SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.11 número2La ciencia neoliberal índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 20030507

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.11 n.2 Caracas mayo 2005

 

La globalización y los retos de la teoría económica

(primera parte)

Enzo Del Búfaloa

aUniversidad Central de Venezuela.

edelbufalo@cantv.net

Resumen

Este artículo, que se publica en dos partes, se propone mostrar cómo los diferentes enfoques de la teoría económica han estado condicionados por la evolución del sistema económico moderno hasta el presente, cuando la globalización ha condicionado la reestructuración neoliberal de las últimas décadas. Para comprender mejor esta vinculación, es indispensable entender la naturaleza económica de la globalización, lo cual no es posible si no se tiene una idea clara de cuál es la vinculación entre Estado nacional y economía moderna. Tanto la naturaleza del Estado nacional, como territorio donde el mercado se articula a la producción, como las características fundamentales de la teoría económica, como saber asociado a esa articulación, son el tema de esta primera parte que será seguida por una segunda donde se trata directamente la globalización y los problemas que pone a la teoría económica.

Palabras clave: Estado-Nación, economía nacional, teoría económica, globalización.

Globalization and the Challenge for Economic Theory

(First Part)

Summary

This article will be published in two parts and intends to show how the different approaches in economic theory have been conditioned by the evolution of the modern economic system, from the outset and up to the present. This will presumably shed some light on the ongoing globalization process and its relationship to the Neoliberal strategy of recent decades. This first part starts with the formation of the nation-state as a consequence of the same process that gave birth to the national economy, as that space where the market is articulated to the production process. Modern economic theory was born in order to understand this relationship and recommend the appropriate policies for the national economy. This will hopefully help the reader to understand the nature of globalization and the problems that it signifies for economic theory.

Key Words: Nation-State, National Economy, Economic Theory, Globalization.

Recibido: 24-01-2005 Aceptado: 24-02-2005

INTRODUCCIÓN

La economía como saber moderno nació para explicar el origen de la riqueza en cada nación. Los fisiócratas querían comprender cómo se producía y se distribuía el producto neto nacional en Francia. Adam Smith extendió esta preocupación a cualquier nación en general. La teoría económica nació pues referida a la nación o mejor dicho a la economía nacional. Esta última es la realidad objetiva que deben confrontar los teóricos del nuevo saber. Una realidad que no es la simple realidad de los fenómenos económicos en general, sino de esos mismos fenómenos condicionados nacionalmente. Este condicionamiento es causado por la presencia del Estado nacional y es tan importante como los fenómenos económicos mismos. Sin Estado nacional no sólo no habría economía nacional, sino tampoco la necesidad de estudiar el origen de la riqueza de la nación. Y es que el estudio de los fenómenos económicos no estuvo motivado por una simple curiosidad intelectual, sino por la necesidad de aumentar la fortaleza del Estado nacional asegurando su riqueza. Su riqueza fiscal –la riqueza del rey– en primer término, que permitía sostener los gastos del Estado para controlar y expandir el territorio en una época de fuerte competencia territorial entre los principales Estados nacionales de Europa occidental.

Pero, como la riqueza fiscal del rey es una riqueza derivada de su poder impositivo sobre su territorio, era necesario determinar la capacidad de ese territorio para soportar la carga tributaria. De ahí la necesidad de saber cómo se produce la riqueza del territorio controlado por el rey. Ahora bien, este territorio no es un pedazo de tierra simplemente, es un territorio social, es decir, una comunidad de seres humanos con sus condiciones de vidas. Este territorio ya no era una mera congeríe de unidades de producción familiares –oikos– de diferentes tamaños organizados por relaciones despóticas que conformaron el pueblo cristiano medieval. Ahora por vez primera el territorio social se componía cada vez más de una creciente población de individuos que participaban regularmente en un sistema de flujos de bienes, servicios y dinero. Estos individuos estaban perdiendo sus viejas ataduras étnicas y despóticas por influencia de un proceso de homogeneización llevado a cabo por prácticas sociales asociadas al intercambio mercantil, al tiempo que consolidaban su condición de súbditos de un príncipe territorial que los convertía en miembros naturales de un territorio social particular, es decir, miembros de una nación personificada por el rey. En su condición de individuos libres, estas personas eran el resultado de todas aquellas prácticas sociales que gravitaban alrededor del mercado, pero en tanto que miembros del territorio social eran componentes del cuerpo político del rey, un cuerpo despótico. El sistema mercantil era pues un sistema nacional. La nueva teoría reconoció esta dualidad del sistema y por eso sus fundadores denominaron el nuevo saber: economía política o economía nacional, como aún lo hace el idioma alemán. Este reconocimiento implicó un cambio epistemológico profundo con respecto de esos tratados de Consejos al Príncipe que no eran más que consejos de administración doméstica, de cómo debía el príncipe manejar su estancia nacional, su oikos; de ahí el nombre oeko-nomia.

De manera pues que el Estado nacional configura el campo de observación inicial de la teoría económica y determina la motivación para su estudio. La organización y el desarrollo del Estado nacional han estado íntimamente vinculados al desarrollo de la economía moderna como realidad y como teoría. No es pues un aspecto exógeno al desarrollo del capitalismo moderno, sino uno de sus elementos centrales. Por su parte, el Estado nacional no es la forma general del Estado, sino una particular organización de éste, asociada al desarrollo de la economía capitalista hasta el presente. Comprender por lo tanto la verdadera naturaleza del Estado nacional y su vinculación con el desarrollo de la economía mundial es un requisito indispensable para entender el verdadero significado de la globalización y las dificultades que ésta genera para la teoría. La tesis fundamental que propone este artículo es que tanto el Estado nacional como la moderna economía de mercado son el resultado de un mismo proceso social desencadenado por la difusión de las relaciones mercantiles en el antiguo territorio despótico de Europa Occidental.

Estado nacional y economía nacional

Veamos más de cerca este proceso de formación del Estado nacional y la economía nacional. Después de las invasiones árabes del siglo vii d/C, Europa occidental fue cortada de los flujos del comercio intercontinental. La virtual desaparición de intercambios mercantiles difusos y regulares dejó la sociedad organizada principalmente por prácticas sociales despóticas que constituyeron un orden teocrático gobernado por dos estamentos: uno militar y el otro clerical, que se apoyaba en una enorme masa de campesinos sujetos a diferentes tipos de relaciones sociales que variaban de región a región según su herencia histórica. Una de las características fundamentales de este orden era la carencia de intercambios mercantiles permanentes y regulares. La producción de bienes se realizaba de acuerdo con antiguas prácticas sociales que no permitían distinguir entre un área propiamente económica y el resto de las prácticas sociales. No existía la economía como algo autónomo y distinguible de las demás relaciones sociales entre las personas. Existía, en cambio, un territorio social organizado de manera feudal en el cual la apropiación de la naturaleza estaba condicionada por un conjunto de relaciones personales (Del Búfalo, 2002).

Con la reapertura de este territorio social al comercio transcontinental, reaparece el intercambio mercantil que empieza a transformar las prácticas sociales del territorio social, creando espacios mercantiles que modifican, por un lado, los procesos productivos y, por el otro, el propio orden despótico del territorio. La articulación de los procesos de producción al mercado se dio mediante un largo y conflictivo proceso en el cual las relaciones de sumisión despótica que organizaban la unidad de producción feudal fueron progresivamente disueltas y reemplazadas por intercambios mercantiles. En algunos casos, este desplazamiento de las relaciones despóticas por las mercantiles ocurría porque el comercio afectaba la jerarquía local volviendo obsoletas ciertas obligaciones de sumisión. Personas que se encontraban aún obligadas por relaciones feudales o de parentesco empezaban a interactuar de facto como propietarios privados en intercambios mercantiles. Reiterados por largos períodos, estos intercambios terminaban por vaciar de toda funcionalidad a las instituciones feudales que suplantaban. Al principio este efecto corrosivo se debió principalmente al comercio de larga distancia que proporcionaba la ocasión para que grandes masas de campesinos dejaran el campo para formar nuevos centros urbanos donde actuaban de facto como hombres libres. Con el paso del tiempo, el intercambio mercantil fue ganando espacio porque ciertos derechos de sumisión pasaron de manos de los señores locales al príncipe territorial que, de esta forma, iba aumentando su poder despótico al tiempo que las unidades despóticas locales se debilitaban hasta desaparecer. Esta transferencia dejaba libres muchas actividades que podían convertirse en servicios intercambiables. Así, pues, al ir consolidándose el poder despótico del príncipe, el mercado se extendía hasta convertirse en el centro de articulación de una red de procesos de producción en manos de individuos libres.

