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versión impresa ISSN 1012-1587

Revista de Ciencias Humanas y Sociales v.19 n.41 Maracaibo ago. 2003

 

Nuevos paradigmas para el siglo XXI

Roberto López Sánchez

Dpto. de Ciencias Humanas. Facultad Experimental de Ciencias. Universidad del Zulia. Maracaibo, estado Zulia. Venezuela.
E-mail: cruzcarrillo1@hotmail.com

Resumen

El trabajo analiza los nuevos paradigmas propuestos en el campo historiográfico, partiendo del Manifiesto de la red global Historia a Debate, y su incidencia en Venezuela y América Latina. Son consideradas las reflexiones teóricas propias sobre la nueva historiografía, las cuales implican una crítica tanto a la historiografía marxista tradicional como a las versiones latinoamericanas de las tendencias positivistas y de los “annales”. Se exponen nuestras propuestas sobre los temas principales del debate entre los historiadores venezolanos. Se concluye que el Manifiesto es un aporte a la reconstrucción de los paradigmas historiográficos; y que las tareas que debe asumir la historiografía del siglo XXI son: 1) La ruptura con el eurocentrismo y el positivismo; 2) El compromiso con las mayorías populares y con los procesos de cambio hacia una mayor democracia y protagonismo social; 3) El debate público entre los historiadores.

Palabras clave:

Crisis de paradigmas, manifiesto historiográfico, historia comprometida, debate.

New Paradigms to XXI Century

Abstract

This work analizes the paradigms proposed by the historiographic field starting from the Manifesto of the red global History to Debate, and its incident on Venezuela and Latin America. They are considered their own theories about the new historiography. They showed new proposals about the principal themes of the debate between the Venezuelan historians. It concluded in that the Manifesto was a contribution to the reconstruction of the historiographical paradigms; that the rupture of the eurocentrism and the positivism, the compromise with the social majorities and the changing process; and the public debate between the historians are works of the historiography of the 21° century.

Key words:

Crisis of the paradigms, historiographic manifesto, committed history, debate.

Recibido: 08 de mayo de 2002. Aceptado :27 de mayo de 2003

INTRODUCCIÓN

El 11 de septiembre del 2001 ocurrieron dos acontecimientos trascendentales para la historia y los historiadores. Sobre los atentados terroristas en los Estados Unidos mucho se ha escrito y comentado, y las consecuencias de los mismos aún están en pleno desarrollo. Simultáneamente con el choque de los aviones contra las torres de Nueva York, circulaba por la red global el Manifiesto Historiográfico de Historia a Debate, y una nueva primavera se anunciaba para la ciencia de la historia.

La historia de la humanidad torció su rumbo el mismo día que un movimiento internacional de historiadores proponía nuevos paradigmas para la disciplina ante los retos del siglo XXI. El azar quiso que ambos sucesos coincidieran en el tiempo. Y la nueva realidad mundial surgida del 11 de septiembre ha servido para ratificar la pertinencia de las propuestas contenidas en el Manifiesto. La recuperación del humanismo como acompañante del oficio del historiador y de toda labor científica en general, propuesta con la que se inicia el manifiesto, se nos presenta como una necesidad urgente ante la irracional ola guerrerista y discriminadora que luego de los atentados se ha impuesto en los grandes centros de poder mundial.

El Manifiesto constituye una respuesta, desde la historia, a la crisis de paradigmas que ha colmado el debate científico mundial en las dos últimas décadas (1). Entendemos por paradigma la misma acepción que utiliza Kuhn en su obra sobre las revoluciones científicas (Kuhn, 1986: 26). Partimos, siguiendo a Barros, que ha existido en la historiografía mundial un paradigma común que se generalizó luego de la segunda guerra (Barros, 1995: 98) (2).

En el contexto del mundo globalizado, el derrumbe del bloque socialista y la hegemonía neoliberal han obligado a reconsiderar los paradigmas historiográficos que se impusieron a lo largo del siglo XX. Durante décadas el mundo pareció marchar de acuerdo al sentido de progreso que la ciencia positivista introdujo durante el siglo XIX y que sirvió de fundamento a los historiadores, incluyendo a los marxistas y a los identificados con los annales. Pero la constatación de que no existe progreso continuo, que la historia se estanca y retrocede a períodos que se creían superados, y que se avanza hacia una mayor profundización de las desigualdades sociales y de la disparidad en el desarrollo económico entre los distintos países, ha lanzado al cesto de basura todas las creencias sobre una historia progresiva y de sucesivas etapas de crecimiento para las sociedades humanas.

En Latinoamérica, la crisis económica desatada desde comienzos de la década de 1980 (3) y el fracaso que hoy se evidencia de los planes de ajuste neoliberales aplicados en nuestros países durante las dos últimas décadas, obligan a reconsiderar todo el conocimiento científico-social que ha guiado los planes de desarrollo en América Latina en los últimos cincuenta años. Como proponen algunos autores, estamos ante “la inminencia de un cambio teórico-metodológico en las ciencias sociales” (Lanz, 1993: 40) (4).

Desde hace tiempo se han producido en Venezuela numerosos debates, derivados de la confrontación entre las distintas tendencias historiográficas presentes en el país. Desde la discusión desatada por Laureano Vallenilla Lanz en 1911, cuando afirmó que la guerra de independencia había sido una guerra civil, hasta la actual polémica sobre la valoración histórica del 4 de febrero de 1992, los venezolanos hemos confrontado concepciones historiográficas que han generado conclusiones bastante divergentes al analizar los mismos hechos históricos.

En general, la historia “científica” ha entrado en crisis, poniéndose en duda casi todos sus paradigmas, tales como el de la totalidad histórica, el sentido de progreso continuo, la historia económico-social, el estudio del pasado para explicar el presente y construir el futuro, el cuantitativismo, la historia no narrativa, la multiplicidad de tiempos en el análisis (Barros, 1995:96). Los cuestionamientos a estos paradigmas tradicionales deben servirnos para fortalecer una perspectiva teórica que responda a la realidad latinoamericana, como es la superación de la visión eurocéntrica que ha caracterizado a casi toda la historiografía producida en estas tierras. Igualmente, zanjar de una vez por todas la disputa acerca del carácter relativo del conocimiento histórico, reivindicando que la ciencia histórica no es en modo alguno “neutral y objetiva”, como se nos ha pretendido hacer ver desde las altas esferas de poder.

Uno de los aspectos centrales que es necesario replantear es lo referido al compromiso social de los intelectuales. La ola neoliberal, junto a la caída del bloque “comunista”, causó estragos en las filas de los investigadores latinoamericanos que podían considerarse comprometidos con ideas nacionalistas y de cambio social popular, la mayoría de los cuales se pasaron con armas y bagajes a las filas de los defensores del orden. En el campo particular de la historia, la tendencia predominante ha sido la de encerrarse en los círculos de investigadores, aislándose de la realidad y produciendo conocimiento para consumo exclusivo de los mismos historiadores. En cierta forma esta conducta le hace perder pertinencia social al mismo oficio de historiador.

Defendemos una perspectiva, compartida por muchos historiadores en Latinoamérica, que establece que nuestra profesión debe orientarse principalmente a dar respuestas y explicaciones a los procesos de conflicto y cambio que hoy estremecen a nuestras sociedades. La historiografía debe cumplir la función de clarificar a la sociedad sobre los procesos económicos, políticos y socioculturales que han conducido al actual estado de cosas, a fin de facilitar tanto su comprensión como la determinación de nuevos rumbos al desarrollo nacional y latinoamericano.

La misión del historiador debe ser la de recuperar el compromiso con los intereses fundamentales de la nación y de las grandes mayorías sociales. Reconstruir nuestra identidad como nación es un paso fundamental si se quiere realmente transformar nuestra realidad. Un pueblo sin identidad es fácil presa de los sofisticados mecanismos de dominación que han logrado desarrollar los centros de poder mundial (5).

En el medio intelectual venezolano es necesario someter a la crítica las nuevas tendencias historiográficas, y abordar el debate sobre los temas álgidos en los cuales no existe consenso. La diversidad de tendencias historiográficas siempre existirá, como resultado de la diversidad de intereses sociales en juego. Una de las características de nuestra historiografía es la ausencia de debate en términos académicos. El debate generalmente se realiza a través de los medios de comunicación, saliendo favorecidos los historiadores que defienden ideas afines a los propietarios de los canales de televisión privadas y principales diarios de circulación nacional, los cuales reiteradamente aparecen expresando su interpretación crítica del actual proceso político venezolano (igual ocurre con la publicación de libros y artículos científicos). Los historiadores que tienen una interpretación de acompañamiento y justificación hacia los cambios que atraviesa el país, aparecen en el canal del Estado y en la Radio Nacional. Quienes se distancian de ambas posiciones no figuran en los medios. Pero en las universidades el debate brilla por su ausencia.

