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Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.11 n.32 Maracaibo ene. 2006

 

Bases para un enfoque iberoamericano del mundo actual 

Alberto Wagner De Reyna 

Filósofo Eméritus de la Universidad de San Marcos, Lima, Paris, Francia. 


RESUMEN 

El prominente filósofo existencialista católico, Alberto Wagner de Reyna (Lima, Perú, 1915), testigo privilegiado del s. XX, echa una mirada iberoamericana desde los albores del s.XXI, al presente y el futuro de Occidente. Resalta su crítica al paneconomismo, la globalización, y a la tecnificación desmedida de la razón moderna, en pro de una condición humana a la vida negada, contradictoriamente, a la mayoría de las personas. La otra Historia de Occidente, considera Wagner de Reyna, está por hacerse desde una Iberoamérica católica. En nosotros, el futuro se hace esperanza y restauración: humana y divina.

Palabras clave: Iberoamerica, globalización, Occidente, economía. 


Bases for an Ibero-American Focus of the World 

ABSTRACT 

The prominent, catholic, existentialist philosopher, Alberto Wagner de Reyma (Lima Peru, 1915) who was a privileged witness of the XX Century, focused on Spanish-America from the beginning of the XXI century to the present and the future of the West. His criticism of pan-Americanism, globalization, and the excessive technification of modern thought stands out in favour of the human condition of life which is negated in a contradictory manner for the majority of the people. The other history of the west, according to Wagner de Reyna, is being constructed by catholic Spanish-America. In Catholic Latin-America he finds future hope and restauration, both human and divine.

Key words: Spanish America, globalization, the western hemisphere, economy. 

Recibido: 25-07-2005

Aceptado: 05-10-2005

A) SITUACIÓN MUNDIAL 

    I. El mundo – por lo menos en la parte significativa de él– está actualmente globalizado: forma una unidad en la cual los diferentes componentes –geográficos, políticos, sociales– se miden por un denominador común que es la Economía. Está en vigencia un “paneconomismo” que, por sobre entendido, ya no se suele comentar ni menos censurar. La globalización es económica, e imperativa para todos. 

    II. El paneconomismo ha llegado a su fase mas extrema: el pancrematismo, es decir a la reducción de todo a su valor monetario. Todo se “cotiza” en dinero, todo (trabajo; honor, relaciones humanas, vida, muerte...) es mercadería y como tal tiene su precio en numerario. Las comparaciones entre datos cualitativos se realizan por la reducción de las calidades a una escala cuantitativa correspondiente a valores monetarios oficialmente confirmados. 

    III. Esta “monetización” universal corresponde a la matematización del pensar contemporáneo, matematización que es propia de la tecnificación de la vida y de la ciencia que definen la actualidad histórica de hoy, como consecuencia de la evolución de Occidente en los últimos 5 siglos. 

    IV. La globalización del mundo descansa sobre presupuestos de la “cultura occidental” que se han impuesto por diversos medios –bélicos, intelectuales, económicos (algunos laudables, otros censurables)– desde Europa al orbe entero. 

    V. Paralelamente se advierte en Occidente –el promotor y principal responsable de la globalización– un alejamiento de las bases de su propia esencia, una desviación del propio modo de ser. Occidente es el producto histórico de la confluencia de lo judío, lo helénico y lo romano, bajo la acción determinante del Cristianismo, en que la síntesis de sus componentes cobra su cabal realización. Considérese este hecho como derivado de un factor sobrenatural o como una manifestación humana, es evidente que define la entidad e identidad del Occidente. Síntoma evidente de este alejamiento, que se ha calificado de “traición” y contra la cual no han faltado protestas, es que en el proyecto de Constitución Europea no se mencione ni a Dios ni al cristianismo. 