Aparece así la producción artesanal para el mercado y con ella la comuna o ciudad mercantil, mientras que el suelo agrícola se separa del cuerpo de los campesinos y se convierte en una mercancía mientras que éstos se liberan de sus obligaciones serviles. La estructura despótica se fragmenta y el control territorial sobre una población, cada vez menos servil, se convierte en un control político-militar cada vez más acotado y orientado hacia la homogeneización interna del espacio social que cada príncipe controla. Surgen así las monarquías administrativas empeñadas en reforzar la riqueza del rey como fundamento para sostener un ejército cada vez más permanente y una administración cada vez más propensa a suplantar las viejas prácticas sociales feudales propiciando una mayor difusión de las relaciones mercantiles basadas en la familia ampliada. En algunos siglos este proceso transformó el territorio social, reemplazando los diferentes tipos de unidades de producción basadas en la red jerárquica de familia ampliada (oikos) con el príncipe territorial a la cabeza de la más grande, con una red de procesos de producción individuales coordinados por el mercado. De manera pues que abrir nuevos espacios para las prácticas mercantiles equivalía a reforzar el poder despótico del príncipe. Esta red de procesos de producción –coordinados por el mercado y aupados por la política de disolución de las relaciones sociales llevada a cabo por el príncipe territorial– evolucionó hacia una economía nacional cuando finalmente pudo prevalecer sobre las unidades de producción feudales.

Así pues, la difusión del mercado por el territorio social reemplazó el viejo orden feudal con una serie de pequeñas repúblicas urbanas en aquellos espacios en los cuales la concentración de relaciones mercantiles era muy elevada y con una serie de príncipes territoriales independientes que formaban monarquías administrativas en aquellos espacios mayores y menos mercantilizados. En la medida en que las monarquías administrativas lograban impulsar la difusión interna de las prácticas mercantiles, el territorio que controlaban se homogeneizaba internamente y se diferenciaba aún más de los otros territorios. El espacio que cada príncipe territorial controlaba fue adquiriendo una especificidad propia que él encarnaba como déspota. Él era el origen de la comunidad y cada persona nacía a la vida de la comunidad siendo su súbdito, y porque las personas eran sus súbditos tenían un origen común: formaban una nación (Del Búfalo, 1999)1. Así, pues, en la medida en que las relaciones mercantiles se expanden al interior de la monarquía administrativa, las practicas feudales se diluyen y el territorio social pasa a ser formado por personas cada vez menos condicionadas por esas prácticas, personas con una creciente autonomía individual que participan en actividades productivas cada vez más mediatizadas por el intercambio mercantil, es decir, cada vez más autónomas de los hábitos y costumbres ancestrales. La actividad productiva se hace, por así decirlo, más impersonal y, por lo tanto, aparece como claramente diferenciada de otras actividades y relaciones sociales.

Un territorio social conformado cada vez más por personas que consolidan espacios locales de soberanía individual y que por esto se parecen más entre sí, significa una ulterior homogeneización del territorio social. Esta homogeneización, que barre con las instancias de poder feudal intermedias entre el súbdito y el príncipe territorial, consolida el poder de este último y la monarquía administrativa evoluciona hacia un nuevo tipo de régimen que es el Estado absolutista. La disolución de las prerrogativas y poderes feudales tiene pues este doble efecto: por un lado, la población se vuelve homogénea compuesta de individuos que tienden a ser formalmente iguales entre sí y, por el otro, todo el poder despótico se concentra en la persona del príncipe territorial. Este proceso de siglos de duración conlleva fuerte conflictos por el control territorial interno a cada Estado nacional, así como entre los príncipes, y a medida que el Estado nacional se consolida en la persona del rey los gastos administrativos y militares se hacen más apremiantes y la fortuna personal del príncipe se vuelve insuficiente. La riqueza del rey empieza a depender más y más de su capacidad de ampliar la tributación. En las primeras etapas la eliminación de los poderes feudales intermedios permite canalizar hacia el tesoro real muchos recursos que antes iban a los señores locales y a la iglesia. Pero en la fase de auge del poder absolutista, las guerras externas y la expansión de la administración interna ponen una fuerte presión sobre el tesoro real agudizando el problema de la riqueza del rey. La tributación se convierte en la principal fuente de ingresos para el rey, y ésta depende no sólo de los impuestos sino también de la población. En efecto, son los individuos que la conforman quienes llevan a cabo actividades comerciales y productivas susceptibles de ser tasadas.

Esta población y no el pueblo del viejo territorio feudal, que es una población compuesta de individuos, se vuelve objeto principal de las preocupaciones del Estado absolutista como lo demuestran los numerosos escritos de los consejeros y ensayistas. Cuando estos escritores empezaron a relacionar la riqueza del rey con la población del rey alcanzaron el umbral de la moderna teoría económica (Del Búfalo, 1999). Para esta época el intercambio mercantil ha penetrado lo suficiente como para aparecer mediando entre las distintas fases de la producción de bienes y servicios, y los mercados locales se van integrando cada vez más en un único mercado nacional. Los distintos individuos que poseen diversos elementos para producir componen los procesos de producción mediante actos de compra y venta, mientras que los antiguos propietarios de la tierra se retiran del proceso productivo directo, manteniendo un reclamo institucional sobre parte del producto que no tiene contrapartida directa en la producción. La población se reorganiza en series de individuos de acuerdo con su participación en la producción: aquellos que aportan trabajo, aquellos que adelantan los medios de producción y aquellos que mantiene un reclamo sobre el territorio social como el rey o sobre el suelo como los nobles terratenientes. Para los primeros dos grupos es evidente su participación en la producción, son los que aportan el trabajo directo e indirecto necesarios para convertir a los procesos naturales en bienes y servicios económicos. El tercer grupo no participa en la producción y tiene un derecho de propiedad heredado que no se fundamenta en el trabajo. El rey justifica su reclamo sobre el producto porque aporta el territorio social, es decir, las condiciones sociales en las cuales es posible la producción de los individuos. De manera que los impuestos son una renta derivada del monopolio territorial del rey, el Estado nacional es su oikos, su hacienda. En cuanto a los nobles, padecen una reducción y, a veces, hasta una eliminación de sus prerrogativas feudales y por lo tanto de su territorio social. Privados de todo poder sobre las personas, son degradados a simples propietarios del suelo. La existencia de este tercer grupo es pues puramente institucional, política, sin fundamento en las prácticas sociales mercantiles cada vez más determinantes en la organización de la población. La diferencia entre la población que trabaja y la que no trabaja se vuelve de fundamental importancia para determinar la riqueza del rey, pues ésta depende obviamente del excedente de producción que pueda apropiarse mediante la tributación (Del Búfalo, 1995).

Hasta que este proceso de conversión de la población en series de individuos haya avanzado lo suficiente, el incremento del absolutismo monárquico es necesario porque implica la reducción y eventual eliminación de las prerrogativas territoriales de la nobleza y, por lo tanto, la permanencia de relaciones de dependencia que obstaculizan el desarrollo de las prácticas sociales mercantiles. El Estado nacional absolutista es pues la contrapartida a la creación de una sociedad de individuos formalmente iguales y que se integran libremente al proceso productivo mediante transacciones mercantiles. El reordenamiento del viejo territorio feudal en la forma de Estado nacional absolutista es la otra cara de la creación del mercado nacional y, por ende, de una economía nacional coordinada por el mercado. Sin Estado nacional no podría haber mercado nacional. Para comprender mejor esta afirmación hay que recordar que las relaciones mercantiles son relaciones abstractas basadas en reglas formales de intercambio entre propietarios privados igualmente abstractos2. Estas relaciones generan un espacio social que bien puede estar al margen de las prácticas de cohesión social, en cuyo caso el mercado se establece entre sociedades diferentes, pero no al interior de cada una de ellas. Esta es la razón por la cual, hasta la aparición del Estado nacional, el comercio mercantil fue principalmente un comercio transcontinental o, mejor aun, entre sociedades. Debido a la naturaleza abstracta de sus reglas, el intercambio mercantil es tal que o bien disuelve la cohesión social lograda mediante otro tipo de prácticas para crear un espacio mercantil hecho de individuos soberanos o bien permanece fuera de la cohesión social y entonces es la sociedad como un todo la que se convierte en un agente de intercambio que confronta otros agentes externos. En ambos casos, el mercado permanece externo al proceso productivo. El mercado como tal es un conjunto abstracto y homogéneo de reglas entre intercambiantes iguales, no tiene una dimensión productiva ni admite ningún tipo de segmentación social. Tan sólo con este peculiar proceso de articulación del intercambio mercantil al proceso productivo que induce la formación del Estado nacional, es posible un mercado nacional como algo diferente del mercado internacional. Contrariamente a este último, el nuevo mercado doméstico ahora tiene una dimensión productiva, antes inexistente. Es así que cada economía nacional, motorizada por su respectivo mercado nacional, desarrolla su propia dinámica que con el tiempo determina diferencias sustanciales entre los Estados nacionales en cuanto al grado de desarrollo y nivel de productividad. Sin embargo, todo el proceso de formación del mercado nacional sigue estando condicionado por el resto del mercado o lo que ahora denominamos el comercio internacional (Del Búfalo, 2002).

