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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 20030507

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.12 n.2 Caracas ago. 2006

 

Nuevo pensamiento militar venezolano

Alberto Müller Rojas

General de división (Ej.), licenciado en Ciencias y Artes Militares, especialista en Gerencia Pública. Cursó la Maestría en Ciencias Políticas, profesor de pregrado y postgrado en las Facultades de Ciencias Jurídicas y Políticas y de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV (1978-98). Ha publicado numerosos ensayos y ponencias en obras colectivas y revistas científicas. Es autor de Las Malvinas. Tragicomedia en tres actos (Caracas, Editorial Ateneo, 1983); Relaciones peligrosas. Militares, política y Estado (Caracas, Tropykos, APUCV, Fundación Gual y España, 1992); Refundar la república (Los Teques, Fondo Editorial ALEM, 1997); Época de revolución en Venezuela (Caracas, Solar Ediciones, 2001). Venezuela. alberto_muller2003@yahoo.com

Resumen

El pensamiento militar es la conjunción de un conocimiento acumulado por siglos –la teoría de la guerra y las actividades conexas– con la conducta concreta en el espacio y el tiempo para realizar las tareas que el entorno, nacional e internacional, demanda. El cambio en las condiciones políticas, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, son la fuente de orientación del nuevo pensamiento militar en Venezuela y es lo que imprime cambios en el ejercicio profesional militar. Frente a nuevos desafíos las operaciones militares clásicas resultan insuficientes. De allí la necesidad de incorporar nuevos conceptos y nociones que posibiliten enfrentar con éxito, desde el punto de vista militar, las nuevas realidades.

Palabras clave: fuerzas armadas, nuevo pensamiento militar, Venezuela.

Venezuela’s New Military Thinking

Abstract

Military thought is the combination of a knowledge accumulated during centuries –the theory of war and its related activities– and concrete activity determined in spatial and temporal terms by the practical challenges determined by the national and international context. Changes in the political situation, both national and international, are the source of the new military thinking in Venezuela and have led to changes in the demands on the military profession. In the face of new challenges, the classical military operations are insufficient; hence the need, from a military point of view, to incorporate new concepts and notions which ensure a favorable response to the new realities.

Key Words: Armed Forces, New Military Thinking, Venezuela.

La tercera semana de enero me hizo una entrevista una periodista –tal vez la más ignorante que he conocido– que indagaba sobre el nuevo pensamiento militar venezolano. La entrevistadora, sin ninguna o con muy escasa información sobre la guerra y su papel en la historia y en la vida actual de la humanidad, me obligó a empezar por explicarle que este fenómeno social era una manifestación de la actividad política del hombre destinada a buscar un orden que conjugara sus aspiraciones de seguridad –certeza en el logro de sus propósitos– y libertad. Le indiqué su íntima vinculación con el gobierno de las sociedades y la especialización (institucionalización) de un sector de ellas en su materialización en la realidad, aunque le especifiqué la existencia de una relativa autonomía definida por su rol funcional (seguridad estratégica) de la comunidad política. Una tarea que la coloca como punto de equilibrio entre las políticas domésticas y la política internacional. Entre la instauración o el mantenimiento de un orden que garantice las relaciones armónicas entre las clases y estamentos que conforman la sociedad, y la configuración o sostenimiento de una estructura internacional que no represente una amenaza para la autonomía de esa sociedad.