    VI. Esta desviación –o, si se prefiere, evolución– de Occidente se expresa en una laicalización de la sociedad (desde fines de siglo XVIII), por una búsqueda de bienestar y autosatisfacción, gracias a factores inmanentes a la naturaleza humana. A ellos se suman (a veces como determinantes y otras como concomitantes) ciertos modos de espiritualidad ajenos al cristianismo (budismo, Islam, culturas indígenas o exóticas, mística ecologista...), o la elevación a una quasi –religiosidad de diversas posiciones de conciencia– enfáticamente humanas– en los últimos siglos (libertad, democracia, derechos humanos, humanismo ateo...). La desviación del modo de ser de Occidente constituye el materialismo actualmente imperante, que caracteriza nuestra civilización de abundancia y desperdicio, de permisividad y espectáculo, y que en ella históricamente se expresa. Progreso y “desarrollo” –conceptos clave de ella– se entienden fundamentalmente como fenómenos económicos o que suponen base promotora con función económica. 

    VII. Al lado del materialismo que corroe a Occidente, se presenta, especialmente para Europa, un fenómeno más, que recuerda y revive acontecimientos históricos. Es el avance del Islam, ya sea agresivamente (atentados terroristas) ya sea subrepticiamente como infiltración en la sociedad europea (inmigración – masiva y a veces incontrolada–, integración, proselitismo, pero también afirmación de su diferencia y consiguiente reclamación de derechos). Geográfica ilustración de la importancia mundial del Islam es la banda multiétnica que ésta constituye, y que atraviesa el globo desde el Pacífico al Atlántico, desde Indonesia – con la intermitencia de la India – hasta Nigeria, a través de Asia y África. 

    VIII. Su penetración en Europa es una parte –esencial– de la “reconquista” y dominación programada por el Islamismo (el Islam beligerante), uno de cuyos episodios espectaculares fue el ataque a New York y Washington en septiembre de 2002. Este crimen monstruoso lleva, sin embargo, a una pregunta esencial: En qué se basa el odio que el atentado pone de manifiesto? No puede ser solo en la perversidad del hecho, pues ha de tener por lo menos una causa ocasional? No será, precisamente, la desnaturalización de la cultura occidental que provoca y despierta viejas pulsiones? El materialismo globalizador que ofende a la religiosidad de una cultura oriental? O es solo el empuje de ésta que lleva al asesinato colectivo? De todos modos, el crimen sugiere un examen de conciencia de Occidente. 

    IX. Dentro del ámbito occidental materialista se advierten, sin embargo, ciertas reacciones. Por lo pronto un fundamentalismo cristiano (protestante), que acaba de ganar las elecciones en los EE.UU. Paradoja o lógica consecuencia, ello se produce en un ámbito en que el paneconomismo –modo de vida y orientación política– alcanza su más alta realización. 

    X. De otro lado, advertimos que, precisamente a base de los postulados en que se apoya la laicalización, se elabore una doctrina –de “espiritualidad” inmanente– a la que ya se ha aludido. Trata ella de corregir los excesos –egoístas– de la propia posición intelectual o ideológica: el humanitarismo, altruismo liberal sin transcendencia, centrado en la eficacia. No es de extrañar que en esta manifestación se junten y convivan los elementos encontrados que dan lugar al “charity business”. Es este un factor ineludible de la vida internacional contemporánea, a ratos infestado de inconfesadas intenciones políticas, ideológicas o comerciales. 

    XI. Por fin, no olvidemos la admonitora voz de la Iglesia católica, en permanente protesta contra el paneconomismo (su “opción por los pobres”), el desorden moral y el menosprecio de la vida en aras de la comodidad personal (aborto, anticoncepción...) y en general en defensa de la ética y tradición cristianas. Tal posición la coloca, para algunos, fuera de la modernidad –otro nombre de la desviación cultural de Occidente–. Otros, empero, reconocen en esta protesta la afirmación del auténtico espíritu de Occidente. 

    XII. En este contexto cabe señalar que la Religión Católica –según datos oficiales de 2003– cuenta con 1. 089 millones de fieles en el mundo, de los cuales casi 50% se encuentran en el continente americano (más de la mitad de ellos en Iberoamerica), 25% en Europa y 10% en Asia. Pero también hay que decir que la práctica religiosa ha decaído, en los últimos tiempos, en Europa, y que, en cambio, en África está en aumento. Todos estos datos han de ser tenidos en cuenta para una apreciación cabal del mundo de hoy. 

