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Investigación y Postgrado
versión impresa ISSN 1316-0087
Investigación y Postgrado v.19 n.2 Caracas jul. 2004
Nación y Nacionalismo en el debate teórico e historiográfico de finales del siglo XX.*
* Ponencia presentada en el III Congreso Internacional de Historiadores Latinoamericanistas. Pontevedra, Galicia, España. 22 al 26 de octubre de 2001.
Reinaldo Rojas
(UPEL-IPMAR)
Reinaldo Rojas
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Doctor en Historia. Premio Nacional de Historia (1992). Premio Continental de Historia Colonial de América Silvio Zavala, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México (1995). Miembro del Sistema de Promoción del Investigador PPI nivel 1 del CONICIT desde 1997. Actualmente coordina el Núcleo de Investigación en Historia Social de la Educación y la Pedagogía y el Programa Interinstitucional de Doctorado en Educación UCLA-UNEXPO-UPEL con sede en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto (Venezuela).Correo electrónico: eneal@cantv.net // rrojas@e.ipb.upel.edu.ve
Resumen
El presente trabajo ha sido elaborado con el propósito de presentar una síntesis parcial acerca del estado actual del debate que sobre los temas de la nación y el nacionalismo se ha venido desarrollado en el campo de la historiografía y las ciencias sociales, en las dos últimas décadas del siglo XX. En ese sentido, después de ubicar el debate en el contexto de la desaparición del campo socialista, avance de la globalización económica y auge acelerado de la revolución tecnotrónica y de la información, se estudian los diversos factores que han venido incidiendo en el despertar de los nacionalismos y crisis del estado Nacional contemporáneo, a través de aquellos autores que desde diferentes perspectivas teóricas e ideológicas, han planteado renovados enfoques de abordaje del hecho nacional. Partiendo de los antecedentes ideológicos del siglo XIX y del debate marxista de las primeras décadas del siglo XX, se analizan los planteamiento expuestos en diversas obras por historiadores como Eric Hobsbawm, Pierre Vilar, Benedit Anderson, Ernest Gellner, Pierre Fougeyrollas y Etienne Balibar, para culminar con una aproximación al hecho nacional en América Latina y el Caribe, visto como problema histórico social, político y cultural, proponiendo la apertura de un debate historiográfico que sobre la realidad de la construcción de identidades regionales pueda dar paso a la construcción permanente de una idea de nación para nuestro continente.
Palabras clave: historiografía universal; nación y nacionalismo.
NATION AND NATIONALISM IN THE THEORY AND HISTORIOGRAPHY OF THE TWENTIETH CENTURY FINAL YEARS
Abstract
This research has as purpose a partial synthesis on the actual debate about nation and nationalism that has developed in the fields of historiography and social science in the last two decades of the twentieth century. After setting the debate in the context of the demise of socialism, the advancement of the economic globalization and the accelerated growth of tecnotronic and the information revolution, different factors are being studied that have had a strong influence in the awakening of nationalisms and the contemporary national state crisis through those authors that, from different theoretical and ideological perspectives have set renewed points of view of the national fact. Starting with the ideological antecedents of the XIX century and of the Marxist debate of the first decades of the XX century, the statements of different authors and their works such as Eric Hobsbawm, Pierre Vilar, Benedit Anderson, Ernest Gellner, Pierre Fougeyrollas and Etienne Balibar have been analyzed to finish with an approximation to the national fact in Latin America and the Caribbean area, all of it framed as a socio-historic, political and cultural problem that proposes the opening of a historiography debate about the real construction of regional identities that can really be a certain path for the permanent construction of an idea of nation in our continent.
Key words: universal historiography; nation; nationalism.
Nación, nacionalismo y estado nacional en la era de la globalización y del neoliberalismo
En esta era de globalización económica, de pensamiento único, revolución de la información, fin de la historia, postmodernidad y crisis ecológica, el tema de la nación, de los nacionalismos y del estado nacional ha sido una de las dimensiones de lo político más duramente criticadas por su carácter conservador y regresivo. El sentido de lo nacional se aprecia como una conducta colectiva anclada en el pasado, cuando se supone que el mundo se encamina hacia la creación de un espacio económico y cultural de integración planetaria, el nacionalismo es condenado como una actitud proclive al fanatismo, al terrorismo y caldo de cultivo de los fundamentalismos religiosos en aquellos pueblos que aún permanecen dominados por una mentalidad primitiva de odio y rechazo a todo lo que significa progreso y civilización. El estado nacional se asume, en este contexto ideológico, como obstáculo a la creación necesaria y natural de un mercado único mundial donde la concepción de un estado guardián del bienestar colectivo da paso a un estado mínimo, comprometido apenas en mantener el orden interno de los países, pero en una relación de minusvalía y dependencia frente a la economía y disuelto como un actor más en las redes complejas que integran a la sociedad en su conjunto.
Cinco ideas fuerza, indiferentemente asumidas por izquierdas y derechas que se acuerdan en la viabilidad de una tercera vía social-liberal, dan forma al nuevo discurso político de fines de siglo, según Riccardo Petrella (1999), profesor de la Universidad Católica de Lovaina:
1. La primacía del individuo, innovador, consumidor y productor. "La sociedad -expone Petrella- está fundada sobre transacciones económicas, donde cada individuo busca, por el intercambio de tiempos, conocimientos, bienes y servicios, minimizar los costos y maximizar los beneficios" (p. 3).
2. En una situación donde, en lugar de normas generales, sólo cuentan los procedimientos autodefinidos y cambiantes, el modelo que permite la optimización de las transacciones es el mercado. La sociedad se reduce al mercado. "La sociedad de mercado y no solamente la economía de mercado -recuerda Petrella- son considerados como la forma natural de la organización y regulación de la ciudad".
3. El mercado realiza la verdadera justicia social por la equidad. Citando el pensamiento de John Rawls y su "teoría de la justicia", Petrella señala a este respecto:
Contrariamente al estado de bienestar, presentado como un factor de injusticia porque su política redistributiva penaliza la iniciativa individual, la sociedad de mercado sería profundamente justa. Permitiendo a todo individuo entrar en la concurrencia, ella da en efecto la posibilidad de tomar a su cargo, de asegurar su bienestar a través de sus propias iniciativas y por su creatividad.