Superar esa situación es nuestra propuesta, estando plenamente conscientes que existen historiadores para los cuales el debate democrático no forma parte de sus prioridades, y que por el contrario, se ha avanzado en diseñar eventos académicos que coartan cada vez más la discusión y restringen la participación a los reducidos círculos de “especialistas” (6).

La actual crisis de paradigmas permite replantear desde una perspectiva latinoamericana y popular la función de los estudios históricos. Nuestra propuesta implica una ruptura con la ciencia positivista implícita o explícita en casi todas las tendencias historiográficas presentes en nuestro medio. En cierta forma, proponemos la redefinición del papel de la ciencia y de los intelectuales dentro de la sociedad. Hoy día es imprescindible reescribir la historia desde una óptica propia, que supere la subordinación de nuestros intelectuales a los paradigmas eurocéntricos del análisis histórico. En momentos que la globalización pareciera arropar al mundo bajo el manto uniforme de la economía neoliberal, la democracia burguesa y la cultura occidental, una historia vista por los latinoamericanos debe servirnos para construir nuestra propia identidad, rompiendo así los lazos de dependencia cultural, para replantear el rumbo de desarrollo en lo económico, político y social.

La actualidad de esta propuesta se pone de manifiesto en el actual debate sobre el ALCA y su pertinencia para la América Latina. Grandes movimientos sociales en países como Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil y Uruguay, y gobiernos como los de Venezuela y Brasil, están reivindicando que los procesos de integración regional (tipo MERCOSUR y Comunidad Andina) y las prioridades populares deben ir por delante de los intereses del capital multinacional, que sería el gran beneficiario del ALCA tal como está concebido. La disputa política sobre el ALCA se centra en actuar en pro de los intereses nacionales o subordinarse a los intereses imperiales.

Las recientes intervenciones militares en Afganistán y en Irak son procesos que también hacen urgente la redefinición de los paradigmas historiográficos en Nuestra América. No es casualidad la destrucción de museos y la quema de bibliotecas en Bagdad y otras ciudades iraquíes. Desde la confesión de Silvio Berlusconi (7) en septiembre de 2001, al afirmar que la civilización Occidental es superior y debe dominar al resto de culturas, se ha hecho evidente que la llamada guerra contra el terrorismo es al mismo tiempo una cruzada destinada a avasallar a los pueblos del tercer mundo, buscando profundizar los mecanismos político-militares, económicos y culturales de sometimiento al modo de vida occidental, y específicamente norteamericano.

En esta perspectiva proponemos una visión sobre los principales debates que han ocupado a los historiadores venezolanos en los últimos años, considerando las propuestas realizadas por la red historiográfica mundial “Historia a Debate” y nuestros propios y modestos aportes teóricos. Al mismo tiempo, intentamos precisar y profundizar algunos temas específicos que han sido objeto de debate entre los historiadores de las últimas décadas, con la intención de propiciar en cuestiones concretas la aplicación de los paradigmas teóricos que enarbolamos en primera instancia. El presente trabajo forma parte de la reflexiones teóricas desarrolladas en nuestra línea de investigación sobre los movimientos sociales (y específicamente estudiantiles) que hemos adelantado desde 1996 bajo el financiamiento del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de LUZ.

1. EL MANIFIESTO HISTORIOGRÁFICO DE HISTORIA A DEBATE

Historia a Debate se ha constituido como tendencia historiográfica del mundo globalizado, contribuyendo a la configuración de un paradigma común y plural para los historiadores del siglo XXI (8). En septiembre de 2001 se hicieron públicas las 18 tesis del manifiesto, que abarcan cuestiones de método, historiográficas y epistemológicas. Propone la superación del objetivismo positivista y del subjetivismo posmoderno, considerando que es el historiador quien construye su objeto de acuerdo a las influencias que recibe del entorno en que actúa y del momento en que vive. La rigurosidad en la historia no es contradictoria con sus resultados relativos y plurales, acordes a la diversidad presente en las sociedades humanas.

El manifiesto postula el uso de nuevas fuentes históricas como la oralidad, la iconografía y los restos materiales, propone la innovación en los métodos y los temas, defiende la interdisciplinariedad como una necesidad ante la complejidad del actual mundo globalizado, y cuestiona la fragmentación de los estudios históricos, pues desvincula a los historiadores de una realidad basada en la interrelación y la comunicación global.

Promueve el debate y la confrontación intelectual, incluyendo el uso de internet, como mecanismo básico para avanzar en el actual mundo globalizado. Reivindica la autonomía intelectual de los historiadores ante los poderes establecidos, cuestionando la influencia que instituciones y empresas realizan sobre las investigaciones que financian. Llama a clarificar las tendencias historiográficas actuales, con el fin de darle un sentido más comunitario al trabajo historiográfico. Valora la herencia recibida de las principales tendencias historiográficas del siglo XX, particularmente de la Escuela francesa de los Annales, del marxismo y del neopositivismo.

Los historiadores no se deben limitar a aportar datos. Su papel abarca la definición de los temas, fuentes y métodos de investigación, su pertinencia social e implicaciones teóricas, y sus conclusiones y consecuencias. La unidad entre la teoría y la práctica de los historiadores permitirá una mayor coherencia de su labor. De igual forma valora los aportes que desde la historia deben realizarse en la definición del futuro de nuestras sociedades. Hoy cuando iniciamos el siglo XXI dentro de una gran incertidumbre por el futuro de la humanidad, la historia tiene mucho que aportar en la comprensión de los procesos que han conducido a la situación actual. Para Historia a Debate la historia debe estar al servicio de las mayorías sociales, y reivindica el compromiso con los valores universales de educación y salud, justicia e igualdad, paz y democracia (9).

Las propuestas de Historia a Debate coinciden plenamente con las ideas que hemos venido defendiendo desde 1992 el grupo de historiadores que nos agrupamos en el Centro de Estudios de Historia Actual “Carlos Márquez” (CEHACAM) (10). Aunque el Cehacam ha tenido pocas actividades como centro de investigación (11), debido principalmente a la falta de apoyos institucionales, es básicamente una tendencia historiográfica expresada en la obra particular de sus miembros.

2. LA CRISIS DE PARADIGMAS Y AMÉRICA LATINA

2.1. La historia como factor de dominación

Hemos dicho en diferentes ocasiones que el análisis histórico en Venezuela y toda América Latina se ha plegado a la razón dominante, salvo contadas excepciones. La historiografía está siendo concebida como tarea de una élite. Según esta visión, la producción del saber histórico debe estar reservada a un reducido grupo de intelectuales que cuente con las “credenciales académicas” suficientes para ello. Existen las “altas esferas” de los centros de investigación, que vierten su conocimiento hacia el resto de la sociedad. La posibilidad de que las comunidades populares, grupos étnicos y grupos sociales en general elaboren su propio conocimiento histórico está negada. La verdad histórica sólo puede ser descubierta por especialistas poseedores del respectivo título profesional y que cumplan además con las exigencias manualescas del llamado “método histórico”, único e indivisible para todas las épocas y todos los lugares (12).

La historia escrita por elites busca evitar que las clases dominadas adquieran conciencia del carácter histórico, cambiante, de la sociedad, de su propia historicidad y de su capacidad real para transformarla. El conocimiento histórico, como todo el conocimiento científico en general, debe ser elaborado, aprehendido y debatido por todos los sectores de la población, quienes tienen todo el derecho a decidir sobre las cuestiones que les afectan directa o indirectamente. Hasta el presente las ciencias, de acuerdo al criterio positivista imperante, están divididas en parcelas o territorios claramente delimitados por los “especialistas”, en las cuales no entra sino el que cumple los requisitos que ellos mismos imponen, lo que les otorga el poder de decidir sobre todo lo relativo a líneas de investigación, proyectos, formación profesional y de postgrados. Nosotros postulamos la construcción de un conocimiento científico que elimine las jerarquías y el monopolio de las ideas por los intelectuales y los especialistas; postulamos la democratización del saber.

