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versión impresa ISSN 1315-0162

Saber vol.28 no.4 Cumaná dic. 2016

 

LA PREGUNTA POR EL CONOCIMIENTO
 
RODRIGO ESPARZA PARGA, JULIO RUBIO BARRIOS
 
 
Tecnológico de Monterrey, Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades, Doctorado en Estudios Humanísticos, Ciudad de México, México. E-mail: fil.rodrigo.esparza.parga@itesm.mx, jerb@itesm.mx.
 
RESUMEN
 
En este trabajo se revisa el problema del conocimiento partiendo de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto,  asumiendo  que  existe  una  realidad  objetiva  y  estructurada.  También  se  parte  del  supuesto  de  que  el sujeto  cognoscente  genera  una  representación  simbólica  de  esa  realidad.  Además,  se  incorpora  el  contexto social  en  la  génesis  y  desarrollo  del  conocimiento.  Se  parte  metodológicamente,  desde  la  documentación bibliográfica  y  el análisis y síntesis de la misma. Se concluye que el conocimiento es un proceso no acabado, simbólico y que está en constante construcción.
 
PALABRAS  CLAVE:  Teoría  del  conocimiento,  epistemología,  realidad,  sociología  del  conocimiento,  sujeto cognoscente.
 
THE QUESTION ABOUT KNOWLEDGE
ABSTRACT
 
This  paper  examines  the  problem  of  knowledge  from  the  relationship  between  the  knowing  subject  and  the object, assuming that there exists an objective and structured reality. It is also based on the supposition that the knowing subject creates a symbolic representation of that reality. Furthermore, it incorporates the social context in the genesis and development of knowledge. Methodologically, it was started from bibliographic documents and their analysis and synthesis. It is concluded that knowledge is an unfinished symbolic process that is always under construction.
 
KEY WORDS: Theory of knowledge, epistemology, reality, sociology of knowledge, knowing subject.

Recibido: diciembre 2015.Aprobado: junio 2016. Versión final: septiembre 2016.
 
INTRODUCCIÓN
 
Las aristas bajo las cuales podemos abordar el asunto  del  conocimiento  son  diversas,  pero  para menesteres  de  lo  que  de  nuestro  interés  resulta por ahora, nos ceñiremos a dos de dichas ópticas, es  decir,  abordaremos  de  manera  sucinta  la discusión sobre el qué es el conocimiento, desde la teoría del conocimiento por una parte, esto es, desde la Filosofía, y por otra, desde la Sociología del conocimiento a modo de complemento.
 
Es  claro  que  el  conocimiento  cuando  se  lo analiza,  plantea  un  problema  filosófico  en primera  instancia,  mismo  que  a  lo  largo  de  la historia  de  la  filosofía  occidental  ha  procurado ser resuelto desde diversas posturas, algunas más verosímiles  que  otras,  pero  que  finalmente,  han resultado ser un cúmulo de nociones complementarias  entre  sí,  y  que  han  contribuido a  tener  una  mayor  cercanía,  una  aproximación  a lo  que  el  conocimiento  es,  y  lo  que  éste representa para el ser humano.
 
Bien sabido es que el problema de lo que es y de dónde nace el conocimiento humano no surge, ni  mucho  menos,  como  un  producto  tardía  de  la especulación  filosófica.  Figura,  por  el  contrario, entre  los  grandes  problemas  de  la  humanidad cuyo  punto  histórico  de  partida  no  es  posible señalar,  pues  su  rastro  se  pierde  entre  las nebulosidades  prehistóricas  del  pensamiento místico-religioso  (Cassirer  1998).  Sin  embargo,haremos  de  lado  el  tratamiento  histórico  del tema,  y  no  porque  no  sea  o  resulte  harto interesante, sino porque por motivos de objeto de estudio,  ello  solo,  daría  motivo  suficiente  como para  otro  trabajo  de  investigación.  De  tal  modo,que procuraremos establecer una discusión breve y  relativamente  reciente  sobre  el  qué  del conocimiento.
 