Esta concepción valoriza al infinito la responsabilidad individual frente al trabajo y coloca el principio de equidad como acceso, por encima del principio de justicia.
4. La empresa privada es la organización que en la "sociedad de mercado", asegura mejor la coordinación de las transacciones en la concurrencia y permite la distribución más justa y equitativa de costos y beneficios en el mercado mundial.
5. El capital es la fuente del valor y la medida de todo bien y servicio material o inmaterial, incluida la persona humana. "Reducido a la calidad de recurso humano el individuo no es más que un valor, si no deja de ser rentable".
En este marco ideológico, lo político se diluye y todos aquellos procesos dominados por la dinámica de lo nacional dejan de ser significativos e importantes. Por ello, volver al estudio de lo nacional significa retomar el debate de lo público, del papel del estado en el nuevo contexto de mundialización económica y de los nacionalismos como movimientos portadores de aspiraciones de identidad de los pueblos, que no deben ser condenados de por sí como factores de atraso y desestabilización.
Eric Hobsbawm (2000) en su libro Entrevista sobre el siglo XXI, señala dos aspectos del debate que pueden orientar una pesquisa hacia el pasado: frente a situaciones tan actuales como el conflicto bélico en Los Balcanes, en el que se han exacerbado todos los fundamentalismos étnicos y religiosos bajo el ropaje de lo nacional, se recuerda la necesidad de diferenciar los dos grandes significados del término "estado-nación". Como "estado territorial", surgido de la Revolución Francesa y definido por la soberanía política en el marco de una constitución y unas leyes, y como "estado étnico", sustentado en el principio de que cada estado-nacional debe corresponderse con una nación en un espacio territorial determinado, quedando cualquier otra nacionalidad que haga vida en ese territorio como una minoría sin derecho a intervenir en los asuntos del estado.
Es a partir de esta diferenciación que entra en escena el problema del nacionalismo como fuerza ideológico-política que ha creado o inventado la nación, y en cuyo marco de referencia aparecen los "mitos nacionales" y su papel en la construcción de la idea de nación. Para Hobsbawm (2000):
...En la última parte del siglo XX, en una época de cambios e inseguridad constante, el temor de que el mañana no sea igual al ayer, la necesidad de valores permanentes, de rasgos fundamentales, adquiere una gran importancia psicológica, y no sólo para los individuos sino también, e incluso más, para la comunidad (p. 45).
La nación y el nacionalismo, si bien son valores que vienen del pasado, tampoco dejan de ser factores fundamentales en el acontecer presente que define el futuro. En consecuencia, no pueden soslayarse en el estudio y comprensión del presente, colocando la contradicción global-local-regional como el espacio de confluencia y resolución de los nuevos conflictos territoriales y políticos.
El otro aspecto, es el relativo a la tendencia a subestimar lo político frente a lo económico y tecnológico. Para Hobsbawm (2000), la globalización es un proceso que no se puede aplicar a la política. "Podemos tener una economía globalizada, podemos aspirar a una cultura globalizada, tenemos ciertamente una tecnología globalizada y una ciencia globalizada; pero de hecho, políticamente hablando, el mundo sigue siendo pluralista, dividido en estados territoriales" (p. 61).
Y, efectivamente, un organismo como la ONU obtiene su poder representativo de los estados signatarios, mientras que las posibilidades legales y legítimas de que una sola autoridad global desempeñe, a la vez, funciones políticas y militares eficaces son hoy igual a cero. Sin embargo, habría que seguir muy de cerca el posicionamiento de los Estados Unidos en la década de los 90 como una verdadera "hiperpotencia", en la que se han venido concentrando -tal como lo ha destacado el Ministro francés de Relaciones Exteriores, Hubert Védrine- los cinco dominios esenciales de una potencia: el poder político, económico, militar, tecnológico y cultural (Ramonet, 2000). Esta realidad se puede apreciar más claramente cuando se evalúa el funcionamiento de organismos supranacionales como la ONU frente a conflictos nacionales como los de Yugoeslavia, Irak y, actualmente Afganistán, donde prácticamente el interés nacional de los Estados Unidos ha estado por encima de los mecanismos que salvaguardan el ordenamiento jurídico internacional, que -no hay que olvidarlo- se fundamenta en el principio liberal de que la soberanía reside en la nación.
En ese mismo sentido, y ante estos cambios de hecho, cabría preguntarse finalmente de qué nuevo estado territorial se trata en la era de la globalización, cómo van a expresarse las identidades locales, regionales y nacionales en lo que respecta a la construcción de sentidos de pertenencia en este contexto de mundialización de los intercambios materiales y simbólicos, en fin, cómo recuperar el papel de la ciudadanía como valor público y centro de la idea de nación moderna como comunidad política.
Ahora bien, frente a los acontecimientos que conmueven al mundo político internacional, también es necesario preguntar si el estado nación étnico sobrepasará en esta atmósfera de caos e incertidumbre al estado nación territorial, ya superado en los campos de la economía, la cultura, la ciencia y la tecnología por los efectos de la globalización. Ese es el debate sustantivo que determina, a nuestro juicio, el retorno de la "cuestión nacional" en el tiempo presente, como problema histórico, político y, por ende, como problema historiográfico. A continuación se revisan los escenarios de ese debate.
La "cuestión nacional" como problema histórico, historiográfico y político
El primer aspecto a destacar al abordar una necesaria revisión de la conceptualización de lo nacional es el que plantea Benedit Anderson en su libro Imagined Communities. Reflections of the Origin and Spread of Nationalism (1983/1997), cuyo subtítulo remite al estudio del origen y difusión del nacionalismo.
Para Anderson, y al contrario de una apreciación de Hobsbawm en el sentido de que la "era del nacionalismo" se acerca a su fin, "la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo" (p. 19). En segundo término, es evidente la inexistencia de una "teoría científica de la nación" aunque el fenómeno ha existido y existe como tal. Para el marxismo, que es la corriente de pensamiento que más ha estudiado sistemáticamente el tema, se trata prácticamente de un fracaso en la elaboración de una "teoría del nacionalismo". Por otro lado, existe suficiente evidencia empírica de que a partir de la Segunda Guerra Mundial "toda revolución triunfante se ha definido en términos nacionales. Y al hacerlo así se ha arraigado en un espacio territorial y social heredado del pasado prerrevolucionario" (p. 18). Nación y nacionalismo, siguen siendo, en consecuencia, actores fundamentales del acontecer político contemporáneo, que requieren renovación de su estudio y comprensión.
