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versión impresa ISSN 1690-7515
Enlace v.5 n.3 Maracaibo dic. 2008
El libro como forma simbólica
Michel Melot1
Traducción: Raúl Marcó del Pont2
Resumen
Melot analiza las virtudes que distinguen al libro de la pantalla; trata de entender las características simbólicas del libro impreso, sus diferencias con el rollo y el códice, y nos obliga a reflexionar en torno a la larga transformación que han sufrido nuestras creencias no solo frente a estos objetos sino también con respecto al tiempo, el espacio, los cuerpos y la verdad.
Palabras clave:
libro, códice, rollo, pantalla, cristianismo, perspectiva simbólicaBook as Symbolic Form
Abstract
Melot analyzes the virtues that distinguish the book from the screen; it tries to understand the symbolic characteristics of the printed book, their differences with the roll and the codex, and he makes us think about the long transformation that our beliefs have undergone, not only in relation with the printed objects but also with respect to time, space, bodies and truth.
Key words:
Book, Codex, Roll, Screen, Christianity, Symbolic PerspectiveRecibido: 13-09-08 Aceptado: 02-11-08
La forma del libro es, sobre todo, una
forma simbólica en el sentido que le da E. Panofsky en La perspective comme forme symbolique (La perspectiva como forma simbólica, 1932), es decir, una forma que expresa, implícitamente, un conjunto de valores y representaciones del mundo. Pero es en otra de sus obras, Architecture gotique et penseé scolastique (La arquitectura gótica y el pensamiento escolástico, 1951) donde Panofsky nos invita a considerar los libros desde este punto de vista. Tras constatar las similitudes formales entre el pensamiento académico, que articula argumentos que, como elementos estructurales de la arquitectura de las catedrales, contribuyen los unos con los otros para alcanzar un equilibrio docto, continúa su comparación con la estructuración de los textos como se lleva a cabo durante ese mismo tiempo, los siglos XII y XIII:Pareciera que es solamente en la primera parte de la Edad Media que los libros se dividen en
capítulos numerados sin que esta secuencia implique un sistema de subordinación lógica, y es sólo hasta el siglo XIII que la organización de los principales tratados se realiza de conformidad con un plan de conjunto, secundum ordinem disciplinae, a fin de llevar al lector, paso a paso, de una propuesta a otra, y estar constantemente informándolo del avance de este planteamiento. El conjunto se divide en partes que, al igual que la segunda sección de la Summa Theologiae de Tomás de Aquino, pueden dividirse en partes más pequeñas, las partes en membra, quaestiones o distinciones, y éstas en articuli (Editions de Minuit, 1967: 93).La cuestión de la materialidad del libro, su forma, su anatomía y su morfología están en boga, después de algún tiempo. Durante un largo trecho la historia del libro se confundió con la de su contenido, y principalmente con la de los textos. La historia del libro ha sido la de las ideas transmitidas por el libro, una historia de la literatura, y también una historia de los autores. Los propios bibliotecarios pensaban que un título y el nombre de un autor eran suficientes para caracterizar un libro, ignorando que había miles de ejemplares que siendo objetos diferentes respondían a la misma definición. Este movimiento interesado por la morfología del libro y su propio funcionamiento se debe, evidentemente, a la irrupción de la electrónica y, de manera más general, al de las pantallas. Mientras que el reinado del papel no tuvo competencia, fue difícil ver al libro como un objeto físico. Para observar un frasco, dicen, es mejor no ser un pez. Con la electrónica, se trata en primer lugar de formar una especie de
defensa e ilustración del libro, objeto sensible que se consideraba amenazado. Pero una vez que se comprobó que el libro resistía e incluso florecía a pesar de la electrónica, el alivio sustituyó al temor y justificó las investigaciones que explican por qué el libro se mantiene al lado de herramientas informáticas que, en múltiples aspectos, lo superan con mucho. Voy a tratar, muy brevemente, de analizar las virtudes que distinguen el libro de la pantalla, para comprender dónde hunde sus raíces esta estructura del libro y por qué dicha armazón conserva propiedades siempre útiles.El interés propio por el libro no se debe a su contenido, ya que éste, los textos y las imágenes, se encuentran íntegros en la pantalla o en cualquier otro medio. Evidentemente, es en su forma física