Sujeto
 
Si  planteamos  de  inicio  la  pregunta  de  ¿qué es el conocimiento?, la misma puede conducirnos a  una  diversidad  de  respuestas,  que  no necesariamente  éstas  se  ajustarán  al  cometido buscado.  Tanto  desde  la  fisiología  como  la psicología,  por  ejemplo,  bien  pueden  ofrecernos un  algo  qué  decir  ante  un  inquirir  como  el planteado. A estas disciplinas “(…) correspondería  determinar  los  principios  que explicaran  el  conjunto  de  procesos  causales  que originan el conocimiento, desde la sensación a la inferencia,  así  como  su  función  en  la  estructura de la personalidad” (Villoro 2004). Empero tales planteamientos  no  son  los  que  nos  resultan  de interés  según  el  curso  de  nuestra  controversia.Por el contrario, si por ejemplo, afirmamos que el conocimiento  es  “(…)  un  proceso  psíquico  que acontece  en  la  mente  de  un  hombre;  [y  que]  es también  un  producto  colectivo,  social,  que comparten  muchos  individuos”  (Villoro  2004), estaríamos  en  mayor  consonancia  respecto  a  lo que por contestación esperamos ante el preguntar inicial, de modo que nos aproxime cada vez más la  respuesta  a  un  punto  en  común  que  nos  sirva de  puntal  del  andamiaje  teórico  que  requerimos bajo  la  noción  de  conocimiento.  Partiremos  así, de  un  inicial  análisis  que  considerará  el  primer punto  señalado  por  Luis  Villoro,  es  decir,  “el conocimiento  como  un  proceso  que  acontece  en la  mente  de  un  hombre”  y  posteriormente,  lo analizaremos  como  el  resultado,  como  un producto  social  consensuado.  Para  esto  último, echaremos mano de la Sociología.
 
Pensar  en  el  conocimiento  nos  remite inexorablemente  hacia  algo  que  es  conocido, pues por cuanto  hablamos de conocimiento, éste siempre “encierra” un algo que precisamente, da corpus  o  ámbito  de  conocimiento  a  aquello  bajo lo  cual  se  encuentra  contenido.  Para  llamarlo  de una  manera  más  sencilla,  diremos  que  dicho contenido, es el objeto de conocimiento u objeto conocido. “El conocimiento, (…), es un proceso por el que elevamos a conciencia, reproductivamente,  una  realidad  ya  de  por  sí existente,  ordenada  y  estructurada”  (Cassirer 1986).  Tal  realidad  es  lo  que  líneas  más  arriba hemos señalado como objeto de conocimiento. 

Objeto
 
Partimos  entonces,  a  diferencia  de  Pirrón, para  quien  “(…)  no  se  llega  a  un  contacto  del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente le es  imposible  aprehender  su  objeto  (…)”  y  por tanto,  “[n]o  hay  conocimiento”  (Hessen  2007), del principio de que en efecto el conocimiento es posible, y de la noción de que éste, es un proceso mediante el cual, el ser del objeto se “refleja” de un modo u otro en la conciencia (Cassirer 1986).
 
Cuando  hablamos  de  conocimiento  en  su sentido  más  amplio,  de  manera  tácita  hacemos referencia  a,  por  lo  menos,  tres  elementos fundamentales  que  están  presentes,  a  saber, aquello  que  es  conocido  (el  objeto),  el  sujeto cognoscente  y  lo  que  el  sujeto  aprehende  del objeto,  lo  que  cree  sobre  dicho  objeto,  lo  que puede  predicar  sobre  el  mismo,  o  bien,  la representación  que  sobre  el  mencionado  se genera en sí mismo. Es así entonces, que:
 
“[e]n  el  conocimiento  se  hallan  frente  a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el  objeto.  El  conocimiento  se  presenta como  una  relación  entre  estos  dos miembros,  que  permanecen  en  ella eternamente  separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento” (Hessen 2007).
 
Aquello  que  es  conocido,  se  aprehende  a través  de  ciertas  facultades  que  no  discutiremos por ahora, y queda “alojado” en el sujeto a modo de desmaterialización de la forma, es decir, que a “[l]as  imágenes  a  las  cuales  nos  referimos  son nuestras  representaciones  de  las  cosas  (…)” (Cassirer 1971).
 