Para Eric Hobsbawm, en su libro Nations and nationalism since 1789. Programme, Myth, Realithy (1992):
1. Se trata de un fenómeno reciente. "El sentido moderno de la palabra, en principio, nos remonta no más allá del siglo XVII, con algunas excepciones precisas" (p. 12). "Se trata de una entidad social ligada a cierto tipo de Estado territorial moderno, el <Estado-nación>" (p. 20).
2. El problema de las definiciones, es que parten del establecimiento de un conjunto de criterios que pretenden reconocer a priori una nación de otras entidades, lo que nos coloca frente a los criterios objetivos (marxistas) y subjetivos (liberales) del problema. En consecuencia, para este autor, "todo grupo suficientemente importante en cuanto al número de sus miembros, que se considere como parte de una misma <nación>, será considerado como tal" (p. 19). En ese sentido, señala Hobsbawm, "para nuestras necesidades del análisis, el nacionalismo es anterior a la nación. No son las naciones las que hacen a los Estados y al nacionalismo; es a la inversa" (p. 20).
3. En consecuencia, la denominada "cuestión nacional", se sitúa en un punto de intersección entre la política, la tecnología y la transformación social (p. 20). Por ello, para abordar su estudio como fenómeno histórico hay que confrontar su construcción, esencialmente desde arriba, por su comprensión desde abajo, "es decir, a partir de hipótesis, esperanzas, necesidades, nostalgias e intereses (...) de las gentes ordinarias" (p. 21).
4. Necesidad de adelantar estudios comparativos. Por ejemplo, la <conciencia nacional> se desarrolla de manera diferente por regiones. Hay que estudiar los procesos de formación y desarrollo de los movimientos nacionales, los cuales pasan por una serie de etapas o fases: a) una primera fase puramente cultural, literaria y folclórica, b) una segunda fase, donde hace aparición un grupo de <pioneros> y militantes de <la idea nacional> y, finalmente, c) el momento donde emerge el programa nacionalista, cuyos promotores van ahora en búsqueda de un sostén de masas (p. 23), dirigido a la creación de un estado nacional.
Ambos planteamientos, colocan a los grupos sociales en una perspectiva más amplia y compleja del hecho nacional. En el campo estrictamente historiográfico, se requiere revisar críticamente la evolución de las teorías de la nación y del nacionalismo, para lo cual podemos separar conceptualmente tres grandes momentos: la era de la Revolución Francesa, la era de la Revolución Socialista y de la descolonización de Asia, África y América Latina en el siglo XX y, a partir de la década de los 90, la era de la globalización económica, desaparición del campo socialista liderado por la URSS y emergencia de los Estados Unidos como la "hiperpotencia" de nuestro tiempo. En cada uno de estos momentos históricos se construyó una idea política de la nación y el nacionalismo contó con un particular piso ideológico, el cual se expresó en un discurso historiográfico del hecho nacional.
En la era de la Revolución Francesa surgen las dos concepciones clásicas de la nación, arriba citadas. La concepción política y la concepción étnica de la nación. La primera nace con la revolución francesa donde se conjuga con el ideal democrático revolucionario. Así lo expresa claramente el cuarto artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: "El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún cuerpo ni individuo puede ejercer la autoridad que no emane de ella expresamente". En ese sentido, para los revolucionarios franceses, la nación es una unión de voluntades, constituida sobre la base de un contrato social del cual resulta la adhesión voluntaria de sus miembros asociados en su condición de ciudadanos libres. La fórmula es clave: la nación se constituye con ciudadanos y por tanto cada cual puede escoger si quiere ser o no ciudadano de una nación.
En 1882, en su conocida conferencia en La Sorbonne, Ernest Renán sintetiza la concepción republicana de la nación al responder con estas palabras a la pregunta, ¿Qué es una nación? La nación -dice- es un plebiscito permanente. En esta concepción, la nación no es algo eterno, sino una entidad política que ha tenido su nacimiento y seguramente tendrá su final. Para Renán, en el caso de las naciones europeas: "La confederación europea, probablemente, los reemplazará" (Winock, 1996, p. 11).
La segunda concepción de la nación es romántica, surgida en Alemania en respuesta a los acontecimientos políticos que impulsa la Revolución Francesa. Más que un hecho histórico, la nación es una realidad natural. Se nace francés o alemán. No se puede llegar a ser francés o alemán por decisión política. Esta noción tiene mucho que ver con el conflicto franco-alemán por el dominio de la Alsacia y la Lorena. Los franceses plantean en primer lugar el principio de la autodeterminación, según el cual, los alsacianos son franceses porque así lo quieren, mientras Alemania opone una identidad nacional por la lengua y la cultura, tal como Herder, Fichte y Schlegel ya lo habían sugerido en diversos estudios como Los fundamentos del Derecho natural publicado por Fichte en 1796 o la obra de Schlegel Sobre la lengua y sabiduría de los indios, publicada en 1808, donde podemos encontrar las bases de la concepción racial, etnográfica, objetivista y natural de la nación que desarrolla Alemania a lo largo del siglo XIX como respuesta al avance ideológico, político y territorial de la Francia revolucionaria (François, 1996, p. 40).
En el fondo se trata de un problema político. La nación se interpreta según estos intereses en conflicto. Más adelante, será, en esencia, un problema político que llevará a la misma derecha francesa, encabezada por Josep de Maistre, Gobineau y Vacher de Lapouge, a alimentar una ideología de determinismo etnográfico de la nación para oponerla a la concepción republicana anterior.