B) LAS FUERZAS DE ESTE MUNDO 

    XIII. Dentro de una visión simplificadora se puede decir que son cinco las fuerzas –constituidas por magnitud de población, poder económico, voluntad de mando, dominio de tecnología, armamento, etc. –que actúan en el mundo actual: (a) EE.UU. de América (potencia actualmente dominante), (b) Europa (agrupándose en la UE), (c) Rusia, (d) China y (e) la comunidad arabo-musulmana. Dignos de consideración en este contexto son también el Japón –que tuvo gran empuje a fines del siglo pasado– y la India –cuya importancia se prevé para el presente– . Cada una de estas fuerzas es un centro de gravedad para sus vecinos geográficos. Vacíos de fuerza son Iberoamerica, Australia (y su región) y el África (en cuanto no integra de comunidad musulmana). 

    XIV. Hasta la desaparición de la URSS., la situación mundial era de fácil comprensión: la guerra fría. De un lado la Alianza del Atlántico (EE.UU. y sus aliados), del otro, la URSS y los suyos. Al margen, pero con inclinación hacia el campo “progresista”, los No alineados, correspondientes al “Tercer Mundo”, o países “en vías de desarrollo”. Esta tripartición no era solamente política sino con proyecciones económicas e ideológicas. Iberoamerica estaba de hecho en el tercer grupo, con simpatías –por lo general– hacia el segundo, aunque tratando de no romper puentes con el primer grupo. El “Tercer mundo”, por su carácter mayoritario, tenía políticamente cierto peso en los Organismos internacionales, que no correspondía a la realidad “en el terreno”. 

    XV. Esta situación ha desaparecido con el fin de la “guerra fría” entre EE. UU y la URSS por la disolución de ésta. Se han producido entonces los siguientes fenómenos: distanciamiento entre EE. UU y Europa, perdida de poder de Rusia, surgimiento de la China como gran potencia mundial, guerra no convencional entre EE. UU y el Islam. En esta nueva composición juega la comunidad arabo-musulmana un doble papel: solidaridad con EE. UU y complicidad con los terroristas correligionarios. En ella participa Europa tratando de no comprometerse. 

    XVI. La tendencia “izquierdista” –por llamarla así– subsiste sin embargo, como una conjunción de ideologías que se manifiestan sobre todo políticamente en diversas formas. Allí se juntan elementos neomarxistas, ecologistas, tercermundistas, anticapitalistas, antiimperialistas, antiliberales, etc, tanto en el plano intelectual como de agitación social. 

    XVII. Es esta tendencia componente importante del antimundialismo o altermundista (y en escala continental: euroescéptico) al cual se unen corrientes pacifistas, nacionalistas y aun cristianas o de otras religiosidades (Porto Alegre). Frente a ella hallamos, como expresión supuestamente progresista de la “autotraición” de Occidente, el vasto panorama de los medios de comunicación “políticamente correctos”, que dominan el globo y garantizan su globalidad, simultaneidad y fluidez económicas (Davos). Ambos frentes son “simétricos”, rivales y explicables por las vicisitudes del Occidente. 

    XVIII. Cabe la pregunta: ¿Cuál es la posición –el “lugar”– de Iberoamérica en este cuadro? Por lo pronto, y negativamente, hay que decir que, con el África negra, sigue careciendo (pese al esfuerzo de algunos de sus líderes) de verdadera gravitación (política, económica, en materia de comunicación de masas, científica, etc.) mundial. Su significación universal radica en otro campo. 