Representación
 
El sujeto abstrae, capta el ser de la cosa, mas ello  no  implica  que  dicho  ser  vaya  allende  su propia  esfera  óntica  y  se  desarraigue  de  la  cosa misma.  “El  objeto  no  es  arrastrado,  empero, dentro  de  la  esfera  del  sujeto,  sino  que permanece  trascendente  a  él.  (…)  En  el  sujeto surge  una  cosa  que  contiene  las  propiedades  del objeto,  surge  una  «imagen»  del  objeto”  (Hessen 2007). Dicha imagen, es la representación.
 
Así,  la  representación  es  la  forma  mental  del conocimiento,  en  la  cual  quedan  abstraídas  las cosas  del  mundo  físico  y  simbólico,  tomando  el lugar  de  éstas  bajo  la  forma  de  re-presentación, precisamente.  Debemos  tomar  por  tanto  como punto  de  partida,  que  el  ser  humano,  es  una entidad  simbólica,  es  decir,  que  hace  uso  de  la representación.  Ésta  es  el  tomar  el  sitio  de,  por otra,  bajo  nuestras  estructuras  de  abstracción,  de análisis y síntesis y de, finalmente, imaginación.
 
Es así, que el conocimiento  menta un objeto, independientemente  de  la  conciencia  en  la  cual se  encuentre  contenido  dicho  conocimiento (Hessen  2007).  Ahora  bien,  la  naturaleza  de dicho  conocimiento  puede  obedecer  a  dos distintas  condiciones  en  función  de  lo  propio  de tal  contención,  que  para  decirlo  con  Hessen (2007)  y  de  otra  forma  un  tanto  más  sencilla, “[d]ividimos  los  objetos  [del  conocimiento]  en reales  e  ideales.”  Y  siguiendo  al  mismo  autor alemán (n. 1889-1971) “[l]lamamos real a todo lo que  nos  es  dado  en  la  experiencia  externa  o interna o se infiere de ella. Los objetos ideales se presentan,  por  el  contrario,  como  irreales,  como meramente  pensados.”  Así  que  los  “[o]bjetos ideales  son,  por  ejemplo,  los  objetos  de  la matemática, los números y las figuras geométricas” (Hessen 2007).
 
Es así, que de lo anterior podemos arribar a la conclusión  de  que  el  origen  del  conocimiento, tiene  igualmente,  dos  fuentes,  a  saber,  una empírica  y  otra  más,  de  génesis  racional.  De manera que “(…) el conocimiento humano es un cruce de contenidos de conciencia intuitivos y no intuitivos,  un  producto  del  factor  racional  y  el factor empírico” (Hessen 2007). E inclusive, nos atreveríamos  a  señalar  una  tercera  fuente,  que resultaría  de  la  síntesis  acaso,  de  la  empiria  y  la racionalidad,  y  nos  referimos  a  la  imaginación, dentro  de  la  cual  incluiríamos  el  ámbito  de  lo onírico,  pero  por  el  momento,  nos  quedaremos con  las  dos  “fuentes”  mencionadas,  id  est,  la empírica y la racional.
 
El conocimiento versa sobre creencias. Sobre creencias  de  representaciones  de  las  cosas  del mundo, éste, en su sentido  más extenso. Nuestra relación con este último, está sentada por nuestra capacidad,  como  especie  humana,  de  creer,  y  de creer  en  las  representaciones  que  de  él  somos capaces  de  establecer.  Esto  es,  para  decirlo  con otras palabras, por nuestra capacidad de generar, comprender  y  reproducir  conocimiento,  por nuestra  capacidad  para  creer,  saber  y  conocer (Villoro 2004).
 
El mundo físico  stricto sensu es solo materia inerte  y  materia  viva en interacción. Pero dentro de  esta  materia  viva,  hay,  existe  una  sutil particularidad, llamada ser humano, que es capaz de incidir, modificar a los de su especie, al resto de los seres vivos, e inclusive, a la materia inerte y  ello,  es  posible  gracias  a  su  capacidad representacional,  es  decir,  a  su  capacidad  de substituir, o sea, de trabajar mentalmente con las representaciones y no con las cosas directamente, o bien, de hacer uso de las cosas cuando éstas no se  encuentran  y  trabajar  con  ellas,  de  la  misma manera, “a distancia” desde la representación a la que  le  otorga  crédito,  credibilidad,  esto  es,  el conocimiento.
 
