INTRODUCCIÓN
Los cien años de humillación, como es conocido popularmente el periodo en el que las potencias occidentales: Reino Unido, Rusia y Japón doblegaron a China en las guerras del opio; así como la rebelión de Manchuria y otros eventos adversos a la estabilidad del país, marcaron una realidad de derrota y pérdida sustancial de soberanía y credibilidad. China fue obligada a aceptar tratados desfavorables con las potencias occidentales y euroasiáticas durante el siglo XIX, hasta mediados del siglo XX (Alcalde Cardoza, 2021). Estos tratados acrecentaron la molestia, la pobreza y el sentimiento de fracaso generalizado dentro de la sociedad china. A raíz de esta realidad, nace dentro del pensamiento colectivo, el nuevo ideal chino como respuesta al resquebrajamiento de la identidad nacional. Este nuevo ideal busca, dentro de sus máximas, posicionarse como una potencia en lo económico, lo político y lo social, capaz de resarcir esta deuda histórica; pasar de ser un silencioso seguidor de las directrices de las potencias convencionales, a convertirse en un líder mundial por sus propios méritos (Ramírez Ruiz y Pinto Salvatierra, 2023).
El país asiático lleva a cabo este ideal mediante la propuesta de un mundo donde el poder y la capacidad de decisión se materialicen a través de un esquema multilateral de participación, donde se rompe con el esquema conservador de una hegemonía todopoderosa liderada por Estados Unidos, pasando a un mundo multipolar, donde las dinámicas y necesidades del planeta se convierten en una tarea compartida por aquellos países que puedan ejercer un contrapeso significativo al orden establecido, a través de su poderío económico, bélico o histórico. Según Alcalde Cardoza (2021) esta visión de multilateralismo reaccionario propuesta por China, no es nueva. Se ha venido cultivando desde el siglo pasado con el posicionamiento del país como un gigante manufacturero, un inversor flexible y un proveedor de tecnología, técnica y conocimiento en procesos industriales de todo tipo (Qinjian y Savellano, 2024).
A partir de la segunda mitad del siglo XX, China fue configurándose como un país apto para la manufactura mundial. Las grandes corporaciones localizaron en China una maquinaria de manufactura y producción de una gran amplitud. Había un componente de interés que consistía en mano de obra barata que flexibilizaba la estructura de costos de los productos que se elaboraban en suelo chino, haciéndolos más competitivos (Vázquez Rojo, 2022).
Sumado a esto, durante los últimos 30 años, a raíz de las reformas económicas planteadas por el Partido Comunista de China, y con la apertura masiva de las capacidades chinas al mundo, se desarrolló una infraestructura comercial y financiera. En este sentido, China se fue abriendo paso a través de las grandes esferas comerciales del planeta, posicionando al país en las relaciones comerciales de escala global (Kaplun, 2024; Rodríguez Gómez, 2021).
Poco a poco, la importancia y el alcance del poderío chino en materia comercial y financiera fue calando dentro de la estructura del orden económico mundial. En la última década del siglo XX, con la puesta en marcha de las reformas impulsadas por Deng Xiaoping, China hace su jugada maestra. Comienza un proceso donde tiene altos flujos de liquidez, mano de obra especializada y la mayoría de los procesos productivos importantes del mundo. Se despliega un plan de interconexión comercial con alcance global que, al concretarse, produjo cambios notables en la estructura de poder económico que había sido liderado por occidente (Treacy, 2020; Olea Contreras, 2021).
La intención de China de establecer una esfera comercial y financiera dentro de un orden multilateral se materializó en 2013 con el lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda, un proyecto anunciado y puesto en marcha por Xi Jinping
Se establece que “se trata de una mega iniciativa de desarrollo de corredores económicos e infraestructura que vinculan aún más, comercial y productivamente a países de Europa, múltiples regiones de Asia y el Norte de África” (Slipack y Giotto, 2019, p. 32). Un plan de esta magnitud y ambición involucra recursos y logística alrededor del mundo.
