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Gaceta Médica de Caracas

versión impresa ISSN 0367-4762

Gac Méd Caracas v.114 n.1 Caracas mar. 2006

 

Barinas en el acontecer nacional*

Dr. José León Tapia

Miembro Correspondiente Nacional

*Trabajo presentado en la Academia de Medicina en la sesión del día 7 de julio de 2005.

Nacimos en 1577, en la Meseta de Altamira de Cáceres, desde donde se divisa el verde mar de la llanura. Y fuimos bajando a la más ancha de Moromoy hasta que en 1762 reposamos en la sabana limpia de la Barinas del presente. Debatiéndonos entre aconteceres de bonanza y pobreza en el avatar de las guerras.

Durante la colonia, el poder de los grandes señores mantuanos, dueños de hombres y ganados mostrencos.

Durante la independencia, la entrega de todo lo poseído por la libertad de esta patria.

Fuimos el centro logístico de los ejércitos que cruzaron Los Andes, para liberar gran parte de esta América mestiza.

Hasta que después de la contienda, el mar verde tierno que fascinó al fundador Andrés Varela, quedó desolado y sin una res que con sus bramidos alterara el silencio.

De cuando fuimos la segunda ciudad de Venezuela, pasamos a ser el aposento de la ruina. Pero dimos, para nuestro orgullo, el aporte de los ejércitos triunfadores contra Morillo y héroes como Juan Antonio Rodríguez Domínguez, quien en el Congreso de 1811, proclamó en Caracas, la independencia de Venezuela. Pedro Briceño Méndez, secretario de Bolívar y ministro de guerra de Colombia La Grande, Monseñor Ramón Ignacio Méndez, lancero del Yagual y primer obispo de la república, Manuel Palacio Fajardo, ministro del Libertador y divulgador por Europa, de los anhelos de la América separatista del imperio español, José de la Cruz Paredes, lancero de Junín y Ayacucho, compañero de Bolívar en su lecho de muerte y tantos otros más, que nos obnubilan el recuerdo.

Pues por generaciones, se hacen vivas mis remembranzas que han estado ligadas a esta ciudad de la cual mi familia fue fundadora.

Y cuando creíamos superada la ruina de 1814 con el incendio de Yánez y Tíscar llegó en 1859, la hecatombe de la Guerra Federal con el arrebato igualitario de Ezequiel Zamora, triunfador de Santa Inés.

El reclamo del pardaje enfurecido de los haberes militares ofrecidos en 1816 por el Libertador y no cumplidos a cabalidad por los congresos subsiguientes dejándonos la fatalidad, otra vez en escombros y con la frustración del caudillismo inclemente que se apoderó del poder a partir de 1863.

Caudillismo, anarquía, robos, asaltos, abigeato, crímenes, venganzas, arbitrariedades, hasta llegar la mano poderosa y afrancesada de Antonio Guzmán Blanco con su dictadura de 17 años, progresistas e inconmovibles.

Y con la caída del liberalismo amarillo al morir de un balazo, en La Carmelera, el último caudillo de gran cotonía, general Joaquín Crespo, nos atrapó la garra andina de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez hasta 1935.

Jefes civiles de los pueblos, ignorantes y despóticos, división de los estados arrebatándoles la capital, paludismo, fiebre amarilla, tuberculosis y tantas enfermedades más, sin médicos ni curación esperanzadora.

Con la suerte de que en 1914 y 1923, la lluvia negra del petróleo conmueve la nación y con el dinero extranjero todo comenzó a cambiar. Sobre todo, a partir de 1936 cuando con los inicios de las campañas antimaláricas y antituberculosas de esos héroes civiles que fueron Arnoldo Gabaldón y José Ignacio Baldó, en Barinas comenzaba a sentirse un aire benefactor.

Se abrieron las trochas carreteras del centro, comenzaron a construirse lentamente los puentes sobre los caudalosos ríos que nos separaban del mundo, llegó la luz eléctrica, el agua de acueducto y a partir de 1941, las exploraciones petroleras que dieron trabajo; pero hicieron abandonar los campos atrayendo a los campesinos con sus impensados salarios.

Había llegado la Venezuela petrolera con el cambio de costumbres, música, diversiones, hasta manera de hablar y vestir; pero también, gente de todas partes, negocios, botiquines, automóviles, prostíbulos, lo inusitado que la vieja gente no había vislumbrado nunca.

Y en la medicina, en 1939, tuvimos hospital y Oficina de Sanidad Nacional. El hospital "Luis Razetti" con médicos autodidactas de alta vocación y capacidad en una vorágine de carencias. Si lo sabré yo, que desde mi adolescencia los admiraba y deseaba ser médico, para paliar la terrible situación asistencial que conturbaba mi sensibilidad.

Ya a partir de 1952, al graduarme, comencé a deambular por las medicaturas rurales de mi tierra y a trabajar en ese hospital que desde entonces llenó mi existencia profesional.

Hasta que a partir de 1960, un grupo de jóvenes residentes nos dimos cuenta que era necesario llevar a Barinas las especialidades modernas.