En las primeras fases, es particularmente importante: a) la capacidad de conquista militar que tenga el nuevo Estado nacional y b) su capacidad depredadora para conseguir metales preciosos para el gasto fiscal y para impulsar la monetización de las transacciones internas que ayudan a corroer las viejas prácticas feudales y a expandir el mercado interno. Luego el comercio se vuelve más importante y, por lo tanto, la capacidad interna de exportación de bienes se vuelve determinante para el desarrollo. En esta fase las diferencias entre las economías nacionales se hacen más grandes, puesto que aquellos Estados nacionales que logran condicionar su comercio internacional a las necesidades de expansión de la producción interna logran mayor impulso para revolucionar el proceso de producción. El Estado juega un papel fundamental en esta articulación entre producción interna y comercio internacional, no sólo porque sus políticas afectan las importaciones y las exportaciones sino sobre todo porque el tipo de articulación que terminará imponiéndose dependerá del tipo de régimen político. El caso de Inglaterra es emblemático: la creación de una monarquía parlamentaria después de la revolución gloriosa de 1688, hizo posible que el poder político fuera ejercido por una alianza entre un sector de la aristocracia terrateniente y un sector del capital mercantil para llevar a cabo políticas que los beneficiara mutuamente. Los terratenientes obtenían un considerable excedente de su producción agrícola moderna que empleaban para financiar los comerciantes de la asociación de East Indian Colonial Traders. Esto proporcionaba nuevas oportunidades para ampliar el mercado para la producción textil inglesa. El control de muchos escaños en el parlamento por parte de la aristocracia jugó un papel importante en el establecimiento de la alianza y en la definición de las políticas que favorecían directa o indirectamente la creación de tales oportunidades. Pocas décadas después del establecimiento de este régimen, esas oportunidades estimularon la revolución industrial. Un evento que no hubiera sido posible sin el régimen Whig que gobernó en el interés de la alianza. Este es un caso en el cual aparece claro cómo cambios en las prácticas sociales políticas inducen cambios en las prácticas sociales económicas y viceversa (Pocock, 1985; Del Búfalo, 2002).

Esta influencia recíproca entre, por una parte, la consolidación del Estado nacional y los cambios de régimen político a los que periódicamente estuvo sujeto y, por la otra, la expansión de las prácticas mercantiles y los cambios en la organización de la producción ha sido una constante desde que se inició este proceso hasta el presente. Podríamos multiplicar los ejemplos o simplemente mencionar que las revoluciones que hicieron posible el Estado nacional liberal actual surgieron de una población consolidada como conjunto de individuos soberanos que buscaban precisamente remover los últimos obstáculos formales para el ejercicio de una soberanía que ya tenía asegurada como ámbito de propiedad personal. La instauración del régimen liberal a su vez potencia el ejercicio de la soberanía de los individuos propietarios y favorece la expansión de la industrialización de aquella producción organizada en el ámbito de la propiedad privada de ciertos individuos. La instauración del Estado nacional liberal fue una manera de despersonalizar el poder despótico incorporado a la persona del rey, para reorganizarlo según las reglas del mercado a fin de que los individuos propietarios pudiesen consolidar la organización capitalista de la producción nacional. El objetivo inicial de la revolución liberal era el reemplazar al rey con individuos pudientes, verdaderos propietarios de las condiciones de vida que fueran capaces de crear un ambiente propicio para que los propietarios individuales pudieran consolidar la organización capitalista de la producción nacional.

Lo esencial del Estado liberal no es tanto la independencia de los poderes públicos, sino su separación formal. Esto tiene múltiples consecuencias y, desde nuestro punto de vista, una de ellas tiene especial interés. Se trata del establecimiento de un foro al estilo del mercado donde los distintos grupos de interés puedan negociar entre sí. Este nuevo implante institucional repercute sobre el propio concepto de nación. Como dijéramos anteriormente, en el proceso de convertirse en individuos soberanos, las personas se reconocen miembros de una nación porque se sentían súbditos de su legítimo monarca cuya sangre real encarna la nación. Ahora como expresión de una plena soberanía apenas adquirida, el individuo encarna personalmente la nación en la medida en que la constitución hace posible al Estado. La vieja concepción de la nación era una manera de expresar la nueva figura social de las prácticas mercantiles mediante una antigua relación originaria de las sociedades de parentesco3. La nueva representa la nación en términos de una práctica mercantil auténtica. En efecto, la moderna constitución es una especie de documento público notarial que establece que un grupo de individuos soberanos han negociado la constitución de una comunidad de hombres libres e iguales que es su estatus natural en tanto que individuos soberanos4. Así pues, mediante la constitución de un nuevo Estado que expresa su voluntad soberana, los individuos renacen, por así decirlo, como una nación (natio es el conjunto de todos los nacidos de un mismo origen). Al constituir el Estado liberal, los individuos soberanos se constituyen a sí mismos como una comunidad de iguales. En pocas palabras, la nación es ahora un grupo de individuos asociados directa o indirectamente con el mercado doméstico (Del Búfalo, 1999). Por eso los primeros Estados liberales no son democráticos, puesto que restringieron la participación política a las clases propietarias. La constitución del Estado liberal fue otro paso en la misma dirección que ya había eliminado las prerrogativas de la nobleza o, mejor dicho, que las había transformado en meros privilegios sin ninguna eficacia para la sociedad.

Una vez establecido el Estado liberal, su institucionalidad facilita la revolución industrial. Ya hicimos referencia al caso del régimen Whig en Inglaterra, pero podríamos agregar el caso de la monarquía de Julio en Francia y otros más. El desarrollo industrial trae aparejado nuevos cambios en las series de individuos soberanos de los cuales emerge un nuevo sujeto político confrontado con las clases propietarias. Un inmenso proletariado surge como una nueva serie de individuos libres que inicialmente no tiene nada, salvo su fuerza animal para trabajar, y como tal se le confunde con los otros medios de producción5. Sin embargo, siendo individuos libres se esfuerzan por acrecentar su soberanía sobre sus propias vidas lo que los lleva a un conflicto con las clases propietarias. Al principio, la presión política que este proletariado impone transforma, paulatinamente, el Estado nacional liberal en Estado democrático, es decir, en un Estado en el cual todos los ciudadanos tienen derechos iguales. La progresiva conquista de estos derechos políticos y sociales por parte de sectores cada vez más amplios de la población está vinculada con trasformaciones del desarrollo del proceso productivo nacional que diversifica la serie de individuos que participan en la producción como fuerza de trabajo, creando segmentos especializados cada vez más sofisticados y prácticas sociales conexas que dan origen a las modernas clases medias, las cuales, a su vez, imponen políticas para transformar el Estado democrático en un Estado preocupado por el bienestar social. Este aplica políticas que aplacan el conflicto social y a su vez favorece el funcionamiento del mercado (Minsky, 1986; Del Búfalo, 2002). Tanto la respuesta tecnológica como la política al conflicto social crean la sociedad de consumo que ha sostenido el crecimiento económico durante gran parte del siglo xx.

