Saber
versión impresa ISSN 1315-0162
Saber vol.28 no.4 Cumaná dic. 2016
LA PREGUNTA POR EL CONOCIMIENTO
RODRIGO ESPARZA PARGA, JULIO RUBIO BARRIOS
RODRIGO ESPARZA PARGA, JULIO RUBIO BARRIOS
Tecnológico de Monterrey, Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades, Doctorado en Estudios Humanísticos, Ciudad de México, México. E-mail: fil.rodrigo.esparza.parga@itesm.mx, jerb@itesm.mx.
RESUMEN
En este trabajo se revisa el problema del conocimiento partiendo de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto, asumiendo que existe una realidad objetiva y estructurada. También se parte del supuesto de que el sujeto cognoscente genera una representación simbólica de esa realidad. Además, se incorpora el contexto social en la génesis y desarrollo del conocimiento. Se parte metodológicamente, desde la documentación bibliográfica y el análisis y síntesis de la misma. Se concluye que el conocimiento es un proceso no acabado, simbólico y que está en constante construcción.
PALABRAS CLAVE: Teoría del conocimiento, epistemología, realidad, sociología del conocimiento, sujeto cognoscente.
THE QUESTION ABOUT KNOWLEDGE
ABSTRACT This paper examines the problem of knowledge from the relationship between the knowing subject and the object, assuming that there exists an objective and structured reality. It is also based on the supposition that the knowing subject creates a symbolic representation of that reality. Furthermore, it incorporates the social context in the genesis and development of knowledge. Methodologically, it was started from bibliographic documents and their analysis and synthesis. It is concluded that knowledge is an unfinished symbolic process that is always under construction.
KEY WORDS: Theory of knowledge, epistemology, reality, sociology of knowledge, knowing subject.
Recibido: diciembre 2015.Aprobado: junio 2016. Versión final: septiembre 2016.
INTRODUCCIÓN
Las aristas bajo las cuales podemos abordar el asunto del conocimiento son diversas, pero para menesteres de lo que de nuestro interés resulta por ahora, nos ceñiremos a dos de dichas ópticas, es decir, abordaremos de manera sucinta la discusión sobre el qué es el conocimiento, desde la teoría del conocimiento por una parte, esto es, desde la Filosofía, y por otra, desde la Sociología del conocimiento a modo de complemento.
Es claro que el conocimiento cuando se lo analiza, plantea un problema filosófico en primera instancia, mismo que a lo largo de la historia de la filosofía occidental ha procurado ser resuelto desde diversas posturas, algunas más verosímiles que otras, pero que finalmente, han resultado ser un cúmulo de nociones complementarias entre sí, y que han contribuido a tener una mayor cercanía, una aproximación a lo que el conocimiento es, y lo que éste representa para el ser humano.
Bien sabido es que el problema de lo que es y de dónde nace el conocimiento humano no surge, ni mucho menos, como un producto tardía de la especulación filosófica. Figura, por el contrario, entre los grandes problemas de la humanidad cuyo punto histórico de partida no es posible señalar, pues su rastro se pierde entre las nebulosidades prehistóricas del pensamiento místico-religioso (Cassirer 1998). Sin embargo,haremos de lado el tratamiento histórico del tema, y no porque no sea o resulte harto interesante, sino porque por motivos de objeto de estudio, ello solo, daría motivo suficiente como para otro trabajo de investigación. De tal modo,que procuraremos establecer una discusión breve y relativamente reciente sobre el qué del conocimiento.
