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versión impresa ISSN 1315-9496
Tiempo y Espacio vol.22 no.58 Caracas dic. 2012
La muerte del libertador de Colombia
Carlos Alarico Gómez
Círculo de Escritores de Venezuela. Venezuela. carlos.alarico.gomez@gmail.com
Resumen
En este artículo el autor analiza el problema surgido sobre la causa de muerte del Libertador, incluyendo su posible asesinato, para lo cual se valió de una larga evidencia documental que le permitió demostrar los hechos desde una perspectiva estrictamente historiográfica. Bolívar es el hombre de Estado de mayor trascendencia en los pueblos que hoy conforman las naciones de Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Panamá; y así se le ha reconocido universalmente, pero su labor por la causa de la libertad ha sido distorsionada por algunos escritores y políticos que se han ocupado de crear una especie de religión en torno a su figura, lo que ha convertido en Judas a cualquier político de su época que por cualquier razón haya diferido de sus puntos de vista o de alguno de sus proyectos, contrariando el espíritu y razón del pensamiento democrático. Este trabajo le permite al lector transitar por las circunstancias que condujeron al final del héroe y a su posterior mitificación.
Palabras clave: Libertador, democracia, asesinato
The death of the liberator of Colombia Hispanicism and the concept of god in the historiographical production Of caracciolo parra león
Abstract
This article of historiographical interest is related to the Venezuelan historian and academic of the beginning of the 20th century, Caracciolo Parra León, and sets forth from the start, the form of his work that touches on the style, plan and method of the author, as well as touching on the ideological positivist content that characterizes his dualistic concept full of religious and metaphysical flow. The thought of Parra León is forged by combining the criteria of two historiographical schools as a whole intelligently constructed according to the latest historical-social research of his time, advancing as far as his scientific position of history, but recedes at the same time because of the religious spirit incorporated in his work. The Dualist concept has a special purpose: To establish Hispanicism as a fundamental principle in the formation of national and Latin American culture.
Key words: History, ideology, Hispanicism, dualist concept, knowledge, myth, religion, historiography
Recibido: 06/11/2012 Aprobado: 30/11/2012
INTRODUCCIÓN
Simón Bolívar es el personaje histórico que más profundamente ha llegado a los venezolanos y la razón es absolutamente lógica, ya que su obra no tiene parangón entre los nativos de este territorio que se han dedicado a la política y a la carrera de las armas. Es el hombre de Estado de mayor trascendencia del país y así se le ha reconocido universalmente, pero su labor ha sido innecesariamente distorsionada por algunos escritores y políticos, hasta el punto de crear una especie de religión en torno a su figura, lo que ha convertido en Judas a cualquier político de su época que por cualquier razón haya diferido de sus puntos de vista o de alguno de sus proyectos, lo que es contrario al espíritu y razón de cualquier régimen que se considere democrático. Ese problema, que podemos calificar de distorsión de la imagen pública del Libertador, se ha agravado con la duda surgida sobre su causa de muerte, lo que ha creado una atmósfera de suspicacia en torno a su posible asesinato.
El autor ha encontrado una extensa evidencia que le permite aseverar que escritores de gran credibilidad han analizado los hechos sin ninguna base documental o crítica, movidos en muchos casos por su excesiva admiración hacia la figura del Padre de la Patria, lo que los ubica en la categoría de actores de buena fe; pero al mismo tiempo ha percibido la presencia de otros que con propósitos de manipulación política han falseado la realidad para alcanzar objetivos inmediatos de carácter pragmático. La sumatoria de ambas tendencias ha logrado influir en la opinión pública de tal forma que se ha deshumanizado a Bolívar, hasta llegar a convertirlo en una especie de héroe mitológico, influyendo negativamente en la capacidad crítica del pueblo. Es difícil, por tanto, que el venezolano del común esté en capacidad de analizar objetivamente la personalidad del líder de la gesta independentista, así como del proceso de liberación de Venezuela. Esta situación se hipertrofió de tal forma que tales opiniones -vertidas sin base científica alguna- fueron incorporadas al pensum de estudios de la escuela primaria y, por tanto, convirtieron en un estereotipo la imagen pública de Bolívar.
