Interciencia
versión impresa ISSN 0378-1844
INCI v.28 n.8 Caracas ago. 2003
EL DISEÑO EN LA INTEGRACIÓN DE LOS SISTEMAS NATURALES Y ARTIFICIALES
Ernesto C. Curiel Carías
Ernesto C. Curiel Carías. Arquitecto, Universidad Central de Venezuela (UCV). Candidato al Doctorado, Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU-UCV). Investigador Docente, Instituto de Desarrollo Experimental de la Construcción (IDEC), Sector de Acondicionamiento Ambiental, FAU-UCV. Dirección: IDEC, Apartado 89748, Caracas 1083A, Venezuela. e-mail: ecuriel@reacciun.ve
Resumen
Las explicaciones acerca del origen de las alteraciones extremas que está introduciendo la actividad humana en la biosfera, aluden en forma recurrente a causas inmateriales vinculadas a la percepción, valoración y concepción de nuestras relaciones con el mundo natural. El vínculo entre estas causas inmateriales y el entorno material que ellas generan, lo ocupa en buena medida la actividad del diseño. El número, heterogeneidad y dispersión de factores que inciden en esta actividad, dificulta con frecuencia el disponer de una visión integrada de su rol en la crisis. En el presente ensayo se revisan algunas discusiones recientes relativas a las disociaciones entre la lógica que pauta la estructura y dinámica de los sistemas naturales, y aquella otra que ha prevalecido en la de los sistemas artificiales; lógicas que de manera contradictoria informan y condicionan el oficio del diseño. Igualmente se adelanta una revisión sobre ciertas reflexiones contemporáneas que procuran conciliar esos supuestos del diseño, con miras a garantizar la viabilidad en el tiempo de una ecología global.
Summary
The explanations about the origin of the extreme alterations introduced in the biosphere by human activities deal, recurrently, with immaterial causes linked to the perception, evaluation and conception of our relations with the natural world. The relationship between these immaterial causes and the material surroundings is dealt with, to a large extent, by the activity of design. The number, heterogeneity and dispersion of factors that affect this activity blur an integrated view about the role of design in the crisis. In this essay, some recent discussions are reviewed concerning the dissociations between the logic that rules the structure and dynamics of the natural systems, and that other logic that has prevailed in the artificial systems. Both logics feed and determine the craft of design in contradictory ways. Additionally, some contemporary considerations are reviewed trying to reconcile those assumptions of design, with the purpose to assure the viability, in time, of a global ecology.
Resumo
As explicações sobre a origem das alterações extremas que está introduzindo a atividade humana na biosfera aludem em forma recorrente a causas não materiais vinculadas a percepção, valoração e concepção de nossas relações com o mundo natural. O vínculo entre estas causas não materiais e o entorno material que elas geram, o ocupa em boa medida a atividade do desenho. O número, heterogeneidade e dispersão de fatores que incidem nesta atividade, dificultam com freqüência o dispor de uma visão integrada de seu rol na crise. No presente ensaio se revisam algumas discussões recentes relativas às dissociações entre a lógica que pauta a estrutura e dinâmica dos sistemas naturais, e aquela outra que tem prevalecido na dos sistemas artificiais; lógicas que de maneira contraditória informam e condicionam o oficio do desenho. Igualmente se adianta uma revisão sobre certas reflexões contemporâneas que procuram conciliar esses supostos do desenho, com olhos a garantir a viabilidade no tempo de uma ecologia global.
PALABRAS CLAVE / Biosfera / Cognición / Diseño / Sistemas Artificiales / Sostenibilidad /
Recibido: 17/03/2003. Aceptado: 22/07/2003
La magnitud y complejidad de la espiral entrópica provocada por la actividad humana en la biosfera constituye una preocupación recurrente compartida sólo con aquellas otras generadas por las guerras o la pobreza. Denuncias que aluden a la extinción de las especies a "una tasa entre 1000 a 10000 veces más alta que en el pasado" (Myers, 1998), son estimaciones que se diluyen entre tantas otras relativas a la criminalidad, el hambre o la proliferación de armas de destrucción masiva. Muchas de estas calamidades tienen su escenario de encuentro en las grandes ciudades, cuya vinculación con los problemas ambientales se torna particularmente explícito al tener presente, por ejemplo, que en países industrializados el ambiente edificado consume aproximadamente el 40% de la extracción de recursos materiales y entre 35 y 40% de la energía generada (Kibert, 1999). Efectos igualmente nocivos son las alteraciones locales que ellas introducen en el relieve, los suelos, la vegetación, el microclima, los sistemas de drenajes naturales, el hábitat de vida silvestre, así como aquellos otros provenientes de la generación de desechos sólidos, aguas servidas, sustancias tóxicas y contaminación atmosférica.