Empero,  es  menester  hacer  una acotación  al  respecto,  y  la  misma  es  que  el conocimiento  tiene  una  génesis  en  espacio  y tiempo  concretos,  es  decir,  que  obedece  a condiciones específicas en cuanto a su búsqueda y generación, o para decirlo en otras palabras, se gesta  en  contextos  sociales  específicos.  Se  erige finalmente, como una construcción social.
 
Construcción social
 
Es  importante  aclarar  que  parte  de  nuestra discusión no va orientada a clarificar o discutir si el conocimiento es verdadero o no, y si esto fuese posible,  o  cuáles  son  las  condiciones  que  éste debe observar para que cumpla en el primer caso. Pretendemos  solamente  esclarecer  el  qué  es  el conocimiento desde la Filosofía, grosso modo, y cómo  se  lo  entiende  desde  la  Sociología,  pues ambas  nociones  habrán  de  proveernos  el andamiaje  teórico  para  indagar  ya  de  manera particular, cuál es la naturaleza del conocimiento tecnológico  (cuestión  que  plantearemos  en posteriores  artículos)  y  constituir  sus  categorías fundamentales  de  modo  que  nos  permitan  éstas, establecer  un  criterio  de  demarcación  de  tal conocimiento  con  respecto,  verbi  gratia,  al conocimiento científico.
 
Un  primer  esfuerzo  por  acercarnos  al  esbozo que  responda  la  pregunta  sobre  el  qué  es  el conocimiento,  consideramos  que  tiene  que  partir del  indagar  el  cómo  es  que  éste  surge,  es  decir, cómo  se  genera,  producto  o  resultado  de  qué actividades.
 
Así,  en  tal  sentido  es  que  “[u]na  concepción común  del  conocimiento  lo  representa  como  el producto  de  la  contemplación.  Según  esta explicación  los  individuos  desinteresadamente alcanzan  mejor  el  conocimiento  al  percibir pasivamente  algún  aspecto  de  la  realidad  y generar descripciones verbales que le corresponden”  (Barnes  1994).  El  conocimiento, esto  es  la  representación  del  mundo,  sería  el resultado  de  una  larga,  paciente  y  continua observación  profunda  de  la  realidad.  En  un continuo ejercicio de inducciones y deducciones, las conclusiones de éstas, serían las representaciones  finales  que  darían  contenido  al corpus cognitivo.
 
Dicho corpus, estaría conformado por la serie de  enunciados  predicables,  representaciones individuales,  que  sobre  el  objeto  o  aspecto de  la realidad,  el  sujeto  fuese  capaz  de  emitir  como resultado de su ejercicio contemplativo y de tarea sintético-analítica.  Pero,  ¿cuál  sería  la  finalidad de  dichos  enunciados?  Es  decir,  ¿por  qué  el  ser humano  querría,  o  necesitaría  conocer  el  mundo en  el  cual  se  encuentra?  Los  griegos  señalaron que  el  ser  humano  es  una  entidad  que  quiere conocer, pero ¿para qué? “Desde (…) [éstos], la perfección  del  conocimiento  se  pretendía  lograr en  una  acción  contemplativa”  (Villoro  2004). Pero,  ¿cuál  es  el  resultado  final,  es  decir,  el trasfondo  de  todo  querer  conocer?  Finalmente,“[e]l conocimiento, a diferencia de la creencia, es una guía de la práctica, firmemente asegurada en razones. Conocer es pues poder orientar en forma acertada  y  segura  la  acción”  (Villoro  2004). Conocer, en otras palabras, es un imperativo para el  ser  humano,  pues  éste  no  tiene  un  único ámbito  de  posibilidad,  un  plan  trazado  que  lo guíe  por  una  única  posibilidad  acorde  a  su especie,  pues  las  posibilidades  para  ésta,  son  ad infinitum,  antes  bien,  debe  hacerse  de  elementos suficientes  necesarios  para  poder  proyectarse  a futuro.  “[E]l  interés  que  de  hecho  motiva  a conocer es el asegurarnos éxito y dotar de sentido a nuestra acción en el mundo” (Villoro 2004). El conocimiento  le  permite  al  sujeto  avanzar  con mayor  certeza,  con  cierta  seguridad  sapiente  de que  el  próximo  paso  a  dar,  habrá  de  hacerlo  en tierra  firme  y  a  buen  final  conducirlo.  El conocimiento,  o  las  representaciones,  traducidas a descripciones verbales, serían contrastadas con la  realidad,  y  si  se  corresponden,  es  decir,  si dichas representaciones “encajan”, si se las hace co-incidir,  como  por  ejemplo,  co-inciden  el concepto  y  el  fonema,  esfera,  con  la  forma  tal abstracta  o  concreta  en  una  unidad,  entonces, dicha  representación,  se  asume  como  válida  o verdadera.
 
