SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.12 número29Dirigidas y escritas por mujerAllende, Isabel: Inés del alma mía índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista Venezolana de Estudios de la Mujer

versión impresa ISSN 1316-3701

Revista Venezolana de Estudios de la Mujer v.12 n.29 Caracas dic. 2007

 

HILDEGARD von BINGEN, ECOFEMINISTA PIONERA

Gladys Parentelli

Los historiadores se limitan a calificarla de mística quizá porque Hildegard es la mayor de su tiempo, pero ella trabaja tantas áreas, todas de manera excepcional, en la mayoría es pionera, que resulta una de las mujeres mas destacadas de la Edad Media, lo que no es poco decir porque esta se extiende sobre diez siglos. Visionaria desde siempre, primero monja, después superiora de su convento, abadesa y fundadora de abadías, médica, poeta, escritora, filósofa, teóloga, exégeta, lingüista, profeta, consejera de emperadores, nobles, arzobispos y abades, predicadora, compositora (de setenta y siete obras), ecóloga, constructora, agricultora, administradora de innumerables vastas y ricas propiedades...

Es la primera ecofeminista por su amor a la naturaleza desde su más tierna infancia cuando su objeto mas preciado es una piedra cubierta de verde musgo que recoge en el bosque y, aparte de sus hermanitas, sus compañeros preferidos son sus conejos. Hildegard ama tanto a los árboles que los abraza como no le está permitido hacer con las personas, en especial el arce plantado para ella como consuelo a su tristeza cuando, antes de los siete años de edad, es donada a una ermitaña. Arce que tiene el privilegio de ver llegar a todo su esplendor porque Hildegard vive hasta los 81 años. Pero su ecofeminismo no se basa solo en emociones o sentimientos: investiga el valor curativo de las plantas que ella misma cultiva y maja en su mortero, prepara pociones y cataplasmas para curar no sólo a las monjas de su comunidad sino también a todo quien acude al hospicio de la abadía, antes que las universidades inicien la formación de médicos en el siglo XIII. La Hermana Hildegard toca las plantas con una reverencia que solo se reserva a las cosas sagradas, lo veo en el modo cómo prepara una tisana para un anciano moribundo o aplica una poción de áloe y caléndula a los pies llagados de un niño, pasa más tiempo arrodillada en el huerto que orando en la capilla. (Ohanneson; p. 65, 70). Es mucho decir porque la regla de la orden obliga a las monjas a rezar en ocho ocasiones del día o de la noche. Redacta un tratado enciclopédico de medicina natural y dos repertorios de ciencias naturales que incluyen las virtudes curativas de la naturaleza a partir de sus observaciones y prácticas sobre los poderes curativos de las plantas, de la tierra, las piedras preciosas y otros minerales. (Rucquoi; p. 30).

Nace en el verano de 1098 en el castillo de sus padres Mechtilde e Hildebert, condes de Bermersheim, quienes ya decidieron donar a su décimo hijo a la iglesia, lo mismo que hacen con el diezmo de sus ingresos por cualquier otro producto logrado, conejos, por ejemplo. Ese es el valor que otorgan a Hildegard cuando, tierna niña, llenan los formalismos legales para entregarla y, en un rito público de difuntos donde la niña yace en un ataúd porque muere para el mundo, la donan a una famosa santa anacoreta, doña Jutta de Sponheim, quien está consagrada a Dios en una ermita anexa a la abadía de los benedictinos de San Disibod, en Renania. (Ohanneson; p. 25 a 38).

