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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 20030507

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.11 n.2 Caracas mayo 2005

 

Historia, usos, mitos, demonios y magia revolucionaria

María Elena González Delucaa

aUniversidad Central de Venezuela

Resumen

El uso y abuso de la historia y de los símbolos del pasado con fines políticos tiene una fuerte tradición universal. Venezuela no es excepción y en sus doscientos años como nación abundan los ejemplos. Pero hoy en día la polarización política y las características revolucionarias del gobierno replantean la necesidad de una atenta mirada. En este trabajo analizamos distintos casos en el plano de los discursos políticos, fundamentalmente. La conclusión es que los sectores contrarios a la política oficial tienden a usar la historia de modo tradicional. Pero el movimiento político actualmente en el poder tiene una posición revisionista radical. La negación del pasado histórico, salvo la independencia y sus héroes hasta 1830, y uno que otro caudillo de la república, elimina la historia como disciplina científica y como memoria de la nación.

Palabras clave: polarización política, Venezuela, historia, discurso político.

History: Uses, Myths, Demons and Revolutionary Magic

Summary

The use and abuse of history and of symbols of the past in politics has a strong universal tradition and Venezuela is no exception. There are many examples of this in the 200 years of national history. But the current polarization of Venezuelan politics and the government’s revolutionary posture clearly aggravate the problem. This article examines various examples of the use of history, mainly in political speeches. The conclusion is that those who oppose the government tend to use history in the traditional way. But the government’s political ideology imposes a radical revisionism of the past which effectively leads to its denial, with the exception of the heroes of the Independence and a few nineteenth-century "caudillos". This perspective, in turn, leads to the disappearance of history as a scientific discipline and as the memory of the Nation.

Key Words: Political Polarization, Venezuela, History, Political Discourse.

Recibido: 16-01-2005 Aceptado: 24-02-2005

INTRODUCCIÓN

En pocos años se cumplirán en Venezuela, como en el resto de Hispanoamérica, doscientos años de la cadena de acontecimientos que inició el proceso de independencia, cuando nuevos actores e ideas y una extraordinaria movilización social cambiaron de significado la representación del pasado.

La necesidad histórica de crear una identificación con el ideal nacional, que diera sentido al proyecto de la elite criolla, echó entonces las bases de la recreación de la memoria colectiva. A ese propósito contribuyeron los testimonios y luego las reelaboraciones, relatos, símbolos y creaciones mitificadoras, tanto las positivas que correspondían al presente y a las previsiones del futuro, como las negativas que evocaban el pasado colonial. Así se fueron moldeando los imaginarios que sedimentaron una conciencia compartida que dio por cumplida la necesidad de fabricar una cohesión nacional, el principal problema político de esa época.

De modo que la cercana conmemoración bicentenaria, aunque seguramente se centrará en el homenaje a los personajes y acciones de la independencia, será también ocasión para recordar que las primeras expresiones de uso del pasado y de creación de una historia funcional en el contexto nacional datan de esa época.

La historia patria, como expresión más notable del pasado convertido en objeto intelectual, sin duda podrá ser reexaminada desde la perspectiva de la función social cumplida por la primera historiografía nacional (Carrera Damas, 1988, 87-95). El tema, como se ve, no sólo no es nuevo sino que incluso es muy anterior al presente que nos ocupa. Sin embargo, en nuestros días el problema se replantea con características que hacen necesario volver a darle una atenta mirada.

Pero, con todo y que en estos años tempranos del presente siglo se ha intensificado la polémica sobre problemas que tocan distintos asuntos políticos, el debate sobre los "usos políticos y simbólicos del pasado y de la historia en la Venezuela de hoy" ha sido notablemente postergado. Tal parece que es una brasa a la que pocos quieren acercarse, no obstante su excepcional papel en el discurso político de hoy. En el conflictivo desarrollo actual de los asuntos públicos analizar el tema implica poner el dedo en una llaga, tal vez abierta sobre tejido tierno. Atender la lesión requiere sumar, a la voluntad, la disposición intelectual de examinar el problema y de definir una clara concepción de los términos en que es posible un uso ético del pasado.

El hecho de que hasta ahora los historiadores, con sus diversas e incluso antagónicas posiciones, hayan eludido el debate, indica cómo la polarización del presente afecta a la disciplina y a sus practicantes y las sensibilidades que despierta. La reserva en torno a la cuestión contrasta con su importancia vital para la disciplina, en tanto tiene que ver con su justificación y legitimidad.

En efecto, si las distintas versiones del pasado inducen la noción de que es aceptable construir una narrativa histórica a la medida de los intereses circunstanciales de cada grupo, político, religioso, económico o cualquier otro. Y si, además, estas versiones tratan de imponerse como verdad desde posiciones de poder, entonces ¿qué papel hacen los historiadores? ¿Qué sentido tiene el estudio con rigor académico en una disciplina que se dice científica y sin embargo construye un saber que puede ser cambiado a capricho? ¿Se justifica en esas condiciones formar especialistas en la disciplina del análisis del pasado? ¿Cuántas versiones admite la historia? ¿Qué hay de la verdad histórica?, ¿y qué de la historia como memoria compartida?

Y siguen las preguntas ¿es la historia una disciplina que se justifica igualmente sirviendo a dos amos: el poder político y la verdad científica?, ¿es admisible, incluso entre quienes practican la disciplina, adscribir al ideal de un saber científico en el espacio académico y suscribir y defender fuera de él una historia que intenta recrear en el pasado los antagonismos del presente? ¿Cómo afecta a la vida colectiva una historia fabricada a la medida de los intereses de una parcela política?

Finalmente, como se habrá advertido, estas preguntas y algunas de las afirmaciones expresan desazón y hasta cierto dramatismo que pueden resultar incomprensibles, considerando, por una parte, que la utilización e incluso deformación del pasado con fines políticos es una práctica tan antigua que se confunde en el tiempo con la historia misma en sus dos acepciones; y, por otra, que en Venezuela el pasado ha sido siempre una cantera explotada sin reservas, y también sin muchos escrúpulos, para apoyar los más diversos argumentos políticos en función de estructuras de poder.

Entonces, qué es lo que justifica hoy la necesidad de una mirada alerta sobre el tema. Para intentar una respuesta reconocemos dos premisas. Una es que el avance de un sistema de referencias de poder en sustitución del dominante hasta 1999 y el proyecto de construcción de una nueva hegemonía ha encrespado las nociones de la identificación nacional, fuertemente nutridas en la historia. La otra es que ese proyecto tiene como soporte teórico legitimador una relectura del pasado que convierte a la historia en doctrina revolucionaria y, por lo tanto, provoca su desintegración como disciplina científica y como memoria nacional compartida.

Entre pasado y presente

El problema nos coloca en el centro de la tensión entre dos, ¿tal vez tres?, dimensiones del tiempo: el pasado y un presente con proyección al futuro, articuladas por un intercambio utilitario que consiste en activar fragmentos del pasado en función de exigencias intelectuales y emocionales que parten de las necesidades políticas de nuestro tiempo y de las exigencias de preparación del futuro.

Hay que señalar, como aclaratoria, que la posibilidad de enlazar presente y pasado, a través de la mirada que el hoy dirige al ayer, no es una deformación que ocurre en razón del propósito utilitario inherente a la idea de uso. Esa conexión distingue la naturaleza del saber historiográfico, en tanto se construye a partir de las preguntas que el historiador formula condicionado por el tiempo en el que vive.

El historiador de hoy no se hace las mismas preguntas que se formulaban los historiadores de otro tiempo, y en la búsqueda de respuestas descubre nuevos significados. Pero esta resemantización, esta construcción de escrituras diferentes de la historia, que la distingue de otras disciplinas sociales, es parte de su fascinación, y también da cuenta de sus limitaciones.

Precisamente, esa vinculación entre pasado y presente vuelve sinuosa la frontera entre la objetividad, una meta que exige la ciencia y que en historia muchos creen posible sólo en la lejanía temporal, y la subjetividad, como efecto aparentemente inevitable de las ataduras mentales del investigador, que son las de su tiempo. Por lo mismo, éste sigue siendo uno de los temas centrales de la epistemología de la historia.

Pero el condicionamiento del saber histórico por las coordenadas del tiempo del historiador no significa que el pasado pueda ser entendido como una simple y arbitraria transferencia de los problemas y exigencias interpretativas del presente o de los distintos presentes, menos aún si son circunstanciales y partidistas, y, al revés, de los temas del pasado al presente. Si así fuera, significaría que las dos dimensiones del tiempo podrían ser entendidas como intercambiables y la historia, como disciplina científica, no existiría.

Entonces lo que parece estar planteado como desafío es encontrar respuestas a un conjunto de preguntas que restarían tiempo y espacio al tema central que nos ocupa y tal vez nos colocaría en otro terreno de la discusión. Son, sin embargo, las cuestiones que importan dentro de la disciplina. ¿Cómo se plantea en el estudio de la historia la articulación entre pasado y presente? ¿De qué manera las definiciones del presente en función de las relecturas del pasado preparan el futuro? ¿Cómo afecta el papel utilitario de la historia a las exigencias del saber científico? ¿De qué manera el pasado puede satisfacer nuestra curiosidad o nuestra necesidad de búsqueda de respuestas desde y al presente sin ser desvirtuado? Si la historia es un saber útil ¿qué necesidad o necesidades satisface?, puesto que lo que tiene uso llena una necesidad. En otras palabras es útil para algo, o alguien.