Con miras a esta nueva dinámica mundial, en la cual China busca robustecer un mundo multipolar, utilizando como punta de lanza su poder comercial, la inversión flexible y la cooperación internacional y, además, tomando en consideración el rol de América Latina dentro del proyecto de la franja y la ruta, cabría preguntarse: ¿La financiación y puesta en marcha de los proyectos convenidos a través de la franja y la ruta para América Latina, han significado un cambio real hacia el multilateralismo internacional, o solo ha significado un cambio de actores en el antiguo modelo hegemónico de poder global? Sin duda, la respuesta a tal interrogante conduce a reflexionar sobre aspectos que apuntan hacia la geopolítica, la geoestrategia y los procedimientos financieros para comprender el fenómeno chino en el transcurso del siglo XXI. A partir del análisis, se propone como objetivo abrir una discusión sobre el tipo de relación económica que se ha ido desarrollando entre Latinoamérica y China.
MÉTODO
El trabajo sigue el diseño de un estudio documental de tipo cualitativo, con una mirada holística para acercarse al estudio de la incidencia de China en América Latina, para establecer un planteamiento que permita fundamentar su argumento principal sobre la sustitución del poder hegemónico de Estados Unidos, por el poder hegemónico de China. La recolección y análisis de datos combinan la revisión de bibliografía en torno a tres aspectos que sirven de eje, los cuales recurren al análisis de contenidos bajo tres categorías: el multilateralismo, la iniciativa de la franja y la ruta, resultados del caso latinoamericano.
RESULTADOS
Bajo estos tres ejes de discusión se muestra que el proceso mediante el cual China ha escalado posiciones geopolíticas en América Latina “ha estado marcado por una complejidad que lo hace único en la historia, con características particulares, irrepetibles e irreplicables. Los factores que lo hicieron posible son a la vez históricos, culturales, políticos y económicos” (González y Tussie, 2023, p. 16).
El multilateralismo
Tradicionalmente, el ejercicio del poder global ha sido instrumentado desde una perspectiva unipolar, teniendo como cabeza de este orden a Estados Unidos, especialmente, desde el fin de la II Guerra Mundial. Actualmente, se presenta un escenario bipolar que involucra a alguna potencia periférica de igual o menor tamaño y capacidad que, circunstancialmente, hace frente al orden establecido, como lo fue la dinámica mundial hasta el fin de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.
En razón de este tradicional estandarte de orden mundial, han existido intentos continuos y permanentes para establecer modelos de poder que detentan contrapesos instrumentales para normar y regularizar las relaciones y necesidades de los países a lo largo y ancho del globo. El ejemplo más citado es la creación de la Liga de las Naciones, posteriormente Naciones Unidas, a finales de la II Guerra Mundial. Sin embargo, su éxito a lo largo de los años ha sido continuamente cuestionado como consecuencia de su actuación en momentos de crisis internacional, y de la efectividad de sus decisiones. Adicionalmente a esto, a pesar de ser Estados Unidos el principal promotor de este organismo es también el país cuya actuación unilateral sobresale en ignorar los consensos y decisiones del mismo organismo.
Es una realidad que Estados Unidos ha liderado todos los procesos de decisión mundial gracias a su enorme maquinaria financiera y bélica. A tenor del gusto particular de cada individuo o país, no se está inquiriendo si ha sido acertado o no que los eventos devinieran de esta manera, solo es la forma en la que han sucedido. Ambrós (2020) reporta a Naciones Unidas como “una herramienta de cooperación regida por valores occidentales, pero ahora este esquema se tambalea, está en crisis, debido a la apuesta por el unilateralismo de Estados Unidos” (p. 622).
En este punto, se define el multilateralismo como forma institucional de organizar las relaciones entre tres o más Estados, con base en principios generalizados de conducta (Barbé Izuel, 2010), especificando una adecuación a todos, sin que prevalezcan intereses particulares de ninguna de las partes. Efectivamente, se entiende como la coordinación de políticas a través de mecanismos con fines determinados o por medio de instituciones. Benedetto y Morasso (2020) afirman que “las instituciones del multilateralismo rigen las interacciones de los Estados, independientemente de su naturaleza jurídica, y se manifiesta para dar solución a problemas comunes tal como regímenes internacionales” (p. 471).