Un elemento que resalta actualmente es la exclusión de lo popular en las investigaciones históricas. Explotados, rebeldes, dominados, no son considerados sujetos protagónicos de la historia. Masa pasiva de las elites dirigentes o de las fuerzas económicas y sociales, el pueblo aparece en la historia sin una identidad propia. El desaparecer el pasado de las clases populares y de las naciones dominadas contribuye a mantener y mitificar las formas actuales de sometimiento. Al valorar la historia de los dominados, de los pueblos y los grupos sociales derrotados, consideramos que la razón histórica no está necesariamente del lado de quienes triunfan en términos políticos concretos. Hay muchas sociedades, proyectos y revoluciones inconclusas que dejan mayores enseñanzas históricas que los triunfos político-militares de los grandes imperios que en cada época han dominado al mundo o regiones de él (13). Rescatar la memoria de los oprimidos es una tarea básica en el proceso de construcción de identidades, la cual consideramos una de las funciones principales de la historia, y puede permitir que el pueblo se convierta en sujeto protagónico y constructor de su propio destino.

Otro factor coadyuvante de la dominación es la falta de pertinencia social de las investigaciones que se realizan en nuestras universidades. Postulamos en cambio una historia comprometida socialmente, que de respuestas a los retos del presente, aportando explicaciones sobre los procesos históricos que han dado origen a nuestra realidad actual, y proporcionando enseñanzas para orientar el rumbo de la nación en beneficio de las grandes mayorías sociales. La historia no es para saber más, sino para actuar mejor.

2.2. El paradigma eurocentrico y América Latina

La historiografía venezolana debe superar el paradigma eurocéntrico que arrastra desde su nacimiento. El predominio del eurocentrismo ha sido una limitante para toda la historiografía de América Latina. Nuestra historia la hemos abordado bajo la óptica de Rodrigo de Triana encaramado en el mástil de la carabela y gritando ¡tierra!, olvidándonos que nuestro lugar está en la playa, con guayucos, y gritando ¡invasores! La historiografía latinoamericana se constituyó desde sus orígenes como apéndice de la historiografía europeo-occidental. Los europeos inventaron su propia “historia universal”, restringida a los procesos en los cuales ellos estuvieron involucrados. Desde Grecia (“la cuna de la civilización”) hasta el capitalismo globalizado actual habría, según el eurocentrismo, una sola línea de desarrollo, y los pueblos que se mantuvieron al margen del contacto europeo serían sencillamente momentos secundarios e irrelevantes del proceso histórico (14).

La historia de Venezuela, particularmente, se ha escrito con el fin de justificar nuestra inserción en el llamado “mundo occidental”, o sea, ajustada al ideal de progreso implícito en la modernidad. Hasta el programa oficial de Historia Universal en la Escuela Básica se ajusta estrictamente a los períodos de la historia según la visión eurocéntrica (15). El eurocentrismo parte de considerar que el desarrollo histórico de todas las sociedades en el mundo entero debe pasar necesariamente por las etapas que atravesó Europa. De esta forma, el predominio real de la sociedad europea sobre el resto de continentes, efectuado a partir de los siglos XV-XVI, se traslada al plano ideológico al imponerse una concepción de la historia según la cual todos los pueblos del mundo deben tener como ideal de desarrollo al modelo occidental.

No ha existido históricamente una única línea de desarrollo. Cada sociedad generó y expandió en forma independiente sus potencialidades productivas, socio-políticas, científicas y artísticas, y que sólo a partir del siglo XV la expansión europea incorporó factores de homogeneización en las distintas sociedades del mundo (Melotti, 1973:13). Por ello consideramos que la historia mundial/global debe mostrar la diversidad y relatividad de culturas, mediante la intersubjetividad, siendo el resultado de una comparación de diferentes versiones, donde cada una aporta la visión de su propia cultura y de la de otros (Perrot y Preiswerk, 1979: 382).

El actual predominio del capitalismo globalizado no es en modo alguno el “fin de la historia”. A lo largo de la historia los centros de poder mundial han ido trasladándose de un lugar a otro, los grandes imperios han colapsado al cabo de décadas o siglos, y por tanto no existen elementos veraces para afirmar que la actual hegemonía capitalista encarnada en los Estados Unidos y los países del G-7 no sea tan transitoria en el tiempo histórico como lo fue, por ejemplo, el Imperio Romano. En cierta forma, los atentados del 11 de septiembre también derrumbaron las tesis de Fukuyama (16) sobre el fin de la historia, y volvió a colocar a la humanidad ante la necesidad de delinear un mejor futuro, como alternativa ante el riesgo real de autodestrucción al que nos conduce el capitalismo globalizado.

2.3. La relatividad del conocimiento histórico y el compromiso
del historiador

Nuestra historiografía ha hecho énfasis en la pretendida objetividad del conocimiento histórico, colocando a los historiadores como si fueran científicos de bata blanca dentro de un laboratorio, y las fuentes documentales serían semejantes a elementos químicos que combinados producirían un único y exclusivo resultado. Ellos hablan de la búsqueda de la “verdad histórica”, frase que siempre he relacionado con deseos propios de ingenuos o que sencillamente ocultan intenciones demagógicas. Ni la ciencia ni la tecnología son neutras, como formas de producción y aplicación del conocimiento científico (Proceso Político, 1978:74).

La ciencia tiene un carácter histórico, responde a cada época determinada y al tipo de sociedad que la desarrolla. También tiene la ciencia un carácter de clase o de grupo social, pues responde a uno u otro de los distintos y contradictorios intereses de clase que están en conflicto en una sociedad determinada. En lo personal, siempre he pensado que en las ideas de Marx sobre la totalidad concreta está implícita una visión del conocimiento científico más integral que la conocida división en disciplinas que introdujo el positivismo (17). Sobre este punto, las nuevas tendencias que promueven la interdisciplinariedad, la multidisciplinariedad y la transdisciplinariedad apuntan a cuestionar la manera como hasta ahora se produce el conocimiento científico en nuestras sociedades.

En el caso específico de la profesión de historiador, el pasado, el hecho histórico, como “objeto” de la historia, está sujeto a una continua reconstrucción, en la medida en que la historia como ciencia tiene su propia historicidad. Cada época histórica, y cada interés de clase, influye de diversas maneras en la forma de orientar los estudios históricos. El hecho histórico también se reconstruye en la medida en que van surgiendo nuevos elementos de análisis y nuevas fuentes documentales que aportan datos significativos que pueden variar la valoración de determinado hecho del pasado. El historiador construye su objeto de estudio; hay que romper el criterio positivista que sigue imperando en muchos investigadores, que establece una separación sujeto-objeto, separación que es falsa y no responde a la realidad de los hechos, pues el sujeto investigador es parte de diversas maneras del objeto investigado. Su trabajo está condicionado por el tiempo histórico en que vive, el espacio, los intereses sociales que se defienden así como las teorías y métodos que aplica, y hasta por los gustos personales del mismo (Barros, 1995:98). Esto no significa que el conocimiento histórico sea de una relatividad absoluta, pues los intereses de clase son finitos, así como las teorías y métodos, y siempre podrán realizarse grandes agrupaciones en cuanto a tendencias dentro de la historiografía.

En conclusión sobre este punto, la investigación histórica no es objetiva, en el sentido de que plantee verdades absolutas (el mismo Marx planteaba en algún lugar que la verdad histórica no podía ir más allá de cuestiones como la fecha de la muerte de Napoleón, por ejemplo). En función de ello es que nosotros postulamos la necesidad de construir una historiografía que replantee la historia de América Latina y de Venezuela en particular. Cualquier proyecto de desarrollo político, económico, social y cultural para nuestro país no puede seguirse fundamentando en la visión histórica que la burguesía construyó durante ciento cincuenta años, pues es obvio que las conclusiones de esa visión de nuestra historia están destinadas a garantizar la continuidad de la dominación económica y la opresión política sobre las grandes mayorías sociales. En ese sentido, individuos como Germán Carrera Damas, tal vez el más conocido historiador venezolano de la actualidad, ha dedicado toda su obra a fundamentar el nacimiento y desarrollo del proyecto “nacional” burgués en Venezuela. Creemos que hay que hacer lo mismo, pero desde la óptica popular, y en ello comprometemos nuestras investigaciones.

3. CONSIDERACIONES SOBRE EL PAPEL DE LAS COMUNIDADES CIENTÍFICAS Y LOS
INTELECTUALES

Un aspecto de la discusión que debería realizarse en términos de paradigmas científicos se refiere a “la comunidad de historiadores” (expresado en el punto n°2 del manifiesto de HaD), que es una cuestión que se relaciona con las comunidades científicas en general.

