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Cuadernos del Cendes

versión impresa ISSN 1012-2508versión On-line ISSN 2443-468X

CDC v.22 n.60 Caracas dic. 2005

 

 

                                                

 Los norteamericanos también tienen quijotes:

 

Paul M. Sweezy (1910-2004)

 

Alberto Unanue Hernández*

Estas notas son un tributo a uno de los más importantes pensadores sociales del siglo XX; es para que sea recordado por los que se formaron con su prédica y la compartieron, y para los que no lo conocieron. Las referencias principales provienen de la revista Monthly Review, su obra mayor.

                                                          I

El 27 de febrero de 2004, a escasos meses de cumplir noventa y cuatro años, falleció «el decano de los pensadores marxistas», al decir de The Wall Street Journal, o «el más destacado erudito marxista norteamericano de la segunda mitad del siglo XX», según la mejor definición de John K. Galbraith.


Para una pléyade de intelectuales latinoamericanos –sociólogos, politólogos, comunicadores y, por sobre todo, economistas– durante muchas décadas, la obra más conocida de Paul M. Sweezy en español, Teoría del desarrollo capitalista, fue la fuente fundamental (y a veces única) para adentrarse en el estudio de Marx. Su excelente prosa, que reconoció influenciada por Mark Twain, Hemingway, y también por Trotsky (aunque no lo compartió políticamente), contribuyó de manera decisiva a la comprensión del sistema capitalista y a mantener vivo el pensamiento marxista.

                                                         II

Nacido en Nueva York el 10 de abril de 1910, en el seno de una familia acomodada –su padre fue vicepresidente del First National Bank, antecesor del Citibank–, tuvo la más esmerada de las educaciones, iniciando estudios universitarios en Harvard entre 1928 y 1932. Eran años marcados por acontecimientos únicos (la depresión económica, el ascenso de Hitler y el inicio de los planes quinquenales soviéticos). Después pasó un año haciendo cursos de postgrado en la London School of Economics (LSE), a donde llegó con un sentimiento de «confusión y resentimiento por la irrelevancia de lo que había tratado de aprender durante sus cuatro últimos años», según su propio decir. Se confrontó por vez primera con universitarios que debatían activamente los temas que acontecían «en un estado permanente de fermento intelectual y político» y tuvo su primer contacto con el marxismo. Regresó a Harvard hecho «un convencido pero muy ignorante marxista», para obtener el doctorado en 1937 (y autoeducarse en el marxismo).


Harvard también comenzaba a cambiar con la llegada de Joseph A. Schumpeter, y la influencia del economista austriaco fue decisiva en la formación intelectual de Sweezy, quien llegó a ser su alumno, asistente y amigo. Nunca ocultó su admiración por la obra de Schumpeter, a pesar de las radicales diferencias ideológicas. Si bien ambos compartían igual visión respecto a la inevitabilidad del colapso del capitalismo, diferían acerca de las causas, lo que no fue óbice para que Sweezy lo calificara como el mejor economista después de Marx, por haber sido capaz de entender la condición histórica del capitalismo y el carácter de sus rasgos y leyes propios. De hecho, tanto Teoría del desarrollo capitalista como Capitalismo, socialismo y democracia, ambas surgidas en esos años, trataban el mismo tema de la depresión económica y el futuro socialista. Schumpeter argumentaba que las innovaciones deberían constituirse en el estímulo de la ganancia y la acumulación que descansaban en el papel sociológico del empresario, y Sweezy insistía en que la innovación debía considerarse subordinada al proceso de acumulación. Los debates que ambos sostuvieron, y en los que participaron otros notables como Oskar Lange, Wassily Leontiev y, mas tarde, Paul Samuelson, son memorables, lo que llevó a Samuelson a calificarlos como la pelea entre «el astuto Merlín y el joven Sir Galahad» en un momento «en que los gigantes caminaban por la Tierra y los patios de Harvard».


La labor docente formal de Sweezy fue breve. En 1938 era instructor en Harvard donde dictó cursos sobre principios de economía, corporaciones y economía del socialismo (de cuyas notas de clase tomó cuerpo Teoría del desarrollo capitalista), actividades que interrumpió en 1942 para alistarse en el Ejército, hasta desmovilizarse en septiembre de 1945. Pero ya surgía el macartismo y aun cuando contó con el apoyo de Schumpeter para aspirar a una posición docente permanente en Harvard, resultaba impensable que un marxista declarado pudiera lograrlo. Sweezy después comentaría lo afortunado del incidente, porque al contar con una posición económica independiente, no había tenido que sucumbir a los controles e inevitables presiones que se ejercían para los que tuvieran que ganarse la vida en la academia.