En consecuencia, es necesario que se comience a difundir de manera objetiva y profesional la realidad de su pensamiento, así como los sucesos en que se vio envuelto durante su compleja e intensa existencia, especialmente en el lapso 1828-1830, tal como proponen los historiadores Germán Carrera Damas (El Culto a Bolívar, 1973) y Elías Pino Iturrieta (El Divino Bolívar, 2008), con el fin de que se pueda lograr la captación de los valores que hicieron posible la independencia, incluyendo los errores en que incurrió el líder.
LA APOTEOSIS DE BOLÍVAR
El iniciador de este problema fue Antonio Guzmán Blanco, de acuerdo a los trabajos de investigación que sobre el particular han adelantado historiadores de gran seriedad, tales como la escritora María Elena González Deluca (2007: 114) y Díaz Sánchez (1968, 5ta edic.: 115), en la que demuestran que el estadista venezolano, posiblemente motivado por el vínculo de parentesco que tenía con Bolívar, adelantó una intensa actividad destinada a enaltecer la figura del héroe, más allá de la realidad humana, en un evento de participación masiva al que dio el nombre de Glorias de Bolívar.
Esa apoteosis comenzó durante el centenario del natalicio de Bolívar, circunstancia que fue aprovechada con gran habilidad por El Ilustre Americano -como le gustaba hacerse llamar-, creando por decreto la Junta respectiva que hizo presidir por Antonio Leocadio Guzmán, de la que formaban parte Fernando Bolívar, sobrino del Libertador, Arístides Rojas, Agustín Aveledo, Pablo Clemente, Andrés Level de Goda y Manuel Vicente Díaz, quienes cumplieron a cabalidad la misión asignada. Como se sabe, Antonio Leocadio era el padre de Guzmán Blanco y su progenitora fue Carlota Blanco de Jérez y Aristeiguieta, pariente cercana de Bolívar.
La conmemoración, si bien ampliamente merecida por el Padre de la Patria, fue llevada al extremo de crear una moneda con la efigie de Bolívar y Guzmán, con el claro propósito de magnificar la figura del jefe del Quinquenio, como fue denominado este segundo período de Guzmán Blanco. La suerte vino en su ayuda y el escritor Eduardo Blanco contribuyó a la efemérides con un libro titulado Venezuela Heroica (1881), en cuyas páginas se observa la gran influencia de Homero en su obra, en la que despliega una literatura épica en capítulos llenos de exagerado fervor, al estilo de La Ilíada, en los que convierte en titanes a los generales de la Independencia y a Bolívar en el mismísimo Zeus. Llega incluso a inventar algunos episodios, como el de la dramática despedida de Pedro Camejo cuando, herido de gravedad en el Campo de Carabobo, galopa moribundo para despedirse del general José Antonio Páez y, al estar frente a él, descubriéndose el pecho, le expresa balbuciente: Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto. El hecho nunca ocurrió, como se puede verificar en la Autobiografía escrita por Páez en Nueva York, durante el año 1869, donde narra con detalles lo acontecido durante la batalla de Carabobo (1971: 338).
Guzmán Blanco fue sólo el comienzo. Gobiernos posteriores contribuyeron a aumentar la apoteosis, tal como ocurrió con los dictadores andinos Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, lo que culminó con un partido político bolivariano que fue creado por Eleazar López Contreras con el propósito de garantizar la permanencia de los hombres de la Causa Andina en el poder y su propio regreso a la Presidencia. Para lograr su cometido, utilizó los servicios de un asesor colombiano de nombre Franco Quijano, quien demostró sus amplias habilidades en el manejo de las actas electorales, permitiéndole a la Agrupación Cívica Bolivariana (ACB) -y luego al Partido Democrático Venezolano (PDV)- el control de la maquinaria de poder andina, según ha quedado demostrado en las múltiples investigaciones hechas sobre esa etapa, en particular la obra Origen del Estado Democrático en Venezuela (Gómez, 2004: pp 5, 22, 38).
