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Utopìa y Praxis Latinoamericana
versión impresa ISSN 1315-5216
Utopìa y Praxis Latinoamericana v.15 n.48 Maracaibo mar. 2010
Juan Bautista Alberdi y las ideas políticas francesas. En busca de un proyecto alternativo al orden rosista (1835-1852)
Juan Bautista Alberdi and French Political Ideas. In search of an Alternative Project to the Rosist Order (1835-1852)
Alejandro Herrero
CONICET-Universidad Nacional de Lanús, Argentina.
RESUMEN
Repensar ciertas tesis clásicas sobre la influencia de la cultura política francesa en la primera generación romántica argentina y, especialmente, en el pensamiento de Juan Bautista Alberdi durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas, 1835-1852, es el objetivo de este escrito. Trataremos de poner al descubierto los usos que hace Alberdi de las diferentes familias ideológicas francesas; qué ideas y experiencias selecciona y cómo organiza su proyecto alternativo a la confederación rosista. Distinguimos dos momentos en la trayectoria de Alberdi en esta etapa: en sus años de juventud adhiere a lo que llama una república democrática y en los años 40, expone su célebre programa de la república posible.
Palabras clave: Argentina, Francia, ideas, política.
ABSTRACT
The objective of this study is to re-think certain classic theses regarding the influence of French political culture on the first Argentinean Romantic generation and especially, on the thought of Juan Bautista Alberdi during the second government of Juan Manuel de Rosas, 1835-1852. The study will try to discover the uses Alberdi made of the different French ideological families; which ideas and experiences he selected and how he organized his alternative project to the Rosist confederation. Two periods are distinguished in Alberdis process during this stage: his youthful years adhere to what is called a democratic republic, while in the 1940s, he expounds his celebrated program for the possible republic.
Key words: Argentina, France, ideas, politics.
Recibido: 15-08-2008 F Aceptado: 06-02-2009
INTRODUCCIÓN
La Revolución de 1810, como se sabe, rompió con el antiguo orden colonial y dejó abierto el difícil problema de reemplazarlo por otro nuevo1. Se había proclamado una república pero no existían sujetos que la encarnaran y la guerra contra España derivó en otra peor entre los mismos actores rioplatenses. Todavía en 1837, un grupo de intelectuales autodenominado la Nueva Generación Argentina señalaba que el ciclo revolucionario no había terminado2. A sus ojos, las dos facciones que dirigieron el país se habían equivocado. Los unitarios, quienes tuvieron por objetivo establecer una república liberal, no comprendieron la realidad que los rodeaba. Las provincias, con sus caudillos, no admitieron someterse a una república unitaria y perder sus soberanías. Los federales, que sí comprendieron esta lógica política (la necesidad de pactar con los hechos), llegaron nuevamente al poder en 1835, -segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas- plasmando un régimen autoritario3. Los jóvenes, que hicieron su presentación pública en el Salón Literario, inaugurado en la librería de Marcos Sastre, se propusieron recomponer esta situación y su tarea podría resumirse en el siguiente interrogante: ¿Cuál era el proyecto político adecuado para salir de un régimen despótico, como el de Rosas, sin reabrir el ciclo de las guerras civiles?
Estos jóvenes, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi, para nombrar los más notorios, conocían muy bien las últimas novedades parisinas. Recordemos que, en el escenario político francés, los liberales, y entre ellos los más clásicos como Constant o los doctrinarios como Guizot, Rossi, Jouffroy; los neo-católicos (católicos que aceptaban ciertas premisas del liberalismo o de lo que llamaban el espíritu moderno) como Chateaubriand y Lamennais, o Leroux, Chevalier y Lerminier (saintsimonianos disidentes) se planteaban esta pregunta (que la Nueva Generación Argentina atesoró en su agenda de trabajo): ¿Cómo cerrar el ciclo de la Revolución de 1789 construyendo un orden político estable y moderno sin recaer en los excesos del igualitarismo? Todos estos grupos, los que participaban del gobierno desde 1830 (doctrinarios) y los que hablaban desde la oposición (neo-católicos y saintsimonianos) estaban convencidos que tenían la respuesta adecuada4. De este modo, estos políticos-intelectuales franceses, que nunca aluden prácticamente al caso argentino, cobran importancia en nuestro estudio porque sus escritos y sus experiencias políticas fueron el laboratorio al cual acudieron los jóvenes del 37, de manera bastante desprejuiciada por momentos, para extraer herramientas conceptuales que le sirvieron para comprender la realidad rioplatense y diagramar, a su vez, una respuesta que resolviese los problemas locales.
