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Tiempo y Espacio

versión impresa ISSN 1315-9496

Tiempo y Espacio vol.24 no.62 Caracas dic. 2014

 

Inés Quintero. El hijo de la panadera. Caracas: Editorial Alfa, colección trópicos / Historia, 2014, 261 pp.

José Alberto Olivar

Doctor en Historia (UCAB). Profesor adscrito al Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas.

Simón Bolívar y Francisco de Miranda, dos personajes épicos, dos figuras antagónicas, o todo a la vez. Es la duda que despunta cuando nos topamos con textos que nos invitan a recorrer sus manidas biografías estelares. Sobre todo en tiempos en que la epopeya libertaria de los discursos oficiales nos arropa hasta el hartazgo. Frente a este escenario, la afamada historiadora Inés Quintero, vuelve atraer la atención de sus fieles lectores, ofreciendo una visión fresca del Precursor de la Independencia, Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, desde ahora mejor conocido como El hijo de la panadera.

Sí, el mismo hombre que fue capaz de dominar varias lenguas, departir con exquisita elegancia en las cortes de Reyes, príncipes y una emperatriz, además de entablar tratos con estadistas de la talla de Washington, Hamilton y William Pitt, e incluso despertar la ojeriza del mismísimo Napoleón. Ese fue Miranda, descendiente de blancos de orilla, “sin honor ni calidad” que a nuestro modo de ver, más que un ejemplo de superación en circunstancias adversas, fue un individuo que en el fondo le abochornaba sus orígenes y procuró abrirse camino, lejos, muy lejos de la pacatería aldeana de sus coterráneos y las ínfulas de cortesanos embardunados de oropel.

Su ostentoso estilo de vida, siempre a la caza de lujos y placeres, así lo revela. Mientras se quejaba de su pobreza, no dudaba en ofrecer a sus invitados fastuosas comidas, servidas en vajilla de plata.

No hay duda que Miranda fue un valiente, un idealista, un ingenioso, pero como todo ser humano un hombre con múltiples defectos y uno de ellos, quizás el más notable fue el terror a la pobreza, a lo anodino.

Por eso posó su mirada en el Gran libro del Universo, para no solo buscar respuestas, sino para hallar la clave del éxito. Quintero lo resume espléndidamente cuando indica que Miranda se convenció en que “la única manera de darle continuidad a su inmensa curiosidad, a su infatigable afán de perfeccionar sus incompletos estudios era conociendo y viviendo intensamente los acontecimientos de su tiempo” (p. 38).

Para ello se valió de muchos y muchas, desarrolló un encanto personal avasallante y pese a ser un acreedor empedernido siempre tuvo la suerte de contar con alguien dispuesto a tenderle la mano y unas oportunas monedas de oro.

Ahora bien, el Miranda que nos aboceta Inés Quintero, no sólo es el gentleman libidinoso e impetuoso que reiteradamente tildaban de espía inglés o español, es el mismo que hizo de su hogar, situado en el n.° 27 de Grafton Street, “un punto fijo para la libertad del continente colombiano”. Allí teje una vasta red de contactos y aliados afines con sus ideas de hacer la revolución en la América española.

Llegado a una edad de plena madurez biológica e intelectual, se permite ofrecer consejos a jóvenes en quienes veía reflejados sus propias inquietudes. Uno de ellos fue Bernardo O’Higgins, a quien lega un mensaje de imperecedera vigencia. Escribió Miranda: “No permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto, ni la desesperación, pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia de servir a vuestra patria” (p. 105).

Otro joven irreverente a quien Miranda llegará a conocer, será Simón Bolívar, sin saber que este será el sujeto de su perdición. Miranda se convierte en “su guía, intermediario y consejero” durante su estada en Londres en 1810. Es tal la confianza en el joven caraqueño, que Miranda le encarga el traslado de su voluminoso archivo, un tesoro invalorable, pues allí está “…la historia documentada de su actuación pública y privada” de casi cuarenta años. No es poca cosa.

En fin el libro de doña Inés Quintero, es un libro seductor, escrito con la presteza de una bella y aguda prosa que no deja lugar a dudas para conocer a un Miranda íntimo y público a la vez.