término Globalización
Para aprehender el sentido del propósito de poner a tono la Educación Superior con los desafíos del tiempo presente, es indispensable que tengamos claridad acerca de qué estamos hablando cuando utilizamos la palabra globalización, y de los rasgos dominantes del contexto en el cual ocurren los movimientos del fenómeno al cual alude dicho concepto. En esto tiene particular importancia la diferenciación entre lo que es la globalización como realidad y algunas metáforas utilizadas como emblemas de la misma, dado que la confusión de ambas lleva a reduccionismos y a apreciaciones infundadas que no posibilitan la captación de la complejidad y la verdadera magnitud de las consecuencias del hecho en cuestión.
El concepto de globalización, considerado nuevo por cuanto comenzó a utilizarse en los últimos veinte años del siglo pasado, para dar cuenta de aquello que es peculiar de lo que ha sido catalogado como la postmodernidad o la segunda modernidad, concierne a fenómenos que en sí no lo son, y realmente tiene un significado ambiguo por la singularidad de cada una de sus expresiones. Con el mismo se designan diferentes hechos, procesos y tendencias que, interrelacionados entre sí, traspasan las fronteras de los Estados nacionales e impactan, entre otras cosas, la economía, la política, la cultura, la educación, la ciencia, el mundo laboral, las comunicaciones, las visiones del mundo y hasta nuestras maneras de ser, pensar, sentir e imaginar en la vida cotidiana; hasta tal punto que “…nos encontramos relacionados y remolcados, diferenciados y antagónicos…” (Ianni, 1997:3) en un mundo que “…ya no es exclusivamente un conjunto de naciones, sociedades nacionales, estados-naciones, en sus relaciones de interdependencia, depen-dencia, colonialismo, imperialismo, bilateralismo, multilateralismo.” (Ídem)
Una cosa son los hechos objetivos que ponen de manifiesto el fenómeno globalizador y otra distinta son las metáforas utilizadas para pensar el mundo como sociedad global, concebidas en el intento de aprehender la constitución y las dinámicas de ésta. El no reconocer esto encierra serios peligros a la hora de precisar el significado y el impacto real de la globalización en tanto fenómeno complejo, problemático, contradictorio y caótico, los cuales se hacen patentes a través de los siguientes problemas:
En primer lugar, una dificultad muy importante es cuando se pierde de vista la multidimensionalidad de la globalización, al circunscribir ésta a uno u otro de los órdenes que constituyen las sociedades. En la literatura sobre esta temática encontramos casos en los cuales se evidencia una perspectiva reduccionista de la globalización, cuando se le visualiza sólo o fundamentalmente en su dimensión económica-comercial.
Precisamente, este modo de mirar la globalización ha contribuido sobremanera al surgimiento de dos posiciones extremas en la valoración de la misma: por un lado, la de los que son llamados globafóbicos, es decir, la de quienes la satanizan por sus variados efectos perversos en distintos planos; por el otro, la de los que son denominados globafílicos, vale decir, la de quienes la ensalzan por la supuesta prosperidad que tiene para todos. No obstante, si bien es necesario marcar distancia en relación con estas dos maneras de situarse ante la globalización, pues compartimos la idea de que es necesario “valorarla con matices” como lo plantea Gimeno Sacristán (2001a:83), no puede dejarse de admitir que los efectos de ésta, tanto los positivos como los negativos, no se distribuyen por igual en los países del mundo ni en el interior de cada uno de éstos. Al contrario, es de esperar que en el mundo capitalista, donde son evidentes grandes desigualdades entre individuos y grupos sociales, los efectos del fenómeno globalizador se repartan asimétricamente. También es comprensible, por supuesto, que se produzcan rechazos a éste.
En segundo lugar, otro problema posible es la no consideración de la interrelación de las distintas dimensiones de la globalización y el no reconocimiento de la lógica propia de cada una de éstas. Si bien en determinados casos se admiten diferentes ramificaciones en el fenómeno globalizador, no se dice nada acerca de cómo las mismas operan de manera interrelacionada ni sobre las especificidades de cada una de ellas. No es suficiente con poner en evidencia la globalización en sus dimensiones económica, política y cultural, por ejemplo, sino que es indispensable conocer los nexos entre ellas y las singularidades de los hechos, procesos y tendencias que se dan en cada ramificación en particular.
En tercer lugar, no podemos dejar de advertir sobre otra dificultad que puede estar presente en la consideración del asunto que nos ocupa, la cual tiene que ver con la equivocación de pensar que los procesos propios de la globalización se desarrollan de acuerdo a un cierto proyecto histórico, con un curso claro y predeterminado, sin tomar conciencia de que los mismos, por el contrario, son no lineales y ocurren de manera caótica.