La red de Estados nacionales se fue expandiendo hasta recubrir todo el planeta movido por la necesidad de cada Estado nacional de ampliar su mercado doméstico. En este sistema, cada economía nacional está totalmente condicionada por las políticas y las instituciones de su Estado nacional que es el responsable del establecimiento o de la remoción de los obstáculos legales y culturales a la movilidad de los factores productivos, de los bienes y servicios producidos y de las condiciones de acceso al mercado internacional. Así condicionada, cada actividad productiva doméstica es completamente nacional, sin importar si depende directa o indirectamente de importaciones o exportaciones o si es propiedad de extranjeros. Pues, aun así está totalmente determinada por la economía nacional en la que opera, puesto que las condiciones de acceso al mercado internacional las determina su Estado nacional y, por lo tanto, varían de una economía nacional a otra. Tampoco tiene importancia si la economía nacional es desarrollada o subdesarrollada, si está más o menos abierta al mercado internacional o tiene mucho o poco capital foráneo operando en ella. Estas diferencias son muy importantes para determinar una economía respecto de otra, pero en todos los casos se trata de economías nacionales; cada una acotada por un propio Estado nacional que condiciona los procesos de producción internos y regula su acceso al mercado internacional.

La formación de las economías nacionales deja afuera del mercado doméstico un espacio en el cual los distintos Estados nacionales llevan a cabo sus transacciones en su calidad de monopolios territoriales. Estas transacciones son concomitantes con las que realizan los intercambiantes privados. Podría decirse que en el mercado internacional una mercancía está sujeta a una doble transacción simultánea: los propietarios privados la intercambian al mismo tiempo que lo hacen sus respectivos Estados nacionales, y es precisamente esta última la que le da un carácter internacional a la transacción que, sin la presencia de los Estados nacionales intercambiando, sería simplemente otra transacción más entre individuos. Ahora bien, los bienes que se intercambian en este mercado aparecen en la pura dimensión internacional como propiedad del monopolista territorial y no de su productor privado. Por lo tanto, aunque la economía nacional produce el bien en cuestión, éste aparecerá en el mercado internacional como un bien dado que en términos de la teoría económica significa que su origen –ya sea que haya sido producido o no– es irrelevante para la determinación de su valor de mercado. En tanto que espacio de transacciones entre monopolios territoriales, el mercado internacional no está articulado a ningún proceso productivo, el cual permanece encerrado en el espacio nacional delimitado por el Estado. El mercado internacional es un espacio interestatal sin espesor productivo, es un mercado puro que en sus inicios era principalmente un mercado de bienes y luego se fue añadiendo un número creciente de servicios y finalmente aparecieron las transferencias de factores productivos que emigraban de una economía nacional a otra.

Esta breve panorámica histórica muestra que el desarrollo de las modernas economías ha sido tan sólo un aspecto de la creación y expansión del sistema de Estados nacionales que, mediante la conquista colonial, terminó imponiéndose en todo el mundo, reorganizando antiguos territorios sociales como naciones modernas que rara vez coinciden con el espacio del viejo orden precolonial. El propio Estado nacional es una forma particular de Estado asociada al desarrollo de la moderna economía capitalista. Este Estado nacional tiene una función específica, más allá de la función general común a todas las formas de Estado de organizar la cohesión social mediante reglas despóticas. Esta función específica es la creación de la nación como expresión ideológica de esa homogeneización social necesaria para que el mercado se convierta en el coordinador del ciclo productivo6. La manera de lograr esta homogeneización social es eliminando aquellas prácticas sociales propias de sociedades primitivas o despóticas tradicionales para reemplazarlas por prácticas sociales mercantiles o que se guían por las reglas formales del intercambio mercantil. Estas prácticas implican la formación de personas que son privadas de sus cuerpos y que se reconocen unas a otras como iguales ya sea de manera explícita o implícita y que, por lo tanto, ejercen un poder original sobre su propia esfera privada, en otras palabras, son individuos soberanos. Las personas configuradas de esta manera se enfrentarán unas a otras como agentes de contratación legítimos no sólo en el mercado, sino también en un conjunto de prácticas sociales que no están vinculadas al intercambio de bienes y servicios. Tan sólo en una sociedad de individuos soberanos puede el mercado operar con agentes racionales como lo quiere la teoría. Aunque es prácticamente imposible lograr una homogeneización completa, la población tiene que estar inmersa en una amplia red de prácticas sociales mercantiles para que el mercado se convierta en el mecanismo fundamental de coordinación de la producción de bienes y servicios en el interior de un Estado nacional. Cuando esto ocurrió, entonces los flujos económicos aparecieron integrados a un sistema de decisiones por parte de series de individuos soberanos y que por ello implicaba a toda la nación. Este fue el tiempo cuando pensadores preocupados con la riqueza del rey descubrieron la existencia de un sistema nacional de economía precisamente allí donde hasta hacía poco tiempo atrás sólo existían pequeñas y grandes unidades de producción organizadas por relaciones despóticas. Este fue el tiempo en que fue posible concebir la teoría económica (Del Búfalo, 1995 y 2002).

La teoría económica

En la fase en que el proceso de formación del Estado y la economía nacional tenía como eje la consolidación de los príncipes territoriales, proliferaron en Europa Occidental una gran cantidad de tratados para dar consejos de gobierno a los príncipes. Estos tratados denominados espejo del príncipe concebían el gobierno como una extensión de la conducta ética que debía tener el jefe de una familia cristiana, después de todo el territorio social que el príncipe controlaba no era más que estancia, su familia ampliada7. El gobierno era pues tan sólo la manera en que el príncipe administraba su propia casa patriarcal, su oikos. En este contesto, el problema de la riqueza del príncipe era parte relevante del gobierno de su estancia. Al progresar la mercantilización del territorio social, la diferencia entre la estancia privada del príncipe y su estancia pública se fue aclarando. Naturalmente esto reflejaba la diferenciación práctica que estaba ocurriendo entre la propiedad mercantil del suelo y la antigua propiedad feudal del territorio social. Con la consolidación de las monarquías administrativas y sus crecientes gastos militares y administrativos, en los cuales el problema del origen de la riqueza del monarca se fue haciendo cada vez más importante hasta que en pleno auge del absolutismo se descubrió que los fenómenos económicos eran parte de un sistema general que abarcaba todo el ámbito nacional (Del Búfalo, 2003).

En el siglo xvii, los ensayistas se interesaron mucho en las entradas y las salidas de oro por el efecto que éstas tenían sobre la riqueza del reino (Schumpeter, 1956). Muy pronto descubrieron que los flujos monetarios tenían contraflujos en bienes reales y que los flujos de salida y entrada de oro no sólo afectaba a los contraflujos entre el país y el exterior, sino también los precios internos, es decir, las transacciones domésticas, las cuales, obviamente, estaban vinculadas unas con otras de manera sistemática. Este descubrimiento se expresó en términos de la ecuación cuantitativa del dinero que subrayaba la idea de que esos flujos de bienes y dinero estaban regulados por un conjunto de reglas que conformaban un sistema. Como quiera que la riqueza del rey o el ingreso fiscal del Estado provenía de detracciones de esos flujos mediante la tributación, y como dicha tributación no podía exceder de cierto monto so pena de desbaratar todo el proceso, era muy importante conocer esas reglas que regulaban el sistema de flujos. La economía ya no era una colección de fenómenos sueltos que debían manejarse de manera casera, sino un sistema de flujos que recorrían el territorio social del rey. La nueva teoría nacía con el descubrimiento fundamental de que el Estado debía mantenerse con una parte de la producción nacional de manera tal que no pusiera en peligro la permanencia del sistema, en otras palabras, debía mantenerse con un excedente que debía crecer regularmente para sostener la ampliación y el fortalecimiento del Estado. Por lo tanto, la consolidación del Estado nacional apareció claramente asociada al crecimiento económico nacional.

