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Revista Venezolana de Estudios de la Mujer

versión impresa ISSN 1316-3701

Revista Venezolana de Estudios de la Mujer v.15 n.34 Caracas jun. 2010

 

Feminismo académico y militante

Virginia Ávila García

Doctora en Historia y Etnohistoria, Mexico viquiavilag@Yahoo.com.mx

Fecha de recepción: 03 de marzo de 2010 Fecha de aceptación: 25 de marzo de 2010

INTRODUCCIÓN

La lucha política de la minoría chicana y latina, quedó de manifiesto mediante expresiones culturales de la vida diaria donde revaloraron una paulatina recuperación de la propia cultura (de origen mexicano o latino) largamente subordinada, marginada e incluso perseguida en la parte sur de los Estados Unidos, particularmente en los estados de Texas, Nuevo México, Colorado, Arizona y California, antaño, pertenecientes al territorio mexicano.

Contar las historias personales como testimonios de la continua lucha por derrotar la exclusión de grupos sociales diferentes al grupo hegemónico de la cultura americanizada1, ha significado para las mujeres académicas chicanas y latinas, desde entonces, un invaluable instrumento para potenciarse política y académicamente.

Mis interpretaciones sobre el feminismo chicano, de mujeres académicas militantes, son resultado de mis observaciones en el trabajo de campo, discusiones, pláticas personales e informales, así como de lecturas de las obras escritas de las colegas académicas citadas y de sus referentes teóricos y particularmente con el ejercicio dialéctico que representaron las entrevistas formales efectuadas en la Universidad de California, desde donde pude contemplar el escenario de su vida universitaria.

LOS FEMINISMOS SUBORDINADOS EN LOS ESTADOS UNIDOS: MATICES DE COLORES

La tendencia del mundo académico estadounidense de simplificar los objetos sujetos de estudio ha reflejado también el afianzado estilo de clasificar a la sociedad americana. Las mujeres, como veremos, no son la excepción.

El diseño del modelo de diferenciación de las diversas nacionalidades que componen a los Estados Unidos, es una forma académicamente aceptada, pese al racismo implícito. Parte del supuesto tácito de que la superioridad y hegemonía de las personas de color blanco se encuentran en el centro, mientras que la periferia la componen los otros, quienes se distinguen por el color de la piel y por la región de la procedencia original tanto geográfica como cultural.

Esta clasificación tiene dos polos opuestos: se limita a precisar que hay un mundo hegemónico blanco americanizado y otros mundos subordinados de color. Esta generalización, en realidad mantiene una intrincada red diferenciada de poder que está más relacionada con la posición cercana o distante de cada minoría étnica con los intereses hegemónicos capitalistas. Estos intereses económicos han encubierto con la diferenciación racial, el color de la piel, las reminiscencias que remiten al omnipresente racismo, por más que se trate de encubrirlo con discursos.

La teoría en torno a los juegos dialécticos de la competencia interna de las comunidades de color frente a su reposicionamiento frente la hegemonía del poder y del capital, ha diseñado un modelo binario como explicación en el cual hay una hegemonía blanca dominante frente a la subordinación hegemónica de los negros, mientras que en las diferentes tonalidades de los «yellow» asiáticos y de los latinos o «brown» se dan las interacciones culturales y de luchas interraciales para reacomodarse en el espectro de la pirámide social, siempre en movimiento, de los grupos raciales (Pulido, Laura; 2006: 4,23).

Los mundos de color son jerárquicos y dinámicos en su posicionamiento social en los Estados Unidos, en sus relaciones con el mundo hegemónico blanco. Las mujeres afro-americanas se reconocen como subordinadas mayoritarias dentro del rol que juegan en las llamadas comunidades de color; las mujeres negras2 estadunidenses fueron invencibles en muchas batallas dadas junto a las luchas civiles en las que Martin Luther King II, su dirigente, se ganó un lugar en la historia; mientras que las mujeres que son consideradas, de casa, es decir las nativas de las comunidades indígenas3, han mantenido un lugar menos privilegiado, pero también resisten. Las mujeres negras fueron congruentes con sus luchas y supieron hacer alianzas con otros grupos de color con menos poder: las asiático-americanas y las latinas.