Sujeto
Si planteamos de inicio la pregunta de ¿qué es el conocimiento?, la misma puede conducirnos a una diversidad de respuestas, que no necesariamente éstas se ajustarán al cometido buscado. Tanto desde la fisiología como la psicología, por ejemplo, bien pueden ofrecernos un algo qué decir ante un inquirir como el planteado. A estas disciplinas “(…) correspondería determinar los principios que explicaran el conjunto de procesos causales que originan el conocimiento, desde la sensación a la inferencia, así como su función en la estructura de la personalidad” (Villoro 2004). Empero tales planteamientos no son los que nos resultan de interés según el curso de nuestra controversia.Por el contrario, si por ejemplo, afirmamos que el conocimiento es “(…) un proceso psíquico que acontece en la mente de un hombre; [y que] es también un producto colectivo, social, que comparten muchos individuos” (Villoro 2004), estaríamos en mayor consonancia respecto a lo que por contestación esperamos ante el preguntar inicial, de modo que nos aproxime cada vez más la respuesta a un punto en común que nos sirva de puntal del andamiaje teórico que requerimos bajo la noción de conocimiento. Partiremos así, de un inicial análisis que considerará el primer punto señalado por Luis Villoro, es decir, “el conocimiento como un proceso que acontece en la mente de un hombre” y posteriormente, lo analizaremos como el resultado, como un producto social consensuado. Para esto último, echaremos mano de la Sociología.
Pensar en el conocimiento nos remite inexorablemente hacia algo que es conocido, pues por cuanto hablamos de conocimiento, éste siempre “encierra” un algo que precisamente, da corpus o ámbito de conocimiento a aquello bajo lo cual se encuentra contenido. Para llamarlo de una manera más sencilla, diremos que dicho contenido, es el objeto de conocimiento u objeto conocido. “El conocimiento, (…), es un proceso por el que elevamos a conciencia, reproductivamente, una realidad ya de por sí existente, ordenada y estructurada” (Cassirer 1986). Tal realidad es lo que líneas más arriba hemos señalado como objeto de conocimiento.
Objeto
Partimos entonces, a diferencia de Pirrón, para quien “(…) no se llega a un contacto del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente le es imposible aprehender su objeto (…)” y por tanto, “[n]o hay conocimiento” (Hessen 2007), del principio de que en efecto el conocimiento es posible, y de la noción de que éste, es un proceso mediante el cual, el ser del objeto se “refleja” de un modo u otro en la conciencia (Cassirer 1986).
Cuando hablamos de conocimiento en su sentido más amplio, de manera tácita hacemos referencia a, por lo menos, tres elementos fundamentales que están presentes, a saber, aquello que es conocido (el objeto), el sujeto cognoscente y lo que el sujeto aprehende del objeto, lo que cree sobre dicho objeto, lo que puede predicar sobre el mismo, o bien, la representación que sobre el mencionado se genera en sí mismo. Es así entonces, que:
“[e]n el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento” (Hessen 2007).
Aquello que es conocido, se aprehende a través de ciertas facultades que no discutiremos por ahora, y queda “alojado” en el sujeto a modo de desmaterialización de la forma, es decir, que a “[l]as imágenes a las cuales nos referimos son nuestras representaciones de las cosas (…)” (Cassirer 1971).
Representación
El sujeto abstrae, capta el ser de la cosa, mas ello no implica que dicho ser vaya allende su propia esfera óntica y se desarraigue de la cosa misma. “El objeto no es arrastrado, empero, dentro de la esfera del sujeto, sino que permanece trascendente a él. (…) En el sujeto surge una cosa que contiene las propiedades del objeto, surge una «imagen» del objeto” (Hessen 2007). Dicha imagen, es la representación.
Así, la representación es la forma mental del conocimiento, en la cual quedan abstraídas las cosas del mundo físico y simbólico, tomando el lugar de éstas bajo la forma de re-presentación, precisamente. Debemos tomar por tanto como punto de partida, que el ser humano, es una entidad simbólica, es decir, que hace uso de la representación. Ésta es el tomar el sitio de, por otra, bajo nuestras estructuras de abstracción, de análisis y síntesis y de, finalmente, imaginación.
