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Utopìa y Praxis Latinoamericana

versión impresa ISSN 1315-5216

Utopìa y Praxis Latinoamericana v.12 n.37 Maracaibo jun. 2007

 

Fernando Aínsa: la seducción por la utopía revolucionaria en América Latina

Fernando Aínsa: Seduction by the Utopian Revolution in Latin America

María RAMÍREZ RIBES

Fundación para la Cultura Urbana, Club de Roma, Caracas

RESUMEN

El texto intenta hacer una revisión de lo que ha sido la propensión utópica en América Latina en base, primordialmente, a la obra de Fernando Aínsa, tomando en cuenta el viaje de ida y vuelta que ha realizado la utopía entre el Viejo y el Nuevo Mundo y su vínculo con el proceso de formación de las jóvenes repúblicas en momentos en que cuanto más utópicas y republicanas eran las cartas constitucionales más despóticos eran los gobiernos de turno. Esta brecha entre la utopía soñada y la realidad vivida se hace de nuevo presente en la revolución cubana, en la actual revolución bolivariana en Venezuela financiada por el petróleo, el moderno dorado, y en la seducción que despiertan cuando se las observa desde lejos.

Palabras clave: Utopía, revolución, petróleo, dorado.

ABSTRACT

The text attempts to review what has been the utopian propensity in Latin America, based primarily on the work of Fernando Aínsa, taking into account the round trip utopia has made between the Old and New Worlds and its connection with the process of training republican youth during times when the more utopian and republican the constitutional charters are, the more despotic the governments become in turn. This breach between the dreamed-of utopia and the experienced reality is present once again in the Cuban revolution, the current Bolivarian revolution in Venezuela financed by oil, the modern gold, and in the seduction they awaken when observed from afar.

Key words: utopia, revolution, oil, gold.

Recibido: 13-12-2006  ·  Aceptado: 27-04-2007

No es posible pensar “la concepción de la utopía desde América Latina” sin tomar en cuenta la obra de Fernando Aínsa. Cualquier reflexión en torno a la incidencia utópica en el continente americano tiene en Fernando Aínsa un referente ineludible, tanto en la proyección utópica en el seno de la literatura latinoamericana, como en los mitos que antecedieron al descubrimiento, los que se generaron a raíz de dicho descubrimiento o los numerosos experimentos utópicos realizados en América y la forma como la utopía, como motor de la historia, ha dejado y sigue dejando su huella en el continente, incluso en el presente.

En este texto me voy a referir principalmente a la seducción que, a pesar de los fracasos históricos, la utopía revolucionaria latinoamericana sigue ejerciendo en el presente, tanto en las mentalidades que la observan desde lejos, como en aquellas que sólo ven la visión idealizada hasta el punto de llegar a justificar el apartheid político, por ejemplo. Para ello tomaré en cuenta algunos de los distintos aspectos de la utopía que ha manejado Fernando Aínsa en su obra. Al mencionar la utopía revolucionaria actual me concentraré principalmente en la actual revolución bolivariana venezolana, sin dejar de lado su relación con el petróleo, el moderno dorado que la hace posible. También haré alguna referencia a la larga trayectoria de la revolución cubana

En “esa marcha (sin fin) de las utopías en América Latina, de la que sólo nos falta esperar su nuevo e inevitable signo”1, el viaje de ida y vuelta entre el Viejo y el Nuevo Mundo que ha realizado la utopía, ha marcado tanto el desarrollo europeo como el americano. La llegada de Colón a América en 1492 fue determinante en el rumbo de la propensión utópica, o del deber ser de la historia en Occidente. La utopía, tal y como la conocemos hoy, con el nombre de Utopía es producto de la visión que transmitió Colón de los habitantes del Nuevo Mundo y que Tomás Moro refleja en su Utopía. Esta obra aboga por la tolerancia religiosa y la libertad de cultos mucho antes que Locke, y se adelanta en varios siglos al utilitarismo de Bentahm y de Mill. A partir de aquí la propensión utópica intentará tomar en cuenta la necesidad de hacer coexistir el anhelo de libertad con la presión social.

