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Educere
versión impresa ISSN 1316-4910
Educere v.10 n.32 Meridad mar. 2006
Educación, ética y contemporaneidad
Alirio Pérez Lo Presti
Universidad de Los Andes Mérida - Venezuela perezlopresti@latinmail.com
Resumen
La contemporaneidad ha impuesto nuevos retos para el docente. Algunos de ellos no tienen parangón en la historia de la civilización. Promover una educación que advierta sobre lo imprescindible de establecer estrategias acordes a los desafíos de los nuevos tiempos, plantea al docente la necesidad de cuestionarse desde el punto de vista ético la manera de concebir su actual función. La inevitable situación de tener que adaptarnos, modificando nuestra visión de la realidad y de rescatar “tradicionales” maneras de vinculación con los alumnos en el proceso enseñanza-aprendizaje, es el planteamiento crítico que pretende el presente trabajo.
Palabras clave: ética, proceso enseñanza-aprendizaje, cambios en educación
Education, ethics and contemporaneity
Abstract
Contemporaneity has imposed new challenges for the teacher. Some of them cannot be compared in the history of civilization. Promoting an education that warns about how essential establishing strategies accorded to the challenges of new times is, sets out for the teacher the need of questioning the way it conceives its current function from an ethical point of view. The inevitable situation of having to adapt ourselves, modifying our vision of reality and rescuing “traditional” ways of relating to the students in the teaching-learning process, is the critical approach of this paper.
Key words: ethics, teaching-learning process, changes in education
Fecha de recepción: 26-10-05 Fecha de aceptación: 17-11-05
Quizá nunca en toda su historia se había enfrentado el hombre a formas tan disímiles de asir la realidad. Nos vemos vapuleados y nos cuesta trabajo manejar tanta y tan contradictoria información. Se crean guerras virtuales por intereses económicos que al final son llevadas a la práctica con el apoyo de mayorías importantes de ciudadanos. Se destruye el ambiente sin que los clamores de conciencia ecológica sean tomados en cuenta por las grandes potencias y los amos del gran capital. Se establecen formas de conducta a través de los medios masivos de comunicación, con el consiguiente mimetismo por parte de los sectores más jóvenes de nuestras sociedades. Se incita con desmesura al consumo de sustancias que produzcan estados estuporosos y de “falsa” placidez mental en aras en engrosar los bolsillos de mafias internacionales amparadas en sistemas políticos de muchas naciones. Se quiebran sistemáticamente instituciones que tradicionalmente han podido dar contención y apoyo a las personas, como, por ejemplo, la familia nuclear. Internet se llenó de pornografía y de información tan estéril como abundante, muy a pesar de las expectativas que se construyeron en torno a los potenciales beneficios de la red; ahora muchos esperan por encontrar relaciones afectivas “virtuales” o “semivirtuales” ante una sociedad que prefiere el claustro de los “cybers” a los aireados cafés donde fluyen las palabras y hasta las ideas. Incluso se estimula la formación de modelos educativos completamente despersonalizados, sin la interacción directa con el docente y su potencial humano como ente capaz de irradiar elementos de vinculación que hagan surgir formas de afecto entre las personas.
Una educación despersonalizada y anónima pareciera ser la consigna que nos ha de poner a la par de las nuevas tecnologías. Una educación tecnificada y, sin duda, deshumanizada. Donde es un teclado, una cámara o un monitor el instrumento con el cual estaremos a tono con los nuevos tiempos.
¿Qué podemos hacer como educadores ante tamaña avalancha de situaciones inéditas? Tal vez apelando a recursos como la inteligencia ética y reflexionando sobre sus potenciales alcances se pueda contribuir a impedir tanta aberración social. Predicando con el ejemplo de quien cree que los modelos educativos diseñados con motivación, amor y creyendo en lo que se hace, sean estrategias para manejarnos en el mundo contemporáneo.
