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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 20030507

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales v.13 n.2 Caracas ago. 2007

 

EL socialismo indígena en tanto componente del socialismo del siglo XXI: Una metaética trascendental y milenaria

Esteban Emilio Mosonyi

Antropólogo egresado de la UCV en 1962, licenciado en letras de la UCV en 1963; Doctor en antropología, 1978; profesor titular jubilado de lingüística en antropología. Asesor del Ministerio de Educación en área de educación indígena, miembro fundador del grupo Barbados, de lucha contra el genocidio y el etnocidio, asesor antropológico del consejo mundial de pueblos indígenas.

Resumen

El tema del socialismo del siglo XXI es realmente comprometedor. El relativo fracaso de varios modelos socialistas del siglo XX, produjo su retroceso y restricción a pocos países. Este trabajo discute el papel del Estado y su gobierno en la generación de espacios óptimos para desplegar un auténtico socialismo indígena en el siglo XXI. Venezuela no debe titubear en la ejecución resuelta y valiente de la demarcación de las tierras y territorios indígenas ni en el respeto de la autonomía regional y local de estos pueblos, comunidades y culturas, según el espíritu de la actual Constitución bolivariana, y su reforma no debe borrar derechos adquiridos tras centenios de lucha. De hecho, muchas revoluciones y procesos transformadores han luchado contra la pobreza, el analfabetismo y otras carencias que sin duda deben combatir; pero hasta la fecha ninguno ha colocado entre sus objetivos prioritarios a la diversidad biológica y cultural, el pluralismo étnico y social, el multilingüismo ni la interculturalidad.

Palabras clave: socialismo, indígenas, diversidad, pluralismo, cultura, Venezuela

Indigenous Socialism as a Dimension of Twenty First-Century Socialism. A Transcendental and Millenary Meta-Ethic

Abstract

Many revolutions and social transformations have struggled against a legacy of poverty, analphabetism, and other social plagues that should undoubtedly be fought; however, up to now, none have given priority to promoting biological and cultural diversity, or ethnic and social pluralism, or reciprocal relations between cultures. Within the Venezuelan context, the socialist project must include the delimitation and protection of indigenous lands and territories, and the regional and local autonomies of these communities and cultures, as sanctioned in the 1999 Constitution.

Key Words: Socialism, Indigenous Population, Diversity, Pluralism, Culture, Venezuela

El tema del socialismo del siglo XXI es realmente comprometedor por diversas razones. Está presente el relativo fracaso de varios modelos socialistas reales durante el siglo XX, lo que produjo el retroceso del socialismo como tal, hasta reducirlo –al menos provisionalmente– a un número restringido de países, a menos que incluyamos con toda amplitud los sistemas simplemente socialdemócratas, que en general no son más que capitalismos encubiertos y algo suavizados en ciertos aspectos a veces importantes. Las propias teorías socialistas –marxistas, neomarxistas o de otra procedencia– han sido objeto de todo tipo de críticas y revisiones, de suerte que tenemos en la actualidad un archipiélago teórico que en ciertos casos pareciera un mero cementerio de ideas. A esto se suma que tanto los conjuntos relativamente codificados como ciertas propuestas sueltas, escasamente contextualizadas, tomadas de fuentes no eurocéntricas ni occidentales –por ejemplo, los llamados socialismos africanos e indoamericanos, aparte de algunos asiáticos– cuentan todavía con escasa receptividad incluso en los países del Sur, las colonias de antaño, donde más deberían prosperar (Mosonyi, 1982).

En un espacio tan reducido no podemos ceder a la tentación de intentar largas y en veces tediosas explicaciones al respecto. Más nos vale retomar con toda valentía la idea-clave de crear libremente nuevos y distintos modelos de convivencia humana, cada vez más independientes de los eternos nuevos aspirantes a constituirse en "pensamientos únicos alternativos". A veces da hasta risa, aunque sinceramente nos enardece, presenciar el extraño fenómeno de que incluso para ser reconocido como el "malo de la partida" se viene aplicando un extraño reduccionismo. Para algunos mentecatos que se creen revolucionarios el único ser humano que tiene el derecho de ser malo de verdad es el presidente Bush de Estados Unidos: todos los demás serían meros imitadores, farsantes o unos pobres ilusos sin trascendencia alguna. Sin agotar en lo mínimo este interesante tema, parece bochornoso que mientras en Irán se reprime horrorosamente a las mujeres sólo por presentarse en vestimenta no tradicional, se las encierra en prisiones para que las vayan a buscar los maridos u otros "representantes" del sexo "fuerte", en Venezuela se tiende a crear una imagen idealizada de la "revolución islámica iraní", en su calidad de uno de nuestros grandes aliados internacionales, por el solo y único hecho de tratarse de enemigos irreductibles del imperio de Washington. A este extremo ha llegado el maniqueísmo basado en la figura del "enemigo principal".