Específicamente, el punto 2 del Manifiesto establece que la verdad histórica se alcanza a través de un trabajo colectivo, del consenso en la comunidad de historiadores. En lo referente a la democracia, esta propuesta es correcta, pues el conocimiento científico sólo puede ser concebido como una obra colectiva. Pero la discusión se plantea cuando se dice que la verdad histórica sólo puede ser establecida por los “especialistas”. En un mundo como el nuestro, donde la “especialización” ha alcanzado grados surrealistas, esa definición se pudiera interpretar que mientras más especializados fueran los individuos, mientras más diplomas acumularan, más cercana estaría su opinión de la verdad histórica. Habría una especie de escala de verdad, en la cual clasificarían los más altos especialistas y de allí se iría bajando progresivamente.

Toda especialización genera de por sí una situación favorable a la dominación de unas personas por otras. Si la verdad científica no necesitara del juicio de la sociedad, se pudiera instalar una “oligarquía científica”, cuyos criterios y decisiones no pudieran ser cuestionados por nadie que no fuera científico como ellos. Esto choca con los más elementales derechos ciudadanos. En los hechos, este criterio se impone en el mundo actual. Los planes económicos neoliberales aplicados en los países de América Latina en los últimos 20 años han sido diseñados y propagandizados por “especialistas” que desdeñan cualquier crítica proveniente de grupos sociales e individuos que no alcancen la misma estatura académica que ellos tienen. El neoliberalismo se nos ha vendido como la “verdad económica”; quienes lo critican son unos ignorantes de las más elementales leyes y principios de la ciencia económica, y dejarse llevar por esos ignorantes sería una catástrofe para la sociedad. Ese es el discurso de ellos.

No es necesario rebatir nuestros argumentos con la tesis de que postulamos un regreso al conocimiento exclusivamente empírico, pues ese no es el caso. Reconocemos la necesidad evidente del conocimiento científico para desarrollar nuestras sociedades. Pero los hechos históricos hablan por nosotros y nos dan la razón. ¿Cuáles son los logros del neoliberalismo latinoamericano en las últimas dos décadas? La pretendida verdad indubitable del neoliberalismo se ha estrellado una y otra vez en sus aplicaciones prácticas. La pobreza, la exclusión, la delincuencia, la marginalidad, han crecido tanto como la deuda externa. La brecha entre ricos y pobres es hoy mucho mayor que en 1980. Nuestros países son hoy más dependientes de las fuerzas económicas externas. La tragedia que vive Argentina es la demostración más palpable de la bancarrota del modelo neoliberal.

Si nuestros pueblos dejaran a la comunidad de economistas la decisión sobre el rumbo económico de nuestros países, nos estaríamos condenando una vez más a la esclavitud. Igual cosa sucede en el terreno de la historia. Si bien las opiniones de la comunidad de historiadores siempre tendrán un valor significativo, también son ciertas otras cosas. Una de ellas, es que habría que establecer quiénes integran esa comunidad de historiadores, y si dentro de ella existen gradaciones de acuerdo al nivel académico. Por ejemplo, hay historiadores que nunca se han diplomado como tales en una universidad. ¿Ellos serían parte de esa comunidad? Otro aspecto se refiere a cuando la comunidad de historiadores llegue a conclusiones de consenso que choquen abiertamente con las conclusiones empíricas a las cuales hayan llegado determinados grupos sociales. Por ejemplo, al estudiar los “estallidos sociales” generados por los paquetes económicos del FMI-BM (que han ocurrido en Venezuela, Ecuador, República Dominicana, Argentina), los historiadores pudieran concluir, por razones eminentemente circunstanciales, que esos eventos no representaban el sentir popular y que la sociedad debería estigmatizarlos, conclusiones que pudieran chocar abiertamente con el sentimiento popular generalizado de justificación de los mismos por las miserables condiciones de vida existentes y los anhelos de profundos cambios en la sociedad (18).

¿Cuál sería en ese caso la verdad histórica? La concluida en consenso por la comunidad de historiadores, o la que existe empíricamente en el seno del pueblo. Un caso que se relacione con este problema lo tenemos en el juicio que se realizó en años recientes (2001-2002) en la Argentina contra el historiador Raúl Dargoltz, por la publicación de una obra referida a la sublevación popular en Santiago del Estero, en diciembre de 1993. Aunque el juicio terminó siendo favorable al historiador, se hizo evidente la intención de la clase política argentina de acallar a los intelectuales que han interpretado las luchas sociales de los últimos años como acciones justificadas en una realidad altamente opresiva para el pueblo (19).

Parte de la comunidad de historiadores en Venezuela hace denodados esfuerzos por impedir el ingreso de voces disonantes. Nosotros aquí en la Universidad del Zulia tenemos muy ingratas experiencias en ese sentido. Podemos decir que somos historiadores a pesar de ese sector de la comunidad de historiadores. Por ello pensamos imprescindible debatir estas consideraciones al momento de fundamentar opiniones sobre determinados hechos históricos.

4. ALGUNOS PROBLEMAS DE LA HISTORIOGRAFÍA VENEZOLANA

A. Valoración de lo indígena y lo africano

Autores reconocidos como Mario Briceño Iragorry, Arturo Uslar Pietri y Guillermo Morón defendieron la tesis de que los elementos culturales provenientes de los indígenas y de los africanos han sido un aporte negativo para el desarrollo de nuestra sociedad. Uslar, por ejemplo, nos consideró como un apéndice cultural de Europa: “Esos valores que determinan nuestra vida y nuestra historia actual no son reconocibles sino a través de la historia de España y de su civilización y de la historia de América y del destino de la civilización hispánica en ella” (Uslar Pietri, 1985: 124). Briceño, por su parte, expuso que “si doy mayor estimación a la parte hispánica de mis ancestros que al torrente sanguíneo que me viene de los indios colonizados y de los negros esclavizados, ello obedece a que, además de ser aquella de importancia superior en el volumen, tiene como propulsora de cultura, la categoría histórica de que los otros carecen” (Briceño Iragorry, 1980: 31). El historiador Guillermo Morón, que los medios de comunicación han vuelto a colocar como protagonista, en el marco de la campaña mediática por derrocar al gobierno de Chávez, llegó a afirmar sobre los indígenas: “¿Se deben conservar las comunidades indígenas? Esto no lo puede desear nadie. Las comunidades habrán de desaparecer poco a poco, pero apresurando el hecho mediante una acción política combinada y bien establecida ... Hay que tener la esperanza de que en un futuro próximo -cuando se haya conquistado la selva y cuando se hayan llenado todas las tierras con pueblos y ciudades- no quede ni un solo grupo que hable caribe ni otra lengua aborigen. El problema del indio será puramente etnológico. Pretender lo contrario es predicar un retorno, en el proceso de la cultura, a estadios ya superados por el país” (Morón, 1971-Tomo 1: 4). En esta misma obra, Morón deja clara su idea de que “nuestro pueblo tiene rango de cultura intelectual, gracias a que los moldes son europeos, hispanos propiamente ... sería insostenible considerar que la cultura venezolana en el rango de civilización histórica se basa en la cultura aborigen”.

En todas estas afirmaciones se manifiesta un profundo desprecio por nuestras raíces indígenas y africanas. Varias generaciones de historiadores se han formado sin romper claramente con estos prejuicios que nuestra sociedad heredó del pasado colonial, prejuicios que se han revitalizado en el contexto globalizador del “american way of life” que nos invade por todos los flancos. Se manifiestan en el abordaje de problemas cruciales como los estudios históricos sobre la esclavitud y las comunidades indígenas, cuando se justifica en ellos al sistema esclavista colonial y al genocidio contra los indígenas como parte de un “orden natural” que se impuso casi por “necesidad”. Analizar históricamente la sociedad colonial, mencionar las esclavitudes, y no fijar una clara posición de rechazo al salvaje e inhumano sistema esclavista impuesto por los europeos en América, así como no cuestionar la destrucción de las culturas no europeas que se adelantó como política imperial hacia los pueblos indígenas y africanos, es sencillamente avalar esa brutal realidad que caracterizó al período colonial e inicios de la etapa republicana.