Lo  anterior,  aplicaría  tanto  a  un  concepto  o idea  simple  (objetos  reales  e  ideales  (Hessen 2007),  como  a  enunciados  o  descripciones  de mayor complejidad. Tal entendido del conocimiento,  supone  a  individuos  aislados, ajenos a cualquier interés allende el conocimiento per se. Aparentemente descontextualizados en tiempo y espacio y en tal sentido,  no  concatenados  a  las  diatribas  o avanzadas cognitivas de su tiempo-espacio, dicha aprehensión  de  la  realidad,  y  su  correspondiente conocimiento  como  colofón,  guardaría  la  forma “pura” del saber; la realidad en sí misma vertida en  las  representaciones,  o  para  decirlo  de  otra manera, que “(…) el conocimiento que producen [es]  esencialmente  una  función  de  la  realidad misma” (Barnes 1994).
 
Lo cierto, es que tenemos que poner en duda el  planteamiento  anterior.  El  ser  humano  es  una entidad  gregaria,  limitada,  finita.  Nace,  vive  y muere,  en  espacio  y  tiempos  acotados  por  el espacio,  el  tiempo  y  las  condiciones  culturales. En  tal  sentido  haremos  un  distingo  en  dos sentidos,  y  el  primero  de  uno,  apunta  hacia  la teoría  del  conocimiento  como  tal,  y  a  los conceptos  de  ésta,  ya  señalados  líneas  arriba,  y otra  hacia  los  sujetos  que  conocen,  así,  en  tal sentido es que:
 
“[t]ema  de  una  teoría  del  conocimiento son los conceptos epistémicos tal como se aplican  en  la  vida  diaria,  referidos  a actividades  cognoscitivas  que  están  en íntima relación con acciones propositivas; sujeto  de  conocimiento  no  es  sólo  el sujeto  “puro”  de  la  ciencia,  sino  los hombres  reales,  concretos,  miembros  de comunidades de conocimiento socialmente condicionadas” (Villoro 2004).
 
De  modo  tal,  que  es  menesteroso  considerar al  conocimiento  como  un  asunto  esencialmente social,  como  un  fundamental  cultural  que  se transmite  a  través  de  las  generaciones  y  que  se desarrolla y  va  mutando de manera  gradual  y de forma  activa  como  respuesta  a  eventualidades,  a
cuestionamientos  y  situaciones  tan  volubles como el ánimo del ser humano (Barnes 1994).

Desarrollo del conocimiento
 
El  conocimiento  es  una  función  de  la realidad,  pero  de  la  realidad  que  atañe  al  ser humano, y tal realidad es cambiante, por ende, el conocimiento  igualmente,  es  cambiante.  Es  éste una  variable  dependiente  que  está  bajo  la sujeción  de  la  variable  independiente,  bajo  un determinado momento, pues de manera eventual, los  papeles  se  invierten  y  la  realidad  humana  se gesta  a  partir  del  conocimiento  disponible  y sucesivamente,  se  retroalimentan  realidad  y conocimiento y éste a aquélla.
 
