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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 1315-9518

Revista de Ciencias Sociales v.Xll n.1 Marcaibo abr. 2006

 

Las transformaciones de las élites políticas en América Latina. Una visión inusual de la temática

 Mansilla, H.C.F.*

* Dr. en Filosofía. Profesor visitante de la Universidad de Zurich (Suiza) y miembro de número de la Academia de Ciencias de Bolivia. E-mail: hcf_mansilla@yahoo.com

 Resumen 

Hace escasos cincuenta años las sociedades latinoamericanas exhibían estructuras mucho más simples. Durante el último medio siglo casi todos los países latinoamericanos han experimentado notables procesos de modernización, que han generado una intensa diferenciación de los tejidos sociales. El sector dedicado a la actividad política ha ganado una relativa autonomía. Una vasta desilusión colectiva parece ser, sin embargo, la consecuencia de estos procesos. La reforma de los poderes del Estado en términos de rediseño administrativo constituye lamentablemente la ocupación central de las modernas élites, junto a nuevas prácticas de corrupción. En algunas naciones la transición de aristocracia tradicional a élite funcional moderna ha significado no sólo un descenso, sino un genuino descalabro histórico.

Palabras clave: Aristocracia, complejidad, desilusión, élite, modernización, tradición.

The Transformation of Political Elites in Latin America. An Unusual

 Perspective on this Theme

Abstract

Scarcely fifty years ago, Latin American societies had much less complex social structures. During the last half century almost all Latin American countries underwent notable modernization processes, which have produced an intense differentiation of social structures. The sector devoted to political activity has gained relative autonomy. A vast collective disillusionment, however, seems to be the result of these processes. The reform of state powers in terms of an administrative redesign is unfortunately the central occupation of the modern elite, together with corrupt practices. In some nations the transition from traditional aristocracy to a modern functional elite has implied not only a decline, but a true historical disaster.

Key words: Aristocracy, complexity, disappointment, elite, modernization, tradition.

Recibido: 06-01-11 · Aceptado: 06-03-20

A manera de introducción

Durante el último medio siglo casi todos los países latinoamericanos han experimentado notables procesos de modernización, que han generado una marcada especialización de roles y funciones, una intensa diferenciación de los tejidos sociales y una expansión sin precedentes de los llamados estratos medios. Todo esto ha llevado a crear paulatinamente un sector dedicado de modo más o menos profesional a la actividad política, que puede reclamar para sí una relativa autonomía, sobre todo en cuestiones de reclutamiento, funcionamiento interno y auto-imagen. La élite del poder representa ciertamente un conglomerado con fronteras porosas y poco precisas, influida por otros grupos, capas y estamentos, pero hoy no se le puede dejar de atribuir una identidad distinta y propia dentro del conjunto social.

Aunque la modernidad alcanzada en gran parte de América Latina sea de carácter imitativo y haya producido en los últimos tiempos dilatados fenómenos de desilusión colectiva, no hay duda de que hace escasos cincuenta años las sociedades latinoamericanas exhibían estructuras mucho más simples y se regían por unos pocos valores normativos de índole elemental. Hoy tenemos, en cambio, estructuras sociales de notable complejidad en todo sentido y con dinámicas e intereses muy diversos y hasta divergentes, como los numerosos sectores de la sociedad civil (Hengstenberg et al, 1999). Este mismo desarrollo ha conducido también a una diferenciación entre las sociedades latinoamericanas, de manera que, en varias esferas, las desigualdades entre los países del área tienden a acrecentarse, lo que vale asimismo para la composición socio-económica en el interior de cada país.

Esta evolución hacia una mayor complejidad general puede ser observada claramente en la composición de las élites: hasta la Segunda Guerra Mundial se trataba de una clase compacta, que incluía a terratenientes, empresarios, políticos, militares e intelectuales. Hoy estos últimos se hallan, por ejemplo, bastante alejados de los focos del poder y el prestigio. Los políticos constituyen ahora un sector que se distingue de los demás, produciendo ciertas reglas y rutinas propias. Esta relativa autonomía del estrato político no quiere decir que la calidad de su desempeño global haya mejorado y menos aún que las poblaciones involucradas perciban su accionar como algo positivo y promisorio para la marcha de la sociedad respectiva. Este ensayo quiere llamar la atención sobre la posibilidad de que en algunas naciones la transición de aristocracia tradicional a élite funcional moderna ha significado no sólo un descenso, sino un genuino descalabro histórico.