Hasta ahora no hemos hecho sino rozar algunos de los cuestionamientos que se ciernen sobre la posibilidad misma de verdaderos procesos o revoluciones socialistas. Nosotros, sin embargo, optamos por ahorrarnos esta discusión, a sabiendas de que la humanidad y sus muy diversas culturas requieren –sin duda ninguna– de un nuevo orden mundial sostenible, sustentable, solidario, pluridimensional, pluralista, que rechace e impida al mismo tiempo tanto el desvanecimiento de la sociedad en aras de un individualismo o grupalismo mafioso, oligopólico, voraz y soberbio como el aplastamiento del individuo, de la persona humana como tal, por pesados aparatos políticos, militares, tecnoburocráticos y macroeconómicos. Como si ello fuera poco, la permanencia de la Tierra como planeta habitable supone igualmente el viraje radical hacia un nuevo socialismo entendido como sistema mundial alternativo capaz de respetar al máximo las limitaciones telúricas, así como de llevar a su cabal expresión las potencialidades creadoras tanto humanas como las del resto de la naturaleza en su conjunto.

Precisamente dentro de esta contextualidad general querríamos introducir lo que podríamos llamar de modo inmediato "socialismo indígena": no como algo orgánicamente interdependiente o asociado con cualquier otra propuesta con la cual podría presentar analogías, especialmente con el socialismo africano; ni como una configuración internamente elaborada y codificada de lo cual todavía no hay nada; ni menos aún como un flujo de ideas reductible de algún modo a formulaciones pretendidamente más "científicas", vale decir eurocéntricas. Otro punto que quisiera aclarar desde ya es que particularmente, junto a muchos otros colegas, veo la aplicabilidad de cualquier planteamiento que involucre ese socialismo indoamericano, de manera laxa o a veces más sofisticada en dos sentidos diferentes pero complementarios. En primer lugar, las propias sociedades indígenas estarían llamadas a continuar y enriquecer su existencia histórica dentro de un marco socialista indígena endógeno, mas al propio tiempo interculturalmente optimizado con suficientes aportes procedentes y reelaborados a partir de otros modelos compatibles. En segundo término –y esto es muchísimo más importante de lo que cree la gran mayoría de la opinión pública incluso ilustrada– ese socialismo indígena, recodificado y flexibilizado de la mejor forma posible con todo el respeto por su diversidad interna, podría ser un insumo realmente maravilloso –sin ninguna exageración– para perfeccionar en su conjunto todo nuestro acervo de pensamiento socialista, con miras a la transformación integral del mundo con alcances planetarios y cósmicos.

Casualmente, mientras estaba cavilando sobre cómo empezar una caracterización del ideario socializante indoamericano –independientemente del nombre que le impongamos, el cual además variará según el idioma y las particularidades antropolingüísticas de cada pueblo– (Mosonyi, 1975) llegó a mis manos por obra de poderes espirituales superiores –como dirían los mismos indígenas– una hermosa entrevista que se le hizo recientemente al presidente y líder aymara boliviano Evo Morales. Por ahora no discutiré si sus palabras remiten en su totalidad a los hechos o si sus nobles propósitos serán o podrán ser realizados al menos parcialmente durante su gestión presidencial. Independientemente de algunas legítimas reservas pasaremos a comentar ciertos puntos de interés especial, seguros de avanzar significativamente en el tema. Nuestra fuente es el semanario Las verdades de Miguel, del 20 al 26 de abril del presente año, en entrevista realizada por los periodistas Real Vela, Omaira Zabib y Fernando Bossi (p. 2). Antes de entrar en materia queremos llamar la atención sobre el hecho de que las palabras del dirigente boliviano logran romper el hielo de lo que siempre se esgrime por mentes reduccionistas en cuanto al aporte social indígena: eso de considerar que los aborígenes tan solo ofrecen en forma vaga unas versiones amorfas de colaboración comunitaria, que si bien pueden inspirar algunas propuestas neosocialistas, tampoco difieren mucho de otras formas de trabajo en común que ofrecen pueblos y entidades distintos de los indígenas. El repetir unos lugares comunes asociados al indígena, como trabajo comunal, solidaridad interfamiliar, respeto a la naturaleza y cierta espiritualidad, queda demasiado lejos de lo que verdaderamente ofrecen y pueden brindar a la humanidad entera centenares de pueblos cuyas alternativas múltiples hasta ahora se han ignorado y hasta desdeñado.

Evo Morales afirma, ya con la primera pregunta, la existencia de la solidaridad permanente, la reciprocidad y la complementariedad. Pero enseguida añade que en la comunidad no hay mayorías ni minorías, porque después de largos, democráticos y respetuosos debates se llega casi siempre a un consenso suficientemente importante como para llevar adelante los asuntos comunales a un ritmo satisfactorio. Esto es sumamente significativo, ya que hasta ahora nuestros socialismos reales y otros sistemas parecidos –aun los más humanistas y tolerantes– han partido digamos que siempre de un supuesto axioma de que hay los buenos y los malos, los nosotros y los ellos, los güelfos y los gibelinos, o llamémoslos como nos dé la gana. Resulta siempre que los "buenos", es decir, los revolucionarios, los afectos a un proceso transformador, son muchísimo menos que la canalla despreciable; ya que la dicotomización presente en la mayor parte del pensamiento occidental y del mundo judeocristiano en general casi nos obliga a verlo todo en blanco y negro, de la manera más irracional y apasionada. Aparte de que no existen los "grises", menos aún se percibe toda la escala cromática que se incluye en el arcoiris y hasta más allá de sus extremos visibles.