El resultado es que Bolívar fue convertido en un fantasma viviente que no es más que una caricatura de lo que realmente fue, lo que ha generado líderes que se sienten elegidos por la providencia para vindicar las afrentas reales o supuestas que le infligieron al Libertador. Esta actitud se ha repetido en varias oportunidades. Castro y Gómez fueron grandes bolivarianos. López Contreras y Chávez Frías crearon partidos políticos bolivarianos, olvidando incluso lo referido por el propio Bolívar en la Proclama que dictó el 9 de diciembre de 1830, cuando se sintió morir, para despedirse de sus compatriotas: Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión . La referencia fue tomada del mencionado documento, citado por Liévano Aguirre en su obra Bolívar (1974: 515). Esta situación de adoración perpetua, como diría la prensa de la época guzmancista, contraviene lo establecido en la Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar (1968), incentivando la utilización de la figura del Libertador con propósitos partidistas.
La consecuencia es que la verdad ha sido distorsionada, de buena o mala fe, hasta el punto de poner en tela de juicio el protocolo de la autopsia que practicó y firmó Alejandro Próspero Reverend, el médico francés que atendió a Bolívar en los momentos finales de su existencia. Tanto es así que el 17 de diciembre de 2007 el Presidente de la República de Venezuela -ahora Bolivariana por su impuesta voluntad- utilizó la tribuna de oradores en el Panteón Nacional para aseverar que Bolívar fue asesinado en Santa Marta sembrando dudas sobre la autenticidad de los restos que el 17 de diciembre 1930 fueron colocados en la urna de bronce diseñada por el escultor Chicharro Gamo por disposición del presidente Juan Vicente Gómez, quien hizo modificar la cripta del Libertador y colocar el ataúd en forma perpendicular a la estatua del escultor italiano Tenerani, ceremonia en la que se abrió el sarcófago y se cambió el pabellón nacional.
LA MUERTE DE BOLÍVAR
¿Cuál es la verdad? El 17 de diciembre de 1830 el día amaneció radiante en Santa Marta. No obstante, ninguno de sus moradores notó el amanecer, ni la belleza que irradiaban los intensos rayos solares sobre los jardines de la Quinta San Pedro Alejandrino. La razón no era atribuible a la indiferencia de la gente que allí se encontraba, sino más bien a los estertores de la muerte que se escuchaban inclementes en la residencia del coronel Joaquín de Mier. El enfermo era el hombre que creó a Colombia en 1819 y que había dirigido sus destinos hasta marzo de ese mismo año.
El médico francés Alejandro Próspero Reverend entraba y salía presuroso del cuarto donde se encontraba el paciente, a cuyo cuidado había estado desde el 1 de diciembre, fecha en la que Bolívar desembarcó del navío Manuel, que lo condujo desde Barranquilla hasta Santa Marta. Su experiencia médica le hacía ver que era inminente un desenlace fatal. Reverend había actuado muy profesionalmente desde que Bolívar fue confiado a su cuidado, a pesar de los pocos recursos médicos de que disponía y de lo limitado de sus conocimientos. Cuando supo que en el puerto de Santa Marta se encontraba la goleta de guerra Grampus, de bandera norteamericana, en la cual estaba el médico M. Night, decidió hablar con él para consultarle sobre el caso de su paciente. El médico norteño lo escuchó con interés, lo ayudó en su diagnóstico y, como consecuencia de esta conversación, se decidió no postergar más tiempo el traslado de Bolívar a la Quinta San Pedro Alejandrino y el 6 de diciembre fue llevado a ese lugar. La información aparece en el Boletín N° 2 de Reverend, emitido el 2 de diciembre de 1830 e insertado en el folleto titulado La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, escrito por Alejandro Próspero Reverend, editado en París en 1866, el cual aparece publicado en la compilación de Ildefonso Leal (1980:68). Pocos días después también ancló en el puerto de Santa Marta el navío británico Blanche que portaba al Dr. Miguel Claire, enviado por el Gobernador de Jamaica para atender al Libertador, pero lamentablemente llegó cuando ya era demasiado tarde.