La Asamblea Constituyente de 1999 reivindicó a nuestros indígenas, y con ello reivindicó nuestra herencia indígena, al plasmar en la nueva constitución sus derechos fundamentales, no reconocidos en la gran mayoría de países de América. El traslado de los restos del cacique Guaicaipuro al Panteón Nacional revivió nuevamente la disputa sobre la valoración de nuestro pasado indígena, y el lugar que debe ocupar en la sociedad actual. Guillermo Morón, único sobreviviente de los autores mencionados, propuso que se creara un panteón especial para los indígenas, pues para él era inconcebible que los indios se juntaran con los héroes de la independencia (20). Pero los indígenas son parte inseparable de nuestra esencia como venezolanos. No existe una Venezuela mantuana, como desearía Morón, separada de la Venezuela indígena, afroamericana y mestiza. Sí ha existido una historia mantuana, que ha relegado conscientemente a las grandes mayorías populares del papel protagónico que ejercieron en el proceso histórico-social venezolano. Hay que reconocer que el gobierno de Hugo Chávez ha servido para replantear nuevamente el debate expresado en las líneas anteriores. La misma presencia de Chávez en la silla de Miraflores, fiel exponente del mestizaje criollo, reivindica a una Venezuela popular y diversa, que siempre ha sido mayoritaria y que ha pugnado por expresarse autónomamente, enfrentada desde siglos a la intelectualidad oligarca que piensa en Venezuela con cerebro europeo y norteamericano (21).

B. Valoración de Bolívar y Zamora

Las figuras históricas de Simón Bolívar y de Ezequiel Zamora se han colocado en la discusión intelectual de años recientes debido a la reivindicación que de ellos ha realizado Chávez y el actual proceso revolucionario. En lo que respecta a Bolívar, las glorias que sobre él ha lanzado el chavismo parecen derivarse más de los deseos que de la realidad histórica. Los historiadores burgueses, como Caballero, Pino Iturrieta, y Morón, se han cuidado de no aclarar las imprecisiones de Chávez sobre Bolívar, ya que el hacerlo no los favorecería políticamente. Chávez ha insistido en colocar a Bolívar como el precursor directo del actual proceso de cambios que vive Venezuela, y que su pensamiento es el origen de las ideas que guían al propio Chávez y a su equipo de gobierno. Pero la realidad histórica no indica eso en términos absolutos.

No dejamos de reconocer que el objetivo del partido bolivariano era construir una especie de superpotencia hispanoamericana, que se enfrentara de tú a tú con las potencias existentes para la época, tanto a las europeas como a los Estados Unidos; a este último lo veían como un enemigo potencial a futuro, de acuerdo a las muy conocidas opiniones de Bolívar sobre ese país. El fundamento del proyecto bolivariano eran las ideas liberales burguesas que se había difundido ampliamente a partir de la Revolución Francesa, aunque para ese momento no se estuvieran aplicando consecuentemente en ningún país europeo ni en los mismos Estados Unidos. En otras palabras, Bolívar intentaba ejecutar en América la revolución burguesa que todavía en Europa no había terminado de implantarse (22). Obviamente, este proyecto nacional bolivariano no tuvo históricamente ninguna relación de continuidad con lo que vino después, a partir de 1830. Además, el proyecto nacional bolivariano no era específicamente venezolano, ni siquiera colombiano, sino “americano” (en el sentido de hispanoamericano). Bolívar se planteaba la unidad de todas las naciones hispanoamericanas en una gran confederación, y pensaba también liberar los territorios que aún quedaban en manos españolas. Ciertamente el partido bolivariano era en la década del 20 del siglo XIX el “fantasma” revolucionario que estremecía los cimientos del continente americano. El período de gobierno del partido bolivariano, en la República de Colombia (1819-1830), ha quedado para la historia como el único proyecto nacionalista burgués que haya tomado cuerpo en tierras venezolanas (hasta 1998 por lo menos). Esto es lo reivindicable actualmente del pensamiento de Bolívar, su nacionalismo hispanoamericano. Bolívar no es en modo alguno el padre de la patria Venezuela, pues él nunca se conformó con erigir una pequeña y débil nación. Bolívar es el padre de una futura gran patria latinoamericana, que es lo que él intentó construir.

Pero por otra parte, el mismo Bolívar dedicó buena parte de sus últimos años de gobierno a promover la desarticulación del movimiento popular que había tomado fuerza durante la guerra de independencia. El proyecto bolivariano intentaba, pese a su liberalismo, mantener más o menos intacta la misma diferenciación racial y social que existía durante la colonia. En reiterados escritos, Bolívar se manifiesta temeroso de que la “pardocracia” pueda hacerse con el poder, y se pronuncia incluso en contra del mestizaje entre blancos y la población negra e india (23). Su objetivo, como plantea en numerosos trabajos Carrera Damas (1986: 111), era intentar recomponer la “estructura de poder interna”, que se había dislocado a partir de 1811 (24). Esto implicaba evitar por todos los medios que se fortaleciera una sociedad donde los mestizos y negros tuvieran el control del poder político. Su apertura hacia los otros grupos sociales y étnicos llegaba hasta la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la igualdad formal de todos los ciudadanos ante la ley, que sin embargo era establecida con limitaciones en el proyecto de Constitución de Bolivia. Pero sus decretos a “favor” de los indígenas, eran en el fondo un mecanismo para desestructurar la propiedad comunal de la tierra (que había sido reconocida por la corona española) y convertirla en propiedad privada, debilitando también sus liderazgos naturales al abolir los cacicazgos (25), lo que significaba la liquidación de las comunidades indígenas como tales, abriendo las puertas para su integración cultural a la sociedad criolla dominante (26).

Bolívar nunca superó la mentalidad racista que construyeron los europeos para justificar su dominio sobre el resto de pueblos del mundo. Su visión discriminadora sobre los indios, mestizos y negros se hace evidente en numerosos escritos, como en la siguiente Carta a Santander: “No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de Africa y América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia” (Bolívar) (27). Su visión sobre la mezcla entre las “razas” la observamos cuando se refiere al mestizo mexicano Vicente Guerrero, como el “vil aborto de una india salvaje y un feroz africano”, que derribó a Iturbide y tomó el poder en México en 1827 (Favre, s/f); y en carta a Santander (Bolívar) (28) rechaza abiertamente el mestizaje, pues el continente ya está demasiado poblado por el “compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre, y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos espúreos de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados del Africa”. Estas ideas de Bolívar deben tomarse en cuenta al momento de construir un fundamento ideológico para la transformación de la Venezuela actual. En este sentido, el mismo Chávez, en su visión sobre Bolívar, no ha logrado trascender la perspectiva burguesa construida en el culto bolivariano, que parte de la premisa que todo el pensamiento y la obra de Bolívar es justa y aplicable en el momento actual. Nada más lejos de la realidad.

Distinto es el caso de Zamora. Su obra histórica sí está muy cercana al actual proceso de cambios, por su eminente carácter popular. Los objetivos de la insurrección campesina que se desarrolló desde el 20 de febrero de 1859 y que estuvo encabezada por Ezequiel Zamora se referían a la igualación de las clases sociales, el reparto de tierras, supresión de contribuciones, echar del gobierno a los opresores y terminar con la oligarquía (Brito, 1981:469). Como bien dice Brito Figueroa, para las masas campesinas ese era el verdadero significado de la palabra Federación. Se ha argumentado que estos objetivos no aparecen en los programas principales de la Federación, aunque sí aparecen en multitud de cartas, proclamas, alocuciones y órdenes generales de Zamora (29) y de sus más inmediatos colaboradores. Compartimos aquí la opinión de Brito Figueroa, al decir que dichos programas eran producto de acuerdos entre las fracciones del liberalismo, es decir, de acuerdos entre los revolucionarios zamoristas y los conciliadores seguidores de Falcón y Guzmán Blanco; esto explicaría la ausencia de las principales consignas de Zamora (30) en dichos programas (Brito, 1981:472).

Para Zamora la Federación implicaba una profunda democratización de la sociedad. Sus palabras de febrero de 1859 son muy elocuentes a este respecto: “La Federación encierra en el seno de su poder el remedio de todos los males de la patria. No. No es que los remedia, es que los hará imposibles... Volveremos la espalda, ya para siempre, a las tiranías, a las dictaduras, a todos los disfraces de la detestable autocracia” (Landaeta, 1961: 286). Zamora significó un liderazgo diferente al ejercido por los caudillos tradicionales que surgieron en Venezuela a lo largo del siglo XIX (31); Zamora (32) representaba los genuinos intereses de las masas campesinas, de los desposeídos, que nuevamente enarbolaban la “guerra social” que había desatado Boves en 1813, con el fin de destruir el poder político y económico de la oligarquía, y construir en cambio una nueva sociedad basada en los principios políticos del liberalismo burgués, cuyo respeto y aplicación estricta, pensaba Zamora, permitirían la felicidad del pueblo (33). Podemos agregar que Zamora no realizó una reivindicación específica de la obra de Bolívar, ni se auto calificó como heredero del libertador en particular; Zamora se refirió a la culminación de la obra de “los patriotas de 1811”, hablando siempre en plural.

