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Gaceta Médica de Caracas

Print version ISSN 0367-4762

Gac Méd Caracas vol.109 no.3 Caracas Mar. 2001

 

Discurso de Incorporación del Dr. José Antonio Ravelo Celis en la Academia Nacional de Medicina, Caracas, 19 de julio de 2001

Dr. José A Ravelo Celis

Quiero comenzar estas palabras expresando mi profunda gratitud a los señores Académicos por el alto honor que me han concedido al nombrarme Individuo de Número de esta Ilustre Corporación, para ocupar el Sillón XXXIII, distinción la más alta a que puede aspirar un médico venezolano.

La he aceptado con la convicción que tal honor desborda mis escasos méritos y la interpreto como un serio compromiso de trabajo con la Academia, que contribuirá a estrechar los nexos de amistad y aprecio hacia sus miembros e incrementará mi entusiasmo y voluntad de colaborar con fines y principios. Una palabra especial de agradecimiento a los Académicos Drs. Blas Bruni Celli y Augusto León quienes tuvieron la generosidad de postularme para ocupar ese sitio y mi promesa de no defraudarlos.

Soy sincero al expresar que nunca consideré en mi vida la posibilidad de este trascendental momento en el Paraninfo del Palacio de las Academias. Este sitio me inspiró siempre un profundo sentimiento de solemnidad y respecto desde mi época de estudiante y del cual guardo inolvidables recuerdos. Aquí pernotamos en esos duros bancos laterales un grupo de estudiantes de la plaza del Nuevo Circo de Caracas, el 18 de octubre de 1945. Habíamos venido a "defender la Universidad" sin saber de quienes, por qué, ni con qué. Fue una noche de continuas descargas de fusilería entre la policía en las esquinas de Monjas y sus atacantes y luego la bochornosa salida por la puerta trasera al día siguiente.

El recuerdo imborrable de mi graduación de Médico Cirujano el 14 de septiembre de 1948 en este mismo lugar a los 23 años, con un mundo de ilusiones y de fantasías.

Lo imaginado, hoy sorprendente realidad: ascender a esta Alta Tribuna gracias a la honrosa designación que me permite cumplir en parte con el encargo de mi padre médico, Dr. Luis Ravelo Pérez, quien al mostrarle mi diploma de Médico Cirujano en Valencia en 1948 me dijo: "Ud. no es doctor, presente su tesis, porque Ud. debe llegar donde yo no he llegado".

Dr. José A Ravelo Celis

El Sillón XXXIII tiene especial importancia para mí por tres brillantes Académicos que lo han ocupado. Sucederles representa un severo compromiso. Recordarlos hoy, aunque sea brevemente, una honrosa y placentera obligación.

El último en ocuparlo hasta octubre del año 2000, fecha de su muerte, fue el Profesor Doctor José Jacinto Gutiérrez Alfaro, eminente microbiólogo quien hizo importantes contribuciones a la medicina nacional en su especialidad. Había nacido en Caracas el 14 de septiembre de1912. Hijo del recordado maestro Pedro Elías Gutiérrez, y de su honorable esposa Señora Laura Alfaro. Fue elegido Miembro Correspondiente Nacional el 28 de julio de 1949, para ocupar el Puesto Nº 8 y elevado a Individuo de Número para ocupar el Sillón XXXIII el 22 de octubre de 1992. Su trabajo de incorporación fue un interesante estudio sobre el "Aporte de los Académicos a la microbiología nacional".

En un brillante discurso de Bienvenida al doctor Gutiérrez Alfaro, el Académico e historiador, Dr. Francisco Plaza Izquierdo señaló que su designación fue justa, apropiada y muy merecida. Justa por el número de años dedicados a la Academia como Correspondiente. Apropiada por suceder dignamente a su maestro y compañero de logros profesionales profesor Dr. José Antonio O’Daly Sierraille y muy merecida por poseer una larga e importante trayectoria que lo señalaban como eminente microbiólogo, maestro, investigador y honestísimo hombre de ciencia y ciudadano. Casado con la Señora Laura Vásquez de Gutiérrez, tuvieron once hijos, que colmaron de felicidad ese hogar, al cual dieron con toda propiedad el nombre de "Alma Llanera".