donde hay que buscar sus propias cualidades. Su éxito duradero puede explicarse, por una parte, por su comodidad práctica, y por otra, como resultado de su eficacia simbólica, lo que es más delicado. Uno podría haberse imaginado, rehaciendo la historia, que nos movemos directamente del rollo a la pantalla. ¡El libro, en forma de códice, es un curioso rodeo! A pesar de ello, cuando vemos hasta qué punto la estructura de los datos electrónicos se basa en la del libro, uno puede suponer que el rodeo era necesario. Debemos encontrar dónde la forma del libro sentó sus reales, teniendo como hipótesis que las razones que llevaron a adoptar esta estructura nos permitirán entender por qué ha triunfado durante dos milenios sobre los otros. Pero, si uno se examina los orígenes del libro, en la forma en que lo conocemos hoy, la del códice, en contraste con aquéllos que lo precedieron hace milenios, las estelas, las tablas y los rollos, nos encontramos ante un curioso misterio.Las ventajas del códice sobre el rollo son
evidentes, y resulta innecesario perder el tiempo en ello.Es compacto y no corre el riesgo de ser aplastado; el abrir y cerrarlo evita tener que rebo
binarlo (maniobra fatal en el caso de los microfilm y las cintas de video); y se maneja fácilmente, incluso con una mano, lo que permite escribir mientras se lee; esta práctica, la más simple y más íntima, promueve la lectura en voz baja, en contraste con la del rollo, más pública y solemne; su etiqueta es visible y sólida; su indización es fácil debido a la separación de páginas que permite una estructura interna inmediatamente accesible, y la creación de un índice o tablas. En términos modernos, se diría que la estructura física del códice (volúmenes, páginas, líneas) se adecúa perfectamente a la estructura lógica de su contenido (partes, capítulos, párrafos), y permite la jerarquización, la fragmentación y la articulación de ideas en partes y porciones menores. El libro es, en sí mismo, una arborescencia. Sin embargo, sabemos que esta correspondencia entre la estructura física y la estructura lógica es la obsesión en cualquier ordenador normal, ya se trate de SGML, HTML o de otro tipo, que por cierto, en sus comienzos, antes de la aparición del hipertexto, eran calcadas por completo de las estructuras del libro.He aquí múltiples razones que podrían hacernos pensar que la invención del códice, cuyos primeros testimonios se hallan en la Roma del
siglo I a.C., fue una revolución que volvió rápidamente obsoleto el uso de rollo, tan incómodo, frágil y voluminoso. Pero tal vez no fue el caso. El códice fue poco utilizado. Su uso, lento y gradual, no sustituye totalmente el rollo hasta cuatro siglos más tarde. Cierto es que el uso del papiro no propició la utilización del códice, que supone doblar la hoja, lo que sólo el pergamino podría soportar sin riesgo. Pero el pergamino era ya conocido por los primeros usuarios del códice y sería apenas más caro que el papiro. Hay dos razones por las que no sabemos prácticamente nada del origen del códice, de las causas que dieron lugar a su aparición y de su éxito muy lento: los pocos testimonios que quedaron y que no suman más de unos pocos cientos para estos cuatro primeros siglos, y la propia lentitud de este proceso que se extiende más de cuatrocientos años, disperso en una amplia zona geográfica importante, el perímetro del Mediterráneo, pero con dos puntos fuertes: Roma y Alejandría. Hay dos certezas, sin embargo, en este misterio, pero certezas contradictorias: el códice fue inventado en Roma para difundir las obras literarias, tal como nos lo describe el poeta Marcial en los años 80; a manera de revancha, su desarrollo coincidió exactamente con el auge del cristianismo, que lo adoptó abrumadoramente: 158 de los 160 fragmentos de escritos cristianos antes del siglo cuarto están en códices (siendo los más antiguos conocidos un evangelio según San Juan, los hechos de los apóstoles y las cartas de San Pablo). Por lo tanto, la invención romana no causó ningún impacto sobre el ambiente literario. La expansión del códice se debe a la combinación de una comunidad cristiana dispersa por todo el Mediterráneo a partir de la segunda mitad del siglo I.¿Por qué los cristianos, y sólo ellos, adoptaron la forma del códice? Para Van Haelst, por