Por otra parte, así como es una noción admitida que no hay un pasado inmóvil, petrificado al que sólo basta con identificar, y que cada época construye o tiene nuevas lecturas del pasado, también hay que reconocer que el pasado revive a través de la universal tradición de usarlo, sobre todo con fines políticos. Y también que el uso de la historia en la política es fundamental para evitar que la historia se repliegue sobre sí misma y se fosilice como saber encerrado en la academia.

Precisando el problema, el concepto de la historia como saber útil está asociado a la idea de su valor para comprender el presente. Incluso historiadores como Fernand Braudel y Marc Bloch, en la medida en que aprecian en la historia un valor como herramienta para comprender el presente, entienden que ésa es la esencia de su función social. Esto no obstante que la historia académica rechaza la idea de una historia simplificada y usable, en la tradicional visión de un pasado con valor pedagógico.

Pero en una perspectiva menos rigurosamente determinada por las exigencias académicas, se admite que la historia no sólo tiene uso sino, incluso, un valor práctico si se acepta la antigua idea de la historia como formadora de virtudes ciudadanas, "la escuela del ciudadano". Desde Maquiavelo hasta Lord Acton el estudio de la historia se asocia al arte de gobernar. Ciertamente esto se apoya en la idea de que la historia en alguna medida se repite, sobre lo cual hay una notable divergencia de opiniones (Hawthorn, 1988, 13-38). Pero a la hora de la verdad, pocos discuten que la historia tiene valor para la comprensión del presente, de lo que se deriva su utilidad en las funciones públicas.

A este propósito, un historiador británico llega a decir que, a diferencia de la mayoría de los otros políticos y líderes de opinión de su época, la clarividencia de Winston Churchill sobre la Alemania de los 30 se debía a su conocimiento de la historia: sabía, escribió, cuál era el rumbo político de Alemania porque "había estado allí antes", es decir había estado "allí" en el tiempo (Rowse, 1971, 19). Incluso historiadores tan respetados como Georges Duby (1988, 160) han aceptado la validez de la idea.

Pero más allá de esa relativa aceptación del papel formativo de la historia en el campo de la vida pública, específicamente de la política, no hay un consenso formado sobre los usos admisibles de la historia.

En Venezuela apelar a la historia con fines políticos es una tradición arraigada y particularmente fuerte que se apoya, sobre todo, en las acciones heroicas de la independencia y en sus héroes, de los que el país ha estado extraordinariamente dotado en el pasado. Mario Briceño Iragorry (1954, 617-618), a mediados del siglo xx reconocía en Venezuela una generalizada devoción por el pasado en distintos sectores de la sociedad. Escribía: "Venezuela se busca a sí misma "en el valor de las acciones de quienes forjaron la patria". Y advertía el riesgo de llegar a creer que bastan las glorias pasadas, las que tienen a Bolívar como inspiración o presencia, "para vivir el presente (…) sin sumarle nada". "Y por eso anda Bolívar metido en todo".

En la coyuntura actual, el problema de los usos del pasado aparece relacionado directamente con la polarización política de la sociedad venezolana. Aunque el fraccionamiento de la sociedad política en dos grandes segmentos se manifiesta sobre todo en torno a las acciones del gobierno electo en 1998, la división va más allá de un simple antagonismo entre quienes aprueban y quienes tienen posiciones críticas, desde moderadas hasta radicales, en torno a los errores y aciertos de la conducción del país.

La estrategia de gobierno que, mediante el recurso electoral, dejó sin efecto en 1999 el orden constitucional hasta entonces vigente, para sustituirlo por otro, ha puesto todo su empeño en definir unas relaciones sociales e institucionales de poder contrarias al sistema vigente con anterioridad. El cambio, que se proclama revolucionario, ha venido profundizando desde entonces la polarización política.

Pero mientras el sector oficial se identifica con una definición doctrinaria y un proyecto definido como revolucionario, por lo tanto distinto de la idea convencional de una democracia plural, los grupos críticos y opositores tienen una posición heterogénea en su definición política. Aunque, puede decirse, priva entre ellos una generalizada adhesión al modelo político de representación democrática pluripartidista y también la aceptación, con reservas críticas en algunos sectores, del sistema de relaciones de la sociedad capitalista.

Para efectos del planteamiento del problema, nuestro análisis se apoya en los discursos que sostienen los dos grandes sectores de la política venezolana actual, pero examinamos con más detenimiento el que proviene del sector oficial, por considerarlo el más representativo de los actuales usos políticos de la historia y del pasado. Esta perspectiva no pretende ignorar la existencia de un importante segmento de opinión que manifiesta diferencias con los otros dos.

La historia, un producto multiuso

No obstante la debilidad de los criterios compartidos sobre los usos de la historia como construcción intelectual del pasado, de hecho se le reconoce un valor instrumental que sirve para distintos fines, en ocasiones subrepticios. Es en este terreno donde enfrenta los mayores desafíos por la dificultad para trazar un límite entre uso y abuso.

Tratando de sistematizar el tema podemos decir que la razón política emplea el argumento histórico tradicionalmente de dos formas: una se refiere a coyunturas, situaciones, episodios o personajes del pasado, a los que se atribuye un significado paradigmático; la segunda apela genéricamente al pasado histórico en apoyo de juicios sobre el presente o al servicio del presente.

La razón histórica y el uso retórico del pasado como instrumento de persuasión política son práctica común desde la independencia. En la política venezolana contemporánea el valor atribuido a la historia y a sus símbolos más reconocidos como principio legitimador de sus propuestas y como recurso para promover determinadas conductas colectivas, no es sólo una noción de fuerte tradición, sino que en esto no se han manifestado grandes diferencias entre tendencias políticas divergentes.

Por otra parte, la observación empírica de la política venezolana anima a pensar que el uso discursivo de la historia tiende a ser más intenso y más creativo en la medida en que se juzga mayor la resistencia social o la necesidad de aprobación. Por tanto, podríamos decir que las épocas de alto nivel de tensión política tienden a ser también aquellas en que el discurso político echa mano con más frecuencia del referente histórico en apoyo de sus necesidades de persuasión.

Si admitimos que la coyuntura actual se caracteriza por altos niveles de confrontación y tensión, entendemos por qué la historia es invitada permanente en la mesa de la política. Pero hay diferencias en los usos de la historia tal como lo conciben los distintos actores del momento.

En el caso del movimiento bolivariano, que hoy controla el poder político, priva una adhesión vertical al principio que postula el revisionismo radical del pasado histórico. En cambio, la diversidad que caracteriza a los sectores no afectos al gobierno actual, vinculados fundamentalmente por sus posiciones adversas al mismo y por las coincidencias discursivas propias de esa identificación crítica, se traduce en múltiples voces y en pluralidad ideológica. Los elementos de cohesión de su discurso, por otra parte, tienden a debilitarse fuera del terreno del rechazo a la gestión y al proyecto político actual, a pesar de que también sobre esto último las dudas inciden en la propia capacidad de la oposición para unificar criterios.

No obstante, podemos advertir elementos distintivos que dan cierta uniformidad al uso del pasado y de la historia como recurso retórico. Además, parece evidente una intencionalidad de uso que por lo general apunta a crear una percepción alerta del presente. Veamos algunas de sus formas.

Uno de los recursos más frecuentes es trazar paralelismos históricos que, si bien pueden responder a imaginarios colectivos, son producto de selecciones a título individual. No hay en ellos intentos revisionistas modélicos más allá del énfasis puesto en resaltar episodios o personajes que se juzgan circunstancialmente útiles para analizar o sugerir interpretaciones de acciones o situaciones del presente.

Así, Jesús Sanoja Hernández, un analista crítico de la política oficial, pero que no tiene un discurso alineado con ningún sector, se apoya regularmente en datos históricos para relacionar lo actual con lo pasado. El recurso, de paso, suele sugerir más de lo que dice. En artículos de prensa recientes, Sanoja se refiere al incidente entre Colombia y Venezuela, a raíz de la detención de un jefe guerrillero en Caracas. En uno de ellos, después de pasar revista a distintos episodios que enfrentaron a las dos naciones en las últimas décadas, observa que en esta oportunidad hubo un choque entre "dos mandatarios de estilo opuesto", lo que lo lleva a esta sugerente pregunta: "Chávez dice ser Bolívar [Simón]. El otro ¿Será Santander [Francisco de Paula]?" (Sanoja, 14-1-2005, A8).

Pero la actuación del presidente venezolano en el incidente en cuestión, inspira más de un paralelismo, en este caso con otro presidente, también venezolano: Cipriano Castro. La analogía, que ya ha sido planteada por otros autores, tiene su raíz en que los personajes son "lenguaraces ambos y enamorados de sí mismos: obsesionados por Bolívar y las glorias patrias; repentistas en sus reacciones; enredados en peligrosas relaciones con Colombia y, finalmente, enfrentados a la diplomacia estadounidense" (Sanoja, 21-1-2005, A-8).