El Departamento de Bioanálisis del Hospital Universitario de Caracas lleva con justicia su nombre y este es tan solo uno de los múltiples reconocimientos que recibió como premio a su dilatada actuación científica y docente. Su ausencia deja en la Academia un profundo vacío y hoy al exaltar su memoria, me satisface hacer llegar a su honorable viuda e hijos mis sentidas palabras de condolencia.

El profesor Dr. José Antonio O’Daly Sierraille, brillante anatomopatólogo ocupó durante cincuenta años este mismo Sillón. Investigador notable, inteligente, culto, agudo observador y brillante orador, fue Jefe del Servicio de Anatomía Patológica y de la Cátedra en el Hospital Vargas desde su fundación y por lo tanto mi maestro de esa materia cuando estudiante. Le profesé particular simpatía y admiración, los mismos sentimientos que él inspiraba a mi padre, quien le conocía y lo consideraba con razón, un legítimo orgullo del gentilicio valenciano. Con respeto le pedí su firma para mi diploma de Médico Cirujano en 1948. Fue destacado Presidente de la Academia de Medicina y con justicia el Instituto de Anatomía Patológica de la Ciudad Universitaria, del cual fue fundador, lleva hoy su nombre.

El profesor Doctor Francisco Antonio Rísquez ocupó desde la creación de esta Academia el Sillón XXXIII en 1904. Figura inolvidable de la medicina venezolana junto con el Maestro Luis Razetti, fueron pilares fundamentales de esta institución.

Electo en tres oportunidades Presidente de esta Academia, fue el único en desempeñarla durante dos períodos. Su influencia en nuestra medicina, en la docencia médica y su preocupación social fueron tales, que puede resumirse al recordar que el Dr. Santos Dominici no dudó en exaltarla designándola "la era Razetti-Rísquez". Podría decirse que su inmensa voluntad de servicio lo llevó a participar durante toda su vida en todas las actividades relacionadas con los problemas de la salud pública nacional. Así lo recuerda la Patria agradecida dando su nombre a múltiples instituciones médicas y al conferirle recientemente los honores del Panteón Nacional. Es el último de los 10 médicos que allí reposan acompañando a nuestro Libertador y a los Padres de nuestra Nacionalidad.

La Promoción de Médicos de la Universidad Central, del año 1948 a la cual pertenezco, lleva con orgullo su nombre y hoy para mí ocupar el Sillón Académico del Maestro Rísquez constituye un honor tan inmenso que sólo me queda atribuirlo y agradecerlo a la voluntad de Dios. Honor que quiero compartir con todos los integrantes de mi promoción.

Tengo señores, muchas razones para considerarme un hombre afortunado. Haber nacido en un hogar ejemplar constituido por una santa y amorosa madre profundamente cristiana y cuidadosa de la crianza de sus hijos, a quienes hoy quiero dedicarle el mejor y más afectuoso de mis recuerdos. Un padre bueno y honorable. Huérfano desde los 7 años, su madre lo crió en una digna pobreza; hechos que contribuyeron a forjar su carácter, recia voluntad y espíritu de superación que lo llevaron a culminar sus estudios de medicina luego de muchos sacrificios con gran brillantez . En él admiré su amor por su profesión, su inmensa vocación de servicio sin distinción de clases, tiempo, ni reparos económicos y su fiel apego a la ética profesional.

Mis padres, ambos genuinamente valencianos, nos enseñaron a querer nuestra patria chica. En nuestro hogar de la parroquia de San José, bien conocida por tener la acera más angosta de Valencia, funcionaba el consultorio de mi padre. En ella tuve mi primer contacto con la medicina desde muy niño. Por ella vimos desfilar el dolor, la enfermedad y hasta la muerte, cuando la terrible epidemia de paludismo que aniquiló las vecinas poblaciones de El Cambur y las Trincheras. En ella continuamente se hablaba de medicina, y allí por primera vez supe del Código de Moral Médica de Razetti. Fue mi padre mi primer maestro y sin que yo se lo dijera ni él me lo preguntara, al graduarme de bachiller, ambos sabíamos que yo iba ser médico.