Sin entrar a un debate teórico sobre definiciones conceptuales y problemas afines (1), se pueden hacer algunas aseveraciones de índole provisoria en torno a la evolución histórica y a la composición y funciones actuales de las élites políticas. Aunque las generalizaciones en ciencias sociales resultan siempre precarias e inexactas, son, por otra parte, indispensables si se quiere decir algo que tenga relevancia teórica y sea algo más que una mera reproducción de la realidad empírica. Esto es tanto más necesario cuanto faltan estudios serios y bien documentados sobre las clases altas y las élites políticas de las naciones latinoamericanas; los únicos casos estudiados con una relativa profundidad son los de Argentina (2), Chile (3) y México (4).

1. La aristocracia tradicional

El hecho más importante en este contexto es el desplazamiento de la aristocracia tradicional por la moderna élite funcional del poder. Este fenómeno tiene connotaciones decisivas en muchos terrenos, y aquí se hará énfasis en la dimensión socio-cultural y en el ámbito de los valores de orientación. Se puede afirmar que hasta mediados del siglo XX existía una amplia identificación entre la clase alta socio-económica y la élite político-administrativa, identificación basada en estrechos vínculos familiares y personales (5). Este fenómeno era percibido como algo obvio por las llamadas oligarquías tradicionales, centradas en los terratenientes, en los grandes comerciantes urbanos y en las jefaturas militares. Hasta los intelectuales podían ser considerados, con las reservas del caso, como parte integrante de una clase dirigente muy alejada de los estratos subalternos, aunque hayan militado asiduamente en la oposición a los poderes fácticos (6).

Los factores negativos vinculados a las aristocracias tradicionales latinomericanas son bien conocidos y no necesitan ser nombrados in extenso. Basta aquí mencionar los estrechos nexos entre esta clase y las dictaduras militares y civiles que ensombrecieron una buena parte de la historia republicana del Nuevo Mundo. La cultura del autoritarismo, el uso de la religión como instrumento de control social, la explotación de los trabajadores en los campos y las minas y dilatados fenómenos de corrupción, representan igualmente aspectos indelebles asociados a las antiguas oligarquías. Pero esta constelación requiere de algunas precisiones. La clase alta tradicional exhibió en algunos tiempos y lugares una comprensión paternalista de las penurias y los sentimientos de otros estratos que podían ser peligrosos a largo plazo, actitud que es extraña a las tecnocracias contemporáneas.

Hasta mediados del siglo XX el predominio irrestricto del utilitarismo y la ideología del interés individual -que constituyen la religión del presente-, no tenían aún la fuerza normativa que poseen en la actualidad. No prevalecía la economización del ámbito político y cultural; es decir no era obligatoria la tendencia a tratar la totalidad social como si fuera un gigantesco mecanismo de mercado y a los ciudadanos como si fuesen sólo agentes económicos que intentan maximizar sus ventajas competitivas. El fenómeno de la corrupción, aunque siempre existente, no conocía la dilatación, la profundidad y la aceptación de nuestros días. Como lo vislumbró Max Weber, en varias ocasiones la aristocracia tradicional entendió sus privilegios como una vocación de servicio a la nación (7). En algunos países latinoamericanos no fue mera casualidad que los sectores esclarecidos de las clases altas propugnasen ya desde la segunda mitad del siglo XIX una política promotora de la educación obligatoria y gratuita, la construcción acelerada de un extenso sistema de transportes y comunicaciones y una modesta introducción del Estado de Derecho, es decir: factores de desarrollo que contribuyeron al bienestar de toda la población.

Ejemplos de este programa liberal, modernizante y con resultados democratizadores (8) son las reformas de la monarquía brasileña, el breve predominio del Partido Civil en el Perú (Ulrich, 1998), el gobierno del Partido Liberal en Bolivia (1899-1920) (9) y, sobre todo, el largo período de la aristocracia liberal en la Argentina (1862-1943), período que constituye el paradigma más notable de evolución histórica en América Latina. Durante 81 años una clase alta relativamente compacta, centrada en los terratenientes y los grandes comerciantes de Buenos Aires, enriquecida con intelectuales y administradores de gran calidad y, sobre todo, abierta al mundo exterior, a los valores de la Ilustración europea y al Estado de Derecho, logró construir una sociedad de indudable prosperidad, con muchas posibilidades de ascenso social para amplios grupos y un nivel educacional y cultural rara vez alcanzado en el Tercer Mundo (Rapoport, 2000).