Es así, que el conocimiento menta un objeto, independientemente de la conciencia en la cual se encuentre contenido dicho conocimiento (Hessen 2007). Ahora bien, la naturaleza de dicho conocimiento puede obedecer a dos distintas condiciones en función de lo propio de tal contención, que para decirlo con Hessen (2007) y de otra forma un tanto más sencilla, “[d]ividimos los objetos [del conocimiento] en reales e ideales.” Y siguiendo al mismo autor alemán (n. 1889-1971) “[l]lamamos real a todo lo que nos es dado en la experiencia externa o interna o se infiere de ella. Los objetos ideales se presentan, por el contrario, como irreales, como meramente pensados.” Así que los “[o]bjetos ideales son, por ejemplo, los objetos de la matemática, los números y las figuras geométricas” (Hessen 2007).
Es así, que de lo anterior podemos arribar a la conclusión de que el origen del conocimiento, tiene igualmente, dos fuentes, a saber, una empírica y otra más, de génesis racional. De manera que “(…) el conocimiento humano es un cruce de contenidos de conciencia intuitivos y no intuitivos, un producto del factor racional y el factor empírico” (Hessen 2007). E inclusive, nos atreveríamos a señalar una tercera fuente, que resultaría de la síntesis acaso, de la empiria y la racionalidad, y nos referimos a la imaginación, dentro de la cual incluiríamos el ámbito de lo onírico, pero por el momento, nos quedaremos con las dos “fuentes” mencionadas, id est, la empírica y la racional.
El conocimiento versa sobre creencias. Sobre creencias de representaciones de las cosas del mundo, éste, en su sentido más extenso. Nuestra relación con este último, está sentada por nuestra capacidad, como especie humana, de creer, y de creer en las representaciones que de él somos capaces de establecer. Esto es, para decirlo con otras palabras, por nuestra capacidad de generar, comprender y reproducir conocimiento, por nuestra capacidad para creer, saber y conocer (Villoro 2004).
El mundo físico stricto sensu es solo materia inerte y materia viva en interacción. Pero dentro de esta materia viva, hay, existe una sutil particularidad, llamada ser humano, que es capaz de incidir, modificar a los de su especie, al resto de los seres vivos, e inclusive, a la materia inerte y ello, es posible gracias a su capacidad representacional, es decir, a su capacidad de substituir, o sea, de trabajar mentalmente con las representaciones y no con las cosas directamente, o bien, de hacer uso de las cosas cuando éstas no se encuentran y trabajar con ellas, de la misma manera, “a distancia” desde la representación a la que le otorga crédito, credibilidad, esto es, el conocimiento.
Empero, es menester hacer una acotación al respecto, y la misma es que el conocimiento tiene una génesis en espacio y tiempo concretos, es decir, que obedece a condiciones específicas en cuanto a su búsqueda y generación, o para decirlo en otras palabras, se gesta en contextos sociales específicos. Se erige finalmente, como una construcción social.
Construcción social
Es importante aclarar que parte de nuestra discusión no va orientada a clarificar o discutir si el conocimiento es verdadero o no, y si esto fuese posible, o cuáles son las condiciones que éste debe observar para que cumpla en el primer caso. Pretendemos solamente esclarecer el qué es el conocimiento desde la Filosofía, grosso modo, y cómo se lo entiende desde la Sociología, pues ambas nociones habrán de proveernos el andamiaje teórico para indagar ya de manera particular, cuál es la naturaleza del conocimiento tecnológico (cuestión que plantearemos en posteriores artículos) y constituir sus categorías fundamentales de modo que nos permitan éstas, establecer un criterio de demarcación de tal conocimiento con respecto, verbi gratia, al conocimiento científico.
Un primer esfuerzo por acercarnos al esbozo que responda la pregunta sobre el qué es el conocimiento, consideramos que tiene que partir del indagar el cómo es que éste surge, es decir, cómo se genera, producto o resultado de qué actividades.
Así, en tal sentido es que “[u]na concepción común del conocimiento lo representa como el producto de la contemplación. Según esta explicación los individuos desinteresadamente alcanzan mejor el conocimiento al percibir pasivamente algún aspecto de la realidad y generar descripciones verbales que le corresponden” (Barnes 1994). El conocimiento, esto es la representación del mundo, sería el resultado de una larga, paciente y continua observación profunda de la realidad. En un continuo ejercicio de inducciones y deducciones, las conclusiones de éstas, serían las representaciones finales que darían contenido al corpus cognitivo.