ejemplo, tal velocidad puede explicarse fácilmente por tres razones: el Evangelio no es un libro literario común; es un manual de vida de uso que es necesario utilizar en la liturgia y en la vida privada. Además, se trata de un libro nuevo, que sufrió menos que las obras clásicas las limitaciones culturales del volumen. Por último, en las comunidades jerárquicas, como lo fueron las primeras comunidades cristianas, con sus episcopi, presbyteroi y diaconoi, la circulación de las ideas y de las cosas eran más rápidas y más coherentes. Según C. H. Roberts y T. C. Skeats, la predilección de los cristianos por el códice bíblico no puede explicarse sólo por los beneficios muy reales de éste sobre el rollo: economía, capacidad, facilidad de referencia, entre otros. Ella postula una poderosa motivación de carácter religioso. Un evangelio, escrito desde el principio sobre un códice, debido a su autoridad, tendría, la capacidad de imponer su forma a otros escritos bíblicos, y por consiguiente a toda la literatura cristiana.Es poco decir que el Evangelio no es un libro común. Cabe señalar que la Torá, en su forma litúrgica, siempre es un rollo, protegidos por un cofre y rodeado de las precauciones que debe tener un objeto sagrado. El Evangelio, a pesar de que contiene los textos sagrados, sigue siendo un objeto ordinario cuyo uso es personal y obligatorio. Por lo tanto, es probable que dos grupos de razones expliquen por qué el rollo fue sustituido entre los cristianos por el códice, y por qué esta fórmula ha prevalecido. Las razones de orden práctico: el pergamino plegado ya se utilizaba para funciones domésticas, como los cuadernos de notas y los libros de contabilidad; era más fácil de manejar, de transportar y de guardar que el rollo. O, la religión cristiana requiere el uso diario e individual de la Sagrada Escritura, lo que contribuyó a difundir la escritura, reservada a los letrados, en todos los segmentos de la población. El códice permite una apropiación del contenido que se adhiere a su soporte, que lo guarda consigo y que, en cierta forma, se integra gracias a una práctica permanente. El cristianismo trastornó la creencia hebraica al proclamar el advenimiento del reino de Dios. La llegada del mesías cristiano marca el final de la Escritura. Se trata de un final de la historia: la escritura se cierra. No existirá más la escritura santa después de este escrito. El libro se puede cerrar en sí mismo. Esto puede explicar por qué la Torá sigue envuelta y es cíclica. Incluso se ha supuesto que los cristianos adoptaron el códice voluntariamente para distinguirse a los judíos. Así que, en cualquier caso, éstas son las dos propiedades del códice que justifican su éxito, aún hoy, a pesar de la pantalla: la escritura es solidaria de su soporte, al que puede incorporarse prácticamente, el códice, lo que es más importante, se abre y se cierra. Es un objeto completo e independiente. Se puede decir que es autosuficiente. Contiene una verdad acabada cuya jerarquía interna puede organizarse de manera definitiva y estable con respecto a un conjunto finito.
El ordenador no posee ninguna de estas posibilidades. Es una herramienta para la lectura abierta a toda nueva escritura que supone una desolidarización entre el texto y su soporte, creencia más que evidente. En muchas religiones, incluyendo el hinduismo, el budismo y el sintoísmo, los soportes son inseparables del texto, volviéndolo objeto de culto. El texto de las oraciones o fórmulas sagradas es inseparable de su condición material de objeto. En la religión judía, la escritura es sagrada y el escribano que copia la Torá no debe cometer ningún error. Cualquier versión con faltas no puede ser destruida sino que es relegada a un lugar determinado, una especie de cementerio de las escrituras; la sacralidad del texto impregna el medio de comunicación, pero es la escritura lo que se venera y no su soporte. Los judíos adoptaron el códice ya bien entrado el siglo VIII. Los cristianos se distinguen de unos y otros al no profesar culto ni al medio ni a la forma física de la escritura, convirtiendo al libro sagrado en un objeto indispensable pero común, un accesorio de la liturgia y de la fe más que, hablando con propiedad, un objeto de culto, como pueden serlo, por ejemplo, las reliquias. Lo que los cristianos inventaron es lo que un especialista en computación llamaría
la portabilidad del texto sagrado, su compatibilidad con cualquier tipo de soporte con el que permanece, por lo tanto, solidario. Esta creencia en la naturaleza humana de la hechura del texto y de la naturaleza del libro fue un paso decisivo para la humanidad: es un requisito previo para la invención de la imprenta y de cualquier reproducción mecánica de la escritura, reproducción para la que todos los demás registros, incluidos los árabes y orientales, no están adaptados, y frente a la que se han mantenido reacios durante mucho tiempo.Para los cristianos, Dios no escribió la Biblia, excepto las Tablas de la ley. Para ellos, Dios es Cristo. Para los musulmanes, Mahoma no es Dios. Dios es el Corán. El Corán no es un libro sino la figuración de la palabra de Dios. Pero, como para los cristianos, los musulmanes pueden darle al Corán forma de códice, porque es completo y acabado, pero las páginas están enmarcadas a fin de delimitar una suerte de espacio reservado para Dios. Por lo tanto, es erróneo hablar de estas religiones como religiones
