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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
versión impresa ISSN 20030507
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.12 n.3 Caracas dic. 2006
El oficio de ser mujer. Vivencias del género femenino en la Caracas del siglo XVIII
Yelitza C. Rivas C.11Antropóloga. Asistente de Investigación en el Laboratorio de Antropología Histórica del Departamento de Arqueología, Etnohistoria y Ecología Cultural de la Escuela de Antropología. Líneas de investigación que desarrolla: Antropología Histórica. Temática desarrollada: "Discursos y Practicas Sexuales durante la segunda mitad del siglo xviii". "Estudios Histórico Antropológico de los resguardos indígenas de Oriente". "Usos y abusos del Agua en la Caracas del siglo xviii" "Vida Cotidiana en la Caracas del siglo xviii". "Naufragios Coloniales". "La medicina en Caracas durante la segunda mitad del siglo xviii". "Historia y Antropología de Ciudad Bolívar". Otras Investigaciones: "Pautas de Crianza en los Pueblos Indígenas de Venezuela". Desde julio de 2003 hasta diciembre de 2003 y enero de 2005 hasta el momento. yelirivas@yahoo.com
Resumen
Abordar el tema de género implica una mirada a la diferencia sexual como construcción social generadora de diferentes representaciones sociales de los individuos en torno a su estatus dentro de la sociedad y a los roles a desempeñar. Tal es el caso de la sociedad de la provincia de Venezuela de la segunda mitad del siglo xviii, que por ser una sociedad altamente estratificada permite identificar un ejercicio del poder masculino (fuerza de trabajo principal, vida pública) y la subalternidad de las mujeres (en lo que refiere a la vida íntima dedicada a la familia, como madres y esposas, hijas, hermanas, etc). En tal sentido en este artículo se da cuenta de los mecanismos sociales de la Caracas colonial para legitimar la preponderancia de un género sobre otro.
Palabras clave: Género, mujer, familia, siglo xviii, Caracas-Venezuela.
The Office of Being a Woman. Experiences in 18th Century Caracas
Abstract
The author considers sexual difference a social construct that generates different social representations related to an individuals status in society and his/her appropriate social roles. In late 18th century Venezuela, the highly-stratified nature of society facilitates the identification of mechanisms of male domination (main labor force, public life) and the subordinate status of women (in the intimity of family life dedicated to the role of mother, wife, daughter, sister, etc.). This article examines the social mechanisms prevalent in colonial Caracas to legitimate the predominance of one gender over the other.
Key Words: Gender, Women, Family, 18th Century, Caracas-Venezuela.
Introducción
El estudio de las prácticas sexuales y de género se ha impuesto con fuerza durante la segunda mitad del siglo xx. Desde múltiples perspectivas, la corporalidad ha adquirido un valor especial en el estudio de las relaciones sociales y la construcción de las identidades de género, entre otros aspectos de la realidad social y cultural.
Nuestra intención es la de analizar estos procesos en una sociedad del pasado venezolano, la provincia de Caracas durante la segunda mitad del siglo xviii, cuya sociedad estaba fuertemente marcada por jerarquías sociales definidas por la pertenencia estamental, el color y la riqueza. De esta manera, queremos resaltar particularmente, desde una perspectiva de género, el lugar ocupado por las mujeres y los conflictos generados por la resistencia que opusieron, de manera explícita o implícita, a la realización del rol impuesto por la sociedad, fuertemente caracterizada por el poder de los varones.
El abordaje del tema del género implica hablar del proceso de simbolización basado en el dimorfismo sexual, que ha servido para que las culturas produzcan diversos modelos que buscan definir la orientación sexual de los individuos dentro de la sociedad. Estos modelos y prácticas giran en torno a las representaciones con respecto a los sexos y se encargan de reforzar continuamente la significación del ser hombre o mujer.