La pregunta inicial de ¿cuál es el origen de la riqueza del rey? se debía reemplazar pues con: ¿cuál es el origen del excedente económico de una economía nacional? La respuesta obligada era: el trabajo de la población. Esto por varias razones. En primer lugar, todos los bienes son el resultado de un esfuerzo del hombre por apropiarse de las cosas y los procesos que ofrece la naturaleza según lo sanciona la Biblia: "trabajarás con el sudor de tu frente". En este contexto cristiano es que se da la discusión sobre la riqueza entendida como el resultado de la generosidad de la naturaleza fecundada por el sudor del trabador. Por eso a los primeros teóricos de la fisiocracia les pareció natural encontrar el origen del excedente en el trabajo agrícola como el único que podía fecundar a la naturaleza para que diera más de lo que el trabajador mismo necesitaba. Pero como la riqueza no es sólo apropiación de cosas naturales, sino también la transformación de esas cosas y procesos para producir otras cosas artificiales, Adam Smith consideró correctamente que no era tan sólo el trabajo agrícola el que produce riqueza sino todo trabajo que trasforme los elementos naturales. Así, pues, el primer descubrimiento importante del nuevo saber fue el de que la riqueza de una nación es el excedente económico que el Estado nacional es capaz de generar con el trabajo de su población. Al establecer una conexión entre riqueza del Estado nacional y su población, la teoría económica proporcionaba una justificación para el cuidado de esa población mediante esa policía8 tan característica del Estado absolutista. Dicha conexión también afectaba el valor de cambio de las mercancías por que lo que se intercambiaba en el mercado era el producto del trabajo y, por lo tanto, el intercambio no era otra cosa que el intercambio del trabajo de individuos soberanos. De esta manera en cada acto de intercambio lo que se medía era el esfuerzo de apropiación por parte de la población al tiempo que se respetaban los derecho de propiedad de los intercambiantes como individuos soberanos que eran.

En relación con el primer aspecto, una mercancía tiene un valor de cambio porque tiene un valor dado por el trabajo gastado para producirla, de esta manera quedaba claro que el intercambio que se da en una economía de simples intercambios mercantiles no era el mismo al que se da en una economía de producción para el mercado. En cuanto al segundo aspecto, es importante notar que la idea de que toda la riqueza tiene su origen en el trabajo de la población expresa la naturaleza de la población compuesta por individuos soberanos, puesto que la soberanía de un individuo reside en el hecho de que es una persona propietaria privada de su cuerpo. Por esta razón la apropiación de la naturaleza mediante el esfuerzo de su cuerpo le pertenece como lo afirma la frase bíblica antes citada. El poder originario de un individuo libre se origina en su trabajo y en una sociedad de individuos soberanos la legitimidad de la propiedad deriva de la apropiación mediante el trabajo propio de la persona. Este es el principio fundamental del credo liberal: el trabajo justifica la propiedad privada. En oposición a esos reformadores protestantes radicales que favorecían la propiedad comunitaria porque Dios había dado la tierra a toda la humanidad, el punto de vista liberal afirma que el esfuerzo de cada individuo privatiza los resultados de la apropiación de la naturaleza. En oposición a la aristocracia que reclama la propiedad con base en los derechos ancestrales, el punto de vista liberal muestra que este tipo de propiedad es ilegítimo en una sociedad de individuos soberanos. De manera que la importancia de la teoría del valor trabajo se debe a que precisamente refleja la realidad de la economía nacional –al conectar la riqueza del Estado nacional con la consolidación de una población de individuos soberanos– y provee un criterio para discriminar entre reclamos legítimos y reclamos ilegítimos sobre el producto nacional.

En una sociedad de individuos soberanos tejida por las prácticas sociales mercantiles, el mercado es el sistema natural de intercambio entre propietarios privados que tienen igual derecho a su propiedad. La propiedad privada es justamente un derecho de monopolio para usar y disponer de aquello que es de la propiedad de uno. El origen ideológico de este monopolio se encuentra en el liberalismo protestante que consideraba que la tierra era una donación de Dios a toda la humanidad que había sido acompañada por el mandamiento de trabajarla para poder apropiarse de sus frutos. Una persona no debe depender de su comunidad para su sustento, si esa persona puede aplicar el poder natural de apropiación, es decir, el trabajo de su cuerpo. El trabajo era pues un ejercicio de soberanía así como una individuación de la persona en el seno de la comunidad. Esta concepción choca con la interpretación aristocrática de la soberanía del Estado fundada en la conquista militar de una comunidad por otra según el favor de Dios. El trabajo era la fundación de la soberanía individual que el liberalismo oponía a la soberanía aristocrática del Estado. Pero desde el punto de vista del intercambio mercantil, la propiedad privada es una condición formal del intercambiante, es decir, que no importa cómo haya sido adquirida9. En un mercado puro la propiedad del intercambiante está dada y, por lo tanto, su origen es intrascendente. Lo que importa es que los intercambiantes se reconozcan como propietarios privados, es decir, como individuos soberanos, por lo menos mientras dure el intercambio. De ahí la importancia de respetar la propiedad del otro pagando sus bienes al valor determinado por el mercado, que en un mercado puro no es otra cosa que la proporción entre las cantidades totales dadas para el intercambio en ese mercado, independientemente de cómo se mida.

Pero, en una sociedad en la cual la producción está orientada por y para el mercado, tan sólo aquellas clases de individuos que participan directamente en el proceso de producción pueden reclamar legítimamente una participación en los resultados, puesto que el proceso de producción no es otra cosa que la aplicación de ese poder natural de apropiación. En una economía tal, los intercambiantes ciertamente se confrontan como individuos soberanos, pero no intercambian cantidades dadas de mercancía, sino cantidades producidas y por eso deben medir el esfuerzo recíproco de apropiación; su respectiva propiedad será respetada tan sólo en la medida en que el esfuerzo de apropiación de cada uno sea reconocido por el otro. Al escoger el trabajo como la medida del valor, la nueva teoría económica estaba reconociendo que todos los que participan en el mercado son individuos soberanos y que ejercen su soberanía no sólo de manera formal en el acto de intercambio, sino también como personas que se apropian de la naturaleza de manera soberana e individual. Así pues, el fundamento liberal del derecho de una persona a la propiedad privada era utilizado para medir el valor económico para poder mostrar que los intercambiantes eran individuos soberanos no sólo en el mercado, sino también durante el proceso de apropiación de la naturaleza. La población de una economía nacional no puede ser un conjunto de individuos formalmente soberanos solamente durante el intercambio mercantil, sino que deben serlos también durante el proceso de producción.

Por lo tanto, la teoría del valor trabajo va mucho más allá del problema de la medición del valor adonde la confinaron los economistas posteriores. Al principio mostraba tan sólo la necesidad del Estado de actualizar la manera de gobernar un territorio social que había cambiado considerablemente desde aquellos tiempos en que constituía un pueblo despótico. Ahora ese territorio social estaba compuesto por individuos y era una tarea del Estado consolidar tal cambio mediante un conjunto complejo de políticas. La economía política era parte de un grupo de otras disciplinas que proporcionaban nuevos conocimientos que debían ayudar al Estado a establecer un nuevo tipo de gobernabilidad. La teoría del valor trabajo clásica era parte de la preocupación del Estado absolutista por una apropiada administración de la población. La riqueza de la nación dependía del crecimiento de excedente económico generado por la población y era interés del Estado potenciar la fuerza productiva del trabajo mejorando la calidad de la población. De ahí la necesidad por parte del Estado de conocer mejor su población que dio origen a una nueva ciencia denominada Estadística en el mismo medio intelectual del cual surgió la teoría del valor trabajo (Del Búfalo, 2002).

Es en este particular contexto de la gobernabilidad que el problema específico de la medición se vuelve relevante. El bienestar de la población se convierte en una preocupación del Estado absolutista porque la población es el origen del excedente económico que es la riqueza de la nación. El objetivo principal de la intención teórica era contener la codicia del Estado dentro de límites que no pusieran en peligro el buen funcionamiento de la economía nacional. Todo esto cambió con la instauración del la forma liberal del Estado nacional. El proceso de homogeneización había ganado la batalla con las prerrogativas feudales, y, con una población más o menos homogénea dividida en series de individuos organizados en clases según el modo de articularse al proceso productivo, el problema de cómo distribuir el producto entre las diferentes clases de individuos se vuelve muy importante. Una adecuada explicación de la distribución era de especial significación para resolver el problema de cómo era posible la acumulación de capital. Cuando la población intercambia bienes del mismo valor, es decir, producidos con la misma cantidad de trabajo, los reclamos sobre el producto nacional por parte de los diferentes participantes tienen que ser consistentes con las reglas del mercado. La renta ya no podía ser una obligación feudal, ni el salario el nombre simplemente de los gastos de alimentación y cuidado del animal humano, ni el beneficio la ganancia eventual de la actividad especulativa de comerciantes ocasionales. Una economía de producción para el mercado, como la capitalista, requiere de comportamientos regulares y los reclamos sobre el producto deben estar fundamentados en principios propios de la legalidad del mercado. De ahí que el problema de la renta, el salario y el beneficio, que ya estaba presente en Adam Smith, se vuelve central en Ricardo y Marx.