Bajo esta concepción, el multilateralismo, “se abre paso como un modelo asiático influido cada vez más por China” (Ambrós, 2020, p. 622). El avance de China en la escena internacional política y económica, se basa en la noción de influencia a través del mega proyecto de la nueva ruta de la seda, que posteriormente se renombraría como la franja y la ruta, esta propuesta de inversión e influencia transfronteriza se basa en los ideales de cooperación mutua, negociación flexible y adaptabilidad ante las circunstancias particulares de cada país.
En este sentido, se ha proyectado la construcción y definición de corredores económicos de gran envergadura a través de todo el globo. China busca conglomerar bajo su influencia, un nuevo orden de poder, un nuevo esquema, donde se observe una esfera de dominio euroasiática en conjunto con Rusia, que modifique las relaciones comerciales y políticas. Se busca desplazar a Estados Unidos y la Unión Europea como ejes tradicionales y únicos de las dinámicas mundiales, contrarrestando a su vez el poder acumulado por el G7 (Canadá, Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón, Reino Unido e Italia). La capacidad industrial acumulada en el G7 es sin duda relevante, pero es ineludible destacar que el gigante asiático ha demostrado su potencial en los rubros dominados por este grupo, lo que genera un contrapeso competitivo en los mercados mundiales y en la geopolítica mundial (Rosales, 2022).
La iniciativa de la franja y la ruta
Para comenzar a dimensionar las intenciones de China en el mundo, es importante recordar los orígenes de la punta de lanza de China en materia comercial y política, en la iniciativa de la franja y la ruta. Tal como se mencionó arriba, se trata de una mega iniciativa de Xi Jinping en 2013 para el desarrollo de corredores económicos que vinculan aún más comercial y productivamente a países de Europa, múltiples regiones de Asia y el Norte de África. El anuncio de Xi, sin embargo, significaba llegar más lejos de un posicionamiento en favor del multilateralismo. Según Rubiolo et al. (2020) revelaba el interés chino de recuperar el protagonismo internacional que en su día tuvo el Imperio del Centro, y confirmaba el empeño de Pekín de configurar un nuevo orden internacional que tenga en cuenta los valores asiáticos.
Esto presenta un paradigma de cambio de orden mundial debido al incremento de las potencialidades chinas como agente económico de peso, ante el tradicional liderazgo de los países occidentales y la decadencia que estos han venido experimentando en la última década, a raíz de convulsiones políticas, proteccionismos comerciales y el ascenso cada vez más preocupante de ideologías extremistas. Aseguran Merino et al. (2019) que el cambio geopolítico se da como resultado de la situación del multipolaridad relativa que se verifica actualmente. Así, las pugnas y la colaboración entre los extremos de poder mundial presentan dos figuras preponderantes: China, que se estrena como centro desafiante de la economía mundial, y Rusia potencia militar, productor de hidrocarburos y centro geopolítico euroasiático.
Se observa, a partir de las apreciaciones de Merino et al. (2019), que el ascenso de China como actor de influencia en el poder económico mundial, no se basa en un eje centralista. Se busca la alianza estratégica con Rusia como potencia energética y militar, capaz de equilibrar la balanza de influencia geoestratégica de Estados Unidos y la Unión Europea en la región asiática.
En este sentido, la visión China de la franja y la ruta persigue integrar a los países circundantes dentro de su política de inversión, para ganar influencia y peso al hacer que estos países graviten en torno al gigante asiático, tal como se refleja en las cifras de su avance con la Asociación Económica Integral Regional o RCEP, ya que se cuantifican en 31% de las exportaciones mundiales, 3,5 mil millones de personas y el 39% del PIB mundial, además, en la propuesta estratégica para la región configurada en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), con un capital inicial de 50.000 millones de dólares con posibilidades de incremento en 100.000 millones.