No es insólita la observación de que las aristocracias tradicionales, atadas a la tierra y a problemas del medio ambiente, tienen una visión -y por lo tanto, una responsabilidad- a largo plazo de su quehacer económico-social que las distingue de otros grupos privilegiados (10). Uno de los aspectos básicos de este régimen estribaba precisamente en la carencia de prácticas populistas, en la ausencia de falsas ilusiones igualitarias y en el control que la clase alta tradicional pudo mantener sobre las esferas de la política y la cultura. (Además, como lo afirmaron Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, el despliegue auténtico de la cultura tiene también que ver con la posibilidad de que las creaciones artísticas y culturales estén preservadas de las coerciones del mercado y del excesivo “control democrático” (11)). En los terrenos de la ética social y de la estética pública el régimen argentino sentó standards que pocas veces han sido superados en el Nuevo Mundo; los fenómenos de corrupción exhibieron, por ejemplo, índices saludablemente bajos. Esta aristocracia se vio a sí misma como liberal, cosmopolita y modernizante, imbuida de una vocación de servicio a la nación. Aunque parezca insólito y poco creíble, esta auto-imagen ha correspondido parcialmente a la realidad.

Algunos de estos argumentos, que podrían parecer en nuestra época tecnocrática como un intolerable resabio de un pasado idealizado -y felizmente superado-, pueden contener un significado inesperado. En un estudio sobre la presencia muy exigua de factores totalitarios en Gran Bretaña, Lord Ralf Dahrendorf escribió que las normativas aristocráticas constituirían un dique contra la posibilidad de regresión y barbarie que está contenida en la modernidad democrática (12). El desarrollo argentino posterior a 1943 es un ejemplo elocuente y continuo de esta posibilidad (13).

2. Las modernas élites políticas

El proceso de modernización ha invalidado la influencia política, económica y hasta cultural de las aristocracias tradicionales y ha contribuido al surgimiento de una élite política funcional, la cual ha brotado mayoritariamente de la carrera administrativa, de los organismos internacionales, de la empresa privada y ocasionalmente de los propios aparatos partidarios. Sus miembros poseen hoy una carrera universitaria, pero no de carácter humanista, sino más bien de índole gerencial-administrativa o técnica (Plotkin y Neiburg, 2003).

No hay duda de la existencia de algunas metas normativas razonables en el seno de la tecnocracia política neoliberal (14) que tomó el poder después de 1980 en la mayoría de las naciones latinoamericanas: la reducción de las funciones económico-empresariales del Estado, la expansión y consolidación de la economía de mercado, el abandono de políticas sociales de corte populista, la modernización de la administración pública, la creación de nuevas instituciones estatales (por ejemplo en el Poder Judicial y el sistema regulatorio sectorial) y la limitación de las demandas redistributivas irrealistas (15). La auto-imagen de las élites políticas tecnocráticas está basada justamente en la pretensión de encarnar al mismo tiempo la eficiencia técnica, el ingreso al mundo globalizado y la modernización democrática (16).

Pero la pretendida modernidad de su formación profesional y la objetividad técnica de sus decisiones constituyen algo dudoso. La tradición sigue teniendo aquí un peso determinante. En el seno de los aparatos estatales y partidarios el ascenso y la competencia se sirven, por ejemplo, de procedimientos convencionales, como los lazos familiares y regionales, las amistades de vieja data, las dotes carismáticas, la utilización de la astucia práctica y las lealtades basadas en la comisión conjunta de delitos. Las nuevas élites usan mecanismos democráticos para llegar al poder, pero una vez allí se consagran a favorecer unilateralmente intereses particulares, a tolerar los fenómenos de corrupción y, por ende, a desvirtuar la democracia. Hoy en día no practican una violación abierta de las normas legales, pero sí un manejo discrecional de los mecanismos del poder (17). En este sentido la realidad latinoamericana -con las posibles excepciones de Chile y Costa Rica- está muy alejada del paradigma y, sobre todo, de un funcionamiento aceptable de la democracia representativa, liberal y pluralista, y se acerca más bien a la llamada “democracia defectiva o defectuosa”, según la definición de Wolfgang Merkel (18). Como afirmó Ralf Dahrendorf, la nueva clase tecnocrática basada en las tecnologías contemporáneas de la información tiende a exonerarse de todo control genuinamente democrático y a sobreponerse al Estado nacional, a sus regulaciones y su marco de interacción todavía comprensible y controlable (Darendorf, 2003).

