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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
versión impresa ISSN 20030507
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.12 n.3 Caracas dic. 2006
Disciplina y control:Los manuales de urbanidad y la construcción de la masculinidad hegemónica
a finales del siglo XIX en VenezuelaMarianela Tova1
1Editora en Ediciones de la Biblioteca Central de la Universidad Central de Venezuela. Miembra fundadora del grupo Contranatura de la UCV. Investigadora en el área de las masculinidades. Licenciada en Letras y Tesista en la Escuela de Historia.martovar22@cantv.net
Resumen
En este trabajo se estudiará el tema específico de la construcción de la masculinidad hegemónica durante el período de 1870 a 1884, en Venezuela. Se ha escogido este período, porque durante el guzmanato, y específicamente durante el Septenio y el Quinquenio, comienza un acelerado proceso de modernización, que es la expresión de un proyecto nacional mucho más amplio impulsado por la elite política e intelectual caraqueña, con Antonio Guzmán Blanco a la cabeza. En el terreno de la vida cotidiana, implicaba convertir a través de diversos discursos normativos al habitante de la ciudad en un ciudadano moderno, a lo largo de un tenso proceso de disciplinamiento que buscaba imponer nuevos hábitos y sensibilidades culturales. Esta construcción del nuevo ciudadano postulaba, a la vez, nuevos modelos de masculinidad más acordes con los paradigmas modernos. Los manuales de comportamiento y los textos de educación familiar tenían la finalidad de reglamentar la vida privada y pública en función de un ciudadano modelo. Pero no era suficiente normar el comportamiento social, era necesario moldear la conducta, disciplinar el cuerpo y la mente del individuo para convertirlo en un hombre civilizado, uno que pudiera vivir en una ciudad moderna como se estaba convirtiendo Caracas. Esta función no la cumplió en forma directa el Estado, sino que fueron los propios habitantes de las ciudades pertenecientes a los sectores medios en ascenso quienes asumieron esa tarea, ya que estaban ansiosos por adoptar las prácticas y los hábitos que, según su percepción, eran los propios de la burguesía en el poder. Se estudiará la forma como los diversos manuales de urbanidad sirvieron no sólo como dispositivos para disciplinar al niño y al adolescente de los sectores medios urbanos, sino que, además, funcionaron como un eficaz instrumento para difundir un modelo de masculinidad hegemónica.
Palabras clave: Masculinidad hegemónica, modernización, manual de urbanidad, Venezuela.
Discipline and Control: The Manuals on Urbanity and the Construction of Masculine Hegemony in Late-19th Century Venezuela
Abstract
This article examines the construction of masculine hegemony in Venezuela between 1871 and 1884. The period has been chosen because it coincides with a national project of modernization promoted by the Caracas political elite, headed by Antonio Guzmán Blanco. In relation to everyday life, this meant converting the inhabitants of the city into modern citizens, by way of a normative discourse which sought changes in conduct, a new civilizing discipline of both the body and the mind. This task was not assumed directly by the State, but by an urban middle class anxious to adopt the norms they considered appropriate to a bourgeoisie in power. The author examines the way in which the different manuals on urbanity served not only to discipline the children and adolescents of the urban middle classes, but also as an instrument for consolidating the model of masculine hegemony.
Key Words: Masculine Hegemony, Modernization, Manual on Urbanity, Venezuela.
En este trabajo se estudiará el tema específico de la construcción de la masculinidad hegemónica durante el período de 1870 a 1884, en Venezuela. Estudiaremos la forma como los diversos manuales de urbanidad sirvieron no sólo como dispositivos para disciplinar al niño y al adolescente de los sectores medios urbanos, sino que, además, funcionaron como un eficaz instrumento para difundir un modelo de masculinidad hegemónica.
