Introducción
La propagación mundial de la enfermedad por COVID-19 (SARS-CoV-2), cuyos primeros casos fueron registrados el 2019 en Wuhan, China, ha significado un problema sanitario, social y económico sin precedentes en los últimos 100 años, situación que ha tensionado la gestión de los sistemas de salud, bienestar social y educativos, los cuales solo han podido paliar en parte los efectos de una situación extremadamente compleja, cuyo término parece aún lejano.
La expansión de la COVID-19 se volvió un evento epidemiológico mundial, reportando altos niveles de reproducción básica, unas tasas de mortalidad elevadas entre población de riesgo, principalmente adultos mayores con una sorprendente capacidad de adaptación y mutación, todo lo cual ha hecho difícil su contención, así como la búsqueda de medios efectivos de inmunización y/o erradicación (Sánchez, et al., 2020; Cortés, 2020; Pérez et al., 2020).
La crisis por COVID-19 no solo ha sido sanitaria, sino que trajo consigo una serie de externalidades derivadas de la contracción de la economía y del mercado del trabajo y la imperante necesidad por limitar las interacciones sociales, generando un deterioro en la calidad de vida y un extendido malestar subjetivo debido a los prolongados confinamientos y la incertidumbre del panorama futuro. Aunque estos impactos tienden a adquirir preponderancia entre la población adulta y adulta mayor en razón de la mayor tasa de morbilidad, mortalidad y pérdida de la fuente laboral, lo cierto es que entre los jóvenes los efectos no han sido inocuos. Si bien tienden a ser percibidos como un grupo de menor riesgo, para ellos supuso interrumpir sus actividades laborales, sociales, educativas y recreativas (Fontana, 2020; Gómez, 2020; Hincapié, 2020; Martínez, 2020; UNICEF, 2020).
Jóvenes y COVID-19
Si bien los jóvenes, en razón de sus bajas tasas de mortalidad y morbilidad de riesgo, son un grupo menos vulnerable, han visto igualmente afectadas múltiples dimensiones de su vida y desarrollo (Gómez, 2020). En este sentido, durante la pandemia por COVID-19, diferentes organizaciones se han preocupado por conocer e interpretar cuál es el estado anímico, sentimientos y proyecciones de las y los jóvenes. En particular, los medios de comunicación tradicionales se han encargado de reportar cómo han enfrentado la crisis, el aburrimiento, la monotonía y el confinamiento forzado. Por su parte, la investigación sobre la población joven ha estado principalmente vinculada con explorar, además de la obvia dimensión de salud, el impacto que la crisis y el confinamiento le han significado en sus hábitos de estudio, rendimiento y estrés académico, relaciones sociales y vínculos familiares (Hincapié, 2020; UNICEF, 2020; Salas et al., 2020).
Desde la literatura se ha planteado el fenómeno del estrés pandémico entre jóvenes, la cual refiere a una respuesta psicológica a la situación de crisis que estimula sentimientos de miedo, ansiedad e incertidumbre que pueden volverse excesivos, el cual en último término puede llevar a la manifestación de síntomas depresivos, propensión a desarrollar comportamientos adictivos y complejizar las reacciones ante la muerte de otros significativos (Chacón, et al., 2020). Así también, se plantea que las medidas de confinamiento han generado cambios en los hábitos y rutinas de la juventud, además de incrementar la vulnerabilidad de quienes pertenecen a los sectores más vulnerables de la población al no poder recibir adecuadamente los servicios educativos, de alimentación, protección e incentivo a la recreación que antes obtenían de las instituciones (UNICEF, 2020). En efecto, los impactos de la crisis están condicionados por la profunda segmentación social que presenta la sociedad chilena, expresado en la diferencial disponibilidad de recursos tecnológicos para cumplir adecuadamente con las actividades escolares bajo modalidad online, las deficientes condiciones de habiltabilidad del hogar y hacinamiento y la permanente dificultad para satisfacer necesidades básicas y/o mantener el nivel de calidad de vida prepandemia (Salas et al., 2020; Ortiz, 2020).