Antes de reproducir un testimonio de Evo, queremos añadir por cuenta nuestra que en el mundo indígena, hasta donde lo conocemos, el consenso no mata la diversidad de pensamiento y el adherirse a una solución permite todavía que ciertos individuos y familias mantengan en reserva algunas ideas distintas. Así, dentro de una comunidad parece lógico que unos ejecuten las obras con mayor entusiasmo que otros, les dediquen tal vez mayor tiempo y esfuerzo, mientras que algunos permanecen discretamente en la retaguardia sin sabotear jamás y sin llevarle abiertamente la contraria a lo que decidió el colectivo. Esto permite que en la medida en que fracase o sea insuficiente lo resultante de un consenso logrado, haya todavía otros recursos que posteriormente podrían ponerse en práctica a base de otras discusiones y eventualmente un nuevo acuerdo. Lo llamativo es el mantenimiento de la armonía, pues una comunidad indígena prefiere dividirse y marcharse cada uno por su lado antes que mantenerse juntos con iras y reconcomios. Pasemos ahora al testimonio de Evo, quien relata –palabras más, palabras menos– que una comunidad indígena se rebeló contra un prefecto corrupto e injusto, pero que éste logró persuadir a los mestizos no indígenas de que la sedición era contra todos ellos; sin embargo los manifestantes indios se comportaron de una manera tan respetuosa y digna que finalmente lograron convencer a los demás de que su único objetivo era el prefecto y más bien demandaban la solidaridad de los otros, la que a última hora llegaron a obtener. Esto, ciertamente, no le pone fin todavía a las tensiones raciales y culturales entre indios y mestizos, pero sí permite el acercamiento de los dos bloques en forma progresiva, hasta convertirlos en aliados estratégicos sin necesidad de amalgamar sus identidades.

Dice Evo Morales: "… el movimiento indígena no es vengativo, no es rencoroso. Damos todo por defender la vida para todos. Si está luchando contra un Prefecto, que roba, que divide, que quiere dividir Bolivia, pues está defendiendo también a la gente de la ciudad". Después, el hoy Presidente comenta que los mismos criollos que por instigación y órdenes superiores golpearon y maltrataron primero a los manifestantes indígenas, posteriormente se sumaron a ellos: "… después los mismos que golpearon, mataron, apalearon, agredieron, se dieron cuenta de que el enemigo era el Prefecto, y al día siguiente salían con comida, con refrescos, con panes, con frutas para apoyar esa movilización, fue impresionante. Somos cultura de vida, no somos excluyentes ni vengativos". En este punto, no podemos resistir la tentación de comparar este aserto con lo que habitualmente sucede en los países revolucionarios, que no solo excluyen y execran gran parte de su ciudadanía –aunque se mantengan neutrales o tibios– sino que provocan de algún modo la emigración compulsiva o inducida de un porcentaje tan alto que puede llegar a ser mayoría. Uno entiende perfectamente que en un proceso difícil y exigente de transición sociopolítica siempre habrá uno que otro que se muestre irreductible a todo cambio; lo que no me parece aceptable es permitir o propiciar que un número abultado de habitantes sea percibido como opositor o, en todo caso, como un sector con el cual no sea posible sentarse a departir e intercambiar puntos de vista, ni siquiera negociar en el sentido más elemental, para lograr la recomposición del cuerpo social. Tal cosa serviría para fortalecer y llevar a la victoria cualquier proceso transformador.

Profundicemos ahora lo que Evo manifiesta sobre la "cultura de la vida": "… el movimiento indígena por tanto vive para la vida y para la humanidad … por tanto acá, el movimiento indígena es parte de la cultura de la vida". Hay que agregar que esto lo dice un dirigente de un pueblo relativamente numeroso, el aymara, repartido entre Bolivia, Perú y Chile. En consecuencia, estos conceptos son aplicables aún con más rigor a otros pueblos y comunidades que a veces no sobrepasan sino que están por debajo de los cien o doscientos integrantes, tal como sucede con los mapoyo, yavarana o warekena en Venezuela. Aquí tendré que ser un poco duro y radical pero es inevitable. La comúnmente llamada lucha armada, inclusive la resistencia armada, la conversión del pueblo en ejército y con fusiles al hombro, es simplemente impensable en estos casos. Esta gente tiene que sobrevivir a fuerza de inteligencia, astucia y conocimiento del medio; si no lo logran, se les masacra en un santiamén. Así como pueden extinguirse en una epidemia de gripe, basta también una sola descarga de armas de fuego para no dejar un solo sobreviviente. Y conste que esto ha pasado muchísimas veces y parecería hasta ingenuo e improcedente pretender aducir ejemplos concretos, que los hay por millares, de antes y de ahora.

