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Revista Venezolana de Endocrinología y Metabolismo
versión impresa ISSN 1690-3110
Rev. Venez. Endocrinol. Metab. v.10 n.2 Mérida jun. 2012
Endocrinología y poesía
Adelis León Guevara
Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela.
La medicina y la poesía han andado siempre de la mano desde tiempos muy remotos y sus andanzas se pierden en la lejura del mito. Con solo recordar que Apolo, el de los bucles azulados como los pétalos del pensamiento, además de inventor de la cítara y dios del sol, de la música y de la poesía, lo fue también de la medicina, comprenderemos la afinidad con la leyenda. Yo me maravillo cada día más de los fascinantes portentos de la naturaleza y también de los poéticos porque siempre se han asimilado a lo mágico. Cómo no maravillarse, por ejemplo, con la asombrosa función que cumple una simple hoja de árbol para transformar la energía luminosa en energía química; cómo no deslumbrarse del gusano para metamorfosearse en la frágil y bella mariposa; y cómo no quedarse perplejo ante el asombro de quien hace posible que una hormona sea secretada por una glándula y que ejerza su influencia sólo en la célula a la que va destinada y que cuente con receptores especialmente capaces para reconocer su estructura molecular. Todas esas maravillas y misterios del universo son, sin duda, actos que no pueden atribuirse al azar. Creo con el verso de Jorge Luis Borges que algo que, ciertamente, no se nombra con la palabra azar rige estas cosas. A ese algo a alguien puede dársele el nombre que quiera. Yo me anoto en la cuarteta de Borges:
Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la Maestrías de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche.
La primera relación poética que yo observo con la endocrinología es la misma palabra endocrinología, musical y sonora y luego el nombre de las glándulas. ¿No son bellos estos nombres hipófisis, pituitaria, pineal, tiroides, hipotálamo, adrenales, etc.? Y la misma etimología de la palabra glándula, derivada del diminutivo latino glan-glandis: bellota, luego nuestra glándula sería una bellotita. Y qué decir de las hormonas que segregan, con esas terminaciones, casi todas en ina aconsonantada, por cierto, con la palabra divina; allí está la prolactina, generosa dadora de leche; la inteligente y vigilante melatonina, alargadora de nuestro porvenir; la laboriosa y libidinosa oxitocina, alcahueta del placer y el deseo y la mística y ensoñadora dimetiltriptamina, entre otras. Es que hasta las formas de las glándulas las poetizaron quienes le dieron sus nombres. Cómo no va a ser poética una glándula que tiene forma de mariposa (la tiroides); otra que recuerda un manojo de tomillo (el timo); alguna parecida a una adarga (la paratiroides); una barroca como un cono de pino (la pineal); otra que se asume como director de toda la orquesta musical endocrina (el hipotálamo) y hasta unas que tienen un parentesco con la orquídea y son testigos de la virilidad (los testículos).
La inspiración era para el divino Paltón un furor poético que recibíamos de una especie de poder (daimon) y nosotros unas especies de simples médium para transcribir lo que recibíamos. Tomo prestada la imagen de Santa Teresa en su Castillo Interior (el alma) todo lleno de diamantes y muy claro cristal, donde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas , para comparar nuestro cuerpo con un castillo habitado, en el que hay, además de las siete moradas endocrinas, miles de cuartitos que nuestro comportamiento terrenal destina para almacenar los excesos de nuestra concupiscencia. Si para visitar el Castillo de la Santa de Ávila no necesitamos ningún pase, sino solo el deseo de querer entrar, para ingresar al nuestro sí necesitamos un guía. A quienes entran en el Castillo de Santa Teresa, ella los llama siervos del amor, a quienes en el nuestro la tradición popular los asimila a los apóstoles y no son otros que ustedes los médicos. Coma ya ustedes harto conocen nuestro castillo corporal habitado, no dejen de visitar el Castillo interior de la Santa para que gocen de las ganancias del alma y las mercedes que recibirán de Dios. El misterio de esos enigmáticos habitantes de nuestro castillo corporal es lo que me ha incitado a estas reflexiones poético-endocrinas o médico-poéticas que he querido compartir con ustedes, estudiantes del Post-grado en Endocrinología, en esta espléndida y fría mañana merideña.
Espero que estén de acuerdo conmigo en que todo en la naturaleza es orden, armonía y estructura. Orden, armonía y estructura perfectas y sometidas a un ritmo extraordinario, como si todo estuviese regido por una inteligencia superior. Cualquier desequilibrio que se presente en esa magnífica estructura, todo orden y armonía, produce un caos y el caos, en el caso de nuestro castillo corporal, es el origen de la enfermedad. La misma palabra medicina, en su origen, trae consigo el concepto de mesura, pues proviene de una raíz indoeuropea med que refiere a la idea de reflexionar y tomar las medidas necesarias para que algo, por ejemplo, no se altere o, en caso de que lo haga, vuelva a su estado normal, que es lo que hace o debiera hacer el médico. También la poesía es proporción y medida y toda ella se estructura de conformidad con ciertas reglas, que sin llegar a ser leyes, cumplen una función armónica y organizadora en el poema. En los procesos del sistema endocrino, ustedes lo saben mejor que yo, todo está dispuesto de una forma tan perfecta y armoniosa que cualquier alteración que se produzca en él origina el consabido desorden en todo el sistema. Es algo similar a como si en la orquesta que nos está brindando un concierto, la Cuatro Estaciones de Vivaldi, por ejemplo, que a mí me gusta mucho, alguno de los ejecutantes desafinara con su instrumento, se produciría, entonces, en lugar del concierto, un desconcierto, un desorden tal que el director de la orquesta se vería obligado a parar la ejecución. Creo, si me permiten una metáfora doméstica, que si en el poema endocrino, conformado por las siete principales estrofas que la integran, se presentara un desentono en uno de ellos, alteraría el funcionamiento, o el mejor funcionamiento, del poema, pues la poesía es orden y armonía perfecta y cualquier perturbación en ella originaría también una descompensación poética. Si en el orden del sistema endocrino encontramos perfección y belleza, también en el poema, pues éste tiene también un ritmo que es, como se dice, la respiración del poema. El ritmo es un flujo de movimiento controlado o medido, sonoro o visual, producido por la ordenación de los diferentes elementos que componen el poema. ¿Y, no es, también, un flujo controlado, endo o exocrino, el segregado por las glándulas? ¿Y no se altera el funcionamiento de ese poema endocrino si el ritmo con que se secreta ese flujo varía? El ritmo es un rasgo básico que determina la estructura del poema, bien sea en el uso de sílabas breves o largas, en el caso de la poesía antigua, o por el uso del acento y la métrica en la poesía moderna. Cada verso tiene una forma especial de acentuación y al cambiar esa forma lo hace igual el ritmo del poema. Cada glándula segrega la hormona que va dirigida a una célula en especial y si los receptores no son capaces de reconocer su estructura molecular, se presenta el colapso. En el panorama poético-endocrino (las glándulas) existe también un ritmo que al alterarse se pierde la función que quería ejecutar el verso (la hormona). Vale decir, las glándulas tienen un ritmo que transmiten a las hormonas; al producirse un desorden en ese ritmo también se produce en el organismo, al igual que se produce en el poema con el desorden del ritmo acentual.
Espero que estas notas hayan contribuido a reafirmar la seguridad de que en nuestro castillo corporal, habitado por extraños y misteriosos moradores, hay una orquesta de voces endocrino-poéticas que están constantemente secretando himnos de esperanza para que ese prodigio que llamamos vida se siga perpetuando en la grandeza del hombre.