Por otro lado, la pandemia también ha significado que los y las jóvenes deban interrumpir su vida social, teniendo que apegarse a las medidas de confinamiento y distanciamiento social dispuestas por la autoridad sanitaria. Si bien, particularmente a través de los medios de comunicación, se han reportado el quebrantamiento a estas normas, poniendo en cuestión la capacidad para empatizar con la preocupación ciudadana, la evidencia disponible señala también que las y los jóvenes reconocen la importancia de las medidas de protección y son receptivos al riesgo que conlleva un eventual contagio para el bienestar personal y familiar (Chacón et al., 2020; Taylor, 2019; UNICEF, 2020),
Cabe hacer presente que para la juventud la pandemia ha interrumpido el desarrollo normal de una etapa que, además de vital, es breve y busca experimentarse intensamente. Durante esta fase se transita por una moratoria moral y pérdida paulatina de la tutoría parental, comportamientos emancipatorios que la crisis sanitaria y, en particular, el confinamiento ha suspendido momentáneamente, generando desaliento entre los y las jóvenes, además de tensión en la relación familiar.
Atendiendo multidimensionalidad y envergadura del impacto de la crisis en las y los jóvenes, este artículo tiene por propósito explorar y analizar cómo se sienten, qué hacen y cómo enfrentan la pandemia del año 2020 los jóvenes, desde una perspectiva personal y familiar, utilizando datos de una encuesta realizada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (MDSF) el año 2020 aplicada a jóvenes entre 14 y 24 años. En lo específico, se indaga sobre la percepción de riesgo que tienen frente a la COVID-19, los efectos económicos y personales que esta situación les ha generado, las actividades que les ayudan a sobrellevar el tiempo en casa y, por último, la situación de malestar subjetivo e incertidumbre que han vivido.
Metodología
Diseño
Este trabajo se ha realizado desde una perspectiva cuantitativa y con un diseño transversal. Utilizando bases de datos explora y analiza la situación que población joven reporta vivir durante los meses de crisis sanitaria, exponiendo resultados univariados y bivariados mediante índices y proporciones, con sus respectivas pruebas de hipótesis, los cuales son representados parsimoniosamente en diferentes tablas. Los datos fueron obtenidos del Ministerio de Desarrollo Social y Familia (MDSF) en su base de datos correspondiente al levantamiento de información llamado Radiografía nacional de jóvenes frente a la crisis sanitaria Covid-19 (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2020).
Instrumento
La Radiografía nacional de jóvenes frente a la crisis sanitaria Covid-19 (JV-COVID-19) es una encuesta aplicada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (MDSF) a través de la Subsecretaría de la Niñez, órgano de colaboración que apoya el diseño, ejecución y evaluación de iniciativas vinculadas con la protección, promoción y difusión de derechos en la niñez y adolescencia. Base del cuestionario oficial a la cual se accede a través de los protocolos que establece la normativa para la transparencia y acceso a la información pública en Chile.
La encuesta se realizó en 70 comunas a nivel nacional durante el mes de abril del año 2020, dirigido a la población joven de 14 a 24 años con el objetivo de conocer cómo han enfrentado la situación de pandemia COVID-19, así como los sentimientos y comportamientos que les ha provocado. En lo específico, el cuestionario contiene una serie de preguntas organizadas en 13 dimensiones, las cuales abordan desde la percepción de riesgo al contagio, transitando por las consecuencias socioeconómicas, personales y familiares, hasta las repercusiones de salud mental y relaciones sociales presentes y futuras que ha tenido la crisis entre la juventud.
Muestra
El artículo de investigación se circunscribe a población joven entre 14 a 24 años residentes en las comunas de Chile seleccionadas por el muestreo estratificado. El tamaño muestral refiere a un total de 601 sujetos.
Sexo | |
---|---|
- Masculino | 44,4 |
- Femenino | 55,6 |
Edad | |
- 14 a 17 | 25,1 |
- 18 a 21 | 22,5 |
- 22 a 24 | 52,4 |
Trabaja | |
- Si | 28,3 |
- No | 71,7 |
Estudios | |
- Media incompleta | 32,6 |
- Media completa | 38,9 |
- Superiores | 28,5 |
Elaboración propia con datos de la JV-COVID-19.
En términos sociodemográficos, la muestra evidencia un predominio de estudiantes mujeres (55,6%), un 25,1% tiene menos de 18 años, un 28,5% cursa estudios de enseñanza superior y un 28,3% realiza actividades laborales, situación que algunas veces es compatibilizada con estudios.
Procedimiento
En primer lugar, se organizaron las bases de datos según las dimensiones que componen la encuesta y en observancia a los objetivos de esta investigación, buscando estructurar atributos de segmentación o de clasificación, además de las correspondientes variables de análisis a nivel de dimensión e indicador.