¿Acaso un modelo de este tipo debe estar inspirado en el amor o afecto por el género humano? La consigna es la paradójica misión de tener que plantearnos la necesidad de humanizar al hombre. Humanizarlo como ente capaz de asir el hecho de que vivimos en un sistema donde los cambios o daños que se efectúen en el mismo, sencillamente terminarán por afectar el colectivo. No podemos salir ilesos ante el hecho de que se nos incendia el patio trasero o el jardín de nuestras casas. Es la eterna lucha entre los modelos éticos y la anti-escuela que fascina, convence y seduce.
Nuestra convicción en lo que hacemos, la autocrítica constante de lo que estamos haciendo como educadores y el plantearnos la enorme misión de servir como sujetos modeladores de un colectivo, constituyen los grandes desafíos del docente del siglo XXI.
Recordemos que el hombre como animal gregario, necesita estima y afecto. Una educación fundamentada en hacer el bien y trabajar al servicio de ideas que pretendan beneficiar al colectivo, es un camino. Quizás la única esperanza.
La búsqueda de conocimiento
Una de las experiencias más impactantes desde todos los ámbitos, ocurridas desde el siglo XIX hasta lo que corre del actual, es la forma como el hombre ha venido accediendo a la información y, particularmente, al tipo de información con la cual se ha venido vinculando. Independientemente de quienes consideran que la imagen triunfalista de la ciencia comenzó a resquebrajarse a comienzos del siglo XX, en realidad resulta prácticamente imposible afirmar las certezas definitivas, la objetividad plena y la total seguridad de los sistemas racionales. Incluso la neutralidad de la ciencia o su despreocupación por el pensamiento ético y social.
La dimensión del fenómeno tecnocientífico contemporáneo traduce su gigantismo en el carácter abarcador de la totalidad de los aspectos de la vida de los individuos y de las sociedades, la cual resulta condicionada y frecuentemente determinada por las aplicaciones de la tecnociencia, que diseñan y establecen la posibilidad del actuar, el conocer y el valorar. El fundamento de las actuaciones humanas , del saber y de los criterios valorativos que, en otras épocas de la historia han encontrado su base en la filosofía, la religión o la ideología, en la actualidad remiten a los supuestos del poder derivado del poder predictivo y organizador de la tecnociencia y conforman la imagen de instancia inapelable que tanto entre científicos como en la vida cotidiana, la misma parece poseer conocimiento omnipresente, conocimiento casi omnipotente, inmenso por sus realizaciones […] la tecnociencia parece desafiar el límite de lo humano y es capaz de traspasarlo hacia algo más que humano, o al menos, diferente a ello. (Martín-Fiorino 2004)
Internet, por ejemplo, es un sistema caótico; sin embargo, gracias a él podemos estar en contacto con casi cualquier centro donde se produzca “conocimiento” en el planeta. Internet ha facilitado las comunicaciones, nos ha permitido entrar en contacto con realidades jamás soñadas y facilita el acceder a información precisa y útil. Pero no todo es diáfano y constructivo. Un importante porcentaje del contenido de la red se reparte entre compilaciones prácticamente infinitas de material insulso y pornografía. Mucha de la información es falsa o carente de sustentación medianamente sólida y no existen instancias que permitan validar la mayor parte de esta información. Inevitablemente esto conlleva a la aparición de formas truculentas y antiéticas de creación de matrices de opinión colectiva. A través de la red o por “culpa” del Internet han surgido modalidades inéditas de psicopatología colectiva, como la adicción a la red, cada vez más frecuente entre nuestros niños y la búsqueda de relaciones interpersonales que llevan el extraño nombre de “relaciones virtuales”.
Internet ha hecho que el “conocimiento” adquiera una dimensión pasmosa, donde lo importante, en muchos casos, termina siendo la velocidad. Se sufre y desvive por acceder a una información de manera presurosa y carente de crítica. La red cuenta incluso con la extraña característica de ser un ente capaz de infundir credibilidad. “Si aparece en Internet…”
Cualquier persona que haya intentado acceder a desarrollar una formación cultural con raigambre sólida, sabe que un libro, por ejemplo, como ente transmisor de una serie de conocimientos, requiere del desarrollo de hábitos, como el de la lectura. Un verdadero lector sabe que los libros se saborean, se manosean, se repasan y constituyen una forma de vinculación con un ocio sano, pero fundamentalmente “lento”. Adquirir una formación cultural es producto de muchas horas, muchos años, tratando de acceder, de asir, y lo más importante de todo, “filtrar” un conjunto de datos que siempre deben ser asumidos con conciencia crítica. Las nuevas tecnologías son potencialmente peligrosas para el desarrollo de una conciencia crítica; el más importante de todos los aspectos que nos han de permitir desarrollar una formación cultural.