De  tal  forma  el  conocimiento  se  torna  cada vez,  más  complejo  y  de  mayor  alcance,  en  la medida  en  que  se  dirige  hacia  fenómenos  de mayor complejidad, es decir, que:
 
“[s]e  desprende  más  bien  de  los  propios fenómenos  cuya  estructura  es  de  tal naturaleza  que  van  progresando  desde  lo simple  a  lo  complejo.  Si  pasamos  de  la naturaleza  inorgánica  a  la  naturaleza orgánica  y,  dentro  ya  de  ésta,  nos remontamos del mundo animal y vegetal a la antropología, vemos cómo van complicándose progresivamente los fenómenos.  Pues  bien,  el  pensamiento  no sólo  se  muestra  a  la  altura  de  esta progresiva complicación, sino que encuentra precisamente en ella una fuente peculiar  y  perenne  de  energías.  Cada nuevo objeto se torna para el conocimiento  humano  en  motivo  e incentivo  de  desarrollo  de  un  nuevo órgano  lógico  a  tono  con  él…….Así  es como  el  espíritu  humano  avanza,  según Comte,  de  la  astronomía  a  la  física,  de ésta  a  la  química  y  de  la  química  a  la biología,  hasta  llegar  a  su  verdadera  y ultima meta con la teoría de la ordenación del mundo humano, con lo que se llama la física social” (Cassirer 1998).
 
Un  aspecto  que  hay  que  tener  presente  para conceder  validez  a  lo  anteriormente  señalado,  es que  el  conocimiento  en  su  carácter  social  no  es impuesto  de  manera  unilateral,  sino  que  es necesario  haber  generado  un  consenso,  es  decir, que  las  representaciones  trasciendan  su  carácter particular  -pues  éstas  son  individuales  prima facie-  y  que  sean  aceptadas  por  una  comunidad de  individuos  que  asumen,  que  encuentran  en ellas  una  descripción  adecuada  o  aceptable  y contrastable  con  lo  que  a  tal  punto,  es  su conocimiento del mundo.
 
Bajo tal entendido, entonces, el conocimiento tendría el cariz de “(…) creencia aceptada, y [de] representaciones compartidas de acceso público” (Barnes 1994). La cuestión del “acceso público”, la  dejaríamos  circunscrita  a  la  especificación  de qué tipo de conocimiento es al que nos referimos. Es  evidente,  que  hay ciertos  tipos  de conocimiento que no son de acceso público, tales como el científico o el tecnológico, sino que hay que, por un lado, formar parte de ciertos círculos sociales  relativos  a  tales  quehaceres,  y  por  el otro, estar versado en cierto lenguaje que resulta ser  críptico  para  quienes  son  ajenos  a  dichos círculos.
 
Reculando  un  tanto,  y  situándonos  en  la génesis del conocimiento, nos ubicaríamos en un punto  medio  entre  la  concepción  filosófica  y  la sociológica. Es decir, en el intermedio de aquella postura que enuncia la generación del conocimiento a partir de sujetos aislados y ajenos a cualquier  interés  meta-cognitivo.  O  bien, aquella  postura  que  sitúa  al  conocimiento  como el  resultado  de  metas  e  intereses  que  posee  una sociedad  en  virtud  de  su  desarrollo  histórico,  y que  como  tal,  resultan  ser  aquéllos  los  únicos incentivos contextuales que alimentan generación del mismo.
 
Lo  que  finalmente  pretendemos  señalar,  es que  el  sujeto  no  parte  de  una  tabula  rasa,  sino que  la  propia  generación  de  conocimiento  tiene un antecedente implícito en su génesis y que ésta, se  encuentra  vinculada  de  una  u  otra  manera,  a los  conocimientos  ya  existentes  en  dicho contexto.
 
Así,  ni  el  sujeto  aislado  experimenta  la epifanía  y  con  ella  la  desvelación  del conocimiento, es decir, la desmarcación absoluta de su contexto, ni el sujeto se encuentra reducido de manera radical a su espacio-tiempo, es decir, a su  entorno,  pues  cabe  también  la  posibilidad  de alguna  manera,  escindirse  de  éste  y  en  el  juego imaginativo  plantear  la  “alternancia  cognitiva”, mas  nunca  ésta,  sin  un  antecedente  relacional posible.
 
De esta manera es que:
 
“(…) el  crecimiento del  conocimiento no  deb[e]  pensarse  como  el  resultado  de un  aprendizaje  azaroso  en  relación  a  la realidad,  sino  como  la  correlación  del desarrollo histórico de los procedimientos, las competencias y las técnicas relevantes en  grados  diversos  para  los  fines  y objetivos  de  culturas  y  subculturas” (Barnes 1994).
 