Hemos decidido estudiar la construcción de la masculinidad durante el período que va de 1870 a 1884, porque durante el guzmanato, y específicamente durante el Septenio y el Quinquenio, comienza un acelerado proceso de modernización, que es la expresión de un proyecto nacional mucho más amplio impulsado por la elite política e intelectual caraqueña, con Guzmán Blanco a la cabeza. Proyecto que, según el historiador Germán Yépez Colmenares (Yépez, 1996, 12), se expresaría en tres órdenes: Primero, en el intento de modernizar el Estado, el gobierno y la sociedad; segundo, en las acciones para reorganizar y redimensionar el territorio; y, tercero, la reafirmación del carácter laico del Estado. Proyecto que necesitaba elaborar no sólo una red de símbolos, la constitución de un pasado heroico y el diseño de una geografía nacional, sino que tenía que estructurar nuevos saberes, valores y prácticas culturales, que tenían como modelo la producción cultural de la elite francesa y anglosajona. En este sentido, este proyecto sólo podía llevarse adelante convirtiendo al habitante de la ciudad en un ciudadano moderno, a través de un largo y tenso proceso de disciplinamiento individual que buscaba imponer nuevos hábitos y sensibilidades culturales (González, 1995a, 431-455). Esta construcción del nuevo ciudadano postulaba, a la vez, nuevos modelos de masculinidad más acordes con los paradigmas modernos.
El tipo de masculinidad hegemónica que se construye públicamente en la ciudad de Caracas de fines del siglo xix era blanca, heterosexual y estaba sustentada en la institución del matrimonio monogámico y la familia nuclear. Sin embargo, adoptó otros elementos que se correspondían con aspectos culturales y sociales específicos del sector de la elite burguesa en el poder.
Los discursos normativos: Las lecturas de familia y los manuales de urbanidad
El proyecto modernizador de las elites latinoamericanas en general y venezolanas en particular se hizo históricamente objetivo a fines del siglo xix, con un proceso de transformación que no sólo se limitó a la expansión urbanística, sino que intentó abarcar todos los aspectos sociales y culturales de la sociedad, además de las prácticas y los hábitos de cada hombre y mujer (González, 1995a, 432).
Los parámetros culturales del proceso modernizador estaban fundados en las prácticas culturales de la elite europea y, en específico, en la francesa. Los sectores dominantes de la sociedad caraqueña conocían e intentaban asimilar el estilo de vida propia de la burguesía parisina.
Sin embargo, los miembros de los grupos sociales dominantes y sectores medios masculinos, que se identificaban con un proyecto modernizador que respondía a una nueva adecuación a los cambios producidos dentro del sistema capitalista, sólo iban a aceptar las ideas que no significaran un peligro para su dominio tanto desde la perspectiva de género como desde el punto de vista de clase. Era obvio que habían visto y leído sobre las luchas y los avances de la mujer dentro de las sociedades industrializadas, también es probable que conocieran las ideas socialistas, pero esto no significaba que tenían que aceptar y mucho menos difundir ideas que ponían en entredicho sus privilegios.
La investigadora Beatriz González Stephan expone que parte integral dentro del amplio proyecto modernizador de las elites latinoamericanas era el aspecto de modelación de los hombres y mujeres con el fin de que funcionaran armónicamente en este nuevo modo de vida urbano, se trataba de "la modelación de un tipo de ciudadano que debía habitar las ciudades de esas repúblicas" (González, 1995a, 433, subrayado de la autora).
Este proceso de modelación es construido por las elites dominantes a través de la autoridad de la palabra escrita. Desde el período colonial, la palabra escrita producida por las elites intelectuales estaba investida de gran poder, en especial en una sociedad mayoritariamente analfabeta; los miembros de la sociedad aceptaban aún hoy todo lo que estaba escrito como algo superior y verdadero. "Escribir, al menos durante la primera mitad del siglo xix, respondía a la necesidad de ordenar e instaurar la lógica de la civilización; pero, a la vez, era un ejercicio previo y sobredeterminante de la modernización. La palabra llena los vacíos: Construye estados, ciudades, fronteras, diseña geografías para ser pobladas, modela a sus habitantes" (González, 1995a, 435). Es por esto que, a partir de la segunda mitad del siglo xix, los periódicos y los libros adquieren una importancia cada vez mayor en la labor de difundir el ideario liberal a los sectores medios y a la naciente burocracia urbana.
Es necesario señalar que la producción escrita, que se expresaba en el formato de libros, folletos, hojas sueltas o artículos de prensa, estaba integrada a la nueva posición y poder que estaba adquiriendo el Estado liberal dentro de la sociedad venezolana.