Las variables de segmentación que permitieron la clasificación y definición de clúster, se realizaron sobre atributos basales y socioeconómicos, aunque clásicos, se consideraban de relevancia para el estudio: sexo (hombre; mujer), la edad (14 a 17 años: 18 a 21 años; 22 a 24 años), el nivel educativo (educación media incompleta; educación media completa; educación superior) y la situación de empleo (trabaja, no trabaja).
Dentro de las variables de análisis, adquiere particular importancia, en razón de su relevancia práctica y densidad teórica, la dimensión e ítems subyacentes referida al estado de salud mental o bienestar subjetivo. Constructo complejo y multidimensional que para efectos operacionales se estructura sobre la base de tres componentes principales con sus respectivos indicadores. El primero de ellos definido como sentimientos que causa la pandemia, explora las variaciones en los estados de ánimo que declaran a raíz de la crisis expresado en sentimientos de preocupación, miedo, enojo, aburrimiento y angustia; el segundo componente lo integran los cambios de hábitos generados, tales como insomnio o problemas par conciliar el sueño, ingesta compulsiva de alimentos, consumo de bebidas alcohólicas y mayor irritabilidad hacia sus familiares o amigos. El tercer y último componente, refiere al sentimiento de vulnerabilidad e incertidumbre frente a la probabilidad de que se generen eventos adversos que escapan a su control, tales como el riesgo a la propia muerte o de algún familiar, la prolongación de la inestabilidad económica emergente, así como la percepción de no volver a la normalidad en el corto plazo.
Otra de las variables de análisis explora, siempre desde la perspectiva del sujeto, las repercusiones económicas, familiares y personales derivadas de la crisis por la COVID-19. En lo específico, recoge la percepción de riesgo frente al desempleo y empobrecimiento familiar, así como la preocupación que genera el distanciamiento social y el encierro en el debilitamiento de los vínculos e irrupción de hábitos poco saludables. Complementariamente, indaga en el desarrollo de acciones específicas concebidas como estrategias compensatorias para sobrellevar las externalidades negativas generadas por el confinamiento.
Una vez organizadas las bases de datos e identificadas las principales variables de análisis y segmentación, se realizaron los cálculos descriptivos e inferenciales, tanto univariados como bivariados, que permitieron estructurar los análisis que se presentan en las tablas, exponiendo índices y proporciones con sus respectivos contrastes de hipótesis con pruebas de significancia al α < 0,05. Las pruebas de contraste se aplicaron en observancia a la naturaleza de las variables en contextos de asociación o comparación y cumplimiento de supuestos.
Resultados
Pese a la alarma mundial ocasionada por la propagación de contagios debido a la COVID-19, la percepción de riesgo no es homogénea en la población. Según la JV-COVID-19 (Tabla 2), alrededor de 1 de cada 2 jóvenes chilenos/as (51,5%) entre 14 y 24 años se declara ‘escéptico’, variable latente que surge de la tendencia observada en la concatenación de los ítems “los adultos exageran la crisis” y “hay pocas o ninguna probabilidad que los jóvenes se contagien”.
Columna | Fila (OR) | |
---|---|---|
Sexo | ||
- Masculino | 37,6 | 43,3 |
- Femenino | 62,4 | 58,2 (1,83**) |
Edad | ||
- 14 a 17 | 29,3 | 60,7 (1,72**) |
- 18 a 21 | 22,4 | 51,2 (1,17) |
- 22 a 24 | 48,3 | 47,3 |
Trabaja | ||
- Si | 27,2 | 49,4 |
- No | 72,8 | 52,4 (1,13) |
Estudios | ||
- Media incompleta | 38,6 | 61,2 (2,05**) |
- Media completa | 36,2 | 49,5 (1,28) |
- Superiores | 25,2 | 43,5 |
General | - | 51,5 |
Nota: Columna= porcentaje calculado por columna y representa descriptivamente la distribución del declarado escéptico; Fila= porcentaje calculado por fila y sus valores se expresan en términos asociativo sobre la base de atributo de segmentación como variable independiente.
Elaboración propia con datos de la JV-COVID-19 (2020).
Al perfilar esta actitud de escepticismo en su configuración descriptiva, se encuentra una predominancia de jóvenes de sexo femenino (62,4%), entre los 22 a 24 años (48,6%) y estudiantes de educación media (38,6%). En el contexto bivariante y sobre la base de contrastes de asociación, las mujeres tienden a manifestar mayor escepticismo, al igual que los de menor nivel de escolaridad y de menor edad respecto de sus grupos de comparación. En términos de participación en el mercado del trabajo, aunque solo 1 de cada 4 (27,2%) de los escépticos declara trabajar remuneradamente, este factor no registra diferencias estadísticamente significativas en lo que a percepción de riesgo refiere.