Consciente de lo delicada en que se hallaba su salud, Bolívar se confesó con el Obispo de Santa Marta, monseñor José María Estévez, y recibió la extrema unción de manos del padre Hermenegildo Barranco, párroco de la población de Mamatoco, la más cercana a San Pedro. Su testamento lo firmó el día 10, en el cual hizo un dramático llamado a la unión de los pueblos para preservar la paz.
Una semana después, Briceño Méndez y Fernando Bolívar se encontraban conversando en el frente de la residencia, junto a un frondoso tamarindo y, al poco tiempo, se les unieron José Laurencio Silva para considerar la gravedad de su ilustre pariente. Era el mediodía cuando observaron a Reverend que caminaba cabizbajo y ceñudo hacia donde ellos se encontraban. Los tres hombres presumieron la noticia que estaban a punto de recibir. Cuando el médico estuvo al lado de ellos les expresó en alta voz, para que escucharan los que se encontraban más alejados: "Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo" (Mijares, 1983: 382).
Todos los presentes fueron penetrando en la alcoba donde se encontraba el Padre de la Patria y, una vez allí, presenciaron la agonía y muerte del Libertador en un silencio sepulcral solamente interrumpido por los constantes sollozos de José Palacios. En el momento del trance estuvieron presentes los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, Pedro Briceño Méndez, Julián Infante, José Trinidad Portocarrero y José María Carreño; los coroneles Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes y Joaquín de Mier; el comandante Juan Glen; los capitanes Andrés Ibarra y Lucas Meléndez; los tenientes José María Molina y Fernando Bolívar Tinoco; los doctores Manuel Pérez Recuero y Alejandro Próspero Reverend; y su mayordomo José Palacios. Todos ellos fueron fieles al Libertador durante su vida y después de su muerte. El deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se produjo a la una de la tarde. Reverend lo informó al mundo a través de su reporte médico número 33 y, de inmediato, expresó que era necesario hacer una autopsia. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, le correspondió al general Montilla transmitirle la conformidad de los deudos.
LA POSIBILIDAD DE UN CRIMEN
Las personas que acompañaron a Bolívar durante su enfermedad fueron todas de su más absoluta confianza, cercanía y probada lealtad. La vida de todos ellos se conoce al detalle y no hay la más mínima posibilidad de que alguno haya incurrido en un crimen contra la figura de aquel hombre por el que sentían devoción y aceptaban como su máximo líder. Varios de ellos tenían un lazo sanguíneo o colateral con el Libertador, tal como era el caso de Fernando Bolívar, hijo de Juan Vicente, su hermano mayor, al que consideraba su hijo; el general José Laurencio Silva, casado con Felicia Bolívar Tinoco, hija de Juan Vicente y hermana de Fernando; el general Pedro Briceño Méndez, casado con Benigna Palacios Bolívar, hija de su hermana Juana. La cocinera que preparaba la comida era Fernanda, enviada por Manuela Sáenz para atender la dieta y cuidar la vida de su amante. El que le servía la comida y le daba masajes era José Palacios, su mayordomo, quien era tratado como si fuera miembro de la familia Bolívar. Sólo hay un aspecto extraño que debe ser incorporado a la investigación. Ocurrió que el día 12 llegó a San Pedro el coronel francés Luis Perú de Lacroix con una carta de Manuelita para el Libertador, pero no se la pudo entregar dada la situación en que éste se encontraba. Su llegada coincidió con un mensaje que recibió Mariano Montilla, en la que le denunciaban que en la casa del Obispo Estévez se encontraba hospedado el Dr. Ezequiel Rojas, uno de los hombres que participó en el intento de magnicidio contra Bolívar el 25 de septiembre de 1828. Tan pronto lo supo, Montilla se presentó en la casa del prelado, procedió a detener a Rojas y lo envió preso a Bogotá bajo la custodia de Perú de Lacroix.