Pero, si queremos calar más hondo, cualquier comunidad rural, indígena o no, es extremadamente pequeña y vulnerable, sobre todo ante la profusión actual de medios de destrucción masiva. Además, cada una de estas comunidades pequeñas atesora unos bienes culturales, tangibles e intangibles, de valor incalculable dentro de su diversidad. A ello debemos en rigor agregar también los múltiples y a menudo inmensos ecosistemas en cada uno de esos ámbitos, frecuentemente contentivos de especies biológicas amenazadas. Esta es una de las razones de fondo por las que nos hemos opuesto siempre a cualquier militarización convencional de las comunidades indígenas y, sobre todo, a la limitación de nacimientos en su seno mediante el control de la natalidad. Aquí cabe agregar algo muy importante. También son extremadamente peligrosas las tentativas de experimentación humana, provenientes inclusive de gobiernos que tratan de beneficiar al indio o buscar su redención social, cancelando de paso –así lo creen– la deuda histórica hacia estos pueblos a partir de la Conquista (Fundación La Salle, 1980).

Muchos autores han insistido –nosotros con harta frecuencia– en el carácter etnocida de las intervenciones estatales u otras de la sociedad envolvente, cuando estas son masivas, inoportunas, casi siempre inconsultas. En las últimas décadas se nos ha oído, ya que por fortuna tal ha sido también el reclamo incesante de las organizaciones indígenas de todos los países. Pero la tentación nunca cesa, y todavía resurgen voces que reclaman la potestad de seguir salvando desde afuera los cuerpos y almas de los indígenas. Una cosa es, por supuesto, la acción oficial respetuosa, concertada ampliamente con cada comunidad, pluralista y siempre más y más intercultural: esto pertenecería a la esencia misma del verdadero socialismo indígena, cuya acción dialogante servirá igualmente para los indígenas y el resto de los venezolanos, incluyendo la reorganización y redimensionamiento de nuestro Estado. Mas al propio tiempo hay que recordar que Venezuela cuenta con un alto número de comunidades que hasta el presente han tenido muy poco contacto y una mínima compenetración con el mundo envolvente, y que quizás por esto tengan muchísimo que ofrecernos en materia de originales aportes socioculturales, tecnoeconómicos y políticos. Todo ello está aún en proceso de estudio y sólo con el tiempo sabremos hasta qué punto se llegará partiendo de allí a un diálogo intercultural repotenciado e inédito, cuyos alcances podemos sospechar mas no comprender a plenitud. Me refiero, por ejemplo, a los múltiples conocimientos botánicos, biomédicos, tecnológicos ahorradores y la psiquiatría social de raíz chamánica y profundamente espiritual. Aquí estarían algunos aportes a futuro dentro de una concepción más amplia y dinámica de un socialismo del siglo XXI.

No obstante, como señalamos más arriba, hay un sector creciente de revolucionarios fundamentalistas que quieren llevar sus ideas transformadoras desde ahora mismo al seno de estas comunidades todavía algo apartadas, en la creencia ingenua y aún apegada al evolucionismo decimonónico, según la cual estos indígenas serían hoy el remanente más puro de un supuesto "comunismo primitivo", y por consiguiente constituirían los mejores sujetos experimentales para un modelo inducido a partir de sociedades occidentalizadas. Éste se caracterizaría por desconocer totalmente la propiedad privada, descartar la vigencia del individuo como tal y hasta el papel de la familia como núcleo social generador absolutamente fundamental, en cualquier lugar del mundo. Nuestro temor no es infundado porque ya comienzan a aparecer en este tipo de comunidades –yanomami, sanemá, yekuana, algunas piaroa y de otras etnias– brigadas cívico-militares, contingentes de funcionarios públicos y grupos de voluntarios que en verdad no poseen preparación alguna para enfrentar la realidad de estas comunidades, pueblos y culturas. Por ejemplo, no entienden que si bien la propiedad sobre la tierra no existe en términos absolutos como pretende cierta interpretación de códigos jurídicos derivados tanto de la lex romana como del derecho consuetudinario anglosajón, sin embargo las familias usufructúan y cultivan siempre sus parcelas separadas. De allí surge en su seno la necesidad de mecanismos compensatorios comunales de distribución y redistribución para un disfrute final equitativo de los recursos, evitando así la división en familias y personas más o menos favorecidas. Pero esta es materia muy compleja, dependiente principalmente de la organización familiar en cada cultura y otros códigos simbólicos, que con certeza no se reducen a ningún comunismo primitivo ni pueden ser asimilados en dos semanas por un contingente de brigadistas recién paridos por una ideología ajena y homogeneizante. De esta manera asistimos a la imposición de toda una nueva estructura institucional, con sus consejos comunales, cooperativas, esquemas educativos, configuraciones simbólicas y consignas partidistas revolucionarias desconocidas, totalmente incomprensibles para el indígena monolingüe en su idioma.