Recientemente se han publicado opiniones adversas hacia el carácter popular y revolucionario de la gesta zamorana. Nuevamente Guillermo Morón ha cobrado notoriedad al colocar a Zamora como vulgar delincuente. Otros como Simón Alberto Consalvi han repetido las tesis de Carrera Damas que desdeñan a Zamora y valoran sin mayor fundamento a Falcón. No compartimos la opinión de Carrera Damas al establecer que el “Programa de Zamora era una mezcla abigarrada de ideas conservadoras con supuestos propósitos revolucionarios populares” (Carrera, 1985: 21); y que en contraste, el “Programa de Falcón” expresaba en términos inequívocos la naturaleza del radical cambio sociopolítico que perseguía la federación (Carrera, 1985: 23). Carrera Damas se limita aquí a valorar las propuestas democrático-burguesas que institucionalizó la federación con la Constitución de 1864 (y que él considera que recoge la “formulación definitiva del proyecto nacional venezolano”). Al mismo tiempo, sugiere que las propuestas revolucionarias del Programa de Zamora “no eran alcanzables”. Pero olvida considerar que más allá de la lucha por implantar los principios liberales, la Guerra Federal era una lucha contra las clases dominantes (34), por aniquilar su poder económico y político, objetivo que se puso al alcance de las fuerzas militares de Zamora luego de la batalla de Santa Inés (35), en diciembre de 1859. Su inmediata muerte, en enero de 1860, y la inoperante conducción militar de Falcón (36), que condujo a la derrota de Coplé, en febrero de 1860, impidió la inminente y aplastante victoria federal que se había anunciado gracias al genio militar de Zamora en Santa Inés (37). Esta es la realidad de los hechos, el triunfo de la insurrección campesina era perfectamente realizable, y con él, muchas de sus consignas como la de “horror a la oligarquía”, “igualación social”, y el “imperio de la mayoría”. Es obvio que no podía esperarse la instauración de un régimen democrático popular, inexistente en ese momento en país alguno, en una sociedad agraria como la nuestra. Lo más probable es que el eventual triunfo de Zamora hubiera conducido a la consolidación de una nueva clase dominante, pero el dinamismo que hubiera aportado al desarrollo del país pudo haber sido mucho mayor al que desarrollaron los liberales timoratos como Falcón y Guzmán. Probablemente nuestro desarrollo dependiente y subordinado al imperialismo extranjero hubiera tenido facetas más favorables a los intereses nacionales y populares.

En la Guerra Federal coexistieron dos intereses en el bando liberal (38): unos, que deseaban promover la constitución de un régimen de libertades formales, democrático burgués, que limitara el poder que hasta el momento había mantenido la oligarquía heredera de los mantuanos de la colonia; este sector estaba integrado en lo fundamental por personajes ilustrados y que pertenecían a sectores sociales poseedores (sobre todo terratenientes), y estaba liderizado por Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco. Los otros, la mayoría, los campesinos y algunos intelectuales radicalizados, que pregonaban las reivindicaciones igualitarias que permanecían sin cumplirse desde la guerra de independencia; esta era la fracción que encabezaba Ezequiel Zamora. Es evidente que la ausencia de una obra política por parte de Zamora explica sus debilidades teóricas; por ello tuvo que apoyarse en los intelectuales del liberalismo para darle contenidos programáticos a su revolución campesina y popular. Un análisis biográfico de Zamora permite concluir que sus méritos militares y organizativos superaban con creces a su formación política.

Los principios liberales de la federación, compartidos por Zamora, pueden analizarse en el pronunciamiento de la ciudad de Barinas, luego que ésta fuera ocupada por las fuerzas militares de Zamora el 18 de mayo de 1859 (Castillo, 1996: 14). En dicho pronunciamiento se establecen como “principios del Gobierno Federal” lo siguiente:

“La abolición de la pena de muerte. Libertad absoluta de la prensa. Libertad de tránsito, de asociación, de representación y de industria. Prohibición perpetua de la esclavitud. Inviolabilidad del domicilio, exceptuando los casos de delitos comunes judicialmente comprobados. Inviolabilidad de la correspondencia y de los escritos privados. Libertad de cultos... Inviolabilidad de la propiedad. Derecho de residencia a voluntad del ciudadano. Independencia absoluta del Poder Electoral, que ni antes de su ejercicio ni después de él dependa de ninguno de los funcionarios de los demás ramos de la administración. Elección universal, directa y secreta del Presidente de la República, del Vicepresidente, de todos los legisladores, de todos los magistrados de orden político, y de todos los jueces. Creación de la milicia armada nacional. Administración de justicia gratuita en lo secular. Abolición de la prisión por deuda. Derecho de los venezolanos a la asistencia pública en los casos de invalidez o escasez general... (Landaeta, 1961: 321).

Como se puede ver, son cuestiones fundamentales de la democracia burguesa que aún hoy muchas de ellas esperan por cumplirse en Venezuela. El hecho de que haya pasado más de un siglo y aún no se haya ejecutado a plenitud dicho programa democrático burgués, revela fehacientemente el carácter revolucionario de dichas propuestas al ser enarboladas por el movimiento insurreccional campesino que encabezó Zamora.

C. Otros temas de debate historiográfico en Venezuela

Además de los dos puntos anteriores, existen otros temas historiográficos que son objeto de debate entre los investigadores venezolanos. Uno de ellos se refiere a la existencia o no de un proyecto de desarrollo nacional durante el siglo XIX, y la valoración específica de la obra de Guzmán Blanco. En este tema son conocidas las opiniones divergentes que Carrera Damas e Irene Rodríguez Gallad (39) han emitido al respecto. Sobre la participación popular en el proceso histórico venezolano también han surgido algunas voces disonantes en el pasado, como Vallenilla Lanz y Juan Uslar Pietri (40), además de las más recientes aportaciones de Brito Figueroa y su extensa obra historiográfica. Nosotros hemos incursionado en este debate en nuestros trabajos “Crisis de la Sociedad Colonial: Proyecto Nacional y Guerra Social” (41), y “Movimientos Sociales y Crisis de la Sociedad Colonial” (42).

Sobre este último punto hemos afirmado que en la historia de Venezuela se han manifestado reiteradamente, desde finales del siglo XVIII, procesos de insurgencia popular que han dejado profundas huellas en nuestra sociedad (43). Nuestra historia es la mejor demostración de que la lucha de clases no ha sido un invento de los marxistas en el siglo XX. Chávez no ha dividido a la sociedad venezolana. Ella siempre ha estado dividida, como lo están todas las sociedades del mundo capitalista globalizado. La lucha popular está inseparablemente ligada al nacimiento y al proceso histórico de Venezuela como República. El proceso de crisis de la sociedad colonial en Venezuela permitió la irrupción protagónica de las masas populares en nuestra historia. Y desde esa época hasta el presente, el pueblo llegó para quedarse, pues cada vez que un régimen político se ha colocado de espaldas a los intereses populares, la insurgencia social ha vuelto a manifestarse por medio de reiteradas revoluciones políticas que en su momento han desplazado del poder a la elite dominante (López, 2002: 2). Así ocurrió en 1848, 1863, 1870, 1899, 1945, 1958 y 1998, fechas en las cuales un grupo insurgente de raíces populares derrocó al gobernante, con la salvedad que en 1998 es la primera vez que ese desplazamiento se realiza por medio de unas elecciones. La historiografía burguesa ha ocultado conscientemente la participación protagónica del pueblo en nuestro proceso histórico. Nuestra propuesta es recuperar esa memoria histórica y reivindicar que los grandes cambios sociopolíticos siempre han sido posibles en Venezuela gracias a la participación masiva de las grandes mayorías populares.