Los factores negativos vinculados a estas élites resaltan mediante una comparación con el desempeño integral de las aristocracias tradicionales. Se puede aseverar que después de largos años de transición a la democracia (19), en tierras latinoamericanas el proceso de democratización ha generado notables edificios institucionales que coexisten en curiosa simbiosis con costumbres ancestrales y prácticas cotidianas premodernas, particularistas y hasta irracionales. Muchas veces la democratización y la modernización han servido para revigorizar tradiciones premodernas y, de este modo, hacerlas más resistentes frente a impugnaciones realmente innovadoras. Esta situación no ha podido ser modificada por los artificios de la ingeniería política, hoy tan en boga.

Es por ello conveniente señalar algunas de las características de esta realidad compleja y contradictoria, signada por la polarización en el nivel de ingresos, el deterioro del medio ambiente, el dramático aumento de la inseguridad ciudadana y por una atmósfera de agresividad, tensiones y egoísmo. Además: en los últimos veinte años se han realizado reformas constitucionales de gran envergadura, que no han impedido y ni siquiera mitigado antiguas usanzas burocráticas y prácticas corruptas aberrantes y erráticas.

Por ejemplo: la reorganización del Poder Judicial -la creación de nuevos órganos como el tribunal constitucional, el defensor del pueblo, el consejo de la magistratura y el establecimiento de nuevos códigos- no ha podido alterar sino muy parcialmente las rutinas de venalidad, lentitud e ineficacia que caracterizan los estrados judiciales desde la era colonial española. La modernización de la administración estatal y de las fuerzas de orden público (especialmente de la policía) no ha podido evitar la persistencia de engorrosos trámites y de hábitos irracionales, por un lado, y el aumento espectacular de la inseguridad ciudadana en los últimos tiempos, por otro. Jamás se había discutido tanto sobre temas de medio ambiente (incluidas las cumbres presidenciales y la creación de innumerables instancias consagradas presuntamente a cuestiones ecológicas, como el Ministerio de Desarrollo Sostenible en Bolivia (20)), y nunca se han aniquilado tantos bosques como en los últimos años, es decir después de la llamada Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro de 1992. Nunca se hicieron tantos esfuerzos modernizadores para ampliar y mejorar las autonomías municipales, y jamás se dio una ola similar de corrupción y apropiación privada de fondos fiscales en el ámbito de las alcaldías y regiones descentralizadas. Y estos resultados pertenecen sin duda a la responsabilidad histórica de la élite política tecnocrática.

En contra de la apología neoliberal hay que advertir que las élites modernas en política y economía no han resultado tan extraordinariamente beneficiosas para el conjunto de la sociedad. La mayoría de esos nuevos grupos elitarios surgidos durante las últimas décadas del siglo XX han resultado ser oligarquías autosatisfechas y autoritarias, que sólo poseen una perspectiva histórica de corto aliento. Uno de sus mayores méritos estriba en el saqueo refinado y tecnificado de los fondos públicos. En el imaginario popular hasta las concepciones liberales más razonables se ven vulneradas por las prácticas de las nuevas plutocracias capitalistas (21), prácticas que hubieran sido imposibles sin la estrecha alianza con la élite política. Ambas clases no poseen ni el buen gusto ni la moderación de las aristocracias tradicionales, ni el talento creador del empresariado protestante, ni una visión estructuradora original para toda la sociedad contemporánea. La cleptocracia rusa y las nuevas élites en América Latina deben su éxito a un acceso privilegiado al enflaquecido aparato estatal del modelo neoliberal (pero muy provechoso si se lo sabe exprimir adecuadamente), al control del Poder Judicial (para evitar ser sometidas a juicio y castigo) y a un pacto mafioso del silencio (que impide las intrusiones de agentes hostiles al sistema). En América Latina, por ejemplo, las grandes fortunas no se deben, en su inmensa mayoría, a grandes inventos o mejoras tecnológicas o habilidades organizativas excepcionales (como los conocidos casos de Thyssen, Krupp, Siemens, Bosch, Mellon, Rothschild, Gates, etc.). Numerosos empresarios neoliberales son más bien “tiburones al acecho” (Majul, 1997), esperando esquilmar al Estado o al prójimo desprevenido o a ambos.

Con las posibles excepciones de Chile y Costa Rica, una buena porción de las sociedades latinoamericanas percibe los efectos generales irradiados por las nuevas élites tecnocráticas como algo similar a un fraude: la modernidad alcanzada es considerada como insuficiente e imitativa y la democracia practicada es vista como un engaño colectivo. Con cierta seguridad se puede aseverar que las élites políticas contemporáneas se han eximido de una vocación de servicio a la colectividad, se han exonerado de la dimensión ética y jamás alcanzaron una modesta comprensión del horizonte de la estética. Su desdén por el ámbito de la ecología, es decir por la problemática del largo plazo, es proverbial.