Las ciudades generan y concentran buena parte de los problemas ambientales, circunstancia que permite adoptarlas, de manera introductoria, como ejemplo para la reflexión sobre el tema. Las ciudades en buena medida son producto de dos características muy particulares del comportamiento de la población durante el siglo XX su crecimiento extremadamente rápido y su excesiva concentración (Curiel, 2001). Para el estudio de los centros urbanos se han propuesto diversas aproximaciones, siendo una de ellas el enfoque metabólico, un enfoque que conceptúa la ciudad como un gran organismo, como un sistema abierto con entradas y salidas de materia y energía. Este enfoque ha puesto en evidencia como en el crecimiento y aumento de la complejidad de las ciudades, no se tiene en cuenta ni el incremento de la entropía interna, producto de los grandes ingresos de energía, ni la capacidad de carga de los ecosistemas que les sirven de soporte, ni los costos de reposición de recursos naturales (Naredo y Rueda, 1998). Esto último desestimula los programas de recuperación y reciclaje, fomentando la producción de enormes cantidades de desechos que superan ampliamente la capacidad de los sistemas naturales para metabolizarlos. En síntesis, se importa orden de los ecosistemas y se exporta desorden a lo que va quedando de ellos, con lo que se incrementa la entropía general del planeta.
Considerando la estructura, dinámica e historia de la biosfera en su conjunto, las ciudades pudieran ser descritas como a) nuevas formaciones de rápido y excesivo crecimiento; b) hábitat de una población que se ha sustraído a los mecanismos de control que ejerce la biosfera sobre el crecimiento poblacional de otras especies; c) sistemas de rápida expansión que destruyen no sólo los biomas vecinos sino a otros remotos, gracias a las grandes posibilidades de intercambio que ofrecen los modernos medios de transporte; d) estructuras con una morfología y dinámica independiente de aquellas propias de su entorno natural, compitiendo con él por los suelos, el agua y demás recursos naturales; y e) sistemas que implican la destrucción de hábitat naturales, lo que representa una importante perdida de biodiversidad.
De insertar la descripción anterior dentro de la hipótesis GAIA, la cual asume a la biosfera como un organismo único y autorregulado (Lovelock, 1995), se estaría también remitiendo al símil de las ciudades como potenciales formas patológicas a las que aludían autores en los años sesenta (McHale, 1971; Goldsmith, 1972), es decir, las ciudades como expresión de una suerte de patología tumoral o neoplasia de ese gran organismo.
Abundando en la caracterización de esta patología que ofrecen autores como Kumar et al. (1999) puede resumirse que neoplasias (etimológicamente neoformaciones o crecimiento nuevo) son proliferaciones anormales de tejidos que muestran un crecimiento excesivo e incoordinado respecto al tejido normal, al cual invade y compite por sus necesidades metabólicas, pudiendo desarrollar implantes secundarios en tejidos distantes o metástasis. Se caracteriza también por la desdiferenciación o pérdida de la diferenciación estructural y funcional de las células normales o anaplásia, constituyendo formaciones reguladas por leyes propias más o menos independientes del organismo. Lo sugerente de esta analogía consiste, por una parte, en que el origen o etiología de las neoplasias es una alteración de la información genética relacionada con la capacidad de control sobre los mecanismos normales de crecimiento. Por otra parte, en que se prevé que la terapia tradicional (cirugía, quimioterapia, radioterapia) pudiera ser complementada o sustituida en un futuro por la terapia génica. Es decir, tanto su etiología como su futuro tratamiento estarían en el terreno de las desviaciones y correcciones de información.
