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Cuadernos del Cendes

Print version ISSN 1012-2508

CDC vol.28 no.77 Caracas Aug. 2011

 

ENTREVISTA

Entrevista a María Maneiro Argentina: historia política reciente y cambios sociopolíticos (2001-2011) Miradas de una intelectual incómoda

por Armando Chaguaceda*

* Miembro del Observatorio Social de América Latina y coordinador de un grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Correo-e: xarchano@gmail.com

En diciembre de 2011 se cumple una década de las manifestaciones que dieron al traste con el gobierno de Fernando de la Rúa y, con su caída, marcaron el declive del modelo neoliberal impulsado por sucesivos inquilinos de la Casa Rosada. En los años siguientes (2001-2011) los argentinos han sido espectadores –y protagonistas– de una dinámica de desarrollo político signada por (re)cambios de gobernantes y movimientos sociales, políticas económicas y programas sociales, en medio de una aguda confrontación simbólica e ideológica. Esta cambiante realidad ha motivado enconadas polémicas en los medios públicos y privados (destacan las emisiones afines al Gobierno del programa de TV 6, 7, 8 y las posturas críticas desde los espacios del conglomerado Clarín), así como recientes análisis de intelectuales públicos como Ricardo Forster (El litigio por la democracia. La Argentina en el tiempo kirchnerista, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2011) y Beatriz Sarlo (La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010, Buenos Aires, Sudamericana, 2011) los que animan, con sus posturas, el debate nacional.

Aprovechando los diálogos e impresiones recabados en nuestra reciente visita al país austral y con el propósito de analizar algunos hitos de semejante evolución, hemos convocado a la colega María Maneiro para que comparta con los lectores de Cuadernos del Cendes su evaluación del acontecer y desafíos futuros que inciden en la vida de los argentinos. María Maneiro es doctora en sociología por el Instituto Universitario de Pesquisa de Río de Janeiro; investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y profesora adjunta en el Seminario «Procesos desafiliatorios y movimientos sociales», ambos de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Nuestra entrevistada es docente de la Maestría en Estudios Latinoamericanos (Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de de San Martín, Argentina) e investigadora miembro del grupo de trabajo de Clacso «Anticapitalismos & sociabilidades emergentes». Ha publicado libros y artículos sobre conflicto social, memoria de confrontaciones, movimientos sociales en Argentina y en América Latina. Acompaña y participa, en los años recientes y hasta el presente, en diversas organizaciones y luchas sociales de su país y la región. María es, al decir de Maristella Svampa, una intelectual anfibia, que combina la reflexión aguda con el activismo comprometido y que reivindica la capacidad/necesidad de moverse de forma «incómoda», no asimilada, en ambos campos de acción, cuestionando sus presupuestos, rituales y formas de expresión.

Armando Chaguaceda: Durante las manifestaciones del llamado «argentinazo» se asistió a la eclosión de piquetes populares y asambleas de clase media que parecían presagiar una evolución de las formas de organización y acción colectiva tradicionales. ¿Cuál es el saldo de ese proceso para la cultura y vida políticas argentinas?

María Maneiro: Tal vez un ejercicio interesante, antes de responder este interrogante, sea reflexionar acerca de lo que das en llamar el argentinazo. ¿Qué sucedió a finales de 2001? Varios intelectuales y estudiosos del tema coincidimos en entender que durante esos meses se produjo una confluencia de distintas fracciones sociales que se movilizaban con demandas diferentes. En esta yuxtaposición de movilizaciones se encontraron grupos que estaban en un proceso ascendente de sus luchas –como el movimiento de trabajadores desocupados–, en un marco de fragmentación de la clase trabajadora, se reavivaron las movilizaciones de algunas fracciones de asalariados –sobre todo los trabajadores estatales, fuertemente golpeados por los recortes salariales decretados–, se fueron creando nuevas instancias de politicidad local –que constituyeron asambleas barriales– y se congregaron ahorristas estafados. En un telón de fondo de gran descontento social y político, la consigna «¡Qué se vayan todos!» expresó y condensó transitoriamente la insatisfacción. Récord en todo tipo de formatos de protesta, los primeros meses del año 2002 constituyeron, al decir de Maristella Svampa, una temporalidad extraordinaria.

Para seguir, ahora sí, con la respuesta a tu pregunta, vuelvo de nuevo a tu introducción. La otra cuestión sobre la que me interesa que reflexionemos es acerca de la noción de presagio. Según la RAE, en su primera acepción, el presagio es una «Señal que indica, previene y anuncia un suceso». ¿Cómo podríamos entender esta triple dimensión de la noción al referirnos a los procesos de movilización de masa de 2001-2002? Sin duda las movilizaciones de fines de 200-principios de 2002 expresaron en un mismo momento una suma de agravios morales; en este sentido, se puede decir que constituyeron una señal que indicó y anunció el límite de la tolerancia moral. La enorme capacidad destituyente de estas movilizaciones estuvo ligada a la expresividad intersectada de estos agravios. Con todo, dichas intersecciones se sustentaban, como condición de posibilidad, en una frontera agraviante con direcciones disímiles. El ¡no! colectivo lograba aglutinar temporariamente a personificaciones con querellas diferentes, pero no generaba desde sí un proyecto que contuviera la diversidad.