Dicho corpus, estaría conformado por la serie de enunciados predicables, representaciones individuales, que sobre el objeto o aspecto de la realidad, el sujeto fuese capaz de emitir como resultado de su ejercicio contemplativo y de tarea sintético-analítica. Pero, ¿cuál sería la finalidad de dichos enunciados? Es decir, ¿por qué el ser humano querría, o necesitaría conocer el mundo en el cual se encuentra? Los griegos señalaron que el ser humano es una entidad que quiere conocer, pero ¿para qué? “Desde (…) [éstos], la perfección del conocimiento se pretendía lograr en una acción contemplativa” (Villoro 2004). Pero, ¿cuál es el resultado final, es decir, el trasfondo de todo querer conocer? Finalmente,“[e]l conocimiento, a diferencia de la creencia, es una guía de la práctica, firmemente asegurada en razones. Conocer es pues poder orientar en forma acertada y segura la acción” (Villoro 2004). Conocer, en otras palabras, es un imperativo para el ser humano, pues éste no tiene un único ámbito de posibilidad, un plan trazado que lo guíe por una única posibilidad acorde a su especie, pues las posibilidades para ésta, son ad infinitum, antes bien, debe hacerse de elementos suficientes necesarios para poder proyectarse a futuro. “[E]l interés que de hecho motiva a conocer es el asegurarnos éxito y dotar de sentido a nuestra acción en el mundo” (Villoro 2004). El conocimiento le permite al sujeto avanzar con mayor certeza, con cierta seguridad sapiente de que el próximo paso a dar, habrá de hacerlo en tierra firme y a buen final conducirlo. El conocimiento, o las representaciones, traducidas a descripciones verbales, serían contrastadas con la realidad, y si se corresponden, es decir, si dichas representaciones “encajan”, si se las hace co-incidir, como por ejemplo, co-inciden el concepto y el fonema, esfera, con la forma tal abstracta o concreta en una unidad, entonces, dicha representación, se asume como válida o verdadera.
Lo anterior, aplicaría tanto a un concepto o idea simple (objetos reales e ideales (Hessen 2007), como a enunciados o descripciones de mayor complejidad. Tal entendido del conocimiento, supone a individuos aislados, ajenos a cualquier interés allende el conocimiento per se. Aparentemente descontextualizados en tiempo y espacio y en tal sentido, no concatenados a las diatribas o avanzadas cognitivas de su tiempo-espacio, dicha aprehensión de la realidad, y su correspondiente conocimiento como colofón, guardaría la forma “pura” del saber; la realidad en sí misma vertida en las representaciones, o para decirlo de otra manera, que “(…) el conocimiento que producen [es] esencialmente una función de la realidad misma” (Barnes 1994).
Lo cierto, es que tenemos que poner en duda el planteamiento anterior. El ser humano es una entidad gregaria, limitada, finita. Nace, vive y muere, en espacio y tiempos acotados por el espacio, el tiempo y las condiciones culturales. En tal sentido haremos un distingo en dos sentidos, y el primero de uno, apunta hacia la teoría del conocimiento como tal, y a los conceptos de ésta, ya señalados líneas arriba, y otra hacia los sujetos que conocen, así, en tal sentido es que:
“[t]ema de una teoría del conocimiento son los conceptos epistémicos tal como se aplican en la vida diaria, referidos a actividades cognoscitivas que están en íntima relación con acciones propositivas; sujeto de conocimiento no es sólo el sujeto “puro” de la ciencia, sino los hombres reales, concretos, miembros de comunidades de conocimiento socialmente condicionadas” (Villoro 2004).
De modo tal, que es menesteroso considerar al conocimiento como un asunto esencialmente social, como un fundamental cultural que se transmite a través de las generaciones y que se desarrolla y va mutando de manera gradual y de forma activa como respuesta a eventualidades, a
cuestionamientos y situaciones tan volubles como el ánimo del ser humano (Barnes 1994).