El objetivo de este ensayado es más acotado: estudiaremos el diálogo productivo que realizó Juan Bautista Alberdi, una de las principales figuras del Salón Literario, con este horizonte de propuestas ideológicas de la cultura política francesa. Por suerte, existen ensayos valiosos (los más destacados son los de José Ingenieros, Raúl Orgaz y Natalio Botana)5 que se ocupan de la recepción de algunas de estas figuras francesas en el pensamiento alberdiano. La presente investigación, que se ha beneficiado, sin duda, con estos trabajos, se propone matizar, sin embargo, algunas afirmaciones de J. Ingenieros, C. Alberini y J. P. Feimmann.
JOSÉ INGENIEROS Y CORIOLANO ALBERINI
José Ingenieros sostiene el rótulo de saintsimonianos argentinos, en su estudio sobre la influencia de las ideas políticas francesas en el discurso de la Nueva Generación Argentina. Coriolano Alberini discutiendo con esta tesis, plantea que Leroux, uno de las figuras claves del grupo saintsimoniano, no nutre; excita o transmite ideas genérica, simplemente6 en los escritos de Alberdi. Y Pablo Feinmmann, polemizando con estos autores y otros, califica al pensamiento alberdiano como un mero reflejo, un eco del movimiento ideológico de las metrópolis7. Unos marcan las huellas de las ideas políticas francesas en el discurso alberidano y otro las descalifica como una mera copia.
¿Qué nos interesa matizar de estas afirmaciones? En los casos de Ingenieros y Alberini, advertimos, en primer lugar, que Alberdi tiene un horizonte de ideas mayor al saintsimonismo. Pero además, que cuando hablamos de saintsimonismo aludimos a una familia ideológica que alberga a figuras con prácticas y programas distintos y hasta opuestos. Enfantin tiene una postura religiosa y extrema de Saint Simón, y no tiene ninguna recepción positiva en Alberdi. Leroux y Chevalier tienen diferencias notables con Enfantin y se separan rápidamente de sus filas. Acotemos, también, que Leroux y Chevalier son figuras claves en el pensamiento de Alberdi, el primero sobre todo en sus escritos de juventud y el segundo, a lo largo de casi toda su trayectoria. Sus diferencias son notables. Leroux es republicano, centralista y con una clara oposición al liberalismo y al grupo de doctrinario (que participa activamente del gobierno desde 1830 a 1848). Chevalier, si bien rescata ciertas ideas claves de Saint Simon, como el valor de la economía y las vías de comunicación, se suma a las filas doctrinarias, vale decir, al oficialismo, articulando un programa que une Monarquía, centralismo, democracia censitaria y activismo económico. Recapitulando: el rótulo saintsimonismo habla de figuras (y sólo nombramos algunas de ellas) distintas y con proyecto opuestos que tuvieron, solo algunas de ellas y en diferentes tramos de la vida de Alberdi, una recepción positiva.
JOSÉ PABLO FEIMMANN
Su tesis es que la obra de Alberdi es un eco del pensamiento europeo. Feimmann introduce esta idea del europeísmo alberdiano con el objeto de constatar que este pensamiento (que se proponía desarrollar una filosofía nacional o una inteligencia americana) es un mero reflejo del movimiento ideológico de las metrópolis. Por lo tanto no hay, se sostiene, una filosofía propia como afirma Alberdi, sino una mera copia: se intenta construir un pensamiento nacional -americano- con ideas foráneas.
Ahora bien: ¿Esta paradoja es sólo de Alberdi, letrado de una república periférica, o aparece también en los discursos de la elite ilustrada europea en aquellos años 30 y 40? Lo que escapa en el análisis de Feimmann es que los pensadores nacionalistas europeos imaginan la nación de la misma manera que el romántico argentino. ¿Acaso los nacionalistas de zonas marginales de Europa (de la Joven Polonia guiados por Mickiewicz, de la Joven Italia liderados por Buonarroti o de la Joven Bélgica, etc.) no pensaban también que sólo era posible la emancipación nacional de sus países con la ayuda de la cultura francesa?8 A esto hay que agregar que también los pensadores franceses (de todas las tendencias, desde los liberales hasta los saintsimonianos disidentes) alimentas sus escritos sobre nación y nacionalidad con ideas de autores alemanes e ingleses.9
Expliquemos esto con un ejemplo. Así como Alberdi reflexiona sobre algunos aspectos de la realidad rioplatense auxiliado por las obras de Lerminier (pensador del derecho historicista francés), a su vez este mismo autor nacionalista de París se sirve, con el mismo propósito, de los textos de Savigny (Jefe de la Escuela Histórica del Derecho alemán). La supuesta contradicción de pensar la nación con ideas foráneas que Feimmann destaca como un mal alberdiano se encuentra no sólo en pensadores nacionalista de países periféricos europeos sino además en ilustrados de naciones centrales. Lo que se llama paradoja no es más que un esquema que se repite en la mayoría de los escritores políticos nacionalistas de los años 3010.