Ya en el siglo XX, habría que señalar en esta tendencia, a los promotores del nacionalismo francés, Maurice Barrès y Charles Maurras, quienes impulsan una visión contrarrevolucionaria y anticontractual de la nación, exaltando la idea de la raza como el fundamento de la nación. Maurras (François, 1996) lo expresa claramente, en el sentido que hoy impera en ciertos conflictos nacionalistas de nuestro tiempo global:
La patria es una sociedad natural, más que absolutamente histórica. Su carácter decisivo es el nacimiento. Nadie escoge su patria, la tierra de sus padres, así como nadie escoge su padre o su madre. Uno nace francés por el azar del nacimiento, como puede nacer Montmorency o Borbon. Se trata, ante todo, de un fenómeno de herencia (p. 10).
Aún en nuestro tiempo, estas dos concepciones nacidas al calor de las realidades políticas, culturales e ideológicas del siglo XIX europeo, se mantienen vigentes en el debate político de fines del siglo XX. Es así como de nuevo están presentes estos conceptos en el conflicto de los nacionalismos europeos, tal como lo refiere Edgar Morin (2000) al tratar el tema de la identidad francesa y de los procesos actuales de conversión del individuo en ciudadano. Para Morin, la construcción de la identidad francesa debe asumirse como el proceso histórico de afrancesamiento de poblaciones no francas desde el reinado de los Capetos, lo cual no implicó la disolución de las identidades provinciales y vino a completarse después de la Revolución de 1789 con la instauración de una escuela laica, gratuita y obligatoria que acompañó la integración jurídica con una integración del espíritu y el alma. De allí la importancia de los sucesos de 1870 alrededor de la guerra franco-prusiana por la Alsacia y la Lorena. Dice Morin (2000):
La polémica franco-alemana sobre la Alsacia-Lorena en el curso del siglo XIX robustece la concepción espiritual de la identidad francesa. Mientras que Alemania considera como suya esta tierra germánica de lengua y de cultura, Francia la reconoce como suya por espíritu y voluntad de adhesión. Esta es la idea voluntarista y espiritualista de Francia que hace suya la Tercera República, y que hace triunfar sobre las ideas de raza, de sangre, de suelo, que le opone el partido antirrepublicano (p. 92).
Como se trata de un proceso de nacionalismo inducido, de nacionalismo asumido como problema de conciencia política, es de fundamental importancia precisar los mecanismos institucionales que se ponen en juego, como la escuela republicana laica y única, como instrumento de afrancesamiento, es decir, como herramienta que construye una idea de nación en la mente de cada niño que luego será el ciudadano de la nación.
En la era de la Revolución Socialista y de la descolonización que siguen a la Revolución de 1917 y a la Segunda Guerra Mundial, será el concepto marxista de la nación el que mayor difusión logrará en el ámbito internacional. ¿Cuál es ese concepto o conceptos elaborados por el marxismo? Antes de la Revolución Rusa de 1917, el término estaba sometido a un profundo e interminable debate. Bauer, Kausky, Lenin, Trosky, Luxemburgo, son los principales nombres que encabezan la discusión marxista de la cuestión nacional a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando emerge junto a este problema, el análisis y comprensión del fenómeno del Imperialismo. Con el triunfo de la revolución bolchevique y el ascenso de Stalin a la dirección suprema de la URSS, es su definición de la nación la que se impone. Recordemos el famoso pasaje que dejó en su obra El marxismo y la cuestión nacional, publicado por primera vez en 1913. Dice Stalin (1976):
Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en una comunidad de cultura (p. 25).
Sólo la presencia de todos estos elementos, observa Stalin, permiten hablar de una nación. Se trata, en consecuencia, de un catálogo de rasgos que permiten evaluar si determinado conglomerado humano, en tiempo y espacio, puede definirse como una nación. Hobsbawm (op. cit.) somete a crítica este concepto que ubica dentro de la corriente objetivista de la nación, la cual pretende reconocer a priori una nación partiendo de la existencia de todos los rasgos objetivos ya señalados y que en la práctica existen de manera combinada en muchos países, especialmente en el caso de la lengua o de las llamadas etnias, que coexisten en estados territoriales que se asumen como nación, apareciendo con ello el problema de las minorías nacionales.
Hobsbawm prefiere señalar que una nación, tal como ella es concebida por el nacionalismo, sólo puede ser reconocida como tal a posteriori, partiendo de la idea de que es el nacionalismo el que construye la idea de nación y el estado territorial el que la institucionaliza. Esta concepción tiene sus efectos historiográficos. Al revisar el caso de Pierre Vilar, se observa que aborda el problema nacional desde la perspectiva marxista, partiendo de su experiencia como historiador en su clásico estudio acerca de La Cataluña en la España moderna, obra publicada por primera vez en 1962 y que está dedicada a la investigación de los fundamentos económicos de las estructuras nacionales.
Para Vilar (1978), el estudio del hecho "nación" es a la vez el análisis de una psicología y el de una estructura, lo cual no puede alcanzarse sino a través de la historia. En el caso catalán, por ejemplo, se trata de un problema histórico donde entra en juego la conformación de España como nación unitaria o como estado multinacional, sin ignorar la necesaria formación de grupos sociales con conciencia de comunidad y la relación del desarrollo de estos agrupamientos con el crecimiento económico. Para Vilar, "el acceso a formas políticas modernas puede tener éxito, fracasos, desaparecer o renacer. Depende de las condiciones internas y externas de su desarrollo", por lo que el problema de los agrupamientos "no puede separarse del problema de los crecimientos" (p. 48).
Más adelante Vilar, en su libro Iniciación al vocabulario del análisis histórico (1980), al analizar el problema de los agrupamientos humanos y de las fluctuaciones del vocabulario en relación con la división espacial de la humanidad, nuevamente retoma el tema de la nación, para señalar lo siguiente en relación con el concepto de Stalin:
Si bien la nación es una comunidad de cultura, es también una categoría histórica característica de la época del capitalismo ascendente.
El historiador debe diferenciar los ritmos del tiempo histórico presentes en la conformación de la nación. Los "hechos" de larga duración (lingüísticos, psíquicos, culturales, territoriales); los "fenómenos" de mediana duración, donde es necesario reconocer el acceso y desarrollo del modo de producción capitalista y los "movimientos y acontecimientos" de corta duración en los que se vinculan las clases sociales, los movimientos nacionalistas en la conformación de un tipo de estado territorial, el estado-nación. El proceso sería nacionalismo-nación-estado-nacional.