El Estado necesitaba imponer normas que los ciudadanos se sintieran obligados a cumplir, bajo amenaza de que les cayera encima todo el aparato jurídico estatal. Las nuevas normas y reglas que todos debían seguir se difunden a través del conjunto de leyes, códigos y decretos que promulga el gobierno de Guzmán Blanco durante el período de 1870-1880.
En el último tercio del siglo xix, otro discurso normativo que se estaba comenzando a imponer era el discurso médico (investido de la autoridad de la ciencia), que en este período comenzaba a gozar de más credibilidad y prestigio ante la sociedad (Enrique Nóbrega, 1997, 18). Afirma Rafael Cartay que como producto del proceso de urbanización se despierta la preocupación por el saneamiento de la ciudad y por la higiene del cuerpo. Se publicó Tratado elemental de higiene (1874), de José Manuel de los Ríos y Consejos a las mujeres sobre los medios de conservar la salud: Preceptos higiénicos para cada una de las épocas de la vida (1875), de Manuel María Ponte (Cartay, 2003, 137).
Sin embargo, no era suficiente que el Estado promulgara leyes, decretos y ordenanzas que reglamentaran e impusieran determinadas prácticas sociales, ni que se produjera un discurso científico que justificara y avalara un ordenamiento etnorracial y patriarcal de la sociedad, aún más importante y eficaz era producir un discurso normativo consagrado a cambiar los hábitos y las rutinas diarias de cada individuo.
Dentro de la producción escrita de carácter normativo, destaca el género de los textos dirigidos a guiar al lector a adquirir los medios para conducirse en sociedad. Desde los inicios de nuestra historia republicana aparecieron catecismos, lecciones y lecturas de familia que estaban orientados a moldear el comportamiento que debían asumir los habitantes de las ciudades en proceso de modernización.
Los manuales de comportamiento y los textos de educación familiar tenían la finalidad de reglamentar la vida privada y pública en función de un ciudadano modelo. Pero no era suficiente normar el comportamiento social, era necesario moldear la conducta, disciplinar el cuerpo y la mente del individuo para convertirlo en un hombre civilizado, uno que pudiera vivir en una ciudad moderna como se estaba convirtiendo Caracas. Esta función no la cumplió en forma directa el Estado, sino que fueron los propios habitantes de las ciudades pertenecientes a los sectores medios en ascenso quienes asumieron esa tarea, ya que estaban ansiosos por adoptar las prácticas y los hábitos que, según su percepción, eran los propios de la burguesía en el poder.
Expone la investigadora Mirla Alcibíades que existían dos tipos de manuales, unos que se oponían a los cambios modernizadores y otros que acompañaban esos cambios. En el primer grupo se ubican la mayoría de los manuales publicados en el siglo xix, en el segundo grupo está el Manual de urbanidad y buenas maneras (1854) de Manuel Antonio Carreño, de ahí su éxito y permanencia en el tiempo (Alcibíades, 2005, 76). El Manual de Carreño fue publicado originalmente en 1854 y reeditado varias veces durante el guzmanato.
Los nuevos hábitos y las "buenas maneras" urbanas, aunque se enseñaban en la escuela y eran reforzados por el ojo vigilante de los vecinos, eran mayormente el resultado de un paciente disciplinamiento que sólo podía producirse en el espacio doméstico. Los mismos autores de los manuales entendían que en el proceso de cambio en las conductas y los hábitos la parte fundamental se realizaba dentro del hogar paterno.
La enseñanza moral que se da en ellas [las escuelas] no produce sino hastío, y no es por esta vía por donde ha de venirnos la virtud. Es necesario ingerirla en las costumbres como un hábito antes de ponerla en el entendimiento como un raciocinio. No le busquemos otro profesor que el amor materno.
Los manuales estaban dirigidos fundamentalmente al padre y a la madre, aunque algunos estaban escritos para los hijos. Esto implicaba que los padres tuvieran, sobre todo la madre que era dentro del hogar sobre quien recaía el proceso de educación de los niños, un nivel de instrucción medio, pues era ella quien iba a garantizar la transmisión de los valores morales y los nuevos hábitos burgueses.
