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versión impresa ISSN 1690-7515
Enlace v.5 n.3 Maracaibo dic. 2008
EDITORIAL
Aquel que recibe una idea de mí, recibe instrucción sin disminuir las mías, como quien enciende su vela con la mía, recibe luz sin oscurecerme.
Thomas Jefferson, carta a Isaac McPherson
13 de agosto de 1813
¿Cuándo comenzó esto que llamamos globalización? Para responder esta pregunta habría que definir primero qué refiere este polémico proceso que nos toca a todos y aún con todas las definiciones, posiblemente no podamos comprenderlo en todo su alcance. Lo cierto es que por donde se mire, la globalización va asociada a acontecimientos políticos que definen otras esferas que son partes determinantes de nuestra existencia.
Zbigniew Brzezinski, uno de los más prestigiosos y duros analistas en política exterior norte americana, en un libro controversial llamado
Entre dos edades. El papel de Norteamérica en la era tecnotrónica, afirmó que John Kennedy fue el primer presidente global porque consideraba que el mundo entero era, en un sentido, un problema de política interior.Sería muy ingenuo asumir que la globalización parte de la visión de un presidente con respecto al mundo, si ello no se asocia con las redes del poder. Lo global, por lo menos en su concepción moderna, ha estado rondando la sociedad y en particular aquellas que de alguna manera se entrelazan en los diversos aspectos socioculturales, psicológicos, y económicos que hoy son determinados por las tecnologías, concretamente las asociadas a la información.
¿Dónde se ubican los parámetros que miden lo global y permiten entender los acontecimientos como si fuera una cuestión al interior de un país? No me cabe la menor duda que ellos se encuentran en la apropiación que se hace del conocimiento.
La sociedad de la información es por sobre todas las cosas una sociedad de conocimiento, que nos separa y clasifica en la medida que nos lo apropiamos y hacemos uso de él.
El conocimiento tiene precio y en la ciencia ese precio se paga muy alto. Las transnacionales de la información mercantilizan el saber como si se tratara de un bien, destinado al uso exclusivo
de un pequeño sector de la sociedad, razón suficiente para que se excluyan a las grandes mayorías de obtener el beneficio del saber. El conocimiento que se difunde en las revistas científicas ha sido un negocio para las empresas encargadas de valorar cuál es el conocimiento que se debe distribuir; ello termina por convertirse en un proceso de apropiación de la información científica por parte de las empresas transnacionales de la información, que excluye de su apropiación incluso a quien lo produce.
Para las transnacionales de la ciencia, el reto del saber es su transformación en mercancía. El control del conocimiento es un importantísimo mecanismo de poder. Hoy en día, ese control está sustentado en una defensa mundial de los derechos de propiedad intelectual y los derechos de patentes para beneficio exclusivo de las grandes multinacionales. Derechos que son definidos como universales y absolutos, y que se manifiestan en muchas de las privatizaciones del conocimiento científico.
La gran mayoría de las revistas científicas del mundo forman parte de este mecanismo perverso de apropiación intelectual. De ello no escapa el conocimiento producido por gran parte de las universidades del mundo. En una relación bastante perniciosa para la sociedad, los investigadores venden el conocimiento para beneficio individual y no colectivo.
Afortunadamente, sitios públicos y gratuitos en la Internet como DIALNET y REDALYC tienen la función y el compromiso de contribuir a la difusión de la actividad editorial científica que se produce, al permitir alojar las publicaciones sin costo alguno, lo cual incide en un aumento significativo de la circulación del conocimiento científico.
Esperamos que cada vez sean más las fuentes que se comprometen con esta labor de difundir el conocimiento, para hacer de la ciencia un bien público. Sólo falta que ese proceso global reconozca que en la ciencia, el conocimiento es un bien que debe extenderse sin limitaciones artificiales, porque ello no disminuye el conocimiento de los demás, muy por el contrario, lo incrementa.
Jesús Alberto Andrade
Editor