Lo anterior evoca la conveniencia de propiciar una revisión en torno a los conceptos y reflexiones que actualmente se adelantan sobre el origen del comportamiento errático en el mundo físico de nuestros sistemas artificiales, en el que las ciudades y la infinidad de objetos que la integran son apenas un ejemplo, así como revisar las reorientaciones que se están tratando de introducir en el diseño de los mismos.
La magnitud y complejidad de la espiral entrópica a la que se hacía referencia, se pone de manifiesto precisamente al revisar los conflictos que surgen al tratar incluso de establecer algunos criterios para superarla. Propuestas tan ampliamente aceptadas en sus inicios como el desarrollo sostenible, sugerido por las Naciones Unidas en el Informe Brundtland de 1987, es decir un "desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de futuras generaciones para satisfacer las suyas" (WCED, 1987), ha sido objeto de los más diversos cuestionamientos. Interrogantes relacionadas, por ejemplo, con nuestra extrema incertidumbre acerca del comportamiento a futuro de los sistemas complejos, como lo son los sistemas vivos, ha dado origen a numerosas dudas: ¿Podemos garantizar que las acciones de esta generación sobre los ecosistemas les permita a ellos sobrevivir para satisfacer las necesidades de generaciones futuras?. O bien, ¿qué constituye una necesidad? (Van der Ryn y Cowan, 1996), ¿cómo garantizar el crecimiento económico asociado al desarrollo y a los flujos monetarios que, en última instancia, son expresión de los flujos de recursos naturales, sin comprometer la sostenibilidad a futuro de tales recursos? En otros términos, ¿cómo obtener el incremento del componente material que exige la satisfacción de las crecientes necesidades humanas, producto de la expansión de su población y de la lucha contra la pobreza, sin mermar aún más la estabilidad de una biosfera que también le pertenece a las próximas generaciones? Las mismas nociones que expresan los términos desarrollo y sostenible son percibidas como contradictorias, lo que lleva a atribuir el éxito de tal propuesta "no tanto a su novedad como a su ambigüedad" (De Lisio, 1992).
Con relación a estas dificultades conceptuales, en términos generales existe consenso en que la distorsión de las relaciones con el mundo natural, es decir, las fallas estructurales del andamiaje físico de sistemas artificiales que median entre el hombre y la naturaleza en la actualidad, hunde sus raíces en las ideas del siglo XVII. El hecho que se diseñen y construyan una infinidad de sistemas sin prestar atención a cómo operan en su conjunto y, menos aún, con relación a los sistemas naturales, ha sido ampliamente reseñado como tan sólo un reflejo de la historia de las crecientes especializaciones de la ciencia, campo que ha venido dividiéndose en una infinidad de disciplinas y dando lugar a nuevas sub-disciplinas sin mayores nexos entre si. Ello a su vez fue y es reflejo de un viejo principio básico de la ciencia clásica, como lo es el proceder analítico, un proceder que se apoya en la idea de dividir para mejor comprender, en la búsqueda de unidades atómicas, en el establecimiento de encadenamientos causales aislados, etc.; simplificaciones para interpretar una realidad extremadamente compleja que desembocó en la celebre metáfora de la máquina. Para Ludwig von Bertalanffy, uno de sus primeros críticos, la física ordinaria se ocupaba preferentemente de sistemas cerrados, de sistemas que se consideraban aislados del medio circundante como era el caso de la termodinámica. Resultaba obvio que estas formulaciones habituales de la física no podían ser en principio aplicables, por ejemplo, a las ciencias biológicas y sociales, o al organismo vivo en cuanto sistema abierto; sistemas que se mantienen en permanente incorporación y eliminación de energía, materia e información (Bertalanffy, 1981).