 

A lo largo de su fructífera vida, la propia Harvard y las mejores universidades del mundo lo tendrían como un conferencista excepcional que fascinaba al auditorio.

                                                         III

Sweezy fue un marxista de su época, lo que le valió, además de enfrentamientos en el terreno de las ideas e interpretaciones –de absoluta validez–, las críticas provenientes de la ortodoxia dogmática empantanada en la polarización política que, en los hechos, negaba la cientificidad originaria en Marx. Con certeza habría suscrito aquella frase anotada por Joan Robinson en una carta abierta a la intelectualidad de izquierda: «llevo a Marx en los huesos y ustedes lo llevan en las bocas». Es de ahí que surgió una corriente que lo calificaba –y descalificaba– como keynesiano de izquierda, dado el reconocimiento que Sweezy le hiciera a Keynes. Separando distancias, esta ignorante confusión podría ser asemejada con la comparación de que Marx era un ricardiano.


La distancia que lo separaba de Keynes era enorme. En septiembre de 1936, Sweezy y Abba Lerner (entonces un joven economista en la LSE que después publicaría la importante obra Teoría económica del control) le respondieron públicamente a Keynes cuestionándole su interpretación de que las inconsistencias de la política exterior inglesa en España y Etiopía podían ser explicadas en términos de la «estupidez del Foreign Office» y el «increíble pacifismo» del pueblo inglés (según propias palabras de Keynes), afirmando que ésta sólo podría hacerse en los términos que brindaba la panoplia analítica de Marx, es decir, la prevalencia de los intereses de la clase dominante en el Reino Unido que, si bien se oponía al fascismo de manera general, anteponía la defensa de la propiedad privada a los intereses nacionales. La respuesta terminaba expresándole a Keynes la admiración que ambos sentían por su obra en el terreno económico.


Esto no era óbice para que Sweezy, habiendo sido formado en las seráficas ambivalencias de la teoría de la competencia imperfecta –probablemente lo más estéril que haya surgido del pensamiento neoclásico–, encontrara en la Teoría general (y casi de inmediato en la obra de Alvin Hansen, recién llegado a Harvard, el keynesiano de la otra Cambridge) la liberación y estímulo intelectuales que le hicieron sentir un «renacimiento de la economía científica». La obra posterior de Sweezy fue siempre una crítica a los keynesianos desde la óptica marxista, demostrando que el problema básico de estos era lo inadecuado de sus soluciones para el problema de fondo del capitalismo.

 

Los aportes de Teoría del desarrollo capitalista siguen vigentes. En los setenta, rompiendo lanzas con la tradición marxista inglesa, comenzó una polémica con Maurice Dobb, su más alto exponente, en torno a la comprensión de la teoría del valor en Marx. Sweezy insistía en distinguir el problema cuantitativo del valor (el trabajo concreto) del cualitativo (el trabajo abstracto) para poder ir más allá de la producción de mercancías e identificar el carácter de las relaciones sociales subyacentes. Esto era lo que diferenciaba de manera radical a Marx de sus antecesores clásicos. La discusión hacia otros aspectos medulares: el alcance relativo de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y sus causas contrarrestantes, la sobreacumulación de capital y el subconsumo, como explicación de las crisis del capitalismo y causa de la caída de la demanda efectiva, fueron temas en los que la agudeza intelectual de Sweezy sobresalía.

                                                    IV

La relación intelectual con Paul A. Baran le dio continuidad al estudio de la tendencia del capitalismo a la depresión y el desempleo. Michal Kalecki, quien había formulado su teoría del grado de monopolio –la participación relativa de la ganancia a medida que crece el ingreso bruto– en Teoría de la dinámica económica, fue una influencia decisiva que permitía establecer la continuidad entre el monopolio (en el nivel microeconómico) y el estancamiento (en el nivel macroeconómico), lo que se vio culminado en la obra El capital monopolista (dedicada al Che Guevara) que ambos comenzaron a escribir en 1956 y salió a la luz en 1966. Esta obra se constituyó en una referencia obligada del movimiento radical en Estados Unidos. Ya antes Baran había terminado un libro trascendente (Economía política del crecimiento, publicado en inglés en 1957), cuya edición en español también marcó a más de una generación de estudiosos del desarrollo y el subdesarrollo en nuestra región, en la que investigaba la economía política del subdesarrollo, el papel del imperialismo y el fenómeno de la transferencia del excedente desde las regiones periféricas. Con una gran osadía intelectual había introducido las categorías del excedente económico real y potencial, como derivación de la plusvalía de Marx. Baran y Sweezy, insatisfechos con la escasa atención que la ortodoxia marxista tradicional le concedía a la interpretación de la opulencia del capitalismo presente, se dieron a la tarea de reestudiar el problema de la generación y absorción del excedente en las condiciones del capitalismo monopólico. El trabajo permitió llegar a una interpretación de las causas por las que no había vuelto a tener lugar una nueva depresión, el papel del derroche y sus variados componentes y las derivaciones para la clase obrera. Casi diez años después, en 1974, Harry Braverman, un activista social de origen obrero vinculado a Monthly Review, publicó Labor and Monopoly Capital que permitió avanzar en la interpretación de la generación del excedente en la nuevas condiciones de trabajo creadas por el capitalismo contemporáneo. Sweezy, en el prólogo, calificó el libro de una revelación y de la confirmación del poder de la crítica de Marx, reconociendo que El capital monopolista la había subestimado.
 