A pesar de que el escepticismo se ha instalado con una importante prevalencia entre los y las jóvenes, los efectos de la crisis sanitaria se han extendido incluso a la esfera más íntima de la vida, generando una profunda inestabilidad en las economías familiares, las relaciones afectivas y los pasatiempos. En este sentido, tal y como informa la Tabla 3, un alto volumen de jóvenes expresa sentirse preocupado por el eventual desempleo de su padre y/o madre (85,3%), seguido del temor al empobrecimiento de la familia (76,8%) y el no poder conseguir o retener un empleo (68,2%).
En el ámbito personal, los efectos más notorios se encuentran en la pérdida de hábitos saludables (86,0%), falta de actividades recreativas (85,4%) y alejamiento social (75,9%), eventos que repercuten tanto sobre el bienestar físico como subjetivo de la juventud. Para sobrellevar algunos de estos problemas, las personas encuestadas declaran que les resulta útil compartir con la familia (94,8%), hablar con amigos/as por videollamada (93,2%) y aprender nuevas actividades (82,8%).
Nota: *= significancia al 5%; **= significancia al 1%.
Elaboración propia con datos de la JV-COVID19.
Al considerar los atributos de segmentación, la preocupación por asuntos económicos se acentúa y hace estadísticamente significativa particularmente entre mujeres. Por su parte, el temor a perder el trabajo o la imposibilidad de conseguir un empleo se instala también con significativa intensidad en adolescentes, estudiantes de enseñanza media y que trabajan.
Una gran proporción de las encuestadas contestó sentirse inquieta frente al posible desempleo de su padre y/o madre (89,8%), sentimiento que se distancia del manifestado por los hombres [χ2 (4, N = 580) = 20,397, p < 0,01]. Por su parte, alrededor de 9 de cada 10 jóvenes que trabaja (86,2%) afirma sentirse preocupado frente al desempleo.
Al observar los impactos personales y sociales de acuerdo con los perfiles de agrupación, no se evidencian diferencias significativas entre categorías de segmentación; la excepción la constituye la preocupación por perder el año escolar, sentimiento que se intensifica y es estadísticamente significativa entre adolescentes menores de 18 años, estudiantes de educación media, mujeres y quienes compatibilizan estudios y trabajo (p < 0,01).
Por otro lado, la crisis sanitaria ha presionado al rearme de las relaciones sociales y uso del tiempo en casa, por cuanto las medidas de confinamiento han limitado el contacto con otros y concurrencia a lugares públicos. A este respecto, son los y las jóvenes de mayor edad y quienes trabajan los que más de distancian de la situación general, con diferencias estadísticamente significativas en la mayor parte de los indicadores respecto de su grupo de contraste (p<0,05). Por ejemplo, quienes están empleados/as proporcionan una alta valoración al compartir tiempo con la familia (96,9%), comunicarse con los amigos/as por videollamada (96,4%) y mejorar el medio ambiente (82,1%).
Ahora bien, además del escepticismo y los cambios en la vida personal y social, la pandemia ha repercutido sobre el bienestar y salud mental de la juventud. La Tabla 4 expone 3 subdimensiones conectadas a este constructo que, mediante preguntas de respuesta múltiple, busca indagar en los sentimientos, hábitos y e incertidumbres que emergen a raíz del tiempo en casa. En primer lugar, los sentimientos predominantes durante los últimos meses han sido la preocupación (66,1%) y la angustia (45,9%), seguidos por el miedo (35,1%) y el enojo (17,1%). Igual tendencia estructurante se observa en cada uno de los perfiles de comparación, señales de cuán profundo ha calado la pandemia en la salud mental de los y las participantes.
En segundo lugar, la Tabla 4 muestra los efectos negativos que ha tenido la pandemia sobre los hábitos de los y las jóvenes, siendo la ingesta compulsiva el principal cambio en su rutina (62,7%), seguido por dificultades para dormir (48,7%) e irritabilidad con la familia o los amigos/as (39,6%). Entre perfiles, los adolescentes son quienes mayor problema han tenido con la comida (68,9%) y el sueño (54,1%), mientras que la irritabilidad con otros se ha instalado relativamente más entre los escépticos (41,8%) y los que cursan enseñanza media (42,0%).