Este papel de la madre dentro del núcleo familiar se correspondía con la visión que a finales del siglo xix se tenía de la mujer como elemento de apoyo en el proceso de modernización de la sociedad venezolana. La mujer está destinada por los diversos discursos normativos a ayudar a la consolidación dentro del hogar, su espacio natural, de los valores morales y los hábitos de conducta modernos de los futuros ciudadanos.
Los manuales y en especial el Manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño dejaban claro que las reglas de urbanidad y buenas maneras debían ser observadas por todos los estratos y grupos sociales sin excepción. Sin embargo, se evidencia, a través de los ejemplos y los casos que se escogen a lo largo del discurso normativo, que éste toma como modelo el estilo de vida de los sectores más acomodados de la sociedad. El nivel social se deja traslucir en las secciones dedicadas al trato que se debe dar a los sirvientes, al comportamiento que se debe tener cuando se visitan las casas de campo de los amigos y la utilización ciertos espacios dentro del hogar.
Una de las funciones principales de los manuales de urbanidad era presentar como naturales, eternos y universales los valores fundamentales y las prácticas culturales de la burguesía, ya que estaban investidos del poder del discurso normativo.
Uno de los principios que los manuales de urbanidad van a presentar como esenciales es el de las diferencias sociales. Manuel Antonio Carreño expone en "Los principios generales" del Compendio del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras (1855): "La urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la naturaleza, la sociedad y el mismo Dios; así es que obliga á dar preferencia á unas personas sobre otras, según el rango que ocupan, la autoridad que ejercen y el carácter de que están investidas" (Carreño, 1896, 25-26). La diferencia en el trato por causa del lugar que se ocupa dentro de la sociedad se extiende necesariamente a las diferencias de edad y a las de género, todas las cuales son asumidas como desigualdades legítimas. Así se justifica la sujeción del ciudadano a la autoridad, del niño al adulto y de la mujer al hombre. "El respeto que debemos á nuestros padres se extiende á nuestros abuelos, á nuestros tios y á nuestros hermanos mayores, en la gradacion que ha establecido la misma naturaleza; y la intimidad del trato doméstico no nos excusa de tributárselo" (Carreño, 1896, 25-26).
Los manuales garantizaban que desde la más temprana infancia el futuro ciudadano asimilara la visión de mundo de la burguesía, pero este proceso de control sobre los niños y niñas no se limitó a las costumbres cotidianas, llegó a abarcar al propio cuerpo.
Los manuales de urbanidad fueron instrumentos eficaces para hacer que los propios ciudadanos asumieran, reprodujeran y reforzaran la vigilancia sobre su propio cuerpo. En los manuales tenía importancia especial el disciplinamiento del cuerpo. Las necesidades biológicas y las secreciones corporales tenían que ser reprimidas, sometidas a reglas y, si era necesario, hacerlas invisibles a los ojos de la sociedad. El encarcelamiento del cuerpo y el control de sus manifestaciones naturales, sobre todo las sexuales, eran sólo posibles a través de la introducción de prácticas que se convertirían en hábitos. Este proceso era más eficaz si se empezaba desde la niñez, ya que de esta manera se inscribía de manera más permanente el sello de la sociedad en el cuerpo del niño y la niña. El disciplinamiento del cuerpo y de sus necesidades tenía que ser producto de un trabajo constante " natural es convenir en que debemos emplear nuestra existencia entera en la novel tarea de dulcificar nuestro carácter, y de fundar en nuestro corazon el suave imperio de la continencia, de la mansedumbre, de la paciencia, de la tolerancia, de la resignación cristiana y de la generosa beneficiencia" (Carreño, 1896, 30). El control de las emociones, de la sensualidad y de la sexualidad tenía que ser practicada tanto por hombres como por mujeres, pero existía un nivel de exigencia mayor hacia las mujeres.
La construcción social de los cuerpos y la reglamentación de los hábitos se invisibilizaba detrás de un discurso represivo que se presentaba a sí mismo como ahistórico y pretendidamente universal. Su función era ser el cancerbero del orden y el progreso contra las fuerzas libres del deseo que expresan la barbarie y la anarquía que amenazaban constantemente la estabilidad de la sociedad, "La urbanidad es una emanación de los deberes morales, y como tal, sus prescripciones tienden todas á la conservación del orden y la buena armonía que deben reinar entre los hombres, y á estrechar los lazos que los unen, por medio de impresiones agradables que produzcan los unos sobre los otros" (Carreño, 1896, 23).
