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Letras
versión impresa ISSN 0459-1283
Letras vol.57 no.93 Caracas dic. 2015
Chúo Gil y las tejedoras en Chuo Gil y otras obras (1992) de Arturo Úslar Pietri. Caracas: Monte Ávila. 314 páginas.
Jackeline Méndez González
Docente del Departamento de Castellano del IPC-UPEL. Especialista en Teatro. yakegonzalez@hotmail.com
Un preludio
La palabra es por excelencia constructora de realidades. El mundo viene dado por la nominación, y del verbo se traman hasta siempre realidades perpetuadas y diluidas en la murmuración, que resuenan y crecen como un mantra dirigido hacia una obnubilación ulterior que necesariamente oímos, para entender que somos lo que otros nombran.
La realidad viene a ser ese ambiente objetivo entendido como distinto de la imaginación, o del pensamiento general, y como tal, aparece en oposición a lo que pertenece al mundo de la ficción de un sujeto determinado. De allí que se establezca una relación simbiótica entre esa realidad aparente y opuesta y la palabra subjetiva y física como una figura fondo que designa, nombra, crea.
La Obra: Chúo Gil y las tejedoras
La vida de un hombre recreada a partir de minúsculas conversaciones es el centro de esta obra teatral. Desde la habitación central de una casona de pueblo se hace presente Chúo Gil sin llegar a hacer acto de aparición. Es misia Lalla la primera en nombrarlo, de allí, la desgracia sentenciada en los argumentos de cada personaje. Entradas, salidas y celosías son los espacios dispuestos para tejer el tapiz que es una y muchas historias. Sin héroes ni villanos, la simplicidad dimensiona la veracidad de un mito.
Encontramos que la obra de Úslar Pietri, Chúo Gil y las tejedoras recrea el mundo interior de los personajes trashumantes que deambulan en una habitación viciada de tramas y sueños creados con la palabra. Pero más allá de esa existencia lexical, están presentes otras representaciones que distancian al receptor de la obra, de estos mundos, el de los personajes uslarianos.
Una habitación, Una Cuarta Pared
La vida latente del texto dramático se torna potencial en voces de actores quienes representan en conjunto hechos y situaciones verosímiles. Escrito para ser representado, se asume que tanto los actores como el público asistente a una representación, darán al texto dramático vida activa.
No obstante, debe existir un espacio separador de la escena y los receptores. Es André Antoine (1887) quien llega a nominar Cuarta pared a ese muro convencionalmente físico que distancia unas vidas de otras. La cuarta pared de Antoine busca subordinar la Ley del Conjunto, atribuyéndole a la escena un poco de "vulgaridad y sordidez", lo que justifica acciones cotidianas y privadas expuestas, ya que se cree que no son observadas sino que más bien los personajes mantienen cierto nivel de intimidad. Es un juego paralelo de los expectantes y los actantes en los que cada cual establece cierto acercamiento y cierta distancia.
Proveniente de un teatro naturalista la teoría de la Cuarta Pared maneja la idea de que el proscenio es la cuarta pared de una habitación en la que se encuentran personas (jes) que no son sino seres, iguales o diferentes a cualquier persona del público o no. Es un macroacto psíquico desde los roles de cada participante de la representación.
Debemos sin embargo, recordar que para que se dé tal distanciamiento debe estar presente en primer lugar, la conciencia de un ente o hecho existente que vendrá a ser el objeto del que se buscará establecer la distancia. Esta distancia se ejerce a partir de formas convencionales e imaginarias que permiten dirigir la atención desde la periferia del hecho teatral. La Cuarta Pared es entonces, ese elemento de separación entre el hecho teatral que está siendo representado en un escenario determinado y el público receptor que se compromete en asumir el rol de observador, de otras vidas, irreales pero existentes en la creación verbal.
Una visión foránea permite recibir con mayor objetividad el hecho teatral y no impide al receptor que permanece en el umbral de la historia que se representa, acceder a otros mundos fusionados en una urdimbre de imágenes, que son producto de la murmuración social, colectiva en la cual este sujeto receptor se verá involucrado.
Es aquí cuando el sujeto se asume transgresor, violentando esa cuarta pared, que ahora deja de estar delante y, por lo tanto, ya no es un límite de separación entre el público y algún personaje. La ruptura ocurre desde el mismo momento en que entra en comunión la realidad creada por un personaje (que sigue siendo realidad aparente), y una realidad creada por el sujeto
receptor, unificada por la palabra como un elemento de significaciones comunes, atribuyéndole sentido a la obra y a la vida cotidiana de este sujeto.
Chúo Gil y las tejedoras recoge en un juego de imágenes en claroscuro este elemento: la Cuarta Pared, que deja de ser convencional para convertirse, de manera involuntaria, en una circunferencia , que no es más que la representación de los mundos creados, que cede espacio a nuevos significados y significaciones, trayendo como última consecuencia, la deconstrucción.