Las mujeres de color se han distinguido en sus espacios culturales y de militancia, de acuerdo a sus particularidades, como grupos sociales y étnicos distintos. Ellas se consideran hermanadas por la clasificación social que la hegemonía blanca les ha señalado al llamarlas mujeres de color. Sin importar la pigmentación de su piel, las mujeres de color negro, amarillo o moreno, han sido mujeres bravas que trascendieron tradiciones familiares y comunitarias de sus roles subordinados a la familia; todas han sido perseguidas por la sombra educadora de tradiciones propias y demandan ser escuchadas y reconocidas en sus ámbitos específicos.

Al ser mujeres de letras que rebasaron los límites sociales, supieron expresar sus inquietudes y las hicieron llegar a sus comunidades culturales y académicas, para que los estudiantes, los colegas profesores y para todos aquellos de buena voluntad, con simpatías y capacidades para comprender las diferencias de sus mundos subordinados entendieran sus mensajes y potenciaran sus propias batallas. En sus formas de comunicación también abrieron diálogos igualitarios con las blancas. Diálogos que entonces y ahora, han tenido escaso éxito.

Las mujeres chicanas que gritaron sus voces y escribieron sus palabras, se sumaron desde los años ochenta a las voces negras de Toni Morrison y Angela Davis y crearon sus propios acervos del activismo femenino en las obras de las chicanas Sandra Cisneros, Helen Ponce, Norma Cantú (Klahn, Norma: 2002-3: 165).

En un lugar privilegiado por su liderazgo social y académico en las letras chicanas está ubicada Gloria Anzaldúa. Sus seguidoras han sido radicales y transgresoras. Gloria Anzaldúa mostró que las propias luchas feministas no tenían tregua y que había que transgredir los marcos de la ofensiva masculina y precisar que las mujeres chicanas, eran mujeres de fronteras geográficas, culturales y de género diferentes a las blancas (Ikas, Karin; 2001: XVIII).

Su impresionante historia personal está reflejada en su obra escrita. Destaca por su impacto académico Borderlands; Las fronteras. La nueva mestiza; su militancia fue continua hasta su muerte, en sus conferencias, en sus cursos en universidades donde nunca aceptó someterse al compromiso del tiempo completo, como en la UCSC o en la Universidad de Texas en Austin, porque quiso volar y dejar su voz en los oídos de cientos en lugar de las decenas del salón de clases, como lo expresó en la síntesis autobiográfica que delineó en una entrevista (Ikas; 2001:17-18 ).

En conclusión, pese al evidente racismo del término feminismo de color; entre las seguidoras de Anzaldúa se acepta el uso del término mujeres de color, el cual es asumido como una categoría para el reconocimiento de la militancia feminista de las mujeres no blancas. Para una joven académica como Felicity Schaeffer-Grabiel4, es un concepto carente de sentido peyorativo, aceptado por las y los académicos de color, sin ningún prejuicio, aunque ella prefiere usar el concepto étnico en lugar de color, por considerarlo integral. Para Patricia Zavella5, el término de color, es de uso político y coadyuva a la identidad de las mujeres que no son blancas y quienes desde sus atalayas en las diferentes regiones geográficas de origen, han llevado sus propias batallas por el reposicionamiento de sus grupos de color y de la diversidad de los feminismos latinos e incluso chicanos para recrear formas propias de sus identidades (Zavella, Patricia; 2001: 21).

RECURSOS PARA DESCOLONIZAR UN DISCURSO

Entre las comunidades de origen mexicano en Estados Unidos, por su pertenencia a la tierra y por su cultura, llamadas chicanas, el uso del español, los rituales y las creencias religiosas católicas, guadalupanas; las costumbres y tradiciones cotidianas se mantuvieron vigentes desde el siglo XIX, cuando fueron colonizadas por las diversas comunidades de origen europeo que impusieron su predominio. La vida cotidiana transcurrió entre la apropiación de nuevas condiciones de vida y la resistencia a abandonar las propias.

Por largo tiempo, las prácticas culturales fueron discretas y a veces ocultas; fueron descubiertas abiertamente en el último tercio del siglo XX para retroalimentar la mexicanidad6 de los pueblos originarios con el legado milenario de las culturas indígenas y mestizas.

Los grupos chicanos, desde los años sesenta y setenta, han luchado de manera abierta para evitar que continúe la imposición de normas culturales hegemónicas para tener el derecho a ser considerados participantes de una sociedad compleja multinacional de realidades múltiples. Han tratado desde todas las trincheras posibles de hacer respetar la convivencia pacífica de prácticas civilizatorias que mantengan la participación plural de los grupos sociales que habitan en los Estados Unidos. Es decir, han rechazado y resistido la americanización impuesta con un sólo modelo de aculturación, porque atenta contra los legados culturales propios, diferentes al modelo idealizado como el sueño americano.