Uno de los métodos sistemáticos donde se ejercería el control más marcado sobre el cuerpo fue la imposición del hábito del aseo personal, cuyo fin era la eliminación de las secreciones y olores naturales, "El aseo en nuestra persona debe hacer un papel importante en nuestras diarias ocupaciones; y nunca dejaremos de destinarle la suma de tiempo que nos reclame, por grande que sea la entidad y el número de los negocios á que vivamos consagrados" (Carreño, 1896, 42). Todo tenía que estar bajo control y ser objeto de asepsia. Los hombres podían dejarse crecer la barba, pero debían cuidarla y peinarla varias veces al día, se debía cuidar el crecimiento desordenado del pelo y el vello. En el Manual de Carreño hay instrucciones expresas sobre el largo del bigote, que no debía caer sobre los labios, así mismo son indeseables los pelos que crecen en lugares considerados inapropiados a los ojos de la sociedad, tales como la nariz y las orejas (Carreño, 1896, 47).
En su afán de disciplinar todos los actos de la vida cotidiana, nada se escapa al ojo vigilante de los manuales de urbanidad, ni siquiera el acto de dormir. El Manual de Manuel Antonio Carreño es el texto más acucioso al respecto, dedica un capítulo a exponer una serie de reglas de todo lo que no se debe hacer mientras se duerme: "La costumbre de levantarse en la noche á satisfacer necesidades corporales, es altamente reprobable; y sólo podría pretender justificarla, el que desconociese todo lo que la educación puede recabar de la naturaleza. La oportunidad de estos actos la fijan siempre nuestros hábitos á nuestra propia eleccion" (Carreño, 1896, 67-68). Se pretende disciplinar el cuerpo no sólo durante el estado de vigilia, sino, además, durante el estado de inconciencia.
Hasta el tiempo dedicado al descanso es producto del control social, los individuos no deben abandonarse al placer improductivo del acto de dormir, deben acomodarse a un horario "Guardemos de entregarnos nunca al rudo y estéril placer de dormir en exceso, y no permanezcamos en la cama sino por el tiempo necesario para el natural descanso" (Carreño, 1896, 69). Se trata de un violento proceso de imposición de hábitos que terminan siendo asumidos por cada individuo como algo natural, pero que en realidad se ajustan a los nuevos requerimientos del sistema capitalista.
Dentro de los manuales hay una especie de especialización por género y edad, unas normas están dirigidas a los hombres y otras a las mujeres. El consejero de la juventud de Francisco González Guinán está dirigido especialmente a los hombres jóvenes. En el propio Compendio del Manual de Carreño, hay una "Urbanidad en verso para niñas". En este sentido, la distinción y especialización llega, incluso, a expresarse en el tipo de lenguaje utilizado, prosa para los hombres y verso para las niñas.
En los manuales de comportamiento se describe una jerarquía y una división del trabajo dentro del espacio doméstico, a la cabeza está siempre el padre, en la cadena de mando sigue la madre y como dependientes están los hijos. "La sociedad conyugal tiene por objeto la familia. El primer deber de los padres es señalar las distancias que han de separar á los miembros que la constituyen para que cada cual ocupe su puesto; y á fin de que obedezcan á un pensamiento que sirva de norma para arreglar su conducta". La familia es vista como una institución donde cada quien debe aprender el lugar que ocupa en el hogar y, por ende, dentro de la sociedad.
En lo que respecta a la representación de la masculinidad, es evidente que los manuales y las lecturas familiares postulan una concepción de masculinidad y la manera correcta como el hombre debe comportarse en la sociedad. Según estos manuales, el comportamiento del hombre es considerado expresión natural de su género. La idea era perpetuar los cánones éticos y culturales con los que se reconocía a la masculinidad hegemónica identificada con el poder en todas sus manifestaciones.