Y para ello, tuvimos el apoyo decisivo de José Ignacio Baldó, director médico e iniciador de los posgrados del Ministerio de Sanidad.

Tuve el honor de ser el primer graduado en posgrado en cirugía de Barinas, en los hospitales de Caracas, para regresar en 1965 a practicar la cirugía moderna en mi ciudad natal, como se lo dije al Dr. Baldó de ancestro barinés y emparentado con los míos, desde cuando los Baldó barineses se marcharon al Táchira al escape del huracán federal.

Y me correspondió el honor de la selección de los otros colegas para el estudio en la Escuela de Salud Pública de todas las especialidades del momento.

Hasta un anatomopatólogo, Eberhard Sauerteig, trajimos de Alemania para saber de nuestros triunfos y fracasos en el ejercicio hospitalario.

Organización de los servicios en departamentos, visitas regladas de salas, reuniones interdepartamentales, comisión técnica, concursos de ascenso, reuniones anatomoclínicas quincenales, revista de la Sociedad Médica, publicaciones de nuestra patología en revistas nacionales, asistencia a los diferentes eventos científicos en el país y en el extranjero. Un verdadero equipo de jóvenes médicos con el ansia de trascendencia y proyección en una región donde todos nos sentíamos pioneros.

Hasta que logramos la construcción e inauguración del nuevo hospital "Dr. Luis Razetti" y de allí en adelante, para nuestro desencanto, comenzó el desconcierto.

La ingerencia de política en la organización del hospital, nombramientos de personal sin credenciales e innecesario desplazamiento del equipo paramédico entrenado por nosotros y hasta cambiaron a capricho nuestras cajas operatorias. Todas unas nuevas disposiciones improvisadas que fueron desmoralizando el equipo disgregado en la incomunicación de un hospital vertical, con múltiples fallas de funcionamiento desde el momento inicial.

Lentamente se fue perdiendo la disciplina y la coherencia, los especialistas comenzaron a marcharse a la clientela privada para mi pena, al ver derrumbarse todo lo que nos había costado tanto construir.

Al poco tiempo, nos jubilaron a varios jefes de departamento y de servicio y nueva gente ocupó nuestros cargos, pero aunque estos colegas han tratado de recuperar lo perdido, hasta el presente no han podido recuperar ad integrum el viejo prestigio de los servicios y la eficacia de la docencia que una vez trajimos de la Universidad de los Andes.

Fue entonces cuando me refugié en mi mundo interior, en la historia, mitos, leyendas y vivencias de mi pueblo recogidas desde la infancia, en las conversaciones con ancianos y familiares que aún quedan vivos con el recuerdo de los acontecimientos mencionados al comienzo de esta disertación, lo cual me ha permitido escribir dieciséis libros, narrando hechos y sucesos que si no lo hubiera hecho así, se los hubiese llevado el olvido.

Fue con el tiempo cuando me llegaron los reconocimientos y condecoraciones que ustedes podrán ver en mi currículum y entre los reconocimientos que más me honran, es el de mi ingreso como Miembro Correspondiente de esta Academia durante la gestión, como Presidente de ella, del Dr. Julio De Armas Mirabal, ese gran médico venezolano a quien quiero rendir homenaje al mencionarlo. Teniendo la oportunidad el día de mi incorporación de presentar y repartir en este recinto, mi libro "Visión de la Medicina", donde relato todo este acontecer.

Mientras tanto, permanezco en Barinas, soñando con una mejor medicina y escribiendo siempre sobre los vencidos, desposeídos, humillados y ofendidos, protagonistas de mis escrituras.

Este es el relato que he querido traerles de la Barinas hoy próspera, pero bajo el influjo de la cultura petrolera y el materialismo, de la politiquería demagógica, la corrupción y la componenda, del Dios dinero omnipotente y de las miradas peyorativas hacia las cosas del espíritu.

Donde los jóvenes médicos, pese a su alta preparación tecnológica, cada vez más se alejan de la cultura y la ética, algo indispensable para ser médicos verdaderos.

Quienes creen que sólo con tecnología sin buena clínica, puede haber medicina eficaz, sin relación médico paciente, sin tomar en cuenta su estado psicosomático en un país de angustias, que nos hace sufrir a quienes hemos tratado de formarnos integralmente como profesionales y ciudadanos.

Creo que ese es el camino tortuoso que conduce a las nuevas generaciones y de allí, la importancia ductora de esta Academia, refugio de la medicina de todos los tiempos, bajo la imagen de nuestros grandes maestros que han ocupado estos sillones.

Vivimos en una sociedad venezolana de contrastes, odios y resquemores, bajo amenazas que carcomen el entendimiento, rompiendo el sosiego indispensable para toda obra creativa porque entre las barreras del odio y el desconcierto, no puede haber creación alguna.

Al darle las gracias por haberme dado la oportunidad de pronunciar estas palabras plenas de sinceridad, sólo me resta retornar a mi tierra donde todavía tengo alumnos formados con mi pensamiento y una colectividad que, día a día, me manifiesta su aprecio.

Como para demostrarme que quien siembra en la juventud, recoge cosecha en la vejez, para mantener la entereza del alma.