                                                      V

La más alta expresión del compromiso político en Paul Sweezy está en Monthly Review, la revista que fundara, junto a Leo Huberman, en 1949, después de la ruptura con Harvard. Es excepcional que una revista, sobre todo una con un sesgo radical explícito, pueda durar más de dos generaciones. Es hoy, sin duda, una crónica de la historia política de la humanidad, «el presente como historia», repitiendo el título de un gran libro de ensayos suyos de los años cincuenta, muchos de ellos salidos de Monthly Review.


Desde sus inicios centró su línea editorial en la profundización del análisis acerca del funcionamiento del capitalismo dentro de la tradición marxista y en los problemas del imperialismo, la revolución en el Tercer Mundo y el socialismo. «El enfoque de Monthly Review sigue el espíritu de Marx –revolucionario, no reformista y, al mismo tiempo, no dogmático y no fundamentalista–, y es consciente de que Marx no tiene la ultima palabra en todo o, incluso, en nada», habría dicho Sweezy en una entrevista. Por ello, la revista, si bien enfatiza los aspectos económicos, no se limita a ello, y en su lista de colaboradores han aparecido nombres de la talla de Albert Einstein, Che Guevara, Malcolm X, C. Wright Mills, Jean-Paul Sartre, Noam Chomsky, Amir Samin, además de Michal Kalecki y Joan Robinson. Una consecuencia de la revista fue la creación de la editorial Monthly Review Press, lo que permitió la publicación de obras de reconocida valía intelectual que, sin embargo, eran censuradas por razones ideológicas en otras editoriales.


Paul Sweezy no escapó la persecución macartista y en 1953 un tribunal estadal lo condenó por desacato. Este juicio llegó hasta el Tribunal Supremo, que suspendió la condena en 1957, en lo que, según Samir Amin, Sweezy había dado «...el más bello ejemplo de coraje».


Se convirtió en una figura política cuyo renombre traspasó los límites nacionales. Dentro y fuera de EE. UU. fue un permanente conferencista y expositor, tanto en las más reconocidas universidades como en círculos de activistas, estudiantes y obreros, lo que era fuente de nuevas ideas que se plasmaban en nuevos libros. Viajero incansable, estuvo en Cuba en 1960 junto con Huberman y Baran, de donde surgiera Cuba: anatomía de una revolución publicado como un número especial de la revista, y en 1969 Socialism in Cuba; la experiencia chilena la recogió en Revolution and Counter-Revolution in Chile, del que fue coeditor con Harry Magdoff; de las conferencias dictadas en la Universidad de Tokio surgió Four Lectures on Marxism (1981).


Un aporte que deriva de sus trabajos se inscribe en la teoría de la dependencia que surgió con fuerza en la década de los sesenta en América Latina. En efecto, el papel de los países capitalistas desarrollados y sus relaciones con el (entonces reconocido) Tercer Mundo está absolutamente caracterizado y fortaleció una visión teórica que sigue manteniendo actualidad. Mucho antes de la caída del Muro de Berlín (en 1971 había publicado con Charles Bettleheim On the Transition to Socialism, que cuestionaba la preeminencia de las prácticas de mercado que florecían en el mundo socialista europeo) hizo una compleja interpretación y crítica del modelo del socialismo real, en particular de las derivaciones deformantes sucedidas en la antigua Unión Soviética y Europa del Este. Fue un asiduo visitante de China, lo que le permitía advertir los peligros de que emergiera una nueva clase que intentara la restauración del capitalismo.

                                                       VI

Al ser uno de los mejores exponentes de la economía política marxista, Paul M. Sweezy fue un visionario convenido del futuro y sentía cada día más cercano al socialismo. Entendió el desarrollo como proceso histórico y aprehendió los límites del socialismo utópico del siglo XIX y las vulnerabilidades del socialismo real del siglo XX.
Por ello estaría presente en las discusiones acerca del socialismo del siglo XXI.

                                                                              Caracas, octubre de 2005

* Profesor-investigador del Cendes-UCV.