Insistimos en nuestra postura de siempre, de que es necesaria la presencia del Estado y sus instituciones, el diálogo intercultural respetuoso y el remedio consensuado de las carencias que encontramos en cualquier comunidad indígena –desde las menos aculturadas hasta las que se asemejan a las aldeas campesinas étnicamente desestructuradas–; sin embargo, tales propósitos no son realizables mediante el envío masivo –que al indígena le parece invasivo– de un elevado número de personas extrañas, que llevan a menudo órdenes discrepantes entre sí y raras veces basadas en necesidades concretas. Es doloroso decirlo, pero tengo información por lo menos fidedigna de que en ciertas comunidades del Alto Caura viene aumentando el número de suicidios, especialmente entre indígenas jóvenes que no hallan cómo enfrentar esta crisis de magnas proporciones, recién inducida. Lo que sí sabemos plenamente, ya a partir de la antropología clásica de Boas, Malinowski y Lévi-Strauss, es que los cambios bruscos y alteraciones radicales provocadas en comunidades indígenas anteriormente aisladas o semiaisladas constituyen una causa potencial ya no del etnocidio –de índole más bien cultural– sino de formas indirectas de genocidio, pues siempre conllevan la carga de nuevas enfermedades endémicas y epidémicas, además de la articulación totalmente desigual de las sociedades en contacto forzado, represivo en última instancia.

¿Hasta cuándo tardaremos en comprender que el socialismo necesita de insumos originales e inéditos para su renovación y repotenciación, en lugar de la práctica tan común de seguir aplicando recetas triviales y fracasadas? Diremos una y mil veces que atosigar a los pueblos indígenas con fórmulas socializantes eurocéntricas no sólo puede matar en germen cualquier contribución propia emanada de la sociodiversidad sino que puede hasta revestir un carácter tragicómico; porque si alguien sabe por experiencia milenaria de comunidades y de convivencia solidaria entre la gente y con la naturaleza son precisamente los indios americanos, especialmente aquellos que nunca estuvieron organizados en grandes imperios ni se dedicaron a la conquista bélica de otras sociedades. Lo mismo vale para las microetnias de otros continentes. Exportarles ahora desde nuestras capitales el esquema comunitario parece casi una burla; es como llevar baldes de agua al océano. Por favor, recuperemos la sindéresis y tratemos de aprender algo nuevo y distinto de otros pueblos, aunque sea por primera y única vez en nuestra vida. A veces pienso que nuestra soberbia trasciende todo límite imaginable.

Éste es el punto en que podemos detenernos brevemente para ilustrar el uso del lenguaje y del discurso entre la mayoría de los pueblos indígenas, con todo lo que ello puede significar para rehacer algunos aspectos simbólicos y conceptuales del bagaje socialista acumulado. Aun cuando hayamos insistido una y otra vez en apuntar a la ausencia de abstracciones sin referentes y de la rotulación excesiva –podríamos llamarla nominalismo patológico– en el uso natural y cotidiano de cualquier idioma indígena, parece que nuestros interlocutores revolucionarios ni entienden ni quieren hacernos caso. Vamos a dar un ejemplo sencillito. Cuando yo le pregunté hace tiempo a un joven pumé bilingüe cómo decían ellos "belleza", "bondad", "honradez" y otras cualidades abstractas similares, y en seguida ofrecí una oración en español "admiro la belleza de la mujer", el colaborador de mi trabajo lingüístico respondió con el mejor humor del mundo. "Todo esto lo podemos traducir de muchas maneras y si quiere estaremos hablando horas enteras; pero nosotros preferimos decir en casi todos los casos ‘me gustan las muchachas bonitas’; eso de la "belleza" es un poquito afectado ¿no le parece?" Llevando este razonamiento al terreno político, a estas comunidades les resulta insoportable y fastidioso que les hablen durante horas de "mejorar la calidad de vida", "luchar contra la pobreza y la miseria", "desarrollar y fortalecer la comunidad", y tantas cosas más que conforman el repertorio de nuestros oradores de podio cuando están frente a las "masas". Por cierto, el término "masas" es particularmente ofensivo e indigerible en estas culturas: al igual que el de "espacios vacíos".

Pues bien, cualquier indígena que hable medianamente el español entiende perfectamente tales frases y hasta puede traducirlas literalmente a su idioma (Mosonyi y Mosonyi, 2000), pero sucede que no les dicen absolutamente nada, los dejan con un vacío absoluto que los mata de aburrimiento. Ellos quieren saber cuándo se les demarcarán las tierras, cómo se efectuará la mensura y hasta dónde llegará cada territorio colectivo, con sus lugares sagrados y los espacios necesarios para su movilización, ya que el conuco indígena trata de no agotar el suelo permaneciendo por largo tiempo e ininterrumpidamente en un solo sitio. También les interesa saber qué pasará con sus enfermos y cómo serán las escuelas oficiales, a fin de armonizarlas siquiera un poquito más con la cultura e idioma locales. Además, tampoco les gusta que desde afuera "se les hable", sino que prefieren tener un intercambio de ideas y criterios con la gente que viene de lejos, en el que ellos –como anfitriones que son– pudieran en primerísimo término manifestar sus necesidades, ideas y deseos formulados a partir del conocimiento vivencial e insustituible de su propia realidad. Así como a ningún indígena le agrada regañar ni ser regañado y para sus sentidos el maltrato verbal es equivalente a la tortura física, tampoco aceptan que alguien ajeno a su comunidad les dicte y dictamine desde arriba lo que deben hacer y pensar, querer u odiar. El colonialismo lo hizo y los resultados desastrosos están a la vista. Evo Morales reafirma que el indio no está hecho para el servilismo.