Uno de los consejos o mandatos que son recurrentes en los manuales de comportamiento son los que tienen que ver con la constitución de la personalidad dominante del hombre. "El carácter es todo en el hombre. La falta de carácter es la anulación del individuo, y éste no puede adquirir fisonomía moral sino por medio de la franqueza". Se hace una equivalencia entre el carácter y la hombría. Es una cualidad de la masculinidad hegemónica, su falta indica que el individuo no cumple con las expectativas sociales adjudicadas a su género. El hombre, según el modelo hegemónico, no puede mostrar debilidad ni dobleces, debe ser franco y correcto, "No debe engañar a nadie, ni despertar sospechas, ni cerrar su corazón a los sentimientos nobles, ni transigir con el vicio, ni huir jamás a la expresión de la verdad".
El hombre se presenta como el género que tiene en forma exclusiva la cualidad del raciocinio y el que tiene el poder de dominar las pasiones. Es necesario conminar al hombre a no dejarse llevar por las pasiones y a imponer en su vida el imperio de la razón y el autocontrol: "Las pasiones, que las constituyen las perturbaciones ó afectos del ánimo, son los enemigos de la razón, los agentes destructores de la virtud ( ) Para dominar las pasiones ocupa las horas del dia en el trabajo, que ofrece siempre un premio á los que le piden recompensa; la pereza, madre de la ociosidad, destruye el cuerpo y la imaginación, robando á la sociedad un hombre útil". Ese discurso expresa las nuevas exigencias económicas que surgen debido al nuevo tipo de inserción del país al sistema capitalista mundial en su fase monopólica imperialista. Se necesitaba forjar un ciudadano con un nuevo tipo de mentalidad y con un nuevo tipo de vínculo con el trabajo y con la sociedad. Se cuestionan las actividades de recreación u ocio que obstaculizan la productividad de los potenciales trabajadores.
Los textos dirigidos a los jóvenes en proceso de (demostrar) ser hombres afirman constantemente la importancia de uno de los valores de la masculinidad hegemónica: La razón. El arte de razonar y de dominar las pasiones se adquiere a través del estudio: "El hombre se dignifica y engrandece por medio de la instrucción. Es por ella que ocupa puesto distinguido en la sociedad, que sirve mejor a los intereses de la patria, que adquiere conocimientos útiles, que forma familia respetable que multiplica los goces de la vida y neutraliza sus penas". Según estos textos, a través de la educación formal el hombre se engrandece, se civiliza y se distingue de los apasionados hombres del pueblo.
Otro de los valores más preciados por la burguesía en el poder era (y es) el orden y el método en la conducta individual que respondía y se correspondía con la dinámica económica del sistema capitalista. En los manuales de comportamiento, se hace énfasis en la importancia del orden y del método para poder vivir en sociedad. En el Manual de Carreño, el capítulo III está dedicado a resaltar el tema del método como signo de buena educación en el hogar: "I.− Ásí como el método es necesario a nuestro espiritu para disponer las ideas, los juicios y los razonamientos de la misma nos es indispensable para arreglar todos los actos de la vida social, de modo que en ellos haya órden y exactitud, que podamos aprovechar el tiempo, y que no nos hagamos molestos á los demás con las continuas faltas é informalidades que ofrece la conducta del hombre inmetódico. Y como nuestros hábitos en sociedad no serán otros que los que contraigamos en el seno de la vida doméstica, imposible será que lleguemos á ser metódicos y exactos, si no cuidamos de poner orden á todas nuestras operaciones en nuestra propia casa".
En el hogar paterno, el joven debe aprender a organizarse, a ordenar su espacio doméstico, a controlar sus bienes y a manejar su tiempo. Nada debe ser dejado al azar en una época donde el tiempo dedicado a la ociosidad y al recreo es percibido como un lujo.
Los vicios o debilidades que llevan al hombre a perder el control son atacados por los manuales y los textos dirigidos a la familia, en especial, el vicio de la bebida, "El hombre encenegado en el maldito vicio del licor, es el baldón y escándalo de la sociedad". Todo hombre que quisiera seguir el modelo de la masculinidad hegemónica debía evitar todo acto irracional, es por eso que se critica el acto de beber en exceso, porque la ebriedad afecta al hombre y su familia, al hacerlos perder lo más importante dentro de la sociedad, su aprobación.