Asimismo, la posición de China niega el proteccionismo y defiende la liberación del comercio y la inversión, expresado en las palabras Xi Jinping en Davos (Suiza) y emerge como el mayor exportador mundial, en rubros complejos, revelando su gran competitividad. Señalan los autores que esta demarcación de acontecimientos en las grandes potencias industriales como Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, se repite casi de una manera ineludible en China, puesto que después de alcanzado “cierto nivel de desarrollo relativo y competitividad, convirtiéndose en nuevos centros de la economía global, cambian las posiciones proteccionistas y dirigidas por posiciones más cercanas al libre mercado (Merino et al., 2019, p. 5).
Visualizando un poco las dimensiones del poder chino se puede apreciar el rápido e imparable avance que ha tenido este país en los últimos 30 años. El crecimiento económico anual promedio de China fue del 7,2% en 2013-2016, calculado con precios en dólares de 2010, notablemente más rápido que el 2,1% de Estados Unidos, 1,2% para la zona euro, el 1,1%de Japón y el 2,7%del crecimiento mundial en el mismo período.
Dadas las condiciones de crecimiento y las intenciones de expansión del gigante asiático se ha visto, con el pasar de los años, la implementación de estrategias financieras específicas que, si bien a tenor general de los negocios mundiales, no parecieran ser algo orquestado directamente por las aspiraciones geoestratégicas de China, si se observa un poco más de cerca, se denotan patrones de acción claramente intencionados.
Estos patrones tienden unívocamente a apuntalar la influencia de China en el mundo, a través de la compra y creación de empresas en sectores estratégicos que le sirven como puente o vía para cumplir su objetivo final con la franja y la ruta. Adicionalmente buscan sortear las estrategias de contención comercial y financiera promovidas por Estados Unidos, así como abrir vías amplias de comercio que puedan nutrir la maquinaria de producción China. La consecución de esta estratagema logística por parte de China crearía una matriz de influencia comercial en la que Estados Unidos quedaría desplazado de su poder hegemónico tradicional.
La estrategia china para lograr estos objetivos se centra en tres puntos base: la adquisición de empresas en el extranjero e inversiones en áreas críticas para sus necesidades de desarrollo, vinculadas fundamentalmente a energía, alimentos e infraestructura; la internacionalización del yuan, su creciente uso como moneda de reserva de distintos bancos centrales y acuerdos con Bancos Centrales de préstamos en yuanes para fortalecer las reservas; y el avance hacia la complejidad económica y el desarrollo de tecnología.
La tabla 1 especifica las acciones que concretizan la hegemonía China. Se muestran las estrategias financieras y geopolíticas de China como vía para consolidar el proyecto de la franja y la ruta América Latina.
Como se aprecia la estrategia central se basa en el abastecimiento masivo de recursos energéticos y recursos alimentarios, acorde con una política expansionista a gran escala.
En la actualidad, los grandes problemas de China están representados en la seguridad alimentaria, la sobreproducción y la importación de recursos minerales y energéticos. La fase primaria de las intenciones de Beijing es crear una plataforma base, consecuente con el objetivo de sostener a su población, establecer esquemas más rentables de producción, gracias a la movilización dinámica de mercancías a través de los corredores comerciales propuestos, y abaratar el costo de su consumo energético. Sumado a este elemento clave, la intención china es instituir el yuan como divisa internacional, desplazando al dólar, gracias a una política de respaldo en oro, lo que demuestra las ambiciones chinas de convertirse en un titán financiero.
En efecto, se observa que en el último tiempo la influencia china en el mundo financiero ha ido en aumento. Se han creado instituciones financieras de gran envergadura como el nuevo Banco de Desarrollo, el Banco Asiático de Inversión y el Fondo de la Nueva Ruta de la Seda, que buscan financiar las intenciones del nuevo orden mundial propulsado por Beijing.
Tabla 1. Estrategias financieras y geopolíticas de China.
