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Letras
versión impresa ISSN 0459-1283
Letras v.51 n.78 Caracas ene. 2009
RESEÑA
Cola de lagartija
Luisa Valenzuela (2007). Editorial: Norma Pág.308
Claudia Cavallín Calanche
Representar la inaprensible figura de un dictador, desde la dictadura misma, resulta en extremo difícil, no sólo por la imposibilidad que dicta la censura propia de estos regímenes sino, además, porque las palabras para describir el horror y la crueldad nunca son suficientes.
En julio del 2007, La otra orilla, del Grupo Editorial Norma, editó la novela Cola de Lagartija, escrita por la argentina Luisa Valenzuela en 1983. En esta novela, la autora apuesta por una narración tránsfuga que se inicia con la deformación física del personaje principal - el ministro de Bienestar Social y secretario personal de Perón, José López Rega, alias El Brujo-, y culmina con la aproximación del nefasto personaje a la propia conciencia de la narradora. Desde el lenguaje de la escritora (Valenzuela o Rulitos, en el texto), la compleja personalidad de El Brujo se vuelve más real mientras más se aproxima a la ficción.
En esta obra, novela y biografía se funden como géneros, pero también se confunden las voces narrativas, las experiencias de la autora y los periplos de López Rega; todo ello aprisionado en una intencionalidad creadora que intenta reproducir, en el libro, la sensación de saberse, al mismo tiempo, protagonista y espectadora de una de las dictaduras más férreas de América Latina. La voz resultante, más allá de una consciencia meramente reflexiva, realmente retrata las atrocidades cometidas por El Brujo y el ambiente que permitió, o al menos toleró, que la hechicería y la magia se convirtiesen en asuntos políticos de envergadura.
En los confines de la penumbra y la maldad, Valenzuela decide emplazar a un protagonista no menos oscuro. Sin embargo, ¿cómo hablar del horror sin concederle su grandeza? La autora reconoce que, aún en este relato abominable, sería imposible transmitir la inconmensurabilidad de la violencia descarnada y los atropellos de la dictadura sin mencionar que se trata de algo superior a la medida de lo humano. Por esto, la figura de El Brujo es elevada y mitificada, en medio de un aura de magia y misterio. Entonces, ¿cómo narrar la magnitud de lo sucedido sin exaltarlo, sin condescender? Valenzuela resuelve la paradoja a través de una escritura en dos direcciones: una arbitrariamente biográfica, donde El Brujo puede transformarse a su antojo y otra autobiográfica, que sale al rescate de la conciencia en los momentos más terribles de la historia.
Como ella misma señala, en el único aparte que lleva su verdadero nombre como rúbrica, se trata de ponerse a escribir cuando por ahí, quizás a un paso no más, están torturando, matando, y un apenas escribiendo como única posibilidad de contraataque, qué ironía, que inutilidad. Qué dolor, sobre todo. Si al detener mi mano pudiera detener otras manos. Si mi parálisis fuese, al menos, un poco contagiosa, pero no, yo me detengo y los otros siguen implacables, hurgando en los rincones, haciendo desaparecer a la gente, sin descanso ni justificación alguna, porque de eso se trata, de mantener el terror y la opresión para que nadie se anime a levantar la cabeza (pág.249).
Pero no es una escritura inútil. Por el contrario, representa casi la única forma de darle cuerpo, rostro y voz a todo aquello que la opacidad de la censura nunca dejó traslucir. Un ejemplo de esto, se produce cuando Valenzuela se sirve del cuerpo del protagonista para metaforizar el cuerpo del terror y sus aberraciones. La autora le presenta al lector un ministro hermafrodita, sádico y enamorado de sí mismo, capaz de cometer el peor de los incestos para procrear en unión de la hermana inconclusa que lleva entre las piernas. Esta sensación de estar frente a un ser capaz de imaginar semejante aberración y, sobre todo, con el poder suficiente para llevarla a cabo, por encima de toda muerte y sacrificio, probablemente sea lo más parecido al estupor que sintieron en su momento los cientos de torturados y desaparecidos de la dictadura pues, para ellos, los límites de la realidad dejaron de existir en el mismo momento en que el poder y la maldad transformaron la dimensión de todo lo existente. De este modo, la imagen de El Brujo en Cola de Lagartija, probablemente se acerca mucho más a la auténtica, desde su condición de divinidad todopoderosa, que la de cualquier documento histórico o biográfico que sólo relate la vida de este cruel y mortal ministro de Bienestar Social.