C) IBEROAMERICA 

    XIX. Iberoamérica, Latinoamérica o América al Sur del Río Grande –no vale la pena discutir sobre nombres–, pertenece a Occidente, no solo por la geografía – pues queda al Oeste del Occidente mismo, sino por su historia. Es ella –con insignificantes excepciones– la proyección al otro lado de Atlántico de España y Portugal, como los EE.UU (y Canadá) de Gran Bretaña (y Francia). Este proyección (conquista, asimilación cultural, evangelización) se lleva a cabo con características que los historiadores retrospectivamente discuten. Tenemos así tanto una “leyenda negra”, como una “leyenda rosada”; el hecho, sin embargo, es que el Occidente –el Cristianismo– se implanta desde el siglo XVI en esas tierras, y como cultura recibe el aporte de las civilizaciones y sensibilidad indígenas. 

    XX. Se puede hablar, como resultado de este encuentro, de una “cultura criolla (o mestiza)” o simplemente considerar que la cultura del Viejo Mundo asumió diversos rasgos de lo indígena y que de este modo se constituye un “matiz” de ella en el Nuevo Mundo. También aquí caben diversas “lecturas” de una realidad; pero es indiscutible que Iberoamérica –espiritual y materialmente, histórica y vitalmente– es una parte de Occidente con determinadas características especificas, que no niegan lo genérico de Iberia-derivadas de la raza, sensibilidad y ambiente físico del continente transatlántico. 

    XXI. Las discusiones sobre indigenismo, hispanismo, latinidad, neocolonialismo, desarrollo, etc., confirman la pertenencia de Iberoamérica a Occidente pero a la vez su marginalidad en él. Se puede decir que el subcontinente se halla en una tensión entre Occidente y Tercer Mundo (para retomar una terminología en boga hace algunos decenios). 

    XXII. En este Occidente marginal que es Iberoamérica, como suele acontecer con otras marginalidades, se conserva en su pureza, en su espontaneidad original, su tradición cultural, en este caso el espíritu de Occidente. Gracias al aporte indígena (que no lo niega sino más bien lo pone de relieve), gracias a la cercanía a la naturaleza –lo étnico y telúrico– sobrevive, con mayor intensidad que en sus centros de gravedad, la auténtica esencia de Occidente. Se puede decir que –entre los dos océanos– ha servido de “arca” Iberoamérica –como la de Noe en el diluvio– para salvar esa esencia. Pese al mestizaje y otras singularidades de su cultura, en Iberoamérica ha funcionado en forma más superficial la “autotraición” que hemos señalado. Si bien recubierta por el mismo paneconomismo que otras regiones del globo, este le es accesorio y accidental: tras manifestaciones que parecen emparejar a Iberoamérica con el resto de Occidente, persisten vivas en lo sustancial las esencias matrices de éste. 

    XXIII. Es Iberoamérica la comarca mundial más occidental de Occidente y también su componente más joven. La más separada de Oriente y la que le hace frente por encima de la inmensidad del Océano Pacífico. Con 15 siglos menos que el “núcleo” de Occidente (la Europa cristiana) tiene aún la ingenuidad de la adolescencia, lo que es un tesoro pero también una desventaja. 

    XXIV. Turistícamente aparecen como curiosidad pintoresca; sociológicamente, como atraso; psicológicamente, como abulia, esa “real gana” dominante, ese desprendimiento repentino de lo crematístico, esa religiosidad (que suena a mentalidad primitiva cristiana), esos anacronismos románticos, esa violencia por razones que no la requieren pero que está ausente allí donde el “mundo moderno” la aprecia. Ésta y otras manifestaciones que se antojan exóticas, atestiguan la supervivencia de la prístina manera de ser occidental en Iberoamérica. 

    XXV. Quizás explique la historia esta situación. Descubrimiento y conquista se realizan en el Renacimiento, pero en Indias sobrevive el espíritu de la Edad Media. Durante la colonización ibérica, el reflejo del Siglo de las Luces, debido a la distancia geográfica es débil; la independencia si bien se lleva a cabo bajo la estrella de la Revolución francesa y de Napoleón, está inicialmente influida por las tradiciones de los viejos Fueros, que reconocen la devolución de la soberanía al pueblo cuando falta el monarca (en este caso los reyes legítimos peninsulares). Lo “godo”, como lo “luso”, sobreviven en América, con su modo de Cristianismo anteriores a la Reforma protestante. 