del libro: son religiones del verbo, y en cuanto al cristianismo, lejos de sacralizar la escritura, la trivializa para que sea un objeto de consumo, de lo que sabrán apoderarse la Reforma y el capitalismo.En el libro, a diferencia de la computadora, la verdad se conoce de antemano; él la contiene. Ella no puede escaparse y quien conoce esta verdad preconcebida se llama su
autor. El libro, considerado como versión definitiva y completa de una verdad presupone la noción de autoría y pone los cimientos del autor como individuo, en el sentido que le dio la Ilustración. La autoridad del libro es plenamente responsable de su contenido, inalterable, con mayor razón porque su contenido es definido con precisión y comprendido, como dicen los musulmanes, entre dos cubiertas.Es así que Kant definió el libro no como una unidad material, sino como una unidad intelectual que recibió una forma estable y fundó la condición del hombre como autor. Hoy en día ¿seguimos sabiendo lo que es un libro? Esta totalidad física y lógica que el bibliotecario llamado
unidad bibliográfica opone radicalmente el libro a la computadora. La computadora no tiene contenido propio. Su centro puede estar en cualquier parte del mundo y su periferia en ninguna parte. El libro es una unidad artificial, una fachada, pero su título único da acceso a un edificio que puede dividirse. En su Arqueología del saber, Michel Foucault tiene toda la razón de prevenirnos contra esta ilusión del libro como unidad intelectual:Por más que el libro se da como un objeto que se tiene bajo la mano, por más que se abarquille en ese pequeño paralelepípedo que lo encierra: su unidad es variable y relativa. No bien se le interroga pierde su evidencia; no se indica a sí misma, no se construye, sino a partir de un campo complejo de discurso.
Pero él mismo está atrapado por esta otra ilusión que hace que el texto y el libro se confundan. Esta descomposición dentro de una unidad inseparable no se debe al
campo complejo del discurso, sino a la forma física del libro, y más precisamente a lo que hace su estructura: el pliego, el cuadernillo y la portada.Se puede decir que el libro nació del pliego.
Tome una hoja y dóblela a la mitad: usted obtendrá lo que se llama un libro. Se mantiene de pie. Se abre y se cierra. La hoja se ha convertido en volumen. El pensamiento plegado no es el pensamiento desenrollado. Y no ocupa el mismo espacio ni el mismo tiempo. El doblez produce este prodigio de transformar una forma simple en una forma compleja sin añadirle nada. La hoja va de simple a doble, a cuádruple e incluso a más si es necesario. Adquiere de un arañazo la tercera dimensión. Un único doblez sobre una hoja es suficiente para organizar el espacio en cuatro páginas que se abren al infinito, como el anillo de Moebio. El doblez divide los espacios sin separarlos, a la vez distintos y solidarios, de dos en dos, frente-vuelta, pero de nuevo cara a cara o espalda con espalda, exteriores y convexos, interiores y cóncavos, dos contiguos y dos opuestos. El pliegue, a pesar de ser único, desempeña una función diferente dependiendo del ángulo desde el que se lo considere. Une y divide. El libro ayuda de esta forma a pensar lo continuo en la discontinuidad y la discontinuidad en la continuidad. Del pliegue nace, entonces, una forma de pensamiento, la dialéctica, que se articula al ritmo de las páginas que se van hojeando, que se oponen y se dejan atrás. Llamamos lectura a lo que orienta este espacio. Adquiere, entonces, un sentido. Y cuando el libro está terminado, el asunto está cerrado.El cuaderno que reúne los pliegues sólo tie