Ahora bien, si miramos al Estado nacional desde la perspectiva de las prácticas feudales, veremos en él una instancia del ordenamiento despótico del territorio: un cuerpo político con una soberanía personalizada. Pero si lo observamos desde la perspectiva de las prácticas sociales mercantiles, el Estado nacional no es otra cosa que un monopolio territorial, es decir, un monopolio sobre la población local y sus recursos culturales y naturales. Y en virtud de este monopolio puede instrumentar políticas que faciliten la acumulación de capital. De hecho, una de las principales tareas históricas del Estado nacional ha sido la homogeneización del territorio social para crear una nación –como ya se dijo. La consecuencia directamente económica de esta homogeneización social de la población es la movilidad de los factores productivos. En la medida en que el trabajo, los medios de producción y la tierra son propiedades privadas de individuos soberanos, pueden desplazarse de unos a otros a lo largo y ancho del territorio social mediante una cadena de intercambios mercantiles. De esta manera los reclamos sobre el producto nacional de los distintos propietarios de los factores productivos estarán condicionados por el mercado y su sistema de precios. Así, por ejemplo, la renta sobre la tierra ya no dependerá del capricho despótico de la nobleza, sino de su escasez relativa a la población trabajadora como la determinan las condiciones tecnológicas de producción. El salario percibido por los trabajadores estará determinado por el valor de mercado de los bienes que aseguren el mínimo necesario para que el trabajador sea un individuo soberano. El resto del producto es reclamado por aquellos que adelantaron los medios de producción y que pueden reinvertir el excedente para ampliar el ciclo productivo.

Si bien es cierto que estos reclamos se expresan mediante los precios y, por lo tanto, están determinados por el mecanismo de mercado, no es menos cierto que la constitución de las distintas series de reclamantes –como individuos soberanos propietarios de "distintos factores de producción" separados unos de otros y solamente integrables mediante el intercambio mercantil– requiere de la intervención activa del Estado nacional. Por lo tanto, la condición que hace posible configurar los distintos reclamos como precios de mercado es consecuencia del proceso de homogeneización llevado a cabo por el Estado nacional. Más aún, la constitución de estos propietarios privados es un proceso socialmente muy conflictivo que exige la mediación permanente de un poder despótico que se convierte en la condición de posibilidad del mercado nacional. Es precisamente esta mediación la que le da un valor de mercado al reclamo del Estado sobre el producto. Éste, en tanto que déspota territorial, es propietario del territorio social en el cual se genera el producto nacional. De manera que podemos añadir un cuarto factor de producción, más abstracto que los demás, pero no menos importante para la producción nacional. La tributación es pues la renta territorial del déspota que mantiene un carácter mucho más arcaico puesto que es relativamente autónoma del mecanismo de mercado y puede limitar considerablemente el excedente destinado a la acumulación. A diferencia de la renta sobre el suelo, la tributación no puede ser sujetada automáticamente al mecanismo de mercado y nunca pierde su carácter despótico. De ahí el esfuerzo de la teoría para determinar la tributación adecuada, es decir, que asegure las necesidades del Estado con la mayor acumulación de capital posible. Las restricciones legales a las exportaciones e importaciones revelan claramente la naturaleza de monopolio territorial del Estado nacional. De esta manera el Estado impone una diferencia entre transacciones nacionales y transacciones internacionales y es precisamente este tipo de diferencia lo que separa al mercado en un mercado nacional y un mercado internacional. Por lo tanto, un mercado nacional sólo puede existir cuando hay un monopolio territorial que condiciona al mercado

En el período temprano de su desarrollo, la teoría clásica trató principalmente el problema de la asignación del excedente, condicionado por la necesidad de equilibrar los requisitos del Estado nacional con aquellos de la acumulación de capital. La teoría tenía que entender el funcionamiento de una economía de mercado nacional constreñida, por un lado, por la vieja estructura despótica y, por el otro, por un nuevo tipo de poder despótico que crecía desde el mismo seno de las relaciones del mercado. Este enfoque teórico reveló el conflicto social entre las viejas prácticas sociales aristocráticas y la nueva subjetividad emergente con el proceso de la producción capitalista. Las revoluciones liberales acabaron con ese conflicto. La aristocracia se volvió simplemente otro conjunto de individuos soberanos en el marco de una población más homogénea hecha de series de individuos soberanos entre los cuales la diferencia principal era el poder de comando del proceso de producción. La principal restricción a la acumulación de capital ya no venía del viejo orden social despótico, sino de una nueva subjetividad que surgía del propio proceso de la producción.

El Estado nacional, en su nueva forma liberal, ya no es un actor principal en la disputa por el excedente y aparece más bien como un posible mediador en el nuevo conflicto entre el capital y el trabajo, y de esta manera desaparece del horizonte de la economía teórica. A partir de ahora la teoría lo da por descontado y ya no lo considera como el monopolista territorial que asegura las condiciones para el establecimiento de una economía nacional, sino el supervisor de los individuos soberanos que participan en el mercado. Por consiguiente, la tributación deja de ser una preocupación mayor para la teoría que ahora se esfuerza por demostrar que el mercado puede regular la economía de forma tal que puede resolver el conflicto social, o más bien que en una sociedad de individuos soberanos no puede haber tal cosa como un conflicto social. De hecho, la asimetría de los reclamos contrastantes desaparece en un sistema de agentes racionales homogéneos que toman decisiones racionales para aumentar al máximo su propia utilidad individual derivada de algún factor de igual importancia para el proceso de la producción. El conflicto sólo puede surgir si el individuo abandona la racionalidad, es decir, su soberanía10 y entonces debe volver bajo el poder despótico del Estado. La teoría propone pues un mecanismo independiente del Estado para coordinar una población ahora completamente homogénea: un mercado abstracto sin ninguna vinculación funcional con el proceso de la producción. Un mercado que implica un territorio social cuyo mecanismo de intercambio ya no tiene que medir el esfuerzo social para apropiar naturaleza, sino determinar simplemente la soberanía de los intercambiantes. La desaparición del Estado y de cualquier vinculación funcional entre el mercado y la producción del horizonte de la nueva teoría económica, como el punto de partida de su análisis, tuvo efectos interesantes que vale la pena señalar.

Ahora que el intercambio mercantil y la producción ya no se condicionan mutuamente, la teoría del valor trabajo puede reemplazarse por una teoría subjetiva de las decisiones individuales que reflejan el ejercicio de la soberanía del individuo mucho mejor. El propósito de la teoría del valor trabajo era vincular el esfuerzo productivo de la población con el intercambio mercantil y mostrar que el mercado podía regular eficazmente la producción social. Para ello tenía que distinguir entre aquellos bienes que se producían mediante procesos reiterativos y aquellos bienes que no eran reproducibles regularmente, cuyas cantidades, por lo tanto, eran independientes del esfuerzo social para producirlos. Las cantidades del primer conjunto de bienes son variables y dependen completamente del proceso de la producción, es decir, de cuanto esfuerzo social debe aplicarse a su producción, que en una economía capitalista quiere decir cuanto capital hay que invertir en su producción. Por consiguiente, el valor de estos bienes, tal como lo determina el intercambio mercantil, debe asegurar la reiteración del ciclo productivo que es la condición básica de la acumulación. Su determinación no puede ser independiente del proceso de la producción, es decir, depende del costo de producción. En cuanto al segundo conjunto de bienes, las cantidades son independientes del proceso de la producción y, por consiguiente, están dadas para cualquier ciclo económico. Sus cantidades, al estar constreñidas por barreras técnicas y sociales, son independientes del esfuerzo productivo y, por lo tanto, no son sensibles a las variaciones de inversión porque están fuera de toda conexión directa entre la producción y mercado. Su valor sólo está determinado por su escasez con relación a las preferencias subjetivas de los consumidores, es decir, son sensibles a las variaciones de la demanda. La teoría económica clásica separaba claramente los bienes producidos de los bienes escasos, considerando que sólo la determinación de valor de los primeros era pertinente para entender el funcionamiento de un mercado articulado al proceso de la producción.