Por último, la incertidumbre reportada gravita en torno a dos cuestiones: primero, la notable preocupación por la muerte de algún familiar (77,8%) y, segundo, los graves problemas económicos (47,2%). Al revisar los perfiles, es llamativo el miedo a la muerte entre las mujeres, tanto la propia (35,3%) como la de familiares (79,3%); por su parte, alrededor de 2 de cada 5 escépticos (37,0%) duda poder volver a la normalidad, en contraste al optimismo de los y las jóvenes que aún asisten a enseñanza media (25,1%).
Discusión
La pandemia ocasionada por la propagación de la COVID-19 ha impactado rápidamente sobre las distintas áreas de la vida social contemporánea. No tan solo es una amenaza para el bienestar físico y la salud, pudiendo llevar incluso a la muerte, sino que también ha transformado la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y con el resto: los nuevos hábitos de higiene, cuidado personal, trabajo y estudio que se han instalado, sumado al cómo interactuamos con nuestra familia, amigos/as y los otros, son signos de la forma en que una situación global permeó hasta lo más profundo de la vida individual (Palomino y Huarcaya, 2020; Gómez, 2020).
En el contexto de crisis sanitaria actual, los focos de atención sobre la población joven han aumentado. Tal y como recoge la JV-COVID-19, existe una preocupación por su bienestar personal, familiar, afectivo, escolar y laboral, los cuales permiten configurar distintos perfiles de comportamiento en respuesta a la crisis, diagnóstico que facilita la comprensión y abordaje de estos grupos.
Escepticismo entre jóvenes
El primer eje temático de interés corresponde a la percepción de riesgo, vinculada en este trabajo con la actitud de escepticismo que revelan los y las jóvenes al ser consultados por las posibilidades de contagiarse y si los adultos exageran. Al respecto, los datos analizados previamente muestran una extendida actitud dubitativa de los y las jóvenes en torno a ambos indicadores, riesgo al contagio y exageración de los adultos. Estos hallazgos se podrían vincular a una baja capacidad de asimilación a la información oficial que circula respecto de la gravedad y el riesgo poblacional que supone el contagio por COVID-19 (UNICEF, 2020; Alvites, 2020; MINEDUC, 2020; MINSAL, 2022).
Escepticismo e incredulidad han sido problemas coetáneos al descubrimiento y gestión política y social del SARS-CoV-2 a nivel internacional, donde distintos grupos sociales, incluso gobiernos, han mostrado resistencias y dudas frente a la enfermedad, las estrategias para contenerla y su gravedad, acusando una sobrerreacción colectiva frente a una simple gripe (Bisso-Andrade, 2019; Trujillo, 2020). Ante la generalización del escepticismo expresada en la ignorancia y duda frente a los alcances de la enfermedad, así como la desobediencia ante las medidas de contención, sería exagerado atribuir tan solo a los y las jóvenes el fenómeno de incredulidad y, por ende, la exclusiva potencialidad a desarrollar conductas de riesgo y acciones que, al contravenir las normativas sanitarias, puedan continuar extendiendo la COVID-19 en la población (Juárez et al., 2021; Veneroni, 2021; Cambronero, 2022).
Si bien el escepticismo no remite unívocamente a las y los jóvenes, persiste en la ciudadanía la percepción de que es este el grupo etario que ha evidenciado mayores dificultades para tomar conciencia de la real peligrosidad que constituye la pandemia, creencia que también ha sido alimentada por los medios de comunicación. No obstante, cabe hacer presente que el vínculo y permanencia que la juventud tiene y hace de las plataformas digitales, en particular de las redes sociales como fuente predilecta de información, contribuye al fomento de creencias infundadas e irracionales (Rodríguez y Valenzuela, 2019). En efecto, la red, de la cual los jóvenes son usuarios asiduos, propagan con facilidad saberes alternos no oficiales, muchas veces erróneos, con el añadido de que posibilita el encuentro con otros que piensan de forma similar (Torres-Romay y García, 2020).
La activa participación que tienen las y los jóvenes en la producción, distribución y consumo de información en redes sociales como explicación al escepticismo juvenil, es también reforzada por características propias de esta etapa vital. La juventud es una fase de maleabilidad identitaria y de construcción de la personalidad, donde los pares, en tanto un otro significativo, adquieren particular importancia aun a costa de la opinión de los adultos; a lo que se suma un sentimiento de invulnerabilidad o creencia optimista según la cual lo malo siempre sucede a terceros (Suárez-Relinque et al., 2017). Esta combinación de factores incentivan el rol oposicionista, nutriendo las actitudes desafiantes y el desarrollo de conductas de riesgo, expresiones que son reforzadas en tanto la evidencia los ha catalogado como el perfil menos vulnerable a los efectos de la COVID-19 (Valdés, 2020).