Objetivos estratégicos | Acciones | Efectos | Incidencia |
---|---|---|---|
Adquisición de empresas en el extranjero e inversiones | Cofcode (comercializadora de granos estatal china) compró participación en Noble Group y la cerealera Nidera. Joint venture agrícola de Singapur Bright Food, del gobierno municipal de Shanghái, Marca británica Weetabix Empresa catalana Miquel Alimentación. El gigante biotecnológico suizo Syngenta. | Seguridad alimentaria Biotecnología Acceso a tecnología de punta en materia agroalimentaria Activa política de internacionalización | Áreas críticas para el desarrollo |
Internacionalización del yuan | Creciente uso del yuan como moneda de reserva de distintos bancos centrales Acuerdos con Bancos Centrales de préstamos en yuanes | Fortalecimiento de las reservas | Swaps cambiarios bilaterales |
Incremento de reservas en oro | Uno de los mayores compradores de oro en el mundo | Fortalecimiento de las reservas | Apuntalar la moneda con el patrón oro, en detrimento del dólar |
Exportación masiva de bienes al mundo | Complejidad económica | Influencia en los mercados | Competitividad |
Big Data | 50 veces mayor que EEUU | Construcción de cyber realidad | Aumento del desarrollo humano |
Liderazgo en Inteligencia Artificial | Cruce del desarrollo humano con la IA | Avance tecnológico de punta | Desarrollo industrial |
Estrategia diplomática | Organización de las Naciones Unidas (ONU) Organización Mundial del Comercio (OMC), Fondo Monetario Internacional (FMI) Banco Mundial (BM) Banco de Pagos Internacionales (BIS) Foro de Estabilidad Financiera (FSB), Junta de Normas Internacionales de Contabilidad (IASB) Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO) Asociación Internacional de Supervisores de Seguros (IAIS). | incrementar sus posiciones en organismos internacionales | Poder blando |
Elaboración: Los autores.
De igual forma, China ha ido articulando la compra de empresas relacionadas con el sector financiero, ha comprado una cantidad increíble de bonos del tesoro estadounidense, así como también participaciones importantes de empresas alrededor del mundo, cuya intención es posicionar a China como el nuevo eje euroasiático de los negocios internacionales, brindando a través de la nueva ruta de la seda, corredores comerciales eficientes con el potencial de alcanzar nuevos mercados.
La visión geoestratégica de China es increíblemente ambiciosa, de completarse podría posicionarse como la nueva superpotencia mundial, alterando dramáticamente las esferas de comercio internacional actuales, donde Estados Unidos es el centro de todas las esferas. El hecho de que China quiera romper este orden y crear una esfera propia en Europa, Asía, el norte de África y América Latina, implica el solapamiento del poder económico y militar de Estados Unidos y un cambio de visión sumamente importante.
Desde esta perspectiva la concepción de un multilateralismo acompañado por el proyecto de la franja y la ruta queda en segundo plano. Si bien China busca establecer alianzas en todo el mundo, financiado proyectos, incentivando la cooperación y brindando una política flexible para la inyección de capitales, el centro ineludible de sus intenciones es incrementar su esfera de influencia y alzarse por sobre el orden establecido para convertirse en el nuevo regente e impartir las nuevas normas de convivencia y funcionamiento del mundo.
La franja y la ruta, resultados del caso latinoamericano
La concepción de la nueva ruta de la seda no es exclusiva de Eurasia y el norte de África, sino que ha sido una política inclusiva, con la que el gobierno chino ha dejado las puertas abiertas a todo aquel que quiera unírsele. En este contexto uno de los principales objetivos del gobierno chino ha sido integrar a América Latina como una extensión natural de la ruta marítima.
Las gestiones de China para participar en las organizaciones financieras, comerciales y políticas de América Latina, se concretan a partir de la década del 90:
En 1990, el gigante asiático estableció diálogo político con el Grupo de Río.
En 1991, se convirtió en observador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En 1993 solicita su conversión en accionista del BID, solicitud aprobada definitivamente en octubre de 2008, gracias a su aporte de 350 millones de dólares.
En junio de 1994 es el primer país asiático nombrado oficialmente observador de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI).
En 1994 el Banco de China estableció su primera sucursal en Panamá, a pesar de no tener relaciones diplomáticas con ese país.
En mayo de 1997, fue admitida en el Banco de Desarrollo del Caribe.
