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Salus
versión impresa ISSN 1316-7138
Salus vol.16 no.2 Valencia ago. 2012
Cuando la universidad se aleja de su fin
Lo que voy a contar lo supe por amigos de los afectados, y no es una universidad de valencia, ciudad en la que vivo. Concibo la universidad como un sitio donde coinciden los saberes, transmitidos por profesores de gran calidad humana, que enriquecen a los alumnos con su sabiduría y experiencia. eso fue lo que yo recibí de la mía.
La universidad hablo en general ha perdido de vista su fin. Yo he llegado incluso a cuestionarme la razón de ser de las especializaciones. No porque no sepa para qué sirven, ni porque no reconozca lo útil que son, sino por el daño que, involuntariamente, le ocasionan al alumno cuando pierden la visión de conjunto, cuando se les olvida lo principal.
El especialismo fractura la verdad y se va con la suya, como el hueso que se rompe y se desprende del resto del organismo. A esto me refiero cuando afirmo que pueden hacer daño. El especialista, en palabras de ortega y gasset "sabe mucho de poco". Pierde la perspectiva porque se polariza, y descarta como falso, o en el mejor de los casos como inútil, todo lo que no pueda dominar y demostrar con su propio método.
Al alumno de hoy, la universidad no le enseña lo principal: a vivir. Quizá piensa que eso corresponde a los padres, lo cual es verdad, pero no exclusivamente. Hay que enseñar ética, y no cualquier ética, pues caeríamos en un relativismo moral, sino la ética universal, la que hace abstracción de pueblos, razas, religiones, etc.
Toda profesión por técnica que sea tiene un ingrediente humano. Y sin ética, no hay vida, al menos vida humana, que es tanto como decir justa, generosa y no hablo de dinero, que sabe perdonar, que no hiere, y que pone por encima de los propios intereses, los intereses de los demás.
Para comenzar el profesor tiene que valorar al alumno. No está tratando con un robot, sino con seres que no son de cartón piedra, que sienten lo que sentimos todos, que aman como amamos todos, que sufren como sufrimos todos y tienen como todos, la necesidad de ser comprendidos y queridos.
En algunas cátedras universitarias se humilla en público a los alumnos. Se les dice de todo, como, por ejemplo: "Tú no sirves para esta profesión", "búscate otra", "bruto", etc. Hasta se les expulsa de clase cuando no contestan correctamente lo que se les pregunta.
¿Es que acaso los profesores que lo hacen nunca se han equivocado? ¿Será verdad que piensan que se lo saben todo? Etienne Gilson, en una charla con universitarios les advertía que cuando vieran un aviso en la puerta de un taller: "Adelante, sabemos todo lo relacionado con automóviles", no se atrevieran a entrar, a riesgo de salir con las tablas en la cabeza.
Dice que no se atreve a opinar sobre otras ramas de estudio, pero que, al menos en la suya, no existe el erudito. Esos que la gente cree que lo saben todo. Además asegura, que mientras más ignorantes son las gentes, tienden a creer que hay hombres que poseen el conocimiento universal.
"Así continúa, como un erudito no es un hombre que lo sabe todo en general, así tampoco es un hombre que lo sepa todo en su propia línea de trabajo. Es un hombre que conoce prácticamente todo lo que, al presente, puede conocerse en su campo, que se da cuenta de su propia ignorancia y que trabaja muy duro para disminuirla".
Yo me pregunto: ¿Es que no recordamos que todos comenzamos de cero y fuimos aprendiendo con la tutela de nuestros padres y maestros? ¿No recuerdan cómo la maestra nos guiaba la mano para que salieran bien aquellos trazos que, inútilmente, nos empeñábamos en dibujar solos?
La enseñanza es otra cosa. Por eso se les llama maestros a los profesores que dejan huella. Educar no es como llenar un tanque de gasolina, sino más bien como encender una vela: El deseo de saber, de formarse y de mejorar. Pero como afirma el dicho popular "Si quieres miel, no le caigas a golpes a la colmena".
Leí hace poco un artículo que se titulaba "Antes muerto que cursi". Se refería a que, lo que cualquiera llamaría ser cariñoso, tratar bien a la gente, ser amables, etc. otros lo llaman ser cursi. Yo me rebelo ante esa manera de concebir el respeto que cada quien merece.
La enseñanza requiere mucho de ese buen trato, de esa paciencia y comprensión que caracteriza a los buenos pedagogos.
Decía Whitehead lo cuenta Ángel Rosenblat en su libro "La educación en Venezuela, voz de alerta" que la enseñanza tiene dos mandamientos: 1) No enseñar demasiado y 2) Lo que se enseñe, enseñarlo a fondo. Pues una de esas enseñanzas que, por supuesto también le toca, aunque no exclusivamente a la universidad, es eso. Pierde de vista su objetivo si descarta, en el día a día, esos valores por considerarlos pavosos, una pérdida de tiempo, imposibles de vivir, etc. Craso error. Porque nada hacemos con enseñar a ganar y a producir, si no enseñamos a vivir, y también, a vivir con los demás.
Oswaldo Pulgar Pérez
Universidad Tecnología del Centro oswaldopulgar@yahoo.es