Qué les preocupa y qué les ayuda a los y las jóvenes durante la crisis sanitaria
A pesar del escepticismo, la baja percepción de riesgo y la creencia de que los adultos exageran, los jóvenes tampoco se manifiestan indiferentes en torno a los efectos que la pandemia ha tenido o podría tener sobre el bienestar del hogar, el presupuesto familiar, la vida social y salud mental de las personas que lo integran. En términos generales, reportaron sentirse bastante preocupados en cuanto al desempleo del padre y/o la madre, el empobrecimiento de su familia y la posibilidad de enfermedad o muerte de sus cercanos; temores estrechamente vinculados a la naturaleza y fortaleza del vínculo emocional que se establece con la familia, sentimiento de empatía que deriva en que los problemas y angustias de alguno se sus integrantes se compartan y perciban como propios. A esta sintonía con las afecciones de sus otros significativos se añade también las condiciones objetivas de los jóvenes al interior del grupo familiar caracterizado por una fuerte dependencia económica, razón por la cual una estrechez presupuestaria emergente impacta directa e inmediatamente sobre ellos en aspectos que transitan más allá de los eventuales gastos en ocio o el devengado para fines personales.
A esto se añade que las fuentes más comunes de empleo juvenil, el área del comercio y los servicios en modalidad part-time, han sido las más afectadas por la pandemia, puesto que múltiples centros comerciales y tiendas han cesado sus actividades ante la reiteración de cuarentenas, toques de queda y falta de apoyos financieros. Pérdida de ingresos que aumenta el sentimiento de vulnerabilidad y dependencia económica, además que pospone cualquier proyecto de independización que tuviesen los adultos jóvenes.
En lo concerniente a las repercusiones personales de la situación de pandemia, hay varios elementos que destacar, comenzando por la pérdida de hábitos saludables y la falta de actividades recreativas. Desde que en abril de 2020 el Ministerio de Educación de Chile decretara el cambio de clases presenciales a modalidad virtual, además de las cuarentenas reiteradas, el hogar se transformó para los y las jóvenes en el único sitio donde poder estar, asimilando unos estilos de vida caracterizados por la monotonía y el sedentarismo. Por otro lado, el alejamiento social representa un eje clave para la comprensión del malestar juvenil a raíz de la pandemia. Por la etapa biopsicosocial que transitan, la interacción social es un motor importante para el desarrollo de los y las jóvenes, una dimensión de la vida donde se adquieren, despliegan y evalúan aquellas características y comportamientos que formarán parte de su identidad (Massenzana, 2017). Aunque las redes sociales digitales pueden replicar y aumentar el radio de interacciones sociales, no acaban por sustituir el elemento sustancial de estos vínculos: el otro y sus características, su corporalidad, rostro y voz (Levinas, 2002). El alejamiento social durante esta crisis puede ocasionar ansiedad e inseguridad frente a la nueva exposición a los otros tras tanto tiempo alejados (Chacón-Fuertes et al., 2020; Fontana, 2020).
En lo educativo, el cambio obligado de clases presenciales a una modalidad completamente online develó la profunda segmentación que tiene el sistema educativo, tanto en la disponibilidad de recursos de la propia escuela como en la calidad educativa de los hogares de los y las jóvenes (Bellei, 2015; González, 2017; Rodríguez, 2020; Padilla et al., 2022) Si bien todos los servicios sociales respondieron con dificultad a las demandas ciudadanas en el contexto de crisis, la educación fue particularmente sensible viéndose en muchos casos incapacitada de cumplir sus labores, especialmente entre población vulnerable (Murillo y Duk, 2020; Salas et al.,2020). A ello se suma la heterogénea capacidad instalada en el alumnado para regular y comprometerse con su proceso educativo, donde la cultura de la emergencia y la procrastinación se hicieron tristemente palpables.
