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Revista Venezolana de Gerencia

versión impresa ISSN 1315-9984

Revista Venezolana de Gerencia v.10 n.31 Maracaibo sep. 2005

 

Hacia un ideal práctico para sentir y vivir lo que es la Universidad*

Álvaro B. Márquez-Fernández**

** Profesor emérito de LUZ. Investigador acreditado en el Programa de Promoción al Investigador (PPI).

Es un honor para mí poder pronunciar algunas palabras de agradecimiento y otras de compromiso personal y colectivo, en nombre de los presentes colegas laureados.

Podríamos destacar la importancia de un acto de esta naturaleza de varias maneras, algunas festivas y otras más reflexivas.

La gaitería y el son bullanguero que caracteriza al gentilicio maracaibero es suficiente garantía de que apenas concluido este acto protocolar, alguna rima, verso o chiste, marcará de un magnífico folclore una memoria que siempre se recrea en su tradición.

Entonces, anticipado el modo festivo de las conmemoraciones que con tanta pasión cultivamos, aprovechemos unos pocos minutos y este selecto auditórium para decir que a mi juicio este es otro encuentro más, que nos convoca a profundizar nuestra reflexión sobre el presente y futuro del país y a construir auténticas prácticas académicas que le den mayor forma y contenido a esa universidad que todos deseamos.

Es en estos momentos tan particulares de la vida académica, cuando más nos hacemos de una conciencia muy concreta de lo que somos, por dónde vamos y para qué laboramos. Representamos de alguna manera sin falsa modestia, a una élite intelectual en cuyas manos está la responsabilidad de investigar para hacer de la universidad una revolución permanente de conocimientos, porque de ninguna otra manera podemos estar presentes en la universidad del s. XXI. Por cumplir con ese reto diario es que cada uno de nosotros está aquí en este lugar de honor donde nos aliamos en una sola comunidad.

En ese sentido debemos hacer cada vez más compatibles las relaciones entre Estado y Universidad: es necesario afinar desde otros puntos de vista el valor estratégico que representa para el Estado la investigación científica y humanística en la producción y socialización del conocimiento; pero también, el rol de integración política y cívica que debe y puede cumplir la universidad en la sociedad venezolana.

Estos son dos asuntos que deben convertirse en objetivos compartidos entre el Estado y esta institución de generación de conocimientos y formación de ciudadanía, que es la universidad pública y autónoma. Hoy más que antes, debemos entender y reconocer el correlato entre estos dos objetivos y los actores sociales que dirigen los procesos históricos: ni el uno ni la otra obtienen por sí mismos un legítimo consenso sino son capaces de justificar, identificar y proyectar un presente y un futuro compartido.

Se trata precisamente de esto: subrayar el rol protagónico que debe jugar el gobierno nacional a favor de una educación superior del más alto nivel, y la impostergable respuesta que debe ofrecer a los diversos conflictos y problemas que se han generado desde hace cierto tiempo a causa del complejo desarrollo organizacional y funcional tan poco articulado que viven las universidades públicas. Realidad que requiere de una evaluación más equitativa a la vez que de un diagnóstico crítico mucho más razonable.

Es prematuro presagiar, contrariamente a las opiniones de algunos sectores de la sociedad civil e incluso académicos, el ocaso de las universidades públicas. La significación y pertinencia social de nuestras universidades está en su continua autotransformación. Todos los que hemos logrado acceder al PPI, y los que están en víspera de hacerlo, representamos un porcentaje in crescendo del alma mater de una universidad cada vez más contemporánea y abierta a la diversidad y la pluralidad.

En este acto celebramos el reconocimiento intelectual -y parcialmente económico, a una de esas labores que se ha venido convirtiendo en muy poco tiempo; posiblemente, en el primer indicador de desarrollo y productividad de las ciencias naturales, experimentales y sociales de este país: la investigación.

Este indicador que también está soportado por otros elementos de interacción que no es el caso nombrar, es el eje central de este Programa Nacional de Promoción del Investigador (PPI), que tantísimo valor agregado le está aportando a la universidad, al Estado, y a esta sociedad de la que todos formamos parte. Todavía, como es obvio, el PPI continua perfeccionando aquellos instrumentos cualitativos y cuantitativos que respondan a las expectativas personales y a las competencias profesionales de quienes están en el programa y de quienes aspiran a formar parte de él. Pero ese es un asunto de gerencia que no podemos atender en esta ocasión.