Un tercer campo de debates, muy actuales además, se refiere a la valoración de acontecimientos del siglo XX, como ocurre con el 18 de octubre de 1945, glorificado por la historiografía adeca y cuestionado ahora por el chavismo. Otro tanto se presenta con el 23 de enero del 58, y ni hablar de los debates sobre el 27 de febrero de 1989 y los golpes militares de 1992 (44). Son campos de extensa polémica, sobre los cuales todavía no se ha escrito la última palabra. Creemos que el debate entre los historiadores venezolanos debe apuntar, en el futuro inmediato, a dar respuestas más esclarecedoras a los temas polémicos aquí mencionados, unido al necesario debate teórico con el que abrimos el presente trabajo.

CONCLUSIONES

1.La crisis de paradigmas que afecta al conocimiento científico en general afecta también a la historiografía.

2.El Manifiesto Historiográfico de la red mundial Historia a Debate proporciona los fundamentos básicos para la reconstrucción de los paradigmas que deben guiar el oficio de historiador en el presente siglo.

3.La historiografía latinoamericana debe ajustar cuentas con la visión eurocéntrica que hasta ahora la ha caracterizado. La historia debe servir para que nuestros pueblos recuperen su identidad y puedan actuar salvaguardando sus intereses en el actual mundo globalizado.

4.La ruptura con el paradigma positivista de la historia “neutral y objetiva” también es una tarea del momento. El compromiso del historiador debe ser con las grandes mayorías sociales, hoy olvidadas por el modelo neoliberal que se ha impuesto a nivel global.

5.Las comunidades científicas, si bien son necesarias, no deben constituirse en mecanismos de dominación de una élite privilegiada sobre el resto de la población. La democratización del conocimiento es una condición básica para un mundo verdaderamente humano.

6.La recuperación histórica de nuestro pasado indígena y africano es uno de los temas básicos para la nueva historiografía latinoamericana.

7.La justa valoración de nuestras figuras históricas, como es el caso de Bolívar y de Zamora, debe contribuir a clarificar las enseñanzas del pasado y reivindicar los programas de cambio que aún conservan vigencia.

8.Recuperar la memoria de las luchas populares, y su influencia en la conformación de la sociedad venezolana, es otra actividad fundamental de la investigación histórica. Hasta ahora la burguesía escribió la historia para justificar su dominación. Al pueblo le corresponde ahora escribir la historia desde su perspectiva de liberación.

9.Existen numerosas áreas de debate entre la historiografía actual. La responsabilidad del historiador es confrontar esas perspectivas y contribuir a clarificar ante la sociedad los procesos que de una u otra forma han incidido y siguen incidiendo en nuestra actualidad.

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Notas

1.La manera de escribir la historia implantada entre los historiadores profesionales a partir de la II Guerra Mundial, la historia entendida como ciencia, de cuya puesta en práctica resultó una historia económico-social, estructural y objetivista, que propugnó la ambición ideal de una historia total y la necesidad de estudiar el pasado para comprender el presente y construir un futuro mejor, ha sido fuertemente cuestionada a lo largo de la pasada década, al tiempo que entró en crisis el proyecto filosófico común que la sustentaba, la idea ilustrada del progreso (Barros, 1995).

2.Entendemos por paradigma común el conjunto de compromisos compartidos por una comunidad científica dada: aquellos elementos teóricos, metodológicos y normativos, creencias y valores, que gozan en un momento determinado del consenso de los especialistas. Un paradigma global está, a su vez, formado por paradigmas parciales. El funcionamiento de un paradigma común es consustancial con la existencia de una disciplina unificada, se justifican mutuamente, y no excluyen la pluralidad de enfoques, incluso de escuelas, más bien lo contrario: nunca encontraremos plena homogeneidad teórica y metodológica entre los miembros de una comunidad establecida, ni tampoco es aconsejable en aras de la buena marcha de una disciplina científica (Barros, 1995: 102).

3.La llamada “década perdida” por los efectos desastrosos en lo económico y social para nuestros países. La crisis de los 80 echó por tierra los modelos de desarrollo por “sustitución de importaciones” que se habían aplicado en el período de posguerra como la pretendida vía latinoamericana para salir del subdesarrollo.

4.“...la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones fundamentales debido a que resultan necesariamente subversivas para sus compromisos básicos. Sin embargo, en tanto esos compromisos conservan un elemento de arbitrariedad, la naturaleza misma de la investigación normal asegura que la innovación no será suprimida durante mucho tiempo... cuando la profesión no puede pasar por alto ya las anomalías que subvierten la tradición existente de prácticas científicas, se inician las investigaciones extraordinarias que conducen por fin a la profesión a un nuevo conjunto de compromisos, una base nueva para la práctica de la ciencia. Los episodios extraordinarios que tienen esos cambios de compromisos profesionales son los que se denominan en este ensayo revoluciones científicas. Son los complementos que rompen la tradición a la que está ligada la actividad de la ciencia normal” (Kuhn, 1986: 26).

5.Centro de poder que está conformado por los países del Grupo de los 7, por los organismos multilaterales tipo FMI y por las grandes compañías multinacionales.

6.La Facultad de Humanidades de LUZ organizó el año pasado un Congreso de Historia en el cual sólo “los pares” (es decir, los especialistas) podían intervenir en algunas de sus sesiones. El público asistente se limitaba a observar el restringido debate. Por supuesto, los mismos especialistas determinaron quienes eran sus “pares”.

7.El premier italiano afirmó en Berlín el 26/09/01, que “no se puede poner al mismo nivel a todas las civilizaciones. Debemos ser conscientes de nuestra supremacía, de la superioridad de la civilización occidental”.

8.Historia a Debate ha celebrado dos congresos internacionales en 1993 y 1999, en la Universidad de Santiago de Compostela, España. A partir de 1999 constituyó una red a través de internet: www.h-debate.com, cuya dirección de correo es h-debate@cesga.es. Actualmente Historia a Debate abarca una comunidad de más de 1.500 historiadores de los cinco continentes. Su principal animador es el profesor español Carlos Barros.

9.Los autores y primeros firmantes del Manifiesto son: Carlos Barros, Universidad de Santiago de Compostela, España. Jérôme Baschet, École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, Francia, y Universidad Autónoma de Chiapas, San Cristóbal de las Casas, México. Boris Berenzon, Universidad Nacional Autónoma de México, México D. F. Micheline Cariño, Universidad Autónoma de Baja California Sur, La Paz, México. Francisca Colomer, Instituto de Enseñanza Secundaria, Murcia, España. Amelia Galetti, Instituto de Enseñanza Superior, Paraná, Argentina. Sergio Guerra, Universidad de La Habana, Cuba. Elpidio Laguna, University of Rutgers, Newark, New Jersey, USA. Germán Navarro, Universidad de Zaragoza, España. Gonzalo Pasamar, Universidad de Zaragoza, España. Juan Paz y Miño, Pontificia Universidad Católica, Quito, Ecuador. Eugenio Piñero, University of Wisconsin, Eau Claire, USA. Norma de los Ríos, Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico D. F. Reinaldo Rojas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto, Venezuela. José Javier Ruiz Ibáñez, Universidad de Murcia, España. Israel Sanmartín, Instituto Padre Sarmiento, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Santiago, España. Juan Manuel Santana, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España. Cristina Segura, Universidad Complutense, Madrid, España. Miguel Somoza, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, España. Guillermo Turner, Dirección de Estudios Históricos, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México D. F. Luz Varela, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Francisco Vázquez, Universidad de Cádiz, España. Jose Giraldo Vinci de Moraes, Universidade Estadual Paulista, Sâo Paulo, Brasil.

10.En octubre del 2001, los profesores de La Universidad del Zulia Antonio Soto, Johnny Alarcón, Norberto Olivar, Juan Romero y Roberto López, presentamos ante la comunidad académica de la institución el Manifiesto Historiográfico de Historia a Debate. Igual presentación realizamos en la Universidad Católica Cecilio Acosta.

11.La publicación en 1996 del libro “Sucre, su tierra y su gente”, resultado de una investigación realizada en el Municipio Sucre del Estado Zulia. Sus autores son Johnny Alarcón, José Luis Monzant, Norberto Olivar, Marlyho Boscán y Oscar Jiménez. Otras investigaciones realizadas no han sido publicadas.

12.Sobre esto del método histórico afirma Olabarri Gortázar : “Las únicas reglas del oficio (de historiador) son las reglas de procedimiento elaboradas por los eruditos europeos entre los siglos XVI y XIX, y que siguen siendo esenciales, indispensables, pero que no definen una ciencia, sino un oficio: establecer un hecho “verdadero” en su complejidad es una cosa, y buscar la ley que regule su aparición o existencia es otra. Estas reglas del método histórico sirven de base para todos los tipos imaginables de historia” (1993: 80) (negrillas nuestras).