Por último, apuntemos que el tratamiento que hace Feinmann de la filosofía o de la cultura vistas como dependiente o eco del saber europeo, resulta insuficiente. En principio, podemos compartir el carácter derivativo que tiene la cultura Argentina, esto es, que sus pensadores articulan sus reflexiones seleccionando esquemas interpretativos de textos europeos. Pero nos distanciamos de su enfoque cuando percibe a J. B. Alberdi como un sujeto pasivo, un mero eco del pensamiento europeo. Escapa en este tipo de análisis la actividad del letrado, cómo lee, qué toma en préstamo, cómo lo utiliza. Pero esto no es todo, tampoco sabemos cuáles son los autores que influyen en los discursos alberdianos dado que se habla de modo general de un pensamiento dependiente.
LA RESPUESTA DE ALBERDI A LOS PROBLEMAS RIOPLATENSES. DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA A LA REPÚBLICA POSIBLE.
El objetivo de este trabajo es matizar estas imágenes, y poner al descubierto los usos que hace Alberdi de las diferentes familias ideológicas francesas; para qué le sirve y cómo organiza su proyecto alternativo al orden de Juan Manuel de Rosas. Distinguimos dos momentos en la trayectoria de Alberdi en la etapa rosista, en sus años de juventud adhiere a lo que llama una república democrática y en los años 40, expone su célebre programa de la república posible. Este ensayo se propone mostrar cómo Alberdi elabora ambos programas apropiándose, de manera desprejuiciada, de ejes conceptuales de las diferentes familias ideológicas francesas.
LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA
Distanciándose tanto de la república liberal unitaria como de la república autoritaria rosista, Alberdi sostenía entre 1837 y 1842, empleando sus palabras, una república democrática (siguiendo, sobre todo, los discursos exaltados de Leroux), que combinaba armoniosamente, a su entender, los principios de igualdad y de libertad individual proclamados por la Revolución11. Difícilmente podamos asimilar esta propuesta con la ideología liberal, ya que la libertad del individuo se ve amenazada por varias cuestiones. Invocaba la necesidad de un dogma social o filosofía nacional (esquema extraído de Leroux, Lerminier y Jouffroy), una concepción de arte socialista (de clara influencia saintsimoniana), una economía democrática, es decir, planificada (adhería también aquí a Leroux) y un poder ejecutivo fuerte cuya función consistiría en disciplinar a la elite (siempre presta a resolver los problemas por vía armada) y conseguir (aunque no era él único instrumento para ello) la unidad nacional en un territorio donde predominaba la dispersión y la escasa población12.
Conviven, sin duda, de manera tensa, conflictiva y hasta no resuelta en su argumentación, por una parte la apelación de ciertas nociones que lesionan la libertad individual (filosofía nacional, arte socialista, economía democrática), con la invocación de autoridades liberales o doctrinarias como Constant y Guizot, para defender, por el contrario, la autonomía de los ciudadanos ante el avance del Estado o de la sociedad que podía amenazarla (circunstancia que ocurría, recordemos, en la etapa rosista)13. Al mismo tiempo, era un duro crítico del concepto de soberanía de la razón, que imperaba en la Monarquía de Julio, inspirada en Guizot, y defendía la soberanía popular defendida, desde la oposición en Francia, por saintsimonianos y neo-católicos, aunque, dejaba en claro, que no se sumaba a la idea de sufragio universal propuesta por Lamennais sino a una ampliación de la representación política, ya que la democracia no debía separarse de los principios de inteligencia y de trabajo, tal como decía Lerminier.14
¿Qué pone al descubierto nuestro estudio de recepción de ideas? La independencia que mantiene Alberdi con su guías intelectuales. Brindaremos dos ejemplos más vinculados a la lectura de los programas de Leroux y de Tocqueville.
Leroux pregonaba en Francia, desde la oposición, una república centralizada y democrática. Alberdi selecciona de Leroux su idea de república y sus conceptos de economía, literatura y de sociedad democrática, pero se separa claramente de su centralismo porque chocaba, en su opinión, con la tradición federal de las provincias Argentinas. La respuesta no la encuentra en la familia saintsimoniana, sino en la doctrinaria. Esto es, en los enemigos de Leroux. Vale decir que Alberdi pasa de la propuesta de Leroux, que participa activamente de la oposición de la Monarquía de Julio y su grupo intelectual los doctrinarios, a la propuesta que le ofrece el doctrinario Alexis de Tocqueville en su Democracia en América.