Lo difícil de la situación fue aclararle el concepto de “pensamiento militar” unido al adjetivo de “nuevo”. Le dije que toda acción profesional por lo general era orientada por un “plan” sustentado en un conocimiento validado (una sorpresa para ella que sin dudas no había “planificado” su actividad profesional). Y en ese sentido la labor militar de pensar su conducta es “vieja”. Responde a un conocimiento acumulado por siglos, hoy codificado en la polemología, que como ocurre en otras nuevas aproximaciones en otros campos de la ciencia tiende a ser multidisciplinaria y hasta transdisciplinaria. Existe una teoría de la guerra, y de las actividades conexas, universalizada, que orienta al profesional militar en sus ejecutorias. Es una aproximación teórica que enseña la aplicación de los medios (siempre en proceso de cambio por la evolución de la tecnología) para los fines de la acción. Pero conjuntamente con estos conocimientos se ha desarrollado una praxis (praxeología) que vincula esa inmediación con la conducta concreta realizada en el tiempo y el espacio de la cual se desprenden ciertos axiomas: el profesional militar para realizar sus tareas elige objetivo y busca los medios para alcanzarlos; tales medios son escasos y susceptibles de usos alternativos, por lo que se destinan en primer lugar a obtener los objetivos de mayor valor (ley de la utilidad marginal decreciente); y siempre se prefiere obtener el objetivo en el momento presente a poder disfrutarlo en el futuro (ley de la preferencia temporal). Esa praxeología está representada por la estrategia que orienta la conducta desde el comienzo de la acción hasta su culminación, y la táctica que la dirige frente a los problemas concretos que se presentan en un momento y lugar determinados en el proceso de realizar la acción. Tanto la polemología como su praxeología están en la base del pensamiento militar (forman la cultura castrense) y son universales y maduras.

Lo novedoso del pensamiento militar actual radica en la orientación que se le imprime al ejercicio profesional militar por el cambio en las condiciones políticas tanto del ambiente interno como del entorno internacional. Las condiciones políticas existentes a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial permitieron el establecimiento de un sistema político en Venezuela que de alguna manera se estabilizó, creando una situación de relativa armonía entre las clases y estamentos que conforman la nación. En ese marco el problema de la seguridad se originaba en el entorno externo. La llamada Guerra Fría, característica del período 1947-1990, con la estrategia disuasiva entre las dos superpotencias mundiales que la protagonizaron, se hacía “en caliente” en los espacios periféricos de los centros mundiales tradicionales de poder. Y en ese marco la posibilidad de conflictos regionales y locales constituía la amenaza fundamental a la seguridad estratégica del Estado venezolano. La acción militar racional parecía ubicarse en la alianza entre las comunidades políticas de la región para evadir esa posibilidad. El desarrollo de un sistema interamericano que ordenase políticamente los Estados hemisféricos (OEA/1948) y un sistema defensivo combinado (TIAR/1947) se visualizaron –y fueron inducidos con fuerza por el gobierno de Washington– como aproximaciones estratégicas apropiadas para estabilizar la región y garantizar de esta forma la seguridad de las comunidades políticas que la poblaban. En ese marco se impuso como praxeología la adoptada por EE UU para contener la expansión del dominio soviético, dada su indudable poder de acción tanto en el terreno político/económico como en el militar. Sin dudas esto implicaba una situación de superordenación/subordinación en la relación entre la sociedad anglosajona americana y los pueblos latinoamericanos y caribeños, explicada por la antropología en el contexto del estudio de la aculturación, aceptada pacíficamente por ese conjunto dada la masa crítica de ese centro de poder, su patente superioridad tecnológica y el prestigio que se le atribuía a esa nación en el ámbito internacional. Variables que influyen en el desarrollo de estos procesos sociales de cambio cultural.

Pero uno y otro instrumento, a diferencia de lo que ocurría en otras regiones geoestratégicas, y en particular en el caso europeo, ni estabilizaron políticamente el hemisferio ni crearon una organización defensiva militar con capacidades de reducir la conflictividad internacional entre los Estados americanos. Por el contrario, ellas sirvieron de mecanismos de injerencia en la vida de cada pueblo de modo de intentar adecuar su orden a los intereses de Washington. Los regímenes de gobiernos nacionales, tradicionalmente con un fuerte contenido elitesco (aristocrático), se deformaron para convertirse en oligarquías; se multiplicaron los conflictos interestatales por razones limítrofes y fronterizas; y se intentó debilitar las capacidades de defensa de los países (lo que implicaba la disolución del Estado) mediante la transformación de las organizaciones militares en organizaciones represivas, con estructuras y fines policiales, dentro de una supuesta guerra a un enemigo virtual identificado como “narcoguerrilla”. Se abrió así en Venezuela –y en el resto de los Estados latinoamericanos y caribeños– un proceso de desestabilización interna que no sólo amenazaba la armonía entre las clases y estamentos que convivían en el país, sino hasta su propia integridad territorial. Y es en ese marco donde se gesta dentro de la institución militar el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR200) que al imponerse electoralmente, luego de protagonizar una rebelión, vuelca la atención y el esfuerzo castrense hacia el restablecimiento de la unidad nacional y la integración del país.