Cuando el periodista le pregunta: "Evo, ¿por qué al lema ‘no seas mentiroso, ladrón, perezoso’, le has agregado el ‘no seas servil’?", él le responde: "Es una ley cósmica que nos dejaron nuestros antepasados… No robar, no mentir ni ser flojo. Pero en la cultura occidental encuentras, encuentro el servilismo, el ‘llunqo’. Aumentamos nosotros en esta nueva generación el ‘ama llunqo’, ‘no ser servil’ ". Lo que los indígenas reclaman, también según palabras de Evo, es "justicia y solidaridad". Por eso nos entristece tan profundamente cuando integrantes de diferentes comunidades continúan presentando sus quejas referentes no a todos pero sí a una buena parte del funcionariado y voluntariado, tanto civil como militar, que con frecuencia creciente visita y a veces atiborra su hábitat, acabando de paso con todo vestigio de privacidad y tal vez de autonomía. Tenemos que volver a insistir en algunos planteamientos. El acercamiento y diálogo intercultural son provechosos, incluso imprescindibles, cuando se hacen con sindéresis, conocimiento pleno y empatía creciente alimentada por la reciprocidad. Mas en medio de la improvisación compulsiva ni siquiera las personas de mejor voluntad que deciden compartir su experiencia y a veces existencia con los indígenas están en capacidad de hacerlo en forma óptima. A esto se suma la presencia de una minoría verdaderamente indeseable –quizás inevitable en las circunstancias prevalentes–, sistemáticamente denunciada por los indígenas y sus aliados, quienes exhiben ambiciones personales, voluntad de poder, apetito sexual, e inclusive alimentan planes malévolos como dividir a los indígenas para ocupar, contaminar y deforestar sus tierras; despojarlos de sus recursos mediante el engaño cuando no por la violencia. Todo esto es perfectamente reversible y todavía estamos a tiempo de abstenernos de hacer más daño, pero no si persistimos en la idea falsa y racista de que "los indios pueden ser objetos receptores de la revolución, mas no sus autores ni protagonistas".

Dicho esto, algo que representa un resumen muy apretado de un tema riquísimo e inexplorado en cuanto a sus aportaciones y potencialidades (Bracho, 2006), pasaremos en seguida a resumir en diez puntos las facetas principales –como las percibimos hasta ahora– de lo que podría ser el perfil de un genuino socialismo indígena: tanto en su propia esencia como en su trascendencia hacia un modelo más general y ecuménico, que todavía estamos esperando ante la insuficiencia de tantas formulaciones de extracción muy diversa.

Las propuestas indígenas están basadas en la diversidad interna y externa de cada sociedad participante (Grupo de Barbados, 1993), con énfasis en las microsociedades –muy diferenciadas entre sí– de orientación comunal. En estas comunidades observamos una amplísima tolerancia frente a todo tipo de manifestaciones individuales, siempre y cuando no amenacen decididamente la convivencia de los copartícipes ni la sostenibilidad histórica de la sociedad como tal. Esa misma tolerancia se extiende a los representantes de otras formaciones sociales, incluidas las occidentales.

En casi todas partes –incluso en las comunidades relativamente aculturadas– encontramos formas de solidaridad, reciprocidad y búsqueda de consenso, en cuya ausencia sería prácticamente imposible sostener estas formas de convivencia en el tiempo. El disenso puede mantenerse latente, mas no suele interferir en la ejecución de planes y tareas comunes ni romper el equilibrio subyacente.

Los indígenas trabajan casi siempre juntos, en equipos organizados, pero manteniendo cada persona su dignidad e individualidad: la masificación es impensable dentro de los parámetros tradicionales. Lo mismo vale para los miembros de toda familia nuclear o extendida, en cuyo seno cada persona tiene sus obligaciones y derechos específicos, generalmente según los cánones de cada sistema de parentesco.

En las comunidades más tradicionales y carentes de espíritu de conquista, sólo en un momento o breves períodos de crisis puede surgir una jefatura fuerte, la cual cede tan pronto pasa la emergencia. A los jefes, chamanes, artesanos y otros expertos se les respeta, pero nunca se da la sobrestimación, idealización o endiosamiento de cualquier miembro de la comunidad por destacado que sea.

Los indígenas se consultan y se reúnen durante largos días en torno a cualquier asunto de interés colectivo, sobre todo al ser de cierta gravedad. Cada uno puede intervenir sin límites de tiempo y cuantas veces crea necesario, aunque tratan de no abusar de ese derecho en perjuicio de los demás. Las decisiones se toman por consenso, una vez que se hayan aclarado todos los detalles.

