Escribir este editorial es una de las cosas más duras que me ha tocado hacer desde que tengo el honor de dirigir esta revista.
El año 2019 finalizó con una amenaza para el mundo que tomó cuerpo durante 2020. La pandemia por COVID-19 ha afectado con gran intensidad a casi la totalidad del mundo. Millones de enfermos, gran cantidad de fallecidos, la economía paralizada, la vida de muchos en pausa.
Algunos países comienzan a recuperarse. Venezuela entró tarde en la evolución de la pandemia, la poca movilidad desde y hacia el país, en un comienzo hizo parecer que nos afectaría menos. Pero no es así. Fue más tarde, pero con gran intensidad. Hoy hacemos a un lado la información científica, que afortunadamente abunda y nos puede conducir al hallazgo que ayude a eliminar la pandemia, pero que tenemos que mirar siempre con prudencia, para no caer en el error de seguir información engañosa y curas milagrosas. No escribo sobre las cifras oficiales sino sobre lo que vemos y oímos todos los días. Hospitales y clínicas colapsados y muchas historias de personas que narran como sus familiares o amigos han padecido la enfermedad, algunos, afortunadamente los más, la superaron, pero otros han tenido que pasar por la pérdida de sus familiares por esta terrible patología. Además, una cantidad inmensa de personas no diagnosticadas, pero sin duda enfermas, que se quedan en casa por falta de cupo en las instituciones sanitarias o por miedo al aislamiento.
Tampoco quiero desviar la atención hacia las condiciones sanitarias del país y la escasa preparación del sistema de salud ante la situación que se avecinaba. Aunque es inevitable mencionarlo y lo tenemos presente, hoy prefiero escribir sobre el arrojo y la valentía con la que ejerce su vocación nuestro personal de salud.
Esta pandemia de la COVID-19 trajo tiempos difíciles para todos, pero muy particularmente para el personal de salud. La vocación de servicio de muchos de los pertenecientes al gremio se ha visto sobrepasada por el número de pacientes, por la gravedad de los mismos, por la alta letalidad de la enfermedad, por las dificultades para ejercer con seguridad su trabajo. Sin embargo, la mayoría sigue en pie de lucha, aun sin las condiciones mínimas para protegerse, enfrentando a este diminuto gigante que ataca impunemente.
Al día de hoy, 9 de septiembre, la sociedad venezolana ha perdido 452 personas que fallecieron por la enfermedad. Son las cifras oficiales. No tenemos otras. Pero nos hemos dado a la tarea de cuantificar las pérdidas de los trabajadores de la salud, porque nos duelen particularmente, porque son cercanos, porque tenemos como saber, como identificarlos. Muchos de nuestros colegas han sido diagnosticados y han superado la enfermedad, la mayoría, como es usual con la COVID-19, han sido asintomáticos o cuadros leves. Se recuperaron y una vez cumplidos los requisitos de rigor, regresaron a continuar la lucha. Otros aún se esfuerzan por recuperar su salud. Nuestras oraciones están con ellos. Otros han presentado cuadros graves y han perdido la vida. La cuenta de Médicos Unidos Venezuela dice que para el 9 de septiembre, 150 miembros del personal de salud fallecieron por la enfermedad, alrededor de 100 son médicos y, entre ellos, el 15 % eran especialistas en Obstetricia y Ginecología. Las cifras son alarmantes, muy dolorosas.
Sobrellevar la muerte de un amigo cercano es un gran reto. Muchos dirán que los médicos estamos acostumbrados a lidiar con la muerte, pero no es así. Podemos ver la muerte como una parte de la vida, pero aun así nos embarga una profunda tristeza. Duelen las pérdidas, duele escribir sobre ellas, pero duele mucho más saber que el duelo está abierto. Cada día sumamos más víctimas de esta nueva y terrible enfermedad, pero resulta más lamentable aún pensar que pudieran haber sido contagios prevenidos con las medidas de protección que deberían estar al alcance de todos.
Algunas recomendaciones para lidiar con las pérdidas instan a rememorar y celebrar la vida de los seres queridos fallecidos. Recordarlos hoy en esta nota es nuestra forma de celebrar su vida. Todos profesionales de altísima valía, profundamente comprometidos con sus pacientes, con una elevada formación académica. Algunos demasiado jóvenes, con el ímpetu que da creer que se tiene un largo camino que recorrer, formándose para ser cada día mejores. Otros, los mayores, dispuestos siempre a transmitir un cúmulo de experiencias invaluables. En suma, una enorme pérdida para el gremio, para la especialidad y para el país. Además, nos ponemos un momento en el lugar de sus familiares, incluso, nos contamos entre amigos y conocidos. Para todos, nuestras palabras de apoyo. Siempre les estaremos agradecidos.
Para el 12 de agosto pasado, la Junta Directiva de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Venezuela, escribió lo siguiente en su mensaje, con motivo del día nacional del ginecoobstetra:
"A todos los profesionales de la salud fallecidos y, en especial, a los ginecoobstetras, queremos reconocerlos como héroes, como individuos llenos de mística y devoción por la profesión, con un profundo sentir de velar por la salud de los venezolanos.
La Junta Directiva actual, que preside el Dr. Antonio Villavicencio y el Consejo Consultivo de la Sociedad, elevamos una oración por el eterno descanso de nuestros colegas y que Dios les dé paz a su alma. Nos sentimos orgullosos por el espíritu de servicio demostrado".
Nos hacemos eco de sus palabras. Su esfuerzo, dedicación y vocación de servicio será recordado por todos. Se lo agradeceremos siempre.
Recordamos con especial cariño y respeto al maestro Oscar Agüero, en su natalicio, con todo lo que significó para la especialidad en el país y en toda Latinoamérica. A todos los gineobstetras del país, un llamado al ejercicio responsable, no solo hacia sus pacientes, como estoy segura que siempre lo han hecho, sino hacia ustedes mismos. Venezuela los necesita. Cuídense, por favor.













