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Interciencia

versión impresa ISSN 0378-1844

INCI v.32 n.9 Caracas sep. 2007

 

LA CULTURA DE LA PUBLICACIÓN CIENTÍFICA (II)

En editorial anterior (Interciencia 32: 501) se planteó la existencia de una cultura de la publicación científica de carácter universal, en la cual las revistas producidas en América Latina se diferencian, desfavorablemente, de aquellas del primer mundo. En esa ocasión se comentó la influencia del idioma como limitante primario del alcance y difusión de la literatura científica.

Un segundo elemento contrastante entre la situación existente en las revistas del llamado primer mundo y las de los países de Latinoamérica es que mientras en estos últimos se utiliza el término de editor para designar a la casa editorial (quien publica), en los primeros se diferencia muy claramente al editor, quien maneja los aspectos netamente intelectuales de la producción, del impresor o publisher, quien se encarga de la producción física y, generalmente, de la comercialización de la revista. Aunque solo se trate de una palabra, la interpretación del concepto afecta poderosamente la percepción que se tiene del oficio.

En la cultura anglosajona de las publicaciones científicas el editor desempeña un papel central en la coordinación de la recepción, evaluación y edición de los trabajos sometidos a la revista. Es con él y su equipo de trabajo con quienes se comunican los autores, los miembros del comité editorial y los árbitros especialistas. Poco o nada tiene que hacer directamente con la producción física, el financiamiento y la distribución de la publicación, actividades que corresponden al publisher. Esta situación permite una clara separación de funciones entre ambas figuras.

El editor se apoya en el comité editorial de la respectiva revista, ante el cual rinde cuentas. El comité a su vez es responsable de las políticas editoriales, de la orientación que se quiera dar a los contenidos, de su alcance y su nivel. Junto al comité editorial juegan un papel estelar los árbitros, profesionales expertos en sus respectivos campos de especialización que determinan los méritos de cada uno de los trabajos sometidos, recomendando o no su aceptación y publicación, y desempeñando una función pedagógica de innegable valor. A fin de cuentas, de ellos depende en gran parte la calidad final del material publicado.

En nuestra región, en contraste, existe una mezcla de funciones concentradas todas en quien tiene la responsabilidad de dirigir la revista y, casi sin excepción, éste dispersa sus esfuerzos en un conjunto de actividades para las cuales no necesariamente está bien preparado, dado su carácter predominantemente voluntario.

Otro elemento contrastante y que sin duda representa también un factor importante en la producción de revistas de excelencia es la profesionalización de los cuerpos editoriales. Mientras que las revistas del primer mundo tienen editores formados para, y dedicados a, desempeñar esa labor, lo cual conlleva que ocupen cargos reconocidos por sus respectivas instituciones y remunerados adecuadamente, en nuestros países la labor editorial está típicamente asignada a voluntarios del mundo académico que dedican parte variable de su tiempo de investigación y docencia a ese fin. Esa característica de nuestras revistas se ata a la audiencia reducida y generalmente local que tienen, así como a la poca o nula importancia que hasta hace apenas unas décadas se atribuía en la región a las publicaciones científicas periódicas.

Una de las necesidades reconocidas por quienes transitan por las funciones editoriales científicas es la de capacitar personal para el desempeño de estas labores y establecer la posibilidad de desarrollo de una carrera profesional en esa especialidad.

Lamentablemente, es notoria la ausencia de cursos o programas de adiestramiento tendientes que eso se haga realidad. Por ello, cabe sugerir dos líneas de trabajo para los organismos responsables de los programas de publicaciones, cuyo considerable esfuerzo e inversión son evidentes en muchas ocasiones. Por una parte, sería de una gran utilidad que dichas instituciones se abocaran a la organización de eventos formativos para la labor editorial, apoyados en la medida de lo posible por la cooperación internacional. Por otra parte, las instancias de fomento científico deberían considerar el establecimiento de cargos institucionales adecuadamente remunerados para el desempeño de labores editoriales.

Miguel Laufer. Director Interciencia