La búsqueda del conocimiento se ve amenazada por elementos contrarios a la ética: Existen unas pocas transnacionales dedicadas a infundir información sobre lo que acontece cada instante en nuestro planeta. Se trata de poderosísimos grupos económicos, siempre vinculados con intereses políticos de las superpotencias que desarrollan líneas editoriales al servicio de intereses muy particulares y hasta personales.
Hemos sido testigos de cómo se construyen guerras y hasta se logra convencer a una importante mayoría del colectivo acerca de la necesidad de las mismas. Se inventan atrocidades con el fin de justificar crímenes y matanzas en masa para el beneficio económico de unos cuantos grupos de poder.
El papel del docente en este escenario es crucial. Le toca la casi quijotesca tarea de desmontar un sinfín de información que cuenta con gran credibilidad. Es la antiescuela en su más anti-ética y rastrera presentación la que se le presenta al docente en su camino de formador de generaciones. Lamentablemente no se trata de molinos de viento, sino de estudiados y elaborados métodos que utilizan los que manejan la información para manipular conciencias y crear falsas expectativas en un mundo que cada vez se hace más complejo.
Pero no debemos pensar en claudicar sin dar un poco de pelea. El docente puede gozar de credibilidad y puede sembrar dudas ante tamaña avalancha de información amañada y transfigurada. El docente puede hacerse de la credibilidad suficiente que le permita gozar de la confianza y el respeto de sus alumnos. Sobre todo puede gozar de ser respetado en lo que son sus opiniones. Esa confianza depositada en su papel como figura de autoridad, le permitiría cuestionar creencias. Pero para ello ha de predicar llevando un estilo de vida particularmente ético en un tiempo donde la contemporaneidad erige como consigna el “vale todo”. Debe conducirse con un estilo de vida que le facilite y permita ser un ente cuyas ideas sean tomadas en cuenta, sean valoradas y, por supuesto, puedan contar con la credibilidad de una mayoría que está siendo manipulada despiadadamente a través de los medios de comunicación.
Encender un aparato de televisión en nuestros días puede ser un atentado para la salud mental de cualquier persona que no esté preparada para enfrentarse a tamaño poder o no esté lo suficientemente formada y haya adquirido un mínimo de capacidad crítica. Es la eterna lucha entre la escuela y la anti-escuela que todo docente debe tener presente para poder “salvarse” y ayudar a otros a no caer en los torbellinos que ocasionan el manejo tan inadecuado de la información en el mundo.
Sólo con seguridad y fe en lo que hagamos, tendremos una defensa ante uno de los más grandes desafíos del hombre; tal vez de los más grandes que haya tenido a través de su historia: La lucha contra la falsedad y la manipulación colectiva. Es imprescindible la prédica del bien común y de la conciencia crítica basada en la tolerancia y la aceptación a los demás.
La compasión por los sufrimientos de la humanidad
Sería ridículo predicar una educación ética, si no somos capaces de tener la sensibilidad suficiente para percibir los grandes males que nos rodean. “Los ecos de los gritos de dolor de los que sufren, los niños con hambre, las víctimas torturadas por los opresores, ancianos desamparados que son una carga odiosa para sus hijos y demás “seres queridos” y todo el mundo de soledad, pobreza y sufrimiento que constituyen una burla de lo que debería ser la vida humana. “ (Russell, 1986).
El docente debe crear la sensibilidad ética que acabe con la negación que hace cómplice a una sociedad entera que procura por todos los medios no ver sus propios males.