Y complementaríamos la cita anterior, siendo reiterativos  con  el  aserto  de  que  cabe  la capacidad imaginativa desde el sujeto aparentemente  aislado,  que  da,  que  confiere  un nuevo  cariz  al  conocimiento  para  que  éste, nuevamente, sea reaplicado y trascendido.
 
Esto  es,  dicho  en  otras  palabras,  que  la relación  que  se  establece  en  el  conocimiento cuando  a  éste  se  lo  lanza,  se  lo  aventura  por nuevos  contenidos,  es  que  los  elementos  ya conocidos  fungen  de  soporte,  de  apoyo  de aquellos  contenidos  indagados.  Los  contenidos que  pueden  dar  corpus  al  conocimiento, solamente pueden versar, grosso modo, sobre tres grandes  esferas,  a  saber:  Dios,  el  mundo  y  el humano.
 
CONCLUSIONES
 
Hemos  señalado  algunas  características  del conocimiento, como que es representacional, que enuncia  algo  sobre  la  realidad,  y  que  su  génesis “(…) surge a partir de nuestros encuentros con la realidad  y  está  continuamente  sujeto  a  una corrección  retroalimentadora  a  partir  de  dichos encuentros (…)” (Barnes 1994). Es decir que en cada  “encuentro”  o  reencuentro  con  la  realidad tenemos  la  posibilidad  de  perfeccionar  dicho conocimiento  en  un  proceso  iterativo.  Así  como en las matemáticas existe el concepto de asíntota, es decir, una curva que jamás se acerca al eje de la x, como por ejemplo si graficamos la ecuación y  =  1/x  para  el  cuadrante  positivo,  pero  que  sin embargo  tiende  a  dicho  eje  y  conforme  se incrementa  el  valor  en  x,  se  acerca  más  pero  si jamás  llegar  a  tocar  el  eje  de  las  abscisas  (lo mismo ocurre para el eje de las ordenadas). Así, de  manera  análoga,  nuestras  representaciones  se acercan  con  mayor  pulcritud  a  la  realidad.  Bajo el  entendido  de  que  el  conocimiento  es perfectible,  y  como  lo  señala  Barnes,  el  mismo está sujeto a una constante corrección.
 
Es  decir,  que  el  conocimiento  no  es  algo acabado,  finito  y  cuya  última  representación  es definitiva,  sino  que  por  el  contrario,  está  en constante  afinamiento  y  sus  predicados  cambian o  son  sustituidos  por  otros  que  reorientan  las tendencias  de  su  regeneración.  Por  otra  parte,  el ser humano se inconforma con el solo encuentro con la realidad, es decir, que trasciende el punto de  choque  con  ella,  procurando  comprenderla  y para  ello,  genera  representaciones  que  bajo  el esquema  que  le  es  propio  como  especie,  le permiten explicar de alguna manera el mundo, es decir, “(…) suponemos que el conocimiento que los  hombres  generan  en  el  curso  de  su  práctica es,  en  algún  sentido,  una  copia,  reflexión  o cuadro  de  un  aspecto  de  la  realidad”  (Barnes 1994).

En  tal  sentido,  si  la  realidad  es  cambiante, mutable  y  si  el  río  es  hoy  y  mañana  sendero  o desierto,  ergo, nuestro conocimiento igualmente, habrá de cambiar.
 
Sintetizando, el conocimiento son representaciones del mundo llevadas al consenso y en éste, aceptadas por una generalidad, y dichas representaciones  se  imponen  finalmente,  como un corpus de creencias que sobre el mundo y sus casos podemos emitir, con la finalidad última de prolongar nuestra estancia vital, pues “[q]ueremos  conocer,  ante  todo,  por  motivos prácticos;  nos  interesa  saber  porque,  de  lo contrario,  no  podríamos  actuar  ni,  por  ende, vivir” (Villoro 2004).

Finalmente, el conocimiento nos confiere cierta certeza sobre lo que  es  el  mundo,  y  dicha  certeza,  nos  permite actuar, dar el siguiente paso en este transitar que es  la  vida,  que  de  lo  contrario,  estaríamos hundidos  en  un  ámbito  de  incertidumbre,  y  la incertidumbre  genera  angustia,  y  ésta  a  su  vez, paraliza,  inmoviliza.  Es  pues,  el  conocimiento una suerte de luz que nos ilumina el sendero de la existencia.
 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
 
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