Por último, otro eventual problema consiste en no darle la debida importancia a una “visión específicamente nacional de los efectos de la globalización” (Maggi y Messner; 2002:10) y que nos centremos sólo en las tendencias globales universales concernientes a todos los países. Con lo cual se perdería de vista que en muchos países, como en el caso de América Latina y el Caribe, las exigencias de la globalización se plantean simultáneamente con muchas demandas de la modernidad aún no cumplidas.
Los efectos de la globalización en la educación superior Latinoamericana
Así entendidos, los influjos de los procesos de la globalización se hacen sentir en los diversos órdenes de la sociedad en el conjunto de los países del mundo. Por supuesto, su repercusión también es notable en el ámbito de la Educación Superior, con el planteamiento de nuevos desafíos y la redefinición de las responsabilidades de los agentes encargados de la misma, tanto las que conciernen a la escuela como las que competen a otros actores de la vida social.
Veamos a continuación cuáles son esas consecuencias, en el caso particular de América Latina.
Golpes a la Educación Superior pública
El debilitamiento significativo de la Educación Superior pública por la desestabilización o retroceso del “Estado Benefactor” es un efecto importante de la globalización económica inspirada en el neoliberalismo, a partir de cuyas políticas se promociona la competencia económica internacional a través de medidas como el recorte de los gastos sociales, la desregulación económica, la disminución de aranceles, la privatización y la flexibilidad del mercado laboral. De acuerdo con las políticas educativas neoliberales, como lo afirma Puiggrós, 1996) los grandes sistemas escolares son ineficientes, carentes de equidad y sus productos de baja calidad y, por ende, se estima, desde su óptica, que se justifica la reducción de la inversión y en particular de la responsabilidad del Estado en la Educación Superior, por cuanto ésta ha fracasado.
En correspondencia con este retroceso del “Estado del Bienestar” se promueve –junto con la privatización y la descentralización de los servicios educativos, con el mercado como principal mecanismo de regulación social– la mercantilización creciente de los bienes culturales y de la producción y la diseminación del conocimiento; y además, “…el público se redefine como clientela, las instituciones educativas se vuelven proveedores y los estudiantes se convierten en clientes” (Shugurensky, 1998:123). Todo ello ha ido aparejado con la definición de la calidad educativa con base en criterios economicistas, con la devaluación de la educación como un factor de inclusión social y de la mano con el consiguiente apoyo a la iniciativa privada para intentar acoplar el sistema escolar al mundo laboral y a las necesidades de la productividad económica.
Ante un panorama como éste, en el cual aparece muy debilitada la consideración de las universidades como inversión pública vital y se atenta contra la calidad académica y la autonomía de las universidades públicas, se requiere profundizar los esfuerzos de cambio significativo en nuestras instituciones de Educación Superior; pero, por supuesto, acompañada esa iniciativa con una decidida lucha para exigirle al Estado la sustitución de políticas erradas de financiamiento por otras adecuadas a los propósitos de transformación universitaria en cada país de la región, las cuales podrían concretarse a través de la figura de los contratos de gestión.
Las nuevas relaciones entre la Educación Superior, el mundo laboral y la sociedad
Los procesos de la globalización, igualmente dentro de las coordenadas de las políticas neoliberales, han generado nuevos vínculos entre la Educación Superior, el trabajo y la sociedad. Hoy, ante las implicaciones que tienen los efectos de la globalización económica en el mundo de la producción, que han convertido a ésta en un sistema deslocalizado y desestructurado, se le plantean serias dificultades a la Educación Superior en el cumplimiento de su papel de cualificar la fuerza de trabajo. Ciertamente, en la sociedad global resulta problemático sintonizar la oferta de la planificación educativa a desarrollar dentro de los confines de los Estados nacionales con las demandas que se originan en otros lugares del planeta donde se desarrolla el trabajo y ocurre el consumo de los productos. Sin duda, las actuales circunstancias exigen una redefinición de las relaciones entre la Educación Superior y el mundo laboral, pues vivimos una situación en la cual notamos, entre otras cosas, la devaluación acelerada de las certificaciones y titulaciones educativas, el cambio rápido de profesiones y empleos, la desaparición de oficios, la movilidad espacial frecuente de la mano de obra, las cuales dan lugar a importantes interrogantes y demandan cambios profundos en las políticas de formación de los sistemas educativos nacionales.
En este marco de referencia, podemos afirmar –mediante las palabras de Gimeno Sacristán (2001b: 135)– que “a la educación se le plantea el reto de preparar para no se sabe muy bien qué, al desconocerse qué saberes y competencias serán rentables en el futuro de los sujetos e ‘invertir’ en ellas”.