En este orden de ideas, cada sociedad produce sus propios ideales de la masculinidad y feminidad, generando mecanismo para reforzar la diferencia como desigualdad a través de la redundancia de los papeles que los sujetos, tanto masculino como femenino, deben ejecutar dentro de la sociedad. Los dos sexos sirven como modelo referencial para la elaboración y diferenciación de las unidades sociales (Amodio, 1995).
El género resulta así determinante por las culturas, tanto en el ejercicio de la sexualidad de sus individuos como en todas sus relaciones sociales. Al respecto, Pierre Bourdieu señala que la construcción de los cuerpos está inmersa en una cosmología sexualizada, la cual consiste en la oposición de lo masculino a lo femenino, a través de la delimitación de su campo de acción, en el que un sexo prevalece sobre otro. Indica también que esta contraposición se hace frecuente en la mayoría de las sociedades, las cuales la asumen como diferencias naturales y no sociales ni culturales (Bourdieu, 2000, 13).
Teniendo en cuenta que las culturas utilizan el género para delimitar también diferentes tipos de relaciones extrasexuales, es conveniente considerar los elementos que las estructuran, los cuales varían según la economía, el entorno y el nivel de complejidad social en las cuales se realizan. Siguiendo a Conrad Philipe Kollad, podemos delimitar estas funciones de la siguiente manera:
a) Funciones de género: Son las tareas y actividades que una cultura asigna a los sexos.
b) Estereotipos de género: Ideas simples sobre las características de los varones y de las mujeres que son fuertemente asumidas por los individuos.
c) Estratificación de género: La distribución desigual de recompensas socialmente valoradas, poder, prestigio y libertad personal. El autor citado señala que, en las sociedades sin Estado, la estratificación de los sexos suele ser más evidente con respecto al prestigio y a la riqueza, mientras que en las sociedades estratificadas occidentales modernas ésta decrece cuando hombres y mujeres aportan equitativamente a la subsistencia del grupo (cf. Kollad, 1994, 134).
Con respecto a estos fenómenos, Mary Douglas (1973, 73) indica que las culturas establecen tales distinciones para determinar las fronteras sociales. Un ejemplo de ello lo constituye la idea de contaminación que algunas sociedades atribuyen a un sexo con respecto a otro:
Creo que algunas contaminaciones se emplean como analogías para expresar una visión general del orden social. Por ejemplo existen creencias de que cada sexo constituye un peligro para el otro, mediante el contacto con los fluidos sexuales. Según otras creencias, sólo uno de los dos sexos corre peligro por el contacto con el otro, habitualmente el masculino con el femenino, pero a veces ocurre lo contrario. Semejantes configuraciones del peligro sexual pueden considerarse como expresiones de simetría o de jerarquía. Poco plausible sería interpretarlo como la expresión de algo que atañe a la relación auténtica entre los sexos. Creo que muchas ideas acerca de los peligros sexuales se comprenden mejor si se interpretan como símbolos de la relación entre las partes de la sociedad como configuraciones que reflejan la jerarquía o simetría que se aplican en un sistema más amplio (...) Los dos sexos pueden servir como modelo para la colaboración y diferenciación de las unidades sociales (Douglas, 1973, 16).
Por lo general, los estudios en torno al género plantean ver los diferentes modelos de dominio que las culturas atribuyen a un sexo sobre otro. Para ello, se basan en los distintos modelos que marcan los límites de comportamiento (cf. Receves Sanday, 1981, 35). En este sentido, la idea de contaminación sexual permite acercarse un poco más a la constitución de las jerarquías sociales.