Por todo ello se puede afirmar que la contribución de las nuevas élites a la consolidación democrática y a una genuina modernización a partir de aproximadamente 1980 ha resultado ambigua y accidental. Se trata, en realidad, de un tipo de neoliberalismo plutocrático-plebeyo, que, pese a su expansión planetaria, no parece ser un modelo a la altura de los tiempos ni frente a las demandas siempre crecientes del resto de la sociedad.

Las élites tecnocráticas se han destacado en las prácticas corruptas en un grado mucho más elevado que las aristocracias “clásicas” premodernas, sobre todo a causa de su carácter sistemático y tecnificado. Ellas no sólo han conservado importantes elementos de la tradición autoritaria e irracionalista de origen premoderno (como el prebendalismo y el clientelismo), sino que no han sabido generar un liderazgo sólido y duradero basado en criterios de efectividad, previsibilidad y racionalidad. Poseen una visión inmediatista e instrumentalista de toda la esfera política; suponen que la preservación de la situación actual les brinda todavía buenas oportunidades de maniobra, de enriquecimiento y de consolidación del propio estrato social. Estos liderazgos han mostrado ser precarios y proclives a descomponerse (como fue el caso de Alberto Fujimori en el Perú) y fomentan paradójicamente el resurgimiento de regímenes personalistas y caudillistas.

Los políticos tecnocráticos son personas con un nivel cultural bastante limitado y con un horizonte de anhelos muy restringido: pecunia et potestas (22). Precisamente en el marco de la democracia de masas los políticos del presente intentan parecerse a los presentadores de televisión y a los expertos en relaciones públicas, excluyendo todo indicio de intelectualidad, espíritu crítico y responsabilidad social. Sus escasos conocimientos son poco fundados, circunstanciales, fácilmente reemplazables; su máxima habilidad consiste en vender en el momento adecuado y a buen precio esas modestas destrezas a un público ingenuo que tampoco exige gran cosa de ellos. Las élites actuales se comportan como las clases subalternas: ven los mismos programas de televisión que las masas, leen -si es que leen- los mismos periódicos, tienen apego por las mismas normativas y por los mismos gustos estéticos: la diferencia es cosa de cantidad y no de calidad. No es superfluo mencionar que según Hans Magnus Enzensberger la élite política alemana actual está exenta de aspectos como placer, opulencia, generosidad, fantasía, sensualidad, magnificencia, pompas y galas; su máximo lujo es el lujo plástico de las tarjetas de crédito (23). Es un poder frío, burocrático y tedioso. La situación es similar en América Latina.

La opinión pública que podemos llamar esclarecida está asombrada al observar que la mayoría de las personas ahora consagradas a la ideología neoliberal en el seno de la élite política militaron activamente en las antiguas fuerzas pro-estatistas, antidemocráticas e iliberales (24). Han cambiado ciertamente su discurso ideológico, pero siguen siendo la misma capa privilegiada de antaño con su mentalidad inextirpable de servirse eficazmente de los fondos fiscales pero eso sí: ahora con una mejor educación cosmopolita y con inclinaciones tecnicistas (25). Las élites actuales, legitimadas democráticamente, han resultado ser grupos remarcablemente autosatisfechos, arrogantes y cínicos, lo cual no sería tan grave si estos grupos denotaran un mínimo de competencia administrativa, honradez en el desempeño de sus funciones y algo de interés por la estética pública y por la dimensión del largo plazo. Lo que han logrado, y ésto sin duda alguna, es la separación entre moral y política, hecho de gran relevancia en el largo plazo. En América Latina los regímenes democráticos contemporáneos están conducidos por clases dirigentes, cuya competencia técnica, cualidades morales y hasta common sense han resultado ser bienes notablemente escasos. No parece que esta situación vaya a cambiar en el futuro inmediato. Estas carencias tienen su correlato en la ingenuidad, maleabilidad y falta de realismo (expectativas demasiado elevadas) entre las capas sociales medias y bajas de casi todas las sociedades. Esto parece representar uno de los dilemas mayores del siglo XXI.