A partir de 2004, entra como observador permanente a la Organización de los Estados Americanos (OEA) y al Parlamento Latinoamericano.
Además, China participa en diálogos con el Mercosur, con la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y con la Comunidad del Caribe (CARICOM) (Cornejo y Navarro, 2010; Treacy, 2020).
Existen otros antecedentes que también puedan dar pista sobre las intenciones del gobierno chino en América Latina. Actualmente China tiene una matriz energética increíblemente dependiente de combustibles fósiles, así como de manufactura básica que desea migrar hacia las periferias asiáticas, a África o América Latina. Slipak y Ghiotto (2019) advierten sobre el contexto de la situación descrita.
En primer lugar, las significativas tasas de crecimiento económico y su presencia comercial global han ocasionado un alto incremento en el consumo de energía y de materia primas. Esto ha dado como resultado que China sea el primer consumidor global de electricidad, de madera, de minerales como estaño, zinc, hierro, cobre, carbón, carbonato de litio, lignito; y de alimentos como soja, pescado, harina de pescado, azúcar. En segundo lugar, esta situación de consumo ha conllevado a China a convertirse en el principal importador neto global de energía, el primero en petróleo, carbón y lignito, el segundo en gas y uno de los primeros compradores de mineral de hierro y madera. En tercer lugar, la República Popular China posee una matriz energética primaria dependiente en un 90% de fuentes fósiles, y desde el año 2005 ostenta el primer lugar como emisor de CO2; lo cual genera importantes problemáticas ecológicas al interior del país que, incluso, constituyen un punto prioritario para el Partido Comunista Chino, en relación con el dominio tecnológico de la transición energética (Slipak y Ghiotto, 2019).
En este punto es donde Latinoamérica cobra un interés especial para la articulación de la propuesta de la franja y la ruta. La riqueza natural y energética de América Latina es la batería sobre la cual China quiere asegurar todas sus necesidades de materias primas y energía. De hecho, “lo que rige la relación entre China y América Latina es la necesidad del país oriental de garantizar su seguridad energética y alimentaria, abasteciéndose de recursos primario-extractivos de la mayor cantidad de fuentes posibles” (Slipak y Ghiotto, 2019, p. 9).
Además, América Latina se exhibe como un mercado seguro para exportar desde China, manufacturas de alto contenido tecnológico y maquinaria pesada específica para grandes obras de infraestructura. Desde esta óptica, la intención de China en América Latina se ve cristalizada como una necesidad de complementariedad mutua, en la cual China busca proveer a América Latina de infraestructura para su desarrollo, a cambio de recursos energéticos que puedan suplir la increíble demanda de recursos naturales.
No obstante, Xi Jinping manifestó las intenciones de que las inversiones en la región latinoamericana alcanzaran los U$S 250 mil millones. Considerando que las inversiones acumularon U$S 71,41 mil millones entre 1990 y 2015, resulta entonces una pequeña muestra de las proyecciones. “Es por ello por lo que debería resultar relevante en una mirada desde América Latina que proyecta realizar la República Popular China, en cuanto a los aspectos que hacen a la protección de inversiones y al arbitraje” (Slipak y Ghiotto, 2019, p. 9).
El examen de los datos de inversión, sirve para apreciar la magnitud del interés del gigante asiático en América Latina: planea financiar grandes proyectos de infraestructura que buscan agilizar, facilitar la logística y los costos de movilización de mercancía para el consumo de la maquinaría china como principal exportador del mundo. Su principal interés es comenzar a convertirse en exportador de servicios y tecnologías de punta, dejando los procesos productivos básicos a los países asiáticos periféricos, o bien trasladar dicha sección de la maquinaria de producción a África o América Latina.
Slipak y Ghiotto (2019) exponen una suerte de patrón en el proceso de los proyectos del gigante asiático, en el cual durante el primer período ocurren inversiones principalmente en sectores primario - extractivos, fundamentalmente el rubro de hidrocarburos, y en menor medida también en el área de minería. Pueden realizar algunas inversiones en el sector de infraestructura y energía, pero el inicio de los proyectos está vinculado casi exclusivamente al apoyo logístico en el sector de materias primas.