ne un papel federalista y unificador de las distintas partes y cuyo contenido puede ser incoherente. El cuaderno permite navegar a través del libro y le proporciona movilidad. Es la articulación mecánica la que traduce los vínculos del texto y del pensamiento. El cuaderno da vida al libro y lo inscribe en el tiempo y en el espacio. La costura que da vida al libro y que le permite moverse, se llama nervio. El nervio vuelve solidarios a los cuadernillos y los liga a la portada. De esta forma, la cubierta juega un papel fundamental en el significado implícito del libro al circunscribir su contenido a un espacio finito. El libro encuentra allí su mayor diferencia con todas las nuevas formas de texto, que, por el contrario, no tienen previsto un término programado, comenzando por el periódico, que se inventó precisamente para escapar de la portada, para que el texto pueda desbordar al libro, lo que se busca sin cesar. Así se construyeron las bases de datos. Gracias a la portada, el libro está, pues, completo, terminado. Todo se debe decir entre la primera y última páginas. Como resultado de la portada, el libro es, en sí mismo, su propia caja, y encierra su contenido como un secreto.No es, pues el contenido lo que distingue al libro, es su forma simbólica, en el sentido que Panofski habla de la perspectiva como una for
ma simbólica; es decir, finalmente, una forma de pensar. En su libro La arquitectura gótica y pensamiento escolástico nos invita, por otra parte, a examinar también el reporte del libro en su significado profundo: conforme a un plan de conjunto que le da el libro todo su valor frente al desempeño del periódico y de la computadora, cuyo contenido nunca se alcanza, y por lo tanto, no es predecible ni dominable. La forma homogénea y estructurada del códice sirve, pues, para reunir los elementos heterogéneos y darles una unidad y una estabilidad, incluso una trascendencia, como fue el caso de los grandes corpus religiosos. Lo mismo sucede con las colecciones de textos, sumas, enciclopedias y obras filosóficas compuestas, los Pensamientos de Pascal o Los ensayos de Montaigne, incluso tratados heterogéneos como La fisiología del gusto de Brillat-Savarin, novelas como El Quijote o Manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki, en donde las historias aparecen como incrustadas unas en las otras dentro de un libro.Por lo tanto, el códice induce en nuestro pensamiento y en nuestro comportamiento una determinada relación con la verdad, con el tiempo
y el cuerpo. El códice es el objeto de una verdad única, completa y autosuficiente provista de un título y de una autoridad. Se opone a la escritura electrónica constantemente abierta a múltiples verdades, provisionales y constantemente inconclusas. El códice presupone un tiempo lineal y medible, un inicio y un fin, y por tanto una concepción unilineal de la causalidad. Todo está inscrito en una misma cronología, lo que ha conducido a sobredimensionar la noción de la Historia como medida universal y como explicación del mundo, mientras que el texto electrónico nos hará distanciarnos de la historia y abrirnos a una concepción multifactorial de la causalidad, una concepción constantemente actualizada de la historia, una consideración de cronologías diferentes, y sin embargo, simultáneas.Por último, el libro, a diferencia de la com
putadora, es un objeto orgánico. No debemos subestimar esta característica en la relación física que se puede tener con el libro, informe íntimo y rápidamente corporal o incluso pasional. Hecho de piel y papel, animal y vegetal, el libro no sóloaparece como una extensión del cuerpo o de la palabra, un objeto de cierta manera
transicional, dirían los psicólogos, incluso (sobre todo en las muchas metáforas que lo equiparan a un organismo vivo), como una secreción del cuerpo humano. El libro es un objeto combustible, perecedero e incluso comestible. Devorar un libro no es sólo una metáfora; las historias y los mitos abundan con situaciones en las que el libro es físicamente absorbido por sus lectores, empezando por el famoso pasaje del Apocalipsis de San Juan. La manducación del libro es comparable a la rumia del texto sagrado murmurado o salmodiado. El vocabulario del libro revela, por otra parte, su relación con el cuerpo humano. Los encuadernadores hablan de la cabeza, la espalda, el cuerpo, la cabezada y los nervios de un libro.El abrir un libro se puede experimentar conscientemente como una intrusión en un cuerpo viviente, en cuya piel circula la vida material que encierra. De este modo, el códice es, por estas razones de corporeidad del soporte y de la apropiación individual y de la adhesión del contenido