Al joven lector de los manuales de urbanidad se le instruye que el hogar que va a dirigir, es uno de los espacios donde va a probar su hombría ante la sociedad. En éste debe ser no sólo un buen proveedor, sino que debe practicar los principios de un hombre virtuoso, porque, por extensión, éstas se reflejan a su familia. "La primera palestra de la virtud es el hogar paterno, ha dicho un célebre moralista; y esto nos indica cuán solícitos debemos ser por el bien y la honra de nuestra familia ( ) El que sabe guardar las consideraciones domésticas, guardará mejor las consideraciones sociales; pues la sociedad no es otra cosa que una ampliación de la propia familia". El lenguaje es claro, la familia es espejo fiel de la masculinidad de un hombre. Si falla su capacidad de dirigir la familia, en consecuencia, se cuestiona su hombría. Pero hay mucho más, en los manuales se hace un paralelismo entre la familia que el hombre debe dirigir y la sociedad, es grande la responsabilidad del joven aspirante a hombre, que debe saber cómo regir una familia y, por extensión, es responsable de que se mantenga el orden social.
El hombre debe prepararse no sólo para formar una familia, cualidad indispensable de la masculinidad, sino para la vida pública como un ciudadano que responde a los nuevos patrones de modernidad. "Tú vas a ser hombre y a tener derechos de ciudadano. Civilízate por medio del estudio para que puedas ejercerlo mejor: Vas a tener que cumplir deberes sociales y políticos, instrúyete para que jamás los olvides: Vas a formar familia, adquiere conocimientos para que los trasmitas a tus hijos".
Otro de los espacios sociales en donde el hombre demuestra públicamente su masculinidad es en el trabajo, que es el espacio donde va a probar a la sociedad que ya dejó de ser un joven dependiente y puede sustentar a su familia. Pero, si quiere seguir los patrones de la masculinidad hegemónica, no puede limitarse a ejercer cualquier tipo de trabajo, tiene que ser un trabajo honrado, digno y bien remunerado. "Trabajando obtendrás esa fortuna tan necesaria para satisfacer las exigencias de la vida y de la sociedad: Estarás en capacidad de formar familia: Podrás unir al brillo de tus cualidades el resplandor de tu hacienda: Podrás ser ciudadano útil y amigo generoso; en una palabra, adquirirás mayor respetabilidad. Pero eso sí cuida de inclinarte jamás al trabajo que deshonra, al que violenta la conciencia, al que no cuenta para nada con el corazón, al que te deja producto pero arranca a los demás lágrimas". Aquí se trata de que los hombres asuman el principio del trabajo como un elemento positivo de su masculinidad. Para la clase dirigente del nuevo Estado liberal que se pretendía consolidar, el trabajo era percibido como una actividad importante para demostrar la masculinidad.
Los manuales de comportamiento venezolanos presentan modelos hegemónicos del hombre, de la mujer y de la familia venezolana moderna. Estos modelos se correspondían con las prácticas sociales y con la representación que la burguesía urbana tenía de las relaciones sociales a finales del siglo xix. Esta representación idealizada de las relaciones familiares y de las conductas sociales que los hombres debían asumir en los espacios públicos y privados, era asimilada por los sectores medios urbanos.
Un elemento sustancial del discurso normativo, difundido a través de los manuales de urbanidad, es la intención de proponer un modelo de masculinidad. Sin embargo, las fuentes consultadas (periódicos, expedientes judiciales civiles y criminales) hablan de un tipo de masculinidad que no necesariamente responde a los cánones de la masculinidad hegemónica, el hombre dibujado por estas fuentes no es blanco y racional, no es el jefe modelo de la familia nuclear, no es el hombre monogámico que desconoce el uso de prostitutas, no es el hombre religioso y no es el trabajador productivo, controlado, que trata a la mujer con respeto y consideración.