Asimismo, al mismo tiempo, estos hechos de movilización a los que nos estamos refiriendo trajeron consigo un sentido distinto que aparece en la noción de presagio que bien tomaste en tu introducción. El presagio, tal como lo define la RAE, supone una señal que previene. Esta previsión es la contracara de estos procesos movilizadores; la previsión remite a las formas en que desde las instituciones de dirección de la sociedad, las instituciones de gobierno, se respondió a los procesos de movilización, a la forma de gestión del conflicto. En este sentido, me diferencio de quienes entienden que la principal forma de tramitación política de las movilizaciones se logró a partir de la represión física. Sin aminorar el peso político de las acciones represivas (estatales o paraestatales) de 2002 –que tuvieron su punto de mayor visibilidad en los acontecimientos del 26 de junio de 2002 con la represión en retirada y el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda, que signarán el Gobierno de Eduardo Duhalde en la memoria popular– considero que este no fue sino el elemento negativo del ejercicio del poder estatal, y entiendo que es en la capacidad productiva y generadora en donde está el foco de la tramitación política de los procesos de desborde.

Es sólo a partir de entender la génesis de la (re)canalización instituida de lo político como estrategia de prevención que se puede entender la sutura de estos momentos extraordinarios, volviéndolos a los cánones habitualizados que rigen las instituciones políticas. Es en este contexto que, ya en presentaciones previas, señalamos la centralidad de la puesta en marcha del Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados como la política asistencial más importante, hasta ese momento, llevada adelante en América Latina, y su importancia como antesala del proceso institucional que se abre con la gestión presidencial de Néstor Kirchner en el año 2003.

A.CH.: Un grito común (y recordado) durante las manifestaciones de 2001 era «¡Que se vayan todos!», aludiendo al corrupto y decepcionante desempeño de las élites político-partidarias de todo signo ideológico. ¿En qué medida las viejas organizaciones (como Unión Cívica Radical/UCR y el Partido Justicialista/PJ) o nuevas organizaciones (como el oficialista Frente para la Victoria) han tomado en cuenta aquel reclamo ciudadano, reformulando su actuación y programas políticos, en la década que ahora concluye? ¿Constituye el kirchnerismo una respuesta a semejante hastío del pueblo argentino?

M.M.: Los partidos políticos con mayor raigambre popular en la argentina han sido la UCR y el PJ. Comencemos con dos palabras sobre la UCR. Este es, de los dos, el partido más antiguo y su génesis está ligada a la expansión y profundización de la segunda ola de derechos pensados a la Marshall, los derechos políticos (para los hombres). En este sentido, la institución política de la UCR expresa y cristaliza el proceso de luchas que la excede y que tiene como uno de sus elementos centrales la demanda por el sufragio «universal», secreto y obligatorio. La concreción institucional de la participación político-electoral –como así también la apropiación de un proceso de luchas– quedó amarrada a esta expresión político-partidaria. En su momento histórico, la oposición al proyecto conservador –de expulsión política– se producía desde diversos territorios sociales: en el subsuelo político, fundamentalmente de la mano de los grupos anarquistas, que profundizaban y expandían sus querellas, y en el terreno de la superficie política en las contiendas electorales contra la oligarquía conservadora –no sólo por fuera sino también al interior de la UCR–.

No obstante, si este es el germen del surgimiento de la UCR como expresión e institución de un anillo de derechos y de expansión democrática, en su devenir no fue expandiendo y profundizando nuevas demandas democráticas, y fue anquilosándose frente a las demandas de nuevos derechos e institucionalidades. Con el surgimiento del peronismo, la UCR perderá la capacidad de aglutinación popular mayoritaria y quedará restringida a la expresión de fracciones liberales más o menos ilustradas de las clases medias y a la expresión de ciertos caudillismos locales. La reactualización de las demandas de derechos políticos –frente al papel ambiguo, cómplice y/o promotor del aniquilamiento por desaparición en el seno de los candidatos electorales del peronismo a comienzos de la década de los ochenta– posibilitó la victoria alfonsinista en la posdictadura; no obstante, la incapacidad de ejercer una política con alianzas sustentables hizo que Alfonsín tuviera que dejar su presidencia ante el golpe económico de 1989 expresado en los procesos hiperinflacionarios.