Otro estudioso del tema es Ernest Gellner, para quien el nacionalismo es la fuerza político-ideológica que crea la nación. Por ello, el estudio debe estar dirigido a reconocer aquellos mecanismos que hacen que una cultura se asuma como nación, es decir, como cultura particular, diferente, cerrada y homogénea, gracias al impacto de un discurso nacionalista. Dice Gellner (1997) en su obra más difundida Nations and nationalism, publicada por primera vez en 1983:
La visión de las naciones como una forma natural, dada por Dios, de clasificar a los hombres, como destino político inherente aunque largamente aplazado, es un mito; para bien o para mal, el nacionalismo, ese nacionalismo que en ocasiones toma culturas preexistentes y las convierte en naciones, que en otras las inventa, y que a menudo las elimina, es la realidad, y por lo general una realidad ineludible (p. 70).
En este sentido, el problema del nacionalismo como principio político "que sostiene que debe haber convergencia entre la unidad nacional y la política" (p. 13), y como "teoría de legitimidad política que prescribe que los límites étnicos no deben contraponerse a los políticos" (p. 14), determina el estudio del hecho nacional como un producto cultural, pero no como una necesidad. Dice Gellner, al respecto:
De hecho, las naciones al igual que los estados son una contingencia, no una necesidad. Ni las naciones ni los estados existen en toda época universal. Por otra parte, naciones y estados son una misma contingencia (p. 19).
En consecuencia, ¿cómo abordar históricamente este problema? Para Gellner, observando el desenvolvimiento histórico de una cultura, en especial, en su tránsito del mundo agrario a la sociedad industrial. No se trata de un camino único, sino de una variante, pero que responde a unas determinadas condiciones sociales. Se trata de diferenciar esas condiciones sociales objetivas, separando lo que ocurre realmente de lo que dice el discurso nacionalista. Este sería un ejemplo de ese proceso:
El engaño y autoengaño básicos que lleva a cabo el nacionalismo consisten en lo siguiente: el nacionalismo es casi siempre una imposición de una cultura desarrollada a una sociedad en que hasta entonces la mayoría, y en algunos casos la totalidad de la población se había regido por culturas primarias. Esto implica la difusión generalizada de un idioma mediatizado por la escuela (...) [y] el establecimiento de una sociedad anónima e impersonal con individuos atomizados intercambiables que mantiene unidos por encima de todo una cultura común del tipo descrito... (p.82).
Entre quienes asumen el nacionalismo como un fenómeno universal y permanente, inherente a la naturaleza de las cosas, de la psique del hombre y de la sociedad misma, y la tendencia opuesta que lo aprecia como algo contingente, como invención accidental de un grupo de pensadores en unas circunstancias particulares, Gellner trata de elaborar una teoría del nacionalismo a partir del siguiente postulado tomado de su obra póstuma El nacionalismo (1998):
Ni el nacionalismo es universal y necesario, ni es contingente y accidental, fruto de escritores ociosos y crédulos lectores. Es más bien, la consecuencia necesaria, o el correlato, de determinadas condiciones sociales, que además son las "nuestras" y están muy extendidas, son profundas y generalizadas (pp. 31-32).
Estas condiciones no son otras que las del tránsito de una sociedad agraria a la industrialización y la modernidad.
Este proceso, lejos de ser homogéneo y simultáneo para todas las sociedades agrarias, es más bien diverso y contradictorio. Por ello, al contrario de la creación de una cultura universal homogénea en las condiciones de la industrialización y, por ende, de la idea de un único crisol, lo que se aprecia históricamente es que la modernización "se ha extendido a lo largo del tiempo, y sus beneficiarios y víctimas se enfrentaron a ella en fechas distintas" (p. 69). Para Gellner, en consecuencia, el problema de fondo es el de la organización y desarrollo de una cultura que denomina superior, por el uso generalizado de la escritura, lo cual posibilitó la idea de codificarla y trasmitirla a través de la educación en matrimonio con el estado. "De este modo -dice este autor- fue posible, hablando conceptualmente, ser nacionalista" (p. 39).
Esta gigantesca ola de industrialización que conlleva la modernidad y que empuja a la homogeneidad, engendró no una única cultura universal sino un número finito de "culturas nacionales" internamente estandardizadas aunque externamente diferenciadas. En síntesis:
Son estas culturas las que definen y "crean" las naciones: no es que, como creen y proclaman los nacionalistas, las naciones independientes y previamente existentes busquen la afirmación y la vida independiente de "su" cultura, sino que las culturas "tienen" y crean a las naciones. Las naciones inicialmente ni existen, ni tienen, ni hacen nada. Las culturas superiores y la homogeneidad sustituyen a las culturas inferiores y a la diversidad, y pasan a ser políticamente significativas: las llamadas "naciones" son simplemente las sombras políticas que proyecta este hecho básico (p. 126).
Partiendo de esta definición, Gellner aborda los mecanismos de invención, de construcción de la nación, del papel del rango como mecanismo de posicionamiento e identidad en las sociedades tradicionales, y a la noción de "raíces" en una sociedad que define la unidad política como una asociación voluntaria aunque emocionalmente compulsiva de hombres que comparten esas mismas "raíces". Como consecuencia de ello, el nacionalismo necesita organizar un discurso histórico acerca de los orígenes de la nación. Ahora bien, ¿será posible reconstruir objetivamente la historia nacional de un pueblo y reconstruir el papel jugado por la idea de nación que promueve el nacionalismo, sin caer en la justificación o en el rechazo del discurso mitológico del nacionalismo? A este respecto, Gellner recuerda: "Hay que repetir que el nacionalismo es un fenómeno de Gesellschaft que utiliza el idioma de la Gemeinschaft: una sociedad anónima móvil que simula ser una acogedora comunidad cerrada" (p. 134).