Desarrollo del conocimiento
El conocimiento es una función de la realidad, pero de la realidad que atañe al ser humano, y tal realidad es cambiante, por ende, el conocimiento igualmente, es cambiante. Es éste una variable dependiente que está bajo la sujeción de la variable independiente, bajo un determinado momento, pues de manera eventual, los papeles se invierten y la realidad humana se gesta a partir del conocimiento disponible y sucesivamente, se retroalimentan realidad y conocimiento y éste a aquélla.
De tal forma el conocimiento se torna cada vez, más complejo y de mayor alcance, en la medida en que se dirige hacia fenómenos de mayor complejidad, es decir, que:
“[s]e desprende más bien de los propios fenómenos cuya estructura es de tal naturaleza que van progresando desde lo simple a lo complejo. Si pasamos de la naturaleza inorgánica a la naturaleza orgánica y, dentro ya de ésta, nos remontamos del mundo animal y vegetal a la antropología, vemos cómo van complicándose progresivamente los fenómenos. Pues bien, el pensamiento no sólo se muestra a la altura de esta progresiva complicación, sino que encuentra precisamente en ella una fuente peculiar y perenne de energías. Cada nuevo objeto se torna para el conocimiento humano en motivo e incentivo de desarrollo de un nuevo órgano lógico a tono con él…….Así es como el espíritu humano avanza, según Comte, de la astronomía a la física, de ésta a la química y de la química a la biología, hasta llegar a su verdadera y ultima meta con la teoría de la ordenación del mundo humano, con lo que se llama la física social” (Cassirer 1998).
Un aspecto que hay que tener presente para conceder validez a lo anteriormente señalado, es que el conocimiento en su carácter social no es impuesto de manera unilateral, sino que es necesario haber generado un consenso, es decir, que las representaciones trasciendan su carácter particular -pues éstas son individuales prima facie- y que sean aceptadas por una comunidad de individuos que asumen, que encuentran en ellas una descripción adecuada o aceptable y contrastable con lo que a tal punto, es su conocimiento del mundo.
Bajo tal entendido, entonces, el conocimiento tendría el cariz de “(…) creencia aceptada, y [de] representaciones compartidas de acceso público” (Barnes 1994). La cuestión del “acceso público”, la dejaríamos circunscrita a la especificación de qué tipo de conocimiento es al que nos referimos. Es evidente, que hay ciertos tipos de conocimiento que no son de acceso público, tales como el científico o el tecnológico, sino que hay que, por un lado, formar parte de ciertos círculos sociales relativos a tales quehaceres, y por el otro, estar versado en cierto lenguaje que resulta ser críptico para quienes son ajenos a dichos círculos.
Reculando un tanto, y situándonos en la génesis del conocimiento, nos ubicaríamos en un punto medio entre la concepción filosófica y la sociológica. Es decir, en el intermedio de aquella postura que enuncia la generación del conocimiento a partir de sujetos aislados y ajenos a cualquier interés meta-cognitivo. O bien, aquella postura que sitúa al conocimiento como el resultado de metas e intereses que posee una sociedad en virtud de su desarrollo histórico, y que como tal, resultan ser aquéllos los únicos incentivos contextuales que alimentan generación del mismo.
Lo que finalmente pretendemos señalar, es que el sujeto no parte de una tabula rasa, sino que la propia generación de conocimiento tiene un antecedente implícito en su génesis y que ésta, se encuentra vinculada de una u otra manera, a los conocimientos ya existentes en dicho contexto.
Así, ni el sujeto aislado experimenta la epifanía y con ella la desvelación del conocimiento, es decir, la desmarcación absoluta de su contexto, ni el sujeto se encuentra reducido de manera radical a su espacio-tiempo, es decir, a su entorno, pues cabe también la posibilidad de alguna manera, escindirse de éste y en el juego imaginativo plantear la “alternancia cognitiva”, mas nunca ésta, sin un antecedente relacional posible.