Las posibilidades de transformación de los sujetos al relativizar lo propio
Otra de las consecuencias de la globalización, quizás la más importante para la Educación Superior, se manifiesta en su vertiente cultural. En esta ramificación la globalización no deja de relacionarse con otras de sus dimensiones, aun cuando tampoco pierde su lógica propia. En tal sentido, su influjo en la educación o en cualquier otro ámbito de la sociedad no se reduce a los efectos marginales de la globalización política o de la globalización económica, por ejemplo. No solamente se globalizan los productos de las transnacionales que alimentan el más variado consumismo a escala mundial, sino asimismo, diversos objetos y experiencias culturales que, sin duda alguna, nutren esa vocación de ser más humanos, que todos debemos cultivar incesantemente.
Lo cierto es que en el mundo globalizado de hoy ocurre un fenómeno que es consustancial a la cultura misma, que ha sido y es parte de ella, necesario para su existencia, pervivencia y transformación, el cual no es otro que la globalización cultural; pues la cultura, además de ser un legado o patrimonio histórico valioso que se conserva y transmite, es un conjunto de significados compartidos por personas y grupos humanos no sólo en el ámbito de una determinada cultura, sino en el espacio de la relación entre culturas distintas, de la propia con las de otros, en un proceso en el que se universalizan rasgos de esas culturas diferentes que inevitablemente se vuelven mestizas.
En las actuales circunstancias, cuando ese intercambio cultural se ha acelerado por diversas vías, en un tiempo y en un espacio que se comprimen o empequeñecen cada vez más, se plantean posibilidades reales e inéditas de transformación de los sujetos sobre la base de la relativización y enriquecimiento de sus culturas propias con la apertura a la cultura de los otros, siempre en una perspectiva de equilibrio entre aquello que nos identifica con nuestras raíces, con lo local, y aquello que trasciende a éstas en la búsqueda de la universalidad.
Por supuesto, para la concreción de esas posibilidades de transformación de los sujetos la Educación Superior representa un valioso e imprescindible instrumento de apoyo, siempre y cuando le asigne dentro de sus finalidades un lugar central a la cultura dentro de un proyecto formativo que asuma de manera equilibrada, sin imposiciones ni distorsiones de cualquier tipo, la preocupación tanto por lo que es propio o cercano a los sujetos como por lo que les es ajeno, y salvaguarde, además, las libertades y la autonomía de los mismos.
Esto supone que las agendas de transformación de nuestras instituciones de Educación Superior contemplen, por un lado, el reconocimiento de la importancia del principio de responsabilidad social del conocimiento y del concepto de pertinencia; y por otra parte, la concepción de una Educación Superior comprometida con el afianzamiento de los valores trascendentales del hombre, o bien como lo indica Tünnermann: “Una Educación Superior impregnada de valores, los valores asociados a la promoción de la libertad, la tolerancia, la justicia, el respeto a los derechos humanos, la preservación del medio ambiente, la solidaridad y la Cultura de Paz, como la única cultura asociada a la vida y dignidad del ser humano”
Las nuevas exigencias al currículo y a las formas de enseñar y de aprender
Si en verdad aceptamos el reto de ver a la Educación Superior de cara a la globalización –y no de espaldas o sólo contra ella, sino ponderando sus repercusiones positivas y negativas, al igual que sus beneficios potenciales– entonces las instituciones de Educación Superior tienen o deberían tener un papel de primer orden en la respuesta a tal desafío. Pero éstas, indiscutiblemente, deben repensarse para hacer suyo un proyecto formativo que posibilite, de una manera reflexiva y activa, hacerle frente exitosamente a las exigencias de los tiempos que vivimos, en los cuales se estima, por un lado, que el conocimiento es un factor muy importante en la explicación de las nuevas formas de organización social y económica, y se considera, además, que la educación tiene una importancia históricamente inédita, en tanto actividad mediante la cual se produce y distribuye el conocimiento, tal como lo señala Tedesco (1996).
Así, los procesos de globalización y algunos elementos del contexto donde ocurren los mismos, tales como el impacto de las políticas neoliberales, la reivindicación de la importancia del conocimiento y el desarrollo acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación, por ejemplo, obligan a replantear los contenidos y las prácticas de la Educación Superior. Por una parte, el currículo debe dar atención urgente a lo que se califica como la pérdida de la capacidad socializadora de la educación, puesta en evidencia en los serios problemas que confronta actualmente para transmitir valores y pautas culturales fundamentales para la construcción de las identidades personales y sociales (Tedesco, 1996). El mismo debe servir como instrumento de concienciación para que nos veamos, sintamos y aceptemos como sujetos producto de la mezcla de distintas culturas, y para fomentar, sobre esta base, la tolerancia y una mayor disposición para hacer uso de la cultura de los otros en la perspectiva de enriquecer la cultura propia (Gimeno Sacristán, 2001a), y fortalecer los vínculos sociales necesarios para vivir con los demás en democracia.