Los senderos trazados por las luchas políticas y la movilización encontraron ingeniosas estrategias para consolidar la identidad de una nación chicana, como una forma propia de pertenecer a la amplia y compleja cultura estadunidense.

Para abrir las políticas de inclusión en una cultura con pretensiones monolíticas se puso en marcha un proyecto de descolonización7, por medio de la representación de las letras, de la poesía, de la música, las danzas y canciones, los rituales religiosos, el culto a la Virgen de Guadalupe e incluso a los antiguos ritos de las deidades indígenas. La memoria y la historia fueron instrumentos para la consolidación de los espacios políticos ganados (Klahn, Norma; 2003:131).

Desde entonces, defienden el derecho a hablar el lenguaje propio que ha sido reivindicado en la vida diaria de la comunidad, en los espacios laborales y en la difusión en la academia y en los medios disponibles. Han sido batallas ganadas para sí mismos y para las otras comunidades latinas que de manera simultánea, como las puertorriqueñas, cubanas o centroamericanas, menos visibles, hicieron sus propias luchas reivindicatorias (Zavella, Patricia; 2001:3).

La resistencia al proceso de aculturación inducida para obligar a las comunidades nativas a americanizarse se condicionó, desde entonces, a la práctica de los derechos ganados en un proceso donde las negociaciones diarias fueron construyendo nuevos espacios para una cultura en conflicto también consigo misma. A la reivindicación del derecho de hablar la lengua heredada, el español, se reconoció la necesidad imperante de la lengua inglesa y de la cultura pragmática americanizada. El reconocimiento de ser parte de un todo, de un país como los Estados Unidos, se hizo más complicado, pero satisfizo las profundas necesidades de ser respetada como una comunidad cultural con vida propia. La americanización por blanqueamiento cultural fue desechada y demarcó sus límites también con lo mexicano.

Para la década de los ochenta, las mujeres de grupos subordinados en los Estados Unidos no sólo las latinas y dentro de ellas el grupo mayoritario de chicanas, sino las de origen afro americano8, asiático y las nativas, hicieron oír sus voces para reclamar también la especificidad de las demandas femeninas, largamente aplazadas en pos de conquistas sociales y políticas que reposicionaron a sus respectivos grupos étnicos en la época que nos ocupa (Zavella, Patricia; 2001: 4).

El discurso del sueño americano reciclado en los años de la posguerra, a mediados del siglo XX, trató de imponer como único camino, el trazado por el grupo hegemónico blanco, para alcanzar el desarrollo de las potencialidades de cada individuo o grupo social que pretendiera ocupar un lugar en el privilegiado mundo de «América» sin adjetivos.

Para las mujeres en pie de lucha comenzó a ser evidente que no sería fácil ocupar los espacios de reconocimiento y de equidad entre géneros para ser apreciadas como personas con derechos políticos en el marco de la justicia social. Fue necesario romper otros muros de sometimiento. La continuidad de los cánones patriarcales apegados a los valores, costumbres y creencias se cuestionó también. Las prácticas y prejuicios culturales asentados en viejas y nuevas tradiciones representativas de los roles de género de hombres y mujeres en sus interrelaciones cotidianas, atravesadas por el ejercicio del poder masculino tuvieron que cambiarse.

Ellas buscaron alianzas con otras mujeres, donde el feminismo ganaba a su vez las grandes batallas del siglo XX. Pero se encontraron con que sus pares blancas también ejercían un discurso monolítico y hegemónico donde el género femenino se perdía en una sola subordinación.

Las feministas chicanas constataron que las colegas homólogas de color blanco no pensaban abandonar sus privilegios de mayoría dominante, en el lado de las mujeres, porque no lograron rebasar sus límites ideológicos y trataron de impedir, que las otras, las de color, morenas, amarillas o negras desarrollaran sus propias estrategias de potenciación, porque permitirlo implicaba pérdida de su estatus hegemónico blanco. La experiencia de la chicana Gloria Anzaldúa en el Women´s Writers´ Union con mujeres blancas de Oakland, San Francisco y Berkeley9 fue determinante en su lucha feminista, donde las diferencias étnicas, de color, de clase social específicas de la nación chicana fueron determinantes para la búsqueda de las reivindicaciones propias de las chicanas de piel morena (Ikas, Karin; 2001: 4-5).