Cristina Molina Petit (1994) considera que uno de los principales factores que deben ser tomados en consideración para definir la posición de los sexos dentro de la sociedad es el espacio social, es decir, el lugar donde cada sexo tiene su campo de acción. Por ejemplo, en el caso de la sociedad occidental, el modelo estructural de la organización social asigna tradicionalmente el espacio publico (el espacio del reconocimiento social) a los varones, mientras que el ámbito privado (espacio del no reconocimiento social) es asignado a las mujeres. En este segundo espacio se desarrollan las actividades femeninas, siendo por lo general vedado a la mujer el acceso al otro ámbito con justificaciones de tipo religiosas y económicas, entre otras. La misma autora señala que éstas son las bases que sustentarán el poder que se ejerce sobre las mujeres por parte de la sociedad y la familia: "La esfera de lo privado-familiar y la mujer que por ella se define, permanece regida por una suerte de ley divina o ley natural y atada al antiguo derecho sacro" (Molina Petit, 1994, 37).
La representación y lugar social de la mujer en la Caracas del siglo xviii
Al emprender el estudio de las practicas sexuales, en la provincia de Caracas durante la segunda mitad del siglo, necesariamente se tiene que abordar la manera en que las divisiones y jerarquizaciones sociales hacen del cuerpo una construcción social, con el objetivo de hacerlo funcional dentro de la vida social. Estas representaciones sirven de base para establecer la diferencia sexual en las sociedades y es a partir de éstas que se conforma el poder social como parte del orden las construcciones sociales en torno al ámbito sexual. El poder social que ejerce el control de cuerpo es llevado a cabo por las sociedades a través de instituciones que emplean diferente mecanismos para la reproducción de ese orden a través de las atribuciones de roles de género y de los espacios, que los individuos deben ocupar en el seno de las sociedades.
Cabe destacar que la interpretación y valoración de la masculinidad y la feminidad dentro de una sociedad no son una categorización estática ya que se articula con las distintas categorizaciones sociales que cada sociedad particularmente emplea para clasificar a sus individuos.
En el caso de la sociedad colonial caraqueña de la segunda mitad del siglo xviii. Las marcadas jerarquías sociales existentes en dicha sociedad estaban definidas por cuatro referentes principales: El étnico, el color, el económico y el género. Con respecto a este último, tomando en consideración que el control de las instituciones era ejercido por los individuos de los estamentos dominantes, el modelo de sociedad impuesto le daba preeminencia a los hombres blancos (mantuanos), los que eran depositarios de todo el poder moral de la sociedad, imponiendo la observancia de la honorabilidad, en contraposición con el resto de la sociedad, mujeres e individuos de los sectores subalternos, con su enseñanza y con su ejemplo, aunque en la mayoría de los casos el modelo no se realizaba completamente.
Un ejemplo de ello lo constituye lo estipulado en el Sínodo Diocesano de Caracas, conjunto de reglas producidas en Caracas a finales del siglo xvii, pero con una gran vigencia en el contexto temporal que nos ocupa, debido a que sus leyes no sólo abarcaban el ámbito religioso, sino también secular. En dicho corpus de leyes se propone la definición de una figura modelo, el Padre de Familia, distinguido de los otros individuos de su mismo género por su posición económica y social, que le permitía contar con servidumbre y esclavos, por lo que su labor abarcaba no sólo cuidar de su familia, en lo que respecta a la moral, sino también velar por la moral de su servidumbre. Esta posición fue reiterada durante la segunda mitad del siglo xviii, con la promulgación de la Real Pragmática Matrimonial donde se les daba la potestad a dichos individuos para decidir en cuanto a las futuras uniones de sus hijos. Cabe destacar que en dicha Pragmática se señala que tal potestad sólo era el privilegio de los grupos de alto rango social, mientras que los otros individuos no tenían dicho privilegio y, en todo caso, sólo podían aconsejar y era decisión de los hijos obedecerles o no.