Conclusiones
El proceso de modelación de un nuevo ciudadano implicaba la proposición de un tipo de masculinidad que se correspondiera con el proyecto de modernización que tenía como idea central el orden y progreso. Sin embargo, no existía ningún tipo de contradicción mayor entre el modelo de masculinidad "moderna" y el anterior, la forma de expresión de la masculinidad hegemónica cambió, pero hay aspectos fundamentales que se conservaron: Su sustentación sobre el sistema patriarcal, su carácter estrictamente heterosexual y su reproducción a través de la institución del matrimonio y de la familia nuclear.
Al igual que en períodos anteriores, los hombres blancos que pertenecían a la elite dominante eran los que representaban para el resto de la sociedad, los valores de la masculinidad hegemónica y los grupos sociales en ascenso eran los más ansiosos por acercarse este modelo. A partir de 1870, el modelo dominante adoptó otros mecanismos que se correspondían con aspectos culturales y sociales específicos del sector de la elite burguesa en el poder.
Este nuevo modelo de masculinidad va a crear nuevas formas de sociabilidad masculina y nuevas formas de representar genéricamente al hombro. Los nuevos discursos normativos (jurídico, científico, filosófico y moral), que surgen a partir de la consolidación del Estado liberal, fueron utilizados para reglamentar el sexo, naturalizar los roles de género y para construir un tipo de masculinidad que se correspondiera con la visión de mundo de la burguesía urbana, que tenía a su vez como modelo a la europea, en específico la francesa.
El modelo de masculinidad hegemónica expuesto en los distintos discursos normativos, y, en específico, el de los manuales de urbanidad, respondía a las exigencias propias de la integración del país al sistema capitalista en su etapa imperialista monopólica. El sector dominante que se identificaba con la ideología de la burguesía europea necesitaba hombres y mujeres que asimilaran los principios del pensamiento positivo, el valor del tiempo, el orden, el trabajo, el respeto a la propiedad privada, la división del trabajo, la pareja monogámica y los roles sexuales.
Según el nuevo modelo de masculinidad, el burgués de la ciudad es la personificación del pensamiento racional y del dominio sobre los impulsos instintivos que se consideraban propios de las mujeres, y del sometimiento de los hombres cuyos hábitos y costumbres no entraban dentro de los parámetros dominantes.
El estudio de la construcción de la masculinidad hegemónica durante el gobierno de Guzmán Blanco permite aproximarnos a los dispositivos utilizados para postular un tipo masculino que se correspondiera y respondiera mejor a las nuevas exigencias del sector burgués de la elite dominante, que es el que impulsó y apoyó el proceso de modernización que se desarrolló durante el guzmanato. Se desarrolló un modelo de masculinidad que permitió perpetuar, dentro de un proceso de cambios en el orden económico, social y cultural, un orden sexual y de género caracterizado por la dominación masculina.
Los mecanismos de producción y reproducción de un sistema jerárquico de género, que permita la división sexual del trabajo y la reproducción material e ideológica del sistema capitalista y patriarcal son sutiles y se disimulan detrás de un discurso normativo que naturaliza y eterniza estas relaciones sociales.
En el último tercio del siglo xix y en un contexto de cambios acelerados, la masculinidad hegemónica se fue constituyendo a través de la producción y difusión de un conjunto de discursos normativos que, como en el caso de los manuales de urbanidad, pretendían disciplinar cada práctica y hábito de la vida cotidiana con el fin de naturalizar un orden sexual y de género que se sobrepone a la clase social y al origen etnoracial.
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Nota
1. Las II Jornadas en 1997 y las III Jornadas en 2002 se realizaron en la UCV. Las IV en la Universidad de Carabobo Núcleo Aragua, a través de la Unidad de Estudios de Género Bellacarla Jirón Camacaro y en este año 2006 la V Jornada nacional será organizada por el Gigesex de la ULA.
2. Sobre la denominación de la organización, puede leerse en su página web: Invitamos a través de nuestra denominación a reflexionar críticamente sobre los asuntos de la diversidad de género y de la sexualidad dentro de un contexto social e intelectual más amplio e incluyente. Pretendemos pensar desde esta ironía, e incluso cinismo, nuestra exclusión o inclusión, nuestra posición y participación desde la diferencia en el mundo que vivimos, en http://www.geocities.com/contranatura_ucv/porque (en línea 9-9-2006).
3. Butler, Judith. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, 2001, México.