Las y los jóvenes resaltan la importancia de compartir con la familia y hablar con amigos por videollamada como forma de sentirse más seguro y aliviado durante la crisis, hecho de relevancia toda vez que la cercanía y apoyo son pilares fundamentales para la construcción de una identidad de grupo (Viñals y Cuenca, 2016; Larraín, 2001; Carrasco, 2013). Para muchas familias, la pandemia fue la oportunidad para reforzar lazos, recuperar el tiempo que los absorbentes trabajos y las largas jornadas escolares habían quitado. Eso sí, debemos considerar que a medida que varias personas comparten un mismo espacio por mucho tiempo, inevitablemente hay fricciones y/o discusiones, disputas sobre el rol de cada uno y la responsabilidad por los espacios comunes, sobre todo cuando las medidas de cuarentena se han extendido tanto tiempo (UNICEF, 2020). Si bien, la transición hacia el ser adulto requiere de una figura de autoridad, límites y control (Minchala, 2017), estos precisan ser gradualmente modelados brindando mayores espacios de autonomía decisional con miras a desarrollar un adecuado equilibrio socioemocional. La relación control-emancipación emergente tiende a producir situaciones de confrontación que requieren de mecanismos dialógicos de resolución, los cuales no están homogéneamente distribuidos entre padres y madres (Ossa et al., 2014).
El vínculo con los amigos posibilitado por la tecnología y redes sociales, contribuyen también a descomprimir el agobio y las eventuales situaciones de conflicto derivados de la convivencia forzada y prolongada. Los pares constituyen un importante referente de afirmación entre jóvenes, otros con quienes sentirse identificados y comunicarse en una relación de simetría donde cada opinión tiene igual validez (Gilbert, 2012); estilo de comunicación distinto al compartido con padres o madres y que los valida como emisores de un discurso. Los amigos y amigas comparten gustos, preferencias y puntos de vista, además que están pasando por la misma situación de encierro y preocupación por la familia, condiciones que intensifican el sentimiento de encuentro y facilitan el desahogo recíproco, constituyéndose en un eficiente mecanismo de descompresión a los sentimientos de frustración, angustia y temor.
Malestar subjetivo e incertidumbre entre jóvenes
La tercera dimensión de análisis remite a los sentimientos, cambio de hábitos e incertidumbre reportados por los y las jóvenes, cuestiones que articulan su malestar subjetivo y ponen de manifiesto los efectos más íntimos de la pandemia. A este respecto, los sentimientos más mencionados fueron preocupación, angustia y miedo, triada que, si bien es compartida por el resto de la población, adquiere una connotación particular entre jóvenes debido a su estadio de desarrollo socioemocional.
La pandemia es una situación en constante desarrollo que instala un estado de inseguridad permanente, más cercano a un conflicto bélico que a un terremoto u otros desastres de la naturaleza. Esta falta de certeza respecto de cuándo se podrá volver a la normalidad nutre la pesadumbre debido a la postergación indefinida de los planes proyectados respecto de la educación, el trabajo e incluso el ocio; malestar subjetivo que, junto con el temor de la muerte de algún familiar o amigo, tiende a gatillar estados de ansiedad y/o depresión. Como corolario de este malestar, la crisis ha propiciado en los y las jóvenes el desarrollo de hábitos poco saludables, tales como la ingesta compulsiva de alimentos, el sedentarismo y ruptura en las rutinas de sueño.
En particular, durante la niñez y adolescencia es importante dormir bien, puesto que la deprivación del sueño produce agotamiento, frustración e irritabilidad afectando directamente sobre la concentración y predisposición hacia actividades diarias (Medina, et.al.2020 Ortiz, 2020). Esto impacta negativamente sobre el rendimiento escolar y los procesos de enseñanza, favoreciendo la masificación de sentimientos como que durante la pandemia se ha aprendido poco o que no están las ganas para conectarse a clases. Si bien a juicio de los jóvenes la existencia de las plataformas digitales ha hecho más llevadero los efectos de la crisis, investigaciones reportan que un uso descontrolado de ellas y en horarios inadecuados, se constituyen en un factor explicativo del insomnio, alimentado un círculo vicioso de conexión-cansancio (Navarrete, et al., 2017; Ramos, 2017; Zambrano, 2020).
Si bien algunas de estas externalidades asociadas a la pandemia pueden morigerarse con la vuelta a clases o al trabajo, el descontrol alimentario y dificultades para dormir pueden extenderse postcrisis, más aún si consideramos que el sobrepeso constituía ya una problemática de salud pública, característica del estilo de vida contemporáneo (Martorell et al., 2020; OMS, 2016; Energici et al., 2017; Navarrete et al., 2017; UNICEF, 2019).