El sesgo que adopta así el pensamiento de la sociedad occidental desde hace al menos cuatro siglos, por no remontar a los valores judeocristianos donde el pecado se limita sólo a lo que atenta contra dios o los hombres (León, 1984), con los aportes iniciales de Bacon, Descartes y Newton, y su posterior repercusión en las tesis sobre estado y sociedad de Locke (el dominio de la ilimitada abundancia material de la naturaleza para la satisfacción y realización personal de todos) y las económicas de Smith (el laissez-faire y la mano invisible del mercado actuando al margen de cualquier consideración ética), estableció un tipo de relación con la naturaleza que se expande gracias a las palancas de la explosión demográfica y los combustibles fósiles, con lo cual ahora "no solamente resulta anticuada sino peligrosa" (Lyle, 1994), pudiendo de nuevo hacerse aquí un símil con las neoplasias tumorales que en un 90% tienen su origen en el tejido epitelial debido a su elevada proliferación celular (Goldman, 2002). Las profundas disociaciones que se introdujeron por esta vía entre la lógica que rige el funcionamiento de los sistemas naturales y el de los sistemas artificiales, ha sido analizada por muy diversos autores y representan factores que "...subyacen inseparablemente atados a la concepción que tenemos de la relación sociedad y naturaleza" (Gabaldón, 1996). Es una disociación que podría esquematizarse diciendo que los sistemas naturales evolucionan hacia una creciente diversidad y complejidad mediante el reciclaje sin fin de los elementos, la interdependencia y los suaves flujos de materia y energía que circulan entre los diferentes componentes bióticos y abióticos de la biosfera, mientras que los artificiales procuran por el contrario la uniformidad, más fácil de manipular, y el trazado de flujos desarticulados y unidireccionales, con lo cual se degradan tanto las fuentes como los sumideros de recursos.
La médula del conflicto radica en que ambos sistemas, forzados a coexistir en un sólo planeta, responden a esquemas de funcionamiento diametralmente opuestos, lo que compromete seriamente la viabilidad a futuro del sistema total. ¿A cual de esos dos sistemas le corresponde la iniciativa de gestionar formulas de integración?. ¿Está la biosfera en condiciones de tomar esa iniciativa y ajustar sus mecanismos, ensayados durante 3500 millones de años, a esta otra maquinaria introducida apenas en los últimos doscientos años?
Si en efecto vivimos sumergidos en un mundo diseñado, se debe aceptar lo afirmado por Van der Ryn, para quien la crisis ambiental es una crisis del diseño. Este autor señala que el diseño normalmente expresa una cultura, y una cultura descansa firmemente sobre los fundamentos de lo que se considera verdadero en el mundo. Aquí la creencia que constituye la epistemología del diseño aún está atrapada en la desgastada metáfora de la máquina, guía de quienes modelan el ambiente edificado y en el cual se refleja esta epistemología heredada de siglos anteriores, incompatible con la naturaleza. Tendencias actuales como el diseño ecológico, el diseño regenerativo y el diseño profundo son sólo nuevos intentos por responder a una aspiración que en realidad ha estado presente en el diseño, con sus altibajos, desde hace más de tres décadas: Cómo abordar las vinculaciones del diseño con el ambiente a nivel sistémico, cómo lograr una visión de conjunto de los objetivos, funciones e interacciones de los sistemas a diseñar con relación a aquellos preexistentes, artificiales y naturales. En forma más o menos explícita, la aspiración subyacente desde entonces ha sido la de lograr una relación simbiótica entre naturaleza y cultura, una fusión catalítica entre ecología y tecnología que responda a la angustiosa percepción de que vivimos, como sugiere el citado autor, en medio de dos mundos interpenetrados pero escasamente integrados; situación frente a la cual es posible vaticinar que dependiendo de la forma en que esos mundos logren entretejerse "determinara si el resultado es un tejido coherente o un enredo disfuncional" (Van der Ryn y Cowan, 1996).
La interacción entre sistemas diferentes eventualmente provoca la emergencia de un nuevo sistema con particularidades irreductibles a los componentes que le dan origen, es decir, emerge un nuevo sistema con atributos que no están presentes en los componentes originales. Algo similar y todavía desdibujado pudiera estar ocurriendo en el planeta al interactuar en forma masiva los productos antrópicos, resultantes de las acciones humanas, por una parte, y los factores de la biosfera por otra. Resulta difícil anticipar la naturaleza última o tener una visión coherente e integrada de la resultante de ese proceso porque, precisamente, es algo que aún esta en gestación, circunstancia que sin embargo tiene sus consecuencias sobre los valores que se manejan en cuestiones tan definidas como lo pueden ser aquellos referidos a la práctica profesional. La ausencia de una visión coherente y compartida de este proceso dificulta el poder derivar valores o principios igualmente compartidos, aquello que constituye el sustrato de la ética profesional. En ausencia de ello es necesario hacerse, al menos en términos personales, de una visión y de unos valores frente al nuevo orden en gestación, algo que sirva de marco y le dé contenido al producto de la actividad profesional del diseño (Curiel, 2001).