Tocqueville admiraba la forma federal norteamericana puesto que lograba, en sus opinión, un equilibrio entre el poder de la nación y el poder de las provincias asociado a un gobierno que respetaba la división de poderes. Alberdi sigue en este punto a Tocqueville, pero tampoco fue con él enteramente consecuente. Se apropia de la fórmula federal por dos razones: por un lado porque respondía a los requerimientos de la mayoría de las provincias y, por otro, porque un estado federal supone un equilibrio entre la soberanía de la nación y la soberanía de las provincias con lo cual se dejaba atrás el confederacionismo que disgregaba a la nación. Sin embargo, no aceptaba la división de poderes tal como Tocqueville lo señalada en el caso de los Estados Unidos, ya que la guerra civil Argentina requería, de un poder ejecutivo fuerte que tuviera todos los atributos legales para terminar con el gran problema de la guerra civil. Dicho poder ejecutivo fuerte en la práctica, no sólo lesiona un principio básico del liberalismo, sino que además, si su uso es frecuente, y Alberdi así lo imagina para terminar con la guerra civil, torna al federalismo en un centralismo de hecho.
De todo lo expuesto desprendemos una primera conclusión: Alberdi sostiene, en sus primeros escritos, un programa republicano, democrático y federal con un poder ejecutivo fuerte, articulando, muchas veces de manera tensa, ideas de Leroux, Lerminier (saintsimonianos disidentes), Lamennais (neo-católico), Jouffroy y Tocqueville (doctrinarios). De este modo, matizamos la imagen de Ingenieros y Feimmann: ni solamente saintsimoniano (como afirma Ingenieros), ni un mero eco del pensamiento europeo (según la interpretación de Feimmann).
POSICIÓN EQUIDISTANTE DE FEDERALES Y UNITARIOS
Alberdi interpretaba que la Revolución no había concluido, puesto que ni los revolucionarios de entonces ni las dos facciones, unitarios y federales, que emergieron posteriormente lograron hacer de la declamación republicana una realidad. Los unitarios, a sus ojos, sólo tenían en cuenta los principios universales, y suponían que redactando leyes que correspondían a las naciones más civilizadas podían alcanzar el mejor gobierno y para concretarlo apelaban a un fuerte voluntarismo que violentaba el espíritu del pueblo. Los federales rosistas, por el contrario, reconocían la realidad que los rodeaba, pactaban con los hechos, pero no conocían los principios generales que movían a las naciones modernas. Alberdi se presentaba como el filósofo nacional que sabía seleccionar las ideas universales que podían adaptarse a la sociedad rioplatense nacida a la vida moderna con la Revolución de 1810.
Se trataba, como hemos visto, de una república democrática a la manera de Leroux. Recordemos que Leroux (pero también lo advertíamos en Lerminier) se distanciaba tanto de los doctrinarios como de los saintsimonianos (a los que calificaba de socialistas). De los primeros se separaba porque al sostener la soberanía de la razón desconocían los derechos políticos del resto de los franceses; y de los segundos, al contrario, porque reivindicaban una unidad social que ahogaba la libertad de los individuos. Su Código Social era un programa superador que conciliaba, en su opinión, la libertad del individuo y la voluntad del pueblo sin que un elemento niegue al otro. En el Río de la Plata, Alberdi (y su grupo de pertenencia, la Nueva Generación Argentina) sostenía algo parecido, asociándose a la postura de Leroux. Se distanciaba de la república liberal de los unitarios como de la republica de excepción del rosismo presentando el Dogma socialista (escrito por Echeverría y Alberdi, y articulado con ideas de Leroux, Lerminier, Lamennais y otros) como el verdadero programa republicano que contenía los ideales de igualdad y de libertad prometidos en la Revolución de Mayo.
Ni Leroux en Francia ni los jóvenes liderados por Echeverría pudieron mostrar que efectivamente se había dado tal conciliación de principios. Es bastante dudoso, como hemos advertido, que un credo común, una economía planificada o una concepción del arte que obligaba al artista a servir a la regeneración social se hermane felizmente con la libertad de los individuos.
Este programa, a grandes rasgos, es compartido por todos los miembros de la Nueva Generación Argentina. Sin embargo, pocos años después cada uno transita un camino distinto.
LA REPÚBLICA POSIBLE
El primer Alberdi se presenta como un filósofo, y plantea que hay que crear un dogma social, conquistar una filosofía nacional. En los años 40, Alberdi advierte por el contrario, que es la economía lo que define, sostiene y construye a la nación moderna. Es más, el filósofo o todo saber alejado de la economía es visto despectivamente, ya que conspira contra el orden y el progreso. Con la excepción de Echeverría, otros miembros de la Nueva Generación Argentina también cambian en la década del 40.