Sin duda, el paralelismo sugiere un juicio sobre el presente, sin alterar necesariamente las nociones aceptadas del pasado. Es, probablemente, el recurso usado con más frecuencia en los análisis de la coyuntura actual desde una perspectiva crítica, pero no es una simple elaboración retórica. Bolívar, Santander y Cipriano Castro son a la vez datos del pasado y símbolos históricos de momentos de conflicto, que una interesada visión los ha proyectado sobre otras épocas. Cada nombre induce una lectura que inevitablemente despierta asociaciones, sentimientos e imaginarios.

Los sectores –independientes o de partido– no alineados con la posición oficial tienden a reproducir prácticas discursivas ya conocidas en la política venezolana, vale decir una retórica que apela a la historia para reforzar determinadas líneas de argumentación. Se trata de extrapolaciones del pasado que buscan crear opinión, pero sin objetivos de ruptura con los usos tradicionales. La historia es invocada como referencia moral o se emplea como recurso para la construcción de asociaciones que, por la vía del contraste o la analogía, permitirían apoyar o rechazar cursos de acción o ideas del presente.

En otros casos, se trata de usos menos puntuales del pasado, a veces con un sentido claramente orientado en favor de determinadas tendencias políticas. Veamos de qué manera uno de los sectores políticos de oposición que representa un movimiento partidista emplea el recurso de la historia. En un aviso publicitario de prensa, el partido "Primero Justicia" (26-9-2004: El Nacional, A-15) invoca a la historia con tres significados diversos:

La historia del pueblo venezolano es la historia de un pueblo que desde siempre ha luchado por la justicia (…) La historia de Primero Justicia es una consecuencia de esa lucha. En 1992, nacimos para llevar justicia a las comunidades y barrios de toda Venezuela (…) Irrumpimos [en] la historia para cambiarla.

En primer término, se afirma que la historia define la identidad del pueblo venezolano, pero, además, es la historia de un pueblo que desde siempre ha luchado por la justicia. En otras palabras, el pueblo venezolano es su historia y su historia es también la de sus luchas por la justicia, que dan sentido y dirección a su pasado. Con este razonamiento de connotación tautológica, se identifica a la historia de los venezolanos con la historia de sus luchas por alcanzar una meta que a la vez representa su máxima aspiración social: la justicia. Como parte de ese proceso surge "Primero Justicia", es decir –prosigue el texto– que el partido "es una consecuencia de esa lucha". En esta segunda invocación de la historia, ahora como pasado reciente, el partido es parte del mismo proceso eminentemente popular de lucha por la justicia; nace en 1992 como expresión de esa larga batalla y su oferta al pueblo es asegurar que la justicia llegue a todos, es decir colmar esa aspiración histórica.

Por lo tanto, podría entenderse que llevar la justicia al pueblo significa eliminar la razón fundamental de sus luchas, de lo que podría seguirse que, alcanzada la meta y desaparecido el combustible que mantenía encendido el conflicto, cabe entender que se apaga el motor de la historia. Podríamos así suponer que el triunfo del partido aseguraría la culminación de las luchas del pueblo venezolano y el fin de la historia. Pero esa idea, que pocos aparte de Francis Fukuyama suscribieron en su momento, resulta ajena al movimiento político en cuestión, que en esas circunstancias tampoco podría seguir existiendo.

De allí que la última idea en el texto define el papel del partido en la historia y reivindica la historia misma al señalar que: "Irrumpimos [en] la historia para cambiarla". Al precisar su significado histórico en esos términos, se propone como una herramienta de cambio. Desde luego para bien, puesto que su objetivo es ampliar y consolidar la justicia para el conjunto de la población. Aquí, sin embargo, la historia deja de ser pasado para ser pensada como presente y como futuro: "Irrumpimos", en el presente, "para cambiarla", objetivo que se plantea para un futuro, previsiblemente cercano.

La identificación con el cambio es, ciertamente, otro elemento común en la retórica política. Los aspirantes al poder se presentan como fuerzas favorables al cambio de la historia. Y desde el poder, hay una insistencia en presentar el contraste entre un antes y un después que viene a ser el cambio operado como resultado del ejercicio del gobierno.

Pero los cambios históricos no siempre se plantean como resultado de una gestión institucional o colectiva. Históricamente, los fuertes protagonismos que han caracterizado la política venezolana inclinan la interpretación de los cambios históricos a resaltar la acción individual, a veces de manera absoluta. Los líderes de la independencia primero, y después los de la construcción nacional, caudillos, políticos de gabinete y dictadores, aparecen en más de una versión historiográfica como los solitarios actores y autores de la historia. En las seis décadas últimas, esas interpretaciones en singular tendían, sin embargo, a debilitarse por la prevalencia de los partidos políticos como fuentes de poder. Pero desde 1999 ha vuelto con renovada energía el protagonismo individual.

Es apenas una muestra de la fuerza del personalismo en nuestros días, el homenaje del diario oficialista Vea (28-7-2004, 1) en la ocasión del cumpleaños de Hugo Chávez, donde se resalta, sin duda con desmesura, su papel en el "despertar de la Historia". Así, en una de sus páginas se recalca que "en los últimos 170 años ningún jefe de Estado [excepto el presidente Chávez] tuvo en sus manos la oportunidad de cambiar la historia a favor de los intereses del pueblo y de influir sobre el mejor destino de pueblos hermanos" (ibíd.).

La exaltación del líder tiene aquí, sin duda, otros fines ajenos a la búsqueda o la reafirmación de consensos en favor de cambios sociales. No se pone en duda la real existencia de los cambios, ni tampoco sus bondades. En la mencionada entrega periodística, se presume que la historia deja su sueño de bella durmiente y despierta tocada por las manos del jefe de Estado. Subyace aquí la noción de que la historia obedece dócilmente a la voluntad o la especial influencia de un individuo y que sólo es historia lo que acontece de conformidad con una particular visión de las cosas. Dos especulaciones que, como veremos, tienen hoy insólita, presencia y producen una muy peculiar versión del pasado.

La celebración reciente de los seis años del gobierno electo en diciembre de 1998 y de los cambios que en la visión oficial ahora remontan al golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, sirvieron para una variedad de referencias a la historia. Pero sobre todo resaltó en los discursos y en la propaganda la idea de que esas fechas representan un corte histórico, asociado al ascenso político del actual presidente, un desconocido antes del golpe de Estado que lo tuvo como líder. El balance de los seis años de gobierno arroja como resultado un país que ya cambió, se supone que para bien, por obra del proceso encabezado por Chávez.

Ese resultado, supuestamente favorable, legitima retrospectivamente el 4 de febrero, como lo afirmó en Caracas en la celebración del décimo tercer aniversario del golpe de Estado el alcalde del municipio Libertador, Freddy Bernal. En sus palabras, "la historia nos absolvió", en alusión a los muertos de entonces que, en su opinión, se justificaron por los resultados que mostraría hoy la revolución (El Universal, 5-2-2005, 1-2). En esa perspectiva, el juicio de la historia, según la tradicional imagen del tribunal de la historia que absuelve o condena, ya ha sido pronunciado favorablemente. A diferencia de la expresión más común que espera el juicio de la historia, anticipándolo favorable –cabe recordar el famoso alegato de Fidel Castro "La historia me absolverá", en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953–, los altos funcionarios venezolanos consideran que el dictamen ya se dio.

Si una de las simplificaciones usuales del discurso político representa la historia como una especie de tribunal de admisión al Olimpo de los pasados ejemplarizantes, parecida simplificación observamos en acciones que buscan descontaminar el pasado de elementos, supuestamente, intrusos, ilegítimos y crueles. Así, en nombre de una relectura del pasado que proyecta la intolerancia del presente, el 12 de octubre de 2004 fue derribada y posteriormente "ahorcada" la estatua de Cristóbal Colón levantada en Caracas más de un siglo atrás (El Universal, 13-10-2004, 1-2).

Quinientos años después del desembarco de Colón, la destrucción de la estatua, arrastrada y colgada posteriormente de un árbol, fue considerada por sus autores, una acción heroica dirigida a dignificar al indígena, víctima del "genocidio más grande de la humanidad", del despojo de sus tierras y de sus formas de vida pacífica (Aporrea.org, 12-10-2004). Paradójicamente, sin embargo, la destrucción de los símbolos de una historia imposible de cambiar, reivindica la concepción icónica del pasado de fuerte raíz conservadora.

Esta acción, sin duda planificada, tenía ya antecedentes conocidos. Un año antes, en el programa "Aló Presidente", Rafael Alegría, líder campesino de Honduras, al responder el saludo del presidente Chávez, explica que un 12 de octubre, tres años antes "nuestros compañeros y hermanos indígenas en Honduras" habían decidido derrumbar la estatua de Colón.

… los que rinden homenaje a Colón (…) un día se encontraron que ya no estaba Colón, los indígenas lo habían derrumbado y habían instalado una estatua de la Lampira [sic]1, que es nuestro héroe, que se enfrentó a los españoles (…) en este encuentro internacional [en Caracas] vamos a discutir eso, porque nunca Colón fue el héroe (…) vamos a tomar decisiones en eso… (Chávez, 12-10-2003).