No obstante, la posibilidad de que Rojas haya podido tener acceso a San Pedro Alejandrino para envenenar al Libertador es altamente dudosa y peregrina. Cualquier intento suyo para entrar en la residencia le habría costado la vida, dado que allí se encontraba el general de división Mariano Montilla, comandante general del Magdalena, región en donde estaba ubicada Santa Marta, quien disponía de una guardia que custodiaba el área. Además, el presidente de la República de Colombia era el general en jefe Rafael Urdaneta, amigo incondicional del Libertador, quien había asumido la primera magistratura después del golpe de Estado que perpetró el 3 de septiembre de 1830, deponiendo a Joaquín Mosquera, electo por el Congreso Admirable, argumentando la necesidad de restituir el poder a Bolívar, quien se negó a reasumir el mando. Los pasos de Ezequiel Rojas en Santa Marta han sido cuidadosamente investigados y el propio Obispo de Santa Marta admitió que estuvo hospedado en su casa en condición de amigo.
ANTES DE SU MUERTE
La documentación sobre la salud de Bolívar es abundante y no deja duda alguna sobre el pésimo estado físico en que se hallaba, pudiéndose notar que su enfermedad se comenzó a agravar desde su último viaje a Guayaquil en 1829, cuando tuvo que permanecer inactivo debido a debilidad extrema, según lo comprobado y expuesto por el médico Oscar Beaujon en su ponencia titulada El Libertador enfermo, la cual fue presentada en la mesa redonda La enfermedad causal de la muerte del Libertador organizada por la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, la cual fue celebrada en Caracas el 27 de junio de 1963. Beaujon dice textualmente (Leal, 1980: 471) que A principios de agosto de 1829 el Libertador se encontraba en Guayaquil, donde sufrió de un fuerte ataque de nervios y fiebre, cuya sintomatología puede concretarse en: ataque de nervios, cólera morbo y fuete calentura.
La evidencia más exacta de su estado de postración la revela el artista José María Espinosa en el retrato que le hizo al Libertador en Bogotá entre enero y marzo de 1830, donde se ve claramente a un anciano enfermo y no a un hombre de cuarenta y seis años de edad. Luego, en las cartas que dejó antes y después de su renuncia a la Presidencia hay claros indicios de lo mal que se sentía, hasta el punto de que al llegar a Santa Marta tuvo que ser bajado del barco en los brazos de sus amigos, porque no era capaz de caminar. Esto lo obligó a permanecer en esa ciudad hasta el día seis, fecha en la que fue trasladado en una berlina hasta su destino final.
DESPUÉS DE SU MUERTE
La autopsia determinó que la causa de la muerte fue una tuberculosis diseminada de tipo fibro-ulcera-cavernosa. Una vez completada se procedió a preparar y vestir los restos con ayuda de Palacios, quien utilizó una camisa de José Laurencio Silva, pues la que sacaron de uno de los baúles del Bolívar estaba rota. Una vez cumplidos los honores que le fueron rendidos como Libertador, ex-jefe del Estado y general en jefe, fue colocado en una cripta ubicada en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, al pie del altar de San José, que era propiedad de la familia Díaz Granados. Los gastos del sepelio fueron pagados por colecta pública de los amigos presentes, la cual alcanzó la cantidad de doscientos cincuenta y tres pesos.
Tres años después, el presidente José Antonio Páez solicitó al Congreso de Venezuela que ordenara la repatriación de sus restos y, en virtud de que su solicitud no fue oportunamente atendida, el presidente Carlos Soublette la renovó en enero de 1838, a pedimento de María Antonia, hermana del Libertador, pero de nuevo este requerimiento fue pospuesto. No obstante, Páez fue más enfático durante su segundo gobierno y motivado por una carta que le enviaron las hermanas y el sobrino de Bolívar, se dirigió al Congreso el 9 de enero de 1842 exigiendo se aprobara la solicitud formulada por él en su primer mandato, debido a "...los grandes servicios hechos por el Libertador Simón Bolívar a su patria y a la América del Sur...". Esta vez el Congreso decretó el traslado de los restos el 29 de abril de ese año y Páez le colocó el ejecútese al recibir el documento del Poder Legislativo, procediendo de inmediato a designar una Comisión integrada por los generales Mariano Montilla, Francisco Rodríguez del Toro y el doctor José María Vargas. Sin embargo, por asuntos de distinto orden los designados no aceptaron el honor y en su lugar fueron nombrados José Tadeo Monagas, Francisco Parejo, Ramón Ayala y Bartolomé Salom, pero éstos también declinaron conformar la Comisión, excusándose por diferentes razones.