Sólo Echeverría continúa adhiriendo, férreamente, a las ideas sostenidas en el Salón Literario del 37. Aunque con un agregado importante: se ha producido la Revolución de Febrero de 1848 donde las masas parisinas tuvieron una participación decisiva y Leroux las ha apoyado con gran fervor creyendo ver en este acontecimiento el inicio de la realización de su programa. Echeverría fue el único miembro de la Asociación de Mayo que coincidió con esta postura de Leroux, aún más radicalizada, de una nueva regeneración social.
En cambio Frías, que por esos años vivía en París, tenía como referente a Lerminier (que en la década del 40 ha dado un giro hacia un fuerte catolicismo conservador) y observaba, exclusivamente, aspectos negativos de aquella rebelión. Invocando la autoridad de Lerminier y de Jouffroy, revisa críticamente las creencias radicalizadas de su juventud y define un programa republicano articulado por un Estado fuerte, principios católicos y una inmigración masiva de raza europea que impulsaría el progreso económico, aunque bajo el contralor de un Estado siempre atento a cortar cualquier desorden social.
Entre 1843 y 1848, Alberdi examina la lucha contra Rosas bajo la lente de nuevas lecturas que lo llevan a otras conclusiones, alejadas tanto del radicalismo de Echeverría como del catolicismo conservador de Frías. Durante su exilio chileno (1844-1855), escribe, sin invocar ni a los filósofos de julio ni a la república democrática, los ensayos que formaran parte de Bases y puntos de partidas para la organización política de la República argentina (1852), teniendo como principales referentes a Rossi, Chevalier, Tocqueville, Guizot, entre otros. Su reflexión se inserta en un nuevo contexto político francés. Existe un giro importante: el paisaje industrial inglés contrasta, a mediados de los años 30, con el mundo rural galo y europeo. Guizot, Chevalier y Rossi perciben, en sus textos de 1834-1835, que Gran Bretaña ha ganado la carrera en el terreno económico y es necesario que Francia reconsidere esta situación para afirmar su posición de nación guía15. Estos políticos-intelectuales que participaban de la Monarquía de Julio, iniciaron, entonces, un movimiento en este sentido: promoviendo la creación de bancos, líneas férreas, vapores, y una educación práctica que forme a los productores en un mercado liberal.
Chevalier señalaba un problema: las masas parisinas que irrumpieron en 1789 y en 1830 en la calles con consignas políticas eran un obstáculo para el progreso económico16. Las pasiones políticas, incentivadas por la prensa y la educación pública, (dos verdaderas amenazas que debían restringirse) tendrían que ser remplazadas por la denominada educación por las cosas (un trabajador enseñándole a otro en su labor diaria) que inculcarían en los individuos la obediencia de las leyes y la pasión por progreso. Educación que podría ser facilitada por la visita de franceses a Gran Bretaña donde accederían al maravilloso aprendizaje de la cultura de trabajo moderno.
Rossi advierte otra cuestión fundamental: la población -su calidad y su cantidad- era un requisito básico de todo nación moderna. Distinguía a los hombres civilizados, raza blanca europea, formados en la cultura del trabajo y la obediencia de las leyes de los hombres débiles y mal formados, localizados en África y en América del Sur17. Los primeros, desde siempre, a los largo de la historia son los que conducen el progreso de la humanidad y los segundos son poblaciones que parecen nacer para morir, soldados que viven apenas una batalla y caen18. Rossi es optimista: no sólo porque los franceses tienen una población apta para el desarrollo económico sino también porque aquellas zonas del mundo (como América del Sur) también podrán progresar gracias al impulso de las migraciones masivas. El requisito esencial es que esos estados sudamericanos garanticen la libertad moderna a los futuros pobladores. Bajo el imperio de la libertad, escribe Rossi, los trabajadores se trasladan allí donde el trabajo es más útil y provechoso (...) Allí el capital y el trabajo se encuentran y se alían, la producción se anima y se fortifica con sus esfuerzos combinados19.
Recordemos que Chevalier, Rossi, Guizot, son políticos que hablan desde una monarquía fuertemente centralizada, que otorgaba derechos políticos sólo a los ciudadanos con determinada fortuna y educación, y garantizaba los derechos civiles a todos los habitantes que, siguiendo su interés bien entendido producían su riqueza individual y el de toda la nación.