13.En nuestra historia tenemos muchos ejemplos al respecto: la resistencia indígena ante la colonización; la resistencia africana ante la esclavitud; la gesta encabezada por Boves; los levantamientos campesinos del XIX; son todos procesos que han dejado profundas huellas en nuestra sociedad, aunque nunca alcanzaron el triunfo.

14.Hoy en día cobra fuerza la convicción de que las distintas civilizaciones surgidas en Africa, Asia, Europa y América desarrollaron más o menos en forma simultánea e independiente una serie de progresos culturales tales como la agricultura, la escritura, las matemáticas, el comercio y el urbanismo.

15.Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea.

16.Francis Fukuyama (intelectual estadounidense), sostuvo en una obra publicada en 1989 lo que él llamó “el fin de la historia”, entendiendo por ello que el modelo neoliberal imperante en el mundo globalizado era capaz de eliminar los conflictos en nuestras sociedades, destinadas a vivir en armonía de aquí en adelante.

17.Marx, al referirse al “método científico correcto” afirma: “Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida, y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición y de la representación” (Marx, 1980: 21).

18.Aunque en Venezuela no se produjo un esfuerzo particular de historiadores por analizar los sucesos del 27-28 de febrero de 1989 en el sentido indicado, los medios de comunicación privados sí realizaron una larga campaña que presentaba los acontecimientos como un acto delictivo que debía ser repudiado y nunca imitado.

19.Información sobre este juicio se puede obtener en la página web de la red Historia a Debate, en el aparte Academia Solidaria, Caso Raúl Dargoltz.

20.El Nacional, 22/07/01.

21.Ejemplo de ello son los reiterados llamados públicos a una intervención norteamericana en Venezuela con el fin de derrocar al gobierno constitucional de Hugo Chávez, realizados por intelectuales como Angela Zago.

22.La monarquía borbónica francesa fue restaurada en 1816, y en España Fernando VII abolió en 1814 la Constitución liberal aprobada en Cádiz y restauró el régimen absolutista.

23.Historiadores como Carrera Damas, Brito Figueroa y Juan Uslar Pietri han profundizado en estas opiniones de Bolívar y otros mantuanos sobre la amenaza de un eventual gobierno de los morenos. Henri Favre por su parte ha explicitado la visión abiertamente discriminadora que sobre los indígenas se forma Bolívar luego de su experiencia en los Andes ecuatorianos y peruanos, en la cual la mayor resistencia armada la encontró precisamente en pueblos indígenas que luchaban bajo las banderas monárquicas (Favre, Henri. S/f. Latinoamérica. Anuario de Estudios Latinoamericanos n°20. UNAM. México).

24.Carrera Damas afirma: “la independencia ... desde el punto de vista social representó exactamente lo que los criollos llamados realistas más temían, es decir la desarticulación de la sociedad, la subversión de un eficaz sistema de valores propios a su dominación como clase, y, en suma, el afloramiento y radicación de un estado de desasosiego en la clase dominante que se halla muy bien reflejado en el pensamiento de Simón Bolívar” (1986: 116).

25.Recordemos que la corona española había reconocido los derechos indígenas a poseer la tierra comunalmente, y a mantener su organización tradicional, es decir, los títulos de caciques.

26.Decretos del 4 de julio de 1825, en el Cuzco.

27.13/06/1821.

28.08/07/1826.

29.El biógrafo de Zamora, Laureano Villanueva, menciona la conocida frase de Zamora : “Lo que debe cogerse son los ganados, bestias y tiendas de los godos, porque con esas propiedades es con lo que ellos se imponen, y oprimen al pueblo. A los godos se debe dejar en camisa, pero la gente del pueblo, igual a usted, se respeta y se protege”. (1955: 250). El mismo Villanueva se refiere a las motivaciones de Zamora: “Su ambición constante consistía en servir al pueblo, a la manera de Tiberio Graco, con ciertas ideas utópicas de socialismo y de igualdad de bienes” (1955: 162).

30.Como: “Horror a la oligarquía”, “Oligarcas temblad”, “Tierras y hombres libres”, “Igualación social”, “el imperio de la mayoría”, de acuerdo a las investigaciones de Federico Brito Figueroa y otros autores (como Villanueva, Irazábal, Pérez Arcay, etc.).

31.“Con Ezequiel Zamora nace otro tipo de caudillo, cuyo poder no se sustenta en la propiedad latifundista, al estilo de Páez o de los Monagas, ni en el control coercitivo de la masa campesina, sino en bases programáticas identificadas con la causa federal y la ‘regeneración’ de Venezuela” (Banko, 1996: 189).

32.“El carácter de Zamora es el de un hombre sobrio y dueño de sí mismo. Su conducta privada es casi monacal. No bebe. No juega. Come sobriamente. Su cultura no es muy amplia, pero conoce bien su oficio militar. Un poco de Historia Antigua y mucho de historia nacional le sirven para dialogar con gentes cultas, que seguramente han debido asombrarse de la cultura de este jefe de montoneras” (Mujica, 1982:125).

33.Ver al respecto las proclamas de Zamora del 7/3/1859 en Coro, del 29/3/1859 en San Felipe y otros documentos que aparecen en la obra de Landaeta Rosales, Biografía del valiente ciudadano General Ezequiel Zamora. 

34.Al respecto mencionemos estas palabras dichas por Zamora: “...todo con el propósito de infundir a la tropa amor al pueblo y odio a los ricos, aunque fueran liberales...”. (Carrera Damas, 1985: 22).

35.En la Batalla de Santa Inés, el 9 de diciembre de 1859, Zamora derrotó al cuerpo de ejército principal del gobierno central. La estrategia de Zamora en esta batalla es considerada una obra maestra del arte militar, imitada incluso por academias militares norteamericanas. Véase a este respecto la obra de Jacinto Pérez Arcay sobre la guerra federal.

36.En contraste con la imagen que de Zamora tenían los jefes federales, Juan Crisóstomo Falcón no queda muy bien parado ante la historia. Héctor Mujica dice al respecto : “Es bien claro desde el comienzo que tanto Falcón como Guzmán Blanco representan la conciliación, la posibilidad de un entendimiento con el enemigo” (Mujica, 1982 :122). El mismo Emilio Navarro dice sobre él lo siguiente: “Por el conocimiento que tuve del General Juan Crisóstomo Falcón desde sus primeros días en la política, comprendí que este jefe era sumamente superfluo en la línea política...mi padre, el Coronel Carlos Navarro, como el modesto y sabio José Melitón Toledo andaban en pos de él, evitándole una multitud de flaquezas que diariamente cometía Falcón en Coro, con los enemigos del partido liberal, uniéndoseles en sus complots, ofreciéndoles sus servicios, méritos y prestigios a sus propios enemigos. Sólo con la ambición de figurar representaba este tristísimo papel, que los legítimos liberales trataban de disimular” (Navarro, 1976: 108).

37.Zamora tenía bajo su mando, al momento de su muerte, a 23.500 soldados de los tres ejércitos federales que lo habían reconocido como Jefe. Luego de Santa Inés la oligarquía caraqueña inició planes urgentes para huir hacia las Antillas (Brito Figueroa, 1981: 435).

38.“Existió entonces una nítida diferencia entre dirigentes y masa en lo concerniente al contenido de la federación” (Irazábal, 1980: 251).

39.Obras de Carrera sobre este aspecto: “Una nación llamada Venezuela” y “Formulación definitiva del Proyecto Nacional: 1870-1900”. Rodríguez Gallad, en su obra “Venezuela entre el ascenso y la caída de la Restauración Liberal”.

40.En sus obras “Cesarismo Democrático” e “Historia de la rebelión popular de 1814”, respectivamente.

41.Publicado en la Revista Minius, del Departamento de Historia de la Universidad de Vigo, en 1999.

42.Publicado en el Anuario de Estudios Bolivarianos, de la Universidad Simón Bolívar, en el 2000.

43.Un trabajo más extenso y completo sobre el tema ha sido publicado en forma de folleto por la Facultad Experimental de Ciencias de LUZ, titulado “El Protagonismo Popular en la Historia de Venezuela. Raíces Históricas del Proceso de Cambios”, en febrero de 2002.

44.En nuestro trabajo “Las luchas por el cambio social en Venezuela: 1958-1997. La democracia autogestionaria como alternativa ante la democracia de partidos”, publicado en 1998, abordamos el análisis del proceso de lucha social en los 40 años de democracia puntofijista.