Se trata, también, de construir el currículo a contracorriente de la tendencia a la hiperespecialización y a la separación entre saberes y disciplinas; de potenciar nuestros esfuerzos para que nuestras universidades sean transdisciplinarias; de ir hacia la configuración de un currículo que nos brinde la posibilidad de tomar conciencia no sólo de los efectos positivos y de aquellas otras consecuencias perversas y alienantes de la globalización en sus diferentes vertientes, sino asimismo de sus potencialidades benéficas, con el objeto de abrir nuestros ojos y nuestras mentes a esquemas más amplios y complejos para comprender tanto la realidad que nos circunda como para conocer las responsabilidades que nos competen, y participar, tal como muy bien lo apunta Gimeno Sacristán (2001a: 102) “...como ciudadanos en una sociedad cuyos destinos se deciden en ámbitos no siempre fáciles de identificar”.
Pero, por supuesto, tales consideraciones tienen también importantes implicaciones desde el punto de vista de las formas de aprender y de las prácticas de enseñanza en la Educación Superior. Las mismas plantean nuevas exigencias a la comunicación pedagógica de los saberes y de las experiencias, al igual que a la construcción de las subjetividades en la dinámica de la vida académica. La preocupación igualmente reside en cómo enseñar y en cómo aprender en la Educación Superior la cultura, concebida ésta con las connotaciones antes señaladas y en un contexto global donde las tecnologías de la información y la comunicación tienen, sin lugar a dudas, una presencia tan importante como avasallante, con bondades y riesgos que no pueden pasar inadvertidos en el momento de precisar los desafíos que deben enfrentar las instituciones de Educación Superior en la sociedad global.
Esas tecnologías nos brindan ciertamente inmensas posibilidades para, entre otras cosas, integrar distintas formas de expresión y comunicación de experiencias de aprendizaje, a través de la conjunción de la palabra escrita y hablada con sonidos e imágenes; para la constitución de comunidades culturales amplias; para aproximarnos y tomar conciencia acerca de lo que sucede en diferentes escenarios mundiales; para relacionar la propia experiencia con las experiencias de otros distantes.
No obstante, más allá de reconocer que estas innovaciones retan nuestras formas de enseñar y aprender, asimismo es indispensable promover una actitud crítica y reflexiva ante tales tecnologías, a fin de enfrentar tanto las perversiones que surgen con su mal uso como las debilidades inherentes al alcance o significación de las mismas en variados aspectos.
En fin, en este marco referencial, en unas circunstancias en las cuales, como lo expresa García Guadilla (2002:95), “...la información y el conocimiento pasan a ser ejes fundamentales en todas las actividades de la nueva sociedad que está emergiendo...”, cabe destacar algunos de los desafíos que se les plantean a nuestras universidades y demás instituciones de Educación Superior en cuanto a:
- La búsqueda de las transformaciones necesarias en las formas de transmisión de los conocimientos y en la perspectiva de lograr un trabajo mucho más colectivo y transdisciplinario;
- La asunción de formas de acceso al conocimiento que superen las limitaciones propias de la Educación Superior tradicional, amplíen la cobertura matricular y den respuesta a intereses y demandas individualizadas con base en los principios de calidad y equidad;
- La consideración de las carreras dentro del espíritu de la educación permanente;
- La exigencia de procesos de aprendizajes diversificados y autorregulados;
- El impulso a políticas de formación del profesorado que contemple la formación pedagógica, además de la profundización en la actividad de investigación, la permanente actualización disciplinaria y la incursión en experiencias interdisciplinarias, multidisciplinarias y transdisciplinarias;
- La capacidad de nuestras instituciones de aprender y de responder creativamente a las condiciones cambiantes de su entorno, a través de cambios significativos en su orga
Con unas palabras de Cristovam Buarque, Ministro de Educación de Brasil, quiero terminar con una referencia particular a nuestras universidades
“Para que la universidad se convierta en un instrumento de esperanza (...) la esperanza debe ser recuperada dentro de la universidad. Esto supone entender las dificultades y limitaciones universitarias y formular una nueva propuesta junto con nuevas estructuras y nuevos métodos de trabajo. Luchar para defender la universidad, implica luchar para transformar la universidad” (2004:219)
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