Finalmente, la Comisión que fue a Santa Marta estuvo presidida por José María Vargas e integrada por José María Carreño y Mariano Ustáriz, quienes viajaron acompañados por el presbítero Manuel Cipriano Sánchez en el buque Constitución, propiedad de la Armada venezolana, bajo el mando del comandante Sebastián Boguier. Al llegar a Santa Marta fueron atendidos por la Comisión designada al efecto por el gobierno de la Nueva Granada, presidido entonces por el general Pedro Alcántara Herrán, quien ordenó la entrega de los restos el día 4 de agosto del citado año. La Comisión estuvo integrada por el general Joaquín Posada Gutiérrez, gobernador de Santa Marta; monseñor Luis José Serrano, obispo de la Diócesis; el general Joaquín Barriga, Juan Francisco de Martín y Joaquín de Mier. El doctor Alejandro Próspero Reverend fue el encargado de abrir la cripta y preparar el informe de la entrega de los restos, excepto el corazón de Bolívar que permanece en un cofre guardado en la citada Catedral, con el visto bueno de la representación de Venezuela.
La exhumación tuvo lugar el 20 de noviembre de 1842 a las 5 de la tarde. El informe del doctor Reverend no deja lugar a dudas de que los restos que se estaban entregando eran en efecto los del Libertador y así se dejó constancia en acta. Se debe hacer notar que en 1838, debido al mal estado que se encontraba la cripta después del terremoto de 1834, los restos fueron trasladados temporalmente a la casa de don Manuel de Ujueta y restituidos cuando se efectuaron las refacciones correspondientes. Luego, en 1839, el general Joaquín Anastasio Márquez financió la construcción de un sepulcro más apropiado para la dignidad del fallecido y se le reubicó en la nave central, frente al presbiterio.
Una vez comprobada la autenticidad de los restos por Pablo Clemente y Simón Camacho, quienes asistieron al acto en representación de la familia Bolívar, la Comisión salió rumbo a La Guaira el 22 de noviembre y llegó a su destino el 12 de diciembre de 1842, según el recuento que a tal efecto hace Camacho, reproducida en la obra Ha Muerto el Libertador, editado por la UCV (Leal, 1980: 127). Los gobiernos de Francia, Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los Estados Unidos enviaron naves de guerra para escoltar los restos del héroe en La Guaira, que fueron desembarcados y llevados en caravana a Caracas el 16, de acuerdo a la descripción que redactó el artista Ferdinand Bellerman quien se encontraba en La Guaira durante la llegada de los restos del Libertador, documento que aparece insertado en la obra A los 150 años del traslado de los restos del Libertador (De Sola, 1992: 75). Desde que el ataúd entró en la ciudad natal de Bolívar, las demostraciones de afecto expresadas por sus compatriotas fueron inmensas. Sin distingos de clase, todos acompañaron la caravana funeraria hasta la Iglesia de la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional.
El ataúd fue trasladado a la Iglesia de San Francisco el 17 de diciembre a primera hora. Era el mismo lugar donde recibió el título de Libertador en 1813 y la fecha era cabalística, pues fue la misma en la que el Congreso reunido en Angostura puso el ejecútese a la creación de Colombia en 1819, a la vez que se cumplía el duodécimo aniversario de su muerte. Allí permaneció hasta el 23 en la mañana, cuando se le trasladó a la Catedral de Caracas, donde recibió cristiana sepultura en la capilla de la familia Bolívar. Juana y Fernando, hermana y sobrino de Bolívar, asistieron a los actos fúnebres. Los restos fueron examinados cuidadosamente por el Dr. José María Vargas y luego colocados en una urna al lado de sus padres, de su esposa y de su hermana María Antonia, según consta en la documentación que existe al respecto. Allí permanecieron hasta el 28 de octubre de 1876, día de San Simón, ocasión en que fueron conducidos al Panteón Nacional, por disposición del presidente Antonio Guzmán Blanco.