En el caso de la mujer, le era atribuida una fragilidad de cuerpo y espíritu, lo que justificaba su espacio de acción, circunscrito al espacio doméstico. Los roles sociales atribuidos a la mujer eran:
a) Madre: Atendiendo a la definición del matrimonio emitida por el Concilio de Trento, quedaban claramente definidas cuáles eran sus funciones: "La muger principalmente se debe casar para ser madre o porque es oficio de la madre concebir, parir y criar los hijos" (Catecismo del Santo Concilio de Trento, 1777, 196). La tarea más importante de la mujer era la de generar los hijos y cuidarlos hasta que pudieran integrarse a la sociedad cuando llegasen a la edad adulta.
b) Esposa: Implicaba fidelidad, respeto y cuidado de los maridos. Ildefonso Leal señala que desde muy corta edad se le inculcaba a la mujer que debía ser pasiva y mansa frente a su marido (Leal, 1994, 190). Ella era la encargada de expresar el honor de la familia: Como hija, evitando infamar con su conducta el honor de la familia, garantizando su virginidad; como esposa, garantizando que la descendencia fuese legítima.
c) Devota: Debía participar de los ritos y conocer algunos conceptos básicos de la doctrina cristiana. Para esto, era necesario que supiera por lo menos leer los misarios, novenas etc., sobre todo en el caso de mujeres mantuanas, para participar en los actos religiosos tanto públicos como privados. Además, muchas de ellas eran benefactoras del culto católico, a través de donaciones de limosnas para fundación y manutención de conventos, hospicios y obras pías. En el caso de las mujeres que no se casaban, una de las opciones de vida era la religiosa (cf. González Antías, 1995, 128).
En cuanto a la fragilidad de espíritu, era considerada una potencial transgresora y, lo más peligroso, como potencial incitadora de la desviación de las normas establecidas. De tal manera que se les encomendaba a los hombres de la familia, especialmente al padre de familia, que tuviese mucha precaución con las hijas, como lo expresa en sus "Normas del buen vivir" el obispo Madroñero, en 1763:
214- No se sufra en la mugeres que se esten a la puerta o bentana ni acostadas o echadas ni en amacas a vista de hombres ni se ermoseen con afeitacion y artificio ni las permitas otras semejantes vanidades o composturas peligrosas y quando permita o deje que las visiten los hombres nunca sean a solos ni en ropa menores ni livianas aunque sean parientes muy cercanos y esten enfermas o pacientes mayormente estando en su cama o hamaca.
215- Cuide que no anden vagueando por todas partes, sino que se esten en sus casas que cada una cuide su oficio que tiene que se ocupe en acciones santas y piadosas y que todas vayan santamientas a hacer sus debociones.
216- Que no salga fuera de casa o lugar alguno que sea el que fuere sin que el primero atendiendo la honestidad y modestia, tengan cubierta la cabeza con una toca o lienzo o con un belo que no sea transparente de tal manera que no se bean los cabellos y que esten cubierta la mayor parte de la cara: Esto se entiende para las mujeres casadas y viudas en cuantos a las hijas doncellas cuide que tenga cubierto todo el rostro lo qual se observara mas exactamente y con mayor cuidado cuando salen para la iglesia o ban a las estaciones procesiones u otro exercicios (AGN, Sección Traslados, tomo 618, fol. 119).
Mientras que, en el caso de los hombres, el obispo indicaba que la vigilancia de su conducta quedaba a su propia discreción.
35- Huie de los juegos los bailes, los puestos publicos, los banquetes, las fiestas, las mascaras y espectáculos profanos donde es Dios ofendido y guardate no solo de ser su complice en esto sino tambien de hacerte presente en ello.
37- Cuida mucho que en tu casa no se bean pinturas profanas ni provocativas y deshonesta ni en cuadros ni paredes ni en libros ni en otra parte alguna de tu casa porque a ti la de sason y atoro causaran escandalo.
208- Haga que sus hijos y criados hembras y varones duerman de tal manera separados los unos de los otros que no haya peligro ni inconveniente alguno, y providencia que cada uno tenga camas separadas de modo que no se acuesten juntos ni aun siendo de tierna edad y menos quando fueren de diversos sexo (ibíd., fol. 54).