Las mujeres chicanas accedieron a las academias y visualizaron que la guerra continuaba en las propias trincheras del feminismo. Las aliadas feministas decían «todas las mujeres somos subordinadas» pero rechazaron las diferencias de la subordinación intragenérica. Esta ruptura quedó evidenciada en This bridge called my back: Writings by Radical Women of Color, una compilación provocadora hecha por Gloria Anzaldúa, quien invitó a otra chicana, Cherrie Moraga10, a editar este libro clásico del feminismo de piel morena que marcó los límites con el feminismo blanco, además de abrir la vertiente lesbiana (Ikas; 2001: 5). A principios de los años ochenta rechazaron los movimientos feministas centralizados. Abrieron la alternativa de repensar el feminismo en la diversidad, inclusive más allá del racismo blanco-negro para dar forma a los feminismos mestizos, como el chicano11.

Así, fue una exigencia social construir una identidad chicana y femenina que requirió desde entonces de formas creativas de lucha en todos los frentes de la cotidianidad. El escenario se hizo muy complicado para enfrentar y resistir el poder de las mujeres y los hombres blancos, además de las prácticas culturales cotidianas propias de sujeción al poder masculino.

Las rupturas con el movimiento feminista blanco se hicieron presentes y mujeres académicas, artistas, luchadoras sociales supieron que la lucha de las feministas chicanas iba a requerir de mayores esfuerzos y de otras alianzas. Las blancas construyeron su teoría y dominaron el discurso entonces y ahora y han mantenido la hegemonía en la teoría.

Hasta hoy este feminismo blanco americano, de herencia europeo occidental es el que impera, es el que se discute en todas las academias, aunque haya matices que acepten que las categorías de raza, condición social, edad, entre otras atraviesen las relaciones intragenéricas (Corradi: 2001:42-43). Las mujeres chicanas han abierto los propios espacios para su empoderamiento en el intrincado mundo de la subordinación femenina, asumidas como mujeres de color.

AMIGAS LATINAS: ACADÉMICAS Y MILITANTES

Ser amigas, colegas profesionales que ejecutan proyectos interdisciplinarios, tener una identidad política y ser feministas, es un coctel de extraordinario sabor del cual se desconocen las dosis de los ingredientes necesarios para ser exitoso. Esto es excepcional en el marco de la vida académica.

La frescura de la honestidad académica asumida como compromiso profesional inherente al compromiso político de su condición de grupo subordinado como ya lo he señalado, es la característica del trabajo de Patricia Zavella y Olga Nájera-Ramírez; Felicity Schaeffer-Grabiel, Norma Klhan; y Lisbeth Haas y Gabriela Arredondo. Ellas están adscritas a los Departamentos de Estudios latino/a, latinoamericanos y al de Antropología; a los Estudios Feministas y Literatura; al Departamento de Historia y en el caso de la historiadora Gabriela Arredondo también es la directora del Centro de Investigaciones chicana/latina de la UCSC.

Académicas reconocidas en la antropología, las letras, los estudios feministas y la historia mantienen un espacio de amigas, colegas, militantes de un grupo interdisciplinario identificado por su origen de chicanas con diferentes historias personales; mismas que han hecho, que han compartido con sus lectores y estudiantes y colegas académicas de otras comunidades por medio de sus historias escritas en primera persona.

Las mujeres chicanas y feministas esgrimen como estrategia de la lucha social la palabra hablada y la palabra escrita. El primer compromiso es mantener su identidad abierta, sin ocultamientos hipócritas cobijados en el objetivismo científico en el cual no creen. Asumen sus compromisos laborales de frente a su propia vida en la academia. Han ganado el respeto de sus compañeras blancas y de otros colores, pero de cara al viento mantienen sus espacios de la militancia política para negociar posiciones de poder compartido.

Juntaron sus saberes aderezados con su identidad de mujeres de la academia y escribieron una obra colectiva: Chicana Feminisms, una obra interdisciplinaria que teoriza, que reinterpreta las experiencias chicanas y sus representaciones (Arredondo; 2003: xi). Ha sido la expresión de un diálogo abierto entre chicanas que proponen, que discuten y a quienes otras pares les dan una respuesta inmediata.

En su participación Norma Klahn teoriza sobre la autobiografía como arma de las letras para descolonizar el pensamiento y revela que los testimonios personales de las propias académicas son las voces que reconocen en sus historias la memoria colectiva de la marginación (2003: 120). Como crítica literaria con gusto por la historia, explica, atiende a procesos históricos y enmarca la producción chicana feminista como un género literario sustentado en la forma, uso y estructura de la lengua inglesa adicionado con modismos y palabras del español.