En la década de los noventa desde la UCR intentarían diversas alianzas con las fracciones disidentes del peronismo. La Alianza por la Educación, la Justicia y el Trabajo es el nombre que adquirió este frente que ganó la contienda electoral presidencial en 1999, cuyas políticas poco se diferenciaron del menemismo, y es su debacle la que describimos en la pregunta anterior. En este sentido, el proceso de retracción, debilitamiento y anquilosamiento de la UCR posee un itinerario más antiguo cuya punta del iceberg es el proceso que reseñamos con antelación.

El peronismo surge en la década de los cuarenta como expresión de los trabajadores integrados o en proceso de integración social, asentándose sobre los soportes de la movilización de izquierda (comunista, socialista y anarquista). Este proceso de apropiación y resignificación política logra anudar a la mayor parte de los trabajadores en una expresión movimientista que se vincula con la ciudadanización –precaria e incompleta, pero sustancial en términos de reconocimiento y productividad política– de la tercera ola de derechos pensados desde la perspectiva de Marshall.

El peronismo, como movimientos social y político, siempre ha excedido sus referencias político-partidarias. Los recurrentes procesos de proscripción política y las dictaduras militares –y las acciones de resistencia por fuera de los cánones institucionales– no han sino exacerbado esta característica que contenía ya en su génesis. El peronismo condensó en su seno diferentes orientaciones políticas y tradiciones institucionales. Si tradicionalmente la columna vertebral del movimiento era el movimiento obrero, este mismo contenía en sí tanto a la burocracia sindical como a muchas referencias de un sindicalismo clasista de base. Los resultados de las disputas político-militares de la década de los setenta y el alineamiento final de Perón con los sectores más retrógrados del movimiento evidenciarían las dificultades de aglutinación interna en un movimiento tan complejo.

La pérdida electoral de 1983 (como ruptura de la «ley de hierro» del peronismo, que nunca había perdido en unas elecciones sin proscripciones) sería el botón de muestra de estos coletazos. Con contadas excepciones –cortas y subnacionales–, el peronismo electoral posdictatorial fue deshaciéndose de su «parte maldita», es decir de su componente popular y díscolo. No obstante, como dijimos con antelación, la productividad popular peronista excede sus correlatos electorales y partidarios y constituye un magma cultural popular que parece permanecer latente incluso en períodos en los cuales las instituciones formales del peronismo defeccionan.

La crisis de 2001 generó un nuevo momento de reordenamiento del peronismo electoral. Ante la crisis de correspondencia que evidenciaba una complejidad y diversidad social que no lograba ser canalizada por desde los arreglos institucionales clásicos, el peronismo se abre a nuevas inclusiones (¿transitorias?) y diseña en ciertos casos otras modalidades institucionales de integración que reconozcan grupos sociales aún no tenidos en consideración. El Frente para la Victoria no es más que el nombre institucional y electoral de este reacomodamiento y de este proceso de ampliación política en un nuevo contexto social y político, que logra aglutinar, con una correlación de fuerzas que se va modificando con el pasar de los años, a muchos sectores que componían este peronismo partidario posdictatorial que promovió y llevó las políticas retardatarias del neoliberalismo con aquellos sectores que se habían ido distanciando del movimiento por disentir de las mismas (y que fueron forjando otros movimientos e institucionalidades). En este nuevo cóctel se suman los sectores más progresistas y se separan (probablemente en forma temporaria) algunas fracciones más retardatarias (en términos de concepción del ejercicio del poder) del movimiento.

Ya mencionamos la capacidad (re)institucionalizante de la gestión presidencial de Eduardo Duhalde. Dentro de este marco de enorme productividad canalizadora del peronismo, el primer año de gestión del presidente Néstor Kirchner (2003-2007) fue nodal en términos de dar cauce institucional a los agravios movilizantes de los años extraordinarios. Con todo, esta potencia incluyente, desde mi perspectiva, se fue diluyendo en el marco de las tradiciones peronistas clásicas. Nuevos procesos de lucha se expresan tanto en el interior de peronismo como con otras fracciones con las que se disputan la dominación, pero estos, considero, evidencian más una lucha interburguesa con efectos generales, que un conflicto en que los protagonistas sean los sectores populares en forma autónoma.

A.CH.: Siendo un país de enormes recursos naturales y humanos, las políticas neoliberales indujeron a los conductores de la economía argentina a privilegiar la exportación de materias primas (commodities) y expandir el sector inmobiliario-financiero, produciendo resultados económicos contradictorios y una aguda crisis social. ¿En qué medida se ha dado una continuidad o ruptura de este patrón de crecimiento/desarrollo con las administraciones de los Kirchner?