La visión de un mundo esencialmente bueno y justo violentado por la conquista española, que impone por siglos un sistema injusto y cruel, es otra de las representaciones que repite el esquema de la segmentación entre buenos y malos que cuenta hoy con renovada vigencia. El pensamiento oficial simplifica con ese esquema una útil explicación de la historia que permite, extrapolando, resumir en pocas palabras los problemas centrales de nuestra época.

Así, el problema agrícola y la escasa capacidad productiva para atender la demanda de alimentos de la población venezolana, se explica como resultado de "todos los exabruptos [sic] imaginables" que se cometieron desde la conquista, al adoptarse la propiedad delimitada de grandes extensiones: "la injusta distribución de la tierra en América Latina es una de las fuentes principales de los graves problemas sociales del continente [sic]". La versión oficial del problema histórico del agro en un artículo periodístico reciente, da cuenta de que los españoles destruyeron la "concepción trascendental de la naturaleza" del pueblo indígena (Hernández, 20-1-2005, A-5).

El axioma de la destrucción de un mundo feliz por la conquista y por la injusta distribución de la tierra sirve como simplificada y global explicación histórica para toda América Latina desde entonces hasta ahora. También es una versión con un fuerte valor de uso por su peso moral, por lo tanto, de amplia aceptación, no obstante que los estudios serios del problema revelan una realidad más compleja. De allí que pocos argumentos sean políticamente más efectivos para legitimar la posición oficial sobre los temas actuales de la seguridad alimentaria y la gran propiedad en manos privadas y, a la vez, para deslegitimar las críticas.

El artículo en cuestión reitera el esquema buenos versus malos. La sociedad venezolana aparece fragmentada entre quienes comparten el proyecto revolucionario que promete resolver la injusticia y el hambre, es decir los buenos, y quienes lo adversan o critican, es decir los malos o ignorantes. En palabras de la autora, los que reclaman sólo pueden hacerlo por dos razones: por ignorancia o porque defienden "el orden de injusticia que beneficia a unos pocos y que daña a la inmensa mayoría"… (ibíd.).

Otras modalidades de la historia usada con fines políticos se observaron durante el tortuoso proceso que llevó al referéndum revocatorio presidencial del 15 de agosto de 2004. En los meses previos se desarrolló un torneo de filosos discursos orales y escritos con los que se pretendía influir, convencer, alertar, alentar o desalentar la voluntad del electorado. Con ese fin, la evocación simbólica de situaciones del pasado resaltó el uso de la historia como artilugio de predicción del futuro. Los argumentos en favor y en contra del referéndum y de los dos grandes contendientes, con frecuencia recurrieron al pasado como escenario donde se demostraría alguna predicción, más bien el deseo, sobre lo que pudiera ocurrir para bien o para mal. La historia se usaba para decir "lo que pasó puede volver a pasar".

La atribución de un carácter histórico crucial al acto revocatorio, fue coincidente en la campaña. El peligro de someter la revolución a una consulta popular, y una eventual derrota, preocupaba a Heinz Dieterich, asesor internacional del gobierno, que alertaba desde México sobre la "posible pérdida del poder de las fuerzas bolivarianas" (Dieterich, 10-6-2004). Recordaba con Bertold Brech que "una revolución que no sabe defenderse no es una revolución" y en esa dirección hacía algunas recomendaciones. La primera: invertir todo el dinero necesario en la preparación del acto, aunque aclaraba que en esto no insistía porque "le sobra [dinero] al Estado venezolano", en segundo lugar recomendaba emplear la mercadotecnia electoral más avanzada para asegurar el triunfo (ibíd.).

Pero la recomendación que Dieterich enfatizó fue la necesidad de rechazar el argumento, expuesto por venezolanos afectos al proceso, de la singularidad histórica del proceso bolivariano y de emprender "la comprensión de sus componentes históricos" y mirarse en el espejo de experiencias anteriores derrotadas, entre las que menciona en desconcertante mezcla: "la Unidad Popular en Chile, el sandinismo en Nicaragua, el peronismo en Argentina, Joao Goulart en Brasil y la Guerra del Paraguay [sic]" (ibíd.). Sin duda, la posibilidad de una derrota en las urnas era un fantasma que nacía sobre todo del episodio de la derrota electoral del régimen sandinista. "Remember Nicaragua". Las recomendaciones de Dieterich no cayeron en saco roto.

Del otro lado, para convencer a una oposición dudosa de las posibilidades del acto electoral, se recurría a la misma experiencia sandinista y a otros actos similares en países latinoamericanos, como el plebiscito chileno de 1988, con el propósito de reafirmar que la derrota del gobierno bolivariano en el referéndum no era un imposible como algunos escépticos sostenían. (Sierra, El Nacional, 11-8-2004, A-8). Otros escenarios históricos fueron recordados a la oposición como prueba de que el voto podría ser el instrumento pacífico para derrotar al régimen bolivariano (Caballero, 13-6-2004 y 20-6-2004, El Universal). Sobra decir que el pasado no funcionó aquí como escenario de predicción del futuro.

Otro caso de uso de la historia en la circunstancia electoral mencionada, sirvió para poner a prueba la validez del pasado como escenario de predicción y de los símbolos históricos como mecanismos de movilización. La estrategia de la campaña oficial para derrotar la solicitud de revocación del mandato presidencial se inspiró en una vuelta al pasado en el que se identificaron los elementos para derrotar a los enemigos. El referente vino de uno de los episodios más gloriosos de la idolatría oficial: la batalla de Santa Inés, en la que las fuerzas federales al mando de Ezequiel Zamora derrotaron al ejército constitucional al ser atraído a una emboscada. Así explica Hugo Chávez en el programa "Aló Presidente" del 13 de junio de 2004:

… hemos vuelto a Santa Inés, aquí donde mi general Zamora, gran líder de este pueblo hizo morder el polvo y el barro a la oligarquía venezolana, aquí los trajo y aquí los derrotó… (Chávez, 13-6-2004, AP # 193).

No fue al azar la escogencia del símil. Los grupos de oposición, o la oligarquía2 nombre con que se los identifica en la terminología oficial, fueron, efectivamente, atraídos a un campo de batalla electoral que apreciaron insuficientemente y resultaron derrotados. Los nombres y las acciones militares adquirieron un poderoso valor simbólico. La campaña se denominó Batalla de Santa Inés, reafirmando así una estrategia concebida en términos militares. El mando supremo lo ejercía Chávez que dirigía el Comando Maisanta y éste controlaba a las llamadas Unidades de Batalla Electoral que trabajaban a nivel local (ibíd.). En poco tiempo se organizó la movilización de un ejército electoral gracias al empleo de recursos extraordinarios de dinero y entrega total al objetivo establecido. La drástica modificación del registro de electores y la mercadotecnia electoral cumplieron las funciones decisivas a la hora de la batalla final.

Demonios y mitos menores

Más que en un proyecto a futuro, que parece ser su mayor debilidad, el movimiento bolivariano (MB) traza sus fundamentos ideológicos a partir de un imaginario del pasado histórico, en el que caben los mitos heroicos y de redención que refuerzan las identificaciones, los demonios que simbolizan los elementos canallescos y malignos del pasado y del presente, y la magia que borra todo lo que resulta contrario a la versión oficial del pasado.

El propósito manifiesto de reescribir la historia no sólo para adecuarla, como ha sido el caso más de una vez con otras tendencias, sino para acoplarla a los fines de un proyecto político de poder establece una diferencia esencial. En esa dirección, la historia emerge del quirófano revolucionario después de ser sometida a cirugía mayor: ciertas partes han desaparecido, otras han sido corregidas y otras agregadas. Se trata de una transformación tan radical que es necesario recodificar la narración.

El pasado deja de ser pasado y memoria compartida y la historia, entendida como resultado del análisis riguroso y sin saltos temporales de procesos complejos que excluye el juicio maniqueo de buenos versus malos, deja de ser historia. El pasado pasa a ser una narración acomodada a las necesidades de un proyecto político en construcción que hoy apoya un sector del país. Es un pasado-presente.

El MB divide el pasado nacional en dos: uno que ocupa un tiempo breve pero glorioso en el que se gesta una historia que fundamenta su ideología. Es la independencia y Bolívar, acompañado de otros héroes de la época, que crean un pasado nacional luminoso interrumpido en 1830 por la traición. A partir de entonces comienza otro segmento del pasado, es el de los "recovecos y vueltas, casi siempre oscuros, de la Historia Patria" (Garrido, 2002, 102). Es el basurero de la historia, la antihistoria, el pasado no usable. La demonización del pasado en pareja con la negación de ese mismo pasado, es propia del discurso revolucionario que se representa como el deus ex machina, capaz de reiniciar el tiempo histórico y ponerlo a andar por la ruta del bien.

En 1830 queda, entonces, disuelta la república que, aunque no de nombre, era bolivariana por ser la creación inspirada por Bolívar en Angostura y en Cúcuta. Se cortó entonces la historia bolivariana y se inició una especie de antihistoria, la llamada cuarta república venezolana que resultó, se nos dice, una larga etapa de dominación de una poderosa oligarquía que aplastó uno que otro episodio glorioso de rebelión.