De mis estudios de medicina guardo recuerdos imperecederos: desde el maratónico examen de admisión que duró seis horas, a la imborrable impresión que causara en mi espíritu adolescente, la primera lección de Anatomía del Maestro José Izquierdo: imponente en su figura, casi hipnotizante, hábil y preciso en el dibujo anatómico, hosco en apariencia y cortés y justo en los exámenes.

Humberto García Arocha de grandes aptitudes docentes, nos inspiraba confianza y las clases magistrales del sabio Profesor Augusto Pi Suñer. Imposible no recordar la erudición y la bondad de Enrique Benaím Pinto, quien nos iniciara en el ejercicio de la observación clínica y en el diagnóstico. Nombrar a todos mis estimados maestros es imposible. Por ello guardo respeto y gratitud. Algunos, Académicos aquí presentes, contribuyen a resaltar aún más la importancia de este momento para mí.

A lo largo de mi vida de estudiante y de médico tuve la inmensa suerte de contar con la orientación, enseñanzas y valiosos consejos de mi familiar muy cercano el profesor doctor Jorge González Celis. Ilustre Académico y médico ejemplar. Experto y brillante cirujano supo transmitirme su afición por la cirugía y proporcionarme todas las oportunidades que hacen diferencia en la vida de un médico. En él eran admirables su técnica depurada y sus conocimientos, su pasión docente y hospitalaria, su lealtad y su hombría de bien.

Mi gratitud por Jorge González Celis es imperecedera y hoy tengo la gran satisfacción de lucir su medalla académica. Él me llevaría en calidad de bachiller interno al "Instituto Anticanceroso Luis Razetti" en 1944 donde tuve oportunidad de conocer médicos de gran valía. Fui testigo presencial de los cambios allí ocurridos en 1946. De la renuncia del personal médico. De la llegada del Dr. Bernardo Guzmán Blanco y del grupo que lo acompañaba y al graduarme en 1948 ingresé como residente a ese Hospital, donde fui el cuarto en egresar de la residencia quirúrgica en 1951.

A esa meritoria institución habría de dedicarle luego más de 44 años de mi vida profesional. Allí tuve la oportunidad de recibir enseñanzas y ejemplos inolvidables de entre otros, de los Dres. Hermógenes y Alberto Rivero, Bernardo Guzmán Blanco, Víctor Brito Alfonso, y ese paradigma de virtudes médicas y humanas que fue el Académico Dr. César Rodríguez.

Luego, la estadía en los Estados Unidos en el Anderson Cancer Center de Houston, donde aprendí una forma multidisciplinaria y cooperativa del tratamiento del cáncer, complemento de la cirugía radical que había aprendido en Venezuela.

Al regresar en 1956, los años de estrecheces económicas del recién llegado y con obligaciones familiares. En el Oncológico Luis Razetti recibía un "sueldo" de 104 bolívares mensuales. Esto me obligó a buscar otras alternativas en el ejercicio de la cirugía, la docencia universitaria y el Seguro Social. Un ejemplo de que el criticado "policamburismo médico" es producto muchas veces, del pago irrisorio en nuestros hospitales. Estas fueron, sin embargo, iluminadoras experiencias que me permitieron vivir más de cerca las penurias de nuestros hospitales y las limitaciones de la docencia médica en relación con el cáncer. Además, tuve la oportunidad de conocer valiosos colegas de cuya amistad me enorgullezco.

Y en ese diario trajinar hospitalario en ocasiones frustrante, se fueron pasando insensiblemente los años, como dijera el poeta "se nos fue la vida". Alguien llegó a llamarme "jornalero de la cirugía". Con el correr del tiempo me desprendería primero de mi posición de Profesor Asociado en la Cátedra de Clínica Quirúrgica "B" del Hospital Universitario. De la Jefatura del Servicio de Cirugía # 1 del Hospital General del Seguro Social y de último en 1994, con nostalgias, de mi querido Servicio de Patología Mamaria del Instituto Oncológico "Luis Razetti" cuya Jefatura había desempeñado por 25 años, al suceder a mi maestro y amigo Dr. Víctor Brito Alfonzo.