Alberdi tiene presente estas nuevas condiciones de las sociedades modernas y el programa de los doctrinarios franceses. Aunque difiere en el diagnóstico del problema al analizar el caso rioplatense: no les teme a las masas, sino a la elite que tiende una y otra vez a reabrir el círculo de la guerra civil. Desde la Revolución, la política y las armas están peligrosamente unidas. Las consecuencias son siempre las mismas: las disputas políticas, sea en la prensa, en los cafés, en las prácticas electorales, concluyen en la guerra o en el despotismo. La respuesta terrible y escasamente liberal de Chevalier es tomada por Alberdi: la prensa y la educación pública son severamente cuestionadas por incentivar ideales que difícilmente se pueden cumplir, y por encender las pasiones políticas que llevan, inevitablemente, al desorden y desvían a los ciudadanos del principal interés de la nación, el progreso económico.20 La educación por las cosas permitiría que estos sujetos se apasionen por el trabajo que los conduciría generosamente por el camino de la riqueza personal y de la toda la república. Aunque no puede pensar, como Chevalier para el caso francés, que los rioplatenses viajen al viejo mundo a incorporar la cultura del trabajo. Dicha respuesta la encuentra en otra autoridad. Comparte con Rossi, a quién cita sus reflexiones sobre las poblaciones, que los americanos del sur son conscriptos que apenas viven una batalla, y que la solución para esta parte del mundo consiste en las migraciones masivas de raza europea formadas en la cultura de trabajo. Adopta, además, la posición doctrinaria (siguiendo a Rossi y a Guizot): distingue la libertad política restringida a los más capaces (elite criolla), de la libertad civil abierta a todos los habitantes que en su trabajo diario construirían una economía liberal. Y difiere del centralismo de la Monarquía de Julio, defendido por Chevalier, Rossi y Guizot. Sin duda sostiene que es necesario un poder ejecutivo fuerte para lograr la unidad de la nación, pero adopta el Estado Federal, siguiendo a Tocqueville como hemos visto en sus escritos de juventud, siempre que el poder ejecutivo sea lo suficientemente poderoso como para corregir a una elite que se resiste a subordinarse al orden legal establecido, reabriendo la guerra civil e impidiendo la paz permanente y las garantías civiles requisitos básicos para el progreso económico.
¿Qué selecciona Alberdi del grupo doctrinario? Selecciona de Chevalier, sus ideas educativas, su temor hacia el debate político y la prensa, la necesidad de diseñar una vida material, es decir, crear un mercado capitalista; de Rossi, invoca su idea sobre las poblaciones y la migraciones masivas de razas europeas con cultura intelectual y sobre todo de trabajo, y también la fórmula, diseñada por Guizot, de escindir la libertad política y la libertad civil, mientras se separa de la fórmula monárquica y centralista opuesta a la tradición rioplatente e invoca al Estado Federal y al poder ejecutivo fuerte como solución para la unidad nacional.
Lejos quedaron las propuestas radicalizadas del 37 al estilo Leroux o Lamennais en un Alberdi que ha hundido los pies en el suelo de la teoría doctrinaria que desde 1848 ya no subsiste en Francia, pero a sus ojos ha dejado lecciones para el futuro rioplatense.
LAS CONTINUIDADES IDEOLÓGICAS. DOS CUESTIONES EMBLEMÁTICAS EN ALBERDI: LA TENSIÓN ENTRE UNIDAD SOCIAL Y LIBERTAD INDIVIDUAL Y HÉROES FEUDALES VERSUS HÉROES MODERNOS
En el caso de Alberdi nos hemos detenido, sobre todo, en destacar las diferencias entre el primer momento cuando adhería a las propuestas de la Nueva Generación Argentina y el segundo donde elabora su programa denominado república posible. Es cierto, en los años 40 ya no invoca la mayoría de las autoridades intelectuales del comienzo (Leroux, Lerminier o Lamennais), sino otras (Chevalier, que ya citaba en el 39, Rossi, Guizot entre otras) sin embargo hay ciertas continuidades que debemos tener presente para matizar esta imagen que subraya la ruptura. Indiquemos dos ejemplos ilustrativos.
Un hilo de continuidad en el discurso alberdiano que provenía de la influencia saintsimoniana era la subordinación de la libertad individual en beneficioso del orden social. Señalamos que la concepción del arte social o la economía democrática, enunciada por Leroux y tomada por Alberdi atacaba al egoísmo del artista o del industrial porque se oponía, uno y otro, a la unidad de la sociedad. Chevalier desde otra perspectiva insistía en los mismos: la libertad de pensamiento en las escuelas públicas o en la prensa debían ser anuladas porque conducían a la anarquía y hacían imposible el progreso económico. Chevalier planteaba, además, una economía liberal que ponía el acento en el egoísmo bien entendido, pero sus argumentos siempre concluían que este individualismo no podía fragmentar la unidad social. Es decir, habla de un mercado libre y de un Estado con un ejecutivo fuerte e intervencionista ante cualquier tentativa de desorden. Todo esto aparece en los discursos de Alberdi. Como hemos visto, ya sea en los años 30 o luego en los 40, el tucumano utiliza estos razonamientos del saintsimonismo disidente para organizar su discurso político que a la manera de Leroux o en los términos de Chevalier, siempre privilegia la unidad social ante que las libertades individuales.