La oligarquía es el demonio que sepultó en el barro las banderas de Bolívar, que ordenó su asesinato, que asesinó a Sucre, que expulsó a Simón Rodríguez y a Manuela Sanz, que traicionó el sueño de Bolívar, de Miranda, de Sucre, que luego asesinó a Zamora que creció en la Venezuela traicionada hasta la década final del siglo xx (Chávez, 10-1-2005).

En la Venezuela posterior a 1830, dominada por la traición a Bolívar y a sus ideales de nación hasta fines del siglo xx, hay sólo dos momentos, o mejor dos personajes, rescatables: El general Ezequiel Zamora en la Guerra Federal y el enfrentamiento de Cipriano Castro contra las potencias.

Es muy significativo que en el imaginario histórico bolivariano la exaltación de los protagonistas individuales desdibuja los actores colectivos que aparecen como simples seguidores. Excepto cuando se refiere a la oligarquía que no tiene mitos heroicos, apenas personajes como, "mi general José Antonio Páez", que traicionó a Bolívar, sí, pero sólo porque fue "víctima de la oligarquía, claro, porque él no estudió mucho, entonces lo marearon, lo rodearon"… (Chávez, 12-10-2003).

En la visión de la historia determinada por individualidades heroicas que adquieren categoría de mitos, el pueblo es un telón de fondo, es la fuerza inorgánica que sigue al caudillo, casi siempre militar, a quien se reconoce como el intérprete y quien da forma a sus aspiraciones. De allí que el discurso histórico tiene como protagonista la tercera persona en singular: Rodríguez inventa. Bolívar proclama, hace, decreta, resuelve, lucha. Zamora aprueba, ordena, dispone, vence. En tanto concepción heroica de la historia, rasgo distintivo de la historiografía oficial en todo tiempo, el discurso no es novedoso.

En el acto del 6 de febrero de 2003, en Barinas, que inicia el Plan Zamora con el reparto de tierras y cartas agrarias, Chávez va urdiendo un discurso en el que reparte culpas y asigna identidades en función de lo que se propone resaltar para la ocasión. Comienza por definir la ocasión, el inicio del plan Zamora, como un "acto histórico que tiene una profundidad que toca a las raíces del Proyecto Bolivariano: la Independencia". El discurso trabaja en pocas palabras la articulación pasado-presente. Primero destaca el espacio físico común que vincula a los convocados con la gesta heroica del siglo xix: por aquí pasaron los héroes, estamos ahora en el mismo sitio que no ha cambiado desde entonces.

[Estas] sabanas [están] igual que estaban hace doscientos años cuando andaba por aquí Bolívar porque por aquí pasó Bolívar cerca por Mantecal pasó una vez Bolívar cuando iban junto a Páez a cruzar los Andes y por aquí pasó Zamora luego veinte o treinta años después en la misma batalla y también Zamora fracasó porque lo asesinaron y Bolívar fracasó porque lo expulsaron de aquí los oligarcas y asesinaron al Mariscal Sucre… (Chávez, 6-2-2003)

El segundo elemento de enlace tiene que ver con el significado del acto. Los héroes del siglo xix no pudieron concretar el proyecto, fueron vencidos por la oligarquía. Pero llegó la hora, allí donde ellos fueron derrotados "nosotros […] no podemos fallar":

… nosotros ahora ciento ochenta años después no podemos fallar, ahora si llegó la hora del pueblo, ahora si llegó la hora de la justicia; ahora si llegó la hora de Bolívar y la hora de Zamora y la hora de todos nosotros que es la hora del pueblo no hay retroceso en esta revolución (ibíd.).

En el acto de Barinas, Chávez se presenta como campesino ante los campesinos, pero más bien como una especie de primus inter pares en tanto se identifica como descendiente de un caudillo, Maisanta, mito fabricado para hacer de este poco menos que desconocido, o casi olvidado, guerrillero uno de los símbolos tradicionales de la cultura agraria: el de la rebelión contra el orden establecido. Desde sus primeros discursos, "Maisanta", o Pedro Pérez Delgado, abuelo del presidente, comienza a ser trabajado como mito. Primero como mito protector, el abuelo guerrero que el nieto lleva cerca de su corazón en el escapulario que cuelga de su cuello. A medida que pasa el tiempo, "Maisanta", sujeto de un relato literario de José León Tapias, personaje de "andanzas revolucionarias" entre 1897 y 1924, "tres décadas de batalla, de guerra, de derrotas, de victorias" va siendo transformado en mito de la revolución (Chávez, 8-11-2004).

El mito "Maisanta" se construye sobre una doble sustentación. Por una parte, a través de este oscuro personaje se fomenta la debilitada leyenda del hombre de a caballo, del caudillo rural en rebeldía contra el poder central, por causas no definidas pero que en el imaginario social asociado a las rebeliones rurales se identifican con la demanda de justicia, de tierras, de reivindicaciones sociales, y muy a menudo personales, contra poderes de alguna manera espurios. Por otra parte, Chávez, al identificar al personaje desde sus primeros discursos como su antepasado, obtiene un beneficio personal, en la medida en que la revaluación, aceptación y difusión del mito es asociado a su propia persona.

Maisanta ha pasado a ser parte del culto oficial de los héroes revolucionarios. El 8 de noviembre de 2004 se organizó un gran acto oficial denominado "Tiempos de Maisanta", en conmemoración del 80º aniversario de su muerte, ocasión que, según el orador central, el presidente Chávez, fue posible gracias a que un funcionario de gobierno3, tuvo "la maravillosa iniciativa de transformar como debe ser, como debe ser [sic] el personaje individual en personaje colectivo" (Chávez, 8-11-2004). Así, la mitología oficial dispone de otro símbolo que tiene proyecciones latinoamericanas si atendemos a las palabras del nieto que lo equipara en el mismo discurso a Emiliano Zapata, Pancho Villa, Augusto César Sandino, Farabundo Martí, Carlo Magno Peralte, Luís Carlos Preste.

En un discurso más reciente, con motivo del conflicto con el gobierno colombiano de Álvaro Uribe, Maisanta es invocado como prueba de la identificación de Chávez con Colombia: "… mi abuelo, el general Pedro Pérez Delgado, venezolano y colombiano decía él que era (…) yo digo lo mismo". Y enseguida recuerda la estirpe del mito: "en una ocasión andaba huyendo Maisanta por los llanos del Casanare, lo buscaba Gómez y el ejército de Gómez lo perseguía por nacionalista, por revolucionario, por venezolano integral" (Chávez, 14-01-2005).

El altar mayor

En esta visión del pasado-presente, es fundamental la utilización de los héroes mayores de la independencia y de Zamora como máxima representación del liderazgo agrario. Como ocurre con las visiones hagiográficas, los héroes son el material que sirve para construir una mitología a partir de algunos elementos de verdad y de versiones fabuladas de amplia difusión, que contribuyen al nuevo producto.

Es el caso de la supuesta amistad de Francisco de Miranda con Napoleón Bonaparte, o la leyenda de su participación en la guerra de independencia de Estados Unidos, al lado de Washington y su pretendida cercanía a los padres fundadores, una mitología cuya creación no es reciente pero su aprovechamiento en el discurso oficial que se difunde hoy en el exterior, sirve al propósito de valorar la lucha internacional por los ideales revolucionarios (Chávez, 26-1-2003). Entonces como hoy.

Simón Bolívar ocupa el lugar central en el altar mayor de los héroes, una posición que es consagrada por las primeras elaboraciones historiográficas nacionales (Carrera Damas, 1988, 95). Bolívar es el símbolo y el mito nacional por excelencia, asimilado en jornadas escolares, en discursos, efemérides patrias, homenajes, rutinas institucionalizadas, ritos colectivos. Ese liderazgo se apoya no en la valoración de su verdadera significación histórica sino en la exaltación del héroe con connotaciones religiosas. El bolivarianismo se construye en el siglo xix como una religión política en la que Guzmán Blanco, y otros en el siglo xx, aspiraron a ejercer el sumo sacerdocio.

Aunque la mitificación de Bolívar inevitablemente deformó su imagen no dejó de ser visto como un personaje del pasado, aunque a veces disociado del contexto en el que actuó. Siempre se lo consideró el sol de un dogma patriótico inofensivo, aunque las reservas críticas sobre el dogma nunca fueran admitidas con disposición abierta.

En nuestros días, el culto ha sido sustancialmente alterado. Ahora es aprovechado para la construcción de la ideología oficial del MB. Bolívar es representado no ya como sujeto sacralizado en la tradición del siglo xix, sino como el líder revolucionario de un proyecto contrario a los intereses de una oligarquía que lo traicionó y lo expulsó de la república, igual que la oligarquía que en nuestros días se declara contraria al proyecto revolucionario de gobierno. Desde 1999 la veneración del héroe alcanza dimensiones de mito omnipresente planificado para cumplir la función de cimentar las lealtades que reclama el nuevo proyecto de poder. La historia, y sobre todo la que tiene a Bolívar como centro, es un poderoso abre puertas.

El mito es hoy repotenciado para embelesar nuevamente a los venezolanos e inducir una readscripción de lealtades. Un siglo y tres cuartos después de su muerte, Bolívar es forzado a revivir en el presente su propio mito, ya no para unificar a la nación, sino para dar energía militante a una parte de ella y enfrentarla contra otra. De mito nacional pasa a ser mito revolucionario. Y de una actitud reticente frente a la crítica de los excesos del culto, se ha pasado al rechazo total que los creyentes reservan para los herejes.