Estas aproximaciones repercuten e introducen cambios y/o amplian conceptos básicos como el de la ecología. Así, para Marras (1999) nuestra cultura tecnológica comienza a ser percibida precisamente como una ecología, una de las muchas ecologías posibles, con lo que el concepto tiende a abarcar todas aquellas que sean simultáneamente naturales y artificiales. Desde esta perspectiva, nociones usuales de nuestra relación con el medio, como el limitarse a reducir el impacto ambiental, comienzan a ser obsoletas. Lo son porque resulta cada vez más evidente lo dicho por Albert Gore en 1992 (citado en Lyle, 1994): ..."el problema no es nuestro efecto sobre el ambiente sino nuestras relaciones con el ambiente." Extrapolando, pudiera decirse que nuestra especie y su civilización no tienen una biosfera si no que son la biosfera. Metafóricamente, no somos el jinete que posee una cabalgadura, somos el centauro. Ello constituye cambios de fondo que se están introduciendo paulatinamente en la percepción, en la visión del mundo, en la cosmovisión (weltanschauung) de nuestra cultura y que seguramente presionaran en forma progresiva sobre los valores que rigen las relaciones entre hombre y mundo, en los fundamentos éticos de un nuevo diseño.
Los dos vectores que presionan entonces sobre el cambio proceden, por una parte, de una mejor comprensión de nuestro planeta, restándole terreno a la idea de que "la única cosa salvaje en la naturaleza es nuestra comprensión de ella" (Wann, 1996), y por otra, de la convicción del eventual colapso de la biosfera de continuar el actual curso de acción.
Como es de esperarse, la percepción, inmaterial, que conforma la resultante de ambos vectores tiene repercusión en los aspectos materiales. Trabajos suficientemente documentados como los citados por Wann (1996) muestran de qué manera las industrias extractivas e intensivas en el uso de combustibles están declinando, mientras que aquellas otras basadas en el reciclaje y energías renovables están creciendo, lo que evidencia un vuelco en su metabolismo. El autor ofrece también estimaciones acerca de cómo los habitantes de países industrializados están en condiciones de disminuir sensiblemente el consumo. En el caso específico de Norteamérica, el consumo energético pudiera reducirse de 25 a 50%, reciclar el 70% de los materiales y reducir el consumo de agua entre 25 y 75% (Wann, 1996). La tendencia general se inclina así hacia la des-materialización, la des-energización, la des-carbonización y la des-intoxicación (Todd y Todd, 1993).
Simultáneamente, mientras los cambios se orientan a minimizar dos de los tres flujos esenciales de cualquier sistema complejo (materia y energía), el tercero, la información (la dimensión inmaterial) se expande en forma ilimitada. Son la "era del conocimiento", la "sociedad del conocimiento", las "técnicas intensivas en conocimiento", las que está teniendo sus efectos incluso sobre "una nueva economía, estructurada principalmente sobre el capital intelectual y no, como hasta ahora, sobre los activos tangibles" (Ávalos, 2002). Estamos en una era caracterizada por el poder de la información, hecho que ofrece la posibilidad de poner en marcha un vasto proceso de autoorganización, principio básico de la evolución, para adaptarse al cambio. Tal adaptación al cambio exige siempre al sistema disponer de un detallado modelo de su ambiente, tarea fundamental precisamente del conocimiento, entendido éste como reconstrucción, dentro del sistema, de las estructuras externas.