En el discurso nacionalista es fundamental, por tanto, el mito de los orígenes y la búsqueda de las raíces compartidas por una comunidad, ya que en la realidad sólo se comparte un destino político contingente y voluntario, ("la nación como comunidad política moderna"), pero que el nacionalismo busca transformar con el auxilio de la historia en comunión permanente, ("la nación como comunidad de cultura"). Este hecho ubica el problema en el contexto polémico de las relaciones del nacionalismo con la idea de raza y que el autor plantea a partir de una interrogante: ¿tienen ombligo las naciones? Siendo el nacionalismo, creador de naciones, un fenómeno inherentemente moderno, la cuestión sería establecer hasta dónde se puede rastrear el origen de la nación en una cultura determinada. En el ejemplo bíblico, Adán, como hecho simbólico del origen del hombre, no tendría ombligo porque fue creado por Dios.
Sin embargo, la nación como fenómeno moderno sí tiene necesidad de buscar su ombligo, su punto de partida. Mientras un "primordialista" rechaza la sugerencia de que las "naciones" han sido un invento de la época moderna, un "moderno" considera que la preocupación por la antigüedad es más bien una ilusión o algo irrelevante. La "continuidad" de las culturas sería el dato fundamental para abordar este problema, que el autor remite a las investigaciones del propio Hobsbawm acerca de la relación entre costumbre y tradición.
¿Qué sugiere Hobsbawm a este respecto en su clásico libro The Inventions of Tradition (1996), editado conjuntamente con Terence Ranger? Que la tradición inventada viene a ser un proceso de formalización y ritualización caracterizada por su referencia al pasado y que se impone a través de un conjunto de prácticas de naturaleza simbólica destinadas a inculcar ciertos valores o normas de conducta gracias a la repetición que implica automáticamente una continuidad con el pasado (p. 4). Ahora bien, todas las tradiciones inventadas recurren, en la medida de sus posibilidades, a la historia para legitimar su acción y cimentar la cohesión del grupo (p. 12).
Hobsbawm señala cómo la invención ha sido aquí particularmente importante en la medida en que la historia que se hace parte constitutiva de la ideología de la nación, del estado o del movimiento nacional no es la que preserva la memoria popular sino aquella que ha sido seleccionada, escrita, ilustrada, popularizada e institucionalizada por quienes cumplen esa función ideológica. Conviene señalar a este respecto, que para Hobsbawm las tradiciones inventadas están íntimamente relacionadas con la nación y los fenómenos a ella asociados: el nacionalismo, el estado-nacional, los símbolos nacionales y los discursos históricos, ya que las naciones modernas, relativamente jóvenes como fenómeno histórico, rechazan el epíteto de "nuevas" y de "construidas", pretendiendo prolongar sus raíces a la más lejana antigüedad, construyendo una continuidad histórica inventada como una tradición a través de una "historia nacional" que surge como instrumento de autoafirmación.
Esta situación hace que el historiador participe, consciente o inconsciente, de un proceso de creación, desmantelamiento o reconstrucción de imágenes del pasado que no sólo pertenecen al mundo de la investigación especializada sino que hacen parte de la vida pública del hombre como ser político. También el historiador, con su obra, contribuye socialmente a inventar o a desmantelar tradiciones, a inventar con su discurso una idea de la nación.
En un espacio similar se mueve Etienne Balibar (1991), al estudiar la nación como una representación que construye su propia "ilusión retrospectiva", donde ésta, como sujeto, aparece como la culminación de un "proyecto secular jalonado por etapas y tomas de conciencia" (p. 134). Ubicando a la nación como una unidad política que se forma a partir de la estructura global de la economía del mundo capitalista, en función del papel que juega como centro o periferia, el problema planteado es su construcción como comunidad imaginaria. Para Balibar:
Toda comunidad social, reproducida mediante el funcionamiento de instituciones, es imaginaria, es decir, reposa sobre la proyección de la existencia individual en la trama de un relato colectivo, en el reconocimiento de un nombre común y en las tradiciones vividas como restos de un pasado inmemorial (p. 145).
En este proceso, lo fundamental es producir el pueblo o, mejor aún, que el pueblo se produzca a sí mismo en forma permanente como comunidad nacional. Es aquí donde entra en juego la ideología nacional en todas sus formas y expresiones: el patriotismo, el nacionalismo y su transformación en una especie de religión laica de la modernidad. En este contexto, la ideología nacional construye la nación como comunidad imaginaria hasta llegar a ser estado-nacional a través de un proceso que el autor denomina "etnicidad ficticia", partiendo de la diferenciación entre comunidad étnica y nación. Dice Balibar:
Ninguna nación posee naturalmente una base étnica, pero a medida que las formaciones sociales se nacionalizan, las poblaciones que incluyen, que se reparten o que dominan quedan "etnificadas", es decir, quedan representadas en el pasado o en el futuro "como" si formaran una comunidad natural, que posee por sí misma una entidad de origen, de cultura, de intereses, que trasciende a los individuos y las condiciones sociales (p. 149).
Ahora bien, ¿cómo producir esa etnicidad ficticia? Por dos vías diferentes, según el autor: la lengua o la raza. En la primera vía se plantea que la existencia de una lengua escrita e inculcada a través de un proceso de escolarización generalizado, puede dar lugar a una lengua nacional, como base de una comunidad lingüística. La otra es la ficción de una identidad racial que permite simular diferencias naturales y hereditarias entre grupos sociales. Esta idea de comunidad de raza "...hace su aparición cuando las fronteras del parentesco se disuelven a nivel de clan, de comunidad, de vecindad y, teóricamente al menos, de clase social, para desplazarse imaginariamente al umbral de la nacionalidad" (p. 155). Entre ambas etnicidades, la lingüística y la de raza, la primera es abierta, mientras que la segunda es cerrada, fundada en el principio de exclusión. Para Balibar, el gran reto del nacionalismo en un mundo de comunicaciones transnacionalizadas, es que cada pueblo, producto de un proceso nacional de etnificación, está obligado a encontrar su propia vía de superación en la era de la globalización.