La revolución bolivariana es el proyecto que a partir de 1992 retoma las luchas contra la dominación oligárquica, representada ahora por la oposición política, heredera de la traición y el antibolivarianismo. Con el gobierno bolivariano de Chávez, la historia, interrumpida en 1830, se reanuda en 1999. El cambio de nombre de la nación por el de República Bolivariana de Venezuela, y el cambio del gentilicio, que Chávez impuso en la Asamblea Constituyente de 1999, refuerza esa identificación: así todo opositor al MB, es al mismo tiempo enemigo de Bolívar y por lo tanto antibolivariano, es decir antivenezolano.

El MB se proclama heredero directo de Bolívar convertido en el símbolo y numen fundador de esa parcialidad. En otras palabras, el bolivarianismo –téngase en cuenta el doble significado– es el mecanismo restaurador de la verdadera historia la que finalmente reivindica a Bolívar, en tanto que su líder, Chávez, se propone a sí mismo como continuador, ¿reencarnación?, de Bolívar. Así, más que la antigua razón del vencedor que reescribe la historia se opera una apropiación, una privatización del pasado y de sus mitos y símbolos fundadores, que dejan de ser nacionales para identificarse como fundamento doctrinario de un proyecto político, de su líder y de sus seguidores.

Bolívar resulta, además, un símbolo de valor inestimable por su versatilidad: militar, político, revolucionario, legislador, constituyente, inspirado orador, inteligente en el uso de la palabra, escrita o de viva voz. La Asamblea Constituyente de 1999, a la que el MB asigna nada menos que la responsabilidad de refundar la nación, abre un espacio en el que Bolívar, es decir su nombre, es usado como instrumento especioso para crear una ilusión de continuidad con su obra constituyente.

En su intervención en la sesión del 5 de agosto de 1999 de la Asamblea Constituyente, Chávez invoca a Bolívar una y otra vez, en una letanía que evoca los ritos de comunicación con seres inmateriales o espirituales, hasta que finalmente aparece. Es el Bolívar de 1819, el Bolívar de Angostura, el Bolívar del poder moral, el Bolívar que reclama libertad e igualdad, el Bolívar de la Convención de Ocaña, el Bolívar traicionado y finalmente Bolívar que retorna para insuflar vida a la República Bolivariana. La invocación del Bolívar constituyente, entre todas las facetas de su personalidad, es la elección que responde a la ocasión del discurso de 1999. Veamos:

Es el Bolívar de (…) La República de 1819. La que nació bajo el escudo de las armas de su mando, pero con el desarrollo pleno de la voluntad popular en el Congreso Constituyente de Angostura, hace exactamente ahora 180 años. Exactamente por estos días.

… es el Bolívar de Angostura que definía las normas fundamentales de un gobierno popular más perfecto… (Chávez, 5-8-1999).

Ese gobierno perfecto, que Bolívar define como aquel que proporciona al pueblo la mayor suma de seguridad social, de estabilidad política y de felicidad posible, es anunciado como resultado de la revolución que se inicia para hacer realidad hoy el proyecto bolivariano. Curiosamente, ese Bolívar revolucionario es el autor de la Constitución de 1826 que en la época fue considerada como la condensación del pensamiento conservador del Libertador.

Esa es la revolución que vuelve y esa es la palabra que orienta (…) Era el Bolívar o es el Bolívar del poder moral de Angostura. Es el Bolívar que anuncia que va a volar por dentro de las próximas edades, siempre volando a la cima del Chimborazo. Esta revolución viene de allá (destacado de la autora). Es el Bolívar de 1826 (…) que allá en la cima de los Andes bolivianos, clamaba por la República, por la moral republicana (…) le clamaba al Congreso Constituyente de Bolivia, le rogaba que sembrara en las instituciones bolivianas los mecanismos idóneos para asegurarle al pueblo de Bolivia la igualdad y la libertad…

La igualdad para Bolívar quedaba asegurada con la eliminación de la esclavitud de origen africano; la libertad, a su modo de ver, no corría peligro porque no existían en estas sociedades grandes poderes, iglesia o monarquía, que pudieran ahogarla. La libertad civil, "la verdadera libertad", según sus palabras, quedaba establecida con las garantías constitucionales (Constitución de 1826, Pensamiento…, 1961, 180-181). En realidad, la preocupación central de Bolívar en 1826 tenía menos que ver con la libertad y la igualdad que con la tiranía y la anarquía, dos monstruosos enemigos que recíprocamente se combaten (ibíd.).

Pero en definitiva era la anarquía, el desorden, la desviación que más inquietud causaba a Bolívar (ibíd., 172). Para prevenirla, se incorporaban dos principios inequívocamente conservadores tomados de la institución monárquica: la presidencia vitalicia y el senado hereditario, además de la Cámara de los Censores con potestad política y moral (ibíd., 174).

El discurso de Chávez prosigue invocando al Bolívar de sus últimos años que ve cómo avanzan fuerzas contrarias al orden constitucional fuerte que había buscado establecer.

Es el Bolívar que, en la Convención de Ocaña, en su mensaje desde Bogotá, en 1828, señala, presintiendo ya, seguramente sentía como crujían las estructuras de la Tercera República, (…) y reclamaba (…) leyes inexorables!, porque la corrupción de los pueblos es el origen de la indulgencia de los tribunales…

Entonces la invocación deja paso al paralelo con la situación actual: hoy como ayer. Chávez igual que Bolívar pide leyes inexorables. El Libertador pedía a los legisladores leyes fuertes para asegurar la responsabilidad de los empleados y proteger a los ciudadanos. En 1999 las "leyes inexorables" supuestamente debían actuar contra la corrupción.

Hoy, ante la tempestad de corrupción, ante la podredumbre que nos rodea, yo, 180 años después, me atrevo a pedir también a ustedes, constituyentes, leyes inexorables, leyes que constituyan un verdadero imperio del derecho…

Finalmente, el discurso vuelve a la cuarta república, la institución que representa la traición de la oligarquía y que en 1999 está a punto de morir con el regreso de Bolívar –el cóndor que nuevamente aletea. Hoy regresa Bolívar (¿Chávez?) y con él se levanta la Quinta República, la "República Bolivariana":

Hoy, así como aquella Cuarta República nació sobre la traición a Bolívar y a la revolución de Independencia, así como esa Cuarta República nació al amparo del balazo de Berruecos y a la traición, así como esa Cuarta República nació con los aplausos de la oligarquía conservadora, así como esa Cuarta República nació con el último aliento de Santa Marta, hoy le corresponde ahora morir a la Cuarta República con el aleteo del cóndor que volvió volando de las pasadas edades.

Hoy, con la llegada del pueblo, con ese retorno de Bolívar volando por estas edades de hoy, ahora le toca morir a la que nació traicionando al cóndor y enterrándolo en Santa Marta. Hoy muere la Cuarta República y se levanta la República Bolivariana (Chávez, 5-8-1999).

Chávez, en consecuencia, retoma los proyectos que Bolívar no pudo desa-rrollar, así lo reiteran a lo largo de los años sus discursos pronunciados en distintas ocasiones. La filiación de sus proyectos en las ideas de Bolívar, y sobre todo en aquellas que se representan vencidas por los obstáculos de la época, se repite sin reservas ante anacronismos e inexactitudes. Uno de los episodios históricos favoritos del pensamiento de la izquierda latinoamericana, el proyecto anfictiónico de Panamá se convierte por magia verbal en el primer ensayo del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). En el mensaje anual del 14 de enero de 2005 en el Palacio Legislativo, Chávez anuncia la muerte del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para las Américas) "una pretensión verdaderamente imperialista, colonialista de ponernos a competir a nosotros con economías tan poderosas como las de Estados Unidos" y el ascenso del ALBA como la respuesta a la estrategia imperialista:

… hace 180 años, precisamente, desde Lima [Bolívar convocó] al Congreso Anfictiónico de Panamá. Para qué convocó Bolívar ese congreso lo sabemos, hay que recordarlo y que hay repetirlo; no fue para un ALCA, no; fue para un ALBA, fue para conformar en Suramérica y en el Caribe un bloque de naciones –decía Bolívar–, para luego negociar en condiciones de igualdad con el Norte, con el Este y con el Oeste; pero nosotros, primero aquí, en el Sur, unidos, para lograr lo que él decía, el equilibrio del universo, un mundo pluripolar… (Chávez, 14-1-2005).

Desde luego, el discurso juega con una vieja representación de la fallida liga americana como supuesto frente antiimperialista. Bolívar promovió la idea de una confederación para recomponer la fragmentación del antiguo territorio colonial y contener así sus efectos debilitantes, y después de la batalla de Ayacucho, la consideró una estrategia necesaria para enfrentar las amenazas de reconquista de España. Y, si bien es verdad que Bolívar miraba con recelo hacia Estados Unidos, entonces un país agrícola, endeudado, despoblado, sin capacidad militar y con precaria unidad, no pensó en excluirlo. Asimismo, desconfiaba de Chile y de Argentina, entonces las Provincias Unidas del Río de la Plata, especialmente de esta última porque consideraba que:

… no entrará nunca de buena fe en la confederación. Tratará de entorpecerlo y contrariarlo todo; no pondrá sino obstáculos a la marcha de la asamblea (Bolívar, 17-2-1826).