Señores, debo pedir a Uds. disculpas por este egoísta, pero muy sincero recuento autobiográfico, que no he podido evitar, en este momento el más mío, que puede no volver a repetirse. Ha sido quizás la búsqueda inconsciente de las razones de encontrarme hoy en esta tribuna. O la reflexión analítica de mi amor por esta profesión que me ha llevado a ejercerla, de la mejor forma posible, durante 53 años y que escogiera desde muy niño.

Esos mismos sentimientos me impulsaron a dedicar mis mejores esfuerzos al Instituto de Oncología "Luis Razetti" y a permanecer en él durante tantos años.

Esa institución es el último reducto donde acuden los pacientes más pobres de todo el país en busca de esperanzas y de alivio. Me impactaron su humildad y entrega ante una enfermedad a veces de resultados catastróficos.

Muchos de ellos llegan tarde por ignorancia, pobreza, o la falta de un Sistema de Salud y Seguridad Social que poco se ha ocupado de los programas de pesquisa y diagnóstico precoz del cáncer, contribuyendo a acentuar las diferencias de oportunidades entre ricos y pobres.

Por experiencia propia puedo afirmar que no existe otro hospital del país que haya dado tanto, con tanta mística, como el Oncológico y que haya sido peor tratado por el organismo oficial llamado a sostenerlo.

Durante casi 70 años, confrontando grandes dificultades ha sido el Centro Piloto Nacional para el diagnóstico, tratamiento, docencia e investigación clínica del cáncer, dando asistencia generosa a las clases desposeídas de todo el país. En él se han formado más de 160 especialistas en Cirugía Oncológica, Radioterapia y Oncología Médica que se encuentran diseminados por toda Venezuela rindiendo útiles labores.

Después de la tragedia de diciembre de 1999, que destruyó sus principales instalaciones se puso de manifiesto la necesidad imprescindible de ese hospital. Se hacen esfuerzos por recuperarlo, pero la lentitud es exasperante y el cáncer, señores no sabe de esperas.

La ausencia de una política oficial ante la problemática del cáncer es una de las mayores fallas de nuestro deficiente sistema de salud. Esto no es nuevo, podemos decir que viene de décadas atrás. Lo poco que se ha hecho, no se ha continuado o se ha hecho mal. El cáncer siempre ha sido relegado en las "prioridades oficiales" atribuible a sus altos costos.

Estas, han cambiado por circunstancias políticas, olvidando lo tantas veces dicho: que la salud y educación deben ser manejadas por técnicos en la materia, que no pueden ser resueltos por operativos espasmódicos y populistas, sino con programas bien estructurados y planificados, de aplicación continua y cuyos resultados positivos no son inmediatos.

Es oportuno destacar que el cáncer es la segunda causa de mortalidad en el adulto en Venezuela y que cada día va en aumento. Por otra parte muchas de estas lesiones son curables cuando se diagnostican precozmente y con el correr del tiempo se han logrado grandes avances en su tratamiento. Estamos muy lejos de la época de generalizada creencia de incurabilidad del cáncer, como me dijera en una oportunidad un sanitarista: "gastar el dinero en cáncer es como botarlo en una letrina". No señores… lo correcto, lo ético y lo rentable es incrementar las campañas de educación, las clínicas de pesquisa y diagnóstico precoz, por que los tratamientos en lesiones avanzadas además de resultar ineficaces son altamente costosos.

Hay que mejorar la dotación y mantenimiento en nuestros hospitales públicos que se encuentran es estado lamentable. Hay que resolver los problemas en nuestro país, en nuestra propia tierra, con nuestros propios médicos que tienen un promedio de alta calidad en número y formación académica. No es exportando nuestros enfermos ni trayendo médicos de dudosa formación como vamos a resolver nuestros problemas de salud. Lo contrario, constituye una afrenta al gremio médico, a nuestras Universidades y una violación flagrante de la Ley.

El problema sanitario-social del cáncer constituye sin lugar a dudas un inmenso reto.

Estamos seguros que en nuestro país, a pesar de existir un mandato constitucional, este no podrá ser resuelto solamente por el Estado. Corresponderá a la Academia Nacional de Medicina, organismo asesor del gobierno de salud, señalar las maneras de enfrentarlo.