Patricia Zavella, reconocida entre sus amigas por su liderazgo académico atraviesa lugares comunes para hablarnos de los silencios y los deseos del amor sexual de las mujeres chicanas/mexicanas (heterosexuales y lesbianas) acudiendo a la estrategia de hablar en voz alta para construir un espacio discursivo con quienes la testimonian12, en su mayoría mujeres jóvenes migrantes de origen rural y con educación elemental que se atrevieron a romper ataduras culturales para hablar abiertamente de sus prácticas sexuales, aunque se mantuvieron en el anonimato de la investigación (2003: 231).

Olga Nájera-Ramírez, es la antropóloga de la cultura cuyo trabajo de recuperación folklórica la ha llevado a los senderos de la danza, campo en el cual se ha destacado, a través de sus propias manifestaciones artísticas, por promover y asesorar a grupos que mantienen viva la representación del arte de mover el cuerpo armonizado con la música del mariachi; también es una estudiosa de la vida del barrio y una continua embajadora de la academia para la revaloración de la música y la danza, que en México denominamos folklórica, especialmente de la ranchera. Ella argumenta que la canción ranchera (country song) es un melodrama que las mujeres también han utilizado como intérpretes, productoras y consumidoras de un género musical con que hacen llegar mensajes feministas, plenos de pasiones, donde comparten un espacio considerado masculino (2003: 185).

Gabriela Arredondo recurre a dar respuesta al ensayo de su colega Aída Hurtado13, quien también editó esta serie de escritos, para ilustrarnos cómo por medio del análisis de las historias de vida de mujeres pueden encontrarse las diferencias de la subordinación y las formas en que la han vivido, tolerado y resistido las formas de racismo y subordinación como inmigrantes mexicanas desde la década de los años veinte del siglo XX, dando lugar a la teorización también sobre los grados de la subordinación dentro de los grupos sociales de origen mexicano ( 2003: 291).

La publicación de Chicana Feminisms, consolidó viejas militancias y reafirmó lealtades entre amigas unidas por vínculos de origen, de lucha, de ideología activa, de amistad y profesional entre las académicas que he mencionado.

Las nuevas condiciones de la crisis económica mundial con graves efectos en la vida de los habitantes en Estados Unidos y particularmente los golpes a la universidad pública en el estado de California, obligaron a estas amigas a renovar la exigencia de mantenerse en guardia desde 2008. Los recortes presupuestales han estado seleccionando precisamente aquéllos espacios académicos ganados por las comunidades chicana/latina.

Las decisiones impactaron la vida del campus; con pesar, una vez más se constató que los recortes tuvieron destinatarios particulares: al Centro de Investigaciones Chicano/Latino se le eliminó el ochenta por ciento de su presupuesto. Gabriela Arredondo movilizó a la comunidad con creativas protestas, como cuando las académicas se pintaron sus rostros con las calaveras tradicionales del Día de Muertos. De frente a toda la comunidad académica de la UCSC, expresaron el desacuerdo con las decisiones de la administración universitaria. Para disminuir el impacto de esta decisión nuestra historiadora hizo un llamado a las donaciones para mantener con vida este Centro.

A las medidas implementadas directamente en contra de los derechos laborales de profesores y trabajadores; nuestras académicas, desde 2008 buscan alternativas para no perder lo ganado; demuestran sus preocupaciones por la desesperanza de muchos estudiantes del posgrado de origen chicano y latino que están siendo afectados por el incremento de cuotas de servicios educativos y del alto costo de la vida, orillándolos a desertar; constatan que los estudiantes de licenciatura (undergraduated) luchan por permanecer estudiando porque el desempleo y disminución de horas laborales o recortes salariales de sus familiares han afectado severamente sus posibilidades reales de mantenerse en la Universidad. En la perspectiva militante de la comunidad chicana de mujeres y hombres es perceptible que la comunidad de color más perjudicada es la propia.

Estos asuntos de la reciente crisis universitaria en la UCSC ilustran la manera cómo las feministas chicanas se apropian de los problemas sociales que les atañen, buscando dentro de sus espacios académicos, la enseñanza, la investigación y la difusión, cumplir con los compromisos sociales y políticos como mujeres con identidades sociales que se defienden ajenas a los vergonzosos ocultamientos comunes en algunas comunidades académicas de las otras Américas, incluyendo la mexicana.