Por otra parte, lejos estaba Bolívar de pensar en un frente antiimperialista, puesto que su plan, que lamentaba no haber podido mantener en secreto, era incorporar a la alianza a Gran Bretaña, entonces y por muchos años más, el único imperio con poder mundial, y así lo explicaba:

La alianza de la Gran Bretaña nos dará una grande importancia y respetabilidad. A su sombra creceremos, y nos presentaremos después entre las naciones civilizadas y fuertes. Los temores de que esa nación poderosa sea el árbitro de los consejos y decisiones de la asamblea [de Panamá]; que su voz, su voluntad y sus intereses sean el alma de ella, son temores remotos y que, aun cuando se realicen algún día, no pueden balancear las ventajas positivas, próximas y sensibles que nos da ahora (…) En la infancia necesitamos apoyo, que en la virilidad sabremos defendernos. Ahora no es muy útil y en lo futuro ya seremos otra cosa (Bolívar, 17-2-1826).

Magia revolucionaria

Si el movimiento bolivariano enfatiza el elemento de continuidad histórica al proclamarse heredero o albacea de la herencia popular bolivariana de lucha por los oprimidos y contra la dominación oligárquica, también es rupturista al declarar su propósito de refundar la república, de volver a fojas cero. Como ha sido el caso en otros movimientos que se declaran revolucionarios, es manifiesto el propósito de dividir la historia entre un antes demonizado y negado y un después promisor que sería la última fase de la evolución histórica y podríamos también pensar como el fin de la historia. El antes pasa a ser un tiempo muerto que sólo merece referencia como preparación del presente revolucionario. Como por arte de magia la historia desaparece en un intento de hacer borrón y cuenta nueva. En el MB esa ruptura se expresa de diverso modo. El tiempo se divide entre un antes intermitente que sólo incluye determinados momentos, un presente recortado y un futuro de esperanzas.

El primer corte, en la tradición del ciclo historiográfico de la historia patria, elimina la historia colonial; 1492 y 1498 son fechas referenciales que indican, en la visión oficial, el comienzo de una invasión planificada para aniquilar y saquear. El 12 de octubre de 2003, "Día de la Resistencia Indígena" nombre que sustituye al anterior "Día de la Raza", Chávez explicó que en 1498 Colón "desgraciadamente llegó a Macuro", y agrega que "ojalá hubiese sido cierto aquel mito de que los barcos cuando se metían mar adentro se hundían"… Los españoles (…) "no sólo nos invadieron y nos atropellaron y violaron a las indias y mataron a los indios y los redujeron, y los exterminaron, sino que nos saquearon, el objetivo era saquearnos (…) Es mentira que no sabían que había población y llegaron por casualidad (…) Ellos venían por el oro, por la plata, por las riquezas"… (ibíd.).

La interpretación, que intenta corregir la exclusión de los actores sometidos en la colonia, excluye ahora a los actores de origen europeo y consagra la negación del aporte de la demografía y la cultura europea, no obstante su obvia y determinante presencia. Así como el 12 de octubre pasa a ser una fecha de exclusiva significación indígena, la conquista es condenada como acto de genocidio deliberado y la colonia se convierte en la historia de una resistencia de tres siglos contra los invasores y su lucha por reconquistar "lo que es nuestro", como explica una representante indígena del Ecuador en el mismo programa de "Aló presidente" del 12 de octubre de 2003.

El otro actor de la rebelión contra la usurpación europea es el negro africano, tan nuevo en estas tierras como los europeos. En una transmisión de "Aló presidente" desde un centro comunitario denominado "Andresote", en Yaracuy, Chávez cita a Bolívar cuando supuestamente afirma en la Carta de Jamaica: "no somos ni asiáticos ni europeos, somos una mezcla de África y de América, el indio y el negro" (Chávez, 11-1-2004). Nuevamente la distorsión del pensamiento de Bolívar que en ese documento no hizo mención de los negros: somos "una especie media entre los legítimos propietarios del país [los indios] y los usurpadores españoles", dice la Carta (Bolívar, 1982, 91).

Inocultablemente mantuano por su raíz biológica y su impronta cultural, Bolívar nunca negaría su origen europeo. En la Carta únicamente se refirió a los indios y europeos como componentes del mestizaje americano más característico de la época. Al atribuir a Bolívar la exclusión de los europeos, ante un auditorium que difícilmente podría recordar la Carta de Jamaica, es evidente la intención de legitimar con el nombre de Bolívar una interesada visión del pasado.

La independencia introduce otro corte, pero en el sentido opuesto: la historia ahora reaparece cuando, finalmente, se produce el triunfo de la resistencia contra el invasor europeo, contra los españoles. En esta recreación de la narración del pasado, la independencia con su elenco de héroes mayores es el momento de mayor gloria del pasado nacional. Podría decirse que la historia de Venezuela queda reducida a las dos décadas que siguen a 1810.

El año de 1830 representa en la visión bolivariana el momento en que la traición oligárquica desvía la historia republicana de su curso. Una nueva fractura. En los 170 años que siguen, la historia vuelve a desaparecer, el pasado transcurre por los oscuros caminos de la traición, excepto en los momentos en que aparecen fugaces liderazgos individuales.

Con estos retazos del pasado se articuló una trama que forma, según las propias palabras de Chávez la "ideología revolucionaria":

Ya mi padre el gobernador [del estado Barinas] hablaba de ellos y él siempre anda hablando de las Tres Raíces: la bolivariana, la robinsoniana por Simón Rodríguez y la Zamorana por Zamora. Esas son las raíces de nuestro árbol ideológico porque no hay revolución sin ideología revolucionaria, la nuestra es esta, el árbol de las Tres Raíces, el bolivarianismo revolucionario (Chávez, 6-2-2003).

El árbol de las tres raíces resume la versión de la historia convertida en ideología y en teoría revolucionaria. En la misma alocución transmitida en cadena de televisión y radio, Chávez explica su significado. Según su versión, la proposición está contenida en un documento conocido como "el cuaderno azul". "Un documento que redacté pocos días antes del 4 de febrero [de 1992]" (ibíd.).

…en el Cuaderno Azul se plantea el marco ideológico de lo que iba a ocurrir pocas horas después (…) se plantea el lineamiento estratégico fundamental, el norte de la sublevación militar bolivariana de aquel día 4 de febrero (…) el sistema ideológico que impulsaba desde entonces el Movimiento Bolivariano y Revolucionario, el sistema lo llamábamos entonces EBR por Ezequiel Zamora, Simón Bolívar y Simón Rodríguez (ibíd.).

Con estas ideas se fabrica una historia que tiende un desmesurado puente que va desde el siglo xix –sin error podría decirse desde el siglo xviii– al siglo xxi. Efectivamente, el "Cuaderno Azul" presenta el llamado sistema de las tres raíces como la respuesta a la desideologización que caracteriza a la era del "fin de las ideologías" y al alejamiento de las raíces históricas de los pueblos de América Latina y de Venezuela en particular. Es la ideología del siglo xxi, el proyecto político que da razón de ser al movimiento revolucionario bolivariano y que servirá al pueblo venezolano para "conducir su marcha hacia la 21ª centuria" (Garrido, 2002, 102). En 1992 se planteó como el futuro y al cabo de más de una década, se presenta como una realidad en construcción. Como dice Chávez en 2003:

… este cuaderno azul bolivariano no es sólo un breve folleto de unos revolucionarios preparando una rebelión militar sino que ahora se hizo proyecto de un pueblo, proyecto de una patria y hoy forma parte del camino que estamos construyendo para darle felicidad al pueblo venezolano… (ibíd.).

Puesto que el discurso que venimos citando fue pronunciado en ocasión del acto de reparto de tierras y cartas agrarias que inicia el llamado Plan Zamora en Barinas, Chávez exalta la raíz zamorana:

… la tercera variante ideológica que nutre nuestro proyecto político, la raíz zamorana. Pongan cuidado (...) La raíz zamorana ubicada en un tiempo histórico más cercano al presente e incorporada simbólicamente al componente sistémico con la E de aquel nombre terrible: Ezequiel Zamora. La inspiración del General Zamora viene de las mismas raíces robinsonianas y bolivarianas. Su discurso lleva el mismo sello de la gran disyuntiva existencial. Inventó los mecanismos de la insurrección campesina de 1846 para errar y volver a inventar la forma de conducir la revolución de 1848. Es decir, aquí estamos enlazando lo zamorano con lo robinsoniano (ibíd.).

El símbolo del "árbol de las tres raíces", la raíz robinsoniana, la raíz bolivariana y la raíz zamorana, es entonces un constructo que engloba a la vez al proyecto político y el recurso que da legitimidad y cohesión ideológica a la parcialidad política que es poder desde 1999. Bajo esta fachada, la historia, convertida en ideología, se resume a partir de las grandes coyunturas de conflicto del siglo xix: la independencia, la ruptura de la Gran Colombia y la Guerra Federal.