3. Reflexiones finales

Una vasta desilusión colectiva parece ser la consecuencia de estos procesos, enmarcados en la globalización contemporánea (26). La reforma de los poderes del Estado en términos de rediseño administrativo, equipamiento informático y modificación de organigramas y demás minucias -que constituyen lamentablemente la ocupación central de las modernas élites gobernantes- puede conducir, como aseveró Carlos M. Vilas, al llamado síndrome de Pantaleón: una gerencia aparentemente eficiente al servicio de un orden irracional. “Lo que la historia y la estructura no dan, Harvard no presta” (Vilas, 2001). Esta modernización imitativa y superficial se hace muy evidente en las reformas de los partidos políticos, de la administración pública y de los parlamentos. No es una casualidad que estas élites políticas del presente y sus instituciones más próximas no han producido una obra intelectual original e internacionalmente digna de mención (27). Siguiendo una tendencia que parece ser mundial, la actividad que habitualmente llamamos política se desembaraza de elementos programáticos, se libera de experiencias históricas y se exime premeditadamente de aspectos teóricos y crítico-reflexivos. Es un desarrollo que no presagia nada bueno para la convivencia razonable de los mortales en el futuro. Y lamentablemente la cooperación internacional, incluyendo las fundaciones políticas alemanas, ha hecho una importante contribución para la expansión de esta mentalidad tecnocrática. Lo grave no reside sólo en el hecho de haber echado por la borda los valores cristianos, las tradiciones socialdemocráticas o los principios humanistas del liberalismo primigenio, sino en fomentar una atmósfera ciega frente al ámbito de la ética y la estética y a la dimensión del largo plazo.

Los principios generales de eficacia y transparencia, de que ahora hacen gala los gobiernos neoliberales, sobre todo frente a los organismos internacionales, se refieren exclusivamente a una racionalidad instrumental, es decir a los métodos, las herramientas y los procedimientos utilizados en el aparato estatal, pero rara vez a los fines últimos a los que el Estado debería aspirar. Esta visión operativa, o más claramente: tecnicista del quehacer estatal, fomenta en última instancia la tendencia a que los verdaderos (28) objetivos del accionar gubernamental permanezcan los convencionales: en nombre de la tecnificación del Estado se consigue una perpetuación del bloque habitual de poder y la conservación de antiguos intereses elitarios. La capacidad de protesta del ciudadano actual, transformado en mero cliente, con sus demandas específicas, mensurables y altamente segmentadas, se torna intranscendente. Este reduccionismo procedimentalista, aparentemente purificado de las pasiones tradicionales, reproduce empero las viejas usanzas de la corrupción y del patrimonialismo.

El desprecio por las dimensiones de la moral y la estética y el desdén por los aspectos aristocráticos de la historia y la cultura han generado un igualitarismo muy marcado en el ámbito de las pautas de consumo y comportamiento. Los designios igualitaristas culminan en el régimen menos igualitario que uno puede imaginarse, en la plutocracia. Su peligrosidad se deriva de su carácter engañoso y larvado: el millonario y el político que ven los mismos programas de televisión que sus empleados y subalternos disimulan la inmensa concentración de poder que tienen en manos y encumbren la colosal distancia que existe entre élite y masa. Como lo vislumbró Alexis de Tocqueville, donde impera la privatización de lo social y donde el dinero se transforma en el único criterio de éxito y distinción (es decir: en la evidencia de una vida bien lograda), allí emerge la posibilidad del totalitarismo moderno y el tedioso uniformamiento de la existencia colectiva (29).

Notas 

1. Cf. la obra clásica: T. B. Bottomore, Elites and Society, Londres: Penguin 1967; un buen resumen: Peter Waldmann, Elite / Elitetheorie (Elite / Teoría de élites), en: Dieter Nohlen (comp.), Kleines Wörterbuch der Politik (Pequeño léxico de política), Munich: Beck 2002, pp. 73-77. 

2. José Luis de Imaz, Los que mandan, Buenos Aires: EUDEBA 1964; Jorge Federico Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna: formación y características, Buenos Aires: CISEA / GEL 1988; Germán José Bidart Campos, Las élites políticas, Buenos Aires: EDIAR 1977.

3. Cf. Maurice Zeitlin / Richard Earl Ratcliffe, Landlords and Capitalists. The Dominant Class of Chile, Princeton: Princeton U. P. 1988.

4. Cf. Roderic Ai Camp, Los líderes políticos de México, México: FCE 1984; Francisco J. Morales Camarena, La tecnocracia en México: las actitudes políticas de los funcionarios públicos, México: Colegio Nacional de Ciencias Políticas 1994; Juan D. Lindau, Los tecnócratas y la élite gobernante mexicana, México: Mortiz 1992; Jaime Ramos, Los de arriba: la cultura y ejercicio  del poder entre los mexicanos, México: Planeta 1993; Roderic Ai Camp, Mexico’s Mandarins: Crafting a Power Elite for the Twenty-First Century, Berkeley: California U. P. 2002; y el brillante ensayo de Gina Zabludovsky, Género y poder. La participasción de las mujeres en las élites políticas y económicas, en: TRAYECTORIAS. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Monterrey), vol. VI, Nº 15, mayo-agosto de 2004, pp. 50-62.