En el caso de las transgresiones, la estratificación a través de género implicaba una serie de representaciones a la hora de juzgar las acciones de uno u otro. La valoración era asimétrica, juzgando con mayor severidad las faltas femeninas que las masculinas, sobre todo en el caso de las transgresiones sexuales. Sin embargo, también en este caso, privaba la pertenencia a un determinado grupo estamental. Tal es el caso de la mantuana, la cual era colocada por encima de la demás en cuanto al comportamiento moral. Lo que tenía una doble consecuencia: Debía mostrar una "fachada" moral más fuerte que las mujeres de los estamentos más bajos; pero, al mismo tiempo, sus transgresiones eran una amenaza mayor para el orden establecido.
De esta manera, podemos señalar la responsabilidad social que era depositada en la mujer caraqueña, debido a que era contenedora del honor de la familia, bien en su rol de esposa, garantizando que la descendencia fuese legítima, bien como hija, evitando infamar con su conducta el honor de la familia y garantizando su virginidad. Esto se debe a que las características patriarcales de esa sociedad, tanto en el plano formal como en el práctico, determinaban que el cuidado de la sexualidad masculina descansaba en la certeza de que la mujer era esencial para la fundación de la familia y garantizar su pervivencia en la sociedad; mientras que el control de la sexualidad femenina constituía, por un lado, el medio a través del cual se podían establecer alianzas productivas con otras familias, sin con esto excluir completamente que también los hombres podían infamar a otras familia, haciendo uso de las mujeres (cf. Pit River, 1968, 42).
Un ejemplo que sirve para aclarar lo anterior: Se tiene en la querella interpuesta en Coro, durante el mes agosto de 1774, por el capitán Juan Bautista en contra de don Miguel Giron, quien había sido novio de su sobrina, motivada por calumnia y falta a la palabra matrimonial. El acusado se defiende señalando:
La dha Miquelena la pretendio el confesante y que con las propias caricias con que ella dise le correspondio, sin ningun despego, le motivo a prettencion deshonesta que consiguió sin la mayor instancia y sin ninguna promesa porque nunca se havria de disponer abandonar su persona y estimacion casandose con una persona de tan vaja circunstancia como la dha Miquelena (AGN, Matrimonio y Discenso, Tomo LXXXII, Fol. 362).
Para garantizar la realización del modelo ideal de comportamiento femenino, se procuraba que la socialización fuese una tarea en primera instancia llevada a cabo por las otras mujeres de la familia, es decir, eran las mismas mujeres quienes asumían el papel de educadoras de su mismo género. Esta educación empezaba desde muy tierna edad y la misma consistía principalmente en el aprendizaje de la doctrina, labores como coser y bordar y algunas nociones de aritmética y escritura, en el caso de las mantuanas, mientras que para las mujeres del resto de la sociedad era suficiente el conocimiento de la doctrina y las labores domésticas. En otros casos, cuando no existía un pariente femenino que pudiese llevar a cabo la labor de enseñanza, se recurría a otros medios, como la educación impartida en los conventos.
Un ejemplo de lo antes planteado se tiene en lo planteado al obispo Madroñero, en carta fechada en El Sombrero el 10 de abril de 1761, por parte de don Alonso Magdaleno quien tenía una hija de seis años, cuya madre se encontraba imposibilitada de atenderla por motivos de salud y deseando que su hija tuviese una buena educación y contando además la niña con dos tías religiosas, le solicita su aprobación para introducir a la niña en el convento donde profesan sus familiares (AHAC, Episcopales, carpeta, 26, doc. 15).