Empezando con el axioma de que todo bien es escaso, la nueva teoría separó eficazmente el intercambio mercantil del proceso de la producción. Este prejuicio contra la producción mostrada por la nueva teoría marginalista no tiene nada que hacer con la producción como tal. El propósito del marginalista era más bien el de suprimir la acumulación capitalista como el elemento determinante de dinámica del mercado y lo hizo eliminando los procesos reiterativos de la producción. Para que el mercado sea un puro conjunto de intercambios entre individuos libres e iguales tiene que empezar con cantidades dadas para que la elección racional de cualquier individuo pueda ser tan buena como la de cualquier otro. Una vez logrado este objetivo la escuela marginalista volvió a ser "clásica" reintroduciendo una teoría de producción, pero que de hecho era simplemente una clase específica de intercambios llevados a cabo por "los consumidores de factores productivos". En otros términos, era la misma teoría de la elección del consumidor con otros nombres. Ahora que el proceso de la producción había sido eficazmente apartado de la determinación del valor de cambio, ya no era necesario diferenciar entre el mercado nacional y el mercado internacional. Este desalojo teórico del proceso de acumulación buscaba la eliminación de cualquier incidencia del poder subjetivo sobre el mercado, para que la soberanía del individuo pudiera aparecer como el único factor determinante de todas las actividades económicas.

La economía ya no era el lugar donde el poder de comando de unos pocos sobre el proceso de la producción determinaba la pauta de crecimiento y distribución del producto, sino el reino donde cualquier individuo podía ejercer su capacidad de elección bajo restricciones. En este mundo, las elecciones de otros individuos no eran una invasión de la soberanía del individuo, sino simplemente una restricción que era la misma para todos11. El mercado depurado de cualquier relación de poder, y por consiguiente de cualquier relación despótica, se convirtió en un puro juego de intercambios entre las unidades económicas indiferenciables.

La economía política clásica hacía una clara diferencia entre la teoría del valor trabajo aplicada al intercambio del mercado nacional –con la limitación ya mencionada– y la teoría de los costes comparativos empleada para explicar el comercio internacional. Ricardo intentó determinar los precios internacionales extendiendo su teoría del valor trabajo a la medición de costos internacionales y mostró que había un rango de valores de cambio en que el comercio era ventajoso para todos los países involucrados, pero no pudo determinar una única proporción. Stuart Mill mostró que los precios internacionales podían determinarse de manera única sólo teniendo en cuenta las demandas recíprocas de los países por sus respectivos bienes, lo cual quería decir que era la escasez relativa y no el trabajo lo que determinaba los precios12. Esto no es ninguna sorpresa después de que hemos dicho que la economía nacional es una economía de producción para el mercado y que el mercado internacional no tiene ninguna dimensión productiva. El valor internacional no está vinculado a la producción y, por consiguiente, es una proporción entre las cantidades dadas que sólo puede determinarse por las demandas recíprocas de los intercambiantes... (Del Búfalo, 2002). Ahora que la nueva teoría había cortado cualquier eslabón orgánico entre la producción capitalista y el mercado, la vieja diferencia entre el valor doméstico y el valor internacional había desaparecido. Sólo una diferencia permanece, sin embargo, causada por la presencia del monopolio territorial del Estado nacional que impide la libre movilidad de los factores de la producción. La teoría de los costes comparativos depende de esta barrera a la movilidad de los factores de un país a otro. Sin esta barrera no habría ninguna necesidad de una teoría específica para el comercio internacional.

La teoría del valor trabajo no sólo había fracasado en su propósito de determinar el valor internacional, sino fracasó también en la determinación del equilibrio de los precios de producción, a menos que no hubiese ninguna distribución del producto entre los diferentes reclamantes. Si no había distribución, las mediciones en cantidades de trabajo de los intercambios mercantiles podían determinar bastante bien la proporción a la que todos los bienes debían intercambiarse para repetir todo el conjunto de procesos de la producción. Pero, si tales intercambios mercantiles deben también distribuir el producto entre distintos reclamantes como los dueños del trabajo y los del capital, entonces aparece una distorsión indeterminable entre los valores que expresan las cantidades de trabajo y los precios. Ahora esto convierte a la teoría en algo totalmente inútil, puesto que, como dijimos anteriormente, la determinación exacta del excedente era el objetivo principal de la teoría que quería entender cómo funciona la acumulación capitalista. Además, la distribución del ingreso entre capital y trabajo era un factor clave en el nuevo conflicto social entre las clases de individuos soberanos. Así, la teoría del valor trabajo parecía fallar precisamente en lograr el objetivo para el cual había sido creada.

La nueva teoría no presentaba ese problema. Para la nueva teoría económica, había tan sólo una manera universal de determinar el intercambio mercantil mediante escasez. Además, la nueva teoría pudo evitar las calles ciegas en que la vieja teoría del valor trabajo se había enfrascado al intentar vincular de una manera orgánica el intercambio mercantil con la producción capitalista. En primer lugar, ya no había ningún excedente para determinarse. Ahora todo el valor del producto era completamente distribuido entre los reclamantes según una regla fija basada en la contribución marginal de la cantidad de cada factor de producción. Aquí también la teoría supone que no hay ninguna diferencia funcional entre los agentes racionales. Ellos son individuos soberanos homogéneos que, como intercambiantes, toman decisiones homogéneas. La diferencia entre aquellos cuyas decisiones de comprar daban comienzo al proceso de producción y aquellos que simplemente se ajustaban a las consecuencias de las decisiones de los primeros, quedó atrás en la prehistoria de las ciencias económicas. Cualquier tipo de interferencia subjetiva con el mecanismo del mercado quedaba excluido. Incluso los agentes racionales eran subjetivos sólo en la apariencia, puesto que sus respuestas estaban completamente predeterminadas por los axiomas de racionalidad y por la condición de la maximización. La teoría neoclásica describe el funcionamiento de una economía de mercado puro que coordina una sociedad utópica de individuos soberanos sin relaciones despóticas entre ellos. El liberalismo tenía ahora a su disposición una teoría económica que por primera vez mostraba que el mercado podía ser el coordinador de la sociedad en sustitución del Estado, por lo menos hasta un cierto punto, dado por la imperfección de la naturaleza humana del individuo. En un mundo de sujetos morales kantianos perfectos, el mercado podría ser el único mecanismo de cohesión social. De todos modos, ahora era posible construir un caso más convincente a favor del levantamiento de las barreras proteccionistas y de las regulaciones del mercado que habían ayudado a la consolidación del Estado liberal y a la expansión de la acumulación de capital dentro y fuera de los límites nacionales.

Sin embargo, el mundo real en que la teoría se desarrolló era un mundo de serios conflictos entre los Estados nacionales –cada uno con severas tensiones domésticas entre sujetos sociales en expansión–, que incidían en el mercado y en la producción para el mercado. El conflicto social doméstico estimuló la competencia por nuevos territorios entre los Estados nacionales que terminó en la Primera Guerra Mundial. Después de la guerra, el conflicto social puso en grave riesgo la acumulación de capital en muchos países y una serie de procesos de reestructuración de la sociedad, la economía y el Estado fueron necesarios para restablecer el proceso de acumulación.

En todas estas reestructuraciones, el Estado aumentó su papel como un mediador del conflicto social y tuvo que modificar su forma liberal en mayor o menor grado. En lo que había sido la Rusia zarista, después de la revolución socialista, un orden político y social favorable a la acumulación importante se restableció con el estalinismo. El Estado se convirtió en prácticamente el único dueño de los medios de producción y la planificación centralizada sustituyó al mercado que fue reducido a su mínima expresión. Otra reestructuración del orden social, igualmente favorable a la acumulación de capital, se llevó a cabo en la Italia fascista y luego en la Alemania nazi. En este caso también el Estado se hizo gerente y planificador de la actividad económica, pero no eliminó al capital privado. Socialismo real y fascismo fueron las dos reestructuraciones más radicales del capitalismo liberal del siglo xix. Pero incluso en aquellos países que conservaron la forma liberal del Estado, sin alterar sustancialmente sus instituciones, el Estado asumió una nueva función coordinadora de la economía nacional. A diferencia de las otras dos reestructuraciones, en este caso no hubo un ataque ideológico frontal contra el mercado capitalista que hiciera de la teoría económica ortodoxa algo sin pertinencia. Al contrario, esta reestructuración suave retuvo la idea liberal de que el mercado debe ser el coordinador principal de la economía nacional. Sólo argumentó que instituciones estatales y las políticas públicas apropiadas debían apuntalar dicha coordinación. Para poder sostener esta afirmación en un ambiente liberal, había que ofrecer un argumento teórico convincente contra los resultados neoclásicos y Keynes lo hizo. Él mostró que, en la presencia del conflicto distributivo, el mercado no garantiza la asignación óptima de los recursos de la economía nacional y, por consiguiente, no garantiza un crecimiento económico continuo. Una economía nacional estable requiere de la intervención del Estado.