5. Cf. Seymour Martin Lipset / Aldo Solari (comps.), Elites in Latin America, New York: Oxford U. P. 1967; E. Bradford Burns / Thomas E. Skidmore, Elites, Masses and Modernization in Latin America 1850-1930, Austin: Texas U. P. 1979.

6. Sobre los complejos vínculos entre los intelectuales y el poder cf. Carlos M. Rama (comp.), Los intelectuales y la política, Montevideo: Nuestro Tiempo 1968; Maria Susana Arrosa Soares (comp.), Os intelectuais nos processos políticos da América Latina, Porto Alegre: Editora da Universidade Federal do Rio Grande do Sul 1985; Wilhelm Hofmeister / H. C. F. Mansilla (comps.), Intelectuales y política en América Latina. El desencantamiento del espíritu crítico, Rosario: Homo Sapiens / Konrad-Adenauer-Stiftung 2003.

7. El aristócrata que se dedica a la política vive para ella y no de ella.- Max Weber, Politik als Beruf (Política como profesión) [1919], Berlin: Duncker & Humblot 1958, p. 15 sq.

8. Para una apreciación más diferenciada de este complejo tema cf. Peter Bachrach (comp.), Political Elites in a Democracy, New York: Atherton 1971; Peter Bachrach, The Theory of Democratic Elitism. A Critique, Washington: University Press of America 1980; Günter Endruweit, Elite und Entwicklung. Theorie und Empirie zum Einfluss von Eliten auf Entwicklungsprozesse (Elite y desarrollo. Teoría y empiria sobre la influencia de las élites en los procesos de desarrollo), Frankfurt / Berna: Lang 1986; John Higley / Richard Günther, Elites and Democratic Consolidation in Latin America and Southern Europe, Cambridge: Cambridge U. P. 1992; y para el caso latinoamericano cf. el número monográfico dedicado al tema: “Elites y democracia”, en: METAPOLITICA (México), vol. 5, Nº 19, julio-septiembre de 2001.

9. Cf. Dora Cajías et al. (comps.), Visiones de fin de siglo. Bolivia y América Latina en el siglo XX, La Paz: IFEA etc. 2001; Fernando Campero Prudencio (comp.), Bolivia en el siglo XX. La formación de la Bolivia contemporánea, La Paz: Harvard Club de Bolivia 2000.

10. Pensar en largos periodos temporales es, por ejemplo, el arquetipo del principio de responsabilidad: es la obligación más relevante y digna, puesto que esta concepción de totalidad, que abraza la dimensión del futuro, está dirigida hacia la naturaleza y nuestros descendientes.- Hans Jonas, Das Prinzip Verantwortung. Versuch einer Ethik für die technologische Zivilisation (El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica) [1979], Frankfurt: Suhrkamp 1984, p. 85, 189 sq., 197.

11. Max Horkheimer / Theodor W. Adorno, Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente (Dialéctica del iluminismo. Fragmentos filosóficos), Amsterdam: Querido 1947, p. 158.

12. En un texto poco conocido, Lord Ralf Dahrendorf se pregunta porqué la Gran Bretaña fue inmune a las seducciones del fascismo, el nacionalismo y el comunismo, y encuentra una respuesta parcial en la pervivencia de prácticas premodernas e instituciones aristocráticas en aquella nación durante una buena parte del siglo XX.- Ralf Dahrendorf, Widersprüche der Modernität (Contradicciones de la modernidad), en: Max Miller / Hans-Georg Soeffner (comps.), Modernität und Barbarei. Soziologische Zeitdiagnose am Ende des 20. Jahrhunderts (Modernidad y barbarie. Diagnóstico sociológico hacia fines del siglo XX), Frankfurt: Suhrkamp 1996, p. 197 sq.

13. Desde diferentes ángulos cf. Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas 1943-1973, Buenos Aires: Ariel 2001; Félix Luna, Perón y su tiempo, Buenos Aires: Sudamericana 1986 (3 vols.); Raanan Rein, Populismo, peronismo y política. Argentina 1943-1955, Buenos Aires: Belgrano 1998; Mariano Plotkin, Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista 1946-1955, Buenos Aires: Ariel 1993.