En otros casos en que la madre faltase físicamente y la familia careciese de otras mujeres que pudiesen ejercer ese rol, se buscaba sustituir dicha figura, tal como lo planteado por don Miguel de Oliva natural de la isla de Córcega y vecino de El Valle, quien había enviudado, quedando con varios hijos, entre ellos dos niñas. En comunicación fechada el 6 de septiembre de 1787, al teniente de justicia de Ocumare, le expresa como padre su "obligación de darles una educación racional y cristiana considerando la imposibilidad de poder llevar personalmente este deber propio de un padre por la necesidad en que por mi pobreza me hallo constituido de separarme de ellos para solicitarles el alimento por ser mi exercicio el de marinero o de pescador", decidió contraer nupcias con María Pantoja, parda (lo cual motiva que justifique esta solicitud ante las autoridades), y en tal sentido señala como razón de peso que "por dar a mis hijas crianza con el recogimiento que su sexo pide he deliberado pasar a contraher segundas nupcias" (AGN, Archivo Aragua, tomo XX, Fol. 59, 61).
Siendo las niñas preparadas para vivir una vida futura matrimonial, a menudo el modelo de vida conyugal no resultaba completamente realizable en la práctica, motivado a que en muchas circunstancias el marido se ausentaba por largo períodos, quedando ella al frente de la familia tal como es planteado en la siguiente denuncia, ante el obispo Madroñero: María Batista Josepha de Ariti desde San Sebastián de Pasages fechada en el 2 de octubre de 1761, denuncia la ausencia de su esposo Luis Cirilo Díaz natural de Sebilla, solicitando su vuelta. En su carta expresa la singular situación en que se encuentra sin marido, la cual define "ni bien soltera ni casada ni viuda y siete años sin noticia" (AHAC, Episcopales, Carpeta, 26, Doc. 24).
Debido a estas circunstancias, las mujeres se veían en la obligación de laborar fuera del espacio doméstico, como el caso de María Benedita de Almeida de Cumaná, quien escribe al obispo Madroñero, en mayo de 1761, suplicándole abrir averiguación para saber sobre su marido Andrés Rendón, pardo libre, destacado en los valles de Chuspa y de quien tiene tres hijos y desde hace cinco años "sujeta a la indigencia de los tiempos" ha elevado varias súplicas a los curas de dichos valles y no han tenido efecto "aunque tengo hechas repetidas súplicas a los señores curas de dichos valles como asimismo a los tenientes de dichos valles nunca a surtido efecto arrancarle de allí donde se mantienen con dicha plaza con tan poco themor de Dios y su conciencia llegado alli las embarcaciones con gente conocidos suyos y mios a los que no le pregunta ni siquiera por sus hijos". Solicita que se le obligue a vestir y sustentar a sus hijos ya que ella no puede solo con su trabajo de lavandera (AHAC, Episcopales, carpeta, 27, doc. 23).
En el caso de que la mujer buscase compañía masculina, su acción era penalizada bajo el delito de adulterio, siendo castigada en la mayoría de los casos con la cárcel o destierro. Véase el oficio de Juan de Arana fechado del 2 de octubre de 1786 al gobernador y capitán general señalándole que el teniente de justicia mayor de Calabozo remite a la capital a Joaquín Porras Corao, a quien no se le ha hecho causa para evitar escándalo y peligro de la vida de una mujer casada del vecindario con la que vive amancebado. La denuncia fue presentada por un cuñado de la adúltera y el informe fue hecho por el vicario, destacando además que el denunciado tiene ocho años que abandonó a su mujer y familia la cual reside en La Candelaria. De la acusada se dice lo siguiente: "donde por la falta de su marido es verosimil que la consorte expuesta a cometer iguales torpezas las quales se evitara obligandole V.S à que asista a sus obligaciones teniendo presente que esta tan viciada aqui que al menor descuido se seguira a reincidir en los propios excesos que motivan su destierro" (AGN, Gob. y Cap. Gral., t. XVII, fol. 234).