Esta ha sido la motivación fundamental de estas palabras y de mi trabajo de incorporación, dedicado a señalar los avances obtenidos en el tratamiento del cáncer de la mama, ya presentes en Venezuela, accesibles sólo a las clases económicas privilegiadas. Y como en nuestros hospitales hay grandes carencias en recursos, tecnología y planificación y la mayoría de los casos que allí ocurren están al borde de la incurabilidad.

Algo similar ocurre con el cáncer del cuello uterino a pesar de existir un valioso recurso en la pesquisa como la citología vaginal. Ambas localizaciones tumorales fueron responsables en 1999 de 2 531 muertes en mujeres venezolanas. Muchas han podido evitarse. Esto es trágico en un país como el nuestro que es un inmenso matriarcado, donde la mujer en muchas ocasiones es el eje fundamental, el sostén y educación de la familia y al desaparecer dejan en la orfandad un número importante de menores que van a incrementar los graves problemas sociales que padecemos.

Además de un Sistema de Salud bien planificado y de una Seguridad Social efectiva, que no vislumbramos en este presente incierto del país, se hace necesaria la cooperación efectiva de toda la sociedad frente los problemas de estas llamadas enfermedades catastróficas.

Alejandro Calvo Lairet y Rubén Merenfeld, dos valiosos colegas desaparecidos, con grandes y constantes esfuerzos, a través de la Sociedad Anticancerosa de Venezuela, nos enseñaron que la población responde al llamado de solidaridad y ayuda en relación con el cáncer. Gran labor está rindiendo la Fundación de Ayuda para los Niños con Cáncer, Fundaseno y otras similares.

Hay que respaldar y multiplicar estas iniciativas, cada día más indispensables. Ellas han demostrado su papel en países más ricos y desarrollados que el nuestro. Es oportuno repetir el comentario reciente del Presidente de la American Cancer Society: "La prevención y el control del cáncer no pueden ser considerados meramente como un problema económico, racial, o médico. Es de elemental justicia social".

Los recientes descubrimientos del genoma humano son muy prometedores en la posible prevención y mejores armas de tratamiento de muchas localizaciones cancerosas. Lo mismo ocurre con los avances logrados en la química y biología celulares. Creemos sin embargo que dichos progresos están aún lejos de una aplicación práctica efectiva y por sus costos, de utilización universal. Muchos de ellos servirán para señalar los grupos humanos de mayor riesgo y concentrar en ellos los recursos y para reforzar las medidas terapéuticas. Los progresos de la tecnología posiblemente hagan desaparecer la cirugía en este campo por ilógica y mutiladora…!

Ojalá tengamos tiempo y vida para presenciarlo!

"El futuro incierto de la cirugía general. Una especialidad en proceso de extinción"

"La cirugía es —y lo ha sido durante todo este siglo XX— una rama de la medicina en incestante y acelerada evolución. Cultivar el campo de la cirugía general durante más de cuarenta años, casi todos ellos dedicados a la docencia, y haber sido un fiel y riguroso observador de su sorprendente progreso tecnológico y, al mismo tiempo, de su ininterrumpida parcelación, me impulsan todos los días, a plantearme la interrogante de cuál será el futuro de la cirugía general.

Veo, actualmente con inquietud el porvenir de esos cirujanos generales que formamos después de cuatro años de adiestramiento y me cuestiono acerca de su campo de acción, de qué tan limitada va a ser su práctica en el terrano sembrado. Simultáneamente, y derivado de lo mismo, observo, no sin cierta decepción, lo confieso, que haya, mucho más que ayer, un grueso porcentaje de los que finalizan la residencia, se encamina hacia otras especialidades dentro de la disciplina de la cirugía. Está a la vista de cualquiera, que cada vez hay menos médicos que ejerzan la cirugía general y más especialistas en sus diferentes normas.

El American College of Surgeons, que constituye la ocupación quirúrgica más representativa de la cirugía en nuestros días (al menos en el mundo occidental) con 46 468 miembros activos, fue fundada a principios de siglo por tres brillantes cirujanos generales Franklin Martin, de Massachusetts, John Murphy de Chicago y JM Finney de Johns Hopkins, y contaba en sus comienzos con menos de 10% especialistas. En la actualidad sólo 40% de sus miembros se dedican a la cirugía general; la mayoría a ramas derivadas de la misma". (Guarner V. Gac Méd México 2001;137:163-167).