VOCES LATINAS

Patricia Zavella pertenece también al grupo de dieciocho mujeres latinas, llamado Latina Feminist Group. Ella se sumó a este grupo para buscar superar diferencias cara a cara y encontrar los espacios comunes para discutir los problemas a los que las latinas pertenecientes a la academia universitaria se enfrentaban una década atrás, en los ochenta. La historia comenzó en 1993 cuando se reunieron en Baca, Colorado con un propósito: conocer sus problemas y considerar las formas de colaborar juntas para resolverlos. Contar sus historias de vida como personas pertenecientes a comunidades de color moreno en la academia fue el principio. Para 1996 se reunieron para dar forma al libro de su memoria colectiva. Ellas eran/son mujeres universitarias académicas provenientes de comunidades de México, Centro y Sudamérica y del Caribe que nacieron o emigraron a los Estados Unidos, donde han vivido.

«El propósito era conocer nuestra identidad como latinas en Estados Unidos, porque hay mucho racismo. Siempre nos están preguntando quiénes somos, y exigiendo que te identifiques como chicana, mexicana, hispana, etc. Todos me han cuestionado, profesores, colegas. No en Santa Cruz, pero si a lo largo de mis estudios. En Washington, D.C., me preguntaban si era de Medio Oriente, entre otras cuestiones. Creo que esto es una forma de racismo».14

Durante tres años tuvieron una serie de encuentros, no exentos de desencuentros, para dialogar y crear el corpus metodológico para dar forma a un libro llamado Telling to live centrado en el testimonio personal de estas académicas. Ellas imaginaron, diseñaron y crearon una teoría enriquecida con una praxis social y personal que decidieron compartir para testimoniar con sus historias la subordinación de sus diversas culturas y nacionalidades unidas por el origen latinoamericano. El testimonio siguiente nos ilustra este experimento exitoso:

Para llegar a hablar sobre nuestras experiencias, el proceso fue fundamental. Una gran parte del grupo comenzó a opinar que era muy difícil hablar sobre nuestra historia, por considerar muy incómodo tocar el racismo, la migración, etc. Poco a poco, conociéndonos, fuimos confiando en nosotras. Algunas de las historias que lees en Telling to Live, son impresionantes, y muy sinceras. Creo que es por este proceso en el que se fue creando confianza entre nosotras, pudo salir un buen trabajo, en el que sale todo el dolor en nuestras historias.

Este trabajo colectivo permitió a Patricia Zavella teorizar sobre el recurso y uso de la palabra, el testimonio hablado y luego escrito que al ser analizados puede ofrecer las bases teóricas de un trabajo reflexivo, discutido donde los propios testimonios y trayectorias de académicas chicanas narraron sus experiencias en la academia para atestiguar procesos diversos dentro de la subordinación como mujeres de color en los Estados Unidos... Como lo señaló Patricia Zavella, en nuestra entrevista citada y en las pláticas informales «fue hacer de lo personal un recurso para la investigación». Una aportación para la teoría feminista de las mujeres de color, para la teoría feminista chicana.

Este experimento fue exitoso y desde mi perspectiva, único en el complejo de las metodologías feministas, puesto que estas mujeres de la academia universitaria se atrevieron a contar sus historias personales que atestiguaban las diferentes formas de vivir/sufrir/resistir la imposición de un modelo colonizador que había obligado a sus madres y abuelas a ocultar o negar sus orígenes. El uso de lo personal con fines políticos y académicos fue utilizado para hacer llegar a públicos amplios las trayectorias de vida de feministas universitarias. Las investigadoras como objeto/sujeto de la propia investigación.

Este proyecto de vida, de recuperación de la memoria personal, familiar y colectiva abrevó en las rupturas de fronteras de las mujeres negras y de otros mestizajes de color. Las latinas aceptaron el reto de Gloria Anzaldúa que las apuraba a contar sus propias historias como ella lo hizo al narrar su dolor, sus humillaciones como chicana del sur de Texas. En su clásico Borderlands15, las había urgido a hablar de lo personal para incidir en el cambio social. Este llamado continuo estuvo centrado en el propio desvelo de su persona para romper paradigmas, transgredir fronteras y evitar la desesperanza suicida (Ikas, Karin; 2001).

Ella misma, como protagonista de sus Borderlands, como la nueva mestiza, hizo uso del recurso de su testimonio personal al incorporar su propia vida en su trabajo literario, construyendo puentes literarios, emocionales con los lectores de diferentes realidades y de otras similares para penetrar lo privado de las vidas personales para asumir los riesgos de trastocar la objetividad de la ciencia (Anzaldúa, Gloria; 2000: 2-3).