Finalmente se encuentra, dentro de esta tendencia de abordar el estudio de la nación como imaginario, la conceptualización de Pierre Fougeyrollas (1987) para quien "la nación es primero una emoción" (p. 7). En ese sentido, es de fundamental importancia el estudio de los procesos de formación de la conciencia colectiva y de la conciencia nacional y el papel que juegan los mitos, los emblemas y las representaciones sociales en la construcción de identidades colectivas y en la proyección de una idea de nación, primero afectiva y luego más compleja y consciente. Esta perspectiva de análisis ubica el debate en el terreno de los imaginarios sociales como productos de la función significante que se hacen efectivos a través de mitos, ideologías, creencias, religiones, paradigmas interpretativos del mundo, que se pueden apreciar en una conceptualización del universo humano como "orden simbólico", donde el "signo" es el mediador universal entre el hombre y las cosas, lo simbólico el común denominador de todas las funciones de mediación que dan sentido a la realidad y el "imaginario" la representación en sus múltiples registros de la imagen que cobra sentido en un sistema simbólico "que anula la dicotomía esencialista entre lo real y lo imaginario para desplazar sus fronteras recíprocas al interior "del espacio semántico de la realidad" (Colombo, 1993, p. 17).
Llevado al campo de la historia, se trata del territorio de la historia del imaginario o de los imaginarios, tal como lo expone Evelyne Patlagean en la obra colectiva La Nouvelle Historie (1978) donde nos presenta el proceso de construcción del imaginario como objeto histórico. Partiendo de esa perspectiva de análisis, el historiador colombiano Marcos González Pérez (1998) propone un abordaje interdisciplinario de la nación como "proyecto imaginado para construir una comunidad política, consciente de sus diferencias y de sus pertenencias, que acepta tanto la legitimidad de unas instituciones al igual que la existencia de una pluralidad étnica y de una diversidad cultural" (p. 59).
Se trata de reconocer la nación en su imaginario, como idea y como emoción, localizando tres niveles del terreno de lo imaginario donde se construye la idea de nación: los mitos, los emblemas y las representaciones sociales, los cuales responden a la dimensión del inconsciente colectivo, "donde el mito aparece como objeto de estudio", a la búsqueda de formas de identificación del sentido de pertenencia a la nación y el nivel de lo simbólico como sistema de valores subyacentes en los que se construye la idea de nación a través de la adquisición de un patrimonio de recuerdos y de una memoria colectiva, ambos sometidos a un "trabajo de simbolización que le da un sentido, alrededor de la construcción de lugares de memoria y de figuras significativas llamados símbolos" (p. 61), todo ello expresado en una conciencia nacional que funciona como un lenguaje portador y productor de sentido.
Este enfoque, que va más en búsqueda de lo colectivo-popular que de lo elitesco-doctrinario de los movimientos nacionales, dirige su mirada a los espacios sociales donde se construye la relación nación-imaginario, como la fiesta, por medio de la cual se ponen en escena los imaginarios de la monarquía, los imaginarios de la república, los imaginarios de la región (Fiesta y región en Colombia, 1998) y los imaginarios de la nación (Fiesta y nación en Colombia, 1998). Los estudios de Michelle Vovelle sobre la metamorfosis de la fiesta en Francia y los aportes conceptuales y de método que arrojan las investigaciones históricas de Mijail Bajtin acerca de la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento europeos, sirven de apoyo para estudiar las manifestaciones festivas como espacios donde entran en escena diversos imaginarios sociales, en especial, los imaginarios del Poder.
América Latina y el Caribe: de las identidades regionales a la construcción de la nación
A manera de síntesis, podría decirse, que el estudio del nacionalismo y de la nación como fenómenos históricos ha sufrido en la última década del siglo XX un verdadero desplazamiento de los enfoques objetivos, con énfasis en criterios tales como la lengua, la etnia o el territorio y de los enfoques subjetivos, centrados en la conciencia de pertenencia a una comunidad política, a los escenarios del imaginario y de las representaciones sociales. De todos los autores consultados se desprenden temas de investigación y enfoques de análisis del hecho nacional en nuestro tiempo, pero lo más importante es llamar la atención del historiador en el sentido de que no sólo ha venido cambiado el rol de la nación, de los nacionalismos y del estado-nacional en el escenario mundial de nuestro tiempo, revitalizándose la fuerza ideológica de los nacionalismos más disímiles y contradictorios, sino que la comprensión misma de la nación como comunidad imaginada ha introducido un cambio sustancial en los enfoques de estudio y comprensión del fenómeno, lo cual nos plantea la tarea, especialmente, en nuestra América, de retomar el estudio de la nación, de los nacionalismos y del estado-nacional bajo nuevas perspectivas de investigación.
Planteado el problema de esta manera, interesa compartir con otros estudiosos del hecho nacional latinoamericano, una revisión de la idea de la nación que se construye en nuestro continente al calor de las independencias y en el contexto del liberalismo del siglo XIX. Así mismo, retomar el tema de la "gran nación hispanoamericana" mirandina y bolivariana y su transformación final en una realidad formada por un conjunto de repúblicas nacidas de la desintegración del Imperio español que luego se consolidarán como estados-nacionales a lo largo del siglo XIX. Balcanización han llamado algunos autores a este proceso, tomando como referencia conceptual lo acontecido con los imperios turco-otomano y austro-húngaro en la Europa central entre la primera y segunda guerra mundial. Se trata de una idea en la que subyace la percepción de que la América española es una nación de herencia cultural compartida, aunque diversa, pero dividida en estados territoriales que surgieron en las antiguas jurisdicciones coloniales como producto de la influencia de los caudillos regionales y de la ausencia o debilidad de un desarrollo capitalista capaz de servir de base material a la integración.
En ese sentido, la relación que plantea Hobsbawm de estudiar el proceso nacional como una secuencia nacionalismo-nación-estado nacional, tiene sus variantes. Para el historiador colombiano Javier Ocampo López (1980), por ejemplo, la falta de una verdadera unidad nacional anterior a la independencia colocó el problema de la estructuración del estado en primer término para las élites criollas. De tal manera, que el estado precede a la nación en casi todos los aspectos y se convierte en unificador y creador de una conciencia de pasado y futuro comunes. El nacionalismo, entonces, nace y se difunde desde el seno del propio estado, desarrollándose un fenómeno de nacionalización de las poblaciones y de las culturas locales y regionales que consume casi todo el siglo XIX y se extiende en muchos de nuestros países hasta el propio siglo XX.