La competición entre estos tres modelos de Estados nacionales condujo a la Segunda Guerra de Mundo al final de la cual el modelo fascista fue derrotado y eliminado. Sin embargo, dejó como legado a su ganador y sucesor el Estado keynesiano: muchas instituciones del bienestar y las empresas productivas dirigidas por el Estado (Del Búfalo, 2002). El otro ganador de la guerra fue el Estado estalinista que se presentaba como una alternativa a los males de capitalismo del mercado, ofreciendo una completa subsunción, como habría dicho Marx, de todas las prácticas sociales en la acumulación de un capital estatal. En todo caso, el papel del Estado nacional se fortaleció tanto en su carácter nacional como en su función de Estado. Una escalada del nacionalismo en una variedad de formas –dependientes del tipo de reestructuración que, en cada caso, el conflicto social imponía al Estado nacional– acompañó esta ampliación del papel del Estado en la economía nacional. El proceso de descolonización era una parte importante de esa reestructuración y causó una multiplicación de Estados nacionales. Durante las primeras décadas que siguieron a la guerra, el sistema de Estados nacionales alcanzó su máxima extensión territorial, cubriendo el planeta y logrando una amplia intervención en la economía nacional. La relación entre Estado y mercado se volvió tan intensa que la economía dependía fundamentalmente de las políticas económicas y el Estado se volvió un agente económico de primer orden. Precisamente entonces, cuando el Estado nacional había alcanzado por fin su cenit, el mismo proceso de acumulación de capital que él había ayudado tanto a desarrollar comenzaba a minar los principios de su propia existencia.

REFERENCIAS

1. Del Búfalo, Enzo (2003): "Los nuevos keynesianos y el ciclo económico", Nueva Economía, vol. XII, n° 20, Caracas, octubre.        [ Links ]

2. __________ (2002): El Estado nacional y la economía mundial: la economía política de la globalización, vols. I y II, Caracas, Ediciones Faces-UCV.        [ Links ]

3. __________ (1999): El sujeto encadenado: Estado y mercado en la genealogía del individuo social, Caracas, Ediciones CDCH-Universidad Central de Venezuela.        [ Links ]

4. __________ (1995): Los límites de la teoría económica: las leyes naturales y las relaciones de poder, Caracas, Editorial Panapo.        [ Links ]

5. Del Búfalo, E., C. Granier y S. Albo (1985): Crisis y transformaciones en la economía mundial, Caracas, Monte Ávila editores.         [ Links ]

6. Foucault, Michel (1997): Il fault defendre la société, Paris, Gallimard.        [ Links ]

7. Minsky, Hyman (1986): Stabilizing an Unstable Economy, New Haven, Yale University Press.        [ Links ]

8. North, C. Douglass (1990): Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge, Cambridge University Press.        [ Links ]

9. Pocock, J.G.A. (1985): Virtue, Commerce, and History, Cambridge, Cambridge University Press.        [ Links ]

10. Polanyi, Karl (1957): The Great Transformation, Boston, Beacon Press.        [ Links ]

11. Schumpeter, Joseph (1956): History of Economic Analysis, Oxford, Oxford University Press.        [ Links ]

ANEXOS y/o PIES DE PÁGINA

1 Como dice Foucault (1997): "la nación era la sangre de la dinastía".

2 Son figuras abstractas porque, sin importar su posición real en la sociedad, si intercambian según las reglas mercantiles, entonces se reconocen, aunque sea implícitamente, como propietarios iguales. En general, el intercambio mercantil requiere de una serie de abstracciones prácticas sin las cuales el intercambio no puede llevarse a cabo. Cuando estas abstracciones se vuelven –mediante un período prolongado de reiteraciones– formas del pensamiento, surge el pensamiento racional como una cualidad de la subjetividad individual (Del Búfalo, Granier y Albo, 1985). Por lo tanto, la racionalidad del agente económico es simplemente una estilización del individuo soberano, sujeto del pensamiento racional.

3 Esta identificación de la sangre o el semen real con la nación es una transposición del principio de filiación y alianza de la sociedad primitiva en términos despóticos.

4 Vale la pena notar que la actividad notarial es una de las primeras prácticas sociales que surgen de las necesidades del mercado. Además, hay que notar el doble significado del término constitución como documento legal y político y como conjunto de elementos reales que determinan la naturaleza de un cuerpo.

5 Esto es evidente en el caso de los fisiócratas para los cuales los campesinos y los trabajadores permanecen escondidos entre los otros elementos de proceso productivo que comanda los productores y en la clase estéril.

6 Kart Polanyi en su polémica con el liberalismo económico ha insistido mucho en que el mercado como sistema autónomo de determinación de los precios es un fenómeno que aparece por primera vez en la historia humana en el siglo XIX, hasta entonces las relaciones económicas habían estado siempre embedded into the social relations (Polanyi, 1957). Desafortunadamente Polanyi confunde el mercado como institución autónoma, como puede ser la bolsa de valores, con el mercado como conjunto de intercambios mercantiles. Un error grave que le ha sido señalado en reiteradas oportunidades (North, 1990) y que, sin embargo, lo lleva a señalar acertadamente que el mercado estaba ausente de los antiguos imperios del Bronce.

7 La palabra estado no era conocida entonces con su significado moderno. Fue Maquiavelo quien usó por vez primera esta palabra con el significado actual, precisamente analizando la formación del Estado moderno. En su época el proceso había avanzado lo suficiente como para mostrar la nueva realidad del Estado moderno, especialmente en las signories italianas. Por lo tanto, aunque formalmente su príncipe pertenece al mismo género de tratados tipo espejo del príncipe, se trata en realidad de un tratado sobre la naturaleza del nuevo poder que estaba organizando el territorio social de su proceso constituyente y de su estado.

8 En esa época, la palabra policía tenía una acepción diferente a la que tiene en nuestros días. Se refería a todas las actividades de cuidados de la población llevadas a cabo por el Estado.

9 El acto de intercambio mercantil postula implícitamente que los intercambiantes son igualmente soberanos y, por lo tanto, igualmente propietarios de sus respectivos bienes. Esto establece la necesidad de una medición adecuada del valor de sus bienes. No tiene nada que ver con el estatus social real de los intercambiantes fuera del intercambio como tal.

10 En el mercado, un individuo soberano es un agente racional, pero en la sociedad en general es también y principalmente un sujeto moral y como tal ejerce su soberanía cuando se comporta como sujeto a su propio imperativo categórico que le prescribe una conducta que es la misma para cada individuo soberano. Por lo tanto, en tanto individuo soberano, se comporta conforme a las reglas de la razón tal como las revela el imperativo categórico y no se necesita ninguna constricción externa para hacer su conducta compatible con la de los otros. Si dejara de seguir a la razón, ya no sería un agente racional, ni un individuo soberano. Es expulsado de la sociedad de individuos libres e iguales y puesto bajo el poder del viejo déspota. Sólo el sujeto moral kantiano es pues compatible con el individuo soberano y el agente racional.

11 De hecho los teóricos neoclásicos comprimen todo el conjunto de individuos soberanos en un único agente racional representativo.

12 Ricardo presentó su teoría de los costos comparativos en términos de valores medidos en tiempo de trabajo, tal como lo había hecho para explicar el intercambio en el mercado nacional. Estaba en lo correcto en hacer esto, por cuanto una transacción internacional entre individuos privados no tiene por qué ser diferente de cualquier otra transacción doméstica. Sin embargo, como lo explicáramos arriba, tal transacción es también una transacción entre los Estados. En el primer caso, tiene una dimensión productiva y en el segundo caso no la tiene. Por lo tanto, estos bienes son producidos por el vinatero y para el textilero respectivamente, pero para Portugal e Inglaterra son cantidades dadas y, como ocurre con los bienes escasos, es necesario que las demandas recíprocas de los países involucrados intervengan para poder determinar sus valores internacionales. Así, pues, la teoría de los costos comparativos revela claramente la diferencia entre el mercado nacional y el mercado internacional.