a este medio, un objeto capaz de transmitir secretos, más que una computadora, que es un lugar de demostración donde los textos y las imágenes no hacen otra cosa más que pasar. Es posible incluso preguntarse si, a veces, abrir un libro no es un acto impúdico. La impudicia de un libro abierto resulta explícita en la iconografía cristiana del Libro de la vida o Libro de conciencia. El libro de la vida, donde se registran nuestras acciones, buenas y malas, para permitir el balance el día de nuestra muerte, existe en varias religiones, de Grecia al budismo. Esta metáfora del libro equiparado con la vida humana, que, como ella, tiene necesariamente un principio y un fin, que sólo conoce el autor, dio lugar a representaciones pictóricas en los manuscritos y en los pórticos medievales. En el Tímpano de Conques se ve un ángel el día del Juicio Final, abriendo ante Dios el registro donde están inscritas las vidas humanas. En el siglo XV, cuando el libro comienza a difundirse y convertirse en un objeto secular, precisamente en esa época donde se desarrolla el uso de los libros de contabilidad ', el 'Libro de la vida" se convierte en portátil e individual: cada individuo lleva su propio libro y debe abrirlo ante Dios para escuchar su veredicto. Momento crucial del pensamiento occidental en donde se expresa la responsabilidad individual en un objeto personalizado. Pero, qué crueldad en este momento donde la gente, completamente desnuda, todavía tiene que descubrirse abriendo el libro, mostrarse más desnudas, revelando no sólo sus cuerpos sino su conciencia. Jean-Jacques Rousseau inicia sus Confesiones con el mismo tema: Cuando suene la trompeta del Juicio Final iré con este libro en mano y compareceré ante el juez soberano. Yo diré en voz alta: 'Esto es lo que hice, lo que pensé, lo que fui."Me pregunto también sobre la presencia constante del libro cerca de la Señora de la Anunciación, a pesar de que el códice aún no existía y que, sin duda, la Virgen no sabía leer. En general, este libro se interpreta como una señal de la realización de las Escrituras y el recordatorio de que los profetas en el Antiguo Testamento anuncian el Nuevo. Se lo interpreta también, más sutilmente, como un paso de lo oral a lo escrito, del Anuncio hecho por el ángel Gabriel al Evangelio inscrito para todos los tiempos. Por último, se interpreta la presencia de este libro, casi siempre abierto, como una ruptura en la vida de la Virgen, como un punto de quiebre causado por la inesperada intrusión del arcángel en su vida privada. Este libro no es tampoco, más profundamente aún, un símbolo inconsciente de la virginidad, la Virgen fertilizada por la palabra de Dios convertida en escritura. La metáfora de los caracteres considerados semillas sembradas por el autor, que se levantan en surcos sobre el campo virgen de la página (la
página en tanto terreno fértil, como su nombre lo indica, que también dio lugar a país) es común en la literatura cristiana, a veces enriquecido por la imagen de filas de escritura ordenadas como un viñedo de donde saldrá el vino que es la sangre de Cristo. No estoy seguro de que la computadora personal comparta con el libro este sentido tan rico. Me resulta difícil imaginar a Gabriel irrumpiendo en la vida de la Virgen a través del SMS, y no estoy tampoco seguro que podamos presentarnos un día delante de algún juez soberano con su computadora portátil.Pero no olvidemos que el rollo coexistió con el códice cuatro siglos antes de desaparecer, para luego resurgir quince siglos después en nuestras pantallas. No se trata de un cambio técnico, y mucho menos de un
progreso cuya noción misma nos es dictada por la progresión lineal del libro, sino de una larga mutación de nuestras creencias vinculadas con nuestras relaciones con el espacio, el tiempo, los cuerpos y la verdad.NOTAS
1 Entre sus libros destacan
Une brève histoire de l'image (2007), Demain, Le Livre (2007) Livre, (2006), La sabiduría del bibliotecario (traducido al español por el Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, 2005), Picasso : From Caricature To Metamorphosis Of Style (2005), Les images dans les bibliothèques (1995), L'estampe impressionniste (1994) y muchos más.2 Raúl Marcó del Pont antropólogo social y maestro en edición (por la Universidad de Salamanca). Trabaja como editor de temas ambientales desde 1985 y desde 1995 es director de publicaciones del Instituto Nacional de Ecología, México. Fue editor de la revista Ecología. Política/cultura (1984-1986) y responsable de producción del suplemento cultural Tranvía. Literatura, política y naturaleza (del periódico regional Política) (1995-1997). Ha publicado artículos y traducciones sobre temas culturales y ambientales en diversos medios. Es coautor de un libro sobre mujeres indígenas (editado por el FNUAP) y un capítulo sobre poblaciones indígenas y medio ambiente en el Estado del desarrollo de los pueblos indígenas de México, 1996-1997, editado por el Instituto Nacional Indigenista y el PNUD. También ha participado en dos compilaciones sobre decretos federales y estatales de las áreas naturales protegidas de México (INE, RDS, CONANP). Correo electrónico: pmarco@ine.gob.mx