Un alumno, así como un buen profesor, tiene elementos potenciales para hacer surgir formas de transformación social. No asumir este rol, no sólo nos empobrece como seres humanos, sino que nos puede llevar a ser tan vacuos que terminemos por ser criaturas caracterizadas por una insensibilidad frívola y hasta despiadada.
Ser un ente de transformación social no sólo es un deber ético, sino que inevitablemente reconforta y hace que nos plantemos ante el mundo con una perspectiva capaz de ayudar, en la medida de nuestras posibilidades y podamos asumir un rol para que la injusticia no sea la norma. Cuando una sociedad permite que la injusticia se norme, es una sociedad perversa. Como dijo el gran activista que luchó por los intereses de los afroamericanos víctimas del racismo: “Si no tenemos una razón para morir, mucho menos la tendremos para vivir.”
El docente está en el deber moral de luchar contra la posibilidad de que nuestras sociedades sean perversas y negadoras, ante una realidad que no se puede esconder ni callar. Son nuestros alumnos de hoy los que han de dirigir el rumbo de todos el día de mañana. Crear esa sensibilidad que busque la humanización del hombre es uno de los principales deberes como ciudadanos modeladores de generaciones que han de asumir roles en un futuro cercano.
En este punto cabe la pregunta cardinal: ¿Es posible enseñar a ser ético?
La enseñanza de la ética
Curiosamente, no es precisamente la ética y su enseñanza sistemática un elemento que destaque prácticamente en ningún pensum de estudios formales. ¿Es intencional esta omisión de la enseñanza de la ética como disciplina inherente a la esencia del hombre? ¿Acaso no se plantea la enseñanza de la ética en grado más abultado por simple ignorancia? ¿Es por deprecio hacia una disciplina considerada banal? ¿O es que estamos en presencia de un problema de extrema gravedad, donde los que diseñan los programas de estudio ni siquiera la tienen presente en sus cabezas?
Interrogantes para reflexionar, en un mundo lleno de sufrimientos, donde se hacen guerras por negocio y ni siquiera se plantea la impostergable necesidad de asumir una visión y una actitud ética frente a todos los actos de nuestra vida.
La inteligencia ética se apoya en la capacidad de dar congruencia a las actuaciones humanas, siendo necesario para cualquier estudioso de la misma, la presencia de la dimensión tecnocientífica.
La enseñanza de la ética es otra de las batallas ante las cuales el docente del siglo XXI se debe colocar botas de plomo y no dejarse embaucar en un medio que intente mimetizar, uniformizar y por supuesto alienar.
Despertar una conciencia ética es visto por muchos sectores como una actitud peligrosa y subversiva. Entonces volvámonos peligrosos y subversivos desde esa óptica, predicando la humanización del mundo en tan desolados, duros, y hasta infranqueables escenarios.
¿Papeles para archivar en una carpeta como memoria de una época en que nos dio por reflexionar sobre la ética?
Creo que estamos hablando de cosas posibles: Predicar con el ejemplo; clarificar dudas de las cuales somos hasta víctimas si no tenemos la avidez suficiente para ver el reverso de las cosas. Mostrar lo bueno que se hace, que por cierto es mucho, sin descuidar todo lo que nos queda por construir.
América Latina vive una condición un tanto especial. A veces nos embarga la sensación de que todo está por hacerse. De que una gran cantidad de cosas ni siquiera se han planteado para ser llevadas a la práctica. Quizá herencia de nuestros antepasados conquistadores que intentaron fundar ciudades y modelos de convivencia y creencias en donde existía una estructura social muy divergente, por no decir antagónica.
No caigamos en la desesperanza que puede inundar a un gran colectivo que con frecuencia pierde la capacidad de mirar hacia delante. Seamos ambiciosos, seamos vitales, cultivemos la actitud del que se mueve siempre para alcanzar fines que logren beneficiarnos a todos. Porque a fin de cuentas, si pensamos en que el otro se beneficie de una posición sana y ética hacia la vida, nos estamos beneficiando directamente nosotros mismos y nuestros hijos.