    XXVI. Esto, desde luego, no significa que el ámbito latinoamericano no esté invadido por la modernidad paneconómica imperante así como por sectas cristianas, de origen extranjero, nacidas y crecidas (oh paradoja!) al amparo de ella. Con generosidad bien estudiada –y desde luego bien venida– atraen prosélitos que se “convierten” y resultan a su vez agentes involuntarios de de la “autotraición” de Occidente. 

    XXVII. En síntesis: No se trata de pintar un cuadro “bucólico” de la autenticidad occidental de Iberoamérica. Hay que reconocer sus muchos defectos, pero urge afirmar que –pese a todos los puntos negativos que puedan aducirse– su mentalidad actual se halla más cerca de la espiritualidad primigenia, esencial y tradicional de Occidente, hoy puesta en tela de juicio por quienes, por responsabilidad histórica, debieran ser sus guardianes y defensores. No quieren estos juicios ignorar las saludables y a veces heroicas reacciones en el Occidente metropolitano contra el paneconomismo (industrialización tecnológica, despersonificación y mercantilismo, nivelación y – dialécticamente– acelerada separación de niveles, etc.) sino poner en evidencia la marcha de la historia, una marcha que –según algunos– llevará a cataclismos ecológicos, atómicos, sociales... 

D) MIRANDO AL FUTURO 

    XXVIII. Ante esta realidad global cuál puede ser la posición de Iberoamérica? Ha de contentarse con una pasividad defensiva para preservar su identidad? O más bien: Para ser consecuente consigo misma qué acción le incumbe emprender a fin de lograr una restauración de Occidente y su espíritu en toda su plenitud? Es esta una decisión de transcendencia histórica, que compromete su esencia misma. 

    XXIX. El Occidente, movido por la fuerza de su cristiandad –que le es inmanente–, es fundamentalmente dinámico, emprendedor, deseoso de comunicar su mensaje y su vida a toda la humanidad. No es otro el sentido profundo de la “expansión” (cultural, política, económica): en su origen y finalidad es evangelización, como integración espiritual del orbe entero, en cumplimiento del mandato de Cristo a sus discípulos. 

    XXX. En este sentido se ha movido la acción de Occidente en la historia; en ese mismo ha de seguir si no quiere traicionarse. Y a Iberoamérica le incumbe, ahora, en el momento actual (en que desfallece la conciencia y el empuje de Occidente en su tradicional centro de gravedad), asumir la responsabilidad de ser el actor, el protagonista, de esta marcha ecuménica hacia lo Alto que constituye su esencia.     

    XXXI. Detrás de la evolución histórica (de acontecimientos, fuerzas y fines humanos) se halla –invisible a los ojos de quienes no quieren ver– un trazado, una dinámica transcendente de la cual solo puede dar razón la Providencia. Y el Occidente ha sido fiel a este designio hasta que comenzó a distanciarse de su sustancia histórica y espiritual, hasta caer en la “autotraición” que lo ha colocado en la encrucijada actual. Y, pese a quien pese, sólo Iberoamérica puede, hoy, lograr su restauración. 

    XXXII. ¿Cómo puede ser esto? No sería ella una tarea que va más allá de las fuerzas de un subcontinente marginal? Se encuentra éste en condiciones de hacerlo? Sería su función aceptada por quienes desde antiguo lo desdeñan? Hasta qué punto tiene Iberoamérica conciencia de sí misma como para asumir tal responsabilidad? No es todo esto una utopía? O un deseo piadoso? Un fantasear de filósofo desocupado? 

    XXXIII. Estas y otras preguntas semejantes no carecen de fundamento. Veamos, por ello, más de cerca el problema. La historia nos enseña que ideas o iniciativas que al comienzo parecían poco realistas o inadecuadas a la realidad se desarrollaron después y tuvieron incidencia determinante en los acontecimientos. Las circunstancias, a veces, se presentan de tal manera que soluciones que antes no parecían factibles resultan, al final, eficaces. Y que, por demás, no había otra salida. 