A partir de la Utopía de Moro, ese viaje de ida y vuelta de la utopía entre el Viejo y el Nuevo Mundo, ha tenido varias etapas relevantes que han dejado una marca indeleble a ambas orillas del Atlántico. Luego de que Europa sueña a América y Colón da pruebas de ese sueño, los planteamientos de la Philosohia Christi, de Erasmo, y de Moro, llegan a territorio americano todavía en el siglo XVI en la labor que intentó llevar a cabo Las Casas en Venezuela, Mendieta y Vasco de Quiroga en los Hospitales en México, y finalmente los jesuitas en las misiones con los guaraníes. Ese viaje tiene su momento estelar en el ensayo De los Caníbales en el cual Montaigne se hace “eco de las bondades, paz y armonía de ese ‘buen salvaje’ encontrado en el Nuevo Mundo, en donde reina la Edad de Oro”2. De ese ensayo arranca el hilo conductor de la utopía que llega hasta Rousseau y se entronca con los procesos revolucionarios, llega en el siglo XIX a la América independetista y continúa en Europa con los planteamientos de los utopistas socialistas, que también llegan a América, y con lo que se denominó la “utopía científica” de Marx y Engels, que desencadena la más grande esperanza utópica en el siglo XX, sobre la cual Zamiatín en 1920 en Nosotros, anticipará “lo que sucederá años después en la Unión Soviética”3.

En el año “orwelliano”, 1984, Aínsa insiste sobre La necesidad de la utopía, a pesar de que la mayor utopía del siglo XX, como lo preconizó Orwell en la voz del “Gran Hermano” vigilante, acabó siendo la más grande distopía que se haya dado en la historia. El riesgo totalitario de la utopía, sobre el que Aínsa tanto ha alertado, está latente en esta obra que reivindica la posibilidad de imaginar sistemas alternativos al orden existente. De manera lúcida observa en ese libro:

La historia de América Latina es en buena parte una historia de esperanzas, de proyectos, pero en general de esperanzas frustradas, de utopías no realizadas, a veces apenas esbozadas, pero cuya tendencia y latencia resultan indiscutibles, especialmente si se la compara con la de otras regiones del mundo. En América Latina, la esperanza ha sido siempre superior al temor y a las frustraciones que provoca la dura confrontación con la realidad y se ha traducido en la indiscutible vigencia de la función utópica […] La tensión que subyace en la condición dual de la utopía es particularmente explícita en el continente latinoamericano, desgarrado por la distancia que existe entre la teoría y la práctica, el aspecto programático y los resultados, el ser y la realidad y el deber ser ideal, cuyos sucesivos “impulsos” utópicos, muchas veces en forma convulsiva, marcan su proceso histórico. […] Sin embargo, resulta claro que en esta preocupación de lo que “no-ha-sido”, precisamente por no haber podido concretarse […] la voluntad explícita de querer ser ha sido muchas veces mesiánica y providencialista, casi siempre voluntarista4.

Poco podía imaginar Aínsa en 1984 la manera como estas aseveraciones se iban a acentuar veinte años más tarde en ciertas partes del continente revirtiendo el deber ser de la utopía contra la historia misma y retomando de nuevo aspectos rígidos de la utopía que parecían ya haberse superado. A pesar de que el discurso utópico se marginó del debate político durante un tiempo por verse asociado a los sueños totalitarios del siglo XX, la reflexión prospectiva ha vuelto a retomar el vuelo en algunos países de América Latina, en aras de proyectos revolucionarios, más afines al espíritu totalitario que caracterizó la praxis de la utopía marxista que a la necesidad actual de desmilitarizar y democratizar de manera abierta el espíritu utópico.

La dialéctica entre el espacio y tiempo como “ingredientes básicos de la utopía”5 a los que se refería Aínsa en la Necesidad de la utopía, no ha encontrado en esta última etapa de la historia latinoamericana ni la generosidad paradisíaca de la geografía con la que se soñó, ni la legitimación del “imaginario subversivo” que podría hacer posible el bienestar ideado.

El Dorado hace de nuevo su aparición, y como en el pasado, desvirtúa la mirada. Venezuela vive en una dependencia total del petróleo, similar a la dependencia que tuvo el Imperio español del oro y la plata venidos de las Indias. Al igual que en el siglo XVII, en Venezuela esto está creando una economía inflacionaria por la desmesurada riqueza que entra diariamente al país y que no sirve sino para incrementar el gasto público

Gran parte de ese gasto va a parar a las misiones. Dichas misiones tienen mucha relación con el espíritu utópico del cooperativismo comunitario latinoamericano y podrían asociarse también a algunos elementos de La ciudad anarquista americana. Influenciado “por la noción de la ciudad ideal de raíz medieval que había entusiasmado a Kropotkin, Quiroule, estaba convencido de que el principio de solidaridad es inherente a la condición humana y que la libre asociación en pequeñas comunidades permitiría resolver todos los problemas en forma cooperativa e igualitaria”6.