Más que cifras y porcentajes, categorizaciones y jerarquizaciones en la movilidad de niveles entre catedráticos eméritos y noveles, lo que me interesa destacar en esta oportunidad es que en el panorama de las ciencias sociales del país, la investigación científica que se desarrolla en las universidades comienza a tener cierta relevancia en la toma de decisiones y eso nos ha permitido situarnos en un plano de la interacción pública donde nosotros también somos capaces de actuar.

Todavía es mucho el camino que tenemos por andar; sin embargo, quienes creemos en la Universidad tenemos un buen punto de partida y nos deslindamos de esa “verborrea indigesta” de quienes hablan de la universidad sin tener la menor idea de lo que dicen aunque si por qué lo dicen. Limpiar el discurso de los ideologismos y los clichés academicistas de la política de partido, es una tarea de profilaxis que la gran mayoría terminará por agradecer. La Universidad debe aclararse desde ella misma, desde sus propias facultades mentales y físicas. Lo contrario supone contradicciones e incongruencias.

Entonces, hablar de la Universidad desde el epicentro en que ella crea sus propios espacios gravitacionales nos permite situarnos en una relación de fuerzas innovadoras y creadoras entre quienes trabajan para que la Universidad, igual que cualquier órgano vivo, crezca y se desarrolle a partir de la investigación, la docencia, la extensión y las publicaciones. Son ejes que articulan un solo movimiento de sinfonía y armonía a los cuales se les debe dar un programa coherente de intersección y acciones muy específicas.

El equipo humano que se requiere para esta tarea debe ser muy calificado y poseedor de las mejores credenciales. La Universidad de la meritocracia es la Universidad a la que aspiramos. El no haber cumplido con ese elemental y jerárquico principio es lo que nos ha puesto a contemplar con tanta impotencia parte de la Universidad que tenemos y que obviamente no deseamos.

Demás está decir que este esfuerzo representa grandes dosis de sacrificios intelectuales y personales que pueden desanimar en ciertos momentos. Sin embargo, en eso consiste esa tarea que no cesa de desafiarnos en el día a día de todos los días.

Hablamos de un proyecto de universidad y de Estado que requiere, repito, no solamente voluntades sino también de mucha inteligencia y compromiso, lealtades y estrategias para alcanzar objetivos, logros y beneficios. El discurso y la filosofía de la universidad que pregonamos, se irá consolidando en la medida que se logren resolver problemas particulares de cara a un Estado y una sociedad que le sirve de entorno y que nunca cesarán de presionar sobre nuestras responsabilidades.

Son muchos frentes que hay que asumir. En este momento casi todos muy problemáticos y conflictivos, pero para responder a esto está cada uno de nosotros aquí: voluntades personales con capacidad para generar liderazgo, tener la visión de conjunto y subconjunto, saber cómo es que se deben analizar las relaciones entre los hechos y tomar con propiedad las decisiones dentro de un orden de normas que deberían privilegiar la calificación y las competencias para el ejercicio de las funciones, que en muchos casos excede las premisas de cualquier manual de burocracia. Necesitamos contar con la solidaridad de la comunidad universitaria ya que la finalidad de todo poder democrático es consensuar y persuadir.

Tener un discurso y una filosofía, es mucho más importante que una pléyade de adeptos subordinados. Eso de nada vale ni sirve. El tiempo siempre lo ha demostrado. Se trata de elevar la calidad de la Universidad desde la calidad personal e intelectual de sus miembros. Eso se logra con una política de formación de primera línea en las Maestrías, Doctorados y Post-Doctorados. En alentar los proyectos de investigación que allí se desarrollan, para que se nutra el pregrado de sus resultados. La mejor reforma curricular y académica debe pasar por esta simple filosofía de la acción innovadora de la Universidad, e implementar los recursos necesarios para que esto se haga realidad en un tiempo perentorio.

Es necesario abrir la Universidad mucho más al sector público y privado, generar convenios de intercambios mucho más puntuales. Hacer un estudio en profundidad de las necesidades inmediatas y sus proyecciones a corto, mediano y largo plazo. Es determinante la planificación y la evaluación. Hemos asumido el compromiso de pertenecer a una comunidad, como cualquier otra, que implica deberes y obligaciones que valen para todos.