M.M.: Como otras experiencias «progresistas» de la región, el patrón de desarrollo no se ha modificado. Vivimos un contexto económico excepcional por la valorización de las commodities. Este telón de fondo es el que ha promovido el ingreso de una masa dineraria excedentaria que posibilitó la reversión de la contracción de la economía, el aumento del empleo y viabilizó la disminución de la indigencia y la pobreza. Con todo, este momento excepcional no está siendo utilizado para modificar el patrón de desarrollo, que sigue teniendo como eje el modelo extractivista y neodesarrollista. Si no se revisan las bases de este modelo seguiremos vulnerables a la situación internacional en un contexto de mayor despojo de los recursos naturales.

A.CH.: Es conocido el crecimiento del número de trabajadores ocupados y, en el sector más calificado, de los salarios, mientras subsiste una vasta capa de trabajadores en el sector «informal» y un vasto sector con salarios bajos. ¿Qué efectos produce desde el punto de vista de la unidad de la masa laboral y de la visión política de esta? ¿Qué se está produciendo en las centrales sindicales con la incorporación al trabajo de millones de jóvenes, con concepciones de la vida y aspiraciones no tradicionales?

M.M.: Es interesante lo que preguntas porque si bien es sabido que el proceso de crecimiento económico que se inicia en 2003 ha sido un fuerte productor de nuevos empleos, es menester recordar que los mismos se caracterizan –en un porcentaje considerable– por su inserción endeble y sus bajos salarios. La poscrisis del desempleo ha traído consigo un nuevo escalón en la precariedad de los nuevos empleos. En este sentido la revalorización de los derechos laborales plenos adquiere una nueva centralidad. Asimismo, esta crisis que mencionamos ha posibilitado, en algunos casos, nuevas experiencias de socialización –en los tiempos de hiperdesempleo– que no logran integrarse plenamente en las formas corporativas de las instituciones sindicales clásicas. Un momento de mayor complejidad social debería ir de la mano de instituciones que superen su corporativismo cerrado y que logren (re)inventarse democráticamente. Sin embargo, si bien existen algunas experiencias de base que trascienden los cánones tradicionales, el sindicalismo hegemónico, si bien ha tomado un nuevo protagonismo y ha dirigido los procesos de lucha generales por la defensa del valor adquisitivo del salario, lo ha hecho desde sus modalidades de protesta y negociación tradicionales.

A.CH.: Recientes procesos electorales arrojan resultados contradictorios para la política nacional. Por un lado se consolida la legitimidad (y oportunidades) de la presidenta Cristina Kirchner al resultar, primero, la candidatura mejor votada en las elecciones internas de los partidos, alcanzando después en las elecciones presidenciales una ventaja récord frente a las apuestas de una fragmentada oposición. Por otro lado Mauricio Macri, gobernante de la ciudad capital y adversario del kirchnerismo, también cosechó éxitos en elecciones locales. ¿Que presagian estos resultados de cara a los escenarios políticos del futuro?

M.M.: Antes de ingresar en los resultados, cabría una reflexión acerca de estas votaciones primarias, que se implementan por primera vez en la Argentina, y que surgen como resultado del «temor» de la clase política ante procesos emergentes en 2001-2002 y que refieren, entre otros aspectos, a la pérdida de referencialidad de las instituciones político-partidarias como nudos de mediación entre el Estado y la sociedad.

Las elecciones «PASO» (primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) constituyen una modalidad general de selección de candidaturas para cargos públicos electivos nacionales y de habilitación de partidos y alianzas para participar en la competencia. Como se desprende de su misma definición, esta instancia tiende a reducir y limitar las presentaciones a aquellas que hayan alcanzado –como mínimo– el umbral de 1,5 por ciento de los votos en cada una de las celdillas. Este proceso de selección posee rasgos que, desde mi punto de vista, limitan la ya estrecha capacidad democrática de los actos electorales, estrechando las expresiones de la diversidad que, sin ir más lejos, demandaban muchos sectores movilizados pocos años atrás, promoviendo el recambio entre menos y más encriptados referentes político-partidarios.

Ahora sí, yendo a los resultados electorales, debemos decir que estos dan cuenta –una vez más– de la enorme productividad política del peronismo. Asimismo, tales corolarios expresan, también, la extendida modalidad conservadora que posee el voto en tiempos de sostenido crecimiento económico (han ganado la mayor parte de los oficialismos en las diferentes instancias de gobierno). Estos resultados evidencian, por último, la escasa capacidad política de cualquiera de todos los pretendidos proyectos de oposición.

En relación con lo sucedido en la ciudad, las elecciones primarias nos llevan a reflexionar, por una parte, acerca de los peligros del voto antiperonista, que fomenta y sostiene candidaturas explícitamente de derecha. En torno a la gran elección de Cristina Fernández, los resultados nos invitan a pensar acerca de las dificultades de un proyecto popular que tienda a construirse de manera autónoma a los itinerarios del peronismo, una deuda aún pendiente.