Para la segunda mitad del siglo xviii, encontramos también muchas mujeres que, por necesidad, se desenvolvieron en el parte del espacio extradoméstico y, a pesar de las limitaciones existentes en la época, lograr cierta autonomía económica. Es el caso de las mujeres trabajadoras, que se lucraban haciendo trabajos domésticos, como lavar, cocinar y coser para otros, ya fuesen casadas que quedaban solas o solteras, sobre todo las pertenecientes a los estamentos subalternos. Muchas de las mujeres abandonas por sus maridos, a menudo con hijos, tuvieron que resolverse de esta manera, por lo menos hasta que consiguieran la vuelta de sus maridos. En estas condiciones, ellas eran las que tenían que hacerse cargo de sus familias, si no tenían quien las apoyase ya fuese por parte de su propia familia o la de su esposo. En el caso de las mujeres solteras, muchas de ellas también tenían cargas de familiares, que les motivaba a buscar sus propios ingresos.
Sin embargo una de las limitaciones a las que hacíamos referencia se motiva por el hecho de que, automáticamente, a los ojos de los vecinos estas mujeres se convertían en potenciales transgresoras, tal como lo ilustra la siguiente suplica del 10 de marzo de 1759 de María Petronila Blanco, recluida en el Hospicio de Caracas, al obispo Madroñero:
Me pusieron presa sin saber porque ni haver tenido advertencia de nada, digolo señor porque he vivido siempre con la maior moderación que corresponde á una muxer onrada pero que ahora mi credito no puede aver señor, si esta vive subordinada á la opinión de suxetos que tal vez por particulares fines juzgan lo que no ven por cierto y con solo ideas que se presumen solemnes y habiendo rastreado que pudo motivar à V.S E a esta resolución he venido en conocimiento de lo que tan falsamente me acumula y que por ser modesta no me explico mas (AHAC, Episcopales, carpeta, 26, doc. 7).
A lo anterior, agrega que está al cuidado de un hermano de trece años y dos hermanas de siete y seis años, y que vive de sus costuras y de las granjerías que una esclavita se encarga de vender.
Las mujeres de cierta posición social, que no podían trabajar pero tenían necesidades económicas, recurrían a otros medios para subsistir, tal como se lo plantea doña Andrea Ordoñes Bello quien dice a Madroñero, en carta fechada en Caracas el 21 de febrero de 1761, que se halla ser "una muger doncella onesta y recogida (...) y no pudiendo ejercitarme en estos trabajos comunes por no ser decentes a mi virginidad" solicita que se le asigne una cantidad para sus gastos (AHAC, Episcopales, carpeta, 26, doc. 24). Lo que demuestra que, a pesar de las limitaciones que el género femenino sufría en el contexto de la sociedad colonial, siempre había intersticios, originados por la misma imagen social que se tenía de ellas, que la mujer podía aprovechar para su beneficio.
En el contexto de la sociedad colonial, la organización de la vivencia del cuerpo, llevada a cabo por las instituciones eclesiásticas y estadal, estaba centrada en estructurar la reproducción de los individuos y de esta manera mantener el control social que ameritaba una sociedad completamente estratificada (diversos factores que marcaban la diferencia dentro de la sociedad, tales como los económicos, étnicos, sociales).
Bibliografía
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Fuentes archivísticas
1. Archivo General de la Nación (AGN):Secciones: Traslados, tomo 618, fol. 54, 119.Matrimonio y Discenso; tomo LXXXII; Fol. 362Archivo Aragua. tomo XX; fol. 59, 61.Gob. y Cap. Gral. t. XVII, fol.234
2. Archivo Histórico Arquidiócesano de Caracas (AHAC):Sección Episcopales, carpeta, 26, doc: 7 y 24;carpeta, 27, doc. 23).
Nota
1.La presente investigación se llevó a cabo durante la realización de la tesis de grado El orden del cuerpo. Discursos y prácticas sexuales en la provincia de Venezuela, durante el siglo xviii, bajo la dirección del profesor Emanuele Amodio, a quien agradezco la lectura final de este artículo.