La forma en la que el gobierno chino ha articulado este patrón varía, de país a país, y de proyecto a proyecto, lo que otorga una dinámica de asociación a la franja y la ruta de flexibilidad. En este sentido, prospera la visión de que en todos los casos de inversión en América Latina, la técnica ha sido diferente: “los desembarcos de inversión directa china en América Latina, al igual que en la dimensión comercial, siguen la lógica de adaptar políticas diferentes según el país con el cual negocian” (Slipak y Ghiotto, 2019, p. 9).
Un ejemplo de esta flexibilidad se ostenta en el caso de la participación en proyectos extractivos de China National Petroleum Corporation. En Perú y Venezuela, se realizó a partir de su asociación con empresas gubernamentales. En cambio las restantes compañías chinas, en países como Argentina o Brasil han realizado la compra total o parcial de compañías ya asentadas. Por otra parte, para obtener hidrocarburos, la inversión directa no ocurre siempre. En Venezuela, China otorgó préstamos pagaderos (o garantizados) con barriles de petróleo, ejercicio financiero repetido en Ecuador, en el rubro minero. “Se observa que al igual que para el comercio, China practica con cada país una estrategia diferenciada y flexible para desembarcar con inversiones o financiamientos” (Slipak y Ghiotto, 2019, p. 10).
En torno a estas ideas, América Latina juega un rol fundamental para la visión de la nueva ruta de la seda, posicionándose como un laboratorio de experimentación mineral y energética, donde existen proyectos trazados hacía la búsqueda y explotación de los recursos naturales, así como la inversión minoritaria en energías alternativas. Todo esto a la par del desarrollo de infraestructuras logísticas que habiliten el movimiento de estas mercancías hacía el gigante asiático.
DISCUSIÓN
Las relaciones entre China y América Latina han pasado por varios momentos: un marcado incremento del comercio; una gran expansión del financiamiento chino; una participación activa de inversión china en la construcción de proyectos de infraestructura; y una creciente cooperación tecnológica. Comercio, inversión, financiamiento, proyectos de infraestructura y cooperación tecnológica son las cinco grandes vías de la relación de América Latina con China.
La investigación realizada por Merino et al. (2019) en su artículo, busca abordar el tema de la nueva ruta de la seda, como articulación geoestratégica de los planes de China y Rusia como bloque reemergente de poder, en un mundo multipolar y en una transición histórica del poder decadente de occidente hacia oriente. La revisión e interpretación de los antecedentes presentados demuestran una clara intención por parte de China de convertirse en el eje central del poder financiero mundial y, reposicionar este centro de poder en Eurasia, teniendo a Beijing como eje articulador y controlador de los flujos comerciales del continente y del mundo.
Puntualizando en la temática objeto del presente análisis y, orientando los esfuerzos de investigación hacia la región de América Latina; Merino et al. (2019) evidencian que dichas inversiones no han tenido el impacto esperado, si bien es cierto que la dinámica comercial ha mutado, no lo ha hecho de forma equitativa. El ritmo de las exportaciones de manufactura de China hacia América Latina ha tenido un aumento más que proporcional en relación con las exportaciones de materias primas de la región hacia China. Esto conlleva un diferencial de cuota de mercado en lo referente a manufactura, las industrias de América Latina se ven expuestas a una competencia desigual por parte de la masiva maquinaria de producción China, debilitando la diversificación de industrias en el bloque latinoamericano, y acentuando la dependencia económica de recursos no renovables. Incluso China ha reemplazado a países latinoamericanos como proveedores de productos para otros mercados, como es el caso de los textiles en el mercado norteamericano, donde México fue desplazado por China.
En el caso de Chile, cuyo análisis es presentado por Cornejo y Navarro (2010) y Treacy (2020), es una relación considerada como exitosa, en vista de que se trata del mayor productor de cobre del mundo y el mayor consumidor de este. El intercambio comercial entre ambos países ha sostenido la tendencia de manufactura por materia prima. Sin embargo, existen instituciones robustas que han permitido manejar los flujos comerciales de manera más coherente, pero no está libre de afectación.