El anhelo de amor
“El amor es buscado, en primer lugar, porque procura éxtasis, alivia la soledad y evita que la conciencia del hombre se estremezca por el abismo frío e insondable, carente de vida.” (Russell, 1986)
Ningún abordaje educativo puede llevarse a cabo sin esta elemental premisa. El docente que no siente pasión y no cree en lo que hace, sencillamente es un charlatán, un hombre que engaña a un colectivo, porque todos los que hacemos vida docente sabemos que la única forma de hacer que nuestros alumnos se interesen por nuestras clases es “haciéndolos vibrar”. Haciéndoles sentir amor y hasta pasión por el conocimiento que impartimos, sea usando tiza y pizarrón o a través de los más sofisticados medios que para enseñar tengamos a disposición. Hacer que un alumno se interese por lo que decimos e impartimos en clase, requiere el esfuerzo de dedicar horas, muchas horas en desarrollar estrategias para que nuestras palabras no se queden en el vacío sino que puedan llegar al destino que como docentes anhelamos. ¿Cuál es ese destino? En primer lugar, el de despertar la motivación necesaria para que el educando aprenda a “aprehender”. Que se transforme en un ente crítico y adquiera la capacidad de desarrollar una visión constructiva hacia las enseñanzas que recibe. Esto sólo se logra si el profesor es capaz de transmitir ese amor que lo ha de unir inexorablemente a la docencia. Ese amor que lo ha de llevar a sustituir buenas horas de placidez o descanso por otras en las que puede percibir que sus esfuerzos no son en vano, sino que llevan el poderoso potencial de transformar puntos de vista e incluso conciencias.
Sin amor, es imposible la docencia. Porque sólo amando lo que día tras día hacemos, es que podemos llegar a ser verdaderos entes transformadores de una sociedad que pareciera afanarse por hacerse caótica y hundirse en los múltiples antivalores de la contemporaneidad.
En segundo lugar, sólo a través del amor por la docencia, el buen “maestro” puede salir airoso en un campo de batalla donde tantos antecesores han salido derrotados. Sólo a través del amor podemos desarrollar una visión que dé sentido a lo que hacemos y nos sirva de repelente ante tantas irregularidades que ocurren en nuestro sistema educativo. El amor nos protege del tedio y de la mediocridad. Nos impulsa a ser creativos y vencer en definitiva a la muerte de la inventiva. Nos protege de caer en la inercia de ver en la educación una mera forma de ganarse la vida, sin muchos contratiempos y algunos beneficios “contractuales”. Además, el no asumir la educación con la pasionalidad que el amor es capaz de darnos, sería perdernos una gran oportunidad. Ser un docente que trabaja con amor, inevitablemente permite que trascendamos, convirtiéndose nuestro oficio en una metanecesidad de alcances inconmensurables.
Educando de esta forma, trascendemos, porque invariablemente, las semillas de lo que logremos sembrar éticamente en nuestros alumnos, permitirá que otros puedan valorar potencialmente lo que hacemos y deseen mimetizar esta forma de concebir la educación, con la “originalidad” que cada quien pueda inyectar a su estilo de transmitir elementos formativos en el proceso enseñanzaaprendizaje. El buen docente transmite este amor y el alumno invariablemente lo capta. En este acto de interacción afectiva tan maravilloso, probablemente repose uno de los aspectos más significativos del proceso educativo.
Enseñar una visión y forma de enseñar. Tamaño desafío definitivamente da sentido a lo que hacemos, a lo que nos rodea, y en definitiva, a nuestra vida.
Bibliografía
1. Bunge, M. (2001). Ética en la ciencia. Barcelona: Arielo. [ Links ]
2. Heler, M. (2000). Ética y ciencia. Buenos Aires: Biblos. [ Links ]
3. Martín-Fiorino, V. (2004). Ciencia y ética: hacia un nuevo paradigma. Maracaibo: LUZ. (mimeografiado). [ Links ]
4. Russell, B. (1986). Sobre Dios y la religión. Barcelona: Alcor. [ Links ]
5. Savater, F. (2000). Ética para Amador. 4ª Edición. Barcelona: Ariel, S.A. [ Links ]