Patricia Zavella y el Latina Feminist Group asimilaron el modelo literario, autobiográfico y político de Gloria Anzaldúa, quien contó su vida a partir de sus orígenes como niña nacida de padres mexicanos y pobres asignados al duro trabajo agrícola en Texas; lugar donde ella misma trabajó desde pequeña. Su historia transcurre narrando su largo y pesado transcurrir para tener acceso a los estudios en escuelas de blancos donde su condición privilegiada de niña genio le abrió las puertas de los estudios de la High School no así del aprecio y aceptación de sus compañeros blancos, donde sólo ella y Danny, otra colega eran de origen chicano.

Muy pronto accedió a la Universidad de Texas en Austin, donde hizo sus estudios doctorales que le abrieron puertas de la academia en Texas, en California, donde nunca la convencieron de quedarse a vivir en la comodidad del tiempo completo como profesora. En la UCSC llegó a impartir su primer curso como lecturer en 1977 en Women´s Studies. Adoptó la ciudad de los bellos paisajes boscosos y de plácidas playas, Santa Cruz, pero no se comprometió con ninguna institución educativa en particular.

Gloria Anzaldúa nunca se asumió como mexicana heredera del centralismo de la ciudad de México sino como mexicana de la región norteña, de la frontera, tal como se miran a sí mismas Lisbeth Haas, Patricia Zavella, Olga Nájera- Ramírez y Gabriela Arredondo. Su voz es la de aquéllas mujeres y hombres que se quedaron del otro lado. Una forma diferente de la mexicanidad o bien de las mexicanidades que nos induce a discutirla también en sus diferentes formas de asumirla (Klahn, Karin; 2002-2003:168; ídem, 2003: 164).

COMPARTIENDO EXPERIENCIAS, LA ENTREVISTA COMO RECURSO METODOLÓGICO

La entrevista la aprecio como un invaluable recurso heurístico y hermenéutico donde la interacción de ambos lados del micrófono, las miradas y actitudes en constante interacción de la entrevistada y la entrevistadora tejen interrelaciones de empatía, de confianza y de amenidad indispensables para que fluya la conversación y quede marginado el cuestionario para dar paso a la frescura de la palabra y la reflexión espontáneas.

Las feministas chicanas nos comparten sus experiencias personales, profesionales, de militancia y enriquecen sus comentarios con enfoques teóricos que pueden ser analizados con detenimiento en la vasta obra que han escrito.

Actualmente hacen trabajos de campo en comunidades chicanas de California en el condado de Santa Cruz y en Chicago, entre las más destacadas. Han abierto sus espacios en México y Colombia16 para estudios comparativos. Su enfoque teórico es cercano al Collaborative Action-Oriented Research, porque buscan una relación horizontal con sus testimoniantes y porque mantienen vigente el principio de transformar socialmente, no sólo limitarse a investigar. Un principio compatible con los principios feministas (Harrison, Deborah: 2001: 233).

Ellas conocen y manejan la metodología de la entrevista abierta; aprendieron a compartir sus recuerdos, sus memorias de mujeres, de académicas, de madres, de militantes. Con ellas comprendemos que lo personal adquiere relevancia social y académica y que la democratización del feminismo tiene que ver con rupturas de prácticas obsoletas de la neutralidad ideológica y política dentro de la academia.

Como afirma Pat Zavella:

Esta es mi historia, y esto es lo que quiero hacer: quiero intervenir en la academia para que no sólo se preste atención a la experiencia de las mujeres latinoamericanas, sino también a estudiar y teorizar acerca de la diferencia que hay en la experiencia de las latinas con las mujeres de otras regiones del mundo. Esto es algo que me interesa en verdad. Puede ser un sentimiento nacionalista o político, no lo sé, el hecho de que chicanas y chicanos deben escribir acerca de chicanos y chicanas, pero académicamente es lo que deseo hacer.17

CONCLUSIONES

Mi convivencia con la comunidad feminista de este campus de Santa Cruz de la Universidad de California me ha permitido abrir mis propios horizontes de investigación. Comprendí también que como mujeres subordinadas en nuestros países continuamos adoptando los discursos hegemónicos de las blancas, pese a que hay teoría escrita por las feministas de color (Corradi, Laura; 2001:43) no sólo de Latinoamérica, sino de otras regiones del mundo. Descolonizar nuestro propio discurso es prioritario.