Por lo tanto, cuando en 1947 se presentó un escándalo debido a la denuncia que formuló el Dr. José (Pepe) Izquierdo en torno al hecho de haber encontrado una calavera trepanada la cual estaba en la cripta de la familia Bolívar en el suelo, que según dijo era la del LIbertador. Al trascender la noticia por los medios de comunicación social, la opinión pública reaccionó un tanto angustiada debido a que la gente se preguntaba de quién eran los restos que fueron trasladados al Panteón.
Como era de esperarse, las autoridades actuaron con prudencia y suspicacia, especialmente el Congreso de la República, entonces presidido por el Dr. Andrés Eloy Blanco, debido a que el famoso galeno era muy conocido por su carácter impulsivo y apasionado. El Congreso ordenó una investigación y designó una Comisión que investigó el caso y procedió incluso a abrir el sarcófago de Bolívar, el cual fue cuidadosamente inspeccionado, llegándose a la conclusión de que los restos que allí estaban sí eran los que colocó Vargas en la cripta de los Bolívar.
La incredulidad tenía una base lógica, pero era muy difícil que alguien hubiera entrado a la Catedral de Caracas para profanar unos restos que no tenían ningún beneficio pecuniario que ofrecer. Además, en esa época la Catedral tenía el Seminario a su lado (luego Escuela Superior y más tarde sede del diario La Religión) y a pocos metros la Casa Amarilla, que era el lugar donde funcionaba la Presidencia de la República, trasladada a Miraflores en 1900. Por lo tanto, cualquiera que hubiese intentado entrar en la capilla con propósitos insanos habría corrido el gravísimo riesgo de ser inmediatamente detenido y sometido a prisión.
Otro aspecto a considerar es que existe un informe médico-social de los doctores Cristóbal Mendoza, Ambrosio Perera, Vicente Lecuna y M. Cruxent, en el que se deja constancia de que la calavera encontrada por Izquierdo corresponde a la de Josefa Tinoco, mujer de Juan Vicente, hermano del Libertador, cuyo cadáver fue autopsiado con trepanación de cráneo, de acuerdo a lo señalado en la investigación que efectuó al respecto el Dr César Planchart, publicada en el diario El Universal (2008: 1-10). Sobre el mismo tema se pronunció la Academia de la Historia en un opúsculo titulado Integridad de los restos del Libertador (1947), en el que se concuerda que los restos corresponden a los que se indican en el informe del Dr. José María Vargas sobre la preparación del cadáver del Libertador efectuada por él en 1843.
Por último, es necesario precisar el destino de la famosa calavera. ¿A dónde fue a parar? La calavera que encontró Izquierdo y que creyó fuera la del Libertador permaneció en sus manos y, como suele ocurrir en Venezuela, al poco tiempo ocurrieron sucesos de tanta magnitud que ya nadie más se preocupó por saber su paradero. Es posible que el galeno la haya llevado a la Escuela de Medicina de la UCV y que allí se encuentre todavía; pudiera haber sido recolocada en la capilla de la familia Bolívar; también es factible que haya sido ubicada en la tumba del Dr. Izquierdo; o que permanezca en posesión de los descendientes del controversial médico. El autor estima que se le debe dar más peso a la primera hipótesis, debido a que el recientemente fallecido Dr. Francisco Plaza Izquierdo, sobrino de Pepe Izquierdo, dijo en muchas oportunidades que la había tenido en sus manos y que permanecía en la UCV.
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PUBLICACIONES OFICIALES:
Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar (1968). Caracas: Sociedad Bolivariana.
HEMEROGRAFÍA:
PLANCHART, C. (2008). Las reliquias del Libertador. Caracas: El Universal (2008: 1-10)