    XXXIV. Quién puede señalar a Occidente el camino para volver a su cauce? Por cierto que no aquellos que lo desviaron de él. Los no-occidentales? Inimaginable. Sólo puede hacerlo el propio Occidente desde su el “último reducto” que queda fiel a sí mismo: Iberoamérica. Pero ¿cómo? Implicaría ello separar a Occidente de las “conquistas” logradas desde el siglo XVIII, y que nos han llevado a la situación actual, “conquistas” que hoy le son consustanciales. Hay que hacer aquí distinciones. 

    XXXV. Un buen número de estas “conquistas” son laicalizaciones de ideas cristianas: fraternidad, persona humana y sus derechos (el hombre es a semejanza de Dios, como tal merece el respeto y garantía de su condición), libertad (libre arbitrio), etc. O si no legado de Grecia y Roma: democracia, acceso a la justicia, etc. Urge devolver a todos estos conceptos, para su actualización en la práctica contemporánea, su prístino sentido espiritual o jurídico. No se trata de instaurar un Estado teocrático sino de devolver su “densidad” mental a los objetos de nuestra intelección relacionados con la política. 

    XXXVI. El verdadero problema se presenta con el paneconomismo, al cual estamos todos “integrados” y que crea injusticias y desigualdades trágicas entre seres humanos y pueblos, de suerte que una minoría disfruta de bonanza y que un gran sector de la población del globo sufre de miseria física y moral. 

    XXXVII. Aquí se hace necesaria una heroica “operación quirúrgica en la conciencia colectiva”, una “revolución restauradora” axiológica: devolver a la pobreza su carácter de “valor”. Pobreza como “suficiencia” material y moderación, se entiende. Dar prioridad al espíritu frente a la materia, al espíritu de pobreza, que nos enseña el Evangelio. 

    XXXVIII. Repensar las bases cristianas de nuestra civilización, localizar las desviaciones –sus causas y sus efectos–, imaginar estrategias de reforma y reconquista del auténtico sentido de Occidente, así como los métodos para ponerlas en práctica... Todo ello es una inmensa –pero altamente gratificante– labor intelectual, (moralmente imperativa) que se presenta a los pensadores, educadores y políticos de Iberoamerica en este comienzo de siglo. Es un desafío al cual no podemos sustraernos: la vocación universal del occidentalismo que encarnamos y de nuestra especificidad de nuestra juventud en él, nos impulsa a la generosidad y a la afirmación del mensaje recibido de Cristo. 

    XXXIX. La recuperación de Occidente desde Iberoamérica solo podrá, sin embargo, realizarse si esta tiene conciencia de su Catolicidad que le es históricamente consustancial. Contra ella conspiran no solo el “espíritu del siglo”, es decir el paneconomismo ambiente, sino también la acción proselitista de sectas –cristianas o paganas– y “religiones” naturalistas, algunas de las cuales con pretensiones mesiánicas. 

    XL. Desde luego que una acción de esta clase no ha de llevarse a cabo por violencia –una guerra como la declarada por el Islam a Occidente–, lo que sería contradictorio con el fin perseguido, sino por caminos que son propios del Occidente: la reflexión, la concienciación, el ejemplo, la propuesta de soluciones e ideales... No excluye ello la firmeza o la innovación en cuanto a argumentos y medios; por el contrario abre la puerta a la fantasía –y a la emoción–, en un terreno de la cual la eliminó el materialismo triunfante. 

    XLI. Solo falta poner manos a la obra. Juntar operarios decididos a triunfar. Conseguir los medios materiales necesarios a la acción. Prever la resonancia y difusión del mensaje. Sólo eso, que es poco para quienes tienen fe en Dios y esperan su bendición. 




                                                                                           Paris, febrero A.D. MMV.