Los problemas se plantean en torno a situaciones inscritas en el presente, para tomar decisiones cónsonas con la realidad actual, cuidando al mismo tiempo de no comprometer el futuro y mantener así la continuidad y la sostenibilidad, a través de las generaciones sucesivas. No se planifica exclusivamente para el futuro con promesas –inclusos con visos de probabilidad– al estilo de que "nuestros nietos vivirán mejor" o que todo se perfeccionará dentro de cincuenta o más años. También es preciso aclarar que el indígena evita acumular tensiones, actuar de manera precipitada e improvisada, dejarse dominar por la impaciencia o el estresamiento. Cuando le toca comer o descansar actúa en consecuencia y no le gusta ser molestado ni acosado.

Las asambleas indígenas se caracterizan por el buen uso del lenguaje. Todos hablan con mucha fluidez y seguridad, casi nunca titubean ni demuestran indecisión, aunque pueden cambiar su punto de vista al ser convencidos por argumentos mejores. La elocuencia sobria es un valor importantísimo. Los insultos y recriminaciones son inaceptables y una persona de carácter nervioso o histérico es vista como un demente, como alguien que perdió el control sobre sus palabras y actos.

A los pueblos indígenas no les agrada colocar etiquetas o nombres abstractos a las ideas y a la manera de pensar de un individuo o grupo. Así, nada les dice una expresión como "socialismo del siglo XX o XXI", el "proceso revolucionario". Enseguida preguntan por los referentes y los hechos precisos en que se traduciría su aplicación dentro del propio contexto comunal y regional. Como aporte intercultural pueden aceptar algunas categorías inventadas en otras sociedades, siempre y cuando estén totalmente convencidos de la debida armonización y compatibilización con sus propios deseos y necesidades.

Cuando discuten las propuestas de algún ente foráneo, generalmente algún organismo gubernamental, señalan con nítida precisión en cuáles aspectos existe pleno acuerdo o, por el contrario, cierto desacuerdo de mayor o menor gravedad según cada caso concreto y específico. No aceptan de buena gana las ofertas en bloque y menos aún si ya vienen previamente elaboradas o se les requiere la obediencia acrítica. Es fácil parlamentar con los indígenas si sus intereses son respetados y cuando prevalece un ánimo colectivo constructivo por ambas vertientes.

Las comunidades indígenas están muy claras sobre la necesidad de evitar y aun evadir cualquier posibilidad de enfrentamiento violento, que implique la muerte de personas o la destrucción del entorno ambiental. Aparte del carácter de estos pueblos y la índole de su cultura, ello tiene también una poderosa explicación histórica. Durante quinientos años de avasallamiento estuvieron obligados a resistir políticas netamente destructivas de etnogenocidio, que los llevó al borde de la desaparición física y cultural (., 2001). Ahora, con los derechos recién adquiridos y una situación político-social mucho más favorable, optan decididamente por el derecho a la vida, a la continuidad histórica, a la preservación del ambiente, al disfrute pleno de su cultura, idioma, identidad y especificidad. No es entonces una política aplicable a estos pueblos, por parte de los gobiernos nacionales y sus instituciones, el insistir nuevamente en puntos álgidos como volver a la lucha armada, hacer nuevos y grandes sacrificios y, en general, seguir más volcados hacia un futuro inasible que a la reconquista del presente que les pertenece.

Antes de concluir este ensayo, querríamos tocar rozando dos temas bastante polémicos que nunca dejan de aflorar cuando se discute sobre comunidades indígenas, especialmente en relación con la idea del socialismo. El primero sería la opinión de aquellos nuevos aliados de estos pueblos que podrían caer bajo el peso de una crítica que hicimos hace un momento: el asumir una misión transformadora en medio de cualquiera comunidad indígena sin estar realmente preparado para ello, preocupado solamente por llevar su mensaje y sin tratar de captar la realidad y las peticiones de los propios destinatarios. Aun así suelen decir esas personas que normalmente se les recibe bien, se hacen amigos de los indígenas y hasta logran sus propósitos; por ejemplo, crear una cooperativa u organizar un taller sobre cultura general, en el sentido de introducir algún aspecto de la cultura occidentalizada. Nosotros, en este caso, les responderíamos lo siguiente. Los indígenas, a través de los siglos transcurridos, han tenido que calarse los peores tratos y aun persecuciones con saldos fatales. Por eso, al existir organizaciones oficiales o privadas que se acercan a ellos con muestra de afecto y solidaridad, de alguna manera interesadas en su problemática, responden inmediatamente con una actitud positiva aunque no concuerden con sus planteamientos. Esto no significa que renuncien a sus propias prioridades o que las enseñanzas recibidas de esa forma improvisada vayan a dejar profundas huellas. A ello se suma el efecto imborrable que ha producido en los pueblos indios de Venezuela la sola aparición de la Constitución y el reconocimiento institucional de sus derechos. Todo esto tiene que suscitar en cualquier sociedad oprimida un sentido de gratitud que durará largos años. Sin embargo, a esas medidas iniciales hay que darles un buen seguimiento; por lo cual los planteos antes expuestos persiguen el objetivo de contribuir a una acción tanto oficial como extraoficial que encaje de la mejor manera –hasta donde podamos lograrlo– en un proceso de desarrollo endógeno y sostenible de naturaleza intercultural, respetuoso de la cultura nativa y de su realidad contemporánea.