En síntesis, este análisis devela que las repercusiones de la pandemia por COVID-19 van mucho más allá de lo exclusivamente epidemiológico, instalando preocupaciones, temores e incertidumbres a nivel individual y en los aspectos más íntimos de la vida cotidiana de los y las jóvenes. El bienestar físico y subjetivo se ha visto signado por el alejamiento social, las restricciones económicas y la preocupación por la salud, externalidades sobre las cuales se manifiestan sensibles pese a no a percibirse como perfil de riesgo.
Conclusiones
Con la información provista por la Encuesta Radiografía nacional de jóvenes frente a la crisis sanitaria Covid-19 realizada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia se indagó sobre la percepción de riesgo, preocupaciones e incertidumbres de estudiantes chilenos/as entre 14 y 24 años frente a la pandemia por la COVID-19, en razón a la vulnerabilidad económica y de salud, así como las restricciones en el desplazamiento y limitaciones a la interacción social que esta ha suscitado.
Entre las y los jóvenes existe una extendida actitud de escepticismo frente a la COVID-19, traducida en la creencia de que ellos no se pueden contagiar y que los adultos exageran la magnitud de la crisis; nociones que se instalan con mayor fuerza entre mujeres, adolescentes de 14 a 17 años y quienes se encuentran en Educación Media.
Lo anterior se explicaría por la escasa y débil calidad de la información a la que acceden, en particular, la sobreexposición a fuentes de cuestionable credibilidad que proporcionan información errónea, fraudulenta o pseudocientíficas como las que emanan de sitios web y redes sociales, de las cuales son usuarios frecuentes. Complementariamente, podría ser explicado por el sentimiento de invulnerabilidad propia de esta etapa vital, donde se desestima el riesgo que se puede correr frente a determinadas circunstancias. Percepción también alimentada por la baja tasa de morbilidad y letalidad que este grupo etario ha reportado durante la prolongada pandemia; creencia que, en lugar de asociarse al comportamiento oportunista del virus y cumplimiento de medidas preventivas, se atribuye a que la situación no es tan grave como los adultos plantean.
Aunque disipadas por la contención emocional que posibilita el estar con la familia y el uso de las tecnologías de la información y comunicación, la pandemia ha instalado una serie de preocupaciones en la población joven, principalmente referidas al desempleo y empobrecimiento familiar, a la pérdida de hábitos saludables y actividades recreativas, así como una mayor inquietud por el alejamiento con sus amigos y compañeros con ocasión del forzado distanciamiento social.
Los sentimientos de preocupación, angustia y miedo generan, además de un malestar subjetivo en los jóvenes, un conjunto de conductas de riesgo o hábitos poco saludables, tales como la ingesta compulsiva y episodios de insomnio. A esto se añade la pérdida de autonomía con ocasión del mayor control parental y, dada su mayor permanencia en casa, la necesidad de colaborar con las actividades domésticas, situaciones que son catalizadores de conflictos al interior del grupo familiar que exacerba la tensión psicológica atribuible a la pandemia misma.
En síntesis, la pandemia por COVID-19 constituye un hito sin precedentes en la historia de la humanidad por sus características virológicas y epidemiológicas, las cuales transformaron rápida y profundamente las distintas dimensiones de la vida cotidiana. El desarrollo personal, familiar y social de los y las jóvenes se ha visto resentido con las restricciones al desplazamiento, los cambios económicos/laborales y los largos periodos de confinamiento preventivo. La incertidumbre y niveles de angustia reportados por la encuesta JV-COVID-19 pueden ser el preámbulo de un futuro signado por la angustia de volver a vivir una experiencia como la actual, sentimiento que puede ser contrarrestado con la preparación y disposición de nuevas medidas sociales y protocolos para hacer frente a las futuras situaciones emergentes. La fragilidad de la ciudadanía y grupos vulnerables como los y las jóvenes durante la pandemia evidencia la necesidad de un nuevo pacto social, uno donde el Estado garantice oportunamente las necesidades y demandas de sus ciudadanos en periodos de crisis o contingencia, situación particularmente relevante en un contexto caracterizado por la acentuada segmentación de clase, donde la diferenciada disponibilidad de recursos impacta de forma desigual el bienestar objetivo y subjetivo de las y los jóvenes y sus familias.
Lo anterior devela la importancia de profundizar las investigaciones sobre este grupo etario y el impacto derivado de la pandemia, incorporando nuevas variables de perfilamiento, aumentando los niveles de cobertura y representatividad, así como dar continuidad a estudios de seguimiento, sean estos de tendencia o panel.