La Universidad (universitas) que necesitamos es la que siempre deberíamos desear.

Ninguna otra cosa es más importante que esa Universidad utópica que todos tenemos en la mente, la que siempre nos inspira y nos abre desde el presente nuestro espíritu aventurero. El auténtico espíritu de quien anhela descubrir; que se hace las preguntas más trascendentes y compromete todo descubrimiento con el contexto de la realidad.

Esa Universidad también es una posibilidad real en la medida que la utopía siempre está, inevitablemente, proyectada desde una condición humana que la inspira y le da sentido. Eso nos crea una visión de conjunto entre los ideales y las realidades; también, de cuáles debieran ser las mejores condiciones para propiciar el desarrollo de esa universidad pensada como una realidad existencial particularmente concreta con la que podamos ser identificados.

Debiera prevalecer en todos nosotros los universitarios, especialmente en los académicos, un cierto tipo de conciencia de ser y estar, suficientemente referida a intenciones y acciones que nos conviertan con toda legitimidad en una comunidad de saberes.

Sin esta conciencia de nosotros y de lo que somos es muy poco probable que la Universidad como un todo articulado, se encuentre a sí misma en un espacio intersubjetivo que le permita adquirir su forma y su contenido, entre unos y otros.

La Universidad no es una visión más del mundo (cosmos), entre otras. Es la más universal (universalis) de la que no es posible prescindir. De esta condición de universalidad se vale la Universidad para permanecer a través del tiempo, sin ella es muy poco probable su sobrevivencia.

Entonces, me parece que la Universidad siempre debe mantenerse al día pues nunca es tarde para pensar y repensar lo que ella debe ser desde sus fines y sus objetivos: de éstos no sólo ella depende como institución sino también quienes hemos asumido a la universidad como una forma de vida permanente y continua. Es un hecho el deber que tenemos de repensar filosófica y políticamente una Universidad donde se nos brinde la oportunidad de desarrollar un pensamiento ético y dialógico volcado hacia unos intereses colectivos que nos permitan validar los principios de la justicia, la igualdad y la libertad, con el fin de garantizar de este modo derechos humanos suficientes para que todos los individuos se puedan realizar desde sus particularidades sociales.

La Universidad impregna a la sociedad y al Estado de una auténtica cosmovisión de la existencia humana y nos sitúa frente a una Historia presente que somos capaces de interpretar.

Una Universidad puesta al día, es una universidad que se construye todos los días y más de una vez con algunas de sus noches. Es un esfuerzo en conjunción, donde ese todo del que formamos parte debe alcanzar su mejor representación en cada uno de quienes somos la unidad del todo que nos hace sus partes.

Es decir, estamos asociados por medio de un sistema de relaciones que nos implica y continuamente nos reorienta en la búsqueda de un futuro que parte de un presente compartido y convivido. Lo contrario es suponer que la Universidad se desplaza sobre su propia inercia o por una naturaleza superior que la anima. En absoluto, es la comunidad académica la que le imprime e impulsa a la Universidad su destino germinal: en eso todos deberíamos haber alcanzado un acuerdo en común.

La universidad germinal es pragmaticista y creadora, crítica e innovadora, liberada de los dogmas y confesa de las incertidumbres, amante de la hermenéutica y la dialéctica. Es una universidad abierta a la diferencia y la pluralidad, la tolerancia y la paz, el consenso y la argumentación de cada uno de los que forman parte de la comunidad académica.

Esta visión compleja y holística, nos habla muy bien de la universidad que ha devenido a través de la historia hasta el presente, y de lo que hoy día es lo más representativo de la universitas: su espíritu y conciencia emancipadora.

Siempre es posible y factible hablar de la Universidad que deseamos. Llegar a hacernos en lo que ella debería ser, nos compromete con una forma de actuar en y para la universidad que requiere de una voluntad estoica y eudemonista, que nos permita pensar, sentir y vivir felizmente de más en más nuestra condición de universitarios; es decir, ésa con la que profesamos la verdad y el valor de los saberes.

A todos ustedes mis felicitaciones!

Muchas gracias.

Nota:

* Discurso pronunciado el 3 de junio de 2005 en acto de reconocimiento a los investigadores de la Universidad del Zulia (LUZ), organizado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, la Fundación para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología Región Zuliana (FUNDACITE) y LUZ.