En esta deconstrucción la ficción ya no es un hecho aleatorio, como tampoco lo será la nueva realidad del sujeto receptor que ahora vendrá a ser una línea cortante y paralela en la trama de los mundos de otros que nombran sordamente, murmuran, tejen.
Esta murmuración perenne no corresponde a un tiempo y espacio determinado, y en este sentido, en la obra de Úslar también estamos deconstruyendo ese muro ficción que derrumba ahora el lexicófago, para terminar con una afemia inútil.
¿Quiénes nombran?
Los personajes tramas:
Llamados tejedores, cada hablante de esta obra teatral va haciendo de sus palabras una sucesión de puntos que crecen para hacer, lentamente, la tela que los envolverá a ellos mismos. Una representación gráfica deja ver las posibles relaciones y su murmuración-creación, telarañas en las que todos enfrentados o aliados se muestran ignorantes de cualquier daño colateral, pese a estar inevitablemente atrapados.
Anito: El Destino. Trae consigo la desgracia porque se le ha signado. Ya es más que un nombre, un adjetivo; "Anito El pavoso". Es la voz de Mocha quien lo crea. El eco pueblerino lo reafirma.
Lalla: La Sentencia. Matriarca, autoritaria desde la sumisión de los otros; Livia, Mocha y la adulación de Anito el pavoso. Sin embargo, la rebeldía de Juancho trastoca esa visión colectiva, pues este hijo pertenece a otra realidad. Es otro modo de nombrar, otra creación.
Mocha: El Verbo. Personaje centro. Conoce la historia de cada uno de los personajes, ya que es ella quien los ha creado. Seres aparenciales en palabras de Úslar Pietri, pertenecientes a un espacio atemporal. De allí recoge el gemido y el reclamo de figuras espectrales condenados en un pasado común en una voz, que al nominar reconstruye cada fausta existencia y las hace presente nuevamente con su respectivo dolor.
Livia: El Silencio. Desde una ingenuidad aparente es quien está llamada a hacer realidad el estigma de los demás personajes. Su presencia revela la necesidad de hacer del destino algo irreversible. En un juego de ironía silente, Livia refirma la marca trágica de Anito el pavoso al cumplir su sino, predicho por Mocha desde el primer llamado de Anito.
Chúo Gil: El Mito. La historia del hombre está llena de mitos por esa necesidad inútil de dar y encontrar explicación a todo. Se podría decir inclusive que la creación del mito es la función social del hombre y la base de su existencia. Chúo Gil existe, está en La Gilera, su historia es real, tiene pasado y está presente; pero no solo eso, traerá consecuencias. No llega a emitir una palabra pues no está llamado a crear con su voz sino ser parte del vivir de aquellos que lo circundan de manera consciente e inconsciente. Es el motivo, la explicación, por eso de que el ausente nunca tiene la razón es responsable de todo por no hablar para defender ni condenar.
Juancho: La Ruptura. Su permanente rebeldía va graneando retazos de realidades ajenas al mito. Es quien revela el rol de cada uno de los personajes. Su voz llega a romper el muro que separa al público espectador para advertirles que ya son parte del mito y que es necesario detenerlo.
Nosotros: El Eco. La grey se expresa desde la polifonía creadora de una supuesta realidad individual hasta tornarla en un hecho social. Todo se nombra y se vuelve existencia. La palabra adquiere significación y crea cosas, personas, historias. Aquellos personajes uslarianos justifican: "Esta no es sino una voz". Pero la voz de esos personajes es lo que da testimonio de sus historias tramadas desde nuestra percepción. Somos nosotros los encargados de armar la urdimbre de los personajes que deambulan en ese espacio imaginario en el cual nos asomamos; algunas veces con sutileza, otras violentando esa cuarta pared para recubrirlos de nuestra historia y hacerlos realidad desde nuestra experiencia personal, que también puede ser aparente si es otro quien la murmura.
En definitiva, podemos entender que cada uno de nosotros estaremos reflejados en los personajes de Arturo Úslar Pietri, nombrando y construyendo mundos y entendiendo sobre todo, que esa cuarta pared nos ha trascendido y ahora somos eso que otros nombran.
La obra uslariana puede entonces reconocerse distanciadora, pues al iniciar con un juego polifónico y un coro en un preludio atemporal, primera marca de ruptura, sigue con la aparición de tiempos cronológicos no lineales en los que ya los hablantes son personajes dimensionados que dan cuenta de los hechos, van tramando la historia con la participación del espectador. Un estado de consciencia plena requerida para la distancia y la posible identificación con hechos o personajes es una manifestación de la construcción de la cuarta pared que se va deconstruyendo a ratos, para caer finalmente, por la voz de uno de los personajes:
Juancho.
- No ha terminado. No termina contigo, ni conmigo, ni siquiera con la pobre Livia muerta. Seguirá y se convertirá en otra cosa por obra de todos. (Viendo a los vecinos) Sería necesario que todos callaran, que todos dejaran de mirar y de hablar. ¡Deténganse! (Volviéndose hacia público, en voz muy alta) ¡Deténganse¡ ¡no sigan¡.