Argentina es otro ejemplo de una relación asimétrica tradicional, en la cual América Latina depende de China en extremo. La aportación de Cornejo y Navarro (2010) revisa la situación de ese país con respecto a un rubro alimenticio y afirma que es dependiente de manera extrema de la inconsistente “demanda china de soya, es decir, carece de una diversificación productiva en su comercio exterior. La debilidad de sus instituciones, en estrecha relación con sus crisis internas, ha obstaculizado un adecuado fomento de la industria con mayor valor agregado” (p. 93).
Los mismos autores, ofrecen señalamientos en torno al caso de Brasil. En 2009 China se convirtió en su principal socio comercial. Las exportaciones chinas hacia Brasil alcanzaron 20.190 millones de dólares y las exportaciones de Brasil hacia China se posicionaron en 15.190 millones de dólares. Las exportaciones por parte de Brasil constituyen en su gran mayoría productos primarios; por su parte, China exporta a Brasil gran cantidad de manufactura. Algunos sectores, puntualizan Cornejo y Navarro (2010) critican la relación económica con China, puesto que, a diferencia de las exportaciones a Estados Unidos, que consisten primordialmente en manufacturas, las exportaciones a China son básicamente productos primarios, lo cual incide en la cantidad y calidad de los trabajos generados en el país.
Otro ejemplo de esta relación asimétrica es Ecuador, cuya riqueza mineral, más su privilegiada posición geográfica lo convierten en un objetivo fundamental para el gobierno chino. Al igual que en la región, el tenor de las inversiones ha sido principalmente infraestructura por materias primas, y ya se han suscitado una serie de problemas tanto a nivel ambiental como gubernamental.
Según Garzón (2018) la pieza central del plan en Ecuador fue la mega-represa Coca Codo Sinclair (CCS), conocida como “la joya de la Corona” por ser el proyecto hidroeléctrico mayor y más costoso en la historia de Ecuador. La meta de CCS es 1.500 megavatios de electricidad por día. El aspecto crítico del proyecto está en que afecta a cinco áreas protegidas y a la cuenca del río Napo, la cuenca hídrica más importante de Ecuador. Según Garzón (2018), Eximbank de China otorgó un crédito de 1.680 millones de dólares para cubrir el 85 % del costo del proyecto, y el contrato de construcción se otorgó a Sinohydro Corporation.
El informe presentado por la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU (2018) titulado Evaluación de las obligaciones extraterritoriales de la República Popular de China desde la sociedad civil: casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú, revela que, los representantes de la nación china “incumplen sistemáticamente los derechos a la participación, a la consulta, al ambiente sano, al trabajo, al territorio, la vivienda, la seguridad personal y la reunión pacífica y de asociación en dieciocho proyectos localizados en Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil y Argentina” (Garzón, 2018, p. 6).
CONCLUSIONES
Los desafíos para América Latina estriban en generar oportunidades de comercio ganar-ganar con China. La posición actual de la región frente a la influencia China, es similar a la que se tuvo durante el siglo pasado con Estados Unidos, lo cual desecha por completo una concepción multilateral del poder, donde la participación sea equitativa y las decisiones sean en provecho de todos los involucrados.
Es posible un panorama donde América Latina se subordine por completo a las necesidades chinas, dejando de lado sus objetivos de superación como región y comprometiendo su independencia, tanto política como comercial, al tenor de los compromisos financieros adquiridos, a la asimetría de mercado y a la poca capacidad de respuesta de los gobiernos de la región.
Las palabras de González y Tussie (2023) resuenan para la culminación de este artículo, ya que aún está por verse cómo, las dinámicas de cooperación intrarregionales, responden a un escenario de transición signado por la creación de geografía, que impulsa a los actores chinos a expandir su presencia.
Hasta el momento, las respuestas de los países de América Latina no muestran una visión consensuada que contemple una agenda propia y abogue por impulsar economías con valor agregado, la participación de empresas locales en los proyectos, e intercambios en materia tecnológica