Las mujeres blancas han podido impactar los mundos de la academia feminista, pero su militancia política está muy distante y ajena al reconocimiento de los feminismos atravesados por otras ideologías; mientras que la importancia que le otorgan a la etnia, la cultura y las condiciones sociales y de edad de las mujeres, es casi inexistente, más allá de algunas menciones intrascendentes. La reivindicación del feminismo de color ya sea moreno, amarillo o negro es tarea de las propias comunidades involucradas. La comunidad blanca ha reivindicado la subordinación femenina global. La específica de cada grupo social, étnico, etc., está en continuo movimiento. Hay que acelerar el paso.

Es necesario que como latinoamericanas comprendamos que junto con nuestras hermanas latinas, es decir, aquéllas de las comunidades de origen latinoamericano que viven en los Estados Unidos, contamos con experiencias y con discursos que nos acercan. Continuar utilizando sólo las categorías clásicas francesas, españolas o estadunidenses, sólo nos remite a nuestras realidades desde la mirada ajena que quiere mantener la hegemonía discursiva. El feminismo chicano como lo he expuesto, es un ejemplo de las formas como un grupo de académicas pelean de manera solidaria para reposicionar su teoría, su discurso y ejercer un reposicionamiento desde sus propias perspectivas.

Notas

1 Utilizo el término cultura americanizada, para referirme a la predominante en los USA. Considero improcedente geográfica y culturalmente aceptar que sea llamada como americana esta cultura.

2 En la UCSC la presencia de la legendaria líder del Black Power , la feminista y académica, recientemente jubilada Angela Davis, encabeza también el feminismo de color, el de las afro-americanas.

3 Laura Corradi cita a Lee Moracle una nativa que señala que «hasta que las mujeres blancas vengan a nosotras en nuestros propios términos mantendremos la puerta cerrada, porque, ¿realmente queremos ser parte de un movimiento donde la mayoría es la periferia y la minoría el centro?

4 Entrevista de la autora con Felicity Schaeffer-Grabiel el 10 de Noviembre de 2009.

5 Entrevista de la autora con Patricia Zavella, el 5 de Noviembre de 2009.

6 Las escritoras chicanas Gloria Anzaldúa y Norma Klahn han teorizado respecto al significado múltiple de la mexicanidad. Véanse sus obras citadas en la Bibliografía.

7 La literatura feminista chicana abrevó también en los escritores de los años setenta como Tomás Rivera quien identificó a este movimiento literario como el deseo de la comunidad chicana por afirmar su sentido comunitario en el proceso descolonizador.

8 Las luchas por el empoderamiento del grupo racial negro mayoritario y más importante, había tenido en las mujeres un contingente fuerte que desde los años setenta demostró que escribir sobre las propias experiencias era una arma política.publicaron en casas editoriales alternativas como Kitchen Table, Aunt Lute, Third woman.

9 Participaron en este grupo de escritoras feministas también mujeres de la comunidad afroamericana, black.

10 Gloria Anzaldúa, no fue la primera feminista en escribir sus experiencias pero su trabajo iluminó otras formas de racismo y contribuyó a crear un cuerpo teórico del feminismo del Tercer mundo. También perfeccionó el modelo académico de testimoniar para contribuir al cambio político y social.

11 La obra editada por Gloria Anzaldúa «Making Soul, Making Faces=Haciendo Caras. Creative and Critical Perspectives by Feministsm of Color», impulsó la participación de mujeres feministas chicanas a hablar de sus experiencias. Esta obra impactó al Latina Feminist Group (Patricia Zavella: 2001:5).

12 Patricia Zavella representa también junto con su grupo de amigas-colegas una vertiente del Collaborative Action- Oriented Research, porque inmersas en sus proyectos de investigación buscan la transformación social del grupo que estudian, pero con el que tienen intereses comunes también.

13 Aída Hurtado es otra feminista chicana perteneciente a la academia de la UCSC, amiga de nuestras académicas, pero no interactué con ella.

14 Entrevista citada de la autora con Pat Zavella.

15 Gloria Anzaldúa, tiene una vasta obra escrita, centrada mucha de ella en sus propias experiencias; sus luchas fueron en varios frentes, sin ser la primera en hacer uso del testimonio escrito como arma política para posicionar a las mujeres chicanas, si fue quien mejor lo logró y puede considerarse un modelo del feminismo de color moreno con impacto en los otros grupos feministas subordinados.

16 Felicity Schaeffer-Grabiel hace un interesante trabajo sobre la globalización y la sexualidad latinoamericana y los mercados del amor.

17 Entrevista citada con Pat Zavella.

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