El otro punto insoslayable se concreta en un problema de carácter geopolítico y de seguridad de Estado. A algunos analistas les parece incluso delicadísimo, mas nosotros no compartimos ese temor tan inveterado. En todo caso, se oye decir con frecuencia que el Estado tiene derecho a intervenir las tierras indígenas cuando se trata de intereses fundamentales, tales como la seguridad de las fronteras, la existencia de especies minerales en el subsuelo u otros recursos naturales valiosos. En distintos lugares y contextos hemos desarrollado una serie de argumentos al respecto. Por ahora nos toca más bien hacer un resumen apretadísimo, inclusive para restarle esa pretendida gravedad al asunto, siempre aprovechada por sectores anti-indígenas, apáticos o indiferentes. En realidad no ha habido un solo caso en la historia americana de que algún pueblo indígena o afrodescendiente haya protagonizado o deseado provocar un acto de secesión política. Por el contrario, siempre fueron los blancos y los mestizos, ante todo los más ricos e influyentes. Viendo esto más de cerca, los zapatistas siempre se manifiestan como ciudadanos mexicanos que buscan el bienestar de la patria; las llamadas nacionalidades indígenas ecuatorianas son los más nacionalistas de los ecuatorianos; por lo que sepamos, Evo Morales es el presidente de todos los bolivianos y jamás ha dado señal alguna de discriminar al resto de la población del país. En lo que respecta a los recursos naturales, hay miles de formas para llegar a un acuerdo razonado con las comunidades indígenas si es que se puede realizar su explotación sin graves daños ambientales y sin desmembrar o reducir el territorio perteneciente a cada etnia. Además, en términos generales, ante la emergencia ecológica y ambiental que atraviesa el planeta es mil veces mejor adjudicarles grandes extensiones de tierra a los pueblos originarios que continuar con una carrera ultradesarrollista vertiginosa y alocada que sólo persigue fines economicistas, energéticos y geopolíticos. Hace rato aludimos el rechazo por parte del indio a un término como vacío geográfico; para él todas estas tierras están pobladas de especies naturales y míticas, de espíritus tutelares y almas de los difuntos, de un número y variedad impresionante de símbolos que dan sentido y cohesión a su cultura, cuya características más importante es la de ser telúrica y cósmica. De todas maneras y sea cual sea nuestra argumentación, la mejor garantía para la continuidad de la vida en Venezuela y, si se quiere, en el globo entero, es la mayor participación posible de las sociedades indígenas y tradicionales en una gestión compartida y con visión de futuro.

En un trabajo de carácter general como el presente, nos toca finalizar con unas pocas recomendaciones para el Estado y su gobierno, a fin de brindarle el mejor de los espacios posibles al despliegue de un auténtico socialismo indígena con miras al siglo XXI o, visto en una perspectiva más amplia, a este milenio que apenas comienza. En primer lugar, Venezuela no debe titubear tanto a la hora de ejecutar en forma resuelta y valiente la demarcación de las tierras y territorios indígenas, dándoles estos mismos nombres, ya que hablar solamente de hábitat nos remite más bien a la esfera de lo natural y lo biológico. Es triste decirlo, pero hasta países como Brasil y Colombia nos están superando en este ámbito de vital importancia. El otro punto que querríamos enfatizar es el de respetar mucho más la autonomía regional y local de estos pueblos, comunidades y culturas, según los cánones y el espíritu de la Constitución bolivariana, que, si bien podría ser mejorada, en ningún caso sería aceptable que mediante una reforma se conculcaran o se eliminaran algunos derechos adquiridos a través de centenios de lucha y mucha sangre vertida. Ya para concluir, me permitiré recordarles a los responsables más directos del proceso hacia el cual se encamina el país que el pluralismo étnico, cultural y lingüístico, en unión con la interculturalidad como puente que comunica en forma horizontal y democrática toda nuestra sociedad plural en su historia y en su esencia, sigue siendo uno de los planteamientos fundamentales y más innovadores que caracterizan y marcan los años más recientes de nuestra vida política. De hecho, ha habido un buen número de revoluciones y procesos transformadores que han luchado contra la pobreza, el analfabetismo y otras carencias que sin duda se deben combatir; pero hasta la fecha ninguno de ellos ha colocado entre sus objetivos primordiales y prioritarios a la diversidad biológica y cultural, el pluralismo étnico y social, el multilingüismo ni la interculturalidad. Seguimos insistiendo que este tendrá que ser nuestro aporte si de verdad nos interesa crear algo original e inédito, en una versión mejorada de la máxima del maestro Simón Rodríguez: tal vez, si inventamos siguiendo rigurosamente estos lineamientos no correremos el riesgo de equivocar nuevamente el rumbo.

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