La inspiración del bolivarianismo viene, así, de una selección del pasado al que se asocia una forma de resolver los conflictos, a través del método y el liderazgo militar unipersonal. Se destaca así otro elemento de uso del pasado: la exaltación de la charretera por sobre el liderazgo civil o por encima del significado civil de los liderazgos. La "raíz robinsoniana" que nace de Simón Rodríguez, o Samuel Robinson, como se empadronó durante su estadía en París el maestro de Simón Bolívar, es la excepción.

Del pensamiento de Simón Rodríguez, se rescata el "inventamos o erramos", con referencia a la necesidad que Rodríguez observó en el siglo xix de crear o inventar proyectos adecuados a la originalidad de la América Española para evitar la alternativa de errar copiando modelos extranjeros (Rodríguez, 1990, 88). Rodríguez no se refería a cualquier error, tampoco a la idea de "inventar errando", o de crear mediante el sistema de ensayo y error, sino a aquel derivado de la adopción de modelos ajenos a la realidad hispanoamericana, que consideraba de antemano un error.

Esta idea sirve al MB, distorsionándola, para explicar como un error robinsoniano, la insurrección campesina de Zamora en 1846: "Inventó los mecanismos de la insurrección campesina de 1846, para errar y volver a inventar la forma de conducir la revolución de 1858" (Garrido, 2002, 105). De igual manera, las elecciones de 1998 enmendarían el error del 4 de febrero de 1992.

El proyecto político del MB se explica y se justifica a través de una visión de la historia que recrea la concepción heroica, en la que los héroes del siglo xix deben ser a la vez reivindicados, vengados, imitados y completados. Así, la revolución busca reivindicar e imitar a un héroe intelectual, Simón Rodríguez, el inspirador de la consigna de inventar para no errar. Y reivindicar, vengar y completar la obra de dos héroes político militares: Bolívar, el héroe máximo, y Zamora, el gran caudillo de la causa agraria. A estos podríamos agregar, en un altar menor, la figura del Cipriano Castro de la planta insolente.

El corte adquiere un significado más contundente en el siglo xx, que en más de una ocasión ha sido aludido como "el siglo perdido". En particular es en el período de cuarenta años, que va desde 1958 a 1998, cuando se acumulan las perversiones de la "oligarquía" contra el pueblo venezolano, sometido y doblegado con rigor: la exclusión, la corrupción, la venalidad, la injusticia, la traición, la mentira, la violación de los derechos humanos, el hambre, la miseria, la destrucción del ambiente, el fraude, la venta de los recursos de la nación. Son las características que globalmente se atribuyen al pasado reciente.

En esos cuarenta años (…) "terminaron de destrozar a un pueblo, de quitarle su soberanía, de ponerlo a vivir en la miseria sobre un territorio cuajado y lleno de riquezas, de petróleo, de oro, de tierras fértiles, una democracia que termina siendo tiranía" (Chávez, 12-11-2001). Así, la historia se reescribe no exactamente corrigiendo la historiografía republicana de siglo y medio que llega hasta mediados del siglo pasado y cambiando el pasado reciente, de las últimas décadas, sino borrándolo. En efecto, cuando la reescritura llega a extremos totalmente negativos tales que el pasado puede resumirse en dos o tres frases que indican que todo ha sido malo, la memoria queda borrada en un acto de magia que la revolución justifica.

Sin duda, las tensiones de los últimos seis años creadas por la bipolaridad política, han dado cabida también a relecturas que resaltan la tendencia de sectores de oposición a destacar los aspectos positivos de las cuatro últimas décadas del siglo xx, atenuando los negativos, como respuesta a la visión oficial totalmente negativa. Pero la avasallante tendencia a producir giros interpretativos radicales lleva a algunos absurdos.

Así, el golpe militar del 4 de febrero de 1992, sin duda una clásica intentona de derrocamiento de un gobierno electo por efectivos militares, sin participación popular, con amplio despliegue de equipo de guerra, destrucción, muertes y heridos, pasa a ser una inocente "rebelión de muchachos casi niños" o la "revolución de los niños, pues, de los soldados, de la juventud militar, de una parte de la juventud militar venezolana"… (Chávez, 5-11-2004).

En tanto que el golpe de estado palaciego del 11 de abril de 2002, que produjo una retirada "negociada" del presidente, sin despliegue directo de armas de guerra sobre el gobierno, es un "golpe militar fascista", según la interpretación oficial. Igual torsión acompaña la denominación de la parodia de gobierno de escasas cuarenta y ocho horas del dirigente empresarial Pedro Carmona, autojuramentado presidente de la nación en la misma ocasión, que en la versión oficial, pasó a ser "La dictadura fascista de Carmona". La magia revolucionaria produjo la dictadura fascista más breve de la historia de la humanidad.

Para concluir

Los dos grandes sectores que se manifiestan en el panorama político del tiempo que corre, usan la historia como apoyo para los argumentos de la contienda política actual. Es decir que los dos recurren a la historia en función de sus intereses presentes. Pero con diferencias que reproducen la especificidad de cada sector.

El cambio en las relaciones de poder desde 1998 fecunda una versión del pasado acorde con un nuevo esquema de poder, una reescritura de la historia que intenta moldear la memoria colectiva a imagen y semejanza de las luchas y los personajes del momento actual. En esta versión se resaltan las coyunturas de conflicto: la invasión europea, la conquista, la independencia, la ruptura de la Gran Colombia, la guerra federal, el enfrentamiento de Cipriano Castro con las potencias extranjeras, y los protagonistas individuales que corresponden a cada momento.

Se modela de este modo un imaginario que forma una matriz en la que van encajando las diferentes piezas del pasado y del presente, agrupadas en dos grandes bloques de valor opuesto: una corresponde a una historia ilegítima, innoble, antipopular que es expresión de antivalores como la traición: es la historia de los personajes y acciones de la oligarquía, cuya definición se construye por oposición a la otra historia. Esta historia es pocas veces referida, sólo aludida. Desaparece como historia y queda sólo como fuente en la que abreva el rechazo, también el odio, al sector de la sociedad que hoy representa aquella historia: los oligarcas de nuestros días.

En la otra historia, se sitúan los héroes buenos y nobles, personajes de arraigo popular que ofrecen su vida en sacrificio por un ideal que queda trunco. En resumen es la historia entendida en dos tonos: blanco y negro, en clave maniquea.

Pero no es sólo una versión del pasado lo que surge de esto. En la medida en que el pasado es un escenario de luchas inconclusas, esto permite que se retome esa lucha bajo la conducción de un nuevo héroe que asume la tarea de completar la obra de los héroes históricos. En esta visión dicotómica, la versión oficial del pasado se usa como instrumento, como palanca para inducir imaginarios que cumplen una múltiple función: legitiman la acción presente, sirven de acoplado ideológico al proyecto político del MB, con lo que se produce una especie de privatización de la historia, y, a la vez, dan vigor a los nuevos actores. En suma, el pasado deja de ser historia para ser ideología de una parcialidad.

Podemos afirmar, de una vez, que no hay en el discurso político del siglo xx otro que haya hecho uso de la historia en la medida y desmedida que el discurso bolivariano.

Para el historiador, frente al dilema de ser portavoz de una versión de la historia con la finalidad de acomodarla o acoplarla a necesidades políticas surgidas en el presente o construir un discurso histórico ajustado a los cánones de la disciplina que puede ser útil al presente, hay sólo una respuesta: su compromiso ético con las exigencias del oficio. En otras palabras, el compromiso moral del historiador con la verdad.

Pero ¿de qué verdad hablamos?, en una disciplina que admite que sus verdades pueden revisarse periódicamente, que no parece tener defensas efectivas que contrarresten los usos indebidos, el anacronismo, el abuso, y la deformación del conocimiento, ¿cuál es la tabla de salvación que tiene el historiador?

La única es la que resulta del respeto a la evidencia que, en términos de las exigencias del oficio, significa: apego al análisis crítico de las fuentes, al espíritu de trabajo para agotar la búsqueda y la consulta de las fuentes y especialmente de aquellas que contraríen su percepción del problema, a las exigencias del método histórico y a los límites de la interpretación, significa disposición de vencer prejuicios y de aceptar con valentía que la evidencia puede hacernos cambiar nuestra hipótesis y cambiar nuestra visión preconcebida de la historia.

Y, sobre todo, significa tener conciencia de que hay algo que le está vedado al historiador: contribuir a que la historia se use como camouflage del presente (Ortega y Gasset, 1959, 201).

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30. Vea (2004): Caracas, nº 324, 28 de julio, p. 1.         [ Links ]

ANEXOS y/o PIES DE PÁGINA

1 Así en la transcripción. Se trata de Lempira el jefe de la comunidad indígena lenca que encabezó en 1537 la resistencia contra la conquista española en el actual territorio de Honduras.

2 El concepto de oligarquía refiere a una clase gobernante, gobierno de pocos, también gobierno de los ricos (que son pocos). La idea de una oligarquía con capacidad para cambiar gobiernos es parte de una retórica política, pero cuestionable en Venezuela donde el Estado controla la principal fuente de riqueza del país y no hay un sector privado con poder autónomo equivalente.

3 El ministro de Cultura Farruco Sesto.