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Educere

versión impresa ISSN 1316-4910

Educere v.10 n.32 Meridad mar. 2006

 

Eso no es universidad

Rigoberto Lanz

Universidad Central de Venezuela Caracas - Venezuela

Todos lo sabemos: las palabras no son neutras. Que una institución se llame de este o aquel modo termina teniendo un cierto significado. De allí nacen grandes dificultades para ponerse de acuerdo en relación con lo que queremos como reforma universitaria, por ejemplo. No obstante, podemos identificar algunos rasgos que son tan esenciales y básicos a la idea de universidad que sin ellos sería completamente arbitrario usar esta denominación. Hay en efecto un trayecto de este concepto (tanto histórico, como teórico) que debemos subrayar para despejar una confusión que crece alarmantemente en estos tiempos. Este malentendido consiste en identificar la idea de universidad con la función de certificar títulos, es decir, “universidad es aquel lugar donde se obtiene un título”. Esta media verdad es en el fondo una falsedad. Porque es cierto que en toda universidad se obtiene un título, pero es falso que toda institución que entregue un título sea una universidad. Este no es un juego de palabras, sino la clave para comprender muchos de los enredos en los que andamos por estos días.

La universidad que fundó la civilización de la Modernidad consiste en un espacio de secularización del pensamiento concebido esencialmente como hábitat del espíritu, como recinto del pensar libre (sobre manera, de cara a la Iglesia de la que viene de liberarse). Este núcleo fundamental es absolutamente decisivo para entender la naturaleza de este tipo de instituciones y sus derivas en estos últimos tres siglos. El problema es que este ideario fundamental fue diluyéndose con el tiempo en beneficio de la administración de carreras y el imperio de las profesiones.

Con esta deriva se fue desdibujando progresivamente la idea matriz de la universidad como lugar privilegiado del pensamiento secularizado, radicalmente autónomo de los intereses de grupos, críticos por definición, colocados en el corazón de las conquistas colectivas más universalizadas.

La universidad es el lugar de encuentro de todas las ideas, encrucijada de culturas y sensibilidades, negada por definición al abanderamiento de alguna parcialidad, lo que distingue esencialmente este espacio es su capacidad para albergar la diversidad intelectual, su condición de morada de la diferencia, su espíritu libertario respecto a cualquier forma de dogmatismo, ¿Qué ha ocurrido con este humus capital de la universidad moderna en este trance posmoderno?

Lo más grave que ha ocurrido es este progresivo deslizamiento hacia una corporativización del pensamiento donde cada parcela (étnica, religiosa, grupal, etcétera) reclama su cuota y pone su sello de identidad: “universidad católica”, “universidad obrera”, “universidad indígena”, “universidad de la amistad”, “universidad revolucionaria”, “universidad de derecha”. Si se pierde aquella condición constitutiva de la idea de universidad, entonces es más que natural que cada fracción abogue por su parcela y reivindique su perfil. He allí la tragedia. ¿Cómo impedir que proliferen estas modalidades de agencias de titularización confesionales, pre-identificadas con algún prototipo ideológico que autoriza a sus mentores a bregar por su derecho a un sello propio? Si es normal que haya una “universidad

católica”, entonces será archinormal que haya también universidades de todas las religiones (como de hecho existen). Si hay “universidad bolivariana”, será normal que tengamos universidades antibolivarianas. Esta lógica está instalada. La confusión viene de lejos. La deriva de una idea consistente de universidad forma parte de la debacle de la Modernidad toda. Este “sálvese quien pueda” es el clima en el que resulta muy costoso introducir criterios de otro orden para definir políticas públicas, para tomar decisiones, para empujar en la dirección adecuada.

“La universidad de los pobres” está condenada a ser una pobre universidad. Esa es la maldición que es preciso conjurar. Porque una cosa es la justa reivindicación de “una educación de calidad para todos” (mandato constitucional inapelable) y otra bien distinta la de concebir una universidad como residencia para pobres. La primera responsabilidad ética y po1ítica de un gobierno revolucionario es liquidar la pobreza en tanto tal. Eso no consiste en adornar el drama humano de la pobreza como “medicina para pobres”, “alimentos para pobres”, “vivienda para pobres”, “trabajo para pobres” y “educación para po-bres”. De ese círculo infernal hay que salir de cualquier modo. Grave es que se instale ese morbo conceptual como si fuera una gracia revolucionaria. Más grave todavía que muchos camaradas, de buena fe se traguen el cuento de estar forjando la universidad del siglo XXI con semejante pendejada en la cabeza. No digo con ello que “todo está perdido” o que toda la gente que cree honestamente en lo que está haciendo en el terreno universitario sea víctima de esos reduccionismos. Lo que estoy sosteniendo sin mucho rollo es que una tendencia mundial de degradación de la idea de universidad tiene expresiones múltiples en América Latina y un claro enganche con desviaciones populistas en la experiencia venezolana. Ello es corregible y estamos a tiempo para derrotar estas tendencias (del mismo modo que es preciso derrotar la corrupción, el sectarismo y la ineptitud).

Usted lo toma o lo deja. Lo que no puede hacer es mirar el techo y hacerse el distraído.

Tomado de: Diario El Nacional. 5 Mayo, 2005. Pg. A-9.