En el modelo de Gellner (1997) para Europa, la secuencia nacionalismo-nación es abordada a partir de la relación entre culturas y estado, a partir de cuatro zonas, a saber: Una primera zona correspondiente a la costa atlántica, donde el nacionalismo contó con una cultura desarrollada en estados dinásticos fuertes con base en ciudades como Lisboa, Madrid, París y Londres, es decir, "un Estado techo mucho antes incluso de que necesitaran reivindicarlo" (p. 99).
La segunda zona, correspondiente al Sacro Imperio Romano Germánico, contaba con una cultura superior disponible para italianos y alemanes, pero no había estado, sino una situación caracterizada por la fragmentación política, lo cual impuso una tarea de "unificación" a partir del Piamonte italiano y la Prusia alemana.
En la tercera zona, la del este europeo, el nacionalismo no contó ni con culturas ni con estados fuertes, sino más bien con una estructura social compuesta "por un espantoso y complejo mosaico de diferencias culturales y lingüísticas" (p. 104). Allí las culturas nacionales tuvieron que ser creadas en el siglo XIX en el contexto de imperios que luego de su desaparición crearon una situación de gran inestabilidad. Se trata de condiciones como la de los Balcanes, el Cáucaso, el Volga y gran parte del Asia central, en donde "los estados-nación culturalmente homogéneos, los que la teoría nacionalista ha sostenido que son normativos y vienen prescritos por la historia, sólo se pueden crear aplicando la limpieza étnica" (p. 107).
Dentro de la Europa del este, Gellner distingue además otra zona, la del imperio ruso que transita en el siglo XX a otro imperio no nacional, el imperio soviético, donde el silencio de los nacionalismos plantea si con la desaparición de la URSS la fuerza del nacionalismo irredentista ¿reanudará su desarrollo nacional? Es el caso parecido al de Yugoeslavia, donde se ha apreciado el curso que han tomado los acontecimientos nacionales.
Confrontado con este modelo de interpretación, América Latina y el Caribe presentan sus propios rasgos de desarrollo. Un imperio que ha impuesto sus propias divisiones jurisdiccionales coloniales, a partir de las cuales se forma una cultura letrada que evoluciona del criollismo a la toma de conciencia de la emancipación. Sin embargo, la pregunta es si efectivamente el nacionalismo es un fenómeno anterior a la independencia, lo cual explicaría en parte la disgregación que sigue a la caída del imperio colonial español en América, o al contrario, si el nacionalismo y la nación son procesos que siguen a la crisis de la independencia y van a formar parte de la construcción definitiva de los diferentes estados nacionales, fundamentalmente en el área de dominio español, ya que los procesos nacionales para las colonias de los otros imperios puede ser algo diferente.
En la visión del historiador colombiano Javier Ocampo López, primero es el estado y luego la nación. Para Germán Carrera Damas (1986), en el caso venezolano, el concepto de nación "ha sido el principio legitimador de la estructura de poder interno una vez que esta función dejó de ser cumplida por el rey, como consecuencia de la crisis general de la monarquía a fines del siglo XVIII, y de la crisis estructural de la sociedad implantada colonial venezolana que desembocó, en su expresión política, en la ruptura del nexo colonial (1810-1824)" (p. 14). En ese sentido, el nacionalismo y la nación como expresión de un interés de dominio de clase, si bien acompaña en sus inicios la ruptura con España, se desarrolla como proyecto político desde el estado que sigue a la independencia. Acompaña el proceso de estructuración del nuevo poder de la clase dominante interna, el cual se desenvuelve "inicialmente en un plano ideológico único al alcance de una sociedad carente de factores dinámicos, pero sólo cristaliza al apoyarse en cambios económicos (mercado nacional) e infraestructurales" (p. 15).
Mariano Picón Salas (1950) destaca, ya en las postrimerías del siglo XVIII, el despuntar de una "conciencia de destino común hispanoamericano (que después hemos perdido)" (p. 192) y que caracteriza el clima espiritual de aquella época, donde la idea emancipadora no conocía fronteras. Federico Brito Figueroa (1991) aprecia ya en los finales del siglo XVIII venezolano, "los elementos formativos de la Nación Venezuela" (p. 30), como nación oprimida por una potencia extracontinental. En ese sentido, la nación aparece con sus rasgos iniciales en la independencia, en una lucha en la que se consolida finalmente en república independiente y estado nacional formal ya a partir de 1830. En ese sentido, la nación como fenómeno objetivo y como proyecto político precede al estado.
Conclusiones
Diversas son las manifestaciones por medio de las cuales los pueblos hispanoamericanos, primero y luego latinoamericanos -distinción que no deja de ser extremadamente significativa para el tema en cuestión- han venido construyendo y reconstruyendo su identidad regional, su sentido de pertenencia cultural y su imaginario de la nación de la que forman parte como comunidad política. Por ello, el reto para la investigación histórica es profundizar más en estos mecanismos simbólicos que en la jerarquización de criterios objetivos que a veces sólo pretenden justificar el por qué de la existencia de cada república independiente como una nación.
La historia patria divulgada a través de la pintura, la prensa y la escuela pública en el siglo XIX y XX, debe dar paso a una historia de lo nacional que no pierda de vista su contexto latinoamericano, y en la que se asuman perspectivas interdisciplinarias de estudio, que posibiliten superar las diversas "genealogías de la nación" por verdaderas investigaciones dirigidas a comprender los procesos simbólicos que han llevado en el ámbito colectivo a la formación de identidades culturales y étnicas, locales y regionales, que han desembocado en la construcción de una nación sentida y vivida en su diversidad cultural y geográfica pero imaginada en su dimensión de comunidad política. Pero además, de una comunidad política que es más futuro compartido que reminiscencia de un origen común.
La Colombia de Bolívar puede dar la clave de un pensamiento fundador y trascendente, en cuyas intimidades está el palpitar de una América meridional, hispanoamericana, indoamericana y afroamericana "unida en nación" que no ha logrado proyectarse como civilización emergente, como comunidad de destino y nación imaginada en la unidad y la diversidad. Se trata, para una realidad distinta a la europea, de una mirada diferente del historiador que sea capaz de rescatar para el presente político el espíritu, el imaginario, el relato mitológico y las simbologías de un universo de naciones que aparecen ante el mundo como una civilización emergente, como una nación.
Referencias
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