14. Sobre las diferencias y los matices de lo que puede entenderse por políticas neoliberales cf. Harald Barrios, Über den Neoliberalismus hinaus. Vier Thesen zur aktuellen Debatte um Entwicklungstheorien und  -praxis in Lateinamerika (Allende el neoliberalismo. Cuatro tesis sobre el debate actual en torno a la teoría y la praxis del desarrollo en América Latina), en: Manfred Mols / Rainer Öhlschläger (comps.), In Vorbereitung auf das 21. Jahrhundert: Lateinamerikas Entwicklungserfahrungen und  -perspektiven (En preparación para el siglo XXI: las experiencias y perspectivas latinoamericanas de desarrollo), Frankfurt: Vervuert  2000, pp. 45-63.

15. Con respecto a esta temática en el ámbito andino cf. Catherine M. Conaghan, Technocrats, Capitalists and Politicians: Economic Policy-Making in Redemocratized States (Bolivia, Ecuador, Peru), Washington: The Kellogg Institute 1987, passim.

16. Sobre la auto-imagen de las élites tecnocráticas cf. Joaquín Lavín, La revolución silenciosa, Santiago de Chile: Zig-Zag 1988; con tendencia populista cf. Eugenio Tironi, La irrupción de las masas y el malestar de las élites. Chile en el cambio de siglo, Santiago de Chile 2000.

17. Cf. Wilhelm Hofmeister, Introducción, en: Wilhelm Hofmeister (comp.), “Dadme un balcón y el país es mío”. Liderazgo político en América Latina, Río de Janeiro: Fundación Konrad Adenauer 2002, p. 12.

18. Wolfgang Merkel, Defekte Demokratien (Democracias defectivas), en: W. Merkel / Andreas Busch (comps.), Demokratie in Ost und West. Für Klaus von Beyme (Democracia en Oriente y Occidente. Para Klaus von Beyme), Frankfurt: Suhrkamp 1999, pp. 361-381.

19. Es ya inmensa la literatura e.xistente sobre los procesos de democratización en América Latina. Uno de los aportes más importante es el de Martín Lauga, Demokratietheorie in Lateinamerika. Die Debatte in den Sozialwissenschaften (La teoría sobre la democracia en América Latina. El debate en las ciencias sociales), Opladen: Leske + Budrich 1999.

20. Cf. Fernando Calderón / Christian Jetté, Elites en la globalización. La experiencia boliviana, en: Claudio Maggi / Dirk Messner (comps.), Gobernanza global. Una mirada desde América Latina, Caracas: Nueva Sociedad 2002, pp. 349-368

21. Sobre el rol nefasto de estas nuevas élites y su carácter antiliberal (pese a que representan los máximos usufructuarios del modelo neoliberal), cf. Alberto Benegas Lynch (h.), Las oligarquías reinantes, Buenos Aires: Atlándida 1999.

22. Poder y dinero conforman desde la Antigüedad clásica los valores normativos de los políticos que exhiben propensiones anti-aristocráticas y dicen representar los intereses de grupos emergentes de los estratos medios y bajos.

23. Hans Magnus Enzensberger, Mittelmass und Wahn. Gesammelte Zerstreuungen (Mediocridad y delirio. Distracciones reunidas), Frankfurt: Suhrkamp 1991, p. 128 sq., 263, 271.

24. Cf. para el caso chileno: Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, Los intelectuales-políticos chilenos. Un caso de protagonismo equívoco continuo, en: Hofmeister / Mansilla (comps.), op. cit. (nota 7), pp. 171-197 (“Del avanzar sin transar al transar sin parar”).

25. Cf. para el caso argentino: Hugo Quiroga, Intelectuales y política en la Argentina. Notas sobre una relación problemática, en: Hofmeister / Mansilla (comps.), op. cit. (nota 7), pp. 199-228.

26. Cf. el importante ensayo de Manfred Mols, Bemerkungen zur Globalisierung in Lateinamerika (Notas sobre la globalización en América Latina), en: Manfred Mols / Rainer Öhlschläger (comps.), Lateinamerika in der Globalisierung (América Latina en la globalización), Frankfurt: Vervuert 2003, pp. 11-21.

27. Edmundo Urrutia, La subjetividad desdichada de los intelectuales guatemaltecos, en: Hofmeister / Mansilla (comps.), op. cit. (nota 7), p. 95.

28. Verdadero: lo que persiste a largo plazo.

29. Alexis de Tocqueville, Der alte Staat und die Revolution, (El antiguo régimen y la Revolución) [1856], Reinbek: Rowohlt 1969, p. 12, 100.

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