Segunda continuidad: héroes feudales, guerreros versus héroes modernos. La Revolución era leída por Alberdi y los miembros del Salón Literario del 37 como un fenómeno inconcluso: la etapa guerrera tuvo como fin la independencia política pero debía sucederle, para ser completada, un período de paz y de creencias filosóficas que construyan el edificio republicano: instituciones y ciudadanos. Hemos indicado que Leroux o Lerminier lo enunciaban en Francia para interpretar el pasado revolucionario y describir la tarea a seguir: la regeneración de la sociedad sólo podía alcanzarse con una filosofía nacional (Lerminier) o un credo social (Leroux). Este esquema compartido al interior del grupo saintsimoniano disidente era redefinido por intelectuales que participaran de la experiencia saintsimoniana. Chevalier comparte plenamente la descripción de la primer etapa guerrera asociada al mundo feudal, pero resignificaba la segunda etapa, advirtiendo que no era necesario un credo o una filosofía nacional (vale decir filósofos, literatos) sino una vida material (trabajadores, bancos, vapores, ferrocarriles etc) para construir, de manera rápida y eficaz, una nación moderna. Alberdi, como hemos visto, adhiere a la primera descripción en el 37 y a la segunda desde los años 40 hasta el fin de sus días. El eje conceptual, héroes feudales versus héroes modernos, no cambia, pero sí se modifica el contenido de la segunda etapa, es decir, cómo se construye una nación moderna.
Indicados al menos dos puntos de continuidad, retomemos a nuestra hipótesis inicial que apunta a la ruptura.
¿REPUBLICANO O ESCASAMENTE REPUBLICANO?
Advertimos que en sus escritos de juventud adhiere, aunque no exclusivamente, a programas republicanos (Leroux, Lerminier, Lamennais) que en Francia son la oposición a la Monarquía de Julio. También advertimos que es más republicano que liberal. Esto es, que lesiona permanentemente nociones claves del liberalismo, como la libertad individual a favor de un dogma social, de una filosofía nacional, de un arte socialista y humanitario, o lesiona la división de poderes, cara también al liberalismo, apelando a un poder ejecutivo fuerte. Alberdi invoca, una y otra vez, a los sujetos a sacrificar su tiempo y dedicar su esfuerzo en actos patrióticos. Esto es, tiende a optar por obligar al ciudadano a servir a la república, violentando la noción de libertad individual. Leroux, Lerminier (el que escribe a fines de los años 20 y comienzos de los 30), hacen lo mismo en Francia. Ellos sostienen una posición republicana ante la Monarquía oficialista. Alberdi también es un fervoroso republicano en Buenos Aires y en Montevideo. Pero esto cambia en los años 40, ya que todo debe subordinarse a la economía liberal, y hasta la república debe acatar este requisito.
En el programa de la república posible, ya no opta por autoridades que hablan desde la oposición, y que no acceden al poder, sino a autoridades que hablan desde el gobierno; los doctrinarios, ideólogos principales de la Monarquía centralista y liberal de Francia entre 1830-1848. Alberdi transforma esa monarquía en república, al centralismo en federalismo, pero sin dejar de tenerlos como modelo. Vale decir, acepta la tradición republicana, pero el presidente debe actuar como un rey (dice que el presidente es un rey con máscara republicana), acepta el federalismo, pero el poder ejecutivo fuerte está habilitado a intervenir en las provincias. Por lo tanto, esta república posible, es escasamente republicana, federal y liberal, y se parece mucho a la monarquía centralista francesa.
Otro rasgo típicamente republicano es la participación en la cosa pública. Hemos advertido que Chevalier sostiene que la prensa política, los cafés y las escuelas que tiene por fin educar al ciudadano, son un peligro para el orden y el progreso. Chevalier exige un mínimo de política para que el sujeto siguiendo su interés egoísta, bajo la protección que le brinda el Estado con los derechos civiles, se enriquezca. Alberdi adhiere, como dijimos, a esta propuesta de Chevalier en un mundo, como el rioplatense donde la política está unida a la guerra. La república para serlo debe cancelar para otros tiempos su esencia: la participación de los ciudadanos en la cosa pública. La república posible, muy cercana a la Monarquía de Julio de los doctrinarios, exige un mínimo de política y un máximo de trabajo, un número reducido de ciudadanos y una mayoría de habitantes preocupados en enriquecerse con su trabajo.