Estos planteamientos sobre los que habla Pierre Quiroule en 1914, están presentes en la revolución cubana y la venezolana. Sobre sus resultados hay muy diversas opiniones. Pero en la mirada de los que están lejos las misiones encarnan la concretización del ideal utópico americano.

Este ideal encuentra eco, como en el pasado, en la vieja idea de la utopía que ha tenido Europa, y todavía tiene, en torno a la utopía americana. Si América se convirtió “en un campo de experimentación práctica y de ratificación objetiva de lo imaginado con anterioridad”7 hoy, todavía los experimentos revolucionarios que se puedan dar en América son a menudo vistos por los ojos europeos, o por aquellos que viven lejos de ellos, bajo el prisma de la añoranza y la nostalgia de la utopía-revolución que se había soñado. Y cuando la realidad, como en el pasado no encaja en ese sueño, la visión idealizada prevalece.

Podríamos recordar la manera como la defensa de la utopía le cerró incluso los ojos a Bartolomé de Las Casas cuando en el libro XI de su Réplica escribe que no es tan evidente “ser contra la ley natural o pecado sacrificar hombres”. Hoy algunos europeos muy reconocidos justifican, ignoran, o no quieren ver, lo que ocurre en países como Cuba o Venezuela, y si lo ven lo aceptan, cosa que nunca tolerarían en su lugar de origen. La nostalgia romántica de la idea que se tuvo de la revolución empaña la mirada sobre la realidad revolucionaria.

A esto se refiere Jorge Semprún al comentar una experiencia personal que tuvo en 1967 durante una visita a Cuba, invitado por Carlos Franqui, compañero de Fidel.

Yo estaba en ese viaje con gentes como Marilin Vidal, por ejemplo o como el escritor André Pyères de Mandiargues, que era un escritor de procedencia surrealista, y yo los veía completamente engatusados y seducidos por Fidel Castro y me decía ¿y qué estarán pensando? Decían cosas como esas de que: “si yo fuera cubano sería comunista”, cuando habían roto con el comunismo francés y habían tenido sus polémicas y habían denunciado el estalinismo. Yo decía ¿cómo es posible esa ceguera? ¡Si es lo mismo! lo mismo con escenario diferente, lo mismo con pueblos diferentes, lo mismo con culturas diferentes, el mecanismo es el mismo ¿Cómo es posible? Es muy misterioso8.

Resulta interesante observar cómo tanto la revolución cubana como la venezolana llegaron al poder con promesas de paz y democracia y acabaron consolidándose con el fin último de perpetuar al líder en el poder. De todos los dictadores latinoamericanos, Fidel Castro ha sido el que más tiempo se ha mantenido en el control absoluto del poder: 47 años. Entre la revolución venezolana y la cubana hay grandes diferencias, pero hay algo que las une, entre otras cosas: el culto al personalismo de sus líderes y la esperanza que ambos procesos despertaron en su inicio por las promesas de apertura, democratización, integridad, equidad social y lucha contra la corrupción. Ambos procesos desencadenaron en la población el anhelo siempre presente de la esperanza utópica y en ambos se ha podido rastrear el contraste entre el “deber ser” ideal del impulso inicial del anhelo de cambio y la realidad del “ser” en el que ambos han desembocado.

Este contraste, que se ha repetido a lo largo de la historia latinoamericana, tiene su momento estelar al día siguiente de la Independencia, cuando en ese viaje de ida y vuelta que ha realizado la utopía entre el Viejo y el Nuevo Mundo, la utopía llega en el siglo XIX a América para quedarse y al hacerlo se revierte contra la historia9. Nunca, la brecha entre la realidad que se vivía y el proyecto con que se soñaba fue mayor que al otro día de la Independencia. En ese momento, cuando más republicanas e idealistas eran las utópicas cartas constitucionales de las jóvenes repúblicas, más despóticos eran sus gobiernos de turno. Esto ha sido una constante en ciertos momentos de la historia de América Latina y ha vuelto a serlo de nuevo en el siglo XX en Cuba y a principios del siglo XXI en Venezuela.