Los importantes aportes de la ciencia en este sentido han descrito de manera suficiente al tejido natural, a la matriz en la que forzosamente debieran insertarse lo objetos diseñados. No obstante, es precisamente en esta última acción donde existe un rezago significativo. En sentido figurado, los objetos no se insertan, simplemente se arrojan al tejido, comúnmente desconocido para el diseñador, con lo que progresivamente destruyen su propio soporte. La co-evolución de los sistemas naturales y artificiales en beneficio del hombre y los ecosistemas, como piezas que son de un solo cuerpo, es un concepto escasamente asimilado. La valiosa noción de pertenecer a un cuerpo único que en su evolución ha logrado tener conciencia de si mismo y expandirse en el espacio y en el tiempo hasta poder percibir los confines del universo, escuchar las resonancias de su propio nacimiento o comenzar a colonizar otros mundos, es una cuestión que todavía no forma parte del imaginario de nuestra cultura.
Estos cambios de visión serían los equivalentes a la nueva terapia génica en neoplasias comentada anteriormente y donde, coincidencialmente, radica también la diferencia esencial entre la evolución de los procesos biológicos y los culturales. A diferencia de los primeros (darwinianos), estos otros (lamarckianos) pueden en principio modificar a voluntad sus cursos de acción. De consolidarse tal visión, la consecuencia lógica sería la necesaria integración de los sistemas naturales y artificiales en la consecución de un importante objetivo común, el equilibrio dinámico u homeostasis del planeta en su conjunto.
El logro de tal objetivo pasa necesariamente por la comprensión y conciliación, en el diseño de los sistemas artificiales, de las leyes que rigen a los sistemas vivos. Una de las diferencias más importantes entre ambos sistemas es que los últimos, como lo sugiere Mikulecky (2000), son sus propios constructores. Es decir, "cuando las relaciones causales son examinadas, los organismos permanecen separados debido a que ellos son sistemas cerrados en cuanto a sus causas eficientes" (Mikulecky, 2000). Esta particularidad ha sido estudiada también por Maturana y Varela desde hace décadas, en el desarrollo de su tesis de la autopoiesis (hacerse a si mismo), una "red en el que la función de cada componente es participar en la producción o transformación de otros componentes de la red, de tal modo que esta se hace a sí misma continuamente. Es producida por sus componentes y, a su vez, los produce" (Capra, 1998). Si se adopta el concepto inclusivo de una sola ecología planetaria integrada por los sistemas naturales y artificiales, las consecuencias de la autopoiesis son obvias. Cada componente se hace responsable, directa o indirectamente, de la conservación, funcionamiento y renovación de los otros.
Semejantes relaciones entre ambas modalidades de componentes se materializan y se hacen tangibles en el hecho tecnológico. La síntesis entre naturaleza y tecnología deviene en una segunda naturaleza semi-artificial que actualmente procura un espacio y lenguaje propio. En este sentido, importantes aportes teóricos como la Teoría General de los Sistemas (TGS) ofrece un amplio inventario de atributos compartidos por ambas esferas, lo que facilita cierta coherencia para acercase al estudio del fenómeno. Esta teoría trata de reducir a un conjunto de principios comunes el comportamiento de sistemas tan disímiles como pueden ser un organismo, un artefacto ó un escenario natural. La posibilidad de conceptuar, por ejemplo, al paisaje como un sistema natural (el ecosistema), al cuerpo humano como un biosistema y a las tecnologías como sistemas artificiales de la interfase ecosistema/biosistema, contribuiría al logro de un tratamiento más coherente de las interacciones y de los flujos de materia, energía e información que se dan al interior de cada sistema y en sus interfases (Curiel, 1998). Cada vez resulta más frecuente el uso, en diversos ámbitos, de categorías de la TGS como interdependencia, cooperación, fluctuaciones, valor óptimo, umbrales, orden jerárquico, diversidad, complejidad, emergencia, autorregulación, equilibrio dinámico y evolución.
Al aproximarse así las diversas disciplinas, las ciencias naturales descubren para quienes proceden de otros campos un extenso repertorio de ejemplos acerca de las categorías mencionadas, lo que ha despertado un creciente interés en el mundo del diseño, algo que resulta particularmente cierto en lo que concierne al comportamiento de los flujos de materia y energía. El hecho ampliamente conocido de ser la biosfera un sistema único, cerrado respecto al flujo de materia y abierto a un flujo de energía limpia e inagotable, en el que los sistemas económico, industrial, urbano, agrícola, etc. debieran ser considerados como subsistemas de aquel, comienzan a restringir, acotar y modelar, al menos parcialmente, la estructura y funcionamiento de tales subsistemas. Recursos energéticos no renovables (y contaminantes) como los combustibles fósiles son, desde esta perspectiva, inviables a mediano plazo. Lo mismo puede decirse de la producción de sustancias tóxicas y del esquema lineal bajo el cual se utilizan los materiales, esquema en el que se extraen y desechan recursos agotando las fuentes y contaminando los sumideros.