Sabemos que este programa de la república posible tuvo fortuna: Justo José de Urquiza, quien derroca a Rosas y convoca un congreso constituyente, tiene como autoridad intelectual a Alberdi y sus Bases. Luego se construyó un relato que eleva a Urquiza y a Alberdi como los organizadores de la nación. Dicha operación simbólica tuvo sus idas y vueltas. Los presidentes nacionales de los años 60 y 70, Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento combatieron dicha imagen. El presidente Julio Argentino Roca en 1880, activa la operación de Urquiza y Alberdi, cuando firma un decreto para editar las obras completas de Alberdi, asociándolo a la constitución de 1853. Más allá de las resistencias que por esos años se puede advertir en la opinión pública, dicha operación tuvo eficacia. En el siglo XX, los estudiantes que pasamos por las escuelas y colegios argentinos, aprendimos a ligar la figura de Alberdi, sus Bases y la Constitución Argentina, republicana, federal y liberal. Esto es un sentido común, pero, como hemos intentado mostrar, poco sabemos los argentinos que su referente más fuerte no era una república, sino la monarquía centralista de Francia.
Notas
1 HALPERÍN DONGHI, T (1979). Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la argentina criolla, México, siglo veintiuno; y CHIARAMONTE, JC (1997). Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel.
2 Una síntesis sobre los rasgos más importantes de la Generación del 37 puede verse en el valioso ensayo de Jorge MYERS, La Revolución en las Ideas: la Generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentina, In: GOLDMAN, N (dir.) (1998). Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, T. 3, pp. 393-414. También recomendamos otra investigación que tiene como hilo conductor la idea de nación en la Generación del 37: WASSERMAN, F (1996). Formas de identidad política y representaciones de la nación en el discurso de la generación de 1837, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
3 Sobre las últimas imágenes historiofráficas en torno al rosismo puede consultarse: SALVATOR, R (1998) Consolidación del régimen rosista (1835-1852), In: GOLDMAN, N (dir.) (1998). Op. cit.; y SEGRETI, C; FERREYRA, & MOREYRA, B (2000). La hegemonía de Rosas. Orden y enfrentamientos políticos (1829-1852), Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia Argentina, T. 4, Buenos Aires, Planeta.
4 BÉNICHOU, P (1984). El tiempo de los profetas. Doctrinas de la época romántica, México, Fondo de Cultura Económica; y ROSANVALLON, P (1999). La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, México, Instituto Mora.
5 INGENIEROS, J (1918). La evolución de las ideas argentinas, Buenos Aires; ORGAZ, R (1950). Sociología argentina. La sinarquía social argentina, Córdoba, Assandri; BOTANA, N (1984). La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana.
6 ALBERINI, C (1966). La metafísica de Alberdi, In: ALBERINI, C (1966). Problemas de la Historia de las ideas filosóficas en la Argentina, Universidad Nacional de La Plata, p. 31.
7 FEINMANN, JP (1996). Filosofía y nación. Estudios sobre el pensamiento argentino (1982), Buenos Aires, Ariel.
8 HOBSBAWM, EJ (1987). Las revoluciones, In: HOBSBAWM, EJ (1987). Las revoluciones burguesas, Cap. VI, España.
9 BÉNICHOU, P (1984). Op. cit.
10 Como romántico Lerminier tenía muy presente la noción de la originalidad nacional. Pero entendía que ésta no era afectada por tomar las ideas de otras naciones, al contrario, la originalidad nacional consistía para Lerminier en actuar como en el siglo XVIII lo había hecho Montesquieu: servirse de las teorías de los maestros ingleses con el objeto de agregar (a estas teorías) razonamientos nuevos. Estos son los argumentos nacionalistas que tiene presente Alberdi cuando piensa la idea de filosofía nacional. LERMINIER, E (1829). Introduction Générale a l´Histoire du Droit, Paris, p. 219.
11 ALBERDI, JB (1984). Fragmento preliminar al estudio del derecho, Buenos Aires, Biblos, p. 226.
12 Ibíd., pp. 164-166 y 226-229; y ALBERDI, JB (1895-1901). Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, Buenos Aires, Imprenta Europea, Imprenta A. Monkes e Imprenta Juan Bautista Alberdi, tomo XV, p. 467.
13 ALBERDI, JB (1984). Op. cit., pp. 263-267.
14 Ibíd., p. 227; y LERMINIER, E (1830). "Lettres Philosophiques adressées a un Berlinois. De la Démocratie française. M. De Lafayette", Revue de Deux Mondes, Paris, 5 novembre, Tome VIII. pp. 473-476.
15 JARDIN, A (1989). Historia del liberalismo político. De la crisis del absolutismo a la constitución de 1875, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 365-370.
16 CHEVALIER, M (1834). Lettres sur lAmérique du Nord, t, I, Paris, pp. 20-36.
17 ROSSI, P (1854). Cours deconomie politique (1834-1838), París, t. I, p. 275.
18 Ibíd.
19 ROSSI, P (1854). Op. cit. p. 264.
20 ALBERDI, JB (1852). Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Valparaíso, pp. 103 y 134.
Bibliografía
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