En De la Edad de Oro a El Dorado, Fernando Aínsa, al hablar de la “utopía permanente” dice que “es importante saber que si los modelos cambian con las ideas en boga, la intención y la función utópicas siguen siendo las mismas”10. Y añade:

Los viejos mitos combinados con nuevas utopías resurgirán con nombres diferentes en siglos sucesivos. El período de la Ilustración lo demostrará nuevamente, cuando se replantee con toda intensidad el papel del Nuevo Mundo en la historia universal y la “ciudad-ideal” de los filósofos, aunque secularizada, nos hable del “buen salvaje” y del “contrato social”, gracias al cual podrá independizarse políticamente de Europa y hablar, por primera vez y con acento propio, de la “Utopía de América”. Volverá el discurso utópico –en el marco de nuevos modelos- a irrumpir en los proyectos de consolidación de los Estados nacionales en la segunda mitad del siglo XIX, para prolongarse subterráneamente en las imágenes contemporáneas con que el deber ser americano ha sido reelaborado en pleno siglo XX. […] De la utopía sobre América, proyectada y elaborada desde Europa, se ha pasado a la utopía de América, concebida por los propios americanos11.

Tanto la revolución cubana como la bolivariana venezolana corresponden a las reelaboraciones de la utopía del siglo XX latinoamericano y del inicio del XXI. Variantes en las cuales, esa “utopía de América” se ha revertido contra la historia. Cuando en enero de 1959 Fidel Castro entra en La Habana con el ejército rebelde, luego de haber ido de pueblo en pueblo, de caserío en caserío y haber sido aclamado como a un libertador. Semprún dice que :

Casi se podría decir que es una figura del libertador clásico de América. Así llega a La Habana y da un discurso que termina con esa frase bellísima: “Ha llegado el momento de que los fusiles se arrodillen ante el pueblo y ha llegado el momento de que el pueblo se exprese por la vía democrática”. El problema de la revolución cubana es que no se ha cumplido esa promesa, ese anuncio tan bellamente formulado por Fidel Castro. El pueblo sigue arrodillado delante de los fusiles como metáfora, hasta un cierto punto, de poder12.

Lamentablemente, esa necesidad que proponía Aínsa de “utopizar la democracia” y de trabajar a favor de la “democratización de la utopía” todavía no ha visto plenamente la luz en América Latina. La proposición de Aínsa afirma que:

se trata de que fuerzas que deberían ser indisociables –la utopía y la democracia– se reconcilien, creando espacios de resistencia a toda forma de dominación en la mejor tradición del racionalismo secular y crítico de raíz universalista; se trata de abrir una intensa y desprejuiciada interlocución entre una utopía, desprendida de los tópicos totalitarios que la aquejan, y una democracia, capaz de radicalizar en profundidad los principios que la fundan13.

Esta debería ser la utopía hacia la que debería apuntar América Latina. Lo que ha sucedido y sucede, como afirma Carlos Fuentes, es que las sociedades se mueven en función de la utopía pero negándola todo el tiempo.

Esto es nuestro drama. Creer que la utopía es espacio. Creemos que la utopía es espacio porque ahí están el Orinoco y el Amazonas y los Andes. Un espacio enorme diciéndonos: aquí se puede crear la utopía. El hecho es que no. En la utopía de Rómulo Gallegos finalmente mandan el Sute Cúpir y los Ardavines, todos estos caciques y matones que tiñen el Vichada de sangre. No hay tal utopía. La utopía no está en el espacio. Quizá la utopía está en una recuperación de nuestra cultura, nuestros tiempos históricos, proyectándoles hacia el futuro; dándoles una presencia y luego proyectándoles hacia el futuro como valores, como valores de la comunidad intelectual. Lo que la utopía dice, y es en eso en lo que yo creo en la permanencia de la utopía, es que el valor de la comunidad es superior al valor del poder. Es lo que dice la utopía finalmente, es lo que dice Moro por encima de Maquiavelo. Pero esto significa una revolución. Afirmar los valores de la comunidad por encima de los valores del poder en América Latina es una revolución, es la verdadera revolución, no la revolución marxista leninista o de slogans o de ideologías14.