Y en este sentido no está fuera de la praxis militar el logro de objetivos de carácter social ni económico (acción cívica), tanto en el ámbito de los espacios ocupados en el marco de las operaciones militares, como en el propio ámbito interno para el fortalecimiento de la sociedad en su conjunto. De modo que en su etapa inicial el régimen implantado, de acuerdo con las leyes praxeológicas de la utilidad marginal decreciente y de la preferencia temporal, orientó los medios adjudicados al componente militar de la nación hacia operaciones de acción cívica destinadas a coadyuvar en el propósito estratégico de integrar la población y el país. Mientras en lo político el MBR-200 polarizaba una coalición de organizaciones políticas y sociales opuestas a la situación preexistente para configurar un nuevo orden que restableciera la armonía interna dentro de un contexto internacional que parecía estabilizarse alrededor de una aristocracia de naciones (Grupo de los 7+1) en un juego político suma variable. El cuadro externo cambia a finales de 2001 con los acontecimientos del 11S en Nueva York y Washington. Esos acontecimientos sirven de excusa para una metamorfosis de la política exterior estadounidense que busca el establecimiento de un imperio global orientado por el pensamiento neoliberal. Es una transformación que genera una tensión extrema en las relaciones entre Washington y Caracas, que entre otras consecuencias produce una profundización en la conflictividad colombo-venezolano y la conformación de una “quinta columna” doméstica que incorpora los sectores desplazados del poder por el nuevo sistema político. En ese contexto la amenaza ya no está representada por las posibilidades de la materialización de conflictos regionales o internos que respondan a situaciones internacionales, sino que se objetiva en la probabilidad de una acción militar directa o indirecta (mediante actores internacionales o internos) del poder militar estadounidense.

Aquí se produjo –le explique a mi entrevistadora– otro aspecto innovativo en el pensamiento militar nacional. La acción a ejecutarse reducía la efectividad tanto de la organización castrense existente como la de los medios materiales y cognoscitivos disponibles. La nueva amenaza, sustentada en las ventajas asimétricas en conocimientos (incluyendo la información en tiempo real de los potenciales teatros de operaciones), precisión y movilidad, convertía en casi inoperativas las formaciones militares venezolanas estructuradas para acciones bélicas convencionales o contra fuerzas irregulares. Frente a ese desafío, las operaciones militares clásicas, desarrolladas básicamente mediante maniobras de las fuerzas militares en el espacio, resultarían nulas, como también lo serían las que se hiciesen puramente en la dimensión tiempo con la organización existente.

Es en ese marco donde la noción de “resistencia”, como oposición material y moral a una fuerza invasora adquirió relevancia estratégica. Concebida como una acción espontánea –no profesional– realizada con medios de lucha elementales por una población que rechaza un invasor militar, la nueva praxeología la incorpora como un elemento estructural de la defensa nacional. Mientras se busca la protección de los escasos medios convencionales de lucha, bajo la cobertura de unidades de reserva organizadas, mediante su dispersión y ocultamiento aprovechando las condiciones que ofrece la geografía del país, que en este caso pasa ser un instrumento de la acción militar. Se trata de una praxis que impone la amalgama entre la organización “profesionalizada” existente para la defensa convencional, que se reserva para la conducción de acciones militares decisivas en espacios y momentos oportunos, y la población que aspira la libertad para el logro de sus propósitos de acuerdo con sus potencialidades físicas y psíquicas. Una actividad cónsona con la orientación de la conducta del régimen político nacional, que conjuga la estrategia imaginada en el espacio con aquella figurada en el tiempo. Es esa concepción la esencia del nuevo pensamiento militar venezolano, que por lo demás permite aprovechar las experiencias militares pasadas vividas por nuestra comunidad política y en las cuales se fundamentó el proceso de integración de nuestra comunidad política como actor con vocación de persistencia autónoma en el contexto internacional.