Pasan los años y doña Jutta funda una orden, entre sus primeras diez monjas, todas niñas oblatas, está Hildegard. Al morir doña Jutta, ella asume la dirección del convento en 1136. Pero este depende por completo de los monjes que lo protegen y usan en beneficio propio no sólo el prestigio fruto de las actividades y fama de las monjas, sino también los cuantiosos bienes que sus familias entregan como dote. Porque las monjas son niñas de la nobleza que sus familias sacan del mundo por razones de clase y poder. Un día Hildegard dice: ¡basta! y decide fundar su propia abadía para lo cual necesita disponer de autonomía y administrar las dotes de las monjas y otras ricas donaciones recibidas. Como cualquiera supone, los monjes se oponen de plano a entregarles sus bienes. Sin embargo Hildegard, con el apoyo del arzobispo del lugar y de otros señores muy poderosos e influyentes, adquiere tierras en Bingen (30 kilómetros al norte de San Disibod) después de ser electa abadesa por el voto de sus, ahora, cien monjas, parten a construir su propia abadía (1141, después funda otra) con sus anexos: hospicio, casas de huéspedes y todas las dependencias de servicios propias de una gran comunidad y para alojar a sus obreros. Ello implica desventajas como abandonar la biblioteca de los monjes, la mejor de Renania, que ella y sus monjas tanto aprecian, pero, ahora, las novicias también pueden utilizar la nueva que reúnen en su propia abadía. (Ohanneson; p. 111, 113).

Hildegard siempre tuvo visiones. Se dice que su propio padre le tiene temor porque, a los seis años, le toca la cicatriz que le atraviesa la mejilla y le describe la gravedad de las heridas que él sufrió en una batalla, años antes de que ella naciera. Ella comunica sus visiones sólo a doña Jutta hasta que, en 1141, la voz le ordena ponerlas por escrito. El monje Volmar, su confidente y secretario hasta su muerte, las transcribe, lo que conforma tres libros. Ella denomina Luz Viva a la fuente de sus visiones: Ella es la Dama Sabiduría, la voz que me habló, por primera vez, en el vientre de mi madre y que aun hoy me guía.(...) Ella fue creada antes del comienzo, la primogénita en los designios de Dios. Existía ya antes que se esculpieran los cielos y se excavaran las profundidades de la Tierra (...) Es la Bien Amada de Dios, la que estaba a su lado cuando se entretejieron los hilos del mundo. En su Esposo posee el sacerdocio y todo el ministerio del altar. (Ohanneson; p. 20, 107, 108, 143, 144, 189, 310). Pero sus visiones no se limitan a asuntos místicos: ve el futuro de quienes encuentra. Esto la hace muy atractiva, respetada ¿temida? por todos los poderosos: aristócratas, papas y otros dignatarios eclesiales, como el futuro San Bernardo de Claravall, Abad del Císter; el recién electo emperador Federico I Barbarroja la invita a su palacio para que le diga su futuro y mantiene correspondencia con ella igual que otras personalidades. (Gómez-Acebo; p. 76-78).

Quienes participan, siete décadas antes de su muerte física, en el macabro rito en el cual Hildegard es enterrada para el mundo, no pueden imaginar la alta autoestima que ella logra cultivar a pesar de que sus padres la abandonan y desvalorizan. Tampoco las magníficas creatividad, inteligencia y voluntad que ella desarrolla en variedad de actividades para su propio crecimiento y al servicio de varias ciencias, artes y personas que la conocen o no. Sus maravillosas composiciones musicales, todo su legado, aún nos enriquece y queda para las siguientes generaciones. Sus luchas por su libertad y otros derechos y contra la misoginia de los monjes, hace de Hildegard un testimonio privilegiado para las mujeres de todos los tiempos, incluidas la del siglo XXI, ochocientos años después de su muerte.

Bibliografía consultada

1. GÓMEZ-ACEBO, Isabel y otras: Mujeres y ¿sectas? ayer y hoy. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000, 218 p.

2. HILDEGARD von BINGEN, Vida y visiones, introducción y traducción de Victoria Cirlot. Madrid, Siruela, 1999

3. OHANNESON, JOAN: Una luz tan intensa. La insólita vida de la mística alemana del siglo XII Hildegard von Bingen. Barcelona, Ediciones B, 1998, 382 p.

4. OLAÑETA, JOSÉ J. DE: Mujeres místicas. Época medieval. Barcelona, Grafos, 1996, 103 p.

5. RUCQUOI, ADELINE: La mujer medieval. Madrid, Cuadernos Historia (262), 1999, 31 p.

6. SAINZ DE ROBLES, FEDERICO CARLOS: Ensayo de un diccionario de mujeres célebres. Madrid, Aguilar, 1959