La mayoría de las revoluciones empiezan con la promesa de poner “los valores de la comunidad por encima de los valores de poder” pero en cuanto el poder se impone dichos valores se transforman en simple discurso, en “slogans” en función de ideologías excluyentes que no admiten disidencia o la toleran en apariencia siempre y cuando no interfiera con la perpetuación del proceso. La rigidez regresa de nuevo como en el Nosotros de Zamiatín para impedir la libertad de escoger. Y lo que en un momento se creía podía ser una utopía acaba siendo distopía. La añoranza por tener cadenas en función de la felicidad está todavía presente como en el Nosotros de Zamiatín, en la mentalidad latinoamericana que cree que una escogencia militar puede llegar a ser una solución, en lugar de, como dice Claudio Magris “no rendirse a las cosas como son y luchar por las cosas tal como deberían ser”15 que es en lo que consiste la utopía hoy en el marco de la libertad y la democracia.

La utopía que debería seducir la mirada hacia América Latina debería ser ante todo democrática, abierta, flexible, tolerante y justa; respetuosa de la dignidad humana y de las libertades ciudadanas; debería proveer de las herramientas necesarias para descubrir su propia verdad y no vivir en función de una y única verdad impuesta desde arriba; debería ser conciliatoria y dialogante y debería, de manera pacífica, velar por el bienestar social. Debería estar inserta en el moderno concepto de utopía, tal y como lo propone entre otros Raymond Ruyer, Frederick L. Polar, Northrop Frye, Paul Tillich, Herbert Mushamps, y el propio Aínsa. La utopía de hoy para los tiempos del futuro no debería ser rígida ni excluyente, ni desde el punto de vista social ni de la realización personal. Esa sería la verdadera utopía en América Latina; una que hable de evolución en lugar de revolución.

Bibliografias

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2. Ramírez Ribes, María (2005). La utopía contra la historia. Fundación para la cultura Urbana, Caracas.        [ Links ]

3. Aínsa, Fernando (1990). Necesidad de la utopía. Tupac ediciones y Nordam, Montevideo.        [ Links ]

4. Aínsa, Fernando (1992). Historia, utopía y ficción de la Ciudad de los Césares: Metamorfosis de un mito. Alianza Editorial, Madrid.        [ Links ]

5.  Ramírez Ribes, María (2004). Diálogos Transatlánticos. Jorale Editores, México.        [ Links ]

6. Aínsa, Fernando (1992). De la Edad de Oro a El Dorado: Génesis del Discurso utópico americano. Fondo de Cultura Económico, México.        [ Links ]

7. Aínsa, Fernando.  “El viaje de ida y vuelta a la utopía”:  Papel Literario. Diario El Nacional, 10-9-05        [ Links ]

8. Magris, Claudio (2001). Utopía y desencanto. Anagrama, Barcelona.         [ Links ]

Notas

1  AÍNSA, F (1999): La Reconstrucción de la Utopía, Ediciones UNESCO, Correo de la UNESCO, México, p. 218.

2  RAMÍREZ RIBES, M (2005): La utopía contra la historia, Fundación para la cultura Urbana, Caracas, p. XXVI.

3  AÍNSA, F (1990): Necesidad de la utopía, Tupac ediciones y Nordam, Montevideo, p. 165.

Ibidem pp. 18-20.

Ibid., p. 40.

6  AÍNSA, F (1999): Op. cit. p. 175.

7  AÍNSA, F (1992): Historia, utopía y ficción de la Ciudad de los Césares. Metamorfosis de un mito. Alianza Editorial, Madrid, p. 10.

8  RAMÍREZ RIBES, M (2004): Diálogos Transatlánticos, Jorale Editores, México, p. 262.

9  Cf. RAMÍREZ RIBES, M (2005): Op. cit.

10  AÍNSA, F (1992): De la Edad de Oro a El Dorado. Génesis del Discurso utópico americano. Fondo de Cultura Económico, México, p. 159.

11  Ibidem. pp.159-160.

12  RAMÍREZ RIBES, M (2004): Op. cit. p.261.

13  AÍNSA, F (2005): “El viaje de ida y vuelta a la utopía”, Papel Literario, Diario El Nacional, 10-9.

14  RAMÍREZ RIBES, M (2004): Op. cit. p. 37.

15  MAGRIS, C (2001): Utopía y desencanto, Anagrama, Barcelona, citado por Fernando Aínsa (2005), in: “Un viaje de ida y vuelta a la utopía” Op. cit.