Tales circunstancias obligan progresivamente a un cambio en el diseño de los nuevos objetos artificiales que comienzan a operar, en primera instancia, sobre la base de estrategias compartidas con las de la biosfera: a) Empleo de fuentes de energías renovables, especialmente la solar y sus derivadas. b) Adopción de un esquema cíclico para la reutilización de los recursos materiales (reciclaje, rehabilitación, reutilización). c) Fomento de la des-materialización de los patrones de consumo que permita minimizar el uso de recursos no-renovables y ajustarse a las limitaciones impuestas por el metabolismo de los ecosistemas, tanto en lo referente a las tasas de renovación de los recursos renovables, como a su capacidad para reasimilar determinada cantidad y tipo de desechos. d) Conocimiento exhaustivo de las particularidades de las estructuras y procesos naturales de cada contexto, a objeto de lograr un diseño de sistemas lo suficientemente específicos como para garantizar su acople a esas particularidades. Un buen ejemplo de tecnologías enraizadas en la naturaleza son los sistemas autoorganizados para el tratamiento de aguas residuales propuestos por Todd y Todd (1993) y conocidas bajo el nombre de máquinas vivientes.
Las estrategias mencionadas están esbozando el marco, el espacio solución compartido por numerosas disciplinas que integran el campo del diseño. No obstante, un cambio en las fuentes energéticas, en la gestión de los materiales, en los patrones de consumo y en la revalorización de los procesos vitales, significa el desmontaje y reorganización del inmenso aparato que constituye el actual entorno energético y material, anclado fuertemente en intereses y valores seculares. Emprender la reorientación de semejante tendencia está justificado por la preservación de un fenómeno único, al menos en lo que se conoce con certeza del universo, como lo es el fenómeno de la vida. Retomando el símil sugerido al inicio del ensayo, y aceptando las limitaciones de una epistemología esencialmente biológica, es pertinente insistir en la importancia del conocimiento (¿información?) en la actual coyuntura de la biosfera.
En este sentido cabe citar "...Es fundamental subrayar que toda estructura y toda función sólo se adaptan a una parte del medio ambiente, de ahí que la evolución y sus organismos no representen el mundo en sí mismo, sino que solamente en un sentido pragmático obtienen conocimiento sobre condiciones que son relevantes en una situación concreta. Un organismo aprende de su ambiente únicamente aquellas propiedades que son biológica y directamente relevantes." (Acurero, 1987).
En Curiel (2000) se discutió las dificultades para trasvasar la extensa información científica que actualmente se dispone hacia el diseño de los sistemas artificiales, lo que de lograrse en forma integrada contribuiría sustancialmente a revertir la dificultosa situación señalada. Allí se comenta la excesiva atención en torno al cómo fabricar un producto, en detrimento del qué cosa debe ser fabricada, materia de estudio de las mencionadas corrientes de diseño que hoy se conocen como diseño ecológico, diseño regenerativo o diseño profundo. Un diseño que pretende dar respuesta a preguntas tales como ¿qué es exactamente lo que estamos construyendo? o ¿cual es nuestro propósito?; un intento más por responder a la inquietud que alguna vez manifestara Albert Einstein relativa a "la perfección de los medios y la confusión de los fines", citado por (Wann, 1996).
No obstante, la extrema complejidad que se desprende de la interacción entre los factores naturales y antrópicos de la biosfera, y la consiguiente incertidumbre acerca de la naturaleza de su futuro, impide fijar de manera categórica objetivos que estén más allá de procurar el vital equilibrio dinámico de la misma. Una vez garantizado este objetivo, el resto de los propósitos del diseño necesariamente se harán y desharán sobre el constante curso del devenir.
Referencias
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