De esta manera es que:
“(…) el crecimiento del conocimiento no deb[e] pensarse como el resultado de un aprendizaje azaroso en relación a la realidad, sino como la correlación del desarrollo histórico de los procedimientos, las competencias y las técnicas relevantes en grados diversos para los fines y objetivos de culturas y subculturas” (Barnes 1994).
Y complementaríamos la cita anterior, siendo reiterativos con el aserto de que cabe la capacidad imaginativa desde el sujeto aparentemente aislado, que da, que confiere un nuevo cariz al conocimiento para que éste, nuevamente, sea reaplicado y trascendido.
Esto es, dicho en otras palabras, que la relación que se establece en el conocimiento cuando a éste se lo lanza, se lo aventura por nuevos contenidos, es que los elementos ya conocidos fungen de soporte, de apoyo de aquellos contenidos indagados. Los contenidos que pueden dar corpus al conocimiento, solamente pueden versar, grosso modo, sobre tres grandes esferas, a saber: Dios, el mundo y el humano.
CONCLUSIONES
Hemos señalado algunas características del conocimiento, como que es representacional, que enuncia algo sobre la realidad, y que su génesis “(…) surge a partir de nuestros encuentros con la realidad y está continuamente sujeto a una corrección retroalimentadora a partir de dichos encuentros (…)” (Barnes 1994). Es decir que en cada “encuentro” o reencuentro con la realidad tenemos la posibilidad de perfeccionar dicho conocimiento en un proceso iterativo. Así como en las matemáticas existe el concepto de asíntota, es decir, una curva que jamás se acerca al eje de la x, como por ejemplo si graficamos la ecuación y = 1/x para el cuadrante positivo, pero que sin embargo tiende a dicho eje y conforme se incrementa el valor en x, se acerca más pero si jamás llegar a tocar el eje de las abscisas (lo mismo ocurre para el eje de las ordenadas). Así, de manera análoga, nuestras representaciones se acercan con mayor pulcritud a la realidad. Bajo el entendido de que el conocimiento es perfectible, y como lo señala Barnes, el mismo está sujeto a una constante corrección.
Es decir, que el conocimiento no es algo acabado, finito y cuya última representación es definitiva, sino que por el contrario, está en constante afinamiento y sus predicados cambian o son sustituidos por otros que reorientan las tendencias de su regeneración. Por otra parte, el ser humano se inconforma con el solo encuentro con la realidad, es decir, que trasciende el punto de choque con ella, procurando comprenderla y para ello, genera representaciones que bajo el esquema que le es propio como especie, le permiten explicar de alguna manera el mundo, es decir, “(…) suponemos que el conocimiento que los hombres generan en el curso de su práctica es, en algún sentido, una copia, reflexión o cuadro de un aspecto de la realidad” (Barnes 1994).
En tal sentido, si la realidad es cambiante, mutable y si el río es hoy y mañana sendero o desierto, ergo, nuestro conocimiento igualmente, habrá de cambiar.
Sintetizando, el conocimiento son representaciones del mundo llevadas al consenso y en éste, aceptadas por una generalidad, y dichas representaciones se imponen finalmente, como un corpus de creencias que sobre el mundo y sus casos podemos emitir, con la finalidad última de prolongar nuestra estancia vital, pues “[q]ueremos conocer, ante todo, por motivos prácticos; nos interesa saber porque, de lo contrario, no podríamos actuar ni, por ende, vivir” (Villoro 2004).
Finalmente, el conocimiento nos confiere cierta certeza sobre lo que es el mundo, y dicha certeza, nos permite actuar, dar el siguiente paso en este transitar que es la vida, que de lo contrario, estaríamos hundidos en un ámbito de incertidumbre, y la incertidumbre genera angustia, y ésta a su vez, paraliza, inmoviliza. Es pues